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TEOLOGÍA/1

El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo. Dios me
ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo; y yo temía y creía.
Han pasado los años. Yo ya no temo ni creo. Y en todo caso, pienso, si merezco ser asado en la parrilla, a eterno
fuego lento, que así sea. Así me salvaré del purgatorio, que estará lleno de horribles turistas de la clase media; y al
fin y al cabo, se hará justicia.
Sinceramente: merecer merezco. Nunca he matado a nadie, es verdad, pero ha sido por falta de coraje o de
tiempo, y no por falta de ganas. No voy a misa los domingos, ni en fiestas de guardar. He codiciado a casi todas las
mujeres de mis prójimos, salvo a las feas, y por lo tanto he violado, al menos en intención, la propiedad privada
que Dios en persona sacralizó en las tablas de Moisés: No codiciarás a la mujer de tu prójimo, ni a su toro, ni a su
asno… Y por si fuera poco, con premeditación y alevosía he cometido el acto del amor sin el noble propósito de
reproducir la mano de obra. Yo bien sé que el pecado carnal está mal visto en el alto cielo; pero sospecho que
Dios condena lo que ignora.
TEOLOGÍA/2

El Dios de los cristianos. Dios de mi infancia, no hace el amor. Quizás es el único dios que nunca ha hecho el amor,
entre todos los dioses de todas las religiones de la historia humana.

Cada vez que lo pienso siento pena por él. Y entonces le perdono que haya sido mi Superpapá castigador, jefe de
policía del universo, y pienso en aquellos viejos tiempos, cuando yo creía en Él y creía que Él creía en mí. Entonces
paro la oreja, a la hora de los rumores mágicos, entre la caída del sol y la caída de la noche, y me parece escuchar
sus melancolías confidencias.

TEOLOGÍA 3

Fe de erratas: donde el Antiguo Testamento dice lo que dice, debe decir lo que quizá me ha confesado su
principal protagonista. Lástima que Adán fuera tan bruto. Lástima que Eva fuera tan sorda. Y lástima que yo no
supe hacerme entender. Adán y Eva eran los primeros seres humanos que de mi mano nacían, y reconozco que
tenían ciertos defectos de estructura, armado y terminación. Ellos no estaban preparados para escuchar, ni para
pensar. Y yo… bueno, quizá yo no estaba preparado para hablar. Antes de Adán y Eva, nunca había hablado con
nadie. Yo había pronunciado bellas frases, como Hágase la luz, pero siempre en soledad. Así que aquella tarde,
cuando me encontré con Adán y Eva a la hora de la brisa, no fui muy elocuente. Me faltaba práctica. Lo primero
que sentí fue asombro. Ellos acababan de robar la fruta del árbol prohibido, en el centro del Paraíso. Adán había
puesto cara de general que viene de entregar la espada y Eva miraba al suelo, como contando hormigas. Pero los
dos estaban increíblemente jóvenes y bellos y radiantes. Me sorprendieron. Yo los había hecho, pero yo no sabía
que el barro podía ser luminoso. Después, lo reconozco, sentí envidia. Como nadie puede darme órdenes, ignoro
la dignidad de la desobediencia. Tampoco puedo conocer la osadía del amor, que exige dos. Entonces, vinieron los
equívocos. Ellos entendieron caída donde yo hablé de vuelo. Creyeron que un pecado merece castigo si es
original. Dije que peca quien desama: entendieron que peca quien ama. Donde anuncié pradera de fiesta,
entendieron valle de lágrimas. Dije que el dolor era la sal que daba gustito a la aventura humana: entendieron
que yo los estaba condenando al otorgarles la gloria de ser mortales y loquitos. Entendieron todo al revés. Y se lo
creyeron.

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