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Mujeres:

Mercedes Belzu
1834-1879, La Paz. Fue escritora, poeta y traductora. Publicó las novelas Recuerdos de viaje,
Diente de lobo, Vellón de oro y su obra poética reunida se encuentra en el libro Poesías (1891).
También colaboró en varios periódicos y tradujo a Shakespeare, Víctor Hugo, Alphonse de
Lamartine y Lord Byron. Tomamos los siguientes poemas de esa obra reunida.

Cántico de exequias
Dije yo: mi edad lozana
a la mitad de sus días
llegar debe a las sombrías
puertas de la eternidad.
Del dulce vivir privado
ya nada veré en la tierra
de los vivos, do se encierra
del Señor la majestad.

No veré más a hombre alguno


de los que en dulce paz moran
y cual tela que elaboran
los dedos del tejedor
Mi vida será cortada
por la mano que la urdía,
el mismo que la tejía
vendrá a ser su destructor.

Me privan de la existencia
y van a plegar mi vida
cual la tienda recogida
que el pastor vuelve a doblar.
De la mañana a la noche
oh, Dios, daréis fin conmigo
y venís cual mi enemigo
mis huesos a quebrantar.

Ay de mí que hasta mañana


vivir esperaba en vano
pues me condena la mano
del Señor a perecer.
Inútilmente llamaba
cual golondrina a su nido
y en monótono gemido
desahogaba el padecer.
Mis ojos debilitados
de mirar siempre a la altura
se vuelven con amargura
hacia el tiempo que pasó.
Ved que es grande mi quebranto
y que es mi aflicción intensa
tomad, Señor, mi defensa
sólo en vos espero yo.

Mas, qué digo, ¿no es su diestra


la que sobre mí ha pesado?
Después me ha condenado,
¿puedo esperar su piedad?
Con amarguras del alma
repasaré, oh Dios, mis días
mis dolores y alegrías
pesará vuestra equidad.

Y si esto es vivir juzgadme


y después de castigado
haced que purificado
en paz cambie mi aflicción.
Ved cómo todos mis males
en gozo habéis convertido
y mi alma has redimido
de la eterna perdición.
Porque vos tomásteis
la carga de mis pecados
y ellos fueron perdonados
en vista de mi dolor.
No entonaron vuestras glorias
los que a la fosa bajaron
ni alabanzas os cantaron
en el sepulcro, Señor.

Los vivos, mi Dios, los vivos


os tributaron cantares
y alabanzas a millares
cual hoy os tributo yo.
Y los padres a sus hijos
contando grandezas vuestras
dirán que las penas nuestras
siempre el Señor consoló.

Salvadme y en vuestro templo


se oirán sus himnos sagrados
y os daremos prosternados
alabanza y bendición.
Y los días que os debemos
empleando en alabaros
cortos serán para daros
de gracias férvida acción.

Imitación de Shakespeare
To be or not to be, that is the question
Hamlet, Shakespeare

Ser o no ser, tal es el gran problema


que al hombre se presenta tenebroso
ineludible, tal es el dilema
que le acecha sin tegua ni reposo.

¿Es más noble luchar con el destino?


¿Abandonar la lucha es más prudente?
¿Cual viajero cansado en su camino
cruzar los brazos e inclinar la frente?

¿O armarse contra un mar de sinsabores


arrostrar de la suerte los embates
desafiar los peligros y dolores
como noble guerrero en los combates?

¿O mejor es buscar en el olvido


el fin de la borrasca de la vida
sin combate ni gloria ser vencido
y a la nada pedir la paz perdida?
Pero la paz tan solo la encontramos
con el bien a que aspiran los mortales
más allá del camino que llevamos
oculta entre las sombras sepulcrales.

En ese sueño de misterios lleno


cuyo eterno silencio nos convida
a reposar, ¿quién sabe si en su seno
el germen guardará de nueva vida?

¡Muerte! Es una palabra que ilusoria


ni nada explica, ni nos dice nada,
¿quién nos contó su pavorosa historia
quién puede descifrar esa charada?
Ella consuela al hombre desvalido
que al torturarle sufrimiento horrible
ve en este mundo siempre corrompido
que el imperio del mal es invencible.

¡Morir!, ¡dormir!, ¡quién sabe


si ese sueño misterioso
nos dará dulce reposo
o pesadilla tenaz!
Los males de la existencia
del corazón los dolores
y del mundo los horrores,
¿podremos dejar atrás?

Esa es la funesta idea


que al hombre infeliz acude
y esa, tal vez, la que escude
del puñal su corazón.
Ese vago pensamiento
su luz opaca refleja
sobre la razón perpleja
y anonada la razón.

¿Quién los males soportara


de una vida tan penosa
cuando para abrir su fosa
le bastaría un puñal?
¿Quién sintiendo en sus entrañas
del dolor la garra impía
con desdén no arrojaría
esa existencia fatal?

Mas el temor le detiene


y por la duda azorado
se pregunta consternado
lo que encontrará después.
Y la voluntad vencida
y el corazón animoso
vueltos a inerte reposo
se anonadan otra vez.

Dolor y esperanza DE LA CLARIDAD (ESPERANZA) QUE DIOS OTORGA PARA


PODER SEGUIR VIVO EN LA HORRIBLE TIERRA CADA QUE UNO, DE
DECEPSION, SE QUIERE MORIR.
En otro tiempo, llena de confianza
el provenir soñé resplandeciente
como se ve a la luz de la esperanza
en la edad inocente.

Y aunque adversa me fuera la fortuna


porque entre desventuras vine al mundo
y el viento del dolor meció mi cuna
en piélago iracundo.

Yo de proscriptos vástago infelice


predestinada al desamparo y llanto
escuché aquella voz que nos predice
amor, placer, encanto.

A su acento dulcísimo, halagüeño


vibró en mi pecho un eco de ternura
el alma se forjó dorado sueño
de cándida ventura.

Y en torno mío contemplando ansiosa


busqué ese Edén que reflejó mi mente
¡ay!, a la luz de realidad odiosa
vi un páramo inclemente.

La raza humana se mostró a mis ojos


de iniquidad y crímenes manchada
de la virtud hollando los despojos
con planta depravada.

Do quiera descubrí lágrimas, duelo


corrupción, egoísmo, engaño y duda
al bueno perseguido en este suelo
vi, por suerte sañuda.

Y la tierra con sangre enrojecida


por la lucha de seres destructores
me pareció cual lóbrega guarida
de maldición y horrores

Globo que al exterminio sólo encierra


el hombre contra el hombre conjurado
los elementos en perpetua guerra
el crimen acatado.

El dolor y la muerte soberanos


de este imperio de eterno desconsuelo
cebando su furor en los humanos
con insaciable anhelo.

Donde quiera el bosquejo incomprensible


de una obra inacabada misteriosa
a la humana razón inconcebible
esfinge tenebrosa.

Mi alma entonces de horror sobrecogida


despojarse anheló de la materia
para buscar los limbos de otra vida
exenta de miseria.

Y allí muy lejos de este mundo odioso


donde no alcanza a desplegar su vuelo
ansió por encontrar el misterioso
de amor soñado cielo.

Levantando la mirada
hacia el azul firmamento
un santo presentimiento
sentí despertarse en mí
conocí que no era dado
dudar de la obra divina
porque la tierra mezquina
hasta entonces solo vi.

Y de lo bueno y lo bello
revelación infinita
miré en los astros escrita
con creciente admiración.
Dios, de su luz soberana
lanzando un rayo fulgente
rasgó el velo de mi mente
iluminó mi razón.

Desde entonces resignada


surco el océano profundo
que conduce desde el mundo
al puerto de la verdad.

Y a través de los escollos


y a pesar de las tinieblas
más allá de humanas nieblas
distingo la claridad.
Y puesta en Dios la confianza
me abandono con sosiego
a ese torbellino ciego
que arrastra a la humanidad.
No miro el mar irritado
no oigo bramar la tormenta
ni el huracán me amedrenta
ni temo la adversidad.

Porque ante mis ojos fija


brilla en esa playa ignota
aquella antorcha remota
faro de mi salvación.
Poniendo la mente en ella
resistir puedo al embate
de la borrasca que bate
mi débil embarcación.

Ruge, viento de dolores


arreciad los temporales
y una tempestad de males
me combata con furor.

Dolor
Canst thon not minister to a mind discas`d
Pluck from the memory a rooted sorrow
Raze ont the wtillen trombles of the brain
And with some sweet oblivisur antidote
Cleause the stuff`d bosom af that perilens stuff
Which weighs upon the heart?

¿No te es posible, di, curar el alma


desarraigar un hondo sentimiento
extirpar del cerebro un pensamiento
y a la razón volver su antigua calma,
no puedes, dime, administrar prudente
antídoto suave del olvido
que calme el pecho de dolor henchido
y que amortigüe el corazón doliente?
Shakespeare, Macbeth

¿Qué existencia maldecida


fue la que el cielo me diera
que a luchar solo naciera
en la tempestad mecida?

¿Por qué pasaron veloces


de la inocencia los años
trocándose en desengaños
mis ilusiones precoces?

¿Qué se hizo la ciega fe


y la noble confianza
y aquella grata esperanza
que en el destino cifré?

¿Por qué la naturaleza


miro al través de un crespón?
¿Por qué no hallo una ilusión
que disipe mi tristeza?

¿Quién pone esa nube negra


que cual un fúnebre velo
me cubre siempre del cielo
la luz que a mí no me alegra?

El viento que triste suena


suspirando en mi ventana
el eco de esa campana
que en mi corazón resuena

todo me infunde pesar


todo tristeza me inspira
y ya mi mente delira
y quiero ya descansar.

Mis ilusiones pasaron


con mis años halagüeños
y mis dorados ensueños
cual humo se disiparon.

Todo en la vida perdió


para mí su dulce encanto
y en lágrimas de quebranto
mi corazón se anegó.

En otro tiempo gustaba


vagar en la soledad
huyendo la sociedad
de quien el alma era esclava.
Mas ahora, ni en su seno
hay ya paz y bienestar
ahí me sigue el pesar
nublando el placer sereno.
La sublime creación
curarme puede en mi pecho
esas dos llagas que han hecho
la muerte y la proscripción.

Ellas mi existencia llenan


y cual esfinges sombrías
me acompañan en mis días
y mis horas envenenan.

Oscurecen el pasado
llenan de luto el presente
y el porvenir a mi mente
lo presentan desolado.

Consume mi alma el dolor


y mi cuerpo se aniquila
y ya mi razón vacila
en este abismo de horror.

Sin que halle en mi desventura


algún ignorado asilo
en cuyo seno tranquilo
olvide tanta amargura.

El rudo huracán domina


con ímpetu poderoso
lo mismo al árbol frondoso
y la flor que al suelo inclina.

Mas pasada su violencia


se levantan más hermosos
sonríen al sol dichosos
bendiciendo su presencia.

Y olvidan cuanto han sufrido


gozando del rayo ardiente
de aquel astro refulgente
a cuyo influjo han nacido.

Así hay seres en el mundo


que cual ellos se agobiaron
y también se reanimaron
tras de huracán iracundo.

Pero yo, desventurada,


suspiro por el olvido
y mi reposo perdido
no puede volverme nada.

¡Ay!, todo aquello que un día


mi corazón extasiaba
cuanto a mi mente halagaba
dando a mi pecho alegría

hoy me ocasiona tormento


porque entre el tiempo pasado
y el presente desolado
media un abismo sangriento.

La violenta tempestad
raudo impulsor de mi vida
me llevó cual ave herida
a lejana soledad.

Y vaga mi pensamiento
en los recuerdos penosos
de tantos hechos odiosos
y de miserias sin cuento.

¡Oh Dios!, a quien siempre adoro


sin esperanzas me siento
pon alivio en mi tormento
y estas lágrimas que lloro

seque tu mano, ¡ay de mí!,


ya he sufrido demasiado
ya de todos he dudado,
¡no quiero dudar de ti!

A la naturaleza
Templo del creador, feliz natura,
que ostentas esplendente tu belleza
revelando en la tierra y en la altura
del señor la grandeza.

Yo vi tus maravillas, arrobada


y en tu grandiosa poma te admiré
por tu magnificencia iluminada
di constancia a mi fe.

En tus faces variadas e infinitas


de aquel los atributos dejas ver
en ti las letras de su nombre escritas
lo dan a conocer.

Imagen es el mar de su grandeza


y los cielos reflejan su hermosura
la luz del sol naciente su pureza
su amor la criatura.
De los volcanes el tronar horrendo
de airada tempestad el estallido
y el rayo y el torrente y el estruendo
del mar enfurecido

resuenan cual la voz de su justicia


que alzándose potente e indignada
reprende de los hombres la malicia
mas sin ser escuchada.

Los bosques, las praderas y las flores


el caudaloso río, el arroyuelo
las estrellas que esparcen sus fulgores
las nubes en el cielo

el sol que todo anima y embellece


los pájaros que cantan sus amores
la luna que plateada resplandece
la aurora en sus albores

forman un himno santo y misterioso


que canta en alabanza de su autor
y el eco del creyente respetuoso
se une a ese clamor.

Bendita seas, sí, naturaleza,


a quien debo consuelos celestiales
pues frente de tu espléndida belleza
se adormecen mis males.

Y si la humanidad con sus horrores


me hiciese alguna vez la fe perder
bastaríame ver tus esplendores
para volver a creer.

Al Misti

Salve, Misti majestuoso


cuya cabeza gigante
aparece al caminante
como un fanal en el mar
que ocultas tu frente altiva
entre las nubes ligeras
cuando brisas lisonjeras
te acarician al pasar.

La blanca nieve corona


tu cima, que abrillantada
por el sol o acariciada
se ve por la tempestad.
Y del relámpago al brillo
te muestras en tu grandeza
imponente de belleza
y soberbia majestad.

Cuando, rasgando la nube,


el rayo hiere tu seno
y del horrísono trueno
se oye el eco atronador
ostentas tu faz tranquila
en tanto que activa llama
en tus entrañas inflama
un fuego devorador.

Yo te saludo extranjera
y de mi patria arrojada
por la desgracia postrada
hasta tu falda llegué
y era todo semejante
para mí a la patria aquella
el cielo, el campo, la bella
ciudad que duerme a tu pie.

Mas esos campos amenos


no los recorrí en mi infancia
de esas flores la fragancia
no ungió, no, mi corazón
de los hechiceros rostros
que en mi camino encontraba
ninguno a mi mente hablaba
con recuerdos de afección.

Y esas miradas tan frías


que arroja la indiferencia
me mostraron la inclemencia
de la proscripción fatal,
¿de qué sirve la existencia
que no animan afecciones
que no alientan ilusiones
que yace en sueño letal?

¿Para qué alzar la mirada


cuando ésta no halla el semblante
de madre o hermana amante
que sonría con amor?
¿Para qué a la agenda dicha
de nuestra vida agitada
mezclar la gota, amargada
con acíbar de dolor?

Yo recorro en mi memoria
todo el tiempo que ha pasado
y que en pos de sí ha dejado
una huella de aflicción.
Con él se fueron las dichas
tras él se quedó el hastío
y este profundo vacío
que siento en mi corazón.

En otro tiempo, dichosa


recorrí pueblos lejanos
libre de cuidados vanos
de la existencia gocé.
Contemplé del océano
la incomparable grandeza
de sus playas la belleza
con entusiasmo admiré.

Y las fuertes emociones


de la tempestad violenta
agitaron mi alma, exenta
de vana curiosidad.
Y sedienta de enseñanza
en esos trances buscaba
la faz de Dios y la hallaba
mi mente en la inmensidad.

Como estrella refulgente


que brilló siempre a mis ojos
disipando mis enojos
santificando el placer
el objeto más sublime
que fijó mi pensamiento
que elevó mi sentimiento
enalteciendo mi ser.

Contemplando la belleza
que el Universo engalana
se ve que todo se afana
en alabar a su autor
así, tú, Misti, levantas
hasta el cielo tu cabeza
proclamando la grandeza
de aquel supremo hacedor.

Y yo, triste peregrina,


del Illimani hija errante
que con planta vacilante
a estas comarcas llegué
buscando un asilo oscuro
donde ocultar mi tristeza
tu sorprendente belleza
soberbio Misti, admiré.

En ti saludo a esos seres


cuya dulce simpatía
calmó mi melancolía
y adormeció mi dolor
mándales, ¡oh Misti hermoso!,
en tus brisas perfumadas
de gratitud emanadas
tiernas palabras de amor.

Salmo 136
Cuando cautivos íbamos un día
campos de Babilonia atravesando
y sus revueltos ríos, sollozando
en la margen sombría
a ti, ¡oh Sion!, la mente se volvía.

Los sauces fresca sombra nos prestaban


y en sus ramas dejábamos pendientes
las arpas y las cítaras dolientes
que los dedos inertes no pulsaban.

Los que nos conducían aherrojados


lejos de nuestros plácidos hogares
repetid, nos decían, los cantares
de Sion afamados
cantadnos vuestros salmos celebrados.

¡Oh, no!, jamás , jamás entornaremos


los himnos del Señor entre cadenas
en tierra extraña y con agudas penas
que solo en libertad cantar sabemos.

Jerusalén, ¡amada, patria mía!


decíamos entonces con gemidos
de tus hijos cautivos y vencidos,
¿cuál es el que podría
profanar tus cantares de alegría?

Quede el harpa en la mano muda y yerta


y enmudezca por siempre el labio mío
antes que olvide en torpe desvarío
que de desolación estás cubierta

¿Do tu grandeza está, Sion amada?


¿Quién te miró en escombros convertida?
¿Por qué te encuentras triste y abatida
y, madre desolada,
de tus hijos te ves abandonada?

Recordad, ¡oh Señor!, el negro día


en que Jerusalén fue devastada
cuando de Edom la tribu reprobada
se extasiaba en cruel carnicería.

¡Derribad, derribad, ¡oh vencedores!


de esta ciudad no quede ni memoria
piérdanse los vestigios de su gloria!
Clamaban los traidores
entre el voraz incendio y los horrores.

¡Hijos de Babilonia, desdichados,


cuando pese Sion en la balanza
del Dios de la justicia y su venganza
os condene a morir sacrificados!

Dichoso aquel que hollando vuestra frente


os arroje vencidos y humillados
a duro cautiverio condenados
entre extranjera gente
a probar del dolor la amarga fuente.

Dichoso el que del seno de sus madres


vuestro tiernos infantes arrancare
y en las peñas sus cráneos estrellare
ante los ojos de sus propios padres.

Melancolía
¡Cielo, tierra, inmensos mares!,
oíd mis acentos dolientes
huracanes y torrentes,
¡sed eco de mis pesares!

¡Bellos montes que el sol dora


nubes que ligeras vais
rocas que mudas estáis
oídme, mi voz implora!

Árboles de grata sombra


céfiros murmuradores
aves que cantáis amores
arroyos en verde alfombra

por un momento cesad


vuestra sublime armonía
dad tregua a vuestra alegría,
¡llorad conmigo, llorad!

Nunca ser más desdichado


en su pena os invocó
ni ser alguno sufrió
por un dolor tan sagrado.

Mas si insensibles quedáis


a tan acerba dolencia
y la cruel indiferencia
de los hombres imitáis

no os pediré compasión
pero respondedme, os ruego,
y restituidme el sosiego
ilustrando mi razón.

Decidme, ¿qué es el mortal,


quién sus destinos dirige
si una ley de amor los rige
o de odio una ley fatal?

¿Y qué es su mísera vida


que siempre va contrariada
al infortunio arrastrada
y por el mal combatida?

¿Por qué nace destinado


a vivir siempre luchando
y en pos de sí va dejando
todos los seres que ha amado?

¿Por qué busca la virtud


para hallar iniquidad
y amando la libertad
sólo encuentra esclavitud?

¿Por qué se halla condenado


a ver reinar el error
presa eterna del dolor
que a su ser va encadenado?

Y si consagra su vida
a la triste humanidad
a su patria, a la verdad
a la ciencia esclarecida,

¿por qué solo decepción


e ingratitud es el fruto
de su afán y por tributo
le dan la persecución?

Decid, ¿este mundo cruel


su enigma es de expiación
y hallamos la explicación
solamente en su dintel?

¡Hablad! Mi débil razón


nada alcanza a comprender
y sólo puedo saber
que sufre mi corazón

y éste de arcilla formado


no tiene fuerza ni aliento
de la adversidad al viento
mísero, se ha doblegado.

Vencido por el pesar


sin amores ni alegría
aspiro a la tumba fría
donde es grato reposar.

Mas mi alma que es inmortal


alienta otra aspiración
y adivina una mansión
en la esfera celestial

donde está la solución


del problema de la vida
donde no tiene cabida
la injusticia y la opresión.

Donde brilla la verdad


y la virtud se enaltece
el error se desvanece
y el amor es realidad.

Donde el genio desplegar


podrá sus alas divinas
sin que pasiones mezquinas
lleguen su vuelo a turbar.

Donde todo ser sensible


que encuentra oscura y glacial
la atmósfera terrenal
hallará otra bonancible.

Ardiente en su aspiración
busca mi alma la verdad
no la halla en la humanidad
e interroga a la creación.

Y en ese alfabeto santo


lee en signos misteriosos
de Dios los fines grandiosos
y allí brilla sacrosanto
del omnipotente el nombre
escrito en su obra sublime
cual un artífice imprime
el suyo, en gloria del hombre.

Mi alma le adora y tranquila


segura de su alta esencia
confía en otra existencia
y en la esperanza se asila.

Hasta que llegue el momento


de alzar, serena, su vuelo
abandonando este suelo
por el patrio firmamento

cuando el cuerpo fatigado


por el dolor consumido
y por la muerte vencido
torne ya al sepulcro helado.

Entonces, hermosas flores,


creced en mi último asilo
en su recinto tranquilo
esparcid suaves olores.

Árboles que tanto amé


vuestra sombra allí llevad
brisas, allí murmurad
los suspiros que os confié.

Arroyuelos refrescad
aquel polvo fatigado
sol, cuyo brillo he amado,
mi sepulcro iluminad.

Rocas, nubes, montañas


vosotras que yo admiré
cuando ya en la tumba esté
no seáis a mi muerte extrañas.

Cielo, tierra, inmensos mares,


huracanes y torrentes
volved mis ecos dolientes
a ese asilo de pesares.
José Ricardo Bustamante

Un ideal poético
(Leyenda. Fragmentos)

I
El ideal del arte al pensamiento
en el mundo real de nuestra vida
un culto nuevo le creó. Su encanto
el vulgo desconoce, o no adivina
que pudiera existir, cuando ni alcanza
que en ciertos seres un sentido exista
como don singular de instinto santo
para amar y sentir aquel encanto.

Sexto sentido, por el cual concibe


ávida el alma sensaciones dulces
como se goza, por los otros, grata.
La impresión material que nos producen
el sabor, la armonía, los colores
y de las flores el fugaz perfume
en este drama de la humana escena
que goces brinda como ofrece pena.

Escenas de la vida, diferentes


según los tiempos y diversas zonas
y en cuyo curso, con el digno objeto
que así lo inspira, el sentimiento brota
del ideal sagrado con que el alma
a la pasión despierta de la gloria
siendo alma de poeta la que siente
de esa moral fruición la llama ardiente.

En la América aún joven, donde el peso


de la ignorancia sofocó, en tres siglos
la acción del pensamiento, sólo tuyo
el hombre de la fe con fanatismo
el ideal ante el vigor sublime
de la naturaleza y sus prodigios
en su cielo, su sol, sus horizontes
sus selvas, ríos y gigantes montes.

Aquel del arte (como excelso fruto


de humana perfección mediante el genio)
ideal ajeno a la materia frágil,
nuestra especie sublima en el concepto
de la propia conciencia y lo produce
la cultura social en su apogeo
que en la esfera moral o de la idea
su fuente brota y su virtud campea.

Tú lo sabes, amigo. En tu poema


la ingratitud, que, a forma tan galana
uniendo de verdad el colorido
trazó tu musa en fáciles estancias
(y el que me has dedicado como prenda
de amistad digna para mí tan cara)
del egoísmo a la perfidia opones
la piedad en sencillos corazones.

Tu ideal es ese. Pero el alma sufre


con la verdad del hecho señalado
de ser la culta juventud de América
por sórdido interés de instinto ingrato.

Bajo el anhelo de adquirir fortuna


a fe jurada del amor burlando
y allí do reina tan indigno ejemplo
lo ideal no tiene dentro el alma templo.

Cierto es, no obstante, que excepción ha sido


y lo es doquier entre la grey humana
ese don de exaltado sentimiento
por lo bello moral y que las almas
sus jerarquías de nobleza tienen
contarse puede la falange alada
de esos genios que irradian claridades
de su culto a lo bello en las edades.

Sanzio y el Dante, Miguel Ángel, Tasso,


Milton, Cervantes, la Staël, Virgilio,
Lamartine, Klopstóck, Guilbert, Beethoven,
Camoens (pocos más que no al olvido
dará la historia de los hombres) astros
son de la humanidad, sobre el Olimpo
de esa gloria inmortal del pensamiento
llevando el ideal hasta el portento.

Cuadro primero
Cet enfant avait pour trait distinctif de son
Caractère un sentiment si vif du beau dans
la nature et dans l´art que son âme n´était pour ainsi dire
Qu´une transparence de la beauté matérielle on idéale éparse
dans les ouvres de Dieu et des hommes…Il avait le mal du ciel
Lamartine.

I
Descendiente de príncipes germanos
Ezequiel era un joven de esa patria
donde Goëthe y Schiller murieron
y la Atenas llamose de Alemania.
Cuando fue emporio de las letras y artes
de Weimar, niño trasladose a Francia
y en París educado, allí vivía
entre sueños de gloria y poesía.

De índole noble su carácter muestra


El tipo de esas almas donde imperio
Tiene un sensible corazón, nacido
Por señorial merced con privilegios
No otra grandeza su criterio acata
Que la que lleva de virtud el sello
y a las acciones y al talento pide
lo que del hombre la grandeza mide.

¿Qué ensueño, al cabo, de ideal profundo


en su alma de poeta se derrama
y le causa esos éxtasis que elevan
su alma sensible a celestial morada?
La lumbre del amor, para su encanto,
en los misterios de su mente vaga.
¡Vedlo!, contempla fervoroso y quieto
de una araña al fulgor un grande objeto.

En un cuadro, una imagen de madona


que sobre rostro virginal revela
tristeza viva tan paciente i santa
que al verlo el joven consternado queda.
para él tal rostro con verdad reviste
la animación real de la existencia,
para él existe esa mujer: … la adora
desvelado, a su frente, hasta la aurora.

¿Por qué no duermes Ezequiel? Tu pecho


bajo el silencio de la noche veía
delante de ese cuadro, que tu vida
o arrastra a las pasiones de la tierra
o por piadosa devoción, ¡quién sabe!,
tus pensamientos hacia el cielo eleva.
¿Oras tú, ante la madre dolorosa,
o esa es la imagen de tu amada hermosa?

Es un artista apasionado el joven


en el secreto de su amor por la obra
del genio del pincel, que lo extasía,
muestra el sino de una alma soñadora.
Alma de un Kerner, que al ideal del arte
consagra el tiempo sin contar las horas,
pues que se abstrae de lo humano y sube
al infinito sobre blanca nube.

II
Ezequiel de Wartbourg, hermoso, rico,
titular de un Estado en las Sajonias,
entusiasta del arte, circundando
en su palacio, cual con regia pompa
de bellos lienzos, mármoles y bronces
artísticos tesoros que lo adornan,
su orgullo vano solamente muestra
por esa del pincel obra maestra.

Del divino Rafael la más famosa


pintura, fuera ante sus ojos nada,
comparada con esa que el acaso
trájole entre otras para ornar su casa;
que hallar en ella, se imagina, el rostro
de la virgen amante, destinada
a ser su amada compañera un día
y a la que él nunca descubrió en su vía.

Aquel genio poético y sublime


revelación bendita ve en el arte
y con la fiebre del amor adora
por hechizo ideal aquella imagen,
sin pensar o saber que acaso exista
mujer alguna cuyo rostro iguale
en belleza, en candor y en tal dulzura
a ese tipo, creación de la pintura.

De noche, en el silencio, al contemplarla,


entre aquel rostro virginal doliente
y su alma ve Ezequiel de simpatía
misteriosos cruzar efluvios tenues;
moverse ve esos labios y palabras
vibrar oye inefables, elocuentes,
que le dicen “¡oh, gracias! Soy dichosa,
tu mirada al sentir tan amorosa”.

Para todo mirar, que ya no sea


el de aquel joven exaltado, sólo
un pensamiento de pintor insigne
es de tal virgen el divino rostro
pensamiento ideal, brote del genio
sobre el que puestos los humanos ojos
ven la encumbrada celestial belleza
coronada de lumbre y de pureza.

La paz etérea reposar parece


tras los recuerdos de la vida humana
en la expresión meditabunda y triste
de aquella imagen de adorable gracia
pues la circuyen, con secreto encanto,
esos celajes de cerúlea calma
tras las borrascas de dolor profundo
que el alma viera, transitando el mundo,

cual lámpara encendida y permanente


día y noche ante el ara do se adora
bendita imagen por devotas almas
extático nuestro héroe se abandona
a la contemplación de esa pintura
de expresión virginal tan religiosa
y en un sitio la esconde, solitario,
cual reliquia en suntuoso santuario.

En medio de tal éxtasis, congojas


sentir revela el fervoroso amante
porque piensa que nunca sobre el mundo
ha de hallar el modelo de esa imagen,
siendo que cree, por su fe, que sólo
él exista en la esfera de los ángeles,
mas, de novio un anillo y su corona
deposita a los pies de la madona.

Con ese voto de pasión tan viva


aquel objeto de amoroso arcano,
de Ezequiel de Wartbourg en el espíritu
fue su más firme religión, al cabo,
que él era el alma de su vida, el móvil
de sus ideas y sus nobles actos,
él su orgullo, su pena, su alegría,
la esperanza que fiel le sonreía.

Ímpetu a veces de pasión profana


a darle aún vino temerarios celos,
temiendo que otros concebir pudieran
de adorar aquel cuadro el pensamiento,
pero la vista de la joven santa
borraba tras la noche sus recelos
y a su amoroso corazón volvía
la dulce calma con la luz del día.

Llamando entonces a su palacio amigos


artistas, sabios, liberales jóvenes,
los festejaba con grandeza pródiga
mostrándoles sus libros y sus bronces,
las maestras obras del pincel, objetos
que el gusto admira y el saber conoce
ocultándoles solo, con porfía,
la prenda que es para él de idolatría.

Un día, empero, cual un vano amante,


un confidente de su amor él quiso
tener, por gala de su propio encanto,
en su más caro predilecto amigo.
Fraternal era, por aquel, su afecto,
y con misterio lo llevó al recinto
ya consagrado, y enseñóle aquella
imagen santa de expresión tan bella.

“Mira, mira (le dijo) ves mi amada


la bella virgen de mi culto… ¡Mira!
Nada, en la tierra, semejante has visto
es mi ensueño, la Laura de mi vida.
Ella me arrulla con amor si velo
ella si duermo me despierta y liga
mi ser humano con el cielo, en donde
para la vista mundanal se esconde”.

“¡Cierto!, es muy linda esta mujer (contesta


el otro joven) es esbelta, rubia,
la he visto, la conozco y cuenta acaso
años dieciocho cuando más en suma”.
“¿La has visto?” “Sí, por cierto. Es una moza
que de modelo sirve a la pintura
por un triste salario, ¡pobrecilla!,
su historia, ya lo ves, es muy sencilla.

Pero es linda, admirable, y si tú quieres


verla también en el taller de Spano,
el pintor español, allí algún día
iremos y sabrás que no te engaño”.
“Te creo…, mas, iremos cuando quieras”.
Replícole Ezequiel aparentando
Indiferencia, y a su amigo luego
mostró cien cuadros, sin perder sosiego.

III
¿Son espejismos, ilusión, mentira,
del arte vaga nube, etéreo halago
esos sueños de una hábil fantasía,
esas visiones del ideal encanto?
Mas, ¡y qué importa si en la vida siempre
triste es lo real, y lo sublime es vano!
Pobre Ezequiel, tus sueños ya se alejan
y hondo vacío al corazón te dejan.

Llegó la noche y al hallarse solo


con su amor desgarrado y convertido
en desencanto odioso para su alma,
alzó los ojos y los tuvo fijos
un instante en la casta y bella imagen
y su pecho entre angustias combatido
cual océano entre feral tormenta,
al cabo en ayes de dolor revienta.

Profunda noche difundióse en su alma


sobre ella cruzan serpentinos lampos
lejanos ruidos la estremecen luego
y por instantes, en vaivén flotando,
de aquella tempestad en la tiniebla,
la blanca imagen de su amor soñado
pasa cual pasa la gentil gaviota
alzada en la onda que al peñasco azota.

Al verlo, al frente, de aquel rostro mudo


mas coronado por la exelsa aureola
de la apacible majestad del ánimo
y él, mustio, pálido, las guedejas blondas
sobre su sienes sin peinar cayendo
sus negros ojos con mirada torva,
al arcángel se viera, maldecido
a frente de la luz que ya ha perdido.

“¡Maldición sobre mí!, por fin murmura,


¡Oh, mi sueño ideal! ¿Qué pues te has hecho?
¿Por qué te ahuyento cuando así has posado
sobre la almohada de mi blando seno?
De fuego fueron tus ligeras alas,
pues me han quemado el corazón, do siento
abrirse abismos de dolor… ¡Señora!
¡Mirad!, ya mi alma moribunda llora…

¿Iré por ver a esa mujer? Acaso


así infamada la amaré… ¡locura!,
blasfemia vil de mi demencia impía...
Ella ha caído ya ante mí en su tumba…
¿Por qué, oh Dios, se ha volado el que yo amaba
ser de tu cielo, que busqué en tu altura?
¡Oh, miserias del mundo que en pedazos
la dicha me arrancáis de entre los brazos!

Del ideal de mi alma y de mi llanto


ahora, que ría con sarcasmo el mundo”.
Y cayó el joven, silencioso, yerto
con la frente apoyada contra el muro.
Lúgubre velo fue a buscar más tarde,
símbolo triste, al parecer de luto.
Fue la mortaja de su amor, con ella
cubrió la imagen de su amada bella.

Ezequiel de Wartbourg había sentido


la adoración al arte, las sublimes
obras del genio vinculando acaso
en el mundo moral con lo tangible.
El altar de su culto, derribado,
el luto su alma desgarrada viste…
¡Ay, infelice, del que incauto sabe
darse en sus sueños un dolor tan grave!

Epílogo
Acompañado por un viejo amigo
que un cuadro presenció de esta leyenda
(siendo él por cierto muy veraz testigo)
a un templo de París llevé mi ofrenda
de caridad un día
en que allí se pedía
un óbolo sagrado
para auxilio de un pueblo desgraciado.

Ilustres damas de la gran nobleza


de Francia, en el dintel del sacro templo,
como incitando a generoso ejemplo,
mendigaban allí, por la pobreza.

De Broglie la duquesa presidía


esa noble embajada
de la filantropía
por su hija ilustre así representada.
Madame de Staël, la poesía
daba al acto mayores atractivos
creciendo, en tal virtud, los donativos.

Una de tales damas, quien tendría


sus años treinta cuando más, con mudo
ademán me extendió su noble mano
y yo, aunque pobre, como buen cristiano
eché en su bolsa mi pequeño escudo.

“¡Bellísima mujer!, ¿la habéis notado?”


Dije a mi amigo. “Oh, sí, que es la princesa
de Wartbourg. Sé su historia en el pasado,
os la puedo contar si os interesa”.
Y cumpliéndome luego su promesa,
me contó el episodio que he contado.

De caridad, que encanta,


vino a ser aquel ángel instrumento,
sirviendo al pobre con su mano santa.
La que así de mi humano sentimiento
En el citado día
en óbolo en el templo recibía,
fue Marta de Waldeski. Yo su historia
he guardado constante en la memoria.

La hija de la loca
(Leyenda)
A la joven señora Libania Augusta de F.M.

Dotada del genio músico


hija amante e hija amada
vos conocéis los efectos
de la música en el alma.

I
‒¿La viste tú?
‒Bien la vi.
A pesar de mi cansancio
después de seguir dos leguas
trémulo y débil anciano
por entre la negra fronda
tras el ruido de sus pasos
llegué al puerto y descubrí
del alba a los febles rayos
que alguno la acompañaba.
Era un hombre disfrazado.

Cual ella con pardas ropas


de los monjes franciscanos.
Distinguí la voz del hombre.
Laura asida de su brazo
saltó a la barca, que luego
blanca vela desplegando
al impulso de la brisa
resbalaba sobre el lago.
Hasta que a poco en la bruma
despareció.

‒Traspasado
De pesar me dejas, Bruno.
¡Esto es hecho! Temerario,
un seductor se la roba
y ella abandona el regazo
de su madre… ¡Pobre madre!
A quien el cielo privando
de la razón, ha querido
no hacerle sentir acaso
las redobladas angustias
de un destino tan aciago.

Don Gaspar de Montelirio


caballero octojenario
en la verja de su quinta
do moraba retirado,
así con acento mustio
sus lágrimas enjugando
hablaba con Bruno Ponce
su fiel y antiguo criado.

II
¿Qué es, gran Dios, esa niebla tan oscura
en que el alma se envuelve soñolienta?
¿Qué, ese estado de calma y de tormenta,
llamado por los hombres la locura?
Privación de la antorcha de la vida,
enigma de natura
que no es dolor ni signo de contento;
que es piélago en que el alma sumergida
perdió la voluntad y el pensamiento.

Misterio incomprensible, perpetuado


sobre lánguidos seres,
compasible o tal vez feliz estado
que si priva al mortal de mil placeres
también a toda pena
hace la mente del mortal, ajena.

¡Oh!, quién sabe si a veces la desgracia


llega a término tal en la existencia
que Dios como una gracia
reservó para algunos la demencia
piadosa gracia, por azar bendita,
que el juicio reduciendo a la impotencia
de sentir todo el peso de los males
la desesperación del alma evita
¡en flacos y muy míseros mortales!

III
Esa mujer que pasea
de Don Gaspar en la quinta,
es una pobre demente
que ignorada en ella habita.
¡Mísera viuda! Miradla
su belleza aún no declina
que fue muy bella y también
muy desdichada en la vida.
Hay en su mirar tan vago
Esa expresión indecisa
del dolor, quizá en suspenso
porque el alma está cautiva
tras del velo tenebroso
de la horrenda pesadilla.
En las venas de su frente
la contradicción se agita,
oh en sus labios convulsivos
al mostrarse la sonrisa
parece esconder pesares
que ni en la tumba se olvidan.
Signos de febril contento
sobre esa beldad, marchita
por las borrascas morales
son la profunda ironía
del dolor y a llanto mueven
a los que a Constanza miran,
fue su esposo un noble mártir
quien por fortuna enemiga
tuvo que buscar descanso
con el acto del suicida…
La infeliz se volvió loca,
Don Gaspar, de quien sobrina
era aquella desgraciada,
paternal amor le brinda
y a su lado halló Constanza
seguro asilo con su hija.

IV
Laura, la perla del cielo
oh, el ángel de la esperanza
que bajara de un Carmelo
para dar su lumbre al suelo
era la hija de Constanza.
Con la cándida pureza
de niño tierno en la cuna
la dotó naturaleza
dando espejo a su belleza
melancólica la luna.

Virgen de virtud altiva


que si al contacto del aura
hay flor que su copa esquiva
con pudor de sensitiva
huye de ser vista Laura.

Era tan casta criatura


de su madre el embeleso
cuya natural ternura
exaltaba su locura
al darle de madre el beso.
¡Pobre madre! Cierto día
Laura puesta en oración
a sus plantas, le pedía
en esa actitud tan pía
su amorosa bendición.

Entre mustia y delirable


con sentido maternal
sobre su hija suplicante
hizo la loca al instante
de bendición la señal.

De aquel virginal encanto


los ojos color de cielo
luego, en muestra de quebranto
con una nube de llanto
se cubren, regando el suelo.

En tan púdica doncella,


¿por qué tamaña congoja?
¿Por qué se anubla esa estrella?
¿Qué súbito mal sobre ellakjhdfafdlkmnlkjf
tanta turbación arroja?

Rayó la aurora nebulosa y triste


en pos del día cuya tarde viera
de aquella quinta bajo un verde sauce
a Laura y a su madre en tal escena.
En esa noche desaparece Laura
de la morada que encontró en la tierra
para ocultar del vulgo desdeñoso
el materno infortunio y la pobreza.
¿Dónde la niña dirijió sus pasos?
¿Qué raptor de aquel sitio se la lleva?
Misterio es este, conocido sólo
del ser que todo sobre el mundo veía.

Nieta de Bruno, como Laura linda,


de grandes ojos y de edad bien tierna
una muchacha de Constanza al lado
con solícito afán la considera.
Lleva la loca como siempre un velo
que encubre su esparcida cabellera.
Y está vestida con el negro traje
que su triste viudez nos representa.
Con lento paso por un bosque umbroso
camina con su joven compañera,
quien esconde sus lágrimas, finjiendo
cortar las flores que al pasar encuentra.

Llora Juanita, la inocente joven,


suponiendo que Laura esté ya muerta,
pues no llega a pensar que de otro modo
a una madre infeliz dejarse pueda.
Comprende que la Virgen la ha llevado
consigo al cielo, porque no la vea
yerta en su lecho la doliente madre
y así consigue consolar su pena.

Su propia pena… mas de pronto cambia


tal lenitivo que encontró en su idea,
viendo a Constanza con violento arranque
emprender por el bosque la carrera
síguela y corre, mas de vista al cabo
la pierde en el confín de la arboleda
y trémula y llorosa se detiene
y a todos rumbos anhelosa observa.
De nuevo sigue, mas cansada cae
sin aliento esta vez sobre la yerba.
Un instante después rumor cercano
con súbito terror su sangre hiela…
Los ojos alza y arrojando un grito
que repiten los ecos de la selva,
cual la pálida imagen del silencio
ve a la misma Constanza en su presencia…
¡Calla! (le dice la infeliz demente)
dormida está mi Laura, si despierta,
dirá enojada que burlar queremos
el mandato de Dios para que duerma.
A mi lado no viéndola, de pronto
corrí desesperada para verla:
mas recordé que anoche contristada
me rogó que de día no la viera.
Laura tan pura y tan modesta quiere
no dar celos al sol con su belleza…
Duerme por eso, y días y más días
dormirá sin que nadie ya la vea…
Reservando a mí sola está ese gozo
pues soy su madre y…mira…cuando llega
la hora de los fantasmas en la noche
podré velando conversar con ella.
A media noche, cuando duerme todo,
sobre el mundo los ángeles pasean
y en vigilia mi Laura, que es un ángel
aguardará en mis brazos que amanezca…

No reveles a nadie mi secreto


dijo, en torno girando la cabeza
y luego con juanita, silenciosas
de la quinta llegaron a la puerta.

VI
Días y días pasaron
como lo anunció Constanza
y ni remota esperanza
de hallar a su hija lograron.

El Señor de Montelicio
hasta el fin de su existencia
tras constante diligencia
sólo halló doble martirio.

Sobrevívele el buen Bruno


quien cuidó de su señora,
sin que en tanto alguna aurora
trajera consuelo alguno.

Juanita empero, confiada,


y en la ilusión lisonjera
de su edad, el bien espera
para aquella desdichada.

Desde la quinta lo menos


distaba al pueblo vecino
cuatro millas de camino
por entre sitios amenos.

Entre éstos se mira el prado


en cuya alfombra blanquea,
como paloma, la al
dea,
sobre el nido perfumado.

A un franco se muestra un risco


abrigando contra el viento
a antiguo y grande convento
de la grey de San Francisco.
Un santo, humilde patriarca
hubo allí de mucha ciencia,
por quien justa reverencia
tuvo siempre la comarca.

Si él supo curar los males


del cuerpo con tal maestría
remedios también tenía
para dolencias morales.

Con caridad verdadera


como servidor del cielo
ya el alivio, ya el consuelo
prodigaba por doquiera.

El estado compasible
inspiróle de Constanza
con la pena, una esperanza
de su curación posible.

Ella con andar pausado


al convento en romería
llegar a veces solía
con Juanita siempre al lado:

Y en el templo silencioso
las viajeras solitarias
modulando sus plegarias
gustaban dulce reposo.

Alivio mayor sentía


allí la infeliz demente
cuando el órgano en torrente
desataba su armonía.

De la música el encanto
prodigios causó en el alma
de aquella mujer, que en calma
dejaba correr su llanto.

Y aliviándola del peso


que el corazón le sofoca,
exclamaba ‒Si estoy loca,
es que sufro con exceso.

Luego con lúcido tono


decía, alzando del suelo,
vamos, hija, que en el cielo
hay para el mártir un trono.

Todo esto luz a la mente


trajo del buen religioso
que velaba sigiloso
sobre la pobre paciente.

Pero, las horas venían


los días se deslizaban
ni éstos consuelo dejaban,
ni aquellas el bien traían…

VII
En la región ideal del pensamiento
es la música el don de más encanto
aun el poeta de glorioso canto
no conmueve cual ella el corazón.

Arte divino que exitando el alma


y de alto origen reflejando el sello,
por copia más perfecta de lo bello
fue tenido en la mente de Platón.

Sobre el ánimo ejercen sus acordes


acción secreta y a la par tan viva
que la misma palabra no cautiva
tanto como la música el mortal
la palabra, gran verbo, inteligencia
sabiduría y cetro soberano
que en la caída del linaje humano
le quedó de su imperio por señal.

David aún niño con el arpa supo


despertar a Saúl de su demencia
y combatir cantando, la inclemencia
del tenebroso mal que lo agobió.
¿Quién duda del efecto portentoso
de la música en pechos lastimados?
¿Qué profundo pesar o qué cuidados
en el alma del triste no alivió?

La religión cristiana en el bautismo


entona sobre el niño melodías,
y da consuelo en nebulosos días
con místicos cantares al mortal,
ella conforta por amor del alma
con salmos de esperanza al moribundo
y, entre gemidos, el adiós del mundo
le envía con el canto funeral.

Lindaura Anzoátegui
1846-1898, Tarija. Escribió siete novelas históricas publicadas en Potosí: La madre (1891), La
mujer nerviosa (1891), Luis (1892), Cómo se vive en mi pueblo (1892), Cuidado con los celos
(1893), Huallparrimachi (1894) y En el año 1815 (1898); además de poemas dispersos. Vivió en
varios países de Europa por acompañar a su esposo, el presidente Narciso Campero desde 1872 y
firmó varios de sus poemas con el pseudónimo El Novel. En 2006, se reimprimió su obra, bajo el
título Desafío de mujer y el auspicio de la familia, Plural y el estudio de Virginia Ayllón. De esta
publicación tomamos los poemas siguientes.

Bolivia
(Fragmento)
He llorado hasta hoy, acerbo llanto,
al contemplar tu trágica agonía
pero no lloro ya, que hay cobardía
en el llanto que hoy vierte la mujer.

Ella que al hijo su deber le inspira


y al esposo valor, deshecho
quede en silencio su angustiado pecho
sumisa ante el honor debe callar.

Mas, cuando Dios, ¡oh Patria!, en su clemencia


el triunfo te conceda, justo y santo,
débil volveré a ser, vertiendo llanto,
llanto esta vez de dicha y bendición.

Sucre
Sucre inmortal: si con potente brío
mi patria aclama tu virtud, tu gloria,
si América salda tu memoria
y altiva dice al mundo “¡Es hijo mío!”,
¿por qué no unir la voz del sentimiento
a ese clamor armónico y vibrante?
Grata es la luz de pálidas estrellas
tras el regio brillar del sol radiante.
Y así no busca inspiración mi canto
en los laureles que ganó tu espada,
me inclino reverente, entusiasmada
de tu bondad ante el recuerdo santo.
¡Cerebro de héroe y corazón de niño!
Dios al formarte con amor profundo
ciñó tu sien con la inmortal corona
egregio emblema del Señor del mundo.

¡Y tras la redención, el sacrificio!


¡Tras el Tabor, el Gólgota!... La huella
seguiste de Jesús. ¡Cómo descuella
tu suave imagen ante el recto juicio
del siglo que transcurre! Fue tan grande
tu destino mortal que aquí en la tierra
que, avara de tu nombre y de tu gloria,
hasta el secreto de tu tumba encierra.

Y a Bolivia, ¿qué importan tus despojos?


¡Si por herencia le legaste el alma!
Por eso en la ansiedad como en la calma
vuelve al cielo, buscándote, los ojos.
Y cada corazón que aquí palpita
de tu amor, de tu culto se halla lleno
y al esposo y al hijo se le dice
imítalo, ¡tan grande fue y tan bueno!

En un álbum
(A mi amiga Mercedes Ortiz de Ortiz)

Dicen que allá en la noche misteriosa


es muy dulce escuchar del vago viento
la murmurante voz
y en el primer albor del nuevo día
elevarse del ave hasta los cielos
la plácida canción.

Dicen que es bello contemplar el brillo


de la gota purísima que llora
la mañana en la flor
y sentir el perfume de la rosa
cuando abre su corola sonrosada
a los rayos del sol.

Pero yo sé que algo existe de más dulce


que del viento en la noche misteriosa
la murmurante voz
sé que hay algo más tierno que el acento
que al cielo eleva el ave matizada
en plácida canción.

Hay algo, yo lo sé, algo más puro


que ese nítido llanto de la aurora
sobre una blanca flor
y más embriagador que los perfumes
que despiden las rosas entreabiertas
cuando las besa el sol.

Tú lo sabes también, pues que tus ojos


se humedecen con lágrimas dulcísimas
de dicha y bendición
cuando elevas por ellas tu plegaria
por tus hijos que arrullas tiernamente
de hinojos ante Dios…

Plegaria
Ellos duermen, ¡hijos míos!
¡Cuánta calma hay en sus frentes!
De sus labios inocentes
aspiro candor y paz.

Hace un instante a tus plantas


se postraban, ¡virgen pura!,
y con infantil ternura
imploraban tu piedad.

Dulce llanto me arrancaron


sus acentos bendecidos
“¡Padre y Patria!” iban unidos
en concierto angelical.
¡Ah!, sin duda, madre mía,
que tú también has sentido
el corazón conmovido
por tan inocente afán.

Sin duda que tu mirada


de bendición y consuelo
cumplir prometió el anhelo
de esta plegaria filial.

¡Ay!, mientras gocen, tranquilos,


gratos sueños de inocencia,
¡madre!, imploro tu clemencia
humilde, a mi turno, yo.
Tú que del trono de estrellas
donde reinas soberana
la guerra ves inhumana
que nos lanza el invasor
y de mi patria oprimida
por sin igual desventura
despertar ves la bravura
con pujante indignación

y acudir sus hijos, llenos


de patriótico ardimiento
marchar uno contra ciento…
¡No lleva cuenta el valor!

Y allí, noble entre los nobles,


entre valientes valiente,
¡mi esposo! Su altiva frente
irradia bélico ardor.

¡Ah!, que tu manto azulado


sombra les preste en el día
defiéndelos, ¡madre mía!,
sírveles de inspiración…
Devuelve llenos de gloria
mis hijos “¡Patria y Padre”!
Devuélveme, tierna madre,
al esposo de mi amor.

Obrajes
(Villa cercana a la ciudad del Illimani)

Venid aquí los que sentís el alma


sin goces ni ilusión,
los que marcháis sin fe, los que sin calma
tenéis corazón.

Hay luz aquí y en su riente cielo


mil nubes de arrebol
y flores que embellecen este suelo
que vivifica el sol.

¡Es tan dulce sentir la suave brisa


viniendo sin rumor
a provocar del labio una sonrisa
de gratitud y amor!

¡Es tan grato soñar, mientras murmura,


con cadenciosa voz
el río que da vida y da frescura
en su curso veloz!

¡Venid! ¡Venid! Los que sentís el alma


desnuda de ilusión,
los que marcháis sin fe, los que sin calma
tenéis el corazón.

Hay luz aquí y hay flores y hay ensueños


escucharéis su voz,
cayendo, de la dicha siendo dueños,
de hinojos ante Dios.

Natalia Palacios
1837-1918, La Paz. Poeta y maestra. Publicó varios sonetos en revistas y periódicos de la época;
además de Ensayos literarios y Ensayos sobre la educación de la mujer boliviana. De la poeta
dijo, Tomás O’Connor d’Arlach, “todo lo grande, lo bello, lo tierno a inspirado siempre a esta
distinguida poetisa”. El primer poema proviene del Boletín Titicaca; el segundo, del Almanaque
de El Comercio para 1879; los siguientes de la recopilación de Monje, La lira paceña.

Soneto
Blanca cual la aurora matutina
fresca como la brisa embalsamada
bella como la rosa perfumada
que en su tallo se mece purpurina.

Límpida como la fuente cristalina


fue su alma pura, cuando arrebatada
se sintió por la muerte inapiadada
la angelical y cándida Claudina.

Ved que de azahares en su sien hermosa


corona lleva sobre níveo velo
sagrado emblema de virtud preciosa.
Cruzó la senda del doliente suelo
encontró abrojos y ante Dios gozosa
alzó sus alas escalando al cielo.

Primavera
(Soneto)
Cubierta con el velo de la aurora
y entre nubes de nácar esplendente
coronada de rosas su alba frente
ya desciende la reina de la flora.

Viste los campos y la flor colora


púdico aliento, coronado ambiente
juega en el prado y doquier se siente
su majestad risueña, encantadora.

El tiempo su carrera no detiene


no trinan ya en la selva ruiseñores
que en pos de fresca primavera viene.

Calor que agosta las lozanas flores


así la dicha al hombre placentera
le abandona cual flor de primavera.

A la muerte del señor Evaristo Valle


Cumpliose aquí la ley de la natura
un vacío, un dolor, una memoria
sólo deja al morir la criatura.
Mas si rauda se eleva hacia la gloria
el alma eterna refulgente y pura,
¿dónde está de la muerte la victoria?
Mercedes M. del Solar

Pulso mi lira y un dolor profundo


mi pecho agita, mi garganta anuda
contempla mi alma silenciosa y muda
al hombre ilustre que ha dejado el mundo.

Ayer activo, valeroso y fuerte


el sostén era de la patria nuestra
hoy enlutada la ciudad nos muestra
cadáver, ay, despojo de la muerte.

Elocuente orador, hábil tribuno


defensor de la ley, Thiers boliviano
liberal fue y gran republicano
amante del progreso cual ninguno.

Lleno de patrio amor su corazón


las letras cultivó, la inteligencia,
nunca empañó su próvida conciencia
con el vil interés ni la ambición.

Bajo densas tinieblas se eclipsó


tu estrella, oh, Valle, hermosa y refulgente
mas ante el trono del señor omnipotente
tu alma gloriosa el premio recibió.

Los manes de los héroes velarán


la losa que te cubre funeraria
sobre ella tierna y férvida plegaria
los buenos al Señor elevarán.

Descansa en paz, descansa caro amigo,


que la tierra te sea muy ligera
y en la noche la brisa pasajera
vivifique el ciprés que te de abrigo.

Un vacío un dolor una memoria


tan solo deja al morir el hombre
mas sus virtudes patriotismo y nombre
en letras de oro grabará la historia.

Llanto
(Sobre la tumba de mi padre)

Hijos míos, venid, rodead mi lecho


quiero miraros por la vez postrera
y besaros también, oh, si pudiera
junto a vosotros, inmortal vivir.
Abigail Lozano
Sus negras alas tendió
sobre ti, padre, la muerte
sin piedad su mano fuerte
tu existencia arrebató.

¿Por qué su saña implacable


como rayo destructor
impía tronchó, oh dolor,
tu cabeza venerable?

Padre mío , padre mío,


en vano tu nombre invoco
en vano en delirio loco
gimo, lloro, desvarío.
En vano caigo de hinojos
con el corazón deshecho
no estás allí, no en tu lecho
te ven mis turbados ojos.
La muerte inflexible y dura
a ti te dijo reposa
y a mí sobre fría loza
la hiel del dolor apura.

Desde ese instante mi vida


es una horrible agonía
mustia, abatida, sombría
por el pesar carcomida.

Planta marchita, inodora


día a día palidece
ni el aura tibia la mece
ni un rayo del sol la dora.

……………………………………..

Tú partiste para el cielo


a esa mansión sacrosanta
mas yo quedo en pena tanta
sumergida en hondo duelo.

Todo mi bien, mi ventura


en tu sepulcro se encierra
y nada, nada en la tierra
podrá calmar mi tristura.

¿No llega a ti mi dolor?


¿No escuchas mi amargo llanto?
Calma, alivio a mi quebranto,
padre, alcanza del Señor.

Plegaria al Señor del perdón


miserere mei deus
secundum magnam misericordia tuam

Señor, Señor escucha


bondadoso y clemente
al pueblo delincuente
que clama tu perdón,
ante tus pies benditos
arrepentido llora
y prosternado implora
tu inmensa compasión.

Por escabrosa senda


de tu ley olvidado
corrió descarriado
sin conocer su error,
con sus iniquidades
del padre armó la diestra
y hoy día se nos muestra
justiciero el Señor.

Tú, Jesús, que sufriste


en la cruz sacrosanta
víctima pura y santa
cruda muerte y pasión
aplaca su justicia
aplaca sus enojos
vuelve tus dulces ojos
sobre esta población.

Mil veces compasivo


con brazo pío y fuerte
del exterminio y muerte
nos libraste, Señor,
mil veces condolido
la paz nos devolviste
tu pueblo bendijiste
con paternal amor.

La guerra fratricida
se enciende aterradora
su llama destructora
nos llena de aflicción.
¿Acaso tus piedades,
Señor, se han agotado?
Para tu pueblo amado,
¿no habrá esta vez perdón?

Al fin somos tu hechura


tu sangre hemos costado
por ella has apurado
el cáliz del dolor,
por tu pasión y muerte
se acabe la discordia
tu gran misericordia
sálvenos hoy, Señor.

Envíanos, Dios santo,


por tu sangre preciosa
por tu madre amorosa
gracia, paz, protección,
escucha la plegaria
del pueblo desvalido
que a tus plantas rendido
demanda tu perdón.

Plegaria a la virgen de Copacabana


sólo os pido, virgen pía
paz, suspiros y oraciones
Gertrudis de Avellaneda

Lirio fragante del cielo


madre de Dios sin mancilla
fulgente estrella que brilla
sobre este mísero suelo
tú en regio trono sentada
madre amada,
proteges al desvalido
al triste y al afligido
le consuelas apiadada.

Inmarcesible azucena
del jardín del creador
delicia del salvador
de divina gracia llena.
Tú sostén del que camina
y peregrina
en este inmenso desierto
eres el seguro puerto
y la aurora matutina.

Madre cuyo efecto tierno


no deshecha al que te implora
escúchanos, oh Señora,
limpio espejo del eterno,
mira ya nuestro quebranto
y al Dios santo
ruega por el desgraciado,
sobre el hijo descarriado
extiende tu blanco manto.

Nuestra vida doblegada


al viento de las pasiones
pobre flor de estas regiones
por el huracán tronchada
tú rocío matinal
cual raudal
la riega, la vivifica
la embellece y purifica
cual un límpido cristal.

Si la vida lacrimosa
eleva a ti su plegaria
sobre loza funeraria
le das fuerzas, bondadosa,
al huérfano y al mendigo
sin amigo,
que el hombre les niega hermano
tú les extiende la mano
les pones bajo tu abrigo.

Cuando la mar turbulenta


irritada y borrascosa
trae tormenta espantosa
tu solo nombre la ahuyenta
en este mundo de horrores
y dolores,
¿quién a la senda nos guía
de la virtud, oh, María?
Tú, amparo de pecadores.

Quien te invoca con el alma


en el lecho de agonía
muere con tranquila calma
y en su hora postrimera
cual lumbrera
le conduces entre nubes
de ángeles y querubines
a la patria verdadera.

Postrados ante tu planta


te ofrecemos reverentes
humildes votos fervientes
acéptalos, madre santa,
alivia la pena insana
soberana
en este valle de abrojos
vuelve a nos tus dulces ojos
virgen de Copacabana.

María Josefa Mujía


1820-1888, Sucre. Es considerada parte de la primera generación de poetas mujeres bolivianas.
Fue muy reconocida por su poema “La ciega” (1850), glosado en casi toda antología de su obra.
La misma fue recientemente publicada como María Josefa: obra reunida. Extraemos de ésta los
siguientes poemas. Marcelino Menéndez y Pelayo incluyó sus versos en la Historia sobre poesía
hispanoamericana por hallar en “su forma casi infantil […] más intimidad de sentimiento lírico
que todo lo que he visto del parnaso boliviano”.
La ciega
(Composición dedicada a mi hermano Augusto Mujía)
Todo es noche, noche oscura…
Ya no veo la hermosura
de la luna refulgente
del astro resplandeciente
sólo siento su calor
no hay nubes que el cielo dora
ya no hay alba, no hay aurora
de blanco y rojo color.

Ya no es bello el firmamento
ya no tienen lucimiento
las estrellas en el cielo.
Todo cubre un negro velo
ni el día tiene esplendor
no hay matices, no hay colores
ya no hay plantas, ya no hay flores
ni el campo tiene verdor.

Ya no veo la belleza
que ofrece la naturaleza
la que al mundo adorna y viste…
Todo es noche, noche triste,
de confusión y pavor…
Do quier miro, do quier piso
nada encuentro y no diviso
más que lobreguez y horror.
Pobre ciega, desgraciada,
flor de abril marchitada.
¿Qué soy yo sobre la tierra?
Arca, do tristeza encierra
su más tremendo amargor
y mi corazón enjuto
cubierto de negro luto
es el trono del dolor.

En mitad de su carrera
y cuando más luciente era
de mi vida el astro hermoso
en eclipse tenebroso
por siempre se oscureció
de mi juventud lozana
la primavera temprana
en invierno se trocó

Mil placeres halagüeños


bellos días y risueños
el porvenir me pintaba
y seductor me mostraba
por un prisma encantador
las ilusiones volaron
y en mi alma sólo quedaron
la amargura y el dolor.

Cual cautivo desgraciado


que se mira condenado
en su juventud florida
a pasar toda su vida
en una oscura prisión
tal me veo, de igual suerte
¡Sólo espero que la muerte
de mí tendrá compasión!

Consumada mi esperanza
ya ningún remedio alcanza
ni una sombra de delicia
a mi existencia acaricia…
Mis goces son el sufrir…
Y en medio de esta desdicha
sólo me queda una dicha
¡y es la dicha de morir!
Jesús SI BIEN EN ESTE POEMA NO HAY NINGUNA FIGURA FEMENINA, SE
EXPLICA TODA LA VISION DE PORQUE SE DESEA LA UERTE Y SE SUFRE
TANTO EN EL CUERPO Y EN LA TIERRA

Dulce Jesús amoroso


que en mi corazón te estrecho
antes quitadme la vida
que salir vos de mi pecho.

En tu corazón me abrigas
y yo estoy unida a ti
en vuestro seno respiro
y vos respiras en mí.

¡Qué activo y fuerte es tu fuego


dulce, suave y delicioso!
Consumidme, Jesús mío,
en vuestro incendio amoroso.

De tu amor está poseído


mi corazón, de tal suerte
que todo me causa llanto
y desear me hace la muerte.

La muerte, Jesús mío,


dadme aquesta dulce muerte
porque mientras tenga vida
hay peligro de perderte.

Abrasadme y consumidme
volved pavesas mi pecho
y que en tu incendio amoroso
quede el corazón deshecho.

Vamos divino esposo


vamos a tu morada
con eso jamás de ti
temeré estar separada.

Solo con vos quiero estar


mi vida ya no lo quiero
y te diré con Teresa
que “me muero porque no muero”.

Invocación al espíritu santo


Ven Paráclito espíritu divino
fuente de gracia y bienes celestiales
bálsamo santo, alivio en nuestros males
en la amargura tú, el consolador
a nuestras alamas, ven, ¡oh Dios de amor!

Bajo del Cielo rayo soberano


y con tu augusta claridad divina

la sombra ahuyenta el impío error


ven luz de la gracia, ven, ¡oh Dios de amor!

Tú, Dios, de Dios emanación, misterio


que al padre, al hijo en unidad y esencia
eterno ligas, trina omnipotencia
incomprensible espíritu creador
bondad suprema, ven, ¡oh Dios de amor!

Tu sabia diestra poderosa extiende


y al alma con tus dones enriquece
al corazón helado le enardece
con tu celeste fuego abrasador
ven dulce incendio, ven, ¡oh Dios de amor!

Unción sagrada, celestial consuelo


tú, de la humana, mísera flaqueza
eres apoyo, triunfo y fortaleza
tú, quien aleja y vence al tentador
ven fuerte amparo, ven, ¡oh Dios de amor!

Enfermedad del alma, lánguida y desnuda


sin ti, se mira en triste desconsuelo
ven de virtudes portador del cielo
cubre, da vida, aliviada en su dolor
caridad santa, ven, ¡oh Dios de amor!

Tu voz suprema, omnipotente arroja


las negras armas del maligno impuro
tiemblan las huestes del averno oscuro
cuando te invoca el alma con fervor
ven sacro escudo, ven, ¡oh Dios de amor!

A ti dirige nuestro incierto paso


y al padre, al hijo y a ti el alma vea
y por tu influjo santo te posea
goce feliz tu eterno resplandor
así, por siempre te amé, ¡oh Dios de amor!

El océano y el pensamiento
¿Quién eres, dime, genio misterioso?
¿Cómo en mí posas tu atrevida planta?
Yo soy el mar monarca poderoso
¿de mi salida, el bramido no te espanta?

Mira mi undoso imperio, cuán extenso


un abismo insondable en él se encierra
soy en riqueza y en poder inmenso
con tres tantos mayor soy que la tierra.

Para hacerla fecunda en fuerza y brío


para dar vida a todo ser viviente
de mi abundante seno yo le envío
de benéficas aguas la corriente.

Adorno, animación, naturaleza


con mis cristales líquidos presenta
frutos, fertilidad, flores, belleza
en el otoño y primavera ostenta.

¿Quién eres, dime, genio misterioso


gigante alado, venerable anciano,
que ora meditabundo y majestuoso
vienes a contemplar al gran océano?

Yo, dijo el genio, soy el pensamiento


soy del mortal la luz, la inteligencia
tengo en él, noble y elevado asiento
cual don que emana de suprema esencia.

Siempre estoy en continuo movimiento


es sin igual mi ruda ligereza
ora, de un vuelo cruzo el firmamento
ora, recorro la tierra en mi presteza.

La creación entera se me presenta


todo en ella lo abarca mi mirada
todo a mi vista perspicaz se ostenta
los tiempos, las edades y aun la nada.

Soy como tú, prosigue el pensamiento


en lo móvil, lo extenso y revoltoso
soy ameno jardín, variable viento
soy lampo en lo veloz y luminoso.

Tú esparces de tu seno las corrientes


dando a Natura gala y gentileza
yo lego al alma luminosas fuentes
y al mundo de mis flores belleza.

Al mirar del creador las obras bellas


siento el fuego del genio que me inspira
trasmitiendo con Él la imagen de ellas
ora en diestro pincel o en blanda lira.

Canto tu majestad, soberbio océano


monarca colosal, señor del mundo
obra magna de Dios, rey soberano,
insondable cual Él, grande y profundo.

Luz que desciendes desde el firmamento


celeste emanación al hombre enviada
a ti, rindo mis olas, ¡pensamiento!
dijo el mar, en su alma sosegada.

A ti, mi regia voluntad inclino


concluyó el pensamiento, respetuoso
callaron… y, en silencio misterioso,
ambos ensalzan a su autor divino.

La santísima virgen al niño Jesús


(Composición dedicada al Sr. Canónigo Doctoral Dr. D. Pedro Puch)

La Virgen Madre, María,


le decía
a Jesús, su caro bien
en arrullo suave y blando
y cantando
de esta manera en Belén:

‒Regio infante, mi tesoro


yo te adoro
bello niño celestial
duerme, duerme tierno amado
reclinado
en mi seno maternal.
Recibe dulce embeleso
este beso
que te da mi ardiente amor
son tus labios mi ambrosía
mi alegría
tu semblante encantador.

Son tus ojos mi consuelo


y mi cielo
tu sonrisa mi placer
tus miradas, buen Jesús
son la luz
que animan todo mi ser.

Quedo absorta, enternecida


viendo unida
tu augusta divinidad
a la mísera flaqueza
tu grandeza
oculta en tu humildad.

¿Es posible, oh gran señor,


que al creador
de cielo y tierra he de ver
disfrazado en niño tierno
siendo eterno
grande, inmenso su poder?

Sol misterioso, hoy nacido


y escondido
entre nubes del amor
más a tus claros reflejos
desde lejos
vienen a rendirte honor.

Vienen siguiendo el sendero


del lucero
de tu gracia, ya lo ves
tres monarcas a inclinarse
y a postrarse
con humildad a tus pies.

Cuando escucho, hijo querido,


tu gemido
es mi pena sin igual
te acallen, suma hermosura
mi ternura
y el arrullo angelical.

Duerme y cese, dulce encanto,


ese llanto
ya luego el mío verás
porque ha de venir un día
de agonía
que tú en la cruz morirás.

Entonces al verte sin vida


yo afligida
al pie de ella lloraré
mientras tanto, duerme amor
mi señor
de tu cuna estoy al pie.

A ella el arcángel la mece


te adormece
al canto del serafín
duerme, duerme dulce dueño
que tu sueño
velando está el querubín.

A mi sobrino Ricardo Mujía


Triste es la senda que marcó el destino
por do atraviesa la existencia mía
enfermo el corazón y en su agonía
ni sol, ni luna… lóbrego el camino.

Pero del cielo a consolarme vino


templado en el amor y la poesía
su lira, en la que brota la armonía
la inspiración del bardo peregrino.

Tu senda estrella… la trazó la gloria


y flores nacen do tu planta pisa
flores que harán eterna tu memoria.

Hoy el cariño fiel de tu poetisa


te consagra esta flor de su ternura
aunque flor de un erial… su esencia es pura.
En el álbum de mi amiga Lindaura Anzoátegui
Tu álbum, amiga, al abrir
con afectuosa ternura
grata y pura
siento el corazón latir.

Un recuerdo grabe en él
Lindaura amada, me impones,
¿qué expresiones
pondré yo en este papel?

No usaré contigo yo
frases ni lisonjas bellas
pues con ellas
no expreso mi afecto, no.

Eres cual tú, es sin igual


es inexplicable, inmenso
grande, intenso
cuál tú, dulce, angelical.

Y así, al quererte explicar


su cariño el alma amante
este instante
no hace más que suspirar.

El suspiro es la expresión
acento mudo, ferviente
y elocuente
que nace del corazón.

Hoy al dirigirme a ti
te hablo en este mudo acento
un momento
escúchale amiga, sí.

Porque estas líneas están


grabadas con amorosos
respetuosos
suspiros los que a ti van.

Sé que los escucharás


quizá también suspirando
no olvidando
mi ternura fiel verás.
Una lágrima rodar
siento sobre este papel
ella en él
viene mi nombre a firmar.

Dolor y consuelo
(Al distinguido poeta peruano Sr. Don Pedro Elera)

Al cruzar el sendero triste y crudo


que me trazará el mísero destino
entre el mismo pesar acerbo, agudo
hoy te encuentro siguiendo mi camino
también en noche oscura, peregrino.

Opreso el corazón sentí tu huella


por la senda fatal del desconsuelo
uno es nuestro infortunio y una la estrella
a ambos nos cubre negro, denso velo
así lo hubiera decretado el cielo.

“Al escuchar mi lastimero canto”


comprendes el dolor del alma mía
y humedeciendo tu mejilla el llanto
mides lo inmenso de mi pena impía
por tu propia amargura y agonía.

Nadie, nadie en verdad, podrá en el mundo


comprender la expresión de nuestro acento
medir lo grande del pesar profundo
la queja al escuchar del sentimiento
sólo, sí, aquél que sufre igual tormento.

¡Ay! Triste es en verdad ver nuestras flores


de la edad juvenil, que deshojadas
son por recio huracán de los dolores
en el mar de congojas arrojadas
flores de la esperanza marchitadas.

Más, ¿para qué llorar la suerte impía


pues si una lira nos concede el cielo
para pulsar sus cuerdas de armonía
y ser al corazón grato consuelo?
No lo enlutemos con el negro velo.

Si a nuestra vista, oculta la natura


esa gala y belleza que blasona
en todo lo creado su hermosura
ornemos nuestro laúd de una corona
tejida con las rosas de Helicona.

¿Qué importa esté velado el claro día


el astro luminar y refulgente
si blanda nos arrulla poesía
benigna iluminado nuestra mente
con bella luz de inspiración ardiente?

¿Qué no ver de la luna el curso lento


de planetas y estrellas los fulgores
en el espacio azul del firmamento
si en ese Edén de mágicos primores
un día tendrán fin nuestros dolores?

¿Por qué llorar cual mísero cautivo


cuando el sumo hacedor en la esperanza
muestra al mortal su dulce lenitivo
iris bello de dicha y de bonanza
a la que el hombre comprender no alcanza?

Levanta esa cabeza laureada


pues que la luz del genio en ti radia
no tu alma dejes de amargor ahogada
en el presente viendo tu agonía
y lega al provenir tu melodía.

Homero y Milton, en igual destino,


lloraron los azares de la vida
más sembrando de flores su camino
siguieron con valor, con frente erguida
y hoy se canta su gloria engrandecida.

Marchemos firmes ya que en niebla oscura


nos condena a llorar hado enemigo
y calme el tierno canto la amargura
que, en él, mis penas partiré contigo
te ofrezco mi amistad, serás mi amigo.

Mi corazón, tu queja ha conmovido


una suerte fatal a ambos nos liga
“es uno nuestro acento dolorido”
más, si hoy el mío pesar mitiga,
te ofrezco mi amistad, seré tu amiga.
A la memoria del joven poeta Néstor Galindo
Oigo una voz que me dice
tu destino es de dolor.
Néstor Galindo

Atrás, miserias de la humana vida,


atrás, fantasmas del dolor maldito;
mi alma se lanza a recorrer perdida
la soberbia extensión del infinito
N. Galindo

La voz del hado, Néstor, te previno


que de amargura tu existencia fuera
y también de dolor tu cruel destino
rómpase luego la vital barrera
no seguir quiero el áspero camino
dijo escuchando tu alma conmovida
atrás, miserias de la humana vida.

Viste hermano brillar allá en tu mente


el astro de tu bella primavera
mas, al verse enlutada tristemente
y eclipsarse en mitad de su carrera
dijo tu corazón lanzando un grito
atrás, fantasmas del dolor maldito.

El eco de tu lira melodiosa


atrás, repite, atrás necia esperanza
atrás, falsa ilusión, lumbre engañosa
que otro sol más radiante en lontananza
felicidad y gloria no mentida
mi alma se lanza a recorrer perdida.

Así cantabas y al fatal combate


te lleva de la patria el amor santo.
Suena el cañón… tu pecho ¡ay!, ya no late,
y dejando a tu patria en triste llanto
tu alma cruzó con vuelo solícito
la soberbia extensión del infinito.

A un pensamiento marchito
(A Tomás O’Connor d’Arlach)

¿Por qué lánguida y marchita


sobre tu tallo agobiada
sin perfume y agostada
te miras preciosa flor?
¿No te meció blanda brisa
su aliento no te dio vida?
¿Tienes, cual yo, flor querida
pensamiento de dolor?

¿No te besó el cefirillo


que siempre entre flores mora?
¿No derramó en ti la aurora
de sus perlas el frescor?
¿Tal vez, cuál a mí te ha sido
invierno la primavera
o abrigas flor hechicera
un recuerdo de dolor?

¿Te colocó alguna bella


sobre su pecho angustiado?
¿Tal vez hubo en ti exhalado
suspiro ardiente de amor?
¿Tal vez en ti rodar hizo
una lágrima ligera
la que triste signo fuera
de un recuerdo de dolor?

Tu languideza y agonía
retratan mi corazón
marchito por la aflicción
y del alma el amargor
Es pálida corola
sin belleza y lozanía
copia es de mi faz sombría
por recuerdo de dolor.

Flor simpática y modesta


a quien llaman pensamiento
siendo emblema de tormento
tu misterioso color.
Más eres tú para mí
de la pena, mensajera
la que a mi mente trajera
un recuerdo de dolor.

Deja ruede sobre ti


mi lágrima por rocío
y sea un suspiro mío
céfiro acariciador.
Pues eres tú, pensamiento,
imagen de mi amargura,
presentando a mi ternura
pensamiento de dolor.

A mi amiga la señora Carolina F. de Jaimes


(remitiéndole mi retrato)

Los ecos de tu lira


amable Carolina
tienen magia divina
que hechiza el corazón
ellos traen consuelo
y plácido contento
su tierno sentimiento
disipa la aflicción.

En cada expresión tuya


afectuosa, sincera,
tu voz dulce hechicera
me parece escuchar
entonces, cara amiga,
verte a mi lado creo
y mi ardiente deseo
te vuelve a bosquejar.

En el lienzo del alma


te pinto como poeta
mi mente es la paleta
mi voluntad pincel
mi corazón el marco
del oro de mi afecto
y un cariño perfecto
te ha colocado en él.

Y mientras yo conservo
hermana idolatrada
en el alma grabada
tu imagen ideal
esos ojos hermosos
vean en claro día
de tu pobre María
el retrato real.

Fija en él un instante
mirada compasiva
y tu bondad reciba
un signo de amistad
en él a ti voy toda
pues quiero visitarte
y por ofrenda darte
mi eterna voluntad.

Cuando a la oscura tumba


mis fríos restos bajen
mirando aquesta imagen
quizá suspirarás
entonces, Carolina,
a la memoria mía
una triste elegía
tal vez consagrarás.

Letrilla satírica
Que un charlatán mentecato
del fraile hable con desprecio
sin mirar el menosprecio
que hablando causa a la gente
¡malaya quien lo consiente!

Que el necio se crea sabio


por hablar mil desatinos
de los misterios divinos
temerario y maldiciente
¡malaya quien lo consiente!

Que contra la religión


hable el tonto con placer
sin entender ni saber
lo que profiere insolente
¡malaya quien lo consiente!

Que de Dios y sus ministros


haga alarde en despreciar
y que en su disparatar
se crea sabio elocuente
¡malaya quien lo consiente!

Que tartamudeando el tonto


los libros impíos lea
y que por esto se crea
muy erudito y sapiente
¡malaya quien lo consiente!
Que llame a la devoción
ignorancia y fanatismo
sin que del cristianismo
pueda comprender su mente
¡malaya quien lo consiente!

Que los necios charlatanes


quieran hacer comprender
su elocuencia y su saber
en la impiedad solamente
¡malaya quien lo consiente!

El poeta apurado
Puesta la mano en la frente
pensativo y silencioso
se paseaba presuroso
el poeta don Clemente.

Luego habló a solas consigo


entre sonrisa y despecho
dando un desahogo a su pecho
como hablando con su amigo:

¡Maldita la moda de hoy!


dijo, tirando un papel,
¿habrá trance más cruel
como el apuro en que estoy?

Veintidós álbum ya son


los que están en mi poder
tengo en ellos de poner
alguna composición.

Ahora se oye a dama toda


porque es uso bien moderno
pedir un verso muy tierno
para su álbum que es de moda.

Un verso, dice Martina,


para mi álbum, don Clemente
creyendo que elogie ardiente
su fealdad peregrina.

Elogiar tengo en Teresa


virtudes que no las tiene
también de la tonta Irene
pintar gracias y belleza.

Y, ¿cómo decir a Inés


en afectuosa ternura
que es de un alma bella y pura
si todo al contrario lo es?

Tengo de llamar a Rosa


siendo de avanzada edad
joven de rara beldad
gentil, lozana y hermosa.

Tengo hacerme enamorado


de Luisa y sus sales
cuando todos sus modales
me causan odio y enfado.

Pintar tengo mi aflicción


en la ausencia de María
cuando tan grande alegría
me da su separación.

¿Cómo elogiar la amistad


de Ana y su buen corazón
siendo perfidia y traición
y abrigo de la maldad?

¡Ponerme en tal compromiso


yo tenerlas que ofrecer!
A súplicas de mujer
siempre ceder es preciso.

Eh, bien, vamos a escribir


mentiras como poeta
y todo el que a tal se meta
siempre tiene que mentir.

Hablando así se sentó


a su bufete Clemente
bellos versos cortésmente
en los álbum despachó.

A Bolívar
Aquí reposa el ínclito guerrero
Bolivia triste y huérfana en el mundo
llora a su padre con dolor profundo
libertador de un hemisferio entero.

Al resplandor de su invencible acero


cayó el León de Iberia moribundo
nació la libertad, árbol fecundo
al eco de su voz, temible y fiero.

De los soberbios andes el coloso


yace en la tumba, mas su ilustre nombre
grande cual ellos, inmortal, glorioso

honra la historia y enaltece al hombre


¡Bolívar!, genio de eternal memoria
nombre que dice libertad y gloria.

Adela Zamudio
1854-1928, Cochabamba. Dedicada a repensar la educación y la relación con las instituciones,
especialmente la religiosa, fue afamada polemista en la prensa, donde publicó notas y versos bajo
el pseudónimo de Soledad. Sus libros de poesía son: El Misionero (1879), Ensayos poéticos
(1887), Ráfagas (1914) y Peregrinando (1942, edición póstuma). Recientemente ha sido
reeditada su obra: Íntimas (2006), Cuentos completos (2011) y Poesía (2017). Tomamos de esta
última el siguiente poema extenso.

El misionero
(Poema religioso)

Dedicatoria a la Virgen
¡Cuán lejos de este mundo de crímenes y males
esa región excelsa del alto cielo está!
Pero la fe cristiana promete a los mortales
que a quien constante orare su Dios le escuchará.

A ti que conociste la terrenal morada


y que también probaste la copa del dolor,
a ti que hoy en el cielo de gloria coronada
ocupas regio asiento cercado de esplendor,
a ti, la casta rosa, la estrella matutina
la santa de las santas, la madre virginal
a quien nombró entre todas la Trinidad Divina
del cielo y de la tierra la reina universal,
ofrézcote estos cantos que mis humildes labios
formulan ensalzando la santa redención.
Preséntalos rendidos al sabio de los sabios
como mi pobre ofrenda de amor y adoración
y pídele a mi nombre, piadosa madre mía,
de mis queridos padres la vida y la salud
la paz de mis hermanos, su gozo y alegría
de mi familia entera la dicha y la virtud.
Y pídele que apague las tristes impresiones
que agitan muchas veces mi pecho con afán
que siempre me acompañen su amor e inspiraciones
que el bien y la ventura solo en el cielo están.

Canto I
Las selvas
¡Cuán hermoso es el suelo de Bolivia!
Ora sobre sus valles abrigados
donde una eterna primavera tibia
verdes conserva los risueños prados
do en su viudez la tórtola se alivia
dando al viento sus ayes prolongados,
oculta entre las cepas de las viñas,
o en los huertos que pueblan sus campiñas.

Ora diáfano, helado, transparente


sobre sus vastos montes y desiertos
do no se encuentra un árbol ni una fuente
do sólo existen arenales muertos,
cimas llenas de nieve eternamente,
cerros desnudos, de aridez cubiertos,
mustias colinas y llanuras grandes
sobre la altiplanicie de los Andes.

Ora puro, sereno, esplendoroso,


sobre sus yermas costas del oeste,
o cargado de nubes y lluvioso
sobre sus selvas vírgenes del este,
donde es todo variado y prodigioso,
donde de pronto de un collado agreste
se baja a una pradera dilatada
o a una selva frondosa, enmarañada.

Allí do las corrientes que descienden


de picos coronadas por el hielo
y de escarpadas rocas se desprenden
y llegan espumosas hasta el suelo,
diamantinas y rápidas se extienden
sobre lechos de verde terciopelo
y en el fondo se pierden a distancia
en bosques impregnados de fragancia.

Allí, do el suelo fértil atesora


en sus sitios ocultos y remotos
cuadros de una belleza encantadora
para el resto del mundo siempre ignotos,
arroyos de agua clara y bullidora,
rústicas grutas y escondidos sotos,
donde mil plantas y árboles sin nombres
crecen desconocidos a los hombres.

Donde troncos robustos, admirables


extienden sus ramajes gigantescos,
bóvedas para el sol impenetrables
que cobijan vergeles pintorescos,
donde frutos se ven innumerables
perfumados, dulcísimos y frescos,
pendientes de ligeros pabellones,
cadenas de floridos eslabones.

Donde a veces dos ríos caudalosos,


uno de aguas fangosas y violentas
que da mugidos sordos y furiosos
se mezcla en avenidas turbulentas
con las de otro que en giros majestuosos
las arrastra clarísimas y lentas
mansas lamiendo márgenes floridas
de ramajes y helechos guarnecidas.

Allí do anidan las pintadas aves


y mora la serpiente y la pantera,
donde trinos armónicos, suaves
y el rugido salvaje de la fiera
del manso viento los murmurios graves
la copa al remecer de la palmera
forman grande y selvática armonía
que se eleva a los cielos cada día.

Allí, do tras comarcas solitarias


tantas tribus de indígenas habitan,
viviendo unidas en familias varias
que a sus mayores en bondad imitan,
inclinadas al bien y hospitalarias
y otras, en fin, que nómadas se agitan
siendo por todo a las demás diversas,
indómitas, guerreras y perversas.

Allí, do la feraz naturaleza


de aquel suelo por Dios privilegiado
muestra su esplendidez y su grandeza
al viajero confuso y arrobado
que humilde inclina al suelo su cabeza
creyéndose a otro mundo trasportado
y que absorto con tantas maravillas
ante el Creador se postra de rodillas.

Canto II
Los salvajes
Se entolda el puro cielo del invierno
y comienza a llover por vez primera
brotando por doquier un verde tierno
se declara precoz la primavera.
La selva en fin, cuyo verdor eterno
un tanto seco por el sol se viera
de pronto de sus galas revestida
muestra en su seno animación y vida.

Ha cambiado de súbito el paisaje


y mil fragantes y variadas flores
ostentan su hermosura entre el follaje
en tanto que los pájaros cantores
batiendo alborozados su plumaje
pintado de vivísimos colores
revoloteando con afán gorjean
y frutos exquisitos saborean.

Tiernos se alzan nogales y moreras


al lado de otros árboles gigantes,
derechas y flexibles las palmeras
elevan sus penachos elegantes
y cortinajes mil de enredaderas
forman doseles de verdor flotantes
ornando los espléndidos salones
donde entonan las aves sus canciones.
Copiosa fue la lluvia matutina
sin sol se anuncia y nebuloso el día
y desciende compacta la neblina
hasta posarse en una selva umbría,
de esas que hallado quiera el que camina
por el oriente de la patria mía,
esa inmensa región que rica encierra
los más bellos productos de la tierra.

Cual ancha cinta de luciente plata


cortando el bosque inmóvil y sombrío
la tranquila corriente se desata
de un cristalino y poderoso río
que en su seno los árboles retrata
y de la fértil selva al fondo umbrío
dos hombres van con lentitud penosa
siguiendo su ribera pedregosa.

De rostro enjuto y venerable frente


el de mayor edad es un anciano
lleva sobre sus hombros noblemente
el hábito del fraile franciscano,
el mismo que llevó seguramente
a tiempo de dejar el Vaticano,
cuando el Papa le dio sus bendiciones
y le ordenó marchar a las misiones.
Natural de esos bosques, quien le guía
es su joven y fuerte compañero
al que sacó de ciega idolatría
la caridad del santo misionero,
viste como sus padres todavía
mas para caminar abre sendero
con un hacha de fábrica europea
que en cortar el ramaje diestro emplea.
Apenas caminando se sostienen
del ancho río en la escabrosa orilla
hasta que de improviso se detienen
y el joven indio en actitud sencilla
en tanto que ambos mudos se mantienen
a los pies del anciano se arrodilla,
quien tendiendo las manos le bendice
y después de un momento así le dice:

–Hijo, vuelve a tu hogar que hemos dejado,


en tus plegarias a Jesús Divino
pídele sin cesar, si me has amado,
que yo cumpla con fruto mi destino.
En tanto, por sus gracias amparado
proseguiré yo solo mi camino
invocando su nombre a cada instante
a derramar su luz iré adelante.

Así el joven se aleja del anciano


que acelera sus pasos entre tanto
sin más equipo en un camino insano,
que otro cualquier viajero teme tanto,
que un tosco y débil báculo en la mano
sus sandalias, su túnica y su manto,
sin más arma que ampare su jornada
que una cruz en su pecho colocada.

El sol rompe las nubes débilmente


y se tiñe el oriente de celajes
el viajero se para de repente
en un sitio cercado de boscajes
donde ve muy cerca de sí en frente
un espantoso grupo de salvajes
y allá, del río en las profundas aguas
un enjambre de balsas y piraguas.

Con ambas manos fuertemente oprime


la cruz bendita que consigo lleva
y su alma grande de fervor se imprime
mientras al cielo en oración se eleva
ofrece a Dios con un valor sublime
su vida sin temor que le conmueva
y con la calma que en su faz se ostenta
resuelto a aquellos hombres se presenta.

Ellos en el momento, al divisarle,


se lanzan irritados y feroces
dispuesto cada cual a destrozarle
cual fantasmas diabólicos y atroces.
Mas, en el mismo instante de alcanzarle,
dando alaridos y espantosas voces
como tigres que corren a su presa
todos ante él se paran con sorpresa.

La cruz eleva con su firme diestra


inmóvil, mudo, cual si nada viera
el signo santo sin temor les muestra
y en actitud solemne les espera.
La turba olvida su intención siniestra
porque viviendo siempre en guerra fiera
aquel valor extraño les sorprende
de un héroe que al morir no se defiende.

Mas, solo se sostiene ya un segundo


que sangre brota de su pecho herido
porque en aquel ataque furibundo
el dardo de una flecha ha recibido.
Lívido, sin aliento, moribundo,
es del río a la margen conducido
y desangrado a chorros se desmaya
enrojeciendo el suelo de la playa.

Los indios que se van a la pelea


disponen que a su vuelta victoriosa
sacrificado el prisionero sea
en una fiesta bárbara y ruidosa.
Y por eso condúcenle a su aldea
con crueldad calculada y rencorosa
y allí le depositan en las manos
de mujeres, de niños y de ancianos.

Canto III
La primera misa

¡Sagrada historia de la cruz divina!


Salvación de la humana criatura.
¡Rayo de luz celeste que ilumina
la negra senda de la tierra oscura!
¡Testamento de un Dios! ¡Santa doctrina
de amor, de mansedumbre y de dulzura!
No hay uno a quien no venzas y no asombres,
cambias los monstruos en sumisos hombres.
Apóstoles heroicos tus soldados
no conocen obstáculos ni valla
y corren por el mundo desarmados
triunfando siempre en colosal batalla.
Ante tus grandes dogmas revelados
la voz de la mentira muda calla,
regeneras al hombre y le ennobleces
y humillado su orgullo le engrandeces.

Un sacerdote débil, indefenso,


en pueblos de salvajes penetrando
ha conseguido solo un triunfo inmenso
como Cristo, su sangre derramando,
rasgando ante el infiel un velo denso
su obtusa inteligencia iluminando
le muestra poco a poco una enseñanza
de fe, de caridad y de esperanza.

El prisionero herido a quien guardaron


para sus espantosos sacrificios,
cuyo raro saber aprovecharon
aplazando sus bárbaros suplicios,
a cuya protección se acostumbraron
por su mucha bondad y sus servicios,
veneración y amor ha conseguido
y en mandatario y juez se ha convertido.

Dejándoles absortos con su ciencia,


males evita y a los enfermos cura
y dándoles lecciones de clemencia
suaviza su fiereza y su bravura.
Los infieles anhelan su presencia
siempre con ellos él estar procura,
a todo niño en educar se empeña
y su idioma bien pronto les enseña.

Fundando relaciones comerciales


con pueblos que él dejó, les comunica,
les hace odiar el crimen y sus males,
de Cristo la doctrina les explica.
Esas leyes benignas, celestiales,
con palabras y ejemplos les predica.
En nombre del Dios trino les bautiza
y allí celebra su primera misa.

Teniendo entonces el cielo por techumbre


por ornato las selvas y sus flores
por concierto de santa dulcedumbre
de la naturaleza los rumores
y por lámpara el sol, radiosa lumbre
que baña un hemisferio de fulgores,
por templo el universo esplendoroso
y por incienso el céfiro oloroso.

El soberano autor del infinito


Dios y Señor de todas las naciones
el que asienta su trono de granito
sobre vastas y altísimas regiones
el padre de los hombres, el bendito
a quien cercan angélicas legiones,
el artista de mágica paleta
el supremo hacedor, el gran poeta.

El que pobló de mundos el espacio


y para quien los astros resplandecen
con sus brillantes luces de topacio
que el firmamento alumbran y embellecen,
aquél que tiene un cielo por palacio
y a quien todos los seres obedecen,
el que formó las gigantescas peñas
y la arena en partículas pequeñas.

Aquél con óleo divinal ungido


Señor de reyes, rey de soberanos
cordero como víctima ofrecido
que ha repetido siempre a los cristianos:
–A todos con mi sangre he redimido
porque todos los hombres sois hermanos.
El que dijo a los suyos −Hijos míos
predicad a gentiles y judíos.

Ese Jesús que al remontarse al cielo


nos legó el más magnífico portento
que de la fe tras el tupido velo
habita en el altar del sacramento
que cual remedio, bálsamo y consuelo
nos da su carne y sangre por sustento,
que a los sones de místico salterio
a los hombres se muestra en un misterio.

El eterno entre todos los mortales


el que no tiene fin y es el primero
que las órdenes dio sacerdotales
en la postrera cena del cordero.
Las frases al decir, sacramentales,
su ciervo sacerdote misionero
desciende de los cielos uno y trino
y en Cristo se convierten pan y vino.

Canto IV
La historia de la cruz

Rojo lacero en el zenit flamea


blanca brilla la luna del estío
blanda una embarcación se balancea
sobre el seno pacífico de un río.
Melancólico cuadro que sombrea
la negra oscuridad del bosque umbrío.
No entonan ya las aves su querella
ni el tigre marca su pesada huella.

Tan sólo grata, embriagadora brisa,


de cálidos aromas saturada
suave al soplar la superficie riza
del agua trasparente y sosegada,
rompiendo por las ramas se desliza
la luz del astro tímida y plateada
imprimiendo en las ondas su reflejo
como el bruñido, reluciente espejo.
Y más lejos, atrás, entre la bruma
otras embarcaciones adelantan.

Rodeadas de los círculos de espumas


que remeros diestrísimos levantan
cual pardas aves de negruzca pluma
suaves hendiendo la corriente saltan
y del agua que cortan los murmullos
se escuchan como lánguidos arrullos.

Los indígenas son, qué belicosos,


vivieron siempre en guerra o en campaña
que hoy sumisos, sociables, industriosos,
ya nada tienen de su antigua saña.
El padre, a quien respetan amorosos,
apóstol de su fe les acompaña
y conducen a pueblos apartados
productos de sus campos cultivados.

Allí está, de sus fieles va delante


el santo sacerdote franciscano.
Con su noble, humildísimo semblante
su calva frente y su cabello cano,
dulce pastor que a su rebaño errante
llevó al redil con protectora mano,
sentado en un asiento de la proa
dirige en calma la primera canoa.

–Ved, dice a sus amantes compañeros


que oyen ansiosos su tranquilo acento,
de esos astros mirad los reverberos
ved la bóveda azul del firmamento.
Mirad esos millares de luceros
este bosque, estas aguas, este viento…
¿Quién con alientos y poder supremos
es el autor de todo lo que vemos?

¿Quién ha existido cuando nada había


antes que el universo se creara
y que la extensa inmensidad vacía
de lucros y estrellas se poblara?
Antes de que la luz del claro día
del rutilante sol se derramara,
¿quién al hombre formó, rey de los seres?
¿Quién le ha dado dolores y placeres?

Ya os lo he dicho, un señor tan poderoso


que ante su fuerza, fuerza no hay alguna
brillante como el sol y esplendoroso
dulce como el reflejo de la luna
como las flores, delicado, hermoso,
regidor del destino y la fortuna
que ser y vida y bienestar nos presta
y llena de tesoros la floresta.

Es un señor de cuya mano amiga


se reciben favor y bendiciones,
que formó al elefante y a la hormiga
y dispuso bonanzas y turbiones,
un juez que a cada cual premia o castiga
según lo que merecen sus acciones
y cuya recta y eternal balanza
administra justicia, no venganza.

Hay una historia dolorosa y tierna


que a las generaciones fue legada
ante la cual el mundo se prosterna
que en un libro sagrado fue grabada,
una tragedia perenal y eterna
que prodigios auténticos encierra
y sigue con los hombres en la tierra.

–¡Escuchad! ¡Era un Dios! Uno en esencia


de tres personas con la unión formado
que de siglos y siglos en presencia
fue en los siglos y siglos increado
gozándose en su propia complacencia
de inagotable gloria fue colmado.
Único y solo en trinidad unida
viviendo eterno de su propia vida.
Mas derramar queriendo su ventura
en seres que felices le adorasen,
mandó desde su solio de la altura
que la tierra y los cielos se formasen
y quiso que dotados de hermosura
ángeles numerosos se creasen.
Mas muchos de estos ángeles pecaron
porque a soberbio orgullo se entregaron.

Hundiéndoles por siempre en un infierno


do de su amor la falta se sufriera
al hombre formó entonces el Eterno
y le dio a la mujer por compañera.
Mas envidioso el jefe del averno
y queriendo que el hombre se perdiera
tentoles de serpiente disfrazado
y Eva y Adán cayeron en pecado.

Dios, que del ángel la rebelde frente


selló con pronto y ejemplar castigo,
se mostró en sus designios indulgente
con el hombre culpable, su enemigo
creado por su gracia omnipotente,
de su gloria partícipe y testigo,
¿cómo apartarse por fatal sentencia
de Adán y de eterna descendencia?

Mas, ¿cómo perdonarle su delito


faltando a su justicia inexorable?
¿Qué era la expiación de su ser finito
ante la ofensa a un Dios incomparable?
Tan sólo un ser de origen infinito
era víctima digna y aceptable
y del Eterno verbo, del Dios hijo,
la pasión y la muerte les predijo.

Mas, años mil tras mil fueron pasando


sin que este redentor se presentase
y así la humanidad vivió esperando
el prometido sol que alumbrase
que negra mancha de baldón borrando
su frente con su luz purificase
y al fin nació la virgen cuya planta
tronchó de la serpiente la garganta.

Blanca perla de nítida limpieza


delicada, odorífera azucena,
fuente de castidad y de pureza
de raros dones y de gracias llena
modestia revestida de belleza
majestad humildísima y serena
del mundo la esperanza y la alegría
modelo de virtud, era María.

Tiempo era ya de que con llanto acervo


regase el árbol de la Cruz fecundo,
ella el anuncio oyó de ángel siervo
con respeto humildísimo y profundo.
Consumose la encarnación del Verbo
para cumplir la redención del mundo
y nació de una virgen un Dios hombre
que llevó de Jesús dulce nombre.

Mas, esperando la nación judía


del cielo un salvador omnipotente,
pensó que de su trono bajaría
cercado de poder resplandeciente
y cuando un hombre presentose un día
que se llamaba Dios humildemente,
embustero, insensato le llamaron
y de impostor y loco le acusaron.

Era Jesús un hombre indescriptible


de figura imponente y majestuosa
a quien rodeaba un algo incomprensible
como de luz aureola misteriosa,
su palabra elocuente, irresistible,
muda escuchó la multitud ansiosa
cuyos males benignos remediaba
y a quien nueva doctrina predicaba.

Algunos envidiando sus honores


de la turba excitando el torpe vicio
convirtieron a todos en traidores
y a Jesús condenaron a un suplicio,
clavado en una cruz con mil dolores
con risas y sacrílego bullicio
alzado fue del Gólgota en la cumbre
ante la cruel e impía muchedumbre.
Y el cordero murió sacrificado
y se cumplió del redentor la historia
y el misterio por siglos anunciado
quedó eterno del mundo en la memoria
y lavada la mancha del pecado.
Abriéronse las puertas de la gloria,
desde entonces el pecador arrepentido
puede ver el paraíso prometido.

La historia de esta muerte salvadora


grandes lecciones de salud encierra
y por eso su fe consoladora
suavizó los horrores y la guerra.
Y por eso su luz conquistadora
se derramó esparciéndose en la tierra.
Por eso vine aquí yo, misionero
de Dios único, solo y verdadero.

La estrella del zenit ha descendido


sigue la luna iluminando el cielo
y se escucha por único ruido
del manso viento el fugitivo vuelo.
Los viajeros su marcha han detenido
para saltar de la rivera al suelo
donde joviales y con gran contento
establecen su alegre campamento.

Lugo, tras desembarque bullicioso


reuniéndose con calma se serenan
y en medio de un silencio religioso
cánticos dulces el espacio llenan,
cánticos que con eco misterioso
del bosque entre los árboles resuenan
y el sacerdote una oración murmura
llorando de piedad y de ternura.

No hay nada comparable a la belleza


de esta piadosa y férvida plegaria
que los indios entonan con tristeza
viajando por la selva centenaria,
plegaria cuya armónica grandeza
solemniza la noche solitaria
y que deja la mente adormecida
y el alma dulcemente conmovida.
Canto V
La tumba en el bosque

Triste como el mirar del moribundo


brilla el sol al hundirse en occidente,
y se apaga segundo por segundo
su débil resplandor desfalleciente.
Su adiós recibe el enlutado mundo
cubriéndose de sombras lentamente
y con universal melancolía
la noche viene y agoniza el día.

Ni una casa se ve, ni una cabaña,


ni población lejana se divisa
tan solo un bosque al pie de una montaña
cuyas extensas faldas entapiza
y cuya cima altísima se baña
con un rayo postrer de luz rojiza
que muestra al espirar iluminadas
las copas de los árboles doradas.

No se oye ya de la floresta hermosa


el concierto frenético constante
ni el cántico del ave bulliciosa
ni del mono el silbido penetrante,
solo al pasar volando presuroso
lanza el loro su grito discordante
pero luego el silencio se establece
y el universo en calma se adormece.

Abajo, al fondo, en el oscuro suelo


la sombra de las ramas se bosqueja
de la planta el aroma sube al cielo
zumba volando diligente abeja,
deja oír su murmullo el riachuelo
y la paloma su doliente queja
y el aura agita sus errantes giros
dando a la luz sus últimos suspiros.

De aquel monte subid a una ladera


tended la vista por las selvas bellas
y veréis en su centro una pradera
al tibio resplandor de las estrellas.
Una cruz se alza allí, cruz de madera,
mas no hay del hombre las menores huellas,
ni una señal siquiera, ni un sendero
que haya dejado el paso del viajero.

De pedestal le sirven y de asiento


toscas piedras sin orden agrupadas
y embalsaman el aire con su aliento
flores entre sus brazos enlazadas
ornan del verde prado el pavimento
juncos y sensitivas delicadas
y aquel sitio custodian y hermosean
árboles que do quiera le rodean.

Todo es grandioso allí, nadie ha creado


monumento más bello y portentoso,
jamás el signo de Jesús, sagrado,
tuvo templo mejor ni más hermoso:
cielo, montaña y bosque, verde prado,
todo envuelto en un velo misterioso
de vespertina luz a los fulgores
y, en fin, la cruz en un altar de flores.
Mas, ¿quién la puso allí?, ¿quién ha podido
penetrar en la selva solitaria?
El madero entre piedras sostenido,
¿es de alguno la enseña funeraria?
No hay inscripción que en medio del olvido
demande para un nombre una plegaria.
¿Para qué?, ni tan solo un peregrino
encontrará la cruz en su camino.

Pero en cambio los cielos la protegen


cual urna que los astros iluminan,
los árboles que en torno se entretejen
sus ramales balsámicos inclinan.
Aunque no hay hombres que una flor le dejen,
flores mil en sus brazos se reclinan.
Si nadie al visitarla triste llora
se baña con las perlas de la aurora.

Contemplad esa cruz allí, en el suelo


de un silvestre, escondido cementerio
bajo la santa bóveda del cielo
y rodeada de paz y de misterio
después de haber cumplido con anhelo
el más grande y sublime ministerio
duerme un justo su sueño postrimero
es la tumba de un fraile misionero.
¿Cuál su muerte habrá sido entre los fieles
convertidos por él y que le amaron
o entre otras tribus bárbaras, crueles
que abnegado buscó, que le inmolaron?
¿Quiénes entre palmeras y laureles
en el prado sus restos sepultaron?
Santa mano que dejó piadosa
una cruz en la tumba en que reposa.

Tú, que dejando los nativos lares,


las más dulces y caras afecciones
atravesaste los extensos mares
y entre peligros mil y privaciones
fuiste del hombre inculto a los hogares
a enseñarle de Cristo las lecciones,
descansa en paz de tu carrera humana
¡Bendito mártir de la fe cristiana!
Clotilde Méndez

1841-1907, Cochabamba. Fue hermana menor de doña Sabina, también poeta. En 1860 ingresó de novicia
en el Monasterios del Carmen. Sin embargo, no pudo profesar de monja. Posteriormente, por problemas
de salud, volvió con su familia, tiempo que le dedicó a la escritura de poemas. Fue vicepresidenta del
Colegio de niñas de Tarata, trabajó allí junto a su hermana. El año 1881 contrajo matrimonio con el Sr.
Juan Crisóstomo Carrillo, ministro de relaciones exteriores de Bolivia. Los poemas aquí reunidos
provienen de la antología de Benjamín Rivas, Lira boliviana.

El Poeta

¡Du barde voyageur le pain, c’est la pensé


son cœur vit des œuvres de Dieu!

Lamartine

Es el poeta un ser sobre la tierra


destinado a cantar de la creación
cuanto de grande y cuanto bello encierra
emporio de celeste inspiración.

Atesora en su pecho el sentimiento


de la excelsa verdad, de lo sublime.
Que elevando su noble pensamiento
en su alma ardiente la virtud imprime.

Es un destello del amor divino


que de Dios recibió su bendición
y el arcángel que guía su camino
infunde en su alma celestial unción.

El ve el astro que ilumina el día


misterios infinitos que admirar
y de la noche en la visión sombría
admira de la estrella el fulgurar.

De primavera los floridos prados


hablan a su alma con divino acento
del invierno los troncos deshojados
le arrebataban al cielo el pensamiento.

Del ruiseñor en el melifluo canto


escucha un himno de ferviente anhelo.
Y de la triste tórtola en el llanto
plegaria escucha dirigida al cielo.

Esa alma sensible y pura


es un vaso de inocencia
de Dios esmeralda hechura
es la virtud por esencia.

Ama a Dios porque comprende


su grandeza y perfecciones
porque benigno le atiende
y le prodiga sus dones.

El ama a la criatura
con amor, puro y ardiente
y del amor la ternura
cual otro ninguno siente.

Mas el rigor de la suerte


le destroza y martiriza
y mientras llega la muerte
sin piedad le tiraniza.

Él nació para otro mundo


donde la virtud impera
donde el vicio torpe, inmundo,
ni se comprende siquiera.
Anhela por libertarse
de esta vida transitoria
para poder remontarse
a su patria, que es la gloria.

Adiós
(Traducción de A. Musset)

¡Adiós! Amiga querida,


nunca te volveré a ver
mi dulce ilusión perdida.
Ay, más grande en tu partida
mi amor por ti siento arder.

Mas basta de vanas quejas


me resigno al porvenir
ya que sin piedad me dejas
la nave en que tú te alejas
sonriendo veré partir.

Te vas de esperanzas llena


y orgullosa volverás
y al que aquí queda con pena
asido a dura cadena
ingrata le olvidarás.

Adiós, dorados ensueños


te embriagarán por doquier
mil pensamientos risueños
lisonjeándote halagüeños
te adormirán con placer.

Fementidos amadores
tu vanidad exaltando
diamantes, perlas y flores
te ofrecerán seductores
tu necia ambición llenando.

Más tarde llegará un día


que el precio comprenderás
de un corazón que sabía
amar constante y latía
por ti sola y llorarás.

A mi amiga M. M. P. S. de T.
Te vi, te conocí, oh, cara amiga,
en la mansión del paternal abrigo
exenta de pesares y fatiga
cual flor hermosa en el Edén perdido.

Entonces contemplando tu ventura


de un placer sin igual yo disfruté
y presa de tus gracias y dulzura
mi amistad y mi amor te consagré.

Más tarde, ay, triste, la fortuna impía


cambió su faz y el huracán violento
secó la flor y ajó su lozanía
y ofuscó su esplendor, en un momento.

Pero si amarte en tu fortuna supe


como a cándido lirio de pureza
cual arroyuelo que tranquilo surge
gozando de la vida de la belleza.

Hora que, en medio del fatal destino,


en que la suerte cruel te ha colocado
y a prueba tu virtud ha sometido
tu heroico valor ha penetrado.

Con grande abnegación triunfar supiste


el amor al deber sacrificando
al mundo ejemplo de virtud le diste
el oro y la opulencia renunciando.

Mi admiración y amor se han exaltado


al encontrar en ti, bella María,
ensueño encañador ya realizado
que en mi mente brillará algún día.

Unamos más y más, querida amiga,


los lazos de amistad que nos ligan
y juntas nuestras almas en la vida
juntas también después a Dios bendigan.

A mi sobrina M. C. A
De dichas colme tu existencia el cielo
de virtudes fecunde tu alma pura
y del cáliz de hiel y de amargura
nunca pruebes el líquido fatal.
Sigue las huellas de tu buena madre
tómala siempre por tu firme guía
pídele sus consejos cada día
y andarás sin tropiezo en tu camino.

El astro de ventura refulgente


que alumbró la mañana de tu vida
siga siempre alumbrando tu partida
al puerto de salud imperturbable.

Canción de fortunio
(Imitación de A. de Musset)

¿Pretendes importuna
que yo confiese
si amo a mujer alguna?

Aunque así fuese,


no esperes que la nombre
y aunque un imperio
me ofrezca por su nombre
que es un misterio.

Cantaremos, en tanto,
si así te agrada,
que es mi bien y mi encanto
mi bella amada.

Lo que su fantasía
quiere ordenarme
lo hago con alegría
sin enfadarme.

Y si mi vida un día
útil le fuera
gustoso le daría
si la pidiera.

El mal que mi alma oprimió


cuando callando
sus pesares comprime
desesperando,
la destroza y tortura,
más yo prefiero
morir con mi amargura
porque la quiero.
Aunque al decir que la amo
más siento amarla
mi amor por ella inflamo,
mas sin nombrarla.

CAMBIO DE SECCIÓN: POEMAS IRRESISTIBLES O SÍNTOMAS DEL SIGLO

Sabina Méndez
1839-1882, Cochabamba. Fue escritora y docente. Fundó en su ciudad natal un colegio para la instrucción
de niñas. Su obra, dispersa, según lo establece Benjamín Rivas, se dedicó a asuntos bíblicos y patrióticos.
Los que figuran a continuación provienen de la Lira boliviana, del citado autor.

Plegaria al salvador
Ferviente en tu presencia mi humilde voz se eleva
a ti, divino verbo, del mundo, redentor,
el alma en sus acentos, mi fe adosa lleva
ante tu excelso trono cercado de esplendor.

Por ti los cielos pueblan angélicas criaturas


que cantan el hosanna del eternal amor
los justos embriagados de dicha y de venturas
repiten dulcemente hosanna al hacedor.

Por ti tan sólo enjugan sus lágrimas de duelo


aquellos que condena, la culpa a la expiación,
tu santo nombre vierte, para ellos el consuelo,
porque a tu nombre cesa, de Dios la indignación.

Y en este ingrato suelo, que arrastra el anatema


a que en su justo enojo lo sentenció el Señor,
¿qué fuera de los hombres sin ti bondad suprema
que sola tú desarmas su brazo vengador?

Tu nombre sacrosanto, consuelo en la amargura,


mitiga los pesares, alivia el corazón,
inagotable fuente de célica dulzura
tu nombre es la esperanza de gracia y bendición.

Por eso cuando a veces el alma en agonía


perdida la esperanza se abisma en el pesar
al recordar tu nombre renace su alegría
transfórmase y de gozo quiere hasta ti volar.

Postrada y en silencio te adoro, Padre mío,


jamás podrá mi labio decir tu exactitud
por único homenaje mi llanto yo te envío
pidiéndote de hinojos la paz de la virtud.

Eres, Señor, la egida que escuda mi existencia


tú has dado a mi destierro, aliento con tu cruz.
Escucha mi plegaria, merezca tu clemencia,
alumbra mi camino con tu divina luz.

Oda a la juventud
(Imitación del poeta polaco Meckewics)

Mirad, mirad, que hay pueblos sin decoro,


sin corazón, sin alma, pueblos muertos.
Oh juventud dame tus alas de oro
cruzando los desiertos
por sobre el viejo mundo iré volando
las regiones beatíficas tocando.

Allá donde sólo el entusiasmo existe


y engendra los portentos que la mente
engalana de flores y reviste
del prisma refulgente
de la esperanza, que a los fuertes pechos
alienta y estimula a nobles hechos.

Que sólo aquel a quien la edad doblega


y cuya frente porque más no puede
se inclina hacia la tierra y se repliega
que ese tan sólo quede
sin traspasar el horizonte inmenso
para su vista demasiado extenso.

Pero tú, juventud, tu raudo vuelo,


de águila altiva en el espacio emprende
y de un polo a otro polo hacia este suelo
una mirada extiende
y abrace cual el sol esa mirada
la humanidad envilecida, hollada.

Mira cómo allá abajo se divisa


la mole de la tierra, que al torrente
de bajezas eternas se desliza
en rápida pendiente,
al fango tenebroso de un abismo
a donde lo precipita el egoísmo.

El egoísmo, monstruo detestable,


cual gigante cetáceo que en los mares
de destrucción, sediento, infatigable,
persigue otros pequeños a militares
mas, ay, también que a él mismo de repente
lo arroja en sus abismos la corriente.

Oh juventud, el néctar de la vida


no me es dulce sino cuando con otros
lo comparto en unión grata y querida
ah, tan sólo podéis gustar vosotros
los que os ligáis con lazo sacrosanto
de las delicias del celeste encanto.

Unámonos al punto, con premura


oh jóvenes amigos, ya ligados
nuestro fin sea la común ventura
del ardiente entusiasmo iluminados
siempre unidos y fuertes lucharemos
y, oh jóvenes amigos, venceremos.

Feliz, feliz, aquel que en la carrera


por su noble ardimiento compelido
sucumba al golpe de la muerte fiera
otros le seguirán, su cuerpo herido,
un escalón demás será precioso
que lleve al templo de la gloria hermoso.

Unámonos amigos, que el camino


sea escabroso y pendiente, no dudemos
si violencia y bajezas de continuo
nos disputan su entrada, rechazaremos
la violencia con fuerza y la bajeza
sepamos aplastarla con fiereza.

El que niño en la cuna abate ufano


la frente de la hidra, joven siendo
ahogará los centauros soberano
y al infierno voraz que muge ardiendo
le arrancará sus víctimas y, acaso,
del cielo el lauro robará su brazo.

Sube donde nunca la mirada alcanza


destruye lo que en vano romper quiere
la razón con su audacia y su pujanza.
Oh juventud, tu brazo es cuando hiere
cual rayo destructor que cruza el cielo
semejante al del águila en tu vuelo.

Unámonos sin vacilar y fuertes


la esfera de este mundo encadenemos
liguemos para siempre nuestras suertes
y nuestros pensamientos concentremos
en un común hogar que vivifique
y el corazón y el alma purifique.
Sal por fin de tu base carcomida
viejo universo, que girar te haremos
en nuevas sendas y de tu podida
corteza despojándote, veremos
que vuelves a tu bella primavera
como en los días de la edad primera.

Y así del mismo modo, que en las regiones densas


del caos y las tinieblas, en choque furibundo
los elementos todos, al fiat supremo, inmensas
bellezas desplegaron, establecióse el mundo.

Soplaron con violencia los vientos y gimieron


las indas cristalinas su curso nivelando
los campos fecundaron y las estrellas dieron
al cielo mil fulgores, su bóveda esmaltando.

Así en la noche oscura, que reina todavía


en la región doliente donde el hombre triste mora,
en donde las pasiones aun luchan a porfía
mas donde se anima el fuego de juventud creadora.

El mundo de las almas saldrá de las tinieblas


germinará virtudes, amor habrá y ventura,
se destruirán errores, se borrarán las nieblas
y la amistad sus bases, afirmará segura.

Ya los inertes hielos se rompen sí, ya es hora,


difúndanse las luces, alumbra la verdad,
salud de independencia radiante hermosa aurora
que espléndida precedes al sol de la libertad.

A la virgen
Salve reina que estás en el cielo
escogida entre todas y santa
salve, vida, esperanza y consuelo
que la estirpe de Adán libertó.

Salve, salve mil veces dichosa


flor fragante de grata hermosura
tu mirada dirige piadosa
hacia el hombre infeliz que pecó.

Tú consuelas, señora, al que triste


en la tierra padece afligido
“fiat” diciendo al arcángel nos diste
al que vida y rescate nos dio.

Sobre todas las cosas del mundo


estás, madre de Dios ensalzada,
muéstranos ese fruto fecundo
que muriendo en la cruz nos salvó.
Natalia Palacios
Figuración femenina de muerte: SI BIEN NO SE LA PONE COMO UNA MUJER, SE LA
COMPARA CON COSAS FEMENINAS Y, FINALMENTE. LA MUERTE TERMINA
SIENDO DESCRITA COMO UNA BELLA IMAGEN FOTOGRÁFICA DEL MOMENTO EN
QUE EL ALMA ABANDONA EL CUERPO. AUNQUE AL FINAL APAREZCA LA
INTERVENCIÓN DE EL DOLOR QUE CON LA MUERTE PASA A GOCE EN LAS
MANOS DE DIOS.
Soneto
Blanca cual la aurora matutina
fresca como la brisa embalsamada
bella como la rosa perfumada
que en su tallo se mece purpurina.

Límpida como la fuente cristalina


fue su alma pura, cuando arrebatada
se sintió por la muerte inapiadada
la angelical y cándida Claudina.

Ved que de azahares en su sien hermosa


corona lleva sobre níveo velo
sagrado emblema de virtud preciosa.
Cruzó la senda del doliente suelo
encontró abrojos y ante Dios gozosa
alzó sus alas escalando al cielo.
A un pensamiento marchito EL PENSAMIENTO ES LO QUE NO HACE POSIBLE QUE
LA TIERRA DE VIDA. ENTONCES, LA FLOR PENSAMIENTO, MARCHITA ES
IGUALQ UE ESTA POETA SUFRIDA PORQUE ES POR SER TENER PENSAMIENTO
QUE NO LE HACEN NADA LO DADOR DE VIDA QUE DA LA TIERRA Y SE
MARCHITAN. (IGUAL QUE EL POETA AL QUE LE DEDICA
(A Tomás O’Connor d’Arlach)

¿Por qué lánguida y marchita


sobre tu tallo agobiada
sin perfume y agostada
te miras preciosa flor?
¿No te meció blanda brisa
su aliento no te dio vida?
¿Tienes, cual yo, flor querida
pensamiento de dolor?

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