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Componentes básicos de la ética empresarial.

La ética empresarial es el marco de valores que debe regir las actividades


comerciales de una organización. Al igual que en la esfera individual, se trata de
establecer límites a la hora de llevar a cabo cualquier acción o decisión.

En el plano empresarial, todas las actividades deben tener un sustento ético, desde
una sencilla negociación con un empleado hasta el acuerdo con un grupo
empresarial que suponga la expansión de la marca.

La ética puede ser, además, fuente de ventajas competitivas para las compañías.
Una gestión que respete los valores básicos de la acción comercial y del trato hacia
el cliente y las sociedades en general, garantiza que esas empresas sean vistas
como promotoras de responsabilidad y compromiso con los entornos.

Algunas empresas elaboran su propio código ético para enmarcar en él las


actividades a las que se dedican. Otras, simplemente, optan por cumplir los códigos
o normativas que existen en el sector en el que operan.

El marco ético también puede oficiar como herramienta para combatir prácticas
poco saludables como la corrupción, el hostigamiento laboral, la difamación de
terceros y los anuncios engañosos, entre otros.

La labor ética de una empresa está estrechamente ligada a su nivel de


Responsabilidad Social Corporativa, es decir, a todas aquellas prácticas
coordinadas que promuevan una buena relación entre las organizaciones y los
contextos. Sin embargo, la primera suele ser el marco para la definición de los
principios de la segunda.

Ética empresarial: componentes esenciales

La ética es un concepto demasiado amplio. Los valores que puede englobar pueden
ser innumerables y siempre se correrá el riesgo de dejar alguno por fuera de la lista.
En el caso de la ética empresarial pasa algo parecido. Cada compañía define los
valores que le son más afines o con los que mejor se identifica.

Aun así, desde una visión estandarizada, es posible mencionar algunos aspectos
que no pueden faltar en el código ético de cualquier organización:

 Aplicar los cinco valores fundamentales:

Algunos autores han definido los cinco valores que deben regir cualquier actividad
comercial, más allá de sus características específicas. Estos valores son: igualdad,
libertad, diálogo, respeto y solidaridad. Deben aplicarse siempre y en cualquiera de
los renglones jerárquicos o funcionales.

 Valores comunes:

No puede ser que para unos niveles de mando operen unos valores y para el resto
de los trabajadores otros distintos. Las organizaciones con bases éticas sólidas
aplican los mismos principios a todos sus miembros.

 Satisfacción en todos los niveles:

Accionistas, directivos, empleados, proveedores y clientes deben obtener el mismo


grado de satisfacción. El desequilibrio en temas salariales o profesionales es propio
de organizaciones con fisuras en su sustento ético.

 Responsabilidad social de las acciones:

Por supuesto, cuando las empresas incurren en fallos que incumplan cualquiera de
los valores que les sustentan como organización, es necesario que asuman el grado
de responsabilidad que les cabe. Como decíamos arriba, la Responsabilidad Social
Corporativa es, en cierta forma, la materialización de la ética empresarial.

 Primacía del contrato moral:


Antes que cualquier otro aspecto, en la relación de la empresa con sus miembros y
con la sociedad en general debe haber un pacto moral. Los contratos o los acuerdos
a los que se pueda llegar más adelante deben reforzar este elemento y no ir en clara
contradicción. Lo jurídico-legal debe estar incluido en lo ético-moral.
La responsabilidad moral de la empresa capitalista

Esta frase de Emeterio Gómez (2005): La posibilidad de que la empresa


capitalista empiece a ver a los consumidores, no como compradores potenciales
sino como seres humanos (Gómez, 2005: 185), con la que prácticamente concluye
su libro, La Responsabilidad Moral de la Empresa Capitalista (Plasarte, s. a.
Caracas, Venezuela: 2005), resume, a mi modo de ver, la intencionalidad o el
propósito de la obra. Obra que gira entorno al hecho de cómo hacer que el
capitalismo sea más humano. Esto si pensamos particularmente en esa vieja
consideración que desde siempre nos ha hecho ver al capitalismo como algo
realmente salvaje.

Durante el transcurso o desarrollo de la obra el autor intenta “sustentar” el hecho


que lo llevó a proponer esta tesis. Tesis que a grandes rasgos se presume como
utópica. Dado que la intención del capitalismo siempre ha sido y será la ganancia
por sobre todas las cosas. Sin pensar en el hombre como sujeto, sino como objeto
de trabajo. Léase de explotación. Incluso el mismo autor la ve como utópica y así
nos lo hace ver: Que se trata de una utopía ilusa, es posible (p:158). Y agrega: ¡Pero
si ello es así, en horabuena para el Neocomunismo (Ibid! Esto porque ve también
su propuesta como un modo de combatir esta postura ideológica que trata hoy de
imponerse en algunos lugares del globo terráqueo. Lo que no quita el hecho de la
consideración utópica.

Indudablemente que no podemos, ni es esta la intención, restarle méritos a la obra.


Sin embargo, se observan durante su desarrollo algunas inconsistencias. Quizás
producto, un poco, del apasionamiento que no oculta el autor abordando el tema.
Inclusive por momentos se siente la angustia al exponer sus ideas. Este ensayo
tratará por tanto de mostrar algunas de esas inconsistencias o debilidades. No para
descalificar la obra, insisto, sino para fortalecer o enriquecer la misma. Inclusive, y
en esto pido disculpas por el atrevimiento, aclarar algunos aspectos que no
comparto. O por lo menos que no veo muy claros dado que tengo mi propio enfoque
al respecto.

El autor parte de la consideración de que la ética y la moral son una misma cosa.
Hasta considerarlas como sinónimos. Postura con la que no estoy de acuerdo. De
modo que desde mi consideración hasta el título debería ser responsabilidad ética
y no moral. O, en última instancia, responsabilidad ética y moral de la empresa
capitalista. Por tanto me voy a detener aquí un momento para explicar el por qué de
mi consideración tratando con ello de brindar un aporte que permita fortalecer a la
obra en lugar de debilitarla.

II

En este sentido podemos partir del hecho que comúnmente ante ciertas
acciones, ante ciertos comportamientos, de una determinada persona, sale a relucir
el término Ética. Si se hace referencia sobre alguien, por alguna razón de carácter
personal o profesional en su conducta, se suele decir de ese alguien que carece de
Ética. Que no tiene moral. Lo que conduce a confusiones. Así lo reconocen Cortina
y Martínez (1.998) al señalar que “a menudo se utiliza la palabra ‘ética’ como
sinónimo de lo que anteriormente hemos llamado ‘la moral’, es decir, ese conjunto
de principios, normas, preceptos y valores que rigen la vida de los pueblos y de los
individuos”.

Por ello, la impresión que tanto la ética como la moral son una misma y única cosa.
Y aunque así lo parece es necesario sostener que no. Situación que observamos
en el caso de Emeterio quien habla de ellas indistintamente como sinónimos. Sólo
que por estar íntimamente relacionadas se las confunde. La palabra ‘ética’ –nos
dicen los antes citados Cortina y Martínez (1.998)- procede del griego ethos, que
significaba originalmente ‘morada’, ‘lugar en donde vivimos’, pero posteriormente
pasó a significar ‘el carácter’, el ‘modo de ser’ que una persona o grupo va
adquiriendo a lo largo de su vida. Por su parte, el término ‘moral’ procede del latín
‘nos, moris’, que originalmente significaba ‘costumbre’, pero que luego pasó a
significar también ‘carácter’ o ‘modo de ser’. De este modo, ‘ética’ y ‘moral’ confluyen
etimológicamente en un significado casi idéntico: todo aquello que se refiere al modo
de ser o carácter adquirido como resultado de poner en práctica unas costumbres
o hábitos considerados buenos.

En otros términos: digamos que la Ética es interna. Y la Moral es externa. Hasta


podemos afirmar que la Ética tiene que ver con nuestro pensamiento o, mejor aún,
con nuestra forma de pensar. La Moral está relacionada con nuestras acciones. La
Ética es el qué hacer. La Moral cómo hacerlo. Esta es la consideración de Rodríguez
(1.998) cuando señala que “la moral se refiere a la conducta del hombre que
obedece a unos criterios valorativos acerca del bien y del mal, mientras que la ética
estudia la reflexión acerca de tales criterios, así como de todo lo referente a la
moralidad”.

Se espera entonces que una persona tenga, en el contexto social, una conducta
íntegra. Que se conduzca por el camino del buen obrar. Sujeto de normas de
convivencia social. Lo que le permitiría la inserción en una comunidad o sociedad
determinada. Siendo modelo. Ejemplo de buen ciudadano. Prototipo de hombre
frente a la sociedad. Ante el Estado. Porque como ha dicho Fatone (1.969) “a
diferencial del animal –sumido también en el fluir incesante de los hechos-, no está
el hombre haciendo siempre lo que las leyes de su especie, la necesidad de sus
instintos o de su idiosincrasia fisiológica y la estructura del medio que lo rodea le
determinan inexorablemente. El hombre, como el animal, no puede esquivar las
situaciones, pero a diferencia de él, ni las situaciones mismas ni su propia
configuración psicofisiológica le indican ineludiblemente cómo debe obrar. Forzado
a obrar, el hombre, a diferencia del animal, elige cómo hacerlo: toda su existencia
es, en este sentido, una elección constante”.

En este sentido la educación juega un rol fundamental. Pues es necesario formar,


preparar al hombre para la convivencia social. No sólo como hombre, como ser
humano, sino como profesional. Tomando en cuenta que “la ética profesional abarca
a todos los ámbitos de trabajo, y se propone una conciencia de responsabilidad en
el cumplimiento del mismo”. A ello se agrega que pueda ser tolerante. Que pueda y
sepa no sólo aceptar a los demás sino así mismo que es la base, el principio de ser
humano: aprender a vivir y a convivir con los demás.

Para Savater (1.998) esto es la Etica. “A diferencia de otros seres vivos o


inanimados –nos dice-, los hombres podemos inventar y elegir en parte nuestra
forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir, conveniente
para nosotros, frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Y como podemos
inventar y elegir, podemos equivocarnos, que es algo que a los castores, las abejas
y las termitas no suele pasarles. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo
que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese
saber vivir, o arte de vivir… es a lo que llaman ética”.

III

Como se pudo constatar en la explicación anterior no se puede ver a la ética


y a la moral como una misma cosa. Por ello el planteamiento que nos llevó a realizar
la siguiente aclaratoria. De igual manera se nota que el autor recurre a la necesidad
de involucrar a la religión en su tesis. Y para ello realiza un recorrido histórico.
Mostrando rápidamente la evolución de algunos hechos que le permitan sustentar
su propuesta. Por eso -nos dice-, a todo lo largo del libro estaremos supeditando la
esfera de la ética a la religiosidad (p: 77). Agregando: Que es una manera práctica
de aproximarnos a la Ética (ibid). Con esto no esta haciendo otra cosa sino tratando
de contribuir con la postura de cómo transformar al capitalismo en algo más
humano.

De igual manera el autor se ampara en la responsabilidad social de la empresa en


un primer momento. Y hace su exposición del por qué. Luego sostiene que es
necesario alcanzar la responsabilidad moral de la empresa como herramienta
básica para hacerle frente al comunismo y evitar así su instauración en el mundo o
en algunas áreas. Para derrotar al Comunismo –plantea- no basta con la
Responsabilidad Social, es necesario asumir plenamente la responsabilidad Moral
de Empresa (p: 159). Y precisamente esa es una de las razones del por qué la tesis
de un Capitalismo más humano que busca sostener Gómez. Es decir frenar el
renacimiento como el Ave Fénix que esta experimentando el Comunismo en
algunas áreas del mundo. He aquí quizás el mérito de esta posición. Insisto de esta
que sólo es una posición.

Tal vez el esfuerzo no se vea del todo justificado. Aun cuando nos ofrece la fábula
para defender al Capitalismo y que no deja de ser convincente. Sin embargo, hay
una realidad ahí afuera que parece sostener o hacernos ver lo contrario dejando
entre ver que para el Capitalismo lo importante es el afán de la acumulación del
capital. De un capital privado. Que no hay otro interés. Que el otro no importa. Ni su
miseria. Ni su desolación. Sólo la ganancia. Y el enriquecimiento a toda costa. No
obstante, es preferible luchar por transformar al capitalismo en más humano, de
promover su relanzamiento moral que asumir el Comunismo como forma de
encontrar la justicia social.

Ahora bien, llama la atención que el autor no tome en cuenta que lo que une o
sostiene a la Ética y a la Moral es la relación intrínseca con los valores. Sin los
principios, sin las normas que representan los valores no hay posibilidad de, en este
caso, transformar al Capitalismo en más humano. Inclusive pienso que hay que
educar, formar para esa coyuntura que aspira Emeterio. Claro que hay una
referencia, y si se quiere, como un reconocimiento hacia los valores, pero no es
contundente. Inclusive surge para contrarrestar el planteamiento de Weber quien no
creía en estos para que naciera una ciencia Social. Por que el hombre -sostiene al
respecto-, sépalo o no, pone inevitablemente valores en el mundo. Antes de conocer
objetivamente cualquier realidad, ya la hemos conformado a partir de nuestros
valores. ¡Antes de cualquier comprensión racional, se constituye en nosotros una
pre comprensión moral, ideológica o existencial de la realidad.

Pero este dejo, este olvido hay que resaltarlo. Dado que como ya señalé para vencer
en esta lucha que propone Emeterio la bandera del Capitalismo más humano no
puede ondear sin el hasta de los valores para que la sostenga. Particularmente por
que la vida del hombre es un elegir constante. Una toma de decisiones permanente
entre lo humano y lo divino. Entre el bien y el mal. Y en este sentido sólo los valores
pueden permitirle al hombre elegir. Y elegir bien. Dado que la Ética y la Moral
naufragarían en este océano de incertidumbres, de abismos en el que se ha
transformado el mundo de lo que Peter Drucker (1993) ha denominado la sociedad
post capitalista como una nueva realidad, como un cambio de poder (Toffler:1991)
sin los valores. Por eso insisto en la necesidad de educar para alcanzar el cometido
de un Capitalismo más humano. Pero educar en y con valores.

En este sentido, la gran tarea de la educación -nos dice Velasco (1.970)- es ésta:
Preparar al hombre para elegir y crear los valores superiores en jerarquía. Pero para
lograr esto, diversos factores tienen que participar en el proceso. Pues es necesario
reconocer que, por sobre todas las cosas, se hace indispensable rescatar lo
fundamental de la educación, es decir, la formación. Así lo reconoce Savater (1.998)
cuando señala que “la educación es tarea de sujetos y su meta es formar también
sujetos, no objetos ni mecanismos de precisión”.

No obstante, es innegable que hasta ahora el sistema educativo se ha limitado a


transmitir información, pero no está formando. Dado que educar, según Camps
(1.994), “es… formar el carácter, en el sentido más extenso y total del término:
Formar el carácter para que se cumpla un proceso de socialización imprescindible,
y formarlo para promover un mundo más civilizado, crítico con los defectos del
presente y comprometido con el proceso moral de las estructuras y actitudes
sociales”. Por eso se ha insistido en el hecho de que la educación debe ser integral.
Con ello no se está planteando otra cosa sino que la educación debe ser
espontánea e institucionalizada. Mejor dicho, “el proceso educativo puede ser
informal (a través de los padres o de cualquier adulto dispuesto a dar lecciones) o
formal, es decir, efectuado por una persona o grupo de personas socialmente
designadas para ello”.

En cuanto a los valores se pueden considerar como los instrumentos para


desarrollar la esencia del hombre y orientar su existencia. Ciertamente la esencia
del hombre le es dada. Pero esta esencia es inacabada, inconclusa. Y es obligación
del hombre la de realizar, de construir, de hacer su esencia. En efecto, “el hombre
no ha de conquistar su esencia; pero sí tiene la misión de realizarla. Y esta
realización de su esencia habrá de hacerla en la justa medida de las
disponibilidades que tiene y de las posibilidades que las circunstancias le ofrezcan”.
Pero para ello necesita herramientas. Y esas herramientas no son otras que los
valores. Pues, “los valores pueden ser… un potencial ingente de posibilidades, un
fundamento para la existencia y una gran esperanza activa para el proyecto de
humanización que siempre ha de ser la vida y, en nuestro caso, la acción educativa”.

El hombre tiene a cada instante que enfrentar encrucijadas. Y para continuar tiene
que elegir. Tomar decisiones. Pero esa toma de decisiones se complica dada la
disyuntiva a la que se enfrenta el hombre. Pues tiene que elegir entre el bien y el
mal. En otras palabras, tiene que descubrir, reconocer el camino correcto frente al
incorrecto.

Por eso se dice que los valores están íntimamente relacionados con el fin de la
educación que no es otro que la perfección del hombre. Y perfeccionar al hombre
significa formar al hombre. Pues el hombre es una sustancia inacabada e
imperfecta, pero maleable. En este sentido, la educación debe trabajar sobre el
hombre. Debe labrarlo. Debe esculpir, tallar el “bloque amorfo” que éste representa
y darle forma. Moldearlo y construirlo. Lograr que la posibilidad que es el hombre se
realice, se efectúe. Porque la educación, según el antes citado Savater (1.998),
“tiene como objeto completar la humanidad del neófito”.

Es apenas necesario acentuar que este es el gran desafío del docente. En sus
manos está la oportunidad de dar vida o muerte intelectual al hombre. En otras
palabras, de formarlo, de construirlo, de hacer de él un auténtico hombre. Porque
“para ser hombre no basta con nacer, sino que hay también que aprender”. Es
preciso sacar, extraer, despertar y dar vida al potencial inmenso que permanece
dormido en su interior aguardando el soplo del saber que lo impulse por el océano
del conocimiento. Pues como señaló Drucker (1.995) –citando a San Agustín de
Hipona- “descubrir las aptitudes del estudiante y enfocarlas en la realización es la
mejor definición del maestro y de la enseñanza”.
Desde esta posición podemos señalar que es indispensable tomar en cuenta la
jerarquía de los valores. Dado que se debe reconocer que unos valores están por
encima de otros. Que unos valores son preferidos al resto. Que están sobre los
demás. Aceptando esto, la actuación del hombre en la vida transitará por el camino
correcto. Es decir, el hombre obrará bien. Será virtuoso. Sabrá elegir el mejor
camino. El que más le conviene. Dado que “los valores… son la expresión de unos
ideales o de unos deseos que habitan y se sostienen en la voluntad; de ahí que
podamos definirlos también como el resultado de una opción libre y personal entre
diversas formas de vivir o de actuar”.

La educación, entonces, habrá cumplido con su cometido. Habrá realizado su fin. Y


el docente reposará complacido porque cumplió con su labor. Permitir que el
hombre en lugar de bajar, de abandonarse a su animalidad instintiva elija subir,
ascender hasta el mundo de los valores. Un mundo ideal. Un mundo trascendente.
Un mundo humano.

IV

Como podemos ver es posible que el autor piense que al hablar de la moral
los valores están implícitos. Pero por experiencia nada se puede dejar por supuesto
o dado. Y en este caso en particular es indispensable no solo hacer referencia a los
valores sino a la educación. Porque es a través de un proceso educativo que
podremos lograr que no sólo el Capitalismo pueda ser más humano sino que las
personas entiendan que si puede serlo. En tal caso cuando Emeterio señala que
sólo si logramos desarrollar nuestra dimensión ética, es decir, nuestra dimensión
espiritual más honda, podremos derrotar a la barbarie (p: 98), es como si olvidara
que para “desarrollar esa dimensión ética” necesitamos tener una sociedad más
justa y unos ciudadanos formados para ella en un mundo donde al parecer estamos
hospedados en el Gran Hotel del Abismo (Uslar Pietri: 1971). Y esto sólo es posible
a través de la educación.

Finalmente una vez hechos estos comentarios y la respectiva sustentación, es


necesario recordar que el mismo autor reconoce que cualquier esfuerzo por
promocionar o desarrollar la RSE (léase también, por que es válido, la RME), debe
empezar por reconocer la profunda restricción que a dichos fines comportan la
racionalidad económica, el afán incontrolable de maximizar la tasa de la ganancia,
la escasez y el egoísmo animal (p: 99). Aspectos que son un obstáculo difícil pero
no imposible de solventar y por eso dimos el viaje por el mundo de los valores y la
educación como herramienta para alcanzar el cometido que se propone el autor. De
modo que quede sentado de antemano que ante la crisis integral que vive el mundo
la ética sin educación hoy sería una utopía. Y cualquier propuesta, por muy loable
que sea, no sería sino una simple brizna al viento.
La palabra democracia desde siempre ha indicado una entidad política, una forma
de Estado y de gobierno, y ésa sigue siendo la acepción primaria del término. Pero
dado que hoy en día hablamos también de democracia social y de democracia
económica, estaría bien establecer en cada momento qué queremos decir.

La noción de democracia social se plantea con Tocqueville en su obra La


democracia en América. Al visitar Estados Unidos en 1831, Tocqueville quedó
impresionado sobre todo por un “estado de la sociedad”, que Europa no conocía.
Cabe recordar que, respecto a su sistema político, Estados Unidos entonces
declaraba que era una república, todavía no una democracia. Y por lo tanto
Tocqueville percibió la democracia estadounidense, en clave sociológica, como una
sociedad caracterizada por la igualdad de condiciones y preponderantemente
guiada por un “espíritu igualitario”. Aquel espíritu igualitario reflejaba en parte la
ausencia de un pasado feudal, pero expresaba también una profunda característica
del espíritu estadounidense.

Así pues, democracia no es, aquí, lo contrario de régimen opresor, de tiranía, sino
de “aristocracia”: una estructura social horizontal en lugar de una estructura social
vertical. Después de Tocqueville, es sobre todo Bryce quien mejor concibe la
democracia como un ethos, como un modo de vivir y convivir, y por lo tanto como
una condición general de la sociedad. Sí, para Bryce, en 1888, la democracia es
prioritariamente un concepto político. Pero para él la democracia estadounidense
también se caracterizaba por una “igualdad de estima”, por un ethos igualitario que
se manifiesta en el valor igual que las personas se reconocen mutuamente. Por ello,
en la acepción original del término, la “democracia social” revela una sociedad cuyo
ethos exige a sus propios miembros verse y tratarse como socialmente iguales.

De la acepción original se obtiene fácilmente otro significado de “democracia social”:


el conjunto de las democracias primarias –pequeñas comunidades y asociaciones
voluntarias concretas– que vertebran y alimentan la democracia en su base, en el
nivel de la sociedad civil. En este sentido, un término cargado de significado es
“sociedad multigrupal”, estructurada en grupos voluntarios que se autogobiernan.
Por lo tanto, aquí democracia social significa la infraestructura de microdemocracias
que sirven de base a la macrodemocracia de conjunto, a la superestructura política.

Democracia económica es, a primera vista, una expresión que se explica por sí
misma. Pero sólo en apariencia. Desde el momento en que la democracia política
gira en torno a la igualdad jurídico-política, y que la democracia social consiste sobre
todo en la igualdad de estatus, en esa secuencia democracia económica significa
igualdad económica, aproximación de los extremos de pobreza y de riqueza, y por
lo tanto redistribuciones que persiguen un bienestar generalizado. Esta es la
interpretación que podríamos llamar intuitiva de la expresión. Pero la “democracia
económica” adquiere un significado preciso y caracterizador de subespecie de la
“democracia industrial”.

El concepto se remonta a Sidney y Beatrice Webb, quienes en 1897 escribieron


Industrial Democracy, una obra inmensa, coronada posteriormente en el campo de
los sistemas políticos con una más modesta A Constitution for the Socialist
Commonwealth of Great Britain (1920). Aquí el argumento es nítido. La democracia
económica es democracia en el lugar de trabajo y en la organización y gestión del
trabajo. En la sociedad industrial, el trabajo se concentra en las fábricas y, por lo
tanto, es en la fábrica donde hace falta introducir la democracia. De esta manera, al
miembro de la ciudad política, al polite, le sucede el miembro de una comunidad
económica concreta, el trabajador; y de esa forma se reconstituye la
microdemocracia, o mejor dicho, se instaura una miríada de microdemocracias
donde se da al mismo tiempo la titularidad y el ejercicio del poder. En su forma
acabada, la democracia industrial se configura entonces como el autogobierno del
trabajador en su lugar de trabajo, del obrero en su fábrica; un autogobierno local
que debería ser integrado en el ámbito nacional por una “democracia funcional”, es
decir, por un sistema político basado en criterios de representación funcional, de
representación de oficios y competencias.
En la práctica, la democracia industrial ha encontrado su encarnación más
avanzada en la “autogestión” yugoslava, una experiencia que ya hay que considerar
fracasada en clave económica y falaz en clave política. Por norma, y con mayor
éxito, la democracia industrial se ha asentado sobre fórmulas de participación
obrera en la conducción de la empresa –la Mitbestimmung alemana– y sobre
prácticas institucionalizadas de consulta entre la dirección empresarial y los
sindicatos. Una vía alternativa es un accionariado obrero, que efectivamente puede
ser concebido y diseñado como una forma de democracia industrial, pero que de
por sí implica copropiedad y participación en los beneficios más que
democratización.

La democracia económica también se presta a ser concebida, de un modo muy


general, como la visión marxista de la democracia, en función de la premisa de que
la política y sus estructuras son solamente “superestructuras” que reflejan un
unterbau económico subyacente. Está fuera de duda que hablar mucho en términos
de democracia económica es de amplia inspiración marxista, es decir, que deriva
de la interpretación materialista de la historia. Sin embargo, las “teorías económicas
de la democracia” propiamente dichas y precisamente formuladas que surgen con
Anthony Downs (1957) y que posteriormente han sido desarrolladas, en general, en
términos de social choice, de teoría de las opciones sociales, provienen de los
economistas y no tienen ninguna connotación marxista: se valen de conceptos y
analogías de la ciencia económica para interpretar los procesos políticos (Buchanan
y Tullock, 1962, Riker, 1982).

El hecho es que el marxismo –por lo menos desde Marx hasta Lenin– juega bien
contra la democracia, a la que declara capitalista y burguesa; pero juega mal en su
propia casa, es decir, cuando se trata de explicar cuál es la democracia que
reivindica para sí, la democracia del comunismo realizado. En Estado y revolución,
Lenin dice y desdice; pero al final su conclusión es que el comunismo, al abolir la
política, lo que hace al mismo tiempo es abolir la democracia (véase Sartori, 1987,
pp. 461-466). Por lo tanto, en el texto que más sienta cátedra, el marxismo no
desarrolla una democracia económica. Y la cuestión que hay que recalcar es que la
democracia económica y la teoría económica de la democracia son, a pesar de la
similitud de las expresiones, cosas totalmente distintas.

Una vez aclaradas las diferencias, ¿cuál es la relación entre democracia política,
democracia social y democracia económica? La relación es que la primera es
condición necesaria de las otras dos. Las democracias en sentido social y/o
económico amplían y completan la democracia en sentido político; son también,
cuando existen, democracias más auténticas, ya que son microdemocracias,
democracias de grupos pequeños. Por otra parte, si la democracia no se da en el
sistema político, las pequeñas democracias sociales y de fábrica en cualquier
momento corren el riesgo de ser destruidas o amordazadas. Por ello “democracia”
sin calificativos quiere decir democracia política. La diferencia entre esta democracia
y las demás es que la democracia política es dominante y condicionante; las demás
son subordinadas y condicionadas. Si falta la democracia mayor, con facilidad faltan
las democracias menores. Lo que explica por qué la democracia ha sido siempre un
concepto preeminentemente desarrollado y teorizado en el contexto del sistema
político.
La Responsabilidad Social Empresarial (RSE)

La Responsabilidad Social Empresarial (RSE): Es la contribución al


desarrollo humano sostenible, a través del compromiso y la confianza de la empresa
hacia sus empleados y las familias de éstos, hacia la sociedad en general y hacia
la comunidad local, en pos de mejorar el capital social y la calidad de vida de toda
la comunidad.

El objetivo principal de la responsabilidad social empresarial es que el impacto


positivo que causan estas prácticas en la sociedad se traduzca en una mayor
competitividad y sostenibilidad para las empresas. Así, ser responsable socialmente
generará automáticamente más productividad, puesto que una mejora en las
condiciones para los trabajadores optimizará también su eficacia.
La responsabilidad social empresarial se focaliza, en tres vertientes: cuidado al
medio ambiente, a las condiciones laborales de sus trabajadores y apoyo a las
causas humanitarias.

La responsabilidad social empresarial es una herramienta de ventajas en la calidad


de sus trabajadores. Con esta actividad se puede crear lazos y lograr un buen clima
laboral, cosa que es muy importante en la producción. Si los empleados se sienten
a gusto en su trabajo, los resultados serán positivos.
La RSE puede influenciar positivamente la competitividad de las empresas de las
siguientes formas:

Mejora de los productos y/o procesos de producción, lo que resulta en una mayor
satisfacción y lealtad del cliente Mayor motivación y fidelidad de los trabajadores, lo
cual aumenta su creatividad e innovación. Mejor imagen pública, debido a premios
y/o a un mayor conocimiento de la empresa en la comunidad.
Mejor posición en el mercado laboral y mejor interrelación con otros socios
empresariales y autoridades, mejor acceso a las ayudas públicas gracias a la mejor
imagen de la empresa. Ahorro en costes e incremento de la rentabilidad, debido a
la mayor eficiencia en el uso de los recursos humanos y productivos.
Incremento de la facturación/ventas como consecuencia de los elementos citados.
Referencias:

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(Caracas: Plasarte, s.a.).
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en GESTIÓN (Barquisimeto) N° 19(Julio)
VELASCO, C. 1969. Apuntes de Filosofía de la Educación (Valladolid: Lex
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