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RELACIÓN ENTRE ECONOMÍA Y ÉTICA

La relación entre economía y ética ha sido siempre muy difícil, porque en la economía se manifiestan
habitualmente comportamientos guiados por los intereses de los individuos, las pasiones de los
grupos, las ambiciones y el afán de enriquecimiento y de poderío de muchos, que contradicen los más
antiguos y elementales principios éticos. Las formulaciones éticas, por consiguiente, se esfuerzan por
corregir tales comportamientos y se esmeran en promover las virtudes y valores individuales y
sociales en tan díscolo espacio. La ética se ha siempre empeñado en domar los intereses, las pasiones,
las ambiciones, el afán de lucro, etc. utilizando para ello las herramientas que le proporcionan la
teología, la filosofía e incluso las ciencias; pero ha tenido en ello poco éxito. Más aún, ha ocurrido
que a nivel del pensamiento, esto es, en cuanto al modo en que se ha pensado y concebido la
economía, el proceso histórico muestra un progresivo y muy lento pero inexorable camino de
automatización de la economía (de las ideas sobre la economía) respecto a la ética. Tal proceso marca
la derrota histórica de la ética, o bien el triunfo de las lógicas puramente económicas sobre las
razones y exigencias de la ética, esto es, en última síntesis, el triunfo de los intereses sobre las
virtudes.

Es interesante hacer una breve reseña histórica de este proceso, para comprender en qué momento y
situación nos encontramos.

Podemos comenzar con La República de Platón, en que aparece la que es tal vez la primera
formulación conceptual sobre la economía. El modelo político-económico propuesto por Platón se
funda exclusivamente en motivaciones éticas, en cuanto toda la propuesta busca forjar un nuevo
hombre en el cual la virtud y la buena disposición del alma guiarán sus acciones y lo alejaran del
vicio y la violencia. Por ello Platón rechaza la propiedad privada y postula la propiedad común, y en
Las Leyes, aplica una rigurosa concepción ética de la que desprende los principios que la traducen en
la organización del Estado y de la economía.

Platón es consciente que hay una absoluta distancia entre la economía real y su formulación ética de
la economía, pero es clara su intención de que ésta llegue a aplicarse. Así se comprende claramente
del siguiente diálogo, en La República, 592b:

“Glaucón: Ya entiendo; quieres decir: en aquella ciudad que ahora hemos fundado y discutido, que
tiene su sede en nuestros razonamientos y discursos, pues no creo que exista en ningún lugar de la
tierra.

Sócrates: Pero en el cielo quizás exista un modelo de ella para el que quiera verla, y viéndola se
proponga fundarla en sí mismo”.
También Aristóteles examina la economía desde la ética, distinguiendo la economía doméstica (el
gobierno de la casa) y la crematística (los negocios), ensalzando la primera y criticando la segunda,
por razones morales. Aristóteles enseña que la organización de la economía y del Estado debe
orientarse por la búsqueda del bienestar y la felicidad de los ciudadanos, y con este criterio el
conocimiento económico consiste en distinguir y juzgar lo que está bien y lo que está mal en ella.
Pero es más realista que Platón respecto a la naturaleza humana, lo cual lo lleva a la importante
afirmación económica (no propiamente ética) de que “lo que es común a muchos obtiene un mínimo
de cuidado, pues todos se preocupan de sus cosas propias, y menos de lo común, o tan sólo en lo que
les atañe”.

En la Edad Media, con la filosofía cristiana y la escolástica, la ética continúa siendo entendida como
la guía práctica de la actividad económica, lo que se intenta lograr a través de la enunciación de
“preceptos”, como los relativos a la propiedad, a la usura, al trabajo, al salario, al desprendimiento de
la riqueza, al sentido social de ésta, etc. Si bien se entiende que la economía es algo que como
realidad es independiente, todo el saber económico apunta a subordinarla a la ética. De este modo el
conocimiento económico se manifiesta en forma de enunciados sobre el “deber ser” de las decisiones
económicas. La economía es sierva de la ética, de igual modo que la filosofía es sierva de la teología,
en una estructura del saber jerarquizado, en cuya cima se encuentra la teología.

Esta etapa de la relación entre economía y ética culmina en la magnífica Utopía de Tomás Moro, que
consta de dos libros. El primero describe críticamente la situación económico-socio-cultural de
Inglaterra en ese tiempo, describiendo la ruina de los artesanos, el despojo de los campesinos, el
encarecimiento de la vida, el auge del vicio y de la indigencia y la vagancia. Es una crítica ética de la
economía. Que continúa en el segundo libro, en que Tomás Moro formula cual debiera ser el orden
económico justo, la Utopía económica que corresponde al modelo de una economía ética, guiada por
la ética. Tanto el análisis de la economía como el proyecto de la economía están basados en la ética,
subordinados a ésta.

La separación del análisis científico de los hechos sociales y económicos respecto al juicio y guía
moral sobre ellos tiene lugar en los albores de la época moderna, y sus inicios pueden atribuirse a
Nicolás Maquiavelo, considerado el fundador de la ciencia política, y a quien erróneamente se ha
atribuido la afirmación de que “el fin justifica los medios”. Maquiavelo nunca afirmó esto, sino que
le fue atribuido por quienes no comprendieron la revolución intelectual que cumplía al afirmar que
“Si un príncipe (o gobernante) se quiere mantener en el poder, debe aprender a ser no bueno, y a
usarlo o no usarlo según la necesidad del momento”. La afirmación “el fin justifica los medios” es
un enunciado ético para justificar cierto comportamiento. En cambio la afirmación que hace
Maquiavelo es un riguroso enunciado científico sobre cómo funcionan la política y el poder, donde
los objetivos se logran con independencia respecto a la ética.

Entre la segunda mitad del siglo XV y mediados del XVII aparece la teoría económica conocida
como “mercantilismo”, que por primera vez examina la economía como realidad objetiva
independiente de las doctrinas. Las formulaciones de J.B.Colbert, William Petty, John Locke, John
Law, etc. constituyen el comienzo del proceso de autonomización de la ciencia económica respecto a
la ética; pero es una separación precaria, pues todavía se busca apoyo moral para las formulaciones y
propuestas económicas. En efecto, en un contexto cultural dominado por las concepciones religiosas,
el mercantilismo busca todavía una fundamentación ética, o más exactamente, encuentra una
justificación ética en el pensamiento de Calvino y en la Reforma Protestante, que dan una valoración
positiva de la actividad económica, de los negocios y del enriquecimiento personal y de las naciones.

Es importante tener en cuenta la función cumplida por la reforma protestante en este cambio de
perspectiva. Max Weber examina en su obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de qué
modo la Reforma estableció los fundamentos doctrinarios y éticos necesarios para justificar el
‘espíritu del capitalismo’, que identifica en la búsqueda racional de las ganancias económicas y que
supone la dedicación a los negocios como una actividad que no es ‘mundana’ sino necesaria y
éticamente justificada. La justificación protestante del espíritu capitalista se desenvuelve en varios
momentos teóricos, estando su origen en la separación efectuada a nivel teológico entre la salvación
del alma de las personas respecto de su comportamiento. Si la salvación está predeterminada por la
Providencia y no depende del ejercicio de las virtudes, la predilección divina de los individuos puede
encontrar manifestaciones ya en este mundo a través del éxito y el logro de una situación de bienestar
económico. Este momento conceptual era indispensable, habida cuenta de la concepción cristiana que
ponía a los pobres como privilegiados divinos y a los ricos arriesgando su salvación. Por cierto, la
ética protestante valora el bienestar y la riqueza solamente cuando son obtenidos mediante el esfuerzo
personal y el trabajo, la vida modesta y el ahorro, la creatividad y el espíritu emprendedor.

Después de Maquiavelo, todas las ciencias sociales, incluida la economía, siguiendo en ello al
filósofo empirista que fue también economista e historiador David Hume, separan rigurosamente los
juicios sobre los hechos de los juicios de valor, el análisis de la realidad considerada objetiva (de lo
que es) del análisis del deber ser (considerada una cuestión subjetiva). Así, por ejemplo, la sociología
comienza con Durkheim que identifica el principio metodológico de “tratar los hechos sociales
como cosas”. Es la gran revolución epistemológica realizada por el positivismo, que marca la ruptura
de la conciencia moderna respecto a las filosofías anteriores y la conciencia antigua y medieval. De la
conciencia como sujeto ético se pasa a la conciencia como sujeto cognitivo.

La independencia definitiva del pensamiento económico respecto de la ética se cumple con la


Fisiocracia (Francisco Quesnay) y más marcadamente con el liberalismo, que grafica esta
independencia en la famosa frase “laissez faire, laissez passer” de Vicente de Goumay. El proceso
teórico culmina en Adam Smith, considerado por muchos como el fundador de la ciencia económica
moderna. Smith era un filósofo y su primera obra “Teoría de los Sentimientos Morales” tenía un
marcado carácter ético en cuanto se centraba en el estudio de la conducta humana. Pero la obra por la
cual se lo reconoce como economista – La Riqueza de las Naciones- establece que los objetivos de la
economía son: a) permitir que la gente se proporcione ingresos, y b) proporcionar al Estado los
ingresos crecientes que le permitan la prestación de los servicios públicos.

La ética ha desaparecido así de los objetivos de la economía, y también del análisis económico. En
efecto, Adam Smith plantea que la economía se caracteriza por hechos constantes y uniformes que se
repiten y constituyen leyes. Es así que formula como principios y leyes principales de la economía
tras el logro de sus objetivos de generar riqueza: a) el interés propio como motor de la actividad; b) la
competencia como impulsor de la eficiencia; c) la ley de la oferta y demanda como mecanismo
regulador, y d) la ley del valor del trabajo como fundamento de la acumulación económica.

La ciencia económica continuará desde entonces y hasta nuestros días como una disciplina que
analiza los hechos y propone modelos teóricos exclusivamente en base a la información empírica
interpretada por conceptos supuestamente referidos a los hechos, relaciones y procesos prácticos,
ajena a toda consideración ética. Ello es así incluso en la teoría crítica marxista, toda vez que Marx y
sus seguidores no abandonan el concepto de que la economía se encuentra regida por leyes, tanto en
su continuidad como en la transformación de un modo de producción a otro, sin poner la menor
expectativa de que los cambios económicos puedan provenir de decisiones y formulaciones éticas
que adopten los individuos y los grupos.

El proceso de independización de la economía respecto de la ética llega a su máxima expresión con


Keynes, que por primera vez reconoce y formula algo que estaba implícito en autores anteriores, a
saber, que la economía funciona de manera adecuada cuando se organiza contrariando directamente
los principios éticos tradicionales. Escribe Keynes textualmente: “Cuando más virtuosos seamos,
cuando más resueltamente frugales, y más obstinadamente ortodoxos en nuestras finanzas
personales y nacionales, tanto más tendrán que descender nuestros ingresos cuando el interés suba
relativamente a la eficiencia marginal del capital. La obstinación sólo puede acarrear un castigo y
no una recompensa, porque el resultado es inevitable. Por tanto, después de todo, las tasas reales de
ahorro y gasto totales no dependen de la precaución, la previsión, el cálculo, el mejoramiento, la
independencia, la empresa, el orgullo o la avaricia. La virtud y el vicio no tienen nada que ver con
ellos”. (Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, pág. 105) Keynes es
abundantemente reiterativo, y propone para ilustrar sus conceptos la fábula “El panal rumoroso o la
redención de los bribones” cuyos versos principales rezan así: “Ay, pero en este concierto / del
comercio y la honradez / el panal de antigua prez / se va quedando desierto! / Pues si el vicio a
chorro abierto / despilfarraba millones / alimentaba a montones / que hoy se quedan sin oficio / y
echando de menos el vicio / emigran a otras regiones. / Porque si bien se repara / la insobornable
virtud / no es prenda de la salud ...”

De este modo la racionalidad ética parece haber perdido la partida histórica en que se ha enfrentado
con la racionalidad científica. Sin embargo la ética no se ha dado por vencida, y en la economía
moderna ha mantenido la presencia de su discurso, buscando eficacia práctica por tres caminos
diferentes.

El primero ha sido el de plantear formas económicas éticas como propuestas alternativas a las
predominantes. Así el cooperativismo, el comunitarismo, y más recientemente, las finanzas éticas, el
consumo ético, el comercio justo, etc. En todos estos proyectos, se proponen modelos de unidades
económicas (producción, distribución y consumo) derivados de principios éticos; pero tienen un
problema que no logran resolver, y es que no son verdaderamente eficientes, exigen sacrificios a sus
participantes (cuando la lógica de la economía es la de maximizar los beneficios y el bienestar), y
finalmente no logran consolidarse ni expandirse en el mercado, permaneciendo como islas
testimoniales marginales respecto a la economía en su conjunto.

El segundo camino ha sido buscar la subordinación de la economía a la ética a través de la acción del
poder social y político. Las razones éticas proporcionan argumentos a las luchas sociales de los
sectores que experimentan la marginación o la subordinación económica, y a las corrientes políticas
que las convierten en políticas del Estado y que imponen, por la vía de la autoridad y las
regulaciones, las exigencias éticas sobre la economía. Los resultados parciales que se han logrado por
esta vía suelen ser fuertemente resistidos por los economistas en cuanto implican sacrificios de la
eficiencia macroeconómica, y en realidad no constituyen una genuina validación de la ética sino de la
razón política por sobre la razón económica.

El tercer modo en que se mantiene vigente el pensamiento ético sobre la economía es a través de
propuestas intermedias que buscan algún equilibrio entre la búsqueda de la eficiencia económica y
las exigencias de la ética. Se sacrifica en parte la racionalidad económica y se moderan las exigencias
de la racionalidad ética, en una suerte de compromiso cultural. Conceptos como los de
responsabilidad social empresarial, salario ético, políticas redistributivas, van en esta dirección. El
problema es que tales equilibrios intermedios dejan insatisfechas tanto a las razones de la economía
como a las de la ética, debiendo ambas renunciar a sus reales aspiraciones de coherencia y
consecuencia.
El problema de fondo que ponen estas tres maneras de enfrentar el problema, así como toda la
evolución histórica del conocimiento económico, es que en realidad la ciencia económica tiene razón
cuando sostiene que la subordinación de la lógica económica a la ética, o más exactamente, las
interferencias de ésta en el mercado capitalista, implican sacrificar parte de la eficiencia económica
de este modo de organización económica. Sé que esta afirmación puede ser y ha sido discutida con
diversos argumentos, pero creo poder afirmar que la evidencia histórica es al respecto decisiva y
contundente.

¿Significa esto que la ética debe renunciar a su intento de obtener que la economía proceda siempre
hacia el bien social y que cumpla el objetivo de favorecer el más completo desarrollo humano,
contribuyendo a crear las condiciones para que se instalen los valores en la vida social y las virtudes
en las conductas de los individuos?

No es la conclusión necesaria de este análisis. Hay una respuesta diferente, que no va en la dirección
antigua y medieval de subordinar la economía a la ética, ni en la dirección moderna de mantenerlas
separadas de modo que la razón ética no interfiera en la razón económica. Se trataría de algo
completamente distinto y nuevo, consistente en introducir la razón ética en la teoría económica,
esto es, desplegar una nueva estructura del conocimiento científico, que lo haga capaz
de reconocer con rigurosidad científica las exigencias de la ética en el razonamiento y el análisis
propiamente económico.

Es lo que creemos haber de algún modo realizado en la teoría económica de la economía de


solidaridad, y en la Teoría Económica Comprensiva que la fundamenta. Algunos ejemplos de ello
– que por razones de espacio y de tiempo nos limitamos a enunciar solamente para dar una idea del
significado de esta propuesta teórica – son:

- La elaboración de un nuevo concepto de eficiencia, que no limita la utilidad económica a la


rentabilidad del capital ni los costos al pago de los factores implicados en la actividad, sino que
considera en el análisis todos los beneficios y los sacrificios humanos, sociales y ambientales
involucrados en la actividad económica.

- El concepto del “Factor C” como expresión económica de las virtudes y relaciones de solidaridad,
cooperación, compañerismo, etc. en cuanto constituyentes de una fuerza o factor productivo real, al
que debe reconocerse su particular productividad y contribución en la generación de la riqueza.

- El reconocimiento de las relaciones y flujos de reciprocidad, donación, compensación,


comensalidad, cooperación y otros tipos de relación que incorporan un importante contenido ético,
como componentes internos del proceso de distribución de la riqueza, y que es preciso integrar al
análisis teórico del mercado y la circulación.

- Un nuevo concepto de empresa, como organización económico-social que integra la subjetividad


de todos los sujetos que la conforman, aportando cada uno sus propios valores, energías y
potencialidades en la generación del producto.
DERECHO Y ÉTICA

La relación de la ética con el derecho puede considerarse desde diversos puntos de


vista y tendrá que situarse particularmente en dos planos distintos sobre los que se
articula la reflexión moral.

Primeramente, en el plano de la reflexión ético-normativa el problema de las relaciones


entre la ética y el derecho interesa de forma no exclusiva, pero sí prevalente, a la parte
penal de la legislación civil o eclesiástica, y no a la que regula la vida diaria de la
sociedad. Hay que añadir, sin embargo, que el código penal de la sociedad civil no se
interesa por la actitud moralmente buena, por la que se interesa por el contrario el
derecho canónico, al que le importa la formación interior de cada creyente y su
orientación hacia la santidad.

Además, el código, civil o eclesiástico, no sanciona nunca a nivel de comportamiento


todo lo que es moralmente recto o equivocado y - no prevé penas para todas las
acciones moralmente equivocadas. Desde este punto de vista, el derecho se interesa
de forma casi exclusiva por todos aquellos ámbitos operativos dentro de los cuales hay
que defender o garantizar los intereses o los derechos de terceros. Un caso ejemplar:
la pena que prevén los diversos códigos para todos los intentos de homicidio, pero no
para los intentos de suicidio.

Más aún, se da a veces el caso de que el código civil en su parte penal no sólo no
castiga, sino que legitima incluso lo moralmente errado, como ocurre en el caso de la
legislación sobre el aborto y sobre el divorcio. Esto puede suceder bien en un contexto
democrático, donde la mayoría determina de forma decisiva la orientación legislativa,
bien en un contexto no democrático en el que todo o casi todo depende de la voluntad
de uno o de unos pocos.

Esta última aclaración nos invita a considerar la relación existente entre la ética y el
derecho, también en el plano de la fundamentación de las normas morales o jurídicas.

Dentro de esta perspectiva meta-ética se plantea además el problema del momento


cognoscitivo o de decisión que está en la base de los juicios morales últimos, de los
que dependen también los juicios del derecho: mientras que unos autores (los
«cognitivistas») afirman que estos juicios son preexistentes al hombre y que hay que
adecuarse a ellos también desde el punto de vista legislativo, otros (los
«decisionistas») afirman que la perspectiva ético-jurídica depende sólo de aquello en lo
que converge la mayoría o de aquello que se logra sancionar por un contrato.

Ética y Derecho.

Ahora bien, el Derecho es mal concebido con mucha frecuencia como simplemente el

brazo armado de la Ética, como un sistema de prohibiciones basado en los

imperativos morales a fin de que la sociedad se comporte en forma correcta.

Por eso, cuando la creatividad del hombre parece orientarse hacia caminos que

pueden ser destructivos, cuando la investigación científica parece salirse de los

límites morales, mucha gente se vuelve hacia el Derecho a fin de que colabore con su

fuerza coercitiva en poner barreras a esas conductas que se consideran peligrosas e

inmorales.

El caso de la oveja clonada es muy ilustrativo en ese sentido. Tanto en el Perú como

en el extranjero, hemos escuchado voces que, lejos de saludar con entusiasmo este

triunfo extraordinario de la ciencia, claman en nombre de la Ética contra tales

experimentos considerando que constituyen una ofensa a la moral y un atentado

contra la dignidad humana. Y, como si se tratara de algo absolutamente natural que

no merece mayor análisis, esas voces de protesta se dirigen a sus respectivos

Gobiernos a fin de que se prohíba mediante una ley ese tipo de investigaciones. Si la

moral está en peligro, parece lógico que el Derecho intervenga.

Sin embargo, las relaciones entre la moral y el Derecho son algo más complicadas. Y

por eso es conveniente que nos preguntemos sobre la naturaleza y las funciones del

Derecho: ¿es realmente el Derecho algo así como el Ministerio de Gobierno y Policía

de la Ética? ¿El derecho es simplemente un instrumento imperativo de represión

moral de las conductas sociales? Y aun si no fuera solamente ése su papel, ¿puede
imponer el Derecho limitaciones a las actividades de los hombres en nombre de la

Ética?

Todas ellas son preguntas graves que no intentaré responder concluyentemente. Me

voy a limitar a explorar la cuestión y a exponer los puntos de vista de un abogado

respecto de las relaciones entre el Derecho y la Ética.


ETICA Y RELIGION

La religión ha sido históricamente una de las fuentes de la moralidad. Incluso hoy en


día, muchos de los sistemas morales, de las normas y códigos de conducta de gran
parte de la humanidad descansan en diversas concepciones religiosas.

La ética, como 'reflexión filosófica' sobre la moralidad se cruza en su camino con la


religión desde el momento en que pretende 'dar cuenta' mediante razones del
fenómeno de la moralidad.

Las dos coinciden en la búsqueda de un sentido para las actividades humanas, pero
desde un punto de vista distinto. Por eso decimos que ambas son autómonas, pero no
independientes sin resultar por ello interdependientes. En esta Unidad, vamos a
analizar las características más relevantes del fenómeno religioso, en lo que atañe más
directamente a la perspectiva moral, para tratar de dibujar la relación de tensión en la
que se encuentran la ética y la religión.

EL FENOMENO RELIGIOSO
En la vida de las personas ocurren muchas cosas que nos resultan inexplicables pero
que nos impactan de una manera especial. La amistad a toda prueba de un amigo, la
relación con la persona que quieres, una enfermedad o un accidente, la muerte de un
amigo... son cosas que ponen en interrogante nuestra manera de ver la vida. En tales
situaciones, preguntarse por el sentido de la vida es una muestra más de que la vida
hay que tomársela en serio, pues no es nada fácil permanecer indiferente o impasible
en circunstancias así.

Hablando en general, podemos decir que hay dos tipos de respuesta a estas
situaciones. Hay quienes acuden a la condición dramática del ser humano para
justificar su desesperación o su esperanza en que algún día el progreso sabrá dar
respuesta a lo que ahora nos resulta inexplicable. Existen otras personas, para quienes
estos interrogantes suponen una muestra más del misterio que hay en toda vida, sin
rechazar por eso lo que la ciencia y la razón significan de posibilidad humana. A este
segundo tipo de gentes pertenecen las personas religiosas, abiertas al misterio con tal
confianza y convicción que cuesta pensar que no experimenten algo real.

Numerosos comportamientos, elementos culturales y artísticos por doquier son


testimonio de la actitud de dichas personas que en su insistente búsqueda de la
felicidad se han topado con ese misterio que dicen percibir y que otros muchos no ven,
o piensan que es pura quimera o invención.

En este sentido, función de la religión es dotar de sentido al mundo y a la vida del


hombre; dar salida a esos interrogantes que ponen de manifiesto los límites en los que
se desarrolla la existencia. Por eso decimos que la religión conecta con la pregunta por
el sentido que remite a la trascendencia entendida como apertura y compromiso de
realizar posibilidades humanas.

LA RELACION ENTRE ETICA Y RELIGION

La religión como fuente de moralidad


Las religiones han sido, y todavía son, una de las fuentes más importantes de
moralidad. Dicho de otra manera, numerosas personas de todo tipo y condición dan un
sentido a sus comportamientos y actividades mediante una serie de normas morales
que proceden de una religión. De ahí que nos resulte impensable una actitud religiosa
que no lleve aparejada una intencionalidad ética; o nos llame poderosamente la
atención la actitud de un hombre religioso que no trate de perfeccionar sus
costumbres y de servir al prójimo.

Ahora bien, el conjunto de las normas morales de una religión depende de cómo el
hombre se representa a Dios. En el caso de unas religiones donde prima la relación
personal con Dios, el comportamiento moral se basa en la respuesta libre desde el lado
humano. En este contexto, la tolerancia y la fraternidad son valores imprescindibles
para que dicha relación se dé (teísmo) o no se dé (ateísmo o agnosticismo).

Por el contrario, una representación de Dios como legislador implacable y exigente,


generará comportamientos anclados en el puro cumplimiento de las leyes, propiciando
así actitudes fundamentalistas de quienes quieren que todos se comporten según el
mismo rasero.

La falsa ecuación entre fe y actitud ética está en la base de todas las guerras de
religión, de todas las formas inquisitoriales y, también, de todas las críticas 'morales'
que se han hecho de la religión por no dejar que el hombre sea lo que puede ser (L.
Feuerbach (1804-1872), K. Marx (1818-1883), F. Nietzsche 1844-1900).

La primacía de la ética
El fracaso moral de la religión, entendido como fracaso de una civilización occidental
cristiana que no ha sido capaz de llevar a cabo los valores más genuinos del
cristianismo (fraternidad, justicia, paz...); las diversas formulaciones del ateísmo
basadas en razones éticas ( crítica de toda ética de tipo religioso porque desvirtúa una
'auténtica' realización humana); y, finalmente, unos proyectos de vida que tienen un
fuerte sentido moral, pero al margen de lo

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