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El país de los argentinos

Elena Chiozza

Perú y el Río de la Plata


Los metales del Alto Perú fueron la veta primigenia del desarrollo colonial sudamericano y su sostén
por dos siglos: cuando los españoles extendieron por los Andes su vasto imperio colonial, vieron en ellos
posibilidades fantásticas de rápido enriquecimiento por medio del dominio de múltiples yacimientos
minerales. De México al Perú, un rosario de ciudades creció consolidando el poder de la Corona castellana
con un aluvión continuo de metales ricos. Sólo en forma accesoria algunos pocos exploradores, se
internaron en las zonas bajas del continente, levantando establecimientos fugaces y descubriendo las
abundantes riquezas del nuevo mundo. Sin embargo, en la nueva estructura colonialista del siglo XVIII —
cuyo signo definitorio sería el tráfico mercantil de artículos industriales—, España queda desubicada en
relación con sus vecinas europeas a causa de su atraso manufacturero e industrial. Ya cuando la minería
andina inicia su prolongada decadencia, naves inglesas, holandesas y francesas recorren asiduamente el
Atlántico intercambiando sus manufacturas en los puertos del continente y afianzando en los puertos el
poder político de los grupos intermediarios.
A lo largo de ese siglo, el eje atlántico de la nueva economía sella el estancamiento del Perú y de las
áreas tradicionales de colonización española. Las rutas del Caribe y del Brasil, antaño surcadas por buques
negreros y cargamentos de azúcar, constituyen ahora la base del creciente desarrollo del comercio
capitalista, reemplazando a las rutas que, por Portobello y Panamá alcanzaban Lima navegando el Pacífico.
Desde esta perspectiva, la corriente colonizadora que desde Chile y Perú penetra en nuestro actual
territorio a partir de 1550; tuvo como objetivo esencial la apertura de extensas zonas a la agricultura y a
la ganadería, capaces de producir cereales, animales de carga, maderas y alimentos para el consumo del
altiplano. En cambio, las primitivas exploraciones del Plata y sus afluentes fueron tan sólo incursiones de
reconocimiento cuyos primeros frutos tardarían siglo y medio en madurar. La casi simultánea fundación
de Santa Fe (1573) y Buenos Aires (1580), y el crecimiento del puerto de Asunción, señalan importantes
antecedentes para el comercio fluvial aún en ciernes.
Políticamente, el actual noroeste argentino integra el Virreinato del Perú, como gobernación autónoma
del Tucumán dependiente de la Audiencia de Charpas, desprendida, de Chile por Real Cédula de Felipe II
(1563). Los poblamientos fluviales del litoral, que apenas comercian con las lejanas áreas mineras y
subsisten precariamente, de la agricultura intensiva, constituyen en 1617 las gobernaciones del. Paraguay
(o Guayrá) y la del Río de la Plata. La. primera integra las misiones jesúítícas, que comienzan a multiplicarse
desde principios del siglo XVII, el territorio comprendido entre el Paraguay y el Paraná; la segunda
incorpora las ciudades de Buenos Aires, Santa Fé, Concepción del Bermejo y Corrientes.
Hacia 1700 el comerció fluye abundantemente entre el Alto Perú y Buenos Aires, estimulado por el
mercantilismo francés que cubre los mercados locales.

El Virreinato del Río de la Plata


Uno de los ejes fundaméntales del nuevo virreinato, fundado en 1776, une Potosí con Buenos Aires: el
viejo centro minero con el rejuvenecido puerto fluvial-marítimo.
El corazón de la minería peruana desata los antiguos
lazos jurídicos que la atan al virreinato de Lima, alterando
él perimido sistema económico del coloniaje español. El
nuevo estado también incluye todo el litoral fluvial desde
el Plata hasta las misiones jesuíticas del Paraguay, donde
se pondrán de manifiesto las tensas relaciones con el
Brasil portugués. Desde el siglo XVll los bandeirantes
paulistas venían llevando sus malocas contra las
reducciones guaraníes, capturando centenares de
indígenas. Del Plata al Páraguay, la frontera lusoespañola
será el escenario de una prolongada puja por el dominio
de las amplias tierras agricolas del nordeste y por la
explotación de su mano de obra.
Un año después de la fundación del nuevo virreinato,
España recupera la largamente disputada Colonia del
Sacramento, sobre la margen Izquierda del Plata y
amplios territorios de la Banda Oriental y sur del Brasil,
cediendo en cambio la isla de Santa Catalina (Tratado de
San Ildefonso, 1777). La nueva organización política
protegía Intereses vitales de España en el Atlántico sur,
asegurándole el control del Plata y de las costas
patagónicas; corregía viejos errores en la administración
de estos enormes territorios, extensos y ya muy poblados
por entonces a los que la lejana autoridad limeña apenas
podía atender. Sin embargo, la organización política
continuaba apoyándose fundamentalmente en las
instituciones municipales que el sistema colonial había
desarrollado con éxito.
En 1782 Carlos III dicta la Real Ordenanza de
Intendentes, cuyos fines unificadores y orgánicos no
pueden evitar que las ciudades, representativas de
modos de producción y estructuras sociales diferentes,
conserven una relativa autonomía que a la larga influirá decisivamente en la desmembración del
Virreinato. Estas ciudades, que aparecen como cabeza visible de las subdivisiones, serán cincuenta años
después, las bases territoriales sobre las que se asentarán las provincias de cuatro naciones
independientes.
La Intendencia de Buenos Aires, heredera de la antigua gobernación, ocupaba el litoral del Paraná
desde Corrientes al Plata, las extensas áreas ganaderas —muchas de ellas aún inexploradas y fuera del
dominio colonial— que se abrían por la llanura pampeana hasta las faldas orientales de los Andes y todas
las tierras patagónicas hasta el estrecho de Magallanes. Las ciudades agroindustriales del noroeste,
económicamente dependientes de Potosí, integraron la intendencia de Salta del Tucumán. El Alto Perú
minero se dividió en cuatro Intendencias: Potosí, Charcas, Cochabamba y La Paz, llevando cada una el
nombre de sus ciudades capitales. El nordeste constituyó la Intendencia del Paraguay, con su capital en
Asunción. La región occidental, Cuyo, hasta entonces dependiente de la Capitanía General de Chile, integró
la Intendencia de Córdoba del Tucumán. Convergían en el territorio de esta última intendencia dos
importantes vías comerciales: el Camino Real, que desde
Buenos Aires alcanzaba Córdoba por el río Tercero para
dirigirse luego al noroeste, y la ruta que pasando por Río
Cuarto torcía al sudoeste en dirección a Chile. Cuyo se
transformó rápidamente en nudo de enlace del
comercio trasandino.
Junto con las Intendencias, el Virreinato incorporó
como Gobiernos o provincias subordinadas vastos
territorios no colonizados. En el extremo norte, los
Gobiernos de Moxos y Chiquitos ejercían su jurisdicción
sobre la región amazónica lindera al altiplano y sobre la
región chaqueña, que se abría paso por el sur
alcanzando la cuenca del Salado. Introducido como una
cuña entre las dos áreas vertebrales del Virreinato, este
extenso territorio era habitado por pueblos nómades,
cuyas repetidas y prolongadas invasiones sembraron el
terror entre los primeros pobladores del noroeste,
amenazando ciudades y rutas comerciales hasta bien
entrado el siglo XVIII.
Al este, las antiguas misiones jesuíticas, que
abandonadas desde la expulsión de la Orden (1767)
cayeron en un franco proceso de descomposición
interna quedando libradas ai asalto de las malocas
brasileñas, constituyeron el estratégico Gobierno de
Misiones. El fértil y ondulado territorio entre el río
Uruguay y el océano Integró el Gobierno de
Montevideo, tomando el nombre del puerto fundado
sobre el Plata por Bruno Mauricio de Zabala (1724).
Las antiguas regiones del altiplano continuaron con
la actividad minera hasta poco antes del estallido de la
guerra de Independencia, aunque la falta de capitales y
de mano de obra, el atraso técnico y la baja ley de los metales habían marcado definitivamente su
decadencia. Potosí, Oruro, Aullagas y otros centros mineros se debatían en desesperada agonía. Sin
embargo, el activo tráfico con el sur vino a revltalizar su economía y durante el período virreinal recorrían
sus rutas centenares de bestias de carga, llevando efectos de todas, clases a los mercados urbanos Tarija
y Cochabamba se beneflciaban con las ganancias de su producción agrícola y La Paz con el tráfico comercial
al bajo Perú. Las ciudades de la Intendencia de Salta del Tucumán desarrollaban una importante actividad
agrícola y manufacturera estrechamente ligada al mercado altoperuano: Santiago del Estero proveía
excelentes tinturas y, junto con Catamarca, tejidos de lana y algodón muy apreciados. En Tucumán se
fabricaban carretas, ruedas y otros elementos de transporte, y en Salta y Jujuy prosperaban los
Invernaderos de mulas.
Los valles que rodeaban las ciudades se cubrían de. huertas, sementeras y corrales; las buenas
comunicaciones entre unas y otras facilitaban el intercambio de las mercancías. Desde Córdoba del
Tucumán, salvo las muías criadas a orillas del río Tercero que se vendían en Salta con destino al Alto Perú
la corriente comercial se dirigía con preferencia al Plata. Las harinas de trigo producidas en la serranía y
los cueros de la llanura cordobesa, tanto como los vinos y aguardientes de Mendoza y San Juan hallaban
estimulantes mercados en Buenos Aires, donde gran parte se exportaba al exterior. En el litoral fluvial y
las zonas dominadas de la llanura una ganadería irracional servía de consumo a la población y reservaba
importantes partidas de cueros y sebo a la exportación. El territorio de Montevideo ofrecía abundantes
pasturas a los rebaños que los propietarios bonaerenses remitían para protegerlos del malón. Las fáciles
comunicaciones fluviales y la numerosa mano de obra disponible favorecían la explotación agrícola y
forestal en Misiones y Paraguay, dotándolas de un aceptable nivel económico. Las zonas desechadas por
el español durante años por carecer de metales se transformaban ahora, por su producción ganadera, en
las áreas más ricas y progresistas del Virreinato, mientras que aquellas, que lo sostuvieron durante dos
siglos con su minería, se hallaban postergadas y estancadas. Ese cambio económico recién empezaba a
alterar la estructura demográfica del vasto Estado. Todavía la población se concentraba en el Alto Perú y
el Noroeste, sobre todo en las ciudades.

La población en el periodo virreinal

A pesar de su decadencia económica, Potosí llego a los 50.000 habitantes en el periodo virreinal,
Santiago del Estero pasaba los 30.000 y Salta y Tucumán los 20.000, córdoba alcanzaba los 40.000
habitantes. La población litoraleña crecía lentamente acelerándose vertiginosamente en Buenos Aires,
donde el constante aporte de europeos elevo la cifra de 24.000 habitantes en 1778 a más de 55.000 en
1822. En Misiones, donde la masa indígena rural concentrada por la actividad de los jesuitas, había sufrido
el asalto permanente de los brasileños, vivían entre 1785 y 1891, alrededor de 40.000 individuos. En los
treinta y cinco años del periodo virreinal, el área fluvial rioplatense absorbe población de las zonas
tradicionales del interior. No todos vienen a Buenos Aires, muchos se establecen a lo largo de las rutas
comerciales iniciando la primera colonización rural de la llanura pampeana.
El crecimiento de la población se hace manifiesto en Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos,
mientras la población rural del noroeste, si bien abundante,
permanece estacionaria. La población cuyana es por la índole
de su actividad económica básicamente urbana o suburbana,
y tanto en Montevideo como en Paraguay, el campo y la
ciudad mantienen un estable equilibrio demográfico.

La desintegración del Virreinato


La relación de fuerzas entre las distintas áreas del
Virreinato entra en crisis cuando la burguesía mercantil
porteña, encabeza un movimiento político de carácter
exclusivamente local que, desterrando la autoridad
española, vincula estrechamente el puerto de Buenos Aires
al comercio inglés de ultramar. El cambio implicaba la
adopción del sistema económico del librecambio,
inaugurado por el Reglamento del Libre Comercio (1778) y
propiciado por las medidas liberales adoptadas por los
gobiernos de Liniers (1806-09) y Cisneros (1809-10). Esta
libertad comercial vigoriza la posición de intermediaria de la
burguesía porteña y sella el destino histórico de Buenos Aires
como centro aglutinador de recursos humanos y financieros,
rompiendo el tenso equilibrio interregional del siglo XVIII. Las
partes integrantes del Virreinato reaccionarán según las
posibilidades que el nuevo orden económico les brinda. El
Alto Perú responde con la guerra bajo la dirección militar del
virrey Abascal y con la separación definitiva bajo la égida de
Sucre. Montévideo entrará en abierta competencia y
Paraguay se mantendrá prescindente y encerrado en sí
mismo. Cuyo y el Noroeste terminan asociándose al Plata en
inferioridad de condiciones, tras una larga crisis que
terminará con la configuración de la Argentina tradicional. La desintegración se gesta rápidamente a partir
de 1810, hasta completarse en 1828 con la separación definitiva de Montevideo.
El Alto Perú. Producida la Revolución de 1810 en Buenos Aires, se abre una primera etapa con la
separación de las intendencias alto-peruanas. El virrey Abascal reivindica el antiguo dominio de Lima sobre
las intendencias del Alto Perú. Pocos meses después del movimiento revolucionario las tropas españolas
sentaron en el altiplano el más importante foco de resistencia. Desde 1810 Buenos Aires procura mantener
su predominio en el antiguo emporio minero enviando sucesivas expediciones militares; la suerte adversa
de las armas y los intereses contradictorios de los núcleos gobernantes locales llevan a la separación del
altiplano del resto del Virreinato. Desde 1814, la línea de frontera se estabiliza entre Jujuy y Tarija,
sostenida por las montoneras salteñas del gobernador Martín Miguel de Güemes (1814-1821).
El triunfo de Bolívar en el norte de América del Sur y su entrada en Lima anuncian la segunda etapa del
proceso de separación del Alto Perú. Ocupado por los ejércitos del mariscal Sucre, opta por constituir un
Estado independiente en 1825. Ante el hecho consumado, la diplomacia porteña debe resignarse a discutir
simples cuestiones de límites. En 1826 se convino con Bolívar en que la región marítima de) Atacama,
incorporada a Salta en 1816, fuera cedida a cambio de la provincia de Tanja, también dependiente de Salta
por Real Cédula de 1807 y ocupada por Sucre en 1825. Bolívar acepta la desmembración del virreinato
platense, aunque en ese mismo año escribiera a Sucre que “ni usted ni yo, ni el Congreso mismo del Perú,
ni el de Colombia, podemos romper y violar la base del derecho público que hemos reconocido en América.
Esta base es que los gobiernos republicanos se fundan entre los límites de los antiguos virreinatos,
capitanías generales o presidencias. El Alto Perú es una dependencia del Virreinato de Buenos Aires"
(citado por Restelli, E., Misión Alvear-Díaz Vélez al Alto Perú (1825-1827), Ministerio de Relaciones
Exteriores, Buenos Aires). Contribuyeron a ello las vacilaciones del Cabildo de Tarija, que en julio de 1825
comunicaba su incorporación al Alto Perú y al mes siguiente le anunciaba al gobernador de Salta el envío
de una diputación a la legislatura provincial y otra al Congreso General Constituyente reunido en Buenos
Aires.
Autonomía del Paraguay. Desde que fuera desplazada por Buenos Aires en el comercio internacional,
Asunción continuó una vida pacífica dentro de los límites de su Intendencia. Los sucesos de 1810
repercutieron en ella rápidamente; se constituyó un Cabildo Abierto y luego se formó una Junta de Guerra.
Su presidente, el gobernador Velazco, ocupó preventivamente los territorios correntinos entre los ríos
Tebicuary y Paraná. Los hechos pronto Justificaron su medida: a fines de ese año, una expedición militar
enviada por Ja Primera Junta pretendió sin éxito sojuzgar a la provincia, que había elegido permanecer leal
al Concejo de Regencia español. Otra Junta Militar reemplaza a Velazco en 1811 y posteriormente asume
el gobierno Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840). Ejemplo único en el continente, Paraguay conservó
no sólo una acendrada autonomía política, ratificada por la Declaración de Independencia de 1842, sino
también una independencia económica fundada en la explotación de sus ricos recursos y el aporte de
abundante mano de obra. La guerra civil uruguaya y las apetencias territoriales brasileñas, alentadas por
el imperialismo británico, arrastraron a esos dos países americanos a una alianza con Argentina y a una
violenta destrucción de aquella independencia económica. La Banda Oriental: La historia de la Banda
Oriental o Gobernación de Montevideo dentro de la estructura virreinal, es en estos años el resultado de
una lucha entre los intereses de cuatro regiones: las dos ciudades puerto (Buenos Aires y Montevideo), la
campaña oriental, rico territorio ganadero, y el imperio lusobrasileño.
En 1809, la campaña oriental se une a Buenos Aires contra Montevideo, en poder de Francisco J. de
Elío. Entre 1812 y 1814, ambas ciudades luchan contra la campaña, erizada por las lanzas de Artigas; en
1816 Portugal invade la Banda Oriental con la venia de Buenos Aires, pero a partir de 1822 arribas ciudades
se unen en un frente común contra la política exterior del Imperio Brasileño. De esta manera, la confusa
historia del Uruguay primitivo aparece como un conflicto que siempre favorece, en última instancia, a
Inglaterra, hábil y diplomático testigo. La política británica de equilibrio intentará durante veinte años
mantener una competencia estable entre los dos puertos del Plata y la paz en el interior oriental, en tanto
aconseja a la corte de Río respetar la integridad territorial de la antigua Gobernación.
En 1823 se reúne en Montevideo un Cabildo que denuncia la anexión al Brasil —ya independiente de
Portugal—, y pide tropas al gobernador santafesino Estanislao López. Poco después se proclama la
separación de Brasil y el reintegro al seno de las Provincias Unidas. Rivadavia impide al gobierno
entrerriano que permita el paso de tropas desde Santa Fe y envía al experimentado diplomático Valentín
Gómez a solicitar del emperador brasileño el alejamiento de sus tropas de la Banda Oriental.
En 1823 el general brasileño Carlos F. Lecor es nombrado Presidente de la Provincia Cisplatina. Brasil
ha llegado nuevamente al Río de la Plata. Lecor puede perseguir a sus enemigos y hasta arrear los ganados
orientales al Brasil, sin que el gobierno porteño ni el comandante de campaña, Fructuoso Rivera, entren
en acción. En 1825 se inicia la epopeya libertaria: Juan Antonio Lavalleja, ayudado por algunos ganaderos
de Buenos. Aires y de la misma Banda Oriental, consigue rápidos* y promisorios triunfos y luego, junto
con las fuerzas de Rivera, acorralan a Lecor tras los muros de Montevideo. Liberada la campaña, el
Congreso General. Constituyente de La Florida (1825) proclama la formal incorporación a las Provincias
Unidas. La nueva situación obliga al emperador brasileño a declarar la guerra. En 1826, el Ejército de
Observación, apostado en Entre Ríos cruza el Uruguay y, apoyado por las tropas orientales, rechaza al
ejército brasileño hasta su propio territorio, mientras las naves del almirante Brown recorren en triunfo la
costa americana desde Patagones hasta Río de Janeiro.
El gobierno provisional instalado en La Florida compensa su debilidad con la presencia del ejército
argentino, pero la evolución centralista y unitaria del régimen riva- daviano no condice con las aspiraciones
federales y democráticas de Lavalleja. Inglaterra aprovecha estas diferencias para llevar a la práctica su
proyecto de creación de un estado que preserve el equilibrio militar y comercial al sur del continente, y
garantiza la independencia del nuevo estado oriental frente a las ambiciones brasileñas y argentinas. La
Convención Preliminar de Paz firmada en Río por el ministro García, en abierta contradicción con el
resultado de la guerra, cede la soberanía del territorio oriental a Brasil, atenazado, sin embargo, por la
diplomacia británica. El fracaso rotundo de la Constitución unitaria de 1826 y la indignación popular por el
acuerdo firmado con Brasil provocan la caída de Rivadavia (1827). Es el momento para que la Banda
Oriental declare su Independencia; mientras Rivera bate el territorio despoblándolo de enemigos, Dorrego
asume el gobierno porteño y Brasil permanece inmóvil. Uruguay se constituye como nación independiente
en agosto de 1828.

La formación de las provincias


Durante toda su historia las ciudades tuvieron un importante papel político. Los cabildos municipales
se reservaban gran parte del poder y su grado de dependencia institucional era en muchos casos
imperceptible. La composición de los cabildos reflejaba la estructura social de su jurisdicción y el
predominio de sectores latifundistas o mercantiles. A pesar de la organización virreinal sancionada en
1782, las ciudades siguieron, siendo centros políticos autónomos, lo cual fue factor decisivo en la
desintegración del Virreinato.
La autonomía renace en 1810, cuando el Cabildo; porteño, formado por las capas más progresistas de
la burguesía mercantil y apoyado por milicias populares, decide por sí solo suprimir una autoridad que
jurisdiccionalmente sobrepasaba los intereses de la ciudad puerto. Eliminada la autoridad unitiva impuesta
por los Borbones, cada Cabildo reasume su libertad de acción y actúa sepáradamente. Así, mientras
Buenos Aires ensaya formas de alianza o agresión contra los cabildos del interior, el de Montevideo se
mantiene expectante y el de Asunción reconoce el Concejo de Regencia. Aún quince años después, el
cabildo de Tarija cumplirá importante papel en el destino de su provincia.
El cabildo revolucionario porteño tiene como primer objetivo la construcción de un orden que armonice
los distintos intereses de cada región del Virreinato. En 1811 la Junta Grande (cuerpo ejecutivo integrado
por delegados de varias ciudades) sanciona el Reglamento de Juntas Provinciales, donde por primera vez
se las reconoce estatutariamente como origen de la futura división provincial. El sistema colegiado
adoptado por Buenos Aires se reproduce, en el interior, buscándose la integración con el nombramiento
desde Buenos Aires de los presidentes de las Juntas. El rechazo de esta posibilidad por parte de los Cabildos
del interior promueve la desintegración dé las Gobernaciones-Intendencias en provincias a lo largo de un
proceso iniciado en 1813 y que concluye en 1825. En 1813 la Intendencia de Córdoba del Tucumán se
divide en Intendencia de Córdoba (Córdoba y La Rioja) e Intendencia de Cuyo (Mendoza, San Juan y San
Luis); en 1814 Montevideo se constituye en Gobernación-Intendencia y la de Buenos Aires se secciona en
la de Buenos Aires y las Intendencias de Entre Ríos y Corrientes (1814). El mismo año la intendencia de
Salta del Tucumán se divide en Intendencia de Salta (Salta y Jujuy) e Intendencia de Tucumán (Tucuman,
Santiago del Estero y Catamarca). El mapa político del país avanza hacia su configuración definitiva.
La organización federal. Al caer la autoridad virreinal los Cabildos recuperan gran parte de su
autonomía política y al mismo tiempo se reduce la capacidad económica de los sectores dominantes hasta
entonces, a raíz del crecimiento de la exportación de cueros por el puerto de Buenos Aires y del desarrollo
ganadero de su periferia, que redunda en el estancamiento económico de las zonas agroindustriaies del
interior, a causa del ingreso de manufacturas europeas.
La inflación, la desaparición de capitales, el deterioro de la agricultura y la migración de importantes
sectores de la población generan la descomposición social conducente a un cambio sustancial en |a
relación de fuerzas, tanto en lo social como en lo político. El poder, tradicionalmente en manos de
latifundistas y profesionales de la burocracia colonial, pasa paulatinamente a los oficiales de las milicias.
Esta gradual militarización del poder surge de las guerras locales y las múltiples expediciones militares;
esos individuos sin preparación política en su mayoría, pero arraigados en el espíritu lugareño,
compenetrados con las costumbres de sus soldados y paisanos, se convierten en los políticos realistas y
prácticos que por sesenta años plasmarán la fisonomía de la vida política argentina. El caudillo es expresión
de un poder autoritario en el seno de una sociedad desintegrada y no sólo una caracterización psicológica.
Según el tipo de organización social será el caudillo. Entre un Juan Felipe Ibarra y un Juan Bautista Bustos
existen diferencias nacidas de la propia estructura social que dominan, pero los fundamentos de su poder
participan de las características comunes al caudillismo. El primero, valiéndose de soldados adiestrados en
la frontera chaqueña, concentra el poder absoluto en Santiago del Estero durante treinta años (1820-
1851), sin procurar seriamente la organización de su provincia. El segundo, jefe militar de ideas
democráticas y repúblicanas, cultiva en sus ocho años de gobierno (1820-1828) un afianzado prototipo de
orden constitucional, jurídico y cultural.
La unidad nacional sé habría logrado con un sistema político que, respetando la seguridad y autonomía
de los gobiernos autoritarios, consiguiera Un mínimo de participación común sobre la base de la alianza
militar y la unificación de la representación exterior. Los antecedentes ideológicos de nuestro federalismo
podrían buscarse quizás en - la organización política norteamericana y hasta en la concepción del orden
continental sostenida por Bolívar. Pero el sistema federal así concebido, como sistema de equilibrio
político y regional, no pudo consolidarse en nuestro país. De hecho, el federalismo nunca alcanzó una
formulación ideológica; constituyó más bien una actitud política, equidistante entre la disgregación y el
sometimiento, una forma de organización que conservando las divisiones efectivas, hiciera de Buenos
Aires y su entorno un orientador antes que un opresor.
Los primeros esfuerzos de unificación encontraron fórmulas indecisas y contradictorias. La unidad
pretendida por los centralistas porteños y sus herederos, los unitarios rivadavianos, no era en los hechos
más que el acatamiento por parte del interior de las directivas liberales que Buenos Aires, en su papel de
puerto privilegiado y rector, podía imponer en su exclusivo provecho. Otro ingrediente fundamental del
federalismo argentino, como teoría de organización económica, fue la firme actitud del interior
mediterráneo unido en defensa del proteccionismo aduanero, en tanto la restricción del ingreso de
artículos manufacturados evitaría la ruina de su industria.
Pero las posibilidades de una equilibrada organización federal eran lejanas: enormes zonas en vías de
despoblación, sin capitales ni manufacturas, sin puertos marítimos ni comunicaciones internacionales que
estimulasen su producción, mal podían imponer sus derechos asociadas al puerto de Buenos Aires, en cuya
rica llanura la explotación de millares de vacunos sobraba para su bienestar y prosperidad. La geografía
del territorio parecía determinar el destino histórico de predominio porteño a expensas del estancamiento
interior. La unidad pretendida y buscada entre 1810. y 1827 se basaba en la sumisión de las provincias, en
la aceptación de su dependencia. Tal unidad no era más que una distorsión política y por ello no pudo
imponerse.
Las provincias independientes. La constitución de algunas provincias en estados independientes,
provistos de órganos institucionales y judiciales propios, ejército, moneda y otros atributos del Estado,
lleva a su punto máximo la desintegración.
Surgen como contrapartida del persistente centralismo porteño, que durante la época de Rivadavia
juega sus últimas cartas. El triunfo alcanzado por el gobernador de Entre Ríos, Francisco Ramírez, en la
guerra civil del Litoral, unifica su provincia con la de Corrientes y Misiones, constituyendo la República de
Entre Ríos (1820). Muchos conspiran contra el nuevo Estado: al noroeste, los indios chaqueños atacan los
puertos correntinos sobre el Paraná; por el norte los paraguayos pretenden anexarse las misiones
guaraníes; al nordeste, los portugueses amenazan penetrar en la
Mesopotamia por, las Misiones auxiliados por algunos jefes
guaraníes. En 1821 Ramírez rechaza a los chaqueños y aleja
definitivamente el peligro guaraní; los sectores artiguistas de
Corrientes son dominados y deben aceptar al Supremo
Entrerriano. Tal es el título del caudillo que organiza su Estado con
un ejecutivo dictatorial delegado en cada provincia en un
Comandante General de Armas.
Este modelo de estado separatista fue más o menos, copiado
en otras provincias. En el noroeste, el gobernador Bernabé Aráoz
presidirá una efímera "República de Tucumán". Aráoz había sido
el primer Gobernador intendente del Tucumán cuando este
territorio se desmembró de la Gobernación-Intendencia de Salta;
repuesto en el poder en 1819 lleva adelante una política
antiporteña y, al año siguiente, al caer el Directorio y cesar la
autoridad nacional, convoca un Congreso Provincial que crea la
República de Tucumán con jurisdicción sobre Catamarca y
Santiago del Estero. Esta última ' enseguida se separa y en 1821
lo hará Catamarca. En 1820, el regimiento de Cazadores de los
Andes proclama en San Juan la separación de la ciudad del resto
de la Gobernación-intendencia de Cuyo y Ja constitución de una
provincia independiente. En La Rioja, el poder absoluto de los
Ocampo y los Dávila, apoyado por el comandante de campaña
Juan F. Quiroga, causaría en poco tiempo su segregación política
de Córdoba. Jujuy se separa de Salta recién en 1834. Aunque tales
repúblicas militares duraron lo que sus Jefes, fueron antecedente
inmediato de la definitiva partición de las intendencias en
provincias y la ratificación de la versión criolla del federalismo
como vía de organización política, quizá la más difícil pero
también la más reconocida.
Buenos Aires y el Litoral. La demanda externa de productos agropecuarios estimuló la actividad
económica sobre las márgenes del Plata, del Paraná y el Uruguay, trayendo aparejado al progreso de las
zonas ribereñas y el desarrollo de importantes puertos fluviales que participaban del comercio marítimo:
Rosario, Santa Fe, Paraná, Corrientes. Su competencia con Buenos Aires hace tensas las relaciones políticas
y militares entre sus provincias en relación con la libre navegación de los ríos. De 1817 a 1822, el
crecimiento económico de las provincias ribereñas del Paraná —que ocuparán desde entonces el segundo
plano después de Buenos A¡res— desata la guerra civil en el litoral, poniendo en evidencia la urgente
necesidad de Buenas Aires de ampliar territorialmente su periferia portuaria para poder competir aun bajo
un régimen de libre. navegación. Reconocido éste por el Tratado del Pilar y el Pacto de Benegas (1820) y
ratificado por el Tratado del Cuadrilátero (1822), el gobierno porteño orienta sus armas hacia la pampa.
La frontera pampeana. Una larga línea de frontera corría
desde el Salado hacia el noroeste, pasando por Río Cuarto y
alcanzando los Andes, cerca de la ciudad de Mendoza.
Separaba la sociedad hispano colonial en transición, con sus
enormes territorios apenas poblados, sus largas y penosas
rutas surcadas por tropillas y carretas, y sus pequeñas
ciudades habitadas por blancos, mestizos y negros, de las
inmensas regiones al sur de esa línea que acogían
contingentes indígenas en distintas etapas de desarrollo
cultural: puelches cazadores de ñandúes, comechingones
agricultores y alfareros, huarpes y araucanos que arrean miles
de cabezas de ganado para los propietarios del sur de Chile. Ya
desde la fundación del Virreinato se había intentado llevar al
sur la frontera cristiana, pero salvo incursiones esporádicas o
expediciones a las salinas, nunca se hizo un intento serio de
posesión. Hacia 1780, el virrey Vértiz estableció la frontera
sobre la línea que de sur a norte unía las fortificaciones de
Chascomús, Ranchos, Monte, Lobos, Navarro, Luján, Areco,
Salto, Mercedes y Melincué; por Córdoba, la línea atravesaba
El Sauce, Santa. Catalina, Río Cuarto, San Fernando y Saladillo
y, ya en Mendoza, alcanzaba San Rafael. Los muchos,
campesinos arruinados y los vagabundos de la llanura,
reducidos en los poblados fortificados, tenían casa y ración y
se dedicaban a las faenas rurales. Si bien el Tratado
Permanente firmado con los indios en 1810 recomendaba la
ocupación de las Salinas y de la Sierra de la Ventana, no había
medios para realizarla. Pueyrredón reorganiza el antiguo
cuerpo de Blandengues en 1816 militarizando a los pobladores
de los fortines para poder castigar con la muerte la deserción.
Tras la derrota porteña en la guerra del litoral (1820) se
suceden sin mayor éxito las expediciones que intentarán expandir real y efectivamente el territorio
bonaerense. El gobernador Martín Rodríguez en 1824, y en 1826 el coronel Rauch, baten la Sierra de la
Ventana y las Salinas buscando cortar el tráfico ilegal de cueros desde Carmen de Patagones y afianzar el
dominio militar en la costa norpatagónica ante una eventual guerra con Brasil. El comandante de campaña
Juan Manuel de Rosas dirige un nuevo ataque, por tres frentes en 1833, en combinación con Ruiz Huidóbro
y el gobernador de Mendoza, José Félix Aldao, contra el territorio indígena. Las expediciones crean un
statu quo que permitirá la paz en las fronteras por veinte años y la apropiación privada latifundista de las
nuevas tierras incorporadas por el Tratado de Guanaco, extendidas desde Bahía Blanca hasta las Salinas.
El sistema de enfiteusis establecido por el gobierno porteño en 1822, que pretextaba desarrollar la
colonización agrícola mediante la concesión de tierras fiscales, en unidades fijadas en "una suerte de
estancia" de 2,5 km de frente por 7,5 de fondo, fue pronto desvirtuado por los hechos, transformándose
en un instrumento de especulación. Al no fijarse una extensión máxima para las concesiones, el latifundio
no tardó en crecer por todas partes y los concesionarios no explotaron nunca directamente la tierra
otorgada.
Estás tierras interiores a la frontera estaban desde antaño ocupadas por familias de pequeños
ganaderos, gauchos con sus ranchos y corrales de vacas, cuyo único título era una larga y pacífica posesión.
El gobernador Las Heras (1824-1826) los obligó a regularizar su situación bajo amenaza de desalojo y al
año siguiente Rivadavia cumplió la amenaza entregando las tierras fiscalizadas a los concesionarios.
Durante mucho tiempo ningún enfiteuta pagó el canon establecido por la ley; la crisis, política que siguió
a la caída de Rivadavia hizo que muchas propiedades adquirieran de facto las características de propiedad
completa. Esta propiedad latifundista, empeñosamente dedicada a la ganadería, no promovió el
establecimiento despoblaciones de avanzada, retrasando medio siglo la integración efectiva de los
territorios conquistados.

Usurpación de las Malvinas


Próximas al estrecho de Magallanes, en una ubicación estratégica que facilitaba el control de las rutas
marítimas del Pacífico, y bañadas por una amplia zona ballenera, las Malvinas fueron apetecidas por las
potencias mércantilistas ya desde el siglo XVII. Durante la Colonia, españoles, franceses e ingleses se
suceden fugazmente en su posesión, pero desde 1774 a 1810 el dominio nominal es ejercido por España
y, de allí en adelánte, por las Provincias Unidas. Como el resto de la Patagonia, las islas formaban parte de
la Gobernación intendencia de Buenos Aires.
El empresario alemán Luis Vernet y el argentino Jorge Pacheco dirigen una expedición colonizadora
que zarpa de Buenos Aires en 1823 y que con escasos medios funda una colonia que progresa lentamente.
En 1829, el gobierno porteño crea la Comandancia Política y Militar sobre las islas, designando a Vernet
como titular.
La necesidad de aceites animales para las fábricas inglesas y norteamericanas estimula las expediciones
balleneras y pesqueras; cónsules y agregados comerciales presionan a nuestro gobierno para lograr
concesiones en el mar, pero el gobierno de Buenos Aires reglamenta firmemente el pago de impuestos y
prohíbe la caza de ballenas y la pesca en determinadas áreas. Desde entonces menudean los actos de
piratería y en 1831 comienzan a apresarse balleneros ingleses y norteamericanos. Ese año, la fragata
norteamericana Lexington destruye Puerto Soledad y depone a Vernet, desconociendo la soberanía
argentina, acto apoyado por su gobierno. Poco después, la fragata inglesa Clío ocupa Puerto Egmont y
Puerto Soledad, apresando a la nave custodia Sarandí. El gobernador Interino Manuel V. Maza comunica
el despojo a las naciones hermanas del continente y el embajador argentino en Londres, Manuel Moreno,
inicia las reclamaciones diplomáticas que aún prosiguen.

El Estado Federal
Entre 1810 y 1820 Buenos Aires procuró organizar al país bajo su hegemonía, como un apéndice natural
de su economía portuaria y exportadora.
Entre 1820 y 1828, las regiones del litoral compitieron con ella para aplicar en su beneficio el mismo
esquema comercial. Las restricciones impuestas a la navegación fluvial por el Pacto Federal (1831) fueron
claras: sólo podrían navegar libremente por los ríos litorales las naves de las provincias amigas, cuyas
costas fueran bañadas por ellos. Por entonces, las provincias interiores se habían unificado en la Liga
Unitaria, armada por el general Paz, firme adversaria de los caudillos federales. Bajo el nombre de
federalismo los puertos fluviales volvían a unirse contra el interior. El realismo político de Rosas permitió,
sin embargo, que sobre la unidad de las ricas provincias litorales se sostuviese una estable armonía con el
interior, por medio de una política proteccionista, sancionada con la ley de Aduanas, que echó las bases
para proseguir el crecimiento de las manufacturas nacionales.
La seguridad de la frontera sur, alcanzada después de 1833, y la unidad política interna, apenas
amenazada por algunos gobernadores, no afectos al régimen, permitieron a la Nación pasar de la
desintegración virreinal a una tácita organización nacional mediante el cumplimiento de una necesaria
etapa de consolidación y cohesión interprovincial. Se añade a ello la decidida defensa del territorio contra
las amenazas de desmembración, contra el ataque de las flotas anglofrancesas en el litoral, las aspiraciones
de Paraguay sobre Corrientes o el intento de Santa Crúz, presidente de la efímera Confederación Peruano-
Boliviana, de apoderarse de las provincias del noroeste.
Así se sentaron las bases del futuro Estado Argentino, consolidado por medio de una organización de
corte federalista que respetaba la esfera de poder de cada gobernador y unificaba la representación
nacional.

La Argentina de 1852 a 1880


Abatido. Rosas en 1852, los gobernadores de las provincias litorales encargaron el manejo de las
relaciones exteriores al vencedor de Caseros y gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquíza. Reunidos
en San Nicolás, ocho gobernadores ratifican en su conjunto la política federal, conviniendo en mantener
la vigencia del Pacto Federal de 1831 y la convocatoria a un Congreso Constituyente en la ciudad de Santa
Fe.
El Estado de Buenos Aires. Pero Buenos Aires no había desechado sus aspiraciones de hegemonía
nacional. Los unitarios que habían regresado del exilio promueven en setiembre de 1852 un golpe cívico
militar que, triunfante, retira los diputados del Congreso y desconoce las atribuciones de Urquiza en
materia de relaciones exteriores. Luego de algunos conatos militares, la provincia quedó virtualmente
separada del resto de la Confederación, atribuyéndose derechos de verdadero estado independiente.
Desde entonces y hasta 1859 abrió sus puertas a la influencia del pujante capitalismo Internacional,
incorporando las teorías en boga sobre, el progreso material y aprovechando las ventajas de su posición
geográfica.
La Confederación Argentina. El Congreso reunido en Santa Fe en 1852 organizó la Nación bajo el
sistema federal; la Constitución sancionada el 1º de mayo del año siguiente regulaba las relaciones
interprovinciales y el manejo de las relaciones exteriores del conjunto. A pesar de la separación de su
provincia, Buenos Aires, la ciudad del Plata fue designada capital de la federación y sede de las autoridades
nacionales. Paraná era entre tanto su sede provisoria. Sin embargo, la Confederación no podía mantenerse
sin las rentas aduaneras que Buenos Aires canalizaba en su propio provecho. Sé intentó una solución de
urgencia con la Ley de Derechos Diferenciales (1856), gravando más a los productos desembarcados en
Buenos Aires que a los que iban directamente a los puertos de la Confederación. Al no obtenerse los
beneficios esperados sólo se pensó en la Intervención militar.
La unificación. Derrotado el ejército separatista en Cepeda (1859) se firmó el Pacto de San José de
Flores, por el cual Buenos Aires se reintegraba a la Confederación, se constituía una Convención provincial
para estudiar la Constitución del 53 y se nacionalizaba la Aduana; se rechazaba, en cambio, la posibilidad
de federalizar la ciudad de Buenos Aires. Como los núcleos gobernantes porteños persistieron en su
política hostil a la Confederación, la guerra no se hizo esperar. El general Mitre derrotó a los confederados
en Pavón (1861) provocando la renuncia del presidente Santiago Derqui, al cual reemplazó el vencedor
por encargo del vicepresidente Pedernera. En mayo de 1862, el Congreso iniciaba sus sesiones en Buenos
Aires y en octubre Mitre asumía como primer presidente de la nación unificada.

Las fronteras en tiempos de Rosas

La prolongada guerra civil que comienza poco después del estallido de la revolución porteña en 1810 y
que continua sobre diferentes frentes durante setenta años, debilitó fundamentalmente las bases
militares del Virreinato. La descomposición política, la escasa población y el desconocimiento geográfico
de vastas regiones fronterizas, dejaron sin defensa importantes porciones del territorio nacional.
Brasil había venido ocupando desde principios del siglo gran parte de las Misiones, y en 1826 invade
los gobiernos de Moxos y Chiquitos. Paraguay y Bolivia incursionaban por el Chaco, y Chile mantenía
eshiestas sus aspiraciones de anexarse la Patagonia. En 1843, el presidente chileno Manuel Bulnes, ordena
ocupar el estrecho de Magallanes, con lo que la nación trasandina incorpora la mitad del archipiélago
meridional y la mitad de la Tierra del Fuego. Todas estas operaciones fronterizas permanecen
desconocidas o, en todo caso, las medidas diplomáticas tomadas en relación a ello no son significativas.
La eliminación de las fronteras interiores
La frontera indígena entre 1852 y 1879. La tranquilidad obtenida durante el período federal, sobre la
base del reconocimiento por parte del indio del derecho a ocupar y transitar libremente los territorios
conquistados entre 1820 y 1833 y el compromiso tácito de reciprocidad por parte del cristiano, se quiebra
a partir de Caseros. Durante treinta años gruesos contingentes de araucanos cruzan los Andes y se
expanden por la pampa. Los malones arrecian y el cuatrerismo abastece de ganado a los exportadores del
sur chileno: entre 1855 y 1857 salen del país medio millón de cabezas.
En 1858 es derrotado en Pigüé el famoso Calfucurá y Paunero se ufana de ocupar la sierra de la Ventana,
pero la situación no varía. En 1875, el ministro dé guerra Adolfo Alsina discute con el general Roca la
necesidad de una acción militar que aleje el peligro del malón y conquiste el enorme territorio en poder
del indio. La Ley 947 de 1877 fija las nuevas fronteras internas cuya ocupación se planea: el nuevo límite
remonta el río Negro, desde el océano hasta el meridiano 5 al oeste de Buenos Aires y de allí hacia el norte
hasta el paralelo 35, por el que se alcanza la cordillera.
El gobierno nacional decide completar la conquista a partir de 1879. El sistema de propiedad de la tierra
cumple también ahora un importante papel en la integración efectiva de los territorios del sur. La ley del
4 de octubre de 1878, que autoriza al Ejecutivo a extender la frontera nacional hasta los ríos Négro y
Neuquén, ordena la medición de tierras, el levantamiento de planos, y su división en lotes de mil hectáreas.
Cumplidos los requisitos, los suscriptores de títulos podían solicitar su amortización por adjudicación de
lotes de tierra. La base para la venta sería de 400 pesos fuertes (el valor de una acción por dos leguas). La
legislación, sin embargo, procuraba evitar el acaparamiento de tierras con medidas especiales.
Ocupación de la Pampa y el Comahue. En 1879 parten hacia el sur cuatro cuerpos expedicionarios: él
principal, dirigido por el flamante ministro de guerra Julio A. Roca, parte de Azul y cruza la frontera en
Carhué. Después de fundar el Fuerte Argentino cerca de Bahía Blanca, baja hasta el río Negro y remonta
la corriente hasta la confluencia del Neuquén. La segunda expedición al mando de Levalle recorre, junto
con la dirigida por Racedo, toda la pampa central, desde las Salinas hasta el río Chadlleuvú. La cuarta
columna, comandada por Uriburu, bate las faldas orientales de la Cordillera desde el río Atuel hasta el
Neuquén, atacando la base de operaciones del tráfico ilegal de ganado.
Ocupación de la Patagonia. Finalizada la expansión sobre la pampa y los valles de los ríos Colorado y
Negro, las expediciones militares continúan al sur. En 1881 Villegas alcanza el lago Nahuel Hüapi,
explorado por jesuítas chilenos en el siglo XVIII, y entre 1882 y 1883 consolida la ocupación de la Patagonia
septentrional. La expedición dirigida por Lino de Roa en 1883 alcanza la meseta de Senguerr, al sudoeste
de Chubut. Las exploraciones posteriores de O'Connor y de Francisco P. Moreno en los lagos del sur arrojan
importante información geográfica, utilizada más tarde para el establecimiento definitivo de los límites
argentino-chilenos, que la conquista de la Patagonia lleva al primer plano. Cortado el tráfico ilegal que
abastecía a la economía trasandina y cercenadas las aspiraciones chilenas sobre la Patagonia, se firmó en
Buenos Aires un Tratado Prellminar en 1881, pero el litigio recién concluyó en 1902.
Ocupación del Chaco. El extenso territorio comprendido entre las faldas orientales del Altiplano y los
ríos Paraguay-Paraná y Salado, fue reducto exclusivo de numerosas poblaciones indígenas hasta la
segunda mitad del siglo pasado, las que impidieron hacer efectivo su dominio. Los establecimientos
coloniales sobre, el Bermejo, así como las incursiones correntinas allende el Paraná, tuvieron poco éxito.
Tampoco lograron una colonización permanente los paraguayos y bolivianos en el Chaco Boreal, ni los
brasileños, que ocuparon gran parte de Moxos y Chiquitos. En 1860, el ministro de guerra Victorica ordenó
la organización de una línea de frontera al sur de la llanura chaqueña. También se estudió la navegabilidad
del Salado, considerado con razón como llave de entrada a la región. En 1864 se logra unir San Fernando
(Resistencia) con Fortín Bracho y Santiago del Estero y poco después, Esquina Grande (prov. de Salta) con
Resistencia. Entre 1870 y 1872 se recorre el sur del Chaco, asentando establecimientos estratégicos. Ese
último año se establece definitivamente la gobernación del Chaco y se fijan sus límites en el Arroyo del
Réy y el río Salado. Como desprendimiento del territorio se organiza una gobernación militar en el sur de
la región, mantenida hasta 1875.
El coronel Fontana recorre en 1880 el Bermejo hasta Colonia Rivadavia y poco después funda la ciudad
de Formosa. En esa fecha se controla el norte santafesjno actual; en años siguientes se consolida la
dominación argentina hasta el Pilcomayo, desahuciando la aspiración boliviana que invocando la presunta
jurisdicción de la antigua Audiencia de Charcas, pretendía llevar sus fronteras hasta el Bermejo. En 1885
se habilita un camino desde el Paraná a Rivadavia (prov. de
Salta). La conquista del Chaco incorporó al dominio nacional
más de 350.000 km2.

Federalización de la ciudad de Buenos


Aires
Aunque la Constitución de 1853 designó a Buenos Aires
como capital de la República, los unitarios porteños lograron
que esa decisión se trasladara a una ley del Congreso,
aceptando que fuera sede de las autoridades nacionales sin
dejar de ser propiedad de la provincia.
Al finalizar la presidencia de Avellaneda el problema de la
capitalidad se agudiza. Derrotado Carlos Tejedor,
representante del centralismo porteño en las elecciones de
1880, se levanta en armas, obligando al presidente de la
Nación a abandonar la ciudad y establecer su gobierno en el
entonces apartado pueblo de Belgrano. Dominado el motín
por el ejército nacional, la provincia fue intervenida y poco
después se sanciona la ley de federalización dé la ciudad de
Buenos Aires (1880). La provincia, que debió ceder su más
importante área urbana, inauguraría su propia capital
provincial en la ciudad de La Plata el 19 dé noviembre de 1882.
La antigua capital del Virreinato pasaba a ser patrimonio
de toda la Nación al menos jurídicamente, pero sus estrechos
vínculos económicos y políticos con la provincia no
desaparecen. Como vértice de la expansión sobre la llanura
pampeana y principal puerto del país, Buenos Aíres recibiría
entre 1870 y 1914 un enorme aporte inmigratorio procedente
dé Europa, que asimilaría en provecho propio casi en su totalidad, junto con los capitales y la innovación
técnica. El lazo que unía al puerto exportador con su periferia agroganadera no pudo menos que redundar
en su propio beneficio, sin que de nada valieran las disposiciones legislativas tomadas para que ese
patrimonio tuviera efectivo alcance nacional.

Provincialización de los Territorios Nacionales


La ley de 1862 declaraba nacionales a todos los territorios
existentes fuera de los límites o posesiones de las provincias. En
1882 se establecieron las gobernaciones de La Pampa y la Patagonia
(ley 1265). Las tierras ocupadas entre 1870 y 1884 fueron
reorganizadas como territorios nacionales en 1884 (ley 1532),
estableciéndose en ellas las gobernaciones de La Pampa, Neuquén,
Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego y, en la llanura
chaqueña, las del Chaco y Formosa. Por ella se creaba también la
gobernación de Misiones.
Para las gobernaciones sureñas se establecían sus límites
actuales. La Pampa entre los meridianos, 5 al este y 10 al oeste, los
paralelos 35º y 36º al norte y el río Colorado al sur. Neuquén, entre
los Andes, los ríos Barrancas y Colorado, el meridiano 10 y los ríos
Neuquén y Limay y parte del lago Nahuel Huapi. Río Negro, lindaba
con Neuquén y La Pampa, limitada al este por el meridiano 5 y el río
Negro, se extendía desde la cordillera hasta el Atlántico; Chubut
también se extendería del océano a la cordillera entre el paralelo 42
y el 46 y Santa Cruz ocuparía el resto del territorio continental hasta
el estrecho de Magallanes; Tierra del Fuego, por último,
comprendería la mitad oriental de la isla homónima al este de un
meridiano trazado desde el cabo Espíritu Santo. En 1889 el tratado
de limites con Bolivia incorporó la Puna de Atacama,
constituyéndose en Territorio Nacional de los Andes, dividiéndose
por decreto 9375/43 que cedía el Departamento de Susques a Jujuy,
los de Pastos Grandes y San Antonio de los Cobres a Salta y el de
Antofagasta de la Sierra a Catamarca.
Los Territorios dependían Jurídica y militarmente del gobierno
nacional, quien se encargaría de su población y colonización.
El desarrollo de la economía de los Territorios Nacionales entre 1880 y 1940 impulsó paulatinamente
el proceso que los conduciría a la autonomía administrativa y luego a su provincialización.
El ovino, el petróleo y el foco agrícola del Alto Valle del Río Negro en la Patagonia, la riqueza forestal y
agrícola del Chaco y Misiones podían sostener a los nuevos Estados una vez emancipados de la tutela
nacional. La ley 14037 (1951) declaraba provincias al Chaco y La Pampa y un decreto posterior les dio los
nombres de "Presidente Perón" y "Eva Perón" respectivamente. En 1953 se otorgó la calidad de provincia
a Misiones (ley 14294), y en 1955 se províncializaron Formosa, Neuquén y Río Negro; la misma ley creó la
efímera Provincia de Patagonia, uniendo los actuales territorios de Tierra del Fuego y Santa Cruz. Con parte
de éste y Chubut, casi al final de la Segunda Guerra Mundial, se había integrado una Gobernación Militar
de Comodoro Rivadavia para fiscalizar adecuadamente las áreas petroleras (decreto 13941 de 1944). Este
territorio fue luego restituido a Chubut y Santa Cruz, provincializados. La autonomía política y económica
de las nuevas provincias se vio desde entonces afianzada en los hechos. El desarrollo agropecuario del
Chaco y de Río Negro, la explotación petrolífera en Chubut, Santa Cruz y Neuquén, los complejos
hidroeléctricos ya levantados o en construcción en esta última, además del turismo, parecen sentar las
bases de una economía capaz de igualar en poco tiempo a la de las prov¡ncias de la pampa húmeda. Así
parecen indicarlo las tasas de crecimiento de su población (Neuquén, por ejemplo, creció un 41 %, Río
Negro 36 % y Santa Cruz el 61 % entre 1960-1970), el desarrollo de las comunicaciones viales, de la
urbanización (caso típico en el Alto Valle; del Río Negro), la instalación de centros técnico-universitarios
(Universidad Nacional del Comahue, etc.) y los proyectos de integración y desarrollo regional puesto en
marcha en años recientes.
La Antártida Argentina
Al comenzar este siglo, la nación inició su política de expansión
antártica; los antecedentes eran la actividad de los foqueros y las
expediciones polares de Giacomo Bove y Luis Piedrabuena, entre
1881 y 1882. Propuesto por él teniente Horacio Ballvé, se instala
un observatorio en la Isla de Año Nuevo, y por decreto del
presidente Roca una estación meteorológica en las islas Georgias
del Sur en 1905. Desde el 22 de febrero de 1904 se toma posesión
del Observatorio meteorológico de las islas Orcadas y se inician los
viajes de rutina de la corbeta Uruguay. En 1927 se inaugura la
primera oficina meteorológica con estación radiotelegráfica.
Después de constituirse la Comisión Nacional del Antartico, varias
expediciones navales recorren desde 1940 las Islas del Atlántico
sur, cuya soberanía disputa Gran Bretaña: Oddera (1940),
Harrlague (1943), García (1947), Hermelo (1948) y otras. Entre los
años 1953 y 1954 se llevó a cabo la decimoctava Campaña Naval
Antártica.
En la actualidad la Argentina mantiene destacamentos
permanentes en distintos puntos del continente antártico
(Decepción, Almirante Brown, Bahía Luna, Melchlor, Esperanza,
Orcadas y San Martín y la base militar General Belgrano). También
ha realizado el primer vuelo
militar sobre el Polo Sur y el
primer vuelo comercial sobre
la Antártida. El 8 de febrero de
1943 se deposita en la Isla
Decepción un cilindro que
contiene el acta de toma de
posesión del Sector Antártico.
El territorio Incorporado a la
soberanía nacional está limitado por el paralelo 60° y los meridianos
25° y 74° de longitud oeste; Chile reclama jurisdicción sobre los
territorios comprendidos entre los meridianos 53° y 90° y Gran Bretaña
sobre los que limitan los meridianos 20° y 50°, al sur del paralelo 50°, y
los meridianos 50° y 80° al sur del paralelo 58°.
En 1957 (Decreto Ley Nº 2191) se organiza el Territorio Nacional de
Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, integrado por las
islas del Archipiélago de la Tierra del Fuego (mitad oriental de la Isla
Grande e islas de los Estados, Observatorio, Año Nuevo, Nueva,
Lennox, Ploton, Luff y Augusto), la Antártida Argentina y las islas del
Atlántico sur: Malvinas Georgias, Sandwich y Orcadas del Sur.

Integración nacional y colonialismo interno

El proceso formativo del Estado Argentino y la persistente


distorsión de su Integración geográfica redundaron en el desarrollo
Inarmónico del país. La expansión agropecuaria emprendida a fines del
siglo y el desarrollo Industrial a partir de 1940 profundizaron el
predominio económico de Buenos Aires y su zona de influencia.
Las razones de ese predominio aparecen en distintos niveles. Quizás él fundamentar sea el régimen de
propiedad de la tierra —basado en el latifundio, monoproductor o improductivo asociado al minifundio
familiar—, cuya incapacidad de absorber mano de obra libera grandes contingentes que cubren la
demanda de trabajo de los centros industriales; la explotación arrasante de recursos naturales que,
transformando la configuración geográfica de vastas regiones —como Santiago del Estero o La Pampa—
redujo sus posibilidades económicas; la inexistencia de servicios asistenciales adecuados que se manifiesta
en los altos índices de mortalidad y mortalidad infantil, asi como en las decepcionantes expectativas de
vida; otros factores son el encarecimiento de los bienes de consumo a causa de la distancia de los centros
productores y la falta de políticas regionales que compensen las agudas diferencias.
Esta situación ha provocado desde 1940, aproximadamente, una intensa migración interna hacia las
zonas industriales del Plata y hacia los polos industriales dentro de las mismas provincias. El ámbito
pampeano (Capital Federal, Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y La Pampa) elevó su población
de 14 millones en 1960 a 17 millones en 1970. En la misma década cada una de las restantes regiones
aumentó su población en cifras que oscilan en los 200.000 habitantes; en cifras redondas, el noroeste pasó
de 2.200.000 a 2.400.000, el nordeste de 1.600.000 a 1.800.000, Cuyo de 1.400.000 a 1.550.000 y
Patagonia de 500.000 a 700.000. La población de las ciudades de la provincia de Buenos Aires,
representaba el 71,4% de la población urbana nacional en 1947, subiendo al 87% en 1960, tendencia que
se ha mantenido estable. En 1960, el 15% de la población nacional vivía en la Capital Federal y el 34 % en
la provincia de Buenos Aires. Este último porcentaje, se descomponía entre un 19 % que vivía en el Gran
Buenos Aires y en un 15% que se diseminaba por el resto de la provincia. Córdoba acogía el 8,7 % de la
población nacional y Santa Fe el 9,42%; ninguna otra provincia llegaba al 5% y había nueve que no
alcanzaban el 1 % del total del país. Los datos provisorios del Censo de 1970 muestran igual distorsión: en
el Gran Buenos Aires se concentra el 25,7 % de la población total del país; en la Capital Federal y en la
provincia de Buenos Aires sumadas el 50,1 % y en Capital Federal, Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe el
68,1 %. Como esa concentración es fundamentalmente urbana se multiplican las actividades terciarias y
secundarias dejando escasos saldos a la actividad extractiva.
De los 3.000.000 de habitantes de la Capital Federal en 1960, casi tres cuartos de millón provenían del
interior, el número de residentes nacidos fuera de la provincia es significativo en Córdoba y Santa Fe y,
proporcionalmente, también lo es en las provincias patagónicas, por el hecho de ser territorios abiertos a
la colonización interna.
Esta peculiar distribución de la población, refleja ese crecimiento inarmónico a que hicimos referencia.
Su principal motor, debe buscarse en la estrecha relación del puerto; porteño y de los sectores dominantes
de su poder político con los mercados europeos, configurando así una típica estructura de dependencia
externa. Esta se prolonga en el resto del país, ya que la red de comunicaciones responde a las exigencias
del mercado exterior, asegurando la vinculación de cada provincia con el puerto, pero dejando a las
regiones productoras de materias primas desvinculadas unas de las otras. Una vez desarrollado este
esquema, las concentraciones urbanas estimularon el establecimiento de industrias y servicios,
alejándolos del entorno rural o de otros potenciales polos urbanos de desarrollo; un ejemplo es el petróleo
patagónico, traído hasta el conurbano, donde se lo procesa industrialmente; o la primera planta de energía
nuclear, levantada también próxima al conurbano, en Atucha; y siguiendo el recorrido histórico del
desarrollo industrial argentino, la segunda; se construirá en Córdoba. Así también, la planta siderúrgica
más importante se halla en San Nicolás y la mayoría de las fábricas de automotores, producción de
manufacturar, o bienes de consumo se concentran en el Gran Buenos Aires. Esta hipertrofia es el mayor
obstáculo para el desarrollo integral.
En las provincias, el colonialismo interno reúne las mismas características que en la Nación:
concentración; del capital, el crédito y el consumo, densidad de población, nudo de comunicaciones,
estructura comercial o industrial, servicios asistenciales y culturales. Mendoza por ejemplo, alberga el 63
% de la población cuyana y en el noroeste, a pesar de ser la provincia más pequeña de la reglón y de haber
perdido población durante el último período intercensal, Tucumán absorbe el 32% de la población. Los
recursos humanos son absorbidos por las ciudades y de allí pasan a la urbe industrial. El primero de estos
procesos resta población al campo y aumenta los sectores terciarios de la ciudad que los hospeda; el
segundo, de mayor alcance tiene importantes consecuencias sociales.
Su rapidez impide adecuar la infraestructura necesaria para dar alojamiento a los migrantes, creándose
así en las periferias urbanas núcleos de población de viviéndas provisorias, de muy bajo nivel de vida.
Contribuye a ello el predominio de una arquitectura capitalista, orientada a la renta particular antes que
al uso social. La explotación regional se transforma entonces en la profundización de las diferencias
sociales, campo en el cual encuentra aplicación la mentalidad colonialista interna. El provinciano, que llega
atraído por la pujanza de una c¡udad que hace propias las pautas de cultura europeas o norteamericanas,
es acorralado en la postergación y hasta en la márgináción social: es obrero fabril, peón u ordenanza y sus
rnujeres son operarías o empleadas en el servicio doméstico, si antes no caen en distintas formas de
prostitución. Las trabas que la urbe impone al provinciano se agudizan si es mestizo o indígena: en ese
caso hay dificultades para escalar posiciones en empresas privadas, para conseguir crédito en los
comercios para obtener empleos administrativos, etcétera. Su presencia, sobre todo si es
cuantitativamente elocuente, hasta puede reducir el valor de un barrio en términos inmobiliarios o la
jerarquía de un club o de un parque de diversiones. De manera sutil el racismo, como producto de una
aberración cultural típica del colonialismo, vive pletóricamente en Buenos Aires, como puerto que es,
abierto a la influencia extranjera, de espaldas a la realidad social de la Nación.

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