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El anarquismo ha sido la expresión más radicalizada de la lucha libertaria (o sea, por la libertad
de las personas), porque promueve el cuestionamiento de TODA autoridad y la crítica a todo lo
que reproduzca la autoridad, ya sea “desde arriba” (las autoridades instituidas y todas las
ideologías que la legitimen) o “desde abajo” (la actitud de siervo/esclavo contento, la
conformidad con ser mandado y la ambición por mandar).
Este es el punto más fuerte del anarquismo y de por sí solo hace que su balance ante la historia
sea positivo: la lucha de la humanidad por la libertad está mejor con el anarquismo que sin él.
En muchas ocasiones el anarquismo ha sido la única corriente de pensamiento que se ha
atrevido a cuestionar instituciones sobre las que existe un amplio consenso social, como el
parlamento, las cárceles, los manicomios, la policía y hasta la escuela. El anarquismo ha
cuestionado la autoridad no solo en el ámbito del Estado, sino en el de la sociedad civil (la
familia, la monogamia). No se ha limitado a cuestionar a los gobiernos de tal o cual color político,
sino al mismo Estado en sí.
Sin embargo, opino que como teoría y práctica de una revolución social que termine con el
actual sistema de explotación y con toda forma de opresión, el anarquismo tiene serias
deficiencias que trataré de sintetizar a continuación.
El idealismo
El cuestionamiento total del status quo y la propuesta de una sociedad libertaria ideal
(anárquica) es la mayor fortaleza y a la vez la mayor debilidad del anarquismo. La mayor
fortaleza pues expone el conservadurismo e incluso la hipocresía de las propuestas reformistas
y algunas de las revolucionarias. La mayor debilidad pues no se ocupa de esclarecer con
rigurosidad el conjunto de las condiciones históricas para la transición entre la sociedad
propuesta y la actual, ni el camino desde el cuestionamiento total del status en principioquo a
una praxis transformadora integral que pueda ejercerse en el día a día.
Al no realizar estas tareas, su oposición a lo existente permanece ideológica, su crítica del
reformismo y de las propuestas revolucionarias resulta abstracta, su propuesta práctica para el
aquí y ahora se resume a difundir y perseguir un ideal, y su idea general de la transición entre
la actual sociedad y la sociedad anárquica depende de la esperanza en un único acto
reivindicador -llámese revolución social, insurrección o huelga general- donde los seres
humanos decidan, como despertándose de un sueño, libertarse de las cadenas de opresión de
una vez y para siempre.
La cuestión de la autonomía
Cuando el anarquismo se proyecta de manera revolucionaria-social, declara que su fin es una
sociedad sin autoridad. Los anarquistas más lúcidos han señalado que para que esto funcione
es necesario un alto nivel de autonomía individual y colectiva. Por lo tanto, el cuestionamiento
a la autoridad por sí solo no basta, e incluso si mañana la autoridad desapareciera,
eventualmente volvería a aparecer si la gente no desarrolla su capacidad de vivir libremente.
Entonces: cuanta más autonomía, menos necesaria la autoridad y por lo tanto más cuestionable
la autoridad que pisotea esa autonomía existente y perjudica su desarrollo ulterior.
Pero los anarquistas más dogmáticos encuentran problemático admitir que la autoridad pueda
ser o haya podido ser necesaria, o que estratégicamente convenga cuestionar a una autoridad
más que otra, y por eso subestiman o directamente ignoran la cuestión de la autonomía
individual y colectiva: solamente se enfocan en que la autoridad (toda autoridad, y siempre) es
mala y debe desaparecer/ser destruida.
El anarquismo hace un fuerte énfasis en la autonomía colectiva pero dice poco sobre cómo
desarrollarla concretamente. Levanta por encima de todo el ideal de la anarquía e instiga la
rebeldía incondicional a cualquier autoridad. Promueve la autoorganización, la horizontalidad
(“ni dirigentes ni dirigidos”), y la acción directa (o sea, sin intermediarios). Pero esto es
mantenerse aun en el reino de los principios (porque siempre se puede preguntar “¿y cómo?”).
Repetir una y otra vez los principios no los desarrolla, los fosiliza.
El estancamiento teórico
Desarrollar la autonomía no es una cuestión voluntarista, implica un trabajo cotidiano (sobre uno
mismo y con los otros) que se da en ciertas circunstancias históricas y donde los ideales y su
difusión no bastan sino que hay que pensar y discutir sobre principios, fines, medios, eficacia,
estrategia, táctica. Esto implica una capacidad de autocrítica y sobre todo de autocorrección, no
solo en lo práctico sino en lo teórico. Pues bien, esto último no es lo que prima en el anarquismo.
En el anarquismo prima un conformismo muy alto con las ideas y métodos anarquistas, y esto
atrae a gentes que creen que lo que basta para transformar la sociedad es aprenderse los
ideales revolucionarios y difundirlos mediante la propaganda y el ejemplo. El esfuerzo intelectual
que se hizo para llegar de las ideas heredadas del “sentido común” hasta el ideal anarquista,
no se lo quiere hacer para ir del análisis de la experiencia a la actualización de la teoría. Cuando
se parte de la creencia de que lo esencial ya ha sido pensado y que la acción debe limitarse a
ejecutar las ideas, se cae en actitudes y prácticas sectarias: el principio y el final de toda acción
ya no es la realidad que se quiere transformar, sino la doctrina. Esta manera de proceder causa
muchas frustraciones. Gran parte de las veces esas frustraciones se resuelven tirando el niño
junto al agua sucia: se abandona al anarquismo y con él a todo cuestionamiento de la autoridad
y ansias de transformación personal y social. El resultado de esto son aquellas personas que
justifican su conformismo maduro con el idealismo que tuvieron en su juventud. El concepto de
praxis, realmente útil para articular las funciones de percepción, pensamiento, y acción, es
rechazado por su origen marxista. Como también se da el caso de que la mayoría de los
marxistas lo declama pero no lo practica, el círculo cierra.
El anti-marxismo
Como el anarquismo ha surgido condicionado por el antagonismo personal y político entre Marx
y Bakunin en el seno de la Primera Internacional, esto ha significado que uno de los artículos
de fe de todo anarquista sea el anti-marxismo. En la división -pertinente- entre socialismo
libertario y socialismo autoritario, Marx -y todo marxista- queda del segundo lado por su
enfrentamiento con el prócer Bakunin y por haberse atrevido a criticar el anti-autoritarismo y la
concepción anarquista de la revolución social. Consecuentemente, este “pecado original” del
comunismo marxista hace innecesario su estudio -salvo como una forma de erudición para
reforzar convicciones previas- y la diferenciación entre el marxismo original y el de la
socialdemocracia, el del bolchevismo, el del stalinismo… Todo lo que sea marxista es malo, y
todo lo que tome algo del marxismo está sucio. El aporte intelectual de Marx al estudio de la
historia humana (conocido como “concepción materialista de la historia” o “materialismo
histórico”) es o descartada junto con la parte “política” del marxismo o aceptada a regañadientes
porque la alternativa es el idealismo o aceptar la historia oficial.
Sería injusto no mencionar que los marxistas también han aportado lo suyo a esta separación y
que algunas de las críticas que se le han hecho al marxismo desde el anarquismo son ciertas.
Sin embargo, esto es recíprocamente cierto también. Por ello los intentos de conciliar marxismo
y anarquismo, de rescatar lo que tienen en común, o incluso de hacer una síntesis superadora
de ambos, suelen ser vistos con indiferencia o con hostilidad por la gente que se identifica con
uno de los dos bandos. Sin embargo, como en este texto hablo del anarquismo, quiero resaltar
que la tradición anti-marxista ha contribuido bastante al estancamiento teórico del anarquismo
y a una actitud mentalmente autocomplaciente en gran parte de sus partidarios, lo cual los
vuelve refractarios a aportes intelectuales que no tengan el sello anarquista.
“A pesar de que en los movimientos sociales las masas viven profundamente con las tendencias y los esloganes
anarquistas, éstos, no obstante, se dispersan, no están coordinados con un sistema previo y, por lo tanto, no
tienen la fuerza de una dirección ideológica organizada, que es imprescindible para guardar en la revolución
social la orientación y los objetivos anarquistas. Esta fuerza ideológica directora sólo puede ser obra de un
colectivo especialmente creado por las masas. Los elementos anarquistas organizados y la Unión General
constituyen este colectivo.”
Las actuales organizaciones que se reivindican “plataformistas” enfatizan aun más el aspecto
partidario y terminan convirtiéndose en agrupaciones cuyas principales diferencias con las
agrupaciones de izquierda son ideológicas más que prácticas.
Conclusión
Todo esto me ha llevado a concluir que como fuerza revolucionaria propiamente dicha, el
anarquismo es altamente insuficiente (tanto en su versión anarco-sindicalista, especifista,
plataformista, e individualista). Pero eso no significa que estaríamos mejor sin el anarquismo.
Lo considero una fase necesaria y muy útil en el desarrollo del pensamiento y la acción
revolucionarias. No hay que ignorar o abandonar al anarquismo, simplemente tomar de él lo que
nos sirva y descartar el resto.
Lo que yo tomo del anarquismo son algunos principios para la acción política y para la ética.
Los principios políticos son los del socialismo libertario, la autoorganización, la autogestión, la
acción directa, y la horizontalidad. El primero de estos principios es programático y determina
el grueso del proyecto revolucionario: “libertad sin socialismo es injusticia y privilegio, socialismo
sin libertad es brutalidad y explotación” (Bakunin). Los últimos cuatro son de acción política y
determinan el grueso de la praxis transformadora que busca realizar ese proyecto revolucionario
partiendo del mundo actual. En algunas acciones esos cuatro principios son condición
irrenunciable, en otras son horizontes hacia los cuales caminar. Para saber la diferencia, hay
que analizar concretamente la situación concreta.
En cuanto a los principios éticos que tomo, son estos: mi libertad no termina donde empieza la
del otro, continúa y se complementa con la del otro (también Bakunin); toda autoridad es
cuestionable -incluso la mía; ser libre implica no ser esclavo ni ser amo; yo no puedo liberarme
solo ni puedo liberar a otros, solo podemos liberarnos en comunión.