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Todo el ‘gran pensamiento’ de la Modernidad (Kant, idealismo alemán) habría estado empeñado en
contener al demonio del empirismo radical, que el mismo mundo moderno había liberado (¡la barbarie!).
Los filósofos empiristas, en una perspectiva conservadora, confiaban en el poder domesticador del hábito.
Pero, ¿qué pasa cuándo el hábito no funciona –la Inglaterra moderna vs. la Alemania que llega tarde– o
(contemporáneamente, ver más adelante) deja de funcionar?
¿Cómo contener al demonio, cómo usar su energía, pero sin dejar de ser modernos, sin volver atrás, al
ancièn régime, al viejo dogmatismo? Estas preguntas están, son explícitas en Kant (Prefacios, Crítica de la
Razón Pura).
Hay tres planos de contención (como hay 3 Críticas en Kant):
o Cognitivo: universalidad de conocimiento, y universalidad = normatividad, no las cosas como
son, sino como deberían ser. Razón pura
o Del deseo (voluntad): racionalización en cuanto moral.
o Del placer: estética como racionalización, como elevación. Desplazamiento del placer hacia la
armonía, pre o para-cognitiva, entre entendimiento e imaginación: lo bello ‘que nos haría sentir
en casa en el universo’ (Jens Kulemkampf); o, incluso, la recuperación racional de la desarmonía
(lo sublime).
o En todos estos planos, se trata de la forma vs. la mera empiria.
o En esta línea, Schopenhauer desecha lo que se podría llamar el racionalismo contructivista de
Kant. Lo que resta entonces es solamente su lado subjetivo, y neutralizante: de lo que se trataría,
en la comprensión estética del arte, sería del arte como neutralizador ante la seducción de lo
sensible.
o Nietzsche hará mofa de esta concepción del arte (comparable, dice, a un calmante, que
Schopenhauer –joven– habría necesitado, pero el anciano Kant no). Y contrapondrá una
comprensión del arte desde la perspectiva del creador, que como un partisano, un pionero, se
mueve en pleno ‘territorio enemigo’, y se las arregla para conquistar allí un territorio. Por eso, ‘el
arte es más verdadero que la ciencia’. (Todo esto lo comenta Heidegger en sus cursos sobre
Nietzsche. Heidegger quiere, sin embargo, rescatar el proyecto racionalizador de su subjetivación
en Nietzsche, ver más adelante).
Hegel: el arte caduco ante la filosofía (y el Estado)
Heidegger también comparte el núcleo del proyecto moderno, su conjuro del demonio. El arte tiene una
misión: la ‘puesta en obra de la verdad’ (la a-letheia, desocultamiento de un mundo de entes) en una
perspectiva futurista. Hacia allá deberían ir dirigidas las energías, no disiparse de manera meramente
epicúrea.
Rancière: el énfasis en ‘lo sensible’. La estética (el ‘régimen estético’ de las artes, y su relación con el
inconsciente en el sentido freudiano: el no-pensamiento que acompaña inevitablemente a todo
pensamiento. Ver: El inconsciente estético). Desde el lado del psicoanálisis, se le ha criticado, puesto que su
versión del inconsciente omite el trauma (hay bibliografía, si a alguien le interesa).
Walter Benjamin: la destrucción del aura no afectaría solamente al arte, sino a toda la existencia humana.
Liberaría al demonio. O, más bien, reconocería el fracaso del intento de neutralizarlo, puesto que ha
culminado en el fascismo. Saluda el nacimiento de ‘una nueva barbarie’ (‘Experiencia y pobreza’). Si ‘todo
documento de la cultura es también un documento de la barbarie’ (Sobre el concepto de historia), entonces la
destrucción del aura implica la desaparición de las formas creadas por la cultura (para deshacerse de la
antigua barbarie, hay que deshacerse también de la antigua cultura). La trascendencia no desaparece, pero
se desprende del contagio con el mal del mundo humano: es algo así como la trascendencia del Dios de la
Torah judía, pero sin la Ley judía: la trascendencia mesiánica.
El demonio se escapó de su cautiverio. Pero no es el arte (en el nuevo arte, el cine) donde su dominio se
instala. El empirismo radical tiene su lugar, más bien, en la potenciación de la empiria por la tecnología.
Las redes de supercomputadores son ya capaces de aprender, de crear conceptos que no miran ya hacia
constitución trascendental alguna. Si el antiguo sujeto trascendental kantiano tenía por funciones
‘combinar’ y ‘ordenar’, estas funciones son hoy asumidas por Google: en casi todo momento, nuestra
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atención está conectada hoy a un supercomputador (red) que clasifica y ordena información mediante
algoritmos ciegos ante el concepto y la trae a las pantallas.
También la tecnología hace posible extender el mercado, con su automatismo, hacia la casi totalidad de la
vida humana.
Conclusión (de ES, con una vuelta a Benjamin): Benjamin está más allá de esa pugna (vanguardia-bochevismo). El
arte en el que está pensando no tiene referencia al pasado (en eso difiere de la vanguardia); tampoco supone un
‘proyecto’ (como el realismo socialista). Este arte, desauratizado, debiera dejar al demonio en libertad. Si acaso el
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arte, el cine, está a la altura de esa exigencia, es a estas alturas dudoso. Pero, como le habría ocurrido también a la
vanguardia, las tareas que el arte anuncia se realizan en otro terreno, en el amplio terreno de arte social. Porque no
se trataba, en todos estos discursos (desde Kant en adelante) realmente del arte, sino de la polis, de la sciedad en su
totaldad. La contención de la barbarie parece haber producido aún más barbarie; la renuncia a la contención
permitiría liberar el poder de la técnica. Esa liberación sería la causa profunda del fracaso de las sociedades
centralmente planificadas: la planificación lleva siempre la carga del pasado, no permite que el presente descargue
hacia el futuro su demónico potencial. Aunque su único horizonte sea la destrucción, sólo la empiria sin ataduras,
articulada por la técnica, se abriría al futuro.