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PENA DE MUERTE

Los atentados terroristas que hemos vivido últimamente en Colombia, han despertado más
solidaridad entre nosotros. Se han realizado muchos actos en pro de la paz y, prácticamente, no
hay quien no se manifieste en contra de tanta violencia. En este contexto se realizó una marcha
desde la calle 26 hasta el parque Simón Bolívar en Bogotá. Allí se celebró una Eucaristía
realmente multitudinaria. La mayoría de personas vestían camisetas blancas y muchas llevaban
pancartas con frases alusivas a la paz. Sin embargo, en medio de esta circunstancia positiva hubo
un hecho que me parece importante comentar. Una de las pancartas decía “Pena de muerte para
los terroristas”. La persona que tenía esta pancarta parecía que llevaba al mismo Santísimo
Sacramento en una de esas procesiones solemnes del Jueves Santo. Lo que más me sorprendió
fue que por donde iba pasando, la gente aplaudía con un entusiasmo inusitado. En ese momento
pense que no solo los terroristas están confundidos. Los cristianos también lo estamos. ¿Cómo es
posible que disponiéndose a celebrar la Santa Misa se aplauda con tanto entusiasmo lo contrario
de lo que se celebra? En la Eucaristía se actualiza la memoria de lo que aconteció en la primera
Semana Santa: A Jesús lo persiguen, lo acusan injustamente y él no empuña las armas. Por el
contrario, entrega su vida voluntariamente. Esta es la gran paradoja cristiana que tal vez no
llegamos a comprender a fondo y por eso nuestros actos, a veces, están cargados de tanta
ambigüedad.
Posiblemente muchos están pensando que es legítimo defenderse, que Jesús era inocente, no así
los terroristas, que sólo quien ha pasado por esa circunstancia de cerca puede entender la lógica
de buscar el mayor castigo para los que comenten semejantes actos. Lo mismo pensaron los
discípulos de Jesús en el huerto de Getsemaní cuando iban a tomar preso a Jesús: “¿sacamos la
espada? le preguntaron a Jesús. Y uno de ellos hirió al servidor del Sumo Sacerdote y le cortó la
oreja derecha. Pero Jesús le dijo: Basta. Y tocándole la oreja al hombre lo sanó” (Lucas 22, 49-
51). La eucaristía en el contexto colombiano, se acerca mucho a esto que acabamos de relatar.
Acudimos a Dios ante nuestra impotencia frente al mal pero los sentimientos que nos surgen son
los mismos que tuvieron los discípulos ¿establecemos la pena de muerte? y hay que estar muy
atentos, vivir a fondo nuestras celebraciones, para escuchar ese “basta” de Jesús y como él, no
dejar que la venganza y la rabia se apoderen del corazón. Como él, ser capaces de entregar la
propia vida antes de quitársela a alguien. Sólo esa actitud puede abrirnos a la esperanza que nos
trae el Domingo de Resurrección que se actualiza en tantas personas que continúan apostándole
al amor: perdonando, olvidando, entregando, ayudando, dando, sirviendo. Y éstas no son
palabras: existen testimonios de personas que habiendo sufrido las consecuencias de la violencia,
continúan la vida con estas actitudes profundamente evangélicas.
Que en esta Semana Santa podamos afinar el oído para escuchar el “basta” de Jesús y valoremos
todas las pancartas vivas que encontremos a nuestro alrededor: toda la gente que le apuesta al
bien como la única arma para vencer a los violentos, a la inversión social más que a la guerra, a la
solidaridad y confianza entre los vecinos mas que al aumento de pie de fuerza y de vigilancia, a la
ayuda gratuita y desinteresada, porque lo que se juega es la vida de todos, y no al interés de
recompensa de los informantes.... Ojalá que la ambigüedad no ronde tanto nuestra vida cristiana y
aplaudamos las pancartas que hablen del amor porque en ellas sí que pasa el Santísimo
Sacramento.

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