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Elena Beltrán y

Virginia Maquieira (eds.),


Silvina Álvarez
y Cristina Sánchez

Feminismos
Debates teóricos contemporáneos

Alianza Editorial
Primera edición: 2001
Segunda reimpresión: 2008

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O Elena Beltrán Pedreira, Virginia Maquieira D'Angelo, Silvina Álvarez, Cristina Sánchez
Muñoz, 2001
© Alianza Editorial, S.A., Madrid, 2001, 2005, 2008
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5. Diferencia y teoría feminista

Así, el feminismo negro y el feminismo lesbiano han elaborado una teoría


feminista que recoge las problemáticas específicas de estos grupos. Es de
hacer notar que la reivindicación de la diferencia que plantean estos femi-
nismos específicos no es igual a la diferencia absoluta, atomista, que pro-
pone el feminismo postmoderno. Desde la perspectiva de este último, la
misma crítica que se hace a la idea de las mujeres como grupo se puede
aplicar también a quienes postulan que existe un grupo de mujeres lesbia-
nas o de mujeres negras con características específicas homogéneas.
En lo que sigue se analizan tres vertiente importantes de lo que, de ma-
nera general, podemos llamar feminismo de la diferencia: 1) el enfoque éti-
co-psicológico de la diferencia y el pensamiento maternal; 2) la postmoder-
nidad y sus ramificaciones feministas; y 3) los feminismos específicos que
cuestionan la categoría de género como categoría universal.

1. Psicología femenina, pensamiento maternal


y disposición para el cuidado
1.1 La reformulación de la psicología femenina

El campo de la psicología es sin duda un terreno fundamental para la inves-


tigación feminista. El complejo entramado social que determina el rol que
las personas ocupan según su género se ve reforzado por los mecanismos
psicológicos que intervienen en la asunción de dicho rol, y, en este sentido,
el papel de la madre como reproductora y como educadora refuerza y ase-
gura la continuidad de la estructura familiar patriarcal. Ésta es, de manera
muy esquemática, la idea presente en la obra de Nancy Chodorow sobre la
maternidad (1978).
La autora propone una reformulación de la explicación freudiana sobre
el complejo de Edipo, ya que entiende que la concepción de Freud parte de
dos premisas normativas que se presentan erróneamente como el telos ine-
xorable del desarrollo psicológico. En primer lugar, dice Chodorow, Freud
define lo femenino y lo masculino en función del parámetro sexual mascu-
lino y no como realidades autónomas y diferentes (sobre este tema véase lo
sostenido al hablar del feminismo radical en el capítulo 2, apartado 3); en
segundo lugar, los estudios de Freud pretenden adecuarse a la situación bio-
lógica de los sexos, y en este sentido Chodorow afirma que representan
«una visión funcional/teleológica del "destino" reservado a las diferencias
anatómicas entre los sexos» (1978:157-158).
Chodorow realiza una reinterpretación del proceso edípico descrito por
Freud y nos lo presenta como el proceso mediante el cual mujeres y varo-
nes alcanzan su identidad de género específica. En este proceso la figura de
la madre resulta central tanto para el niño como para la niña, aunque la for-
ma en que uno y otra se relacionan con ella es significativamente distinta.

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Feminismos. Debates teóricos contemporáneos

El niño, que en un primer momento está estrechamente unido a la madre,


que le suministra su afecto y los cuidados concernientes a la alimentación y
la supervivencia, más tarde se distanciará radicalmente de ella y rechazará
sus cuidados y su afecto para afirmar la identidad masculina. Si el proceso
edípico se lleva a cabo con éxito, el niño debe aprender a ejercer el rol mas-
culino no obstante el hecho de que la figura paterna sea una figura normal-
mente distante, ajena en comparación con la cercanía que une al niño con
su madre. El proceso edípico, en suma, debe permitir al varón desarrollarse
como tal y lograr reproducir la estructura social y familiar vigente, tendente
a la vida heterosexual y a la procreación.
Contrariamente a lo que afirma Freud respecto de la relación entre ma-
dre e hija —en el sentido de que también la niña se enfrenta a la madre en
su búsqueda por llegar a ser como el padre, para terminar descubriendo la
imposibilidad de tal ambición y resignándose al hecho de vivir como un ser
incompleto—, Chodorow sostiene que el vínculo que une a la hija con su
madre evoluciona de manera completamente distinta de como lo hace el
vínculo entre el hijo y la madre. La hija no atraviesa por la necesidad de
romper los lazos que la unen a su madre para poder afirmar su identidad fe-
menina. Por el contrario, la madre es el espejo permanente en el que la hija
ve reflejadas sus propias condiciones de vida; dicho espejo está presente
desde el nacimiento y reproduce las características de identidad de la hija.
Es así que la hija no realiza un corte con la etapa preedípica, no se distancia
de la madre para afirmarse como un individuo con características opuestas.
Esto se debe a que entre las características que prefiguran la identidad de la
hija como mujer está en primer lugar la condición de madre, como repro-
ductora, como educadora, como fuente de cuidados para los hijos, hijas y
demás miembros de la familia (1978:173-177).
Esta interpretación sirve a Chodorow para afirmar que el diferente desa-
rrollo de la identidad de género en varones y mujeres determina una dispo-
sición diferente a entablar relaciones; las mujeres tenderán a percibirse a sí
mismas como vinculadas con las personas por cierto nexo de continuidad,
por empatia, por la semejanza, por el afecto. Esta disposición relacional se
opone al modo distante, agresivo y más marcadamente egoísta en que se re-
lacionan los varones.
El enfoque psicológico reconstruido de este modo refleja una identidad
de género —entendida como conjunto de características compartidas— ela-
borada sobre actitudes y disposiciones que adoptan las propias mujeres.
Los estudios de Chodorow dieron paso a una abundante bibliografía sobre
la psicología femenina y la disposición de las mujeres para la maternidad.
En esta línea, el enfoque psicológico desarrollado por Carol Gilligan reco-
ge las conclusiones de Chodorow y propone un análisis sobre la distinta
aproximación a la moral por parte de mujeres y varones. Gilligan se basa
fundamentalmente en el estudio comparativo de una serie de entrevistas
realizadas a varones y mujeres para mostrar cómo desde la infancia niños y
5. Diferencia y teoría feminista

niñas tienen respuestas diferentes para la resolución de los mismos proble-


mas. En términos generales, la autora se detiene a analizar dos distintos
modos de desarrollo moral. Por una parte, un modelo más ligado a una no-
ción fuerte de la responsabilidad frente a los demás, a una noción no egoís-
ta de las relaciones interpersonales; tal es el modelo que se refleja en
el comportamiento de las mujeres. Por otra parte, el modelo masculino de
comportamiento moral estaría fundado en la noción de derechos respecto
de una hipotética justicia imparcial, distributiva, equitativa. En otros térmi-
nos, se trata de una ética del cuidado, de los afectos, de la sensibilidad y el
altruismo, por oposición a una ética masculina basada en la agresividad, la
competitividad y el egoísmo.
Gilligan presenta tres estudios: un estudio sobre estudiantes de universi-
dad para evaluar la idea de identidad y la disposición moral que tienen mu-
jeres y varones durante sus primeros años de universidad; otro estudio so-
bre la decisión de abortar, para el cual se entrevistó a mujeres embarazadas
cuya edad iba de los quince a los treinta y tres años; y un tercer estudio so-
bre derechos y responsabilidades, basado en entrevistas a mujeres y varo-
nes de distintas edades ([1982], 1985:15-17).
La autora no presenta los datos que surgen de las entrevistas de manera
sistemática como se presentarían los resultados de una encuesta, sino que
intercala las respuestas obtenidas para ir desgranando una serie de conclu-
siones. Gilligan describe su metodología de trabajo del siguiente modo:

Todos los estudios dependieron de entrevistas e incluyeron una misma serie de pregun-
tas: acerca de conceptos del ego y de la moral, acerca de experiencias de conflicto y
elección. El método de entrevistar consistió en seguir el lenguaje y la lógica del pensa-
miento de cada persona; el entrevistador planteaba nuevas preguntas para aclarar el sig-
nificado de una respuesta particular ([1982], 1985:15).

El trabajo de Gilligan suscitó una gran polémica y se dijo incluso que el


método de entrevistas utilizado y el modo en que se procesaron los datos
recabados en la investigación no pueden considerarse una fuente adecuada
para avalar las conclusiones de la autora. Ésta, sin embargo, aclara en la in-
troducción de su libro que no pretende establecer «asociaciones absolutas»
entre los datos presentados sobre el comportamiento de varones y mujeres
y el surgimiento de la particular psicología de unos y otras:

los contrastes entre las voces masculinas y femeninas se presentan aquí para poner de
relieve una distinción entre dos modos de pensamiento y para enfocar un problema de
interpretación, más que para representar una generalización acerca de uno u otro sexo
([1982], 1985:14).

Según Gilligan, las entrevistas que presenta permiten descubrir un dis-


tinto modo de expresión que resulta relevante para comprender cómo varo-
Feminismos. Debates teóricos contemporáneos

nes y mujeres interpretan su vida y los problemas con los que se enfrentan
de un modo marcadamente distinto. Esta diferente forma de interpretación
ya había sido vista por autores como Freud o Piaget, sólo que ellos la con-
sideraron despreciable, como si se tratara de una carencia del desarrollo in-
telectual y moral de las mujeres, toda vez que éstas anteponen el altruismo
y el afecto en las relaciones interpersonales. Además de objetar estos enfo-
ques, Gilligan critica especialmente los estudios de Lawrence Kohlberg so-
bre el desarrollo moral por tomar el modelo masculino como parámetro de
la correcta evolución hacia la madurez moral. Sostiene Gilligan que el estu-
dio de las mujeres como sujeto moral enseña que, para ellas,

el problema moral surge de responsabilidades en conflicto, y no de derechos competiti-


vos, y para su resolución pide un modo de pensar que sea contextual y narrativo, en lugar
de formal y abstracto. Esta concepción de la moral como preocupada por la actividad de
dar cuidado centra el desarrollo moral en torno del entendimiento de la responsabilidad y
las relaciones, así como la concepción de moralidad como imparcialidad une el desarro-
llo moral al entendimiento de derechos y reglas ([1982], 1985:42).

De este modo la autora delinea una ética femenina basada en el cuidado,


en la predisposición para ayudar a los demás y en la no violencia.
El enfoque psicológico que proporcionan los estudios de Gilligan y
Chodorow son un precedente importante a tener en cuenta al analizar el
pensamiento maternal. Éste no se centra sólo en la capacidad reproductora
de la mujer como determinante de la especificidad femenina, sino que ex-
tiende la noción de maternidad a una especial disposición psicológica para
el conocimiento y las relaciones humanas.

1.2 El pensamiento maternal

Siguiendo la orientación marcada por el enfoque psicológico en los térmi-


nos señalados por las autoras mencionadas más arriba, el llamado pensa-
miento maternal se ha ocupado de la maternidad como práctica social
generadora de una ética específica. Una de las más importantes represen-
tantes de esta corriente es Sara Ruddick, quien analiza la maternidad a par-
tir de los comportamientos que se desarrollan en torno a la crianza de las
hijas e hijos. La autora vincula a la práctica de la maternidad una serie de
pautas de comportamiento respecto de las cuales quienes participan en ella
emiten determinados juicios de valor. Tales juicios de valor cobrarían senti-
do en el contexto específico de la práctica en cuestión. Así, la maternidad
como práctica generadora de una ética específica se caracteriza, según
Ruddick, por tres «demandas» que las hijas e hijos realizan a la madre: la
demanda de preservación, la demanda de crecimiento y la demanda de
aceptación social (Ruddick, 1989:17). La contrapartida de estas exigencias es

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5. Diferencia y teoría feminista

el trabajo constante de la madre, el pensamiento estratégico que busca las


mejores soluciones para los problemas que genera la crianza y el cuidado de
las hijas e hijos. Ruddick presenta la complejidad de la empresa de la ma-
ternidad y delinea una ética sobre ella. No lo hace sin embargo en forma de
decálogo normativo, sino que se limita a señalar algunos de los conflictos
más comunes con los que se enfrentan quienes asumen el papel de madres.
Según Ruddick, la especial disposición hacia el cuidado y la atenta mi-
rada que espera interpretar y satisfacer adecuadamente las demandas de los
hijos o hijas dotarían a las madres de un sesgo no violento (1989:160 y ss.).
Sin realizar generalizaciones absolutas, la autora vislumbra en la ética de la
maternidad una vía hacia la paz, hacia una política menos agresiva.
Las consideraciones que las autoras mencionadas realizan sobre la psi-
cología femenina y sobre la maternidad parten, naturalmente, del análisis
del comportamiento femenino. Sin embargo, de estas consideraciones no
debemos inferir que las autoras propongan una especie de determinismo
biológico por el cual las mujeres deban siempre y en cualquier caso ser ob-
jeto de una cierta estructura psicológica o se vean siempre predispuestas a
desarrollar las tareas de la maternidad. Chodorow señala que si bien su des-
cripción responde a una realidad que se ha prolongado en distintas socieda-
des a lo largo de los años, la transformación de los roles tradicionales —en
lo que se refiere a la tarea de crianza— y el hecho de que los padres —va-
rones— participen de manera activa en dicha tarea determinarán también
un cambio en la construcción de las identidades de género (1978:216-219).
En el mismo sentido, Ruddick aclara que si bien ella se refiere a la ma-
ternidad y al trabajo que desarrollan las madres, las consideraciones que
realiza son igualmente aplicables a los varones que «asumen las responsa-
bilidades, placeres y tareas de cuidar a sus hijos e hijas» (1989:xiii).
El pensamiento maternal ha tenido también repercusiones en los estu-
dios feministas de teoría política, en relación con el modo en que tradicio-
nalmente los varones han diseñado el ámbito de la participación en la vida
pública1.

1.3 La disposición para el cuidado

La ética del cuidado tal como la plantea Gilligan y en referencia a las con-
clusiones que extrae de los datos empíricos no parece configurase como
una predisposición natural o condicionada por la biología de la mujer. Dada
la posición que las mujeres ocupan en el contexto cultural, económico, so-
cial y familiar, éstas habrían desarrollado un aprendizaje moral relacionado
con tal posición y con las formas de relación que ella determina. De modo
que la disposición para el cuidado, para la responsabilidad y la solidaridad
que Gilligan señala en las mujeres no sería parte de una naturaleza esen-
cialmente femenina, sino una consecuencia de las actitudes morales que las

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Feminismos. Oebates teóricos contemporáneos

mujeres han generado a partir de su contexto de relaciones. Ésta parece ser


la interpretación más plausible de la ética del cuidado, si no queremos ads-
cribirla a una fundamentación moral naturalista. Por contraposición a una
fundamentación de este tipo, el cuidado se presentaría como una perspecti-
va moral subjetiva, como una proyección del especial punto de vista de las
mujeres, dada su posición de cuidadoras, de madres. El hecho de que la
mayoría de las mujeres haya ocupado esta misma posición habría determi-
nado que todas ellas hayan tenido un aprendizaje moral semejante, una
misma forma de relacionarse con las demás personas y una misma visión
sobre el modo de resolver situaciones de conflicto. En este sentido se trata-
ría de una perspectiva subjetivista colectivista. En cualquier caso, la pro-
puesta de Gilligan sobre el cuidado no parece plantear un esencialismo bio-
logicista.
Nel Noddings ha realizado un interesante análisis sobre el alcance del
cuidado como criterio moral. ¿Qué es el cuidado? ¿Se trata de una predis-
posición natural, de una virtud, de un deber? La autora señala que normal-
mente lo experimentamos como una actitud natural: la madre que se preo-
cupa por la alimentación de su hija o que atiende a un familiar enfermo no
lo hace como resultado de una ponderación sobre la corrección o incorrec-
ción moral del acto —o al menos no lo hace siempre ni en primer lugar en
estos términos. Pero más allá del acto más o menos espontáneo de cuidado,
existe según Noddings un «genuino sentimiento moral» que es resultado de
la reflexión, de valorar el cuidado por encima de otras posibles actitudes
([1984], 1995:12-13). Y esta evaluación, subraya la autora, es individual,
como es individual la disposición hacia el cuidado. Hay, por tanto, un «cuida-
do natural» y un «cuidado ético» ([1984], 1995:21 y 29).
Como vimos antes que hacen Chodorow y Ruddick al aclarar el alcance
de sus afirmaciones, también Noddings señala que caracterizar la ética del
cuidado como ética femenina no implica que todas las mujeres sin excep-
ción tengan los mismos comportamientos éticos ni tampoco la exclusión
sin más de los varones ante este tipo de comportamiento. Pero sí nos habla
de que las mujeres están en una situación más apta para desarrollar actitu-
des de cuidado con respecto a las demás personas:

hay razones para creer que las mujeres están de algún modo mejor preparadas para el
cuidado que los varones. Esto es en parte el resultado de la presencia de profundas es-
tructuras psicológicas en la relación madre-hijo/a. Una niña puede identificarse con la
persona que la cuida y así mantener la relación al mismo tiempo que fija su identidad.
Un niño, sin embargo, debe encontrar su identidad con el ausente —el padre—, y así se
desvincula de la relación íntima de cuidado ([1984], 1995:24).

Esta interpretación de Noddings en relación con la disposición para el


cuidado retoma el análisis de Chodorow sobre el distinto desarrollo psico-
lógico de niñas y niños que analizamos en páginas anteriores.

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5. Diferencia y teoría feminista

Como se señaló en el capítulo anterior (apartado 1.4), a lo largo de su


estudio Gillian contrapone el cuidado a la justicia, presentándolas como
dos perspectivas éticas distintas e irreconciliables. Otras autoras, en cam-
bio, han revisado esta separación. Así, Marilyn Friedman niega que la justi-
cia no tenga en cuenta las relaciones humanas, relaciones que no sólo pue-
den tener connotaciones positivas como las del cuidado, sino que pueden
encerrar también violencia y daño. La justicia, dice Friedman, toma en
cuenta el complejo mundo de las relaciones humanas, con todas sus mani-
festaciones, mientras que el cuidado sólo se centra en un tipo de relaciones.
En la misma línea de muchos autores y autoras que se han ocupado de refu-
tar la idea según la cual el razonamiento moral estaría condicionado por el
género (véase Friedman, 1995:nota 6), la propuesta de Friedman puede sin-
tetizarse en la idea de «desmoralizar los géneros» con vistas a una perspec-
tiva ética más rica y comprensiva (Friedman, 1995:70).

2. El feminismo postmoderno

El término «postmodernidad» resulta lo suficientemente vago como para


abarcar contenidos diversos. Esto se pone de manifiesto cuando observa-
mos que la denominación de «teoría postmoderna» o «pensamiento post-
moderno» se aplica a contenidos conceptuales que difieren considerable-
mente en cuanto al alcance transgresor, crítico o innovador que confieren a
la postmodernidad como cualidad teórica. Esta advertencia no impide reali-
zar una caracterización de los presupuestos fundamentales de la postmoder-
nidad, aunque nos previene sobre un contenido no homogéneo.

2.1 Características generales

La característica sobresaliente de la postmodernidad como propuesta filo-


sófica puede resumirse en la oposición a la modernidad entendida funda-
mentalmente como pensamiento racionalista ilustrado. La postmodernidad
viene a cuestionar el valor de un paradigma de conocimiento que valida sus
resultados conforme a un método formal basado en ciertas normas lógicas
de razonamiento y que pretende que el valor de verdad de dichos resultados
está en función de su capacidad de universalización. Es decir, la postmoder-
nidad cuestiona todo proyecto filosófico que comparta las dos característi-
cas mencionadas: la utilización de un método formal racional y la preten-
sión de conceder valor universal a los resultados obtenidos con este
método.
Como alternativa a una filosofía que denominan totalitaria, por entender
que se adscribe a un método racional único —nuevamente entendido este
método de manera muy general—, las autoras y autores postmodernos pro-

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