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ECONOMÍA AMBIENTAL

La Economía Ambiental es la rama del análisis económico que aplica los instrumentos
de la economía al área del medio ambiente. La Economía Ecológica, en cambio, no es
estrictamente una rama de la teoría económica, sino un campo transdisciplinario que
estudia la relación entre los ecosistemas naturales y el sistema económico.

Más específicamente, la Economía Ambiental proporciona la información necesaria para


la toma de decisiones correspondiente al campo de la Política Ambiental y ofrece
información relevante en tres campos:

 Identifica las causas económicas de un problema ambiental: trata de determinar,


por ejemplo, en qué medida la contaminación atmosférica observada
científicamente en una ciudad puede atribuirse a su sistema de transportes
(según el mayor o menor uso de vehículos individuales, de los carburantes
usados, de sus horarios del tráfico, etc.).
 Evalúa los costes que supone la pérdida de recursos naturales o ambientales,
como por ejemplo los del impacto de la contaminación atmosférica sobre los
habitantes de una concentración urbana. Como veremos, existen diversos
métodos de evaluación, combinables además entre sí, para asignar un
determinado valor económico a los recursos de la biosfera.
 Analiza económicamente las medidas que podrían tomarse para revertir el
proceso de degradación ambiental. Por ejemplo, cuál es la eficacia y la eficiencia
de cada medida posible para mejorar la calidad atmosférica (desarrollo del
transporte público, impuestos al transporte en auto, peajes urbanos, uso de la
bicicleta, etc.) y cuáles son sus implicaciones sobre otras variables económicas
(empleo, competitividad, equidad, etc.).

Es importante diferenciar la Economía Ambiental de la Economía Ecológica. La primera,


como lo vimos, analiza las problemáticas ambientales con herramientas económicas.
Reconoce las fallas del mercado pero no cuestiona los fundamentos de la economía de
mercado, sino que busca corregir las externalidades ambientales negativas al asignarles
un valor económico. La Economía Ambiental busca optimizar la explotación de los
recursos naturales para alcanzar un estado de “contaminación óptima”.

La Economía Ecológica, en cambio, no es estrictamente una rama de la teoría económica,


sino un campo transdisciplinario que estudia la relación entre los ecosistemas naturales
y el sistema económico. Considera que la economía es parte de un sistema mayor, el
ecosistema Tierra (o la biosfera), cuyos recursos naturales y capacidad para asimilar
desechos son limitados. Partiendo de esta consideración, la Economía Ecológica
cuestiona tanto el objetivo como la viabilidad del crecimiento económico ilimitado. Los
economistas ecológicos suelen oponer la “sostenibilidad fuerte” que ellos buscan a la
“sostenibilidad débil” de la Economía Ambiental. A pesar de estas diferencias, la
Economía Ambiental y la Economía Ecológica suelen usar herramientas similares como
la valoración económica de los servicios ambientales. Los académicos de cada una de
esas disciplinas suelen además publicar artículos en las revistas de la otra.

Algunos de los principales autores de cada disciplina son: Partha Dasgupta Karl-
Goran Mälher, David Pearce y Michael Haneman (para la Economía Ambiental); y
Kenneth Boulding, Herman Daly, Robert Constanza y Joan Martínez-Alier (para la
Economía Ecológica).

Las principales revistas de la Economía Ambiental son el Journal of the Association of


Environmental and Resource Economists (JAERE) y Environmental and Resource
Economics (ERE). La principal revista de la Economía Ecológica es Ecological
Economics (publicada por el International Society of Ecological Economics).

Otra manera de enfocar las diferencias entre Economía Ambiental y Economía Ecológica
consiste en entender en qué medida surgen de posiciones éticas distintas. Diego Azqueta
Oyazún insiste en que la Economía Ambiental suscribe a una “ética antropocéntrica
ampliada”. Ésta, a diferencia del antropocentrismo “puro”, reconoce que los seres vivos
y la naturaleza poseen valores no instrumentales, por ejemplo a través de la
consideración por un animal de compañía o la admiración ante un paisaje. Pero esta
visión no llega hasta la ética de la Tierra desarrollada por Aldo Leopold (“El almanaque
del condado arenoso”, en 1948), que apunta a preservar la integridad de la biosfera y que
tiene una influencia mayor sobre la Economía Ecológica.

Métodos de valoración:

Las cuestiones teóricas y éticas presentadas anteriormente explican porque el precio de


un bien o de un servicio no es igual a su valor económico total (VET), ya que éste también
incluye: (i) los valores de uso del bien o servicio, que evalúan el bienestar proporcionado:
por ejemplo, un parque natural puede no tener precio pero tiene un valor para quienes
lo usan o piensan usarlo (valor de opción); (ii) los valores de no uso, basados en el valor
simbólico y en el reconocimiento de derechos fundamentales: el mismo parque natural
también tiene un valor por su simple existencia.

Para determinar el VET, se pueden recurrir a los siguientes métodos de valoración:

1) Los métodos indirectos, o de preferencias reveladas, analizan cómo se revelan las


preferencias ambientales de las personas. Estos incluyen métodos basados en:

 Los costes de reposición: gastos necesarios para reponer en su estado original


todos aquellos activos afectados negativamente por un cambio en la calidad de
un recurso ambiental o natural;
 La función de producción: se calcula el valor presente neto de las
pérdidas/ganancias económicas inducidas por el impacto ambiental (por
ejemplo, el impacto de la contaminación de un acuífero sobre la producción de
un agricultor);
 El coste de viaje: valora los servicios recreativos proporcionados por la
naturaleza, al calcular todos los gastos en los que incurren los visitantes para
disfrutar de un bien ambiental (por ejemplo, los gastos de desplazamiento para
visitar un parque);
 Los precios hedónicos: desglosan los factores ambientales en el precio de un bien
(el precio de una vivienda, por ejemplo, depende de su superficie y del barrio en
que se sitúa, pero también de la calidad del aire o de la proximidad de zonas
verdes).

2) Los métodos directos, que incluyen:

 La valoración contingente: las personas indican directamente en cuánto valoran


un activo ambiental;
 La ordenación contingente: las personas clasifican y relacionan varias
alternativas (por ejemplo, diferentes niveles de limpieza de un río con el costo
derivado de cada nivel), indicando de esa forma cuánto están dispuestos a pagar.

Cada uno de estos métodos presenta límites y es aplicable en circunstancias específicas.


Por ejemplo, la función de producción suele ser muy difícil de calcular. Basta con tratar
de pensar en cómo la tecnología de la fracturación hidráulica (al contaminar un
acuífero o al tener un consumo de agua muy elevado) puede impactar las ganancias de
un agricultor. Para calcular estos impactos se necesitaría un nivel de conocimiento muy
elevado en cuanto a los impactos de esta tecnología relativamente nueva.

El método de los precios hedónicos puede resultar muy adaptado para calcular el
impacto de un proyecto (como un aeropuerto) sobre el precio de las viviendas en su
periferia (por el nivel de ruido ocasionado, entre otras cosas). Pero este mismo método
no resultaría muy útil para calcular el impacto de una central hidroeléctrica sobre las
viviendas de poblaciones indígenas.

Por eso, cada situación dará lugar a una evaluación basada en diferentes métodos. Éstos
pueden dar resultados muy diferentes debido a sus particularidades y al hecho de que
analizan un problema desde perspectivas diferentes. En cualquier caso, es importante
evitar la doble contabilización en el momento de juntar los diferentes métodos.

Por ejemplo, el valor recreativo de una playa queda cubierto tanto por el método de los
precios hedónicos como por el método de los costos de viaje.

Cabe destacar que la valoración monetaria del medio ambiente ha sido criticada por los
economistas ecológicos. Estos no descartan totalmente la valoración monetaria; por
ejemplo, un importante estudio dentro de la disciplina (Constanza et al, 1997) estimó el
valor total proporcionado por los servicios ecosistémicos y el capital natural en el mundo.
Sin embargo, la Economía Ecológica considera que no se puede considerar un bien
ambiental como cualquier otro bien intercambiable, y que tampoco se puede recurrir a
un simple análisis costo-beneficio cuando lo que está en juego es la finitud de un recurso
natural o un impacto ambiental superior a la capacidad de carga de la biosfera. Por esta
razón, la Economía Ecológica prefiere analizar los flujos y los stocks físicos de un activo
ambiental (en vez de monetizarlo) para determinar si su uso es (in)sostenible. El
indicador más usado en este sentido es el de huella ecológica. Este evalúa el impacto de
la actividad humana en los ecosistemas, relacionándolo con la capacidad ecológica de la
Tierra de regenerar sus recursos. Esto permite determinar si la actividad humana en una
región determinada supera los límites de la biosfera.

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