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Con respecto a la moral que nos permite precisar lo que comparte con otras formas de conducta

humana y a su vez lo que la distingue de ellas.

La moral es un hecho social, solo se da en la sociedad de acuerdo a las necesidades sociales y


cumplen una función social.

La moral es una forma de comportamiento humano que comprende un aspecto normativo

Entiendo que la moral son normas, principios y valores, con el cual se regulan las relaciones
mutuas entre las personas y dentro de una comunidad. Dichas normas que tienen un carácter
histórico y social se acaten libre y conscientemente, por una convicción intima y no de un modo
mecánico.

moral a un tipo de conducta humana: concretamente, al comportamiento del hombre frente a la


sociedad; la Etica por su parte, sería la ciencia que estudia esa clase de conducta, el
comportamiento moral. Su valor consistiría más en lo que logra explicar, que en la capacidad de
prescribir actos concretos

la moral es esencialmente histórica, cambiante, pues consiste en un determinado comportamiento


del hombre, y éste es por naturaleza un ser histórico; esta afirmación estaría corroborada por el
hecho de que las diversas morales concretas se suceden y desplazan unas a otras

La diferencia definitiva entre lo bueno y lo malo habría de buscarse en la relación de una


determinada actuación respecto a los intereses de la colectividad. Esta, a su vez, estaría en
continua transformación, consiguiente a los estadios de su desarrollo económico, hasta llegar a
una definitiva sociedad sin clases

Sánchez Vázquez quiere determinar cuál es la esencia de la moral. Con este fin busca una
definición que abarque todas las éticas que se han dado históricamente, y afirma que la moral es
un sistema de principios y valores, de carácter meramente histórico, que regulan las relaciones
entre los individuos, o entre ellos y la sociedad, es decir, se trata de normas de índole
eminentemente social.

la relaciones de la filosofía moral con «otras formas de comportamiento humano», como la


religión, la política, la ciencia, el derecho, etc., para analizar cómo y por qué han desempeñado, en
una fase determinada del desarrollo social, un papel predominante.

la libertad, el determinismo y la responsabilidad moral. Considera el autor que la responsabilidad


exige como requisito una libertad plena —ausencia total de coacción, precisa—, de lo que concluye
la imposibilidad de establecer una verdadera responsabilidad, ya que todo individuo estaría
condicionado histórica y socialmente

El valor moral es relativo, porque sería una creación práctica de la colectividad que existe sólo en
el hombre y por el hombre

En lo que se refiere a la valoración moral, considera que ésta ha de realizarse atendiendo a las
dos coordenadas —historia y sociedad— que definen el comportamiento moral: la bondad y la
malicia surgirían de la adecuación a los intereses y necesidades de la colectividad en cada
momento histórico, lo que implica, en consecuencia, que ha de abandonarse la búsqueda de un
criterio de bondad válido para todas las sociedades y para todos los tiempos.
la obligatoriedad de una norma radica en su aceptación por parte del sujeto, en la conciencia
moral de la persona, que a su vez sería un producto histórico de su actividad práctica: el
pensamiento humano no sería más que un subproducto del modo de producir bienes materiales.

La «realización de la moral» es el tema del capítulo IX, donde se propone mostrar que «toda
actividad moral no es asunto exclusivo de los individuos, sino empresa colectiva» (p. 172), por la
que los principios y normas básicas cobran vida, es decir, actúan y obran efectivamente en los
individuos y en la sociedad (cfr. p. 156). La razón de esto sería el papel determinante de la
conducta desempeñado por las instituciones sociales, que obligaría a moralizar las «estructuras» y
relaciones sociales para rectificar así el comportamiento individual que de ellas depende.

los «criterios de justificación moral», esto es, de los principios que permitirían discernir la bondad o
malicia de una acción, y que harían posible hablar de una moral como ciencia —como técnica del
cambiante valor de la moralidad—, por encima del relativismo que se contiene en la afirmación de
que la norma moral es una cambiante creación humana. El autor propone cinco criterios
(justificación social, práctica, lógica, científica y dialéctica), que analizaremos con detalle en la
exposición crítica.

La Etica de Sánchez Vázquez es un ejemplo más del análisis marxista de la conducta humana, y
como tal tiene la mera coherencia interna de todo estudio realizado a partir de unos principios
introducidos como postulados, sin prueba alguna a su favor. Así, por ejemplo, el autor afirma que
toma como punto de partida el «hecho moral», concebido como el comportamiento de los
individuos ante situaciones referentes a los otros hombres o a la sociedad

Con estas afirmaciones gratuitas, excluye a priori una ciencia normativa con principios
universalmente válidos: simplemente parte del «hecho moral» como conciencia de la actividad
práctica del hombre, para reducir la Etica a un conjunto de normas regulado por las necesidades
materiales concretas de cada época y de cada sociedad. Y si no se aceptan esos presupuestos, la
obra resulta ininteligible.
El autor se limita a un análisis materialista de la conducta humana —siempre desde
presupuestos no demostrados—, por lo que es incapaz de elevarse al nivel de la ciencia moral e,
incluso, de dar una plausible descripción de lo que realmente ocurre, porque estudia al hombre
como si éste no tuviera alma ni libertad: es como si se pretendiera describir el modo en que marcha
un automóvil, prescindiendo del motor.
Por esta razón, ni siquiera desde un punto de vista meramente sociológico la Etica de
Sánchez Vázquez se atiene a la realidad. La moral queda reducida a hechos sociales, pero cuando
quiere fundamentar con esos hechos el valor de unas normas, excluye la posibilidad de que éstas
tengan un valor universal, puesto que considera al hombre como una suma de factores biológicos,
psicológicos, sociales e históricos, y rechaza la búsqueda de los principios y fines que mueven al
individuo en su actuación.
Por otra parte, la aplicación férrea de los presupuestos establecidos a priori lleva a omitir
temas irrenunciables de la Etica —el mal, el pecado, el influjo de las pasiones, la naturaleza y
desarrollo de las virtudes morales, etc.—, y a incurrir constantemente en análisis superficiales. De
este modo, después de haber estudiado la naturaleza del valor económico, el autor da un salto en
el que sin probar nada, ni definir la esencia del valor moral, afirma categóricamente que «los
valores morales sólo se dan en actos o productos humanos, que el hombre realiza consciente y
libremente» (p. 120), introduciendo de manera solapada una concepción antropocéntrica del valor
ético, semejante a la que mantiene acerca del valor económico.
El valor y la obligación moral.
Como la ordenación al Bien ha sido sustituida por el devenir histórico de la colectividad, el
valor moral ya no hace referencia a los bienes que el hombre debe respetar, ni al ser de las cosas,
sino únicamente al progreso social: será bueno todo lo que resulte útil para los fines que la
colectividad se propone en cada momento, y el valor ético consistirá en que el individuo se adecue
a la marcha de la sociedad hacia el paraíso intramundano. Así dice Sánchez Vázquez que «es el
hombre como ser histórico-social y con su actividad práctica, el que crea los valores; (éstos) son,
pues, creaciones humanas, y sólo existen en el hombre y por el hombre»

En consecuencia, lo bueno y lo malo cambiarían en las diversas épocas y sociedades, de manera


que la obligación moral no tendría un contenido único: «el sistema de normas morales, y con ello,
el contenido de la obligación moral, cambia históricamente de una sociedad a otra, e incluso en el
seno de una misma sociedad, lo que ahora se prohibe, mañana se permite»

La conducta humana no tiene, por consiguiente, una moralidad estable y objetiva, según su
relación con el fin último, sino mudable y relativa a la sociedad en que se vive: no se puede «hacer
hincapié —dice el autor— en un contenido determinado de lo bueno, único para todas las
sociedades y para todos los tiempos. Dicho contenido varía históricamente; puede ser ciertamente
la felicidad, la creación y el trabajo, la lucha por la emancipación nacional o social, etc. Pero el
contenido concreto sólo es moralmente positivo en una adecuada relación entre el individuo y la
comunidad»

Sánchez Vázquez está firmemente convencido de que ninguna ética puede señalar lo que el
hombre debe hacer en todos los tiempos y en todas las sociedades, porque la obligación moral
sólo manda someterse a las necesidades de la sociedad en que se vive; de ahí surge la crítica a
todos los sistemas morales que «se han empeñado vanamente en la búsqueda del origen o
fuentes objetivas de la moral, ya que parten de una consideración “abstracta” del hombre y se
olvidan que el hombre es un ser concreto, histórico y social»

Sánchez Vázquez llama «criterios de justificación moral» a una serie de principios que
permitirían dar un juicio absoluto acerca de la validez y obligatoriedad de las leyes morales. El
autor concede una gran importancia a estos criterios, pues con ellos piensa alcanzar el objetivo
principal de su obra: construir una verdadera ética a partir de los análisis del materialismo histórico.
Sánchez Vázquez advierte de algún modo que hasta ahora no ha superado el relativismo
histórico-social y que la obligación moral, concebida en función de una sociedad concreta y de un
determinado momento histórico, necesita de una ulterior fundamentación. Si las normas de
conducta no tuvieran otro soporte que la transitoriedad del presente, no alcanzarían el carácter de
lo propiamente ético, quedándose en el ámbito de lo útil. Si lo que ahora se debe hacer, mañana
estará prohibido, no puede hablarse propiamente de bien y de mal, porque ambas son realidades
absolutas, y mientras no se les confiera ese valor no hay ética ni obligación moral propiamente
dicha, pues nadie se siente ligado en conciencia si mañana todo será de otro modo, al menos si no
se demuestra que el mismo cambio histórico en su conjunto —y los momentos particulares en
cuanto insertados en él— tienen un valor moral absoluto.
El autor piensa que con los cinco criterios de valoración moral —justificación social,
práctica, lógica, científica y dialéctica— puede fundamentarse el valor de las normas morales, pero
teniendo bien presente que valor absoluto no quiere decir valor suprahumano o intemporal, que
exista en sí y por sí, sino «producto humano que solamente existe, vale y se justifica como nudo de
relaciones»
Analizamos brevemente el contenido de los principios de justificación moral.
Justificación social.—Como «la norma cumple la función social de asegurar el
comportamiento de los individuos de una comunidad en una determinada dirección, la validez de
una norma es inseparable de cierta necesidad social. Así, en una comunidad en la que se da la
necesidad social o el interés se justifica la norma que exige la conducta adecuada» (p. 202).
Justificación práctica.—Sánchez Vázquez considera ahora, que la norma no sólo ordena la
conducta de acuerdo a los intereses de la colectividad, sino que exige también unas ciertas
condiciones reales para su cumplimiento. Así, por ejemplo, en las sociedades primitivas, donde no
había un excedente de producción, la existencia de los ancianos que no podían desempeñar un
trabajo, o la conservación de la vida de los prisioneros a los que no se sabía cómo emplear,
constituirían un fuerte obstáculo para la subsistencia de la colectividad. En esas circunstancias,
una ley moral que postulara la conservación de la vida de los ancianos o el respeto a la vida de los
prisioneros no tendría razón de ser, ya que no se daban las condiciones reales —desarrollo de la
producción y del trabajo— que permitieran la alimentación de una población inactiva.
justificación lógica.—Las leyes morales no se dan aisladas —prosigue Sánchez Vázquez—
, sino que forman parte de un conjunto articulado que se llama «código moral». Este «código » ha
de caracterizarse por la no contradicción de sus normas, por su coherencia interna, y es relativo a
una determinada comunidad humana. La justificación lógica de los preceptos obedece, por eso, a
la «función social» de la moral, pues impide que en una sociedad surjan leyes morales arbitrarias o
caprichosas que, por no integrarse en el sistema normativo, entrarían en contradicción con los
intereses y necesidades sociales.
Después de explicar los «criterios de justificación moral», Sánchez Vázquez se pregunta si esos
principios bastan para fundamentar una verdadera ética: «¿podemos superar el relativismo al
justificar, como lo hemos hecho, los juicios morales, o sea al sostener que pueden argüirse
diferentes razones en favor de su validez

El mismo principio que ha llevado a Sánchez Vázquez a concebir el bien y la norma moral
como un producto del hombre —humanidad en su desarrollo dialéctico—, le lleva a entender el
libre albedrío como capacidad ideal de obrar sin estar sujeto a factores ajenos a la libertad, que,
desvinculada de las limitaciones inherentes a la naturaleza humana, aparece como fundamento
universal y absoluto (principio de inmanencia).
Es claro que el libre albedrío no se entiende ya como una prerrogativa del individuo —
libertad personal—, pues éste estaría sujeto a la presión de múltiples factores sociales e históricos,
sino que se trata más bien de una conquista del género humano, del término del proceso de
«humanización» de la naturaleza y de la sociedad por el que la colectividad iría logrando las
condiciones de vida acordes con el ideal del Hombre como ser supremo.
La libertad como praxis colectiva consiste, entonces, en la liberación de las limitaciones
materiales, en la satisfacción de las necesidades del hombre concebido como núcleo de relaciones
económicas. El libre albedrío será objeto de la biología, de la economía o de la sociología, pero no
llegará a ser una cualidad espiritual de la persona; la satisfacción del hambre, de la sed, de la
necesidad material o social puede generar bienestar, pero no libertad. De la necesidad satisfecha
al libre albedrío hay una distancia insalvable: por muy satisfecho que esté un animal nunca llegará
a ser libre.
Es claro, por eso, que el fundamento del libre arbitrio no puede ponerse en la praxis
económica: si se reconoce la libertad espiritual, hay que admitir que el hombre siempre gozará de
ella —aunque en ocasiones se impida su ejercicio exterior—, sean cuales sean sus condiciones
personales y sociales; si no se toma como punto de partida la libertad del espíritu, nunca se
obtendrá esa cualidad a partir de las transformaciones materiales y sociales.
Sánchez Vázquez parte de la negación de la libertad al concebirla como una conquista del
hombre, y no como lo que es, una propiedad natural suya, que consiste en el poder de la voluntad
humana de amar el fin último y disponer de los bienes finitos como medios en orden a ese fin; es,
en definitiva, la capacidad de auto determinarse y vincularse autónomamente al bien.
El ejercicio del libre albedrío está ligado al entendimiento y la voluntad, que, por ser
facultades espirituales, sólo indirectamente y en cierta medida son afectadas por las condiciones
materiales y sociales. El alma humana es, además, inmutable, y no admite más cambios que los
derivados del ejercicio de la libertad (mutabilitas ex electione), por lo que los diversos tiempos no
son más que el marco accidental en el que la persona decide su destino eterno.
Aunque puede ser obstaculizada en cierto grado, la libertad es siempre la propiedad que
confiere al obrar humano su alcance de eternidad, ya que implica una referencia al último fin. En
todas las sociedades y en todos los tiempos, el hombre se dirige o se aparta de ese fin con sus
actos, siendo la libertad —con la ayuda de Dios o en rebelión a sus disposiciones—, la única causa
de la unión o separación respecto a Dios, de lo que se sigue una inalienable responsabilidad moral.
Por otra parte, el libre albedrío es un poder de gobernar toda la conducta humana en orden
al bien, objeto propio de la voluntad libre, de manera que, lejos de ser un producto de las
circunstancias sociales, son precisamente las formas de vida social las que encuentran su
explicación última en los bienes elegidos por la libertad: «se dan tantas formas de vida como cosas
en que los hombres han puesto la razón de sumo bien

Sánchez Vázquez, en cambio, diluye la libertad personal en el movimiento colectivo hacia


la instauración social de la supremacía del hombre (paraíso comunista) que, en su progreso
irreversible, sepulta el libre albedrío en la necesidad dialéctica de la historia. Al individuo sólo le
resta la posibilidad de acelerar ese proceso hacia la sociedad sin clases, sometiéndose para ello a
los líderes que habrían logrado alcanzar una comprensión de la marcha de los tiempos.
Pero ni siquiera en ese reducido ámbito puede hablarse de libertad, pues los diversos
comportamientos estarían determinados por la situación económica, de clase, etc. Se explica así
que el autor niegue la responsabilidad personal, y que ni una sola vez hable en su obra del pecado;
sólo aparece repetidamente la necesidad de adecuarse a la marcha de la historia, donde carece de
sentido hablar de ofensa a Dios, de libertad o de responsabilidad.
Se trata, en resumen, de la negación de la libertad personal —y, con ella, de toda
moralidad—, como consecuencia inevitable de la sustitución del fin último y del bien por la praxis
dialéctica, que sería el fundamento último de la vida humana y de la moral.
Desde las primeras páginas de la obra, en las que Sánchez Vázquez define la Etica como el
comportamiento del hombre frente a la sociedad, se hace evidente el intento de construir una
«moral» sin Dios, pues las normas éticas sólo tendrían sentido dentro de los límites de la conducta
humana con referencia exclusiva a la sociedad, entendida ésta como forma histórica del
autohacerse humano mediante la producción (cfr. recesión a la obra de Sánchez Vázquez, La
Filosofía de la praxis

El autor aborda explícitamente el tema de la religión en el capítulo IV, donde trata de las relaciones
de la moral con «otras formas de conducta», entendiendo la religión como «un sentimiento de
dependencia del hombre en fuerzas suprahumanas o trascendentes y aún en la creencia de un
Dios personal, como garantía de salvación de los males terrenos en un más allá después de la
muerte, y en la negación de la autonomía del hombre al afirmar su liberación en un mundo
ultraterreno»

Con estas palabras, el autor repropone a su manera el postulado marxista de la «alienación


religiosa»: el hombre recurriría a Dios porque estaría habituado a proyectarse a sí mismo en las
relaciones económicas y materiales. Esta doctrina depende de «una concepción filosófica
inmanentista

La religión aparece, en consecuencia, como el punto culminante de un proceso de


«alienación» de la praxis humana. La actividad del hombre, que debería originar unas condiciones
de vida adecuadas a su supremacía, ha dado lugar, por el contrario, a una sociedad «alienada», en
la que hay composición, desigualdad, límites y condicionamientos... Situación que sería apta para
la existencia de una criatura, pero no para la vida del Hombre.
La religión se convierte, entonces, en el máximo punctum dolens: no sólo hace posible que
el hombre viva como criatura, sino que lo proclama directamente como tal al prescribirle dar culto al
Creador, a la vez que canoniza el estado de postración actual.
Se trataría, por tanto, de devolver a la praxis su verdadero valor, para lo que sería
necesario reconocer previamente la falsía de la religión. La crítica de la religión se convierte, en
palabras de Marx, en la «condición de toda crítica», porque la supresión de la religiosidad sería el
requisito imprescindible para rectificar el obrar humano en orden a la realización social del mundo
del Hombre (paraíso comunista). Ese enderezamiento del obrar sería precisamente el objeto de la
Etica, convirtiéndose ésta en la instancia más inmoral que el hombre puede concebir.
La Etica de Sánchez Vázquez, como todo intento de fundamentar una «moral» al margen
de Dios, no consigue dar una explicación de la actividad moral y, ni siquiera, del obrar humano en
general.
Es una experiencia innegable que el hombre busca bienes con su obrar: va de aquí hacia
allá, porque en aquel lugar se está mejor; compra un libro, porque le han dicho que es bueno; obra
de una determinada manera para adquirir una virtud, que es una cualidad que perfecciona alguna
de sus potencias.
Ciertamente se puede obrar también para difundir los bienes poseídos, como sucede
cuando una persona enseña a otra una ciencia o el modo de adquirir la virtud. Pero entre los
hombres nunca se da un actuar totalmente desinteresado, porque todo ente creado no sólo carece
de una perfección infinita, sino que tampoco posee en su sustancia toda la plenitud de que es
capaz —siempre puede aumentar su ciencia, su virtud, etcétera—, de manera que el sentido último
del obrar creado es alcanzar un bien no poseído pero posible de lograr, al que llamamos fin.
A esta finalización propia de todo ente, se ha de añadir que el hombre tiene la capacidad
de conocer y amar al mismo Bien por esencia, hacia el que le inclina también el deseo de la propia
felicidad. El obrar humano no puede explicarse desde un bien particular, sino desde Dios, fin último
del obrar libre. La persona se encuentra así con un ser dado (una naturaleza, unas potencias, unas
determinadas cualidades, etc.), y con una ordenación hacia Dios, debiendo superar la distancia
que le separa de El mediante la actividad libre, que por eso recibe el nombre de obrar moral. La
ordenación al fin último es así el único fundamento de la moralidad.
Sánchez Vázquez también estaría de acuerdo en afirmar que el hombre busca con su obrar
una plenitud que no posee en acto, pero se separa de la realidad en tres puntos: primero, en que
esa plenitud sería propia de la humanidad, y no de la persona singular; después, en que la
perfección final no sería recibida de Dios, sino que la humanidad se la daría a sí misma; en tercer
lugar, en el hecho de situar ese fin en un hipotético paraíso intramundano, entendido como una
situación de abundancia de bienes materiales. La divergencia de fondo estriba en que lo realmente
querido es la autosuficiencia humana —la humanidad como causa sui: causa de su ser, de su
desarrollo y de su felicidad—, y no la gloria de Dios, aun a costa de reducir al hombre a poco más
que un puro animal.
Si, por el contrario, aceptamos la evidencia natural de que la vida de la persona singular
tiene un sentido, que es la felicidad, y llamamos moral a los actos libres por los que el individuo se
dirige a su dicha eterna, hemos de concluir que la moral es esencialmente religiosa, porque sólo en
Dios está la felicidad del hombre.
La vida moral es la libre aceptación del orden con que Dios dirige hacía Sí a los hombres,
de manera que todo acto de sometimiento o de transgresión del orden moral implica una actitud de
reconocimiento o de rebeldía para con Dios, como Fin último y Causa primera, lo que equivale a
afirmar que todo acto moral es esencialmente religioso.
La religión está comprendida implícitamente en todo obrar moral, pero además constituye
la primera y principal obligación ética del hombre. La ley moral natural tiene como finalidad que el
hombre se adhiera a Dios según su modo propio, esto es, mediante el conocimiento y el amor. Y
como la ordenación de los medios deriva de la ordenación al fin, lo primero y lo principal que
contiene la ley natural es el precepto sobre el fin: conocer y amar a Dios sobre todas las cosas.
Este primer precepto funda todos los demás, y es como la raíz en que todos comunican y
en lo que se reconocen como imperativos morales, pues las obligaciones éticas tienen en común
dirigir al hombre hacia el amor de Dios.
Esto explica que la religión sea la virtud humana más importante, y que cumpla un papel
semejante al de la Caridad en el plano sobrenatural: es la forma que ha de revestir a las demás
virtudes humanas, a las que, por tanto, impera, pues el resto de las obligaciones éticas han de
cumplirse como homenaje de la criatura al Creador, y como medio de dirigirse a El. Por eso, la
irreligiosidad y el ateísmo son la mayor degradación en que puede caer un hombre, y hacen
imposible cualquier moralidad.

La sociedad de la voluntad de los individuos estos como seres sociales se nos presenta con los
rasgos fundamentales de la libertad en general que hemos señalado anteriormente con respecto a
la necesidad.

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