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Bollas Christopher

Psicoarion dijo...
Christopher Bollas: Lo sabido no pensado.C. Bollas, es psicoanalísta. Dota al psicoanálsis de una especial
profundidad. Él mismo representa la profundidad, el self profundo. Es un defensor del self genuino y de ser
genuino con ese self.Podríamos estructurar la búsqueda de la comprensión del pensamiento de Bollas a través
de la búsqueda que el inspira en el psicoanálisis moderno:Buscar el alma del psicoanálisisAl encuentro del self
genuinoEl espacio intermedio

Comentario basado en el texto de: Ávila Espada, A., Rojí, B. y Saúl G., L. (2006). Introducción a los Tratamientos
Psicodinámicos. Madrid. UNED.Christopher Bollas: Lo sabido no pensado.Junto con Grgorio Kohon y Patrick
Casement, son las figuras mas representativas del Grupo Independiente Británico.C. Bollas, privilegia el estudio
de la experiencia subjetiva para conocer al Otro en el marco de la terapia analítica, con especial atención al
fenómeno de la identificación proyectiva.Para el autor es importante la estructuración de las relaciones mas
tempranas, adhiriéndose a los que empiezan a dar relevancia a las relaciones objetales concebidas
interpersonalmente.Bollas a partir de su trabajo con niños autistas y esquizofrenicos en su trabajo como
director del centro Austen Riggs Center, conocido mas tarde como el centro de la psicología del Yo, busca
rescatar la experiencia no verbal del sujeto, "aquella parte de la psique que vive en el mundo sin palabras"
(1991, p. 17)En el concepto de lo sabido no pensado, se expresa un modo de saber que no tien que ver con lo
verbal. La madre en su función de objeto transformacional, instruye desde el principio al bebe, a través de
contactos intersubjetivos, en la logica de existir y vincularse.Cada intercambio es un compromiso entre la logica
heredada del infante y la logica del cuidador materno.Se entiende así que antes de que el niño desarrolle su
capacidad para representar, ya hay un tipo de conocimiento, un tipo de lógica que se ha fraguado en base a los
ritmos de cuidado más que a los contenidos.Algo que coincide con las concepciones actuales sobre memoria
procedimental.Lo que el niño ha intenalizado pero aún no ha procesado mentalmente es Lo sabido no pensado
y guarda una estrecha relación con el concepto de falso self winnicottiano.La madre cuida al bebe con un
idioma de cuidado materno que transmite al hijo una estética de existir.La innovación sobre el concepto de
madre ambiente de Winnicott vendría dada por la concepción de que el bebé percibirá procesos que alteran la
experiencia de si, de aqui lo de proceso de transformación.Hay un saber que se genera en el niño que es
existencial mas que representacional. No son solo los cambios y alteraciones que la madre genera en el con un
ritmo determinado, sino las emergentes capacidades yoicas de éste que consiguen cambios en la
experiencia.Las propiedades yoicas emergentes y su capacidad para generar modificaciones de la experiencia se
terminarán traspasando a estados intermedios de experiencia hacia aquello que algunos convendrán llamar
espacio transicional.Para este autor la forma del sujeto de relacionarse con su representación de si mismo es
fundamental.Es la relacion con el self como objeto, donde el sujeto puede objetivar, imaginar, analizar y
gobernar el self por identificación con los otros (¿yoes emergentes?) primarios que participaron en la misma
tarea.¿Como se dirige a si mismo la persona en el espacio intersubjetivo?La forma en que nos dirigimos a
nosotros mismos revela y expresa nuestra experiencia como objeto parental.Las relaciones tempranas
generaran dos tipos de Talantes, el talante maligno que es aquel que buisca generar en el otro una actitud
determinada hacia el propio self, y un talante generativo, que busca contactar con el self niño, abriendo la
posibilidad que genera saber. El objeto conservativo es parte de lo sabido no pensado. Es la memoria
existencial (procedimental) de un estado del self que se ha conservado. El self niño continua ligado a algun
aspecto del ambiente parental.InfluenciasEs indudable la influencia que sobre este autor tuvo el trabajo de
Winnicott, sobre todo a nivel técnico del uso del juego. Pero es importante el desarrollo y continuidad que dió
Bollas al pensamiento de D. Winnicott.Los conceptos que mas influyeron en su trabajo fueron: Falso self,
Objeto transicional y el uso del objeto por parte del sujeto.La omnipotencia del bebe, sostenida por la
preocupación maternal primaria, ira cediendo hasta el reconocimiento de la dependencia de la madre. Este
proceso se denomina desilución, y es la puerta de entrada al mundo de los objetos reales.El objeto transicional
será el responsable de amortiguar la caída del bebe desde la omnipotencia a la dependencia, pero la
configuración del mismo y la potencialidad de desplegar su función depende de los ritmos y cuidados del otro.
Lo transicional no tendrá ningúna propiedad que no haya sido derivada de la experiencia del bebe con la
madre.Se puede mantener la omnipotencia, dando como resultado una forma de relacionarse con el mundo
propia de los autistas, los cuales hacen un uso del objeto de forma despiadada, o se puede propiciar la
organización prematura de la realidad (habitualmente por ausencia o negligencia de las figuras significativas),
generando asi el bebe para poder sobrevivir, un falso self.Si la omnipotencia cae precozmente, el deseo y la
necesidad del niño será vivida por el como algo altamente desestructurante y desorganizador. Aterrador. El
deseo es la fuente de descompensación y desregulación neurovegetativa.El niño que es desprovisto de forma
prematura del ambiente facilitador, se adapta al entorno. Es el nacimiento del falso self.De Balint recoge la
búsqueda del amor incondicional por parte del sujeto. Hay un estado pasivo originario, la ruptura de ese estado
pasivo primario genera la sensación de Falta Básica.El paciente buscará recuperar esa incompletud, ocupar el
vacío dejado por esa falta, a través de una regresión benigna.El trabajo que durante los años 50 estaba
realizando P.Heinman con respecto a la contratransferencia fué muy inspirador para este autor. ¿Cual es la
lógica intima del discurso?Cuando habla el paciente, ¿Quien es el que habla?.P. Heinman percibió el discurso de
las figuras de cuidado en las palabras del paciente. El talante del padre, la voz de la madre, la experiencia
fragmentada del niño que fué...¿A quien habla?¿Por que ahora?A partir de ese momento la Contratransferencia
(Ct.) se convertía no ya en un artefacto que era necesario evitar, ocultar o negar, sino que sobrevenía en una
herramienta fundamental, a través de la cual podíamos tomar contacto con una zona muy intima y profunda
del paciente, su núcleo de experiencia.Se abandona la metáfora freudian del cirujano y la idea de pantalla en
blanco, para pasar a reconocer un canal de comunicación prolífico como pocos.La Ct. es un instrumento de
investigación del inconsciente del paciente.Para P. Heinman, La Ct. era una creación del paciente. (On
Countertransference. 1950). Mas tarde la autora desarrollara esta idea hasta irse alejando en la dirección de un
proceso compartido.Es significativo resaltar que la autora no revelaba sus sentimientos al paciente.En la misma
Línea que P.Heinman, Margaret Little, en los años 50 estaba escribiendo sobre la Ct. Tiene un famoso artículo
llamado: Contratransferencia y la respuesta del paciente a la mismma. (1951)M. Little, reconoce la subjetividad
del analísta y promulga su reconocimiento por parte de los terapeutas. Para la autora hay hacia la Ct. una
reacción fóbica o paranoide.No basta con hacer una interpretación correcta, sino incluso si es pertinente,
reconocer que se ha cometido un error en cierta apreciación sobre el paciente. Esta autora, célebre por su
relato de su análisis con Winnicott, será recordada por las apreciaciones acerca de la influencia de ciertas
carácterísticas de la personalidad del terapeuta sobre el despliegue del proceso analítico, en función de la
trascendencia que tiene para el paciente que sus apreciaciónes sean reconocidas y aceptadas por el terapeuta
validando así la experiencia del paciente. El paciente llega a conocer aspectos profundos del terapeuta y su idea
de él no se basa simplemente en fantasías inconscientes.Critica la neutralidad.El analista se comporta en
ocasiones como el padre que niega la experiencia del niño, negando así la realidad.Bollas busca ser genuino con
el paciente, y acceder a su self genuino de modo que pueda vivr la experiencia que se le negó en su momento.

¿Qué heredó la madre muerta? Pensando a André Green desde


Christopher Bollas
Publicado en la revista nº032
Autor: Velasco, Ricardo

El presente trabajo tiene la intención de ampliar, mediante otra perspectiva


teórica, el texto de Andre Green: “La madre muerta” (1980) que en opinión del
autor es un trabajo fundamental del psicoanálisis contemporáneo en general y
una reformulación sobre la teoría del duelo en particular. Se parte, entonces,
de la revisión de conceptos fundamentales de la obra de Christopher Bollas
(1987, 1989, 1994, 2000, 2007) y a partir de ahí hacer puentes explicativos del
fenómeno descrito por Green del “complejo de la madre muerta”. El título “¿qué
heredó la madre muerta?” tiene dos sentidos: por un lado el de dar cuenta de la
herencia del fenómeno clínico ahí descrito, es decir, lo que resulta
psíquicamente para el sujeto que vive tal complejo; y por otro el de la herencia
teórica del concepto y su impacto en el psicoanálisis contemporáneo,
particularmente en la escuela inglesa independiente.

Palabras clave: madre-muerta; duelo blanco; sabido no pensado; objeto y


fenómeno transformacional; talante; objeto conservativo; afección normótica; ser
genuino e idioma humano.

Sabemos a partir de Freud (1915) que “(…) todo lo reprimido tiene que
permanecer inconsciente, pero (…) lo reprimido no recubre todo lo inconsciente”
(pág. 161), de modo que hay material inconsciente que no es reprimido y que, no
obstante, habita en lo inconsciente y suponemos que tarde o temprano también
aparecerá durante el proceso analítico. De este modo, en el en el consultorio no
sólo se podrán en escena recuerdos, fantasías, sentimientos, dolores y
pensamientos que fueron enterrados por la represión, sino que también se
manifestará el inconsciente no reprimido, nunca representado, pero no por ello no
vivido.
Lo no reprimido remite a lo que no pudo representarse pero que dejó huella en el
inconsciente originario, almacenándose, por ejemplo, en forma de memoria
procedimental (Bleichmar, 2001) o en forma de patrones vinculares de apego
(Marrone, 2001). Todo este material no representado estará presente como si de
un “tatuaje psíquico” se tratara y, en mi opinión, abarca lo que Christopher
Bollas[1] denomina “lo sabido no pensado” (1987) que es una importante fuente
de materia prima inconsciente que influirá en todo sujeto psíquico y a la que se
podrá tener acceso gracias a la regresión en la situación analítica.
Respecto a la influencia de lo “sabido no pensado” en la vida psíquica, recuerdo
un paciente adulto, quien fue adoptado por una familia de un nivel
socioeconómico mucho mas elevado que el de su familia original, situación que
desconoció hasta ya entrada su vida adulta. Este paciente me relataba que en su
adolescencia temprana, la cual se desarrolló en un entorno lleno de comodidades
y lujos propios del status social en que fue criado, desarrolló cierta fascinación por
involucrarse sentimentalmente con mujeres mayores que él y de un nivel
socioeconómico mucho menor, relaciones que eran emocionalmente muy
intensas, angustiosas, ambivalentes y con tintes dependientes y masoquistas. De
este modo, durante mucho tiempo, el paciente sabía que necesitaba de estas
relaciones para su endeble equilibrio psíquico pero desconocía el porqué. En
síntesis, el tatuaje imborrable del abandono primario (padres originarios) se
manifestaba en el paciente en forma “muda” y le dictaba la necesidad de
un patrón vincular que lo acercaba a sus orígenes, situación que durante mucho
tiempo permaneció en el campo de lo experiencial, fuera de lo representacional,
es decir, en el campo de lo “sabido no pensado”.
En palabras del propio Bollas, lo sabido no pensado es, entonces, aquello
“(…) sabido como una recurrente experiencia de existir, y no tanto porque se lo
haya llevado a una representación de objeto: un saber más bien existencial por
oposición a uno representativo (…) ” (pág.30)
Ahora bien, hablamos entonces de experiencias muy tempranas que, dada su
intensidad y lo endeble aún del aparato psíquico en ese nivel de desarrollo, se
almacenan en formas distintas a lo representacional. Pensemos ahora en otra
posible experiencia; por ejemplo, en una situación en la que “B” y “M” sufren.
La situación es esta: “B” ha perdido el amor de “M” y, dadas las condiciones
psíquicas de “B”, el amor que le ofrecía “M” es tan importante que le daba
estructura, lo contenía y le daba un sentido a su vida. Agreguemos, por otro lado,
que “M” ha retirado su amor debido a un duelo recién activado, lo que explica su
retiro del “mundo objetal”. Siguiendo esta línea, “M” no ha muerto
objetivamente, pero sí lo ha hecho desde la subjetividad de “B”. Pues bien, este
es justo el cuadro que André Green propone para entender el “complejo de la
madre muerta” en donde “M” es la madre y “B” es su bebé, y el resultado desde
“B” es la “muerte psíquica” de “M” como consecuencia de un duelo de ésta última
que hace que B no ocupe más el lugar en la mente de M. En palabras del propio
Green “La madre muerta es entonces, contra lo que se podría creer, una madre
que sigue viva, pero que, por así decir, está psíquicamente muerta a los ojos del
pequeño hijo a quien ella cuida.”(pag.209). De esta manera, en lo sucesivo el bebé
tendrá que adaptarse a la nueva circunstancia, que es la de vivir un maternaje
interrumpido, un holding no vivido y, por lo tanto, una existencia también
interrumpida, ya que sabemos desde Winnicott que en este nivel de
desarrollo “madre y bebé” son la misma cosa, quedando ambos con una
sensación de vacío, futilidad y muerte.
El texto de la madre muerta está dentro de la así denominada por Green “clínica
del vacío”, que remite a la clínica del sujeto que si bien inicialmente acude a
análisis sin una franca “depresión” manifiesta (lo que Green llama depresión
“negra” refiriéndose a la melancolía) tiene una experiencia del self de “futilidad” ,
de “vacío mental” y de “inexistencia” (lo que Green llama “depresión blanca”) que
ha permanecido egosintónica a lo largo de su vida. Este “duelo blanco” sólo
puede manifestarse en el vínculo paciente-analista, por lo que resulta para
Green “una revelación de la transferencia” (pág. 215), revelación de que algo
siempre ha estado allí, algo “sabido pero no pensado”.
El complejo de madre muerta y su consecuente “duelo blanco” nos pone entonces
de lleno en el territorio de la patología de carencia o déficit que tantos
analistas señalan ahora como lo prevaleciente en la clínica contemporánea. Al
respecto, Green menciona que: “si debiéramos escoger un solo rasgo para señalar
la diferencia entre los análisis contemporáneos y lo que imaginamos pudieron ser
en el pasado, probablemente habría un acuerdo en situarlo en el terreno de los
problemas del duelo” (Green, 1989, p. 209).
Así pues, el texto de la “madre muerta” se anuncia como una aportación de la
escuela francesa contemporánea a la problemática del duelo, problemática que
se inicia con Freud en “Duelo y melancolía” (1917) en la que estructuró en forma
magistral el primer modelo psicoanalítico del duelo, bajo el principio de la
decatexia libidinal y en donde aparece la primer definición psicoanalítica del duelo
como “(…) la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una
abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, libertad, un ideal,
etc.”. (pág. 241)
No obstante, en el texto greeniano, la cuestión del duelo y su definición se
problematiza, ya que justamente en el caso del “complejo de madre muerta”, lo
que se pierde no es “una persona amada”, sino “el amor de la persona”;
dicho de otra manera, la persona (“madre física”) sigue allí, pero no así el amor
(“madre psíquica”), ya que los lazos afectivos y libidinales hacia el bebé, se han
retirado y en ese sentido, ella ha muerto para el bebé a pesar de que la madre
sigue allí .
Llegamos aquí al punto central del trabajo, donde lanzo los siguientes
cuestionamientos: ¿Qué consecuencias tiene ser hijo de una madre en duelo?,
¿quién emerge de este maternaje interrumpido? y en última instancia ¿qué
herencia transmitió la “madre muerta” a su hijo?
Un intento de respuesta me llevó a revisar la obra de Christopher Bollas -que en
palabras del propio Green- es “un auténtico pensador independiente que sigue su
propio camino entre las capillas de psicoanálisis contemporáneo, como un
peregrino solitario” (Green, en Bollas, 1987). Fue justamente en este “peregrino
solitario” en el que encontré un refugio y una luz explicativa desde donde
comprender el mundo psíquico que comparte la díada mamá-bebé y desde allí
entender lo que puede devenir como consecuencia psíquica de vivir un “complejo
de madre muerta” y así complementar desde Bollas lo que Green postula en su
propio trabajo.
El puente entre los autores viene a partir de mi propia lectura de su obra en la que
sostengo que -si bien ambos autores pueden considerarse como “hijos
teóricos” de Winnicott- Green se centró más en la clínica de “lo negativo[2]” es
decir, la consecuencia del “no acaecer” psíquico, mientras que Bollas se centró en
lo que “sí acontece” , lo que podría llamarse la clínica de “lo positivo”[3].
Por “positivo” no quiero decir que Bollas se centra únicamente en aquello que la
madre hace para gratificar a su bebé (en ese sentido “positivamente”), me refiero
más bien al tipo de maternaje que encierra el concepto winnicottiano de “madre
suficientemente buena” que es aquella capaz de gratificar, pero también de
frustrar, capaz de estar y también de separarse y volver cuando el umbral de la
angustia de separación está a punto de ser colmado, que es justo lo que no pasa
con la “madre muerta” greeniana, que no volvió más, y en ese sentido dejó una
huella “negativa” en su infante. Considero, entonces, que el carácter
traumático generado por el complejo de “madre-muerta” lo es justamente por la
interrupción de ambas funciones (gratificación y frustración de la madre), lo que
creará una detención en el incipiente desarrollo del infante; dicho de otro
modo no es lo mismo el no de la frustración que el nunca más de la muerte,
en el sentido que le hemos dado a la “madre muerta” .
Hipotetizo, entonces, que estudiando algunos conceptos de Christopher Bollas,
centrados en lo que sí se estructura a partir de un buen maternaje, podemos
desde allí inferir con más claridad cuáles son las consecuencias en la subjetividad
de un bebé producto de una “madre-muerta”, a partir de revisar “lo que no pudo
ser”, si se me permite la expresión. Revisaré a continuación algunas de las
aportaciones de Bollas.
1) Lo transformacional
Lo transformacional se refiere a una experiencia subjetiva, de hecho la primera en
el álbum biográfico, y se da gracias a la presencia de un objeto “ambiente” que
brinda una sensación de fusión estética. Tal objeto será denominado por Bollas
como “objeto transformacional” y lo podemos considerar como el precursor del
“objeto transicional” winnicottiano. La madre es el objeto transformacional por
excelencia, ya que sus cuidados modifican el entorno ambiental del infante.
Analizar la función del arrullo, por ejemplo, es pensar un modo de experiencia
transformacional en donde la madre emite un tono musical con la finalidad de
calmar la angustia de su bebé y en ese sentido cambia, transforma, el self del
bebé.
En palabras del propio Bollas:
“la madre es experimentada como un proceso de transformación, y este aspecto de la
existencia temprana pervive en ciertas formas de búsqueda de objeto en la vida adulta en
que es requerido por su función de significante de transformación (…), se trata de una
relación de objeto que emerge no del deseo, sino de una identificación perceptual del
objeto con su función: el objeto como transformador ambiento-somático del sujeto. La
memoria de esta temprana relación de objeto se manifiesta en la búsqueda, por parte de la
persona, de un objeto (persona, lugar, suceso, ideología) que traiga la promesa de
transformar el self” (págs. 30-31).

La madre a este nivel es, pues, una especie de ecosistema, un hábitat, un


continente que recibe, hospeda, contiene y transforma lo proyectado por su bebé,
de una forma estética y armoniosa. Tal vez recordar la idea de “madre-tierra” de
las culturas ancestrales nos da una idea más clara de qué tipo de madre es la que
genera fenómenos transformacionales.
Bollas explica que estas experiencias serán buscadas, aun en la vida adulta en
aquellos sujetos que la vivieron, ya que remiten a huellas mnémicas que moran
en el inconsciente más originario, el no-representacional, el sabido no pensado. La
búsqueda de estas experiencias se puede rastrear por supuesto en el arte, la
religión o la ciencia, pero también suele estar presente en un área básica del ser
humano, la vida en pareja. En efecto, la pareja “suficientemente” buena permite a
ambos miembros generar experiencias de tipo transformacional, fenómenos como
la intimidad, los códigos de lenguaje o lo fusional dan cuenta de ello.
No creo que sea casualidad que sea justamente en esta área (la pareja) donde
Green (1983) encuentra una marca disfuncional en los pacientes que padecen el
“complejo de madre muerta”. La siguiente cita es muy esclarecedora:
“…el sujeto (que padece este complejo) permanece vulnerable en un punto en particular, a
saber, su vida amorosa. En este terreno, la herida despertará un dolor psíquico y se
asistirá una resurrección de la madre muerta” (pag.219).

Podemos inferir, pues, que la experiencia transformacional quedará bloqueada en


estos sujetos, y cualquier intento de tenerla será estropeada porque su lugar está
ocupado por la necrópolis materna. La vida en pareja es, en este sentido, un
síntoma de que lo transformacional se ha detenido.
2. Talante y objetos conservativos
En el mundo conceptual de Bollas habita también el “objeto conservativo” y su
acompañante el “talante”. Por talante se refiere al meterse en un “estado mental
especial” sin que esto implique una pérdida de comunicación con el otro. El
talante, es un área legítima de autovivenciarse, una distancia necesaria entre el
self y el otro pero sin perder el contacto (lo que lo distingue de una fuga autista).
Para Bollas (1989), todo sujeto tiene un “talante” (ponerse meditabundo por
ejemplo) que es el resultado de un estado de existencia del sí-mismo infantil pero
que fue obstaculizado por el ambiente; es, entonces, otra forma de expresar lo
sabido no pensado. No obstante, para este autor, es importante separar el talante
“generativo” del “maligno”. La diferencia la marcan dos características:
a) el talante maligno es usado con el fin de de afectar al otro y alterar su estado de
ser (identificación proyectiva); el generativo, en cambio, busca contactar al sí
mismo infantil sin alterar al otro.
b) el talante generativo tiene capacidad “reversible” es decir, se usa y se regresa
al estado habitual para después ser usada para fines reflexivos, mientras que el
maligno genera un estado confusional ya que no se “regresa” del todo al estado
habitual.
Lo que importa aquí es que el talante es, en última instancia, una forma de recrear
experiencias del self infantil no representadas y en tanto tal se puede entender
como un acto de protesta o conservación, un reclamo que grita “éste también soy
yo” . El talante guarda, por tanto, una memoria no representada como un objeto
valioso que Bollas denominará “objeto conservativo”. Este es un objeto que se
preservó intacto en el mundo interno, congelado, petrificado y sólo escuchable por
el oído analítico.
Green, a lo largo de su trabajo, habla una y otra vez de metáforas de objetos
congelados, lo que remite no sólo a la imagen de la madre-muerta petrificada, sino
–y este es el aporte desde Bollas- al self infantil potencialmente vivo pero atado;
empero es el núcleo infantil el que también está petrificado, desde ahí hace más
sentido la sentencia que Bollas (2000) enuncia en uno de sus trabajos más
recientes: “madre muerta, hijo muerto”.
Siguiendo esta línea revisemos la siguiente cita en el propio Green, en donde
habla sobre el sujeto doliente: “(…) su amor (el del sujeto doliente) sigue
hipotecado para la madre muerta.El sujeto es rico, pero no puedo dar nada a
pesar de su generosidad porque no dispone de su riqueza.” (Pág. 222, el
subrayado es mío). Esta potencialidad detenida, esta riqueza no utilizable, es a
mi entender una muestra clara de que el complejo de madre-muerta puede devenir
en un objeto conservativo que en otro tiempo tal vez pueda ser utilizable, quizá en
el tiempo del análisis.
3. Lo normótico
Lo normótico es para Bollas (1987), una afección que consiste en ser
“anormalmente normal” y con ello quiere designar a cierto tipo de sujetos que, si
bien pueden ser perfectamente eficaces y excelentemente operativos, su mundo
subjetivo es prácticamente ausente. Esto recuerda a los “antianalizandos”
descritos por McDougall (1993), esos pacientes robotizados en donde todo
marcha bien, exceptuando claro está que no se sienten vivos. La afección
“normótica” es, para Bollas, la enfermedad de la no-existencia, de la parálisis del
“self”, de la eliminación de la actividad subjetiva. “Si la afección psicótica se
caracteriza por una quiebra en la orientación hacia la realidad (…) la afección
normótica se singulariza por una ruptura radical con la subjetividad” (pag.179).
De hecho, el mismo Bollas en este texto ubica la afección normótica dentro de
la “serie blanca” greeniana, donde está el “duelo blanco” y el “bebé” producto de
la madre muerta. Este bebé es el futuro paciente “normótico” que llegará al
análisis para que le devuelvan su “anormalidad”.
4. Idioma humano y propio ser genuino
En su segundo libro (Fuerzas del destino, 1989) Bollas postula que existe un
instinto de destino, que expresa la búsqueda de cada persona para entrar en su
propio ser genuino, es decir para buscar su self verdadero en el sentido
winnicottiano. Este instinto de destino es una forma de pulsión de vida cuyo
camino dependerá de la capacidad del entorno para facilitar o no su potencial.
Siguiendo esta línea, este autor habla de un propio idioma humano, que no es otra
cosa que la configuración de existir de cada sujeto, lo que define su esencia y lo
que lo hace “ser un personaje” distinto y único en su entorno. Siguiendo
claramente a Winnicott, Bollas describe que es la madre la que con sus gestos
espontáneos construirá junto con el infante este idioma humano que lo
acompañará toda su vida. En el pensamiento de Bollas, el sujeto adulto buscará a
lo largo de su vida objetos que se permitan ser “usados” para la expresión
subjetiva de su mismidad. Este autor entiende el mundo objetal como un mundo
potencialmente transformacionalizante, en el sentido de que los objetos están allí
para poder ser vehículos de expresión de nuestro idioma humano.
En una obra más reciente (The freudian moment, 2007) Bollas centra su atención
en el planteamiento freudiano de la teoría de los sueños y sugiere que la
concepción freudiana de la “formación del sueño” puede aplicarse muy bien a su
forma de entender la vida diurna y en general a toda la vida psíquica. Así, por
ejemplo, sabemos desde Freud (1900) que un sueño se construye en parte a
través del uso de algunos objetos diurnos que en la noche serán utilizables para
formar un sueño, esto contiene la idea de resto diurno y figurabilidad psíquica que,
junto con los principios de condensación y desplazamiento, son los pilares
fundamentales de la teoría del sueño y de la formación del síntoma. Desde la
óptica de Bollas, siguiendo en esto a Meltzer (1987) y a Ogden (2005) , la vida
diurna también es una continua elección de objetos a “utilizar” para ir configurando
un “sueño diurno” que no es otro que la experiencia de ser genuino en todo ser
humano.
Bollas describe un mundo objetal “evocador” que puede potencializar fenómenos
transformacionales, en aquellas personas que se permiten ser más “lúdicas” y
“libres”, lo que sería lo contrario del sujeto normótico. Pensando desde la lógica
del heredero de la madre muerta, la capacidad de usar dichos objetos está
detenida, paralizada, por lo que la “elección de objetos” está destinada más a fines
“objetivos” que a fines “subjetivos”; dicho de otra manera e insistiendo en lo que se
ha dicho, el doliente de la madre-muerta no ha podido aprender su idioma
humano; es, digamos, un analfabeto de su propio ser, la letra muerta se ha
impuesto en él y su análisis será una verdadera campaña de alfabetización, un
curso para aprender a leerse y a escribirse.
5. Conclusión
Decía a modo de introducción que el encuentro analítico permite, por sus
características, evocar experiencias de otros tiempos y, aún más, experiencias
que no pudieron ser. Pienso que en el caso del paciente que padece del complejo
de madre-muerta, el encuentro analítico buscará descongelar dos experiencias. El
lograr tales experiencias determinará, a mi entender, el cambio psíquico buscado,
para esto he utilizado dos metáforas a las que me referiré a continuación.
Primero: “Matar a la madre muerta”. A propósito de esto, Green menciona que el
analista debe empeñarse en darle a la madre muerta su “segunda muerte” pero
que ésta se defiende como “la hidra” que, una vez cortada su cabeza, aparecerán
miles más. Esta alegoría da cuenta de lo difícil de la elaboración del duelo blanco,
y de la tremenda resistencia a la que el analista se enfrentará. La clave
para Green y para Bollas está en el enfrentamiento de la bestia ni más ni menos
que en el escenario transferencial. De este modo, por más absurdo que parezca,
el paciente va a hacer todo lo posible para que el analista repita la historia de
abandonarlo por otro objeto libidinalmente más atractivo y así repetir el trauma
ahora con un “analista muerto”. Green describe que en transferencia son
pacientes que generan un clima literalmente “frío”, distante, casi sepulcral, clima
invernal que está kilómetros de distancia del cálido ambiente histérico, por lo que
el analista estará combatiendo continuamente su contratransferencia aletargada
y sus ganas –conscientes o no- de desligarse de su paciente. Creo que el término
de contratransferencia “mortífera” de Ogden (2000) es muy oportuno para estos
pacientes. Si, a pesar de todo, el analista se mantiene en seguir vivo, la batalla se
habrá ganado.
Segundo: “Revivir al hijo muerto”. Esta idea remite mas al trabajo de Bollas, que
busca ante todo la apertura de lo sabido no pensado y en esa línea gestar
funciones no conocidas hasta entonces por el sujeto, pero que estaban
“conservadas” en busca de un estímulo ambiental “suficientemente bueno” para
desarrollarlas. El renacimiento del hijo muerto implica el resurgimiento de su
idioma humano y su ser genuino; éste será el premio de la elaboración del duelo
congelado y la reactivación del interés por el mundo objetal. Un duelo elaborado
es, ante todo, la reactivación de la economía libidinal, tal como Freud (1917) lo
marcó cuando mencionó que la elaboración del duelo implica la liberación de la
esclavitud al objeto perdido y la búsqueda de nuevos objetos.
Para el sujeto sufriente del complejo de madre muerta, esta búsqueda nueva
implica en primer término una reestructuración de la propia parte muerta y,
secundariamente, la búsqueda externa de objetos, al fin más vitales que
mortuorios, mas lúdicos que rígidos, es decir, más susceptibles de evocar
fenómenos transformacionales.

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