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Índice
¿Cuál fue el proceso por el que Juan y María se convirtieron en pareja?, ¿qué
influyó en ello?, ¿Qué les hizo tomar esa decisión? Lo más probable es que
algunos de los determinantes fueran comunes para ambos, pero otros totalmente
diferentes. ¿Fue la atracción física, el carácter, la personalidad, los valores, el
nivel cultural, el nivel socio-económico…? Cada uno de ellos se formó una serie
de expectativas, de deseos y metas acerca del otro. Pero esos factores no son
inmutables, sino que van cambiando con el tiempo.
Al principio de conocer a una persona, lo que más suele influir son los aspectos
externos, particularmente el físico, que puede ser considerado como algo general,
pero también como algo específico. Es decir, una persona puede fijarse en el
aspecto físico global, o por el contrario, en determinados elementos como son, por
ejemplo, los ojos, la boca, las caderas, las manos, o incluso, en la manera de
andar o de gesticular al hablar y puede ser ese elemento en concreto lo que le
produce la atracción hacia la otra persona.
Por otra parte, hay que tener presente que cada persona posee unas
características determinadas, una historia previa, unas experiencias vividas, unas
ideas, unas creencias, unas actitudes, una manera de interpretar y de ver las
cosas, así como una determinada manera de comportarse o de reaccionar ante
los diferentes acontecimientos, que sólo podemos llegar a conocer con la
convivencia diaria y, sobre todo, a través de la observación y la comunicación.
Por ello, so nos adelantamos y delegamos comportamientos y reacciones en el
otro, son conocerlo a fondo, cometeremos muchos errores, alimentaremos el
conflicto y, lo que es peor, no respetaremos la individualidad de la otra persona.
Tampoco debemos olvidar que esa persona puede tener intereses, expectativas y
metas distintas la las nuestras.
Por tanto, ¿crees que tu pareja tiene el poder de adivinar? ¿Lo tienes tú?
¿Adivinas lo que tu pareja piensa y siente? ¿Crees que es lógico que tu pareja
comparta y esté de acuerdo en todo lo que tú piensas y esperas? ¿A ti te pasa en
relación a ella? ¿Verdad que no? Ni tenemos la capacidad de adivinar, ni
compartimos todo lo que piensa y hace nuestra pareja. ¡Pues igual le ocurre a ella
en relación a ti! La única manera que tenemos de enterarnos de las cosas, de
saber exactamente lo que la otra persona piensa y siente, lo que le gusta y lo que
le disgusta, es hablando con ella de estos temas. No cometamos el error de dar
por hecho que algo tiene que ser de determinada manera con nuestra pareja solo
porque así esperamos que sea. Es necesario que lo hablemos. Las normas y las
reglas de comportamiento y de funcionamiento entre ambos han de ser
negociadas y pactadas, han de nacer del consenso. Si lo hacemos así lograremos
que las expectativas acerca de nuestra pareja no sean tan ideales y ambiguas, se
ajusten más a la realidad y, sobre todo, no se conviertan en exigencias o
imposiciones del uno sobre el otro.
Por ejemplo, ¡ojo con las ideas y expectativas que nos formamos y trasladamos a
nuestra pareja y a nuestra relación!
¿Cuáles fueron tus razones para decidir formar una pareja y vivir con ella?
Al inicio de una relación todo o casi todo es perfecto. El otro es considerado como
la persona ideal para compartir nuestra vida y comenzar un proyecto en común, se
está enamorado, se quiere y es precisamente el amor lo que hace ver a la otra
persona como el compañero/a ideal. Las virtudes se magnifican y los defectos se
minimizan y se pasan por alto. La idea que prevalece es que el amor lo puede
todo y que tanto esos defectos como los posibles problemas o dificultades que
puedan surgir, se podrán afrontar y resolver sin mermar la estabilidad de la pareja.
Por tanto, ante una ruptura, lo primero que podríamos pensar es que el amor
profesado por uno o los dos miembros de la pareja ha disminuido o ha
desaparecido, y que esta es la causa de la ruptura. Pero, ¿tan poderoso es el
amor? Acudir a este tipo de explicaciones supone una serie de dificultades. El
amor en sí es un término ambiguo y muy difícil de definir si únicamente lo
consideramos como un sentimiento o una emoción. De hecho, una de las
decepciones que suelen llevarse muchas parejas cuando ya han iniciado una
relación es que lejos de lo que pensaban en un principio, la cruda realidad es que
para mantener la relación han de esforzarse bastante y que el amor no se
conserva por sí mismo sin hacer ningún esfuerzo.
Mi pareja me entiende.
Se puede hablar con ella.
Me respeta.
Me ayuda cuando la necesito.
Lo paso bien con ella.
Hace cosas que me gustan
Me siento querido/a.
Estas respuestas nos revelan las pistas para señalar precisamente lo que puede
provocar que una pareja se deteriore o se rompa. Veámoslo con un poco más de
detalle:
-Escasez de tiempo para estar juntos las largas jornadas de trabajo (la mayoría
de ellas divididas entre mañana y tarde) y la distancia entre el hogar y el trabajo (a
veces muy larga), hacen que se disponga de muy poco tiempo libre para
compartirlo con nuestra pareja. Esta falta de tiempo ocasiona que la convivencia
sea mínima, de modo que no se puede llegar a conocer bien a la otra persona y
no ponen en práctica conductas o habilidades importantísimas como la
comunicación o la resolución de problemas.
Por naturaleza somos seres sociales y. como tales, el proceso más importante que
desarrollamos es la interacción y la comunicación entre unos y otros. En el
contexto particular que formamos con nuestra pareja desempeña un papel
esencial la comunicación que establezcamos dentro de la misma. La
comunicación es un proceso vivo, interactivo y bidireccional. En todo momento
nos estamos comunicando con los demás, sin necesidad de ninguna palabra,
frase o enunciado. Simplemente mediante nuestros gestos, nuestra postura o
nuestra mirada, podemos transmitir determinada información.
Además, el código que utilizamos al hablar puede no coincidir con el código del
receptor, por lo que entre lo que queremos decir, lo que decimos exactamente y lo
que entiende el receptor, puede haber una gran distancia. De hecho, una
experiencia común por la que muchos de nosotros hemos pasado es la de darnos
cuenta de que lo que dice una persona, a veces es entendido de manera diferente
por quienes la están escuchando. Cada uno de nosotros filtramos e interpretamos
la información recibida según nuestro propio punto de vista, nuestras creencias, la
información previa de la que dispongamos, las expectativas planteadas, y nuestro
estado emocional en ese momento. Además, no siempre se presta la adecuada
atención en el momento en que alguien nos habla.
Partiendo de lo anterior, ¿qué podemos hacer exactamente para mejorar
nuestra comunicación?
Empecemos por la forma, por cómo se dicen las cosas y por la comunicación no
verbal. Al hablar con nuestra pareja es preciso mirarla a los ojos, acercarnos a
ella, y si es necesario, tocarla. Por ejemplo, si le estamos preguntando qué le
pasa, pues lo vemos triste y cabizbajo, nuestra pregunta adquiere mayor
intensidad si le cogemos la mano o le acariciamos. De igual modo, hemos de
controlar nuestras expresiones de la cara, nuestro tono y volumen de voz, pues
podemos transmitir ironía, dejadez o agresividad sin que sea nuestra intención en
ese momento. En definitiva, lo que se requiere es que haya una sincronía entre la
comunicación verbal y la no verbal. Si ésta no existe, la persona que recibe el
mensaje se sentirá confusa y en muchos casos, le concederá más importancia a la
comunicación no verbal que a la verbal, pudiendo sacar conclusiones erróneas
muy alejadas de lo que tú realmente querías decir.
Pongamos un ejemplo: supongamos que María le dice a Juan que le gustaría que
fuera más considerado con ella. ¿Qué significa ser más considerado? ¿Creéis que
Juan sabe exactamente a qué se refiere María? Para ella, ser considerado puede
significar una cosa y para Juan, otra bien distinta. La expresión utilizada es muy
ambigua, está sujeta a interpretaciones por parte del que la recibe y puede ser
motivo de discusiones. Podría generar el siguiente diálogo entre Juan y María:
Juan: ¿Qué no soy considerado contigo? No entiendo por qué me dices eso, ¿Es
que acaso no te ayudo en la casa, o no me preocupo por ti cuando te pasa algo?
María: No me digas que por ocuparte de algunas tareas ya eres considerado. La
casa es de los dos y, por tanto, los dos debemos hacerlas. No es que tú me
ayudes a mí, sino que es algo que los dos tenemos que hacer. Desde luego,
siempre que te digo algo, sales con lo mismo, nunca se puede hablar contigo.
Juan: ¿Qué no se puede hablar conmigo? Parece mentira que tú me digas eso,
sabiendo que soy yo el que tiene que sacarte las palabras de la boca de lo poco
que hablas.
María: ¿Ves? No me entiendes. Vamos a dejarlo para no acabar peor.
Juan: Sí, mejor será.
No sé qué pensarás de ese diálogo, que quizás te resulte familiar. ¿Te das cuenta
de cómo un simple comentario de María ha generado esa discusión? María ha
transmitido una información tan poco concreta que hace que Juan la interprete a
su manera. Qué diferente habría sido si ella hubiera utilizado esta otra expresión:
Juan, me gustaría que, cuando estemos con alguien y yo comente algo,
escucharas lo que digo, ¡por favor! De esta forma, especifica exactamente lo que
le molesta de Juan, señalando tanto la conducta concreta de este, como la
situación en la que ocurre.
Volvamos al diálogo anterior entre María y Juan. Un error que cometen nuestros
protagonistas y que por desgracia también muchos de nosotros solemos cometer
cuando nos comunicamos con otras personas consiste en utilizar términos
generales y absolutos. En nuestro ejemplo, los que aparecen son siempre y
nunca. El empleo de estos términos es para la discusión como la leña al fuego, ya
que no permiten la flexibilidad ni la matización, e indican que solo ocurre lo
señalado, lo cual no es cierto: algunas veces seguro que han sucedido otras
cosas. De ahí que sea normal que la persona que recibe este tipo de mensajes no
los acepte y los considere como una ofensa.
¡Qué diferente es hablar con una persona que parece una estatua y tiene la
mirada perdida, o con alguien que mientras le hablamos está pendiente de otras
cosas (por ejemplo, de la televisión o del ordenador), que con otra que se
comporta como hemos comentado antes! En el primer caso, dejaremos de hablar
y muy probablemente nos irritaremos al comprobar que no nos presta atención.
En el caso contrario, nos sentiremos bien y lo más importante, se estará
reforzando la comunicación, lo que hará que se vuelva a repetir en ocasiones
sucesivas.
Otros errores que se suelen cometer y que entorpecen la comunicación son los
siguientes:
• Hablar demasiado sin dejar que la otra persona se exprese. Esto sucede
cuando el único interés reside en nosotros mismos. Nuestro principal y único
objetivo es transmitir información, y cuanta más mejor, sin importarnos lo que el
otro pueda decirnos. La consecuencia de esto es que la otra persona nos rehuirá
o evitará, y mostrará cada vez más sentimientos o emociones de frustración e
irritación que puedan acabar en indiferencia y alejamiento de nosotros, al sentirse
poco valorada o ignorada.
Por otra parte, la única manera de que nuestra pareja sepa exactamente lo que
nos gusta de ella, es diciéndoselo. Así, frases como Me gusta que…, me encanta
que…, me siento muy bien cuando tú… no pueden faltar en nuestro vocabulario y
en nuestro día a día. Además de indicarle lo que nos gusta de lo que ha dicho,
hecho o dejado de hacer, le estamos reforzando para que vuelva a repetir esas
conductas en un futuro. Observa el efecto que tiene el darnos cuenta de las cosas
positivas del otro y comunicárselas: tú te sientes bien, te sientes satisfecho/a y tu
pareja también se sentirá bien y, sobre todo, agradecida por ver que las cosas que
hace no pasan desapercibidas sino que son reconocidas por ti.
Cuando nuestro objetivo sea comunicar desacuerdos sin que la otra persona se
sienta herida o molesta, podemos, en primer lugar, expresarle reconocimiento
intentando entender su postura y luego manifestarle nuestro punto de vista.
Ejemplo: Entiendo que vengas cansado del trabajo, la verdad es que son muchas
horas al cabo del día, pero ya habíamos planeado esta salida con antelación y me
apetece mucho ir.
De esta forma, es más probable que la otra persona nos escuche y acepte de
manera más positiva nuestras quejas. Observa que ni se critica ni se acusa
directamente y, además, reconocemos parte de la conducta del otro, por lo que
disminuimos la probabilidad de que se ponga a la defensiva, reacción que quizás
habría tenido si, en lugar de lo anterior, le hubiéramos dicho lo siguiente: Siempre
pasa igual. Estoy harta de tu trabajo y de que me digas que estás cansado. Hace
tiempo que planeamos esta salida, así que no me pongas más excusas para no
salir.
En la solicitud de cambio serás mucho más eficaz si, en lugar de atacar y echarle
la culpa al otro, expones de manera específica cómo te está afectando lo que hace
y qué propones que cambie, siguiendo el esquema anterior.
Por tanto, cuando quieras algo de tu pareja, evita en lo posible utilizar los
reproches, las imposiciones o las amenazas. A nadie le gusta que le pidan las
cosas de malos modos, bajo amenazas o con chantajes. Frases como Si no
haces esto, ya sabes lo que te espera, Si no haces esto es que ya no me quieres,
Sabes que si haces esto me harás sufrir mucho y lo pasaré muy mal, reflejan
perfectamente lo anterior. Con ellas, probablemente consigamos que la otra
persona haga o deje de hacer aquello que queremos pero hemos de preguntarnos
a costa de qué.
Asimismo hay personas que en lugar de decirle al otro lo que les molesta o
desagrada, prefieren callarse, pensando que así evitarán conflictos y tienen la
esperanza de que en algún momento el otro cambiará y no volverá a hacer lo que
les molesta. Sí es cierto que a corto plazo el callarse puede evitar discusiones y
problemas, pero ¿crees que esa persona puede estar siempre callada y pasar por
alto todo lo que le molesta y desagrada de su pareja? ¿Crees además que la otra
persona va a cambiar por sí misma? Pues no, si a una persona no se le dice lo
que nos molesta o nos desagrada, ella por sí sola no puede adivinarlo, así que
seguirá actuando de la misma manera. Esto hará que nosotros vayamos
acumulando cada vez más tensión y malestar y estallemos de manera muy
negativa y probablemente desproporcionada en el momento más inesperado y
ante la circunstancia o acontecimiento más trivial.
Al igual que nosotros le comunicamos a nuestra pareja que algo no nos gusta de
ella y le pedimos algún cambio al respecto, ella también tiene todo el derecho a
quejarse y pedirnos algún cambio por nuestra parte. Es cierto que a nadie le
gusta que le critiquen, pero nadie en este mundo es perfecto y hace o dice cosas
que gustan a todos. Ya hemos comentado en párrafos anteriores que tú y tu
pareja sois dos personas diferentes y que cada una tiene una manera de ver,
sentir y tratar las cosas. En algunos aspectos coincidís, pero en otros muchos no.
Es inevitable que, al igual que el otro hace o dice cosas que a ti no te gustan o no
compartes, tú hagas cosas que no le gusten ni comparta. En el apartado anterior
hemos recalcado la importancia que tiene manifestar lo que nos molesta o no nos
gusta de nuestra pareja y hemos indicado algunas formas de hacerlo
adecuadamente para evitar discusiones. Ahora es el momento de que aprendas a
aceptar las quejas o las críticas de tu pareja y a enfrentarte a ellas de la mejor
manera posible. En lugar de ver las críticas y las quejas como algo negativo,
tenemos que aprender a considerarlas como una oportunidad que nos brinda
nuestra pareja para saber qué cosas hacemos o decimos que no le gustan o bien
no son compartidas por ella. Si nos sentimos libres para expresar no solo lo que
nos gusta del otro sino lo que nos disgusta, y además aprendemos a recibir esos
mensajes de manera adecuada, estaremos en el camino apropiado para afianzar
más la relación, al darnos la oportunidad de poder llegar a conocernos más y
mejor.
Consiste en repetir el propio punto de vista una y otra vez, con tranquilidad, sin
entrar en discusiones ni provocaciones de la otra persona.
Ejemplo (diálogo):
-Tú tienes la culpa de que llegáramos tarde, como siempre.
-Tenía que terminar un trabajo y no tenía otro momento.
-Pero es que siempre llegamos tarde a todas partes y estoy harto.
-Es verdad, pero en este caso, sabes que no podía hacer el trabajo más tarde.
-Pero es que siempre, por una causa o por otra, eres tú la que nos hace llegar
tarde.
-Será verdad, pero te repito que esta vez no tenía más remedio que terminar el
trabajo pendiente.
Esta técnica no ataca a la otra persona, e incluso le da la razón en ciertos
aspectos, pero insiste en repetir su argumento una y otra vez hasta que el otro
queda convencido o, por lo menos, se da cuenta de que no va a lograr nada con
sus ataques.
Banco de niebla
Aplazamiento asertivo
Consiste en “pensar bien” de la persona que nos critica y dar por hecho que su
crítica es bienintencionada (independientemente de que realmente los sea). Así
que pediremos más información acerca de sus argumentos, para así tener claro a
qué se refiere y en qué quiere que cambiemos.
Ejemplo (diálogo):
-Tú tienes la culpa de que llegáramos tarde, como siempre.
-¿Qué es exactamente lo que te molesta de mi forma de actuar? O
-¿Cómo sugieres que cambie para que no se vuelva a repetir?
Cuando la crítica es malintencionada o está lanzada al vuelo, sin pensar, la
persona pronto se quedará sin argumentos. Esta respuesta asertiva rompe los
esquemas de nuestro interlocutor, ya que ni nos defendemos ni respondemos con
agresividad a su crítica y, de momento, tampoco cedemos ya que sólo nos
limitamos a preguntar.
Capítulo 5
El arte de enfrentarse y de solucionar problemas. ¡Pasa, aprende y practica!
¡Tú puedes!
Otro de los frentes importantes en una relación de pareja que contribuye en gran
medida a que esta vaya bien o mal es la manera en que los miembros de la misma
encaran los problemas que van apareciendo en su convivencia diaria. La vida no
es un manto de pétales de rosas por donde vamos caminando sin ninguna
dificultad ni tropiezos. Es, en cambio, un camino donde también están las espinas
de los tallos de las rosas, lo cual es normal e inevitable. La idea que podíamos
tener de que todo iba a ser perfecto con nuestra pareja y de que todas las
dificultades o problemas se iban a superar, no se puede mantener porque
sencillamente no es cierta. La convivencia y el día a día dan lugar a la aparición
de roces y discrepancias, lo que puede derivar en un conflicto.
Las áreas donde suelen aparecer los conflictos son muchas y variadas para cada
pareja. Algunas de ellas pueden ser las siguientes: dinero, trabajo, crianza y
educación de los hijos, distribución de tareas domésticas, sexualidad, planificación
del tipo libre, relaciones con las respectivas familias, atención a parientes
enfermos o que necesitan nuestra ayuda, diferencias en valores y en expectativas
sobre la relación, etc.
• Análisis de las diferentes soluciones propuestas. Hay que ver los pros y los
contras de cada solución a corto, a medio y a largo plazo, así como la viabilidad
real de llevarla a cabo.
Cuando además de dar, recibimos algo a cambio, nos sentimos bien. Si, al mismo
tiempo, consideramos que el intercambio es equitativo o está equilibrado, nos
sentimos satisfechos, en una pareja es fundamental el proceso de intercambio que
se establece: quién da y quién recibe, y qué se da y qué se recibe. Si en una
pareja los intercambios positivos son escasos y en cambio los negativos son
frecuentes, el malestar y la insatisfacción en uno o los dos miembros de la pareja
son inevitables.
Coge una hoja en blanco, escribe en una columna 10 cosas agradables que has
hecho para complacer a tu pareja y en otra columna 10 cosas que tu pareja ha
hecho y que te han agradado. Pídele que haga lo mismo y cuando hayáis
terminado, intercambiad las listas y comentadlas. ¿Qué ha pasado? ¿Os ha
resultado fácil o difícil? ¿Habéis conseguido anotar 10 cosas o no habéis llegado?
¿Ha habido cosas que habéis hecho para agradar al otro y sin embargo han
pasado desapercibidas? Dedica tiempo a hablar con tu pareja acerca del
resultado, aprovecha para enterarte bien de lo que le gusta y que ella también
sepa lo que a ti te agrada. Además, tenéis la oportunidad de analizar cómo es el
intercambio de conductas que se establece en vuestra relación. Descubrir si lo
que predomina es el intercambio de conductas positivas o no, y si ese intercambio
está equilibrado o no. Como y hemos dicho en apartados anteriores, hay que
dejar de especular y de adivinar, es hora de hablar y de saber realmente lo que
está pasando. Por ejemplo, tú puedes pensar que a tu pareja le agrada que la
llames por teléfono al trabajo tres veces al día para interesarte por cómo le va y,
sin embargo, en realidad para ella es un fastidio por varias razones: le interrumpes
en lo que estaba haciendo, los compañeros se lo toman a guasa y le comentan lo
bien controlado/a que está, etc. También puede suceder que mientras uno de los
dos hace bastantes cosas que al otro le resultan agradables, no ocurra lo mismo a
la inversa. Esta situación es soportable durante un cierto tiempo, pero en un
momento determinado saldrá a la luz y comenzará a haber protestas por parte del
que menos recibe.
Compartir actividades que son agradables para los dos ayuda a aumentar la
satisfacción en la pareja y la unión entre ambos miembros. Con eses actividades
se contrarrestan los sinsabores del día a día, evitando que la rutina y la monotonía
minen la relación. Por ello, es importante disponer de tiempo para poder estar
juntos y realizar actividades conjuntamente. En muchas ocasiones, las parejas
comentan que precisamente lo que les falta es tiempo. Es cierto que el trabajo, la
casa, los hijos,… dejan poco tiempo libre y en el que queda estamos cansados y
sin ganas de hacer nada. En estos casos, el objetivo es organizarse. No estamos
diciendo que tengas que disponer de muchas horas al cabo del día. A veces solo
es preciso organizarse un poco mejor y sacar algo de tiempo de donde parece no
haberlo. Las actividades que podemos realizar con nuestra pareja no tienen que
ocupar mucho tiempo ni precisan una preparación u organización previa. Preparar
la cena juntos, ver una película en la televisión y comentarla, ordenar fotografías
en un álbum, dar un paseo, ir al cine… Además, pequeñas cosas como sonreír,
escuchar atentamente cuando nos habla, darle un abrazo inesperado, dejar una
nota con algo agradable que hayamos escrito, no suponen ningún esfuerzo y, sin
embargo, tienen un gran poder al reforzar los lazos de afecto que unen a la pareja.
Toda persona necesita tiempo para sí misma, para estar a solas, para salir por su
cuenta, para estar con sus amigos, para practicar sus aficiones a pesar de tener
pareja y vivir con ella. Todos necesitamos un margen de maniobra en el que solo
estemos nosotros. Sin embargo, a veces esto es motivo de conflicto en las
parejas. Así, una persona puede demandar más tiempo para sí misma del que
está dispuesto a conceder la otra persona o quizá lo que ocurra es que se
establezca una dependencia excesiva por parte de uno de los miembros de la
pareja no compartida por el otro que hace que este se encuentre abrumado y casi
asfixiado.
¡Si quiero a una persona, quiero y necesito estar con ella la mayor parte del
tiempo!
¡Si mi pareja me quiere, debería desear estar conmigo la mayor parte del tiempo y
si no es así, es que ya no me quiere, me quiere menos o le intereso menos!
Empecemos por los pensamientos, con nuestra manera de ver las cosas. Tienen
tanto poder los pensamientos que meree la pena dedicarles cierto tiempo, a fin de
identificarlos bien y analizarlos. La mayor parte de nuestras emociones y nuestras
conductas están mediatizadas por nuestros pensamientos.
Has quedado con tu pareja a una determinada hora para que te recoja del trabajo
y te lleve a casa. Llega la hora y tu pareja no aparece.
Si piensas que quizás le haya pasado algo malo, la emoción que vas a
experimentar será de preocupación. Sin embargo, si lo que piensas es que se le
ha olvidado recogerte, la emoción experimentada será de enfado. Si en este
último caso, además sigues pensando que siempre hace igual, que cuando queda
con sus amigos/as no se le olvida la cita y siempre llega puntual, que sus
amigos/as son más importantes que tú, vamos a ver qué excusa pone, la emoción
pasará del enfado al enojo o incluso a la ira. Fíjate que la situación es la misma,
pero las emociones o sentimientos experimentados son diferentes, como también
lo son las conductas o reacciones al encontrarte más tarde con tu pareja. Es
mucho más probable que se presenten la discusión y el conflicto en el primer caso
que en el segundo. Lo único que varía de una situación a otra son los
pensamientos que generamos, la interpretación que hacemos de lo que está
ocurriendo.
Nuestros pensamientos son tan rápidos y están tan interiorizados que a veces
resulta difícil identificarlos. Ante la pregunta: ¿En qué estabas pensando cuando
sucedió tal cosa?, una respuesta habitual suele ser: No estaba pensando en nada
o no sé exactamente en qué estaba pensando. Sin embargo, siempre estamos
pensando en algo, lo que ocurre es que le prestamos más atención a las
emociones experimentadas que a nuestros pensamientos. Es más fácil decir
cómo nos sentimos (alegres, tristes, enfadados,…) que indicar lo que estamos
pensando. No obstante, si nos lo proponemos, podemos aprender a reconocer los
pensamientos y sobre todo, a identificar si cometemos algunos de los errores
anteriores. Es una tarea que todos podemos llegar a dominar, aunque requiere
práctica y constancia. El esfuerzo merece la pena, ya que si logramos ser más
conscientes de nuestros pensamientos, podremos modificarlos cuando
descubramos que no son adecuados o correctos. Con ello, además
conseguiremos controlar nuestras emociones y nuestra propia conducta, y
evitaremos muchos malentendidos y muchas discusiones y conflictos con nuestra
pareja. Por ejemplom si en lugar de pensar: Juan debería haber estado más
atento cuando expuse mi punto de vista, pensamos: Me habría gustado que Juan
me hubiera atendido más cuando expuse mi putno de vista, estaremos más
calmados emocionalmente y nuestro comportamiento hacia la otra persona seguro
que será más positivo. Lo mismo ocurrirá si en lugar de pensar: Siempre está de
mal humor o Todo lo hace mal, pensamos: Hoy tiene mala cara, quizá no le ha ido
bien en el trabajo, voy a preguntarle o Esto no se le da bien. Mientras que con los
primeros pensamientos hacemos inferencias negativas sin disponer de toda la
información necesaria y nos sentimos heridos o decepcionados, con los segundos
nos ajustaremos más a la realidad, seremos más objetivos y fundamentalmente,
os sentiremos mucho mejor.
Los pasos que tienes que seguir para aprender a relajarte son los siguientes:
Estos ejercicios han de practicarse al menos una vez al día, durante un tiempo
determinado. Una vez que hayas conseguido relajarte por completo trabajando
varias veces con todos los grupos de músculos, intenta hacerlo sin realizar
previamente los ejercicios de tensión. Ve evocando y recordando lo
experimentado en ocasiones anteriores cuando las diferentes partes de tu cuerpo
estaban relajadas. Poco a poco, verás cómo el tiempo que necesitabas para
conseguir una relajación completa y profunda se va reduciendo cada vez más. El
objetivo es llegar a conseguirla en unos pocos minutos.
1) Lo primero que hay que hacer es avisar a nuestra pareja de que nos vamos a
retirar durante un cierto tiempo a un determinado lugar para calmarnos, pero que
volveremos más tarde. Es importante especificar tanto el tiempo que va a durar
esa retirada, como el lugar exacto en el que vamos a estar (puede ser una
habitación de la casa o cualquier otro lugar fuera de la misma, por ejemplo, un
parque). De esta manera, y a modo de ejemplo, podemos decir lo siguiente: Me
siento mal, voy a salir a la calle a dar una vuelta a ver si me tranquilizo, volveré
dentro de 20 minutos y, si quieres, continuamos hablando del tema más
calmadamente. Fíjate bien, lo que haces aquí es reconocer que estás mal y que
te vas a retirar del lugar para intentar tranquilizarte. Bajo ningún concepto culpes
a tu pareja de lo que sucede, no digas: Me estás volviendo loco/a, no aguanto
más, me estás enfureciendo, pues con ello lo único que conseguirás es que se
ponga a la defensiva y que la discusión se intensifique más.
2) Intentar reducir la activación experimentada a través de estrategias como
pueden ser la respiración diafragmática, la relajación, practicar algún deporte,
caminar prestando atención a lo que está pasando a nuestro alrededor (por
ejemplo, fijarse en las personas con quienes nos cruzamos e intentar adivinar,
según la expresión de su cara, cómo se sienten; contar el número de coches de
un determinado color, etc.), hablar con algún amigo o familiar, hacer crucigramas u
otros pasatiempos. Para que esto funcione es importante que evitemos realizar
cosas como: pehsar una y otra vez en lo que ha pasado viéndolo como umy
injusto o detestable, o buscar culpables y justificaciones de nuestra reacción. Con
ello, en lugar de calmarnos, lo único que conseguiremos será irritarnos y
alterarnos más. Además, como ya hemos comentado en reiteradas ocasiones,
muchas veces nuestra visión o interpretación de las cosas no es muy acertada y
no se ajusta a la realidad. Por ejemplo, ¿tenemos toda la información necesaria
para poder culpar a nuestra pareja de lo que ha pasado? Si es así, estás en tu
derecho para enfadarte, pero en lugar de darle vueltas tú solo y que siga
aumentando tu enfado, podemos asegurarte que es mejor que lo hables con tu
pareja, que le expreses tu desacuerdo o tu malestar, pero de manera clamada y
tranquila; de lo contrario, lo único que conseguirás será una discusión y un
conflicto importante.
3) Regresar al lugar donde está nuestra pareja y hablar con ella sobre lo que ha
ocasionado la discusión. Debemos estar calmados y tranquilos. Te
recomendamos que pongas en práctica las habilidades de comunicación
presentadas en apartados anteriores, así como los pasos de la resolución de
problemas, si así lo estimas oportuno.
Esta técnica de “tiempo fuera” también la puedes utilizar cuando en lugar de ser tú
quien se ha alterado o activado, es tu pareja. Supongamos que se está quejando
de algo que ha sucedido, pero no lo está haciendo de forma apropiada. Está
utilizando un volumen de voz alto, está diciendo palabras no muy adecuadas o
está haciendo acusaciones que no compartes. Tú le has dicho que no estás de
acuerdo ni con lo que está diciendo ni con la forma en que lo está haciendo, pero
ella sigue en sus trece. Ante esta situación, prefieres no responderle y “no entrar
al trapo” para evitar con ello una discusión mayor. Pues bien, para aplicar el
“tiempo fuera” le dices lo siguiente: Como veo que estás alterado/a y que en este
momento no puedes calmarte para hablar, prefiero irme a dar una vuelta al parque
de aquí al lado. Volveré dentro de media hora y si quieres hablamos del tema,
pero, por favor, te agradecería que estuvieras más calmado/a.
Esta retirada no te asegura que tu pareja vaya a calmarse, pero al menos tú le has
hecho ver que no estás dispuesto/a a seguir escuchando lo que está diciendo en
la forma en lo que lo está haciendo.
Puede ocurrir que tu retirada la irrite aún más, pero te podemos asegurar que si tú
mantienes la calma y lo haces cada vez que tu pareja no entre en razones, llegará
un momento en que se dé cuenta de que no consigue nada reaccionando de la
manera que lo hace y al final no le quedará más remedio que controlar sus
reacciones y dirigirse a ti de manera más adecuada y más respetuosa, si quiere
comunicarse contigo.
Habrá ocasiones en las que no será preciso poner en práctica el “tiempo fuera” y
simplemente adoptando nosotros una actitud tranquila y abierta en el sentido de
dejar que nuestra pareja se exprese libremente y se desahogue sea suficiente
para conseguir calmar su estado alterado. Lo que hacemos es seguir el dicho que
afirma: Dos no discuten si uno no quiere.
La pareja la formáis dos personas, cada una con sus características, sus gustos,
sus preferencias, sus creencias, sus actitudes, su manera de ver las cosas, su
modo de pensar, su forma de sentir. ¡No persigas igualarte en todo a tu pareja y
no pidas o intentes que tu pareja se iguale en todo a ti! Es fundamental respetar la
individualidad de cada uno. Todos tenemos derecho a ser como somos, pero esto
no quiere decir que ignoremos a nuestra pareja. La meta a conseguir es encontrar
el equilibrio entre la individualidad y la vida en común de nuestra relación de
pareja. Esa vida en común hay que cuidarla y trabajarla día a día. ¡Con el amor
no basta!
Por otra parte, si consideras que tú solo/a no eres capaz de poner en práctica
alguna de esas habilidades o piensas que es necesaria una persona que medie
entre tú y tu pareja para conseguir mejoras, no dudes en acudir a un profesional
de la psicología. En ocasiones necesitamos el empujón, el asesoramiento y la
guía de un experto que nos ayude a lograr los objetivos marcados.