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com/blogueros-la-otra-corte/2016/06/27/delitos-de-funcionarios-corruptos/
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FONDEA el periodismo independiente
Un primer aspecto a considerar es que la corrupción, como tal, no está prevista como delito
en las leyes de nuestro país. Esto no significa, sin embargo, que la misma carezca de
implicaciones penales. Lo que sucede es que este fenómeno se integra por diversos delitos,
cada uno con sanciones específicas, severas en la mayoría de los casos. Algunos de esos
delitos son los siguientes:
Las penas máximas por este delito son de dos a 14 años de prisión.
Las penas máximas por este delito son de dos a 14 años de prisión.
c) Tráfico de influencias
Es la promesa o el ofrecimiento efectuado a un funcionario público para que abuse de su
influencia, con el propósito de obtener de otra autoridad un beneficio indebido que
aproveche o favorezca al solicitante.
Las penas máximas por este delito son de dos a seis años de prisión.
d) Abuso de autoridad
Las penas máximas por este delito son de dos a nueve años de prisión.
e) Enriquecimiento ilícito
Las penas máximas por este delito son de dos a 14 años de prisión.
f) Fraude fiscal
Las penas máximas por este delito son de tres a nueve años de prisión.
g) Lavado de dinero
Es el proceso para encubrir el origen de las ganancias generadas en virtud de algún delito
de corrupción (cohecho, peculado y fraude fiscal, por ejemplo), y abarca cualquier
conducta tendiente a administrar, custodiar, poseer, depositar, invertir, transportar u ocultar
el dinero. El objetivo central del también llamado blanqueo de capitales es que los recursos
aparezcan como fruto de actividades económicas o financieras legales.
h) Delincuencia organizada
Se actualiza cuando tres o más personas se organizan para lavar dinero, lo que en casos de
corrupción no es extraño que esto suceda. Ejemplo de esto es la desaparición de 645
millones de pesos en el gobierno de Veracruz.
Como se ve, las posibilidades de actuar en contra de los funcionarios deshonestos son
reales. Los delitos y las penas existen. Si bien es cierto que el Sistema Nacional
Anticorrupción, incluyendo la Ley #3de3, tiene sus bondades, antes que insistir en reformar
las leyes -que hay que hacerlo, por supuesto-, conviene concentrarnos en exigir su
aplicación.
Es una decisión de Estado que la corrupción se combata con efectividad. De poco servirá
ampliar la gama e incrementar la severidad de las responsabilidades penales y
administrativas de los funcionarios, si las leyes -actuales o por expedirse- se asumen como
letra muerta, como hasta la fecha ha sucedido. De continuarse con esta tendencia, el
Sistema Nacional Anticorrupción será un pretexto discursivo más de la clase gobernante
que es la mayormente favorecida con la impunidad que a sus anchas campea en nuestro
país.