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El Agápē:
autocomunicación de Dios Padre en Cristo por medio del Espíritu
1
SÁNCHEZ NAVARRO, Luis. pp 172.
2
SÁNCHEZ NAVARRO, Luis. pp 173.
3
Cf. CAPDEVILA I MONTANER, Vincenç-Maria. pp 257-263.
Padre. Puesto que Dios es amor, el Hijo dando su vida por nosotros (Jn
10,11; 11,51; 15,13; 18,14) manifiesta entre nosotros el amor del Padre.
Como afirma Vincenç-Maria, esta donación amorosa del Padre trata de
una donación en la línea de una misión, pues es la donación que el Padre
hace al Hijo como enviado al mundo, como Mesías para la salvación de
todos.4 De aquí que el amor del Padre es un amor condescendiente y
generoso más allá de toda expresión. Un amor que Jesús da a conocer y
que abre al hombre a participar en la vida misma de Dios. Así, “el amor del
hijo es la revelación suprema de la caridad del padre. En el corazón humano
del Hijo se descubre, se revela, el corazón del Padre”. 5
Tercero, que el agápē humano de Cristo sintetiza el misterio que
testimonia Juan. El Verbo que en el principio existía orientado a Dios y era
Dios se hizo carne (sarx), y amó con corazón de Hombre (Jn 1,4). Es el
agápē humano de Cristo que da a conocer al Padre y manifiesta el amor del
Padre. Como afirma Octavio Ruiz: “Cristo Jesús es la máxima manifestación
del amor del Padre, el cumplimiento de las promesas divinas y el centro de
la historia de la salvación”.6 Sin embargo, hay que decir que la iniciativa no
es sólo de Cristo ya que el origen del amor de Jesús está en el amor que
recibe del Padre. Este amor del Padre a su Hijo “se remonta a la pre-
existencia del Hijo: el Verbo divino que en el principio estaba orientado
hacia Dios (Jn 1,1) es amado por el Padre desde toda la eternidad”.7 Este
agápē del Padre al Hijo se manifiesta en una comunión sin límites donde el
Padre le muestra todo y el Hijo obra con obediencia manifestando el obrar
del Padre. Pues Jesucristo en su vida, vuelto constantemente hacia el Padre,
habla y testifica lo que sabe, lo que ha visto y oído, lo que el Padre le ha
enseñado y mandado.8
La clave del amor de Cristo está en la obediencia, él ama hasta el
extremo porque obedece. De aquí que “el agápē de Jesús es esencialmente
una unión de voluntades… Su obediencia es la medida del su amor, un
amor absoluto, total”9, una amor que lo testimonia a todos en la Cruz.
Evidentemente este amor absoluto por el Padre se concretiza en el amor por
los suyos, además con este hecho revela el amor del Padre por el mundo.
Por ello “el Evangelio de Juan nos presenta a Jesús como hijo eterno cuyo
máximo deseo es, según la voluntad de su padre, amar a los hombres, a los
suyos”.10 A estos los llama amigos, porque creen en él, le obedecen y
guardan sus mandamientos.
4
Cf. CAPDEVILA I MONTANER, Vincenç-Maria. pp 275.
5
SÁNCHEZ NAVARRO, Luis. pp 174.
6
RUIZ ARENAS, Octavio. pp 127.
7
SÁNCHEZ NAVARRO, Luis. pp 174.
8
Cf. CAPDEVILA I MONTANER, Vincenç-Maria. pp. 152.
9
SÁNCHEZ NAVARRO, Luis. pp 175.
10
SÁNCHEZ NAVARRO, Luis. pp 176.
Cuarto, que la profunda amistad con sus discípulos se puede
comprobar en dos casos distintos y complementarios en el Evangelio. El
primero es el caso de Lázaro, amigo de Jesús. En él se da el último milagro
de Jesús, pues éste le quería (philéo) mucho. Este amor apasionado no se
contrapone a agápē y tampoco es excluyente, aunque sí es un modo
especial en que ama Jesús, como en el caso del discípulo amado. Pues aquí
tanto philéo como agápē denotan una especial intensidad en el amor que
une a Jesús con este discípulo. Si se compara Jn 13,23 con 1,18
descubriremos que se trata de una intimidad semejante en la relación filial
que se presenta.
El agápē de Jesús hacia los amigos es un amor apasionado, esta
aunque sea especial no dista del amor a los suyos. Por ello, como afirma
Piero Coda, “en esto hemos conocido lo que es el agápē: en que él dio su
vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los
hermanos”11 y los amigos. El amor más grande que uno puede tener es dar
su vida por sus amigos (Jn 15,13) y sólo se da la vida si uno realmente ama.
Jesús manifiesta este amor con Lázaro y el discípulo amado, luego con todo
el mundo al dar la vida en la Cruz. La importancia de la figura del discípulo
amado, más allá de las interpretaciones y su centralidad en relación con
Jesús por lo que está cargada de misterio, radica en que “todo discípulo de
Jesús es un discípulo amado, porque la llamada al seguimiento brota del
amor; todo discípulo esta por ello llamado a la intimidad con el Maestro”.12
Quinto, y última razón que sustenta Luis Sánchez es, que la respuesta
del discípulo al amor de Jesús no puede ser sino permanecer en su amor.
Pues Jesús mismo dice “permaneced en mi amor”. El amor recibido de
Jesús implica necesariamente que los discípulos profesen amor a Jesús y a
sus hermanos. De aquí que Jn 15, 9 manifieste que la vocación última del
discípulo es amar a Jesús; este amor tiene implicancias claras como es la
obediencia y la fe en Jesús y la misión que encomienda a Pedro.13 “El amor
a Jesús es por lo tanto condición necesaria para el ejercicio del ministerio
pastoral, forma excelsa del amor al prójimo, y está en su mismo origen”.14
Todo discípulo de Jesús esta llamado a dejar que el amor de Jesús se
convierta en mandamiento central de su vida: “este es mi mandamiento:
que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13,34; 15, 12).
Entonces, “los discípulos están llamados a amar como Jesús los ha amado,
pero sobre todo porque Jesús los ha amado- y en él los ha amado el eterno
Padre-.”
Como hemos visto, Luis Sánchez nos habla del amor del padre, del
amor del Hijo y del amor como mandamiento absoluto que el discipulado
deberá acoger y seguir. Sin embargo, en ningún momento se menciona al
11
CODA, Piero. pp. 55.
12
SÁNCHEZ NAVARRO, Luis. pp 180.
13
Cf. Jn 21,15-17.
14
SÁNCHEZ NAVARRO, Luis. pp 181.
Espíritu Santo, es más se habla del amor del discípulo sin hacer ninguna
referencia al Espíritu, como si Cristo mismo no hubiera infundido el agápē
del Espíritu en ellos. Pues cuando los discípulos se abren de manera
confiada y totalmente al acontecimiento del agápē de Dios en Cristo por
medio del Espíritu es cuando nace la Iglesia. De aquí que Piero Coda afirma:
“La iglesia es la comunidad de aquellos que son atraídos por el crucificado:
ellos miran a aquel <<al que traspasaron>> (Jn19, 37) contemplan el
espectáculo del de Padre y del Hijo, acogen su don (Espíritu Santo), y,
convirtiéndose, deciden libremente seguir a Cristo haciéndose ellos mismos
promotores, mensajeros y transmisores de su acontecimiento de agápē.”15
En esta perspectiva el agápē no pertenece solamente al núcleo de la
misión de los discípulos, sino que, en cuanto el agápē del Espíritu esta en
ellos, es origen y fuente del acontecimiento eclesial y mandamiento del amor
absoluto en la forma de vida de todo Cristiano. Pues el amor de Dios en
Cristo y por medio del Espíritu nos hace uno en la Iglesia, para que todos
formando esta unidad aspiremos a ser uno con Dios, ya que todos estamos
llamados a hacernos partícipes de su divinidad. Esto queda visible en Jn
17 donde se manifiesta la unidad como perfección del agápē reciproco, esto
evidentemente en la perspectiva y en la interioridad del misterio del amor
Trinitario, entre el Padre, El Hijo y el Espíritu.
15
CODA, Piero. pp. 139.
BIBLIOGRAFIA:
CODA, Piero,
El ágape como gracia y libertad. Ciudad Nueva, Madrid. (1996)