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Reflexiones en torno a los artículos 133,

135 y 136 de la Constitución; la supremacía


constitucional, el poder de reforma
y la inviolabilidad de la Constitución

Raúl Pérez Johnston*

Haciendo a un lado la muy interesante discusión sobre la naturaleza jurí-


dica del poder reformador de la Constitución, también conocido como “Consti-
tuyente Permanente”, consideramos oportuno estudiar en esta ocasión, mediante
una interpretación armónica de lo establecido por los artículos 133, 135 y 136
de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, los principios que
rigen inexorablemente los actos del órgano reformador del texto constitucional,
con el fin de determinar si está sujeto o no a algún tipo de responsabilidad
o de control. Dentro de dicho análisis, estudiaremos en particular los princi-
pios de supremacía constitucional, de la inexistencia de límites expresos para
las reformas a la Constitución, así como el hecho que una vez realizada una
reforma pasa a ser parte de la propia Constitución, la cual es inviolable por el
propio principio establecido en el artículo 136 del texto fundamental de marras,
y por lo mismo sustrae del ámbito de control de la justicia constitucional a las
reformas constitucionales, así como la aplicación que de tales principios han
dado nuestros tribunales de la Federación.
Primero que nada, para poder llegar a una conclusión coherente, con-
sideramos indispensable iniciar, para determinar el alcance mismo del actuar
del llamado Constituyente Permanente, el análisis del principio de supremacía
constitucional. Lo anterior en razón de que de este principio, en conjunción con
los demás que analizaremos en este punto, se desprenderá con claridad la
existencia o no de una esfera de irresponsabilidad concerniente al órgano
encargado de la reforma constitucional en México. Dicho principio de supre-
* Profesor de la Facultad de Derecho Universidad Anáhuac México Norte.

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macía constitucional, deriva del contenido del artículo 133 de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos, el cual establece textualmente lo
siguiente:

Artículo 133.- Esta Constitución, las leyes del Congreso de la Unión que emanen
de ella y todos los tratados que estén de acuerdo con la misma, celebrados y
que se celebren por el Presidente de la República, con aprobación del Senado,
serán la Ley Suprema de toda la Unión. Los jueces de cada Estado se arreglarán
a dicha Constitución, leyes y tratados, a pesar de las disposiciones en contrario
que pueda haber en las Constituciones o leyes de los Estados.

De conformidad con el contenido del precepto recientemente transcrito,


podemos establecer que la Ley Suprema de toda la Unión está conformada por
tres grandes rubros, a saber: (i) la Constitución; (ii) las leyes del Congreso de
la Unión que emanen de ella; y (iii) los tratados que estén de acuerdo con la
misma, celebrados y que se celebren por el Presidente de la República, con
aprobación del Senado. La redacción del artículo es muy clara y establece
el acotado principio de supremacía constitucional en razón de que si bien es
cierto que califica tanto a la Constitución como a las leyes del Congreso y
a los tratados como “Ley Suprema”, condiciona esta calidad a las leyes se-
cundarias por cuanto a que deben emanar de la propia Constitución, es decir
que no contravengan su texto, y a los tratados, a que estén de conformidad
con nuestra ley cimera.1
La anterior redacción proviene de diversos fundamentos teóricos: el pri-
mero, de la interpretación que de la Constitución como ley fundamental se
ha hecho en el sentido de ser la ley suprema por su carácter de ley suprema
derivada de la voluntad del pueblo soberano, así como la interpretación que al

1
Este aspecto relativo a que los tratados estuvieran de acuerdo con la Constitución no figu-
ró inicialmente en el artículo 126 de la Constitución de 1857, ni en el artículo 133 de la
Constitución de 1917, sino que fue hasta 1934 en que el Constituyente Permanente tomó
la decisión de reformar este precepto para mejorar su redacción y así dejar muy claro que la
Constitución está por encima de cualquier otra norma ya sea nacional o internacional. Sobre
el particular, se puede consultar lo relativo a la exposición sobre el artículo 133 en Derechos
del Pueblo Mexicano, Ed. Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, México,
1994, Tomo XII, Artículos 123 a 136 y Transitorios, pp. 1175 a 1211. No obstante ello, ya
desde hace tiempo, la doctrina había considerado que los tratados debían estar conformes
a la ley fundamental, tal como lo exponía Mariano Coronado al comentar el artículo 126
de la Constitución de 1857 en los siguientes términos: “Respecto de los tratados, conviene
advertir que no pueden alterar las garantías que la Constitución otorga, ni contener cláusulas
permitiendo la extradición de reos políticos ó de esclavos (art. 15); un tratado así hecho, aun
cuando tuviese la aprobación del Senado, no podría prevalecer sobre la ley fundamental. Por
todo lo cual podemos afirmar que, en definitiva, sólo la Constitución es la ley suprema, la
lex legum.” MARIANO CORONADO, Elementos de Derecho Constitucional Mexicano, Ed.
Librería de Ch. Bouret, México, 1906, p. 234. En el mismo sentido se puede consultar a
RAMÓN RODRÍGUEZ, Derecho Constitucional, Ed. Imprenta del Hospicio de San Nicolás,
México, 1875, pp. 702-703.

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efecto ha realizado Hans Kelsen, en su célebre teoría de la pirámide jurídica;2
interpretación que aún cuando no fue fundamento directo en el constituyente
de 1857, puesto que Kelsen aún no nacía en aquellas épocas, tiene aplicación
por explicar de forma bastante clara el problema, y ha servido de referencia
para reinterpretar el precepto en comento hasta la actualidad; y el segundo,

2
Sobre este punto es necesario precisar que la teoría de la pirámide jurídica de Kelsen debe
emplearse con precaución, puesto que no resulta del todo aplicable al caso mexicano. La
utilización que se hace de ella a continuación es con respecto únicamente a un esquema
que implica al derecho en el ámbito federal; sin embargo, si quisiéramos incluir al ámbito
local de competencia, el postulado de Kelsen probaría ser ineficaz para definir la situación
imperante en México. Esto es así en razón de que si interpretamos conjuntamente el artículo
133 de la Constitución, junto con los artículos 40, 41 y 124 del mismo texto, llagaríamos
al establecimiento de una pirámide bicéfala, muy distinta a la que el maestro vienés pudo
haber concebido. Lo anterior en virtud de que mientras Kelsen idea su sistema de la pirámide
jurídica en una concepción jurídica vertical que parte de un orden normativo constitucional,
seguido por un orden federal inferior al primero y posteriormente un orden jurídico local
subordinado en grado a la Constitución y al derecho federal, como sucede en los casos
austriaco y alemán que fue los que analizó; en el caso mexicano no sucede lo mismo. El
sistema mexicano es distinto, y por tanto se aleja del modelo kelseniano puesto que no
parte de un sistema vertical sino de uno horizontal en donde el orden constitucional es tanto
federal como local, partiendo de órdenes coextensos. La Constitución Política de los Estados
Unidos Mexicanos no es, contrario a lo que pudiera creerse en la práctica, una constitución
federal, sino que es ambas, tanto local como federal, puesto que es una Constitución que
crea y regula al Estado mexicano declarando por un lado los derechos fundamentales del
hombre en las garantías individuales y organizando al gobierno en una esfera federal y
otra local, puesto que una vez garantizados los derechos del hombre, como base de las
instituciones sociales, se establece que el pueblo ejercerá su soberanía por medio de los
poderes de la Unión por cuanto se refiere al ámbito de competencia federal, y por medio
de los Estados, en el ámbito local, pudiendo estos últimos actuar de manera autónoma en
lo que concierne a su régimen interior, tal como se desprende del texto de los artículos 40
y 41 del texto máximo. Así pues, debe entenderse que la Constitución mexicana es tanto
federal como local, aún cuando en ella no se regule expresamente lo concerniente a los
regímenes locales de los estados, sino que se den únicamente los lineamientos generales y
prohibiciones (artículos 115 a 122), y se remita a lo demás a las constituciones estatales,
que vienen a ser reglamentarias de la Constitución y sujetas jerárquicamente a ésta, en lo que
se refiere únicamente al ámbito local de competencia, mediante la reserva de ley contenida
implícitamente en el artículo 124 constitucional, desde el momento en que establece que
todo aquello que no está expresamente conferido a la Federación, se entiende reservado a
los Estados. Por ello, no podemos hablar de jerarquía entre derecho federal y estatal, sino
de ámbitos de competencia distintos, regulados bajo las reglas de una misma Constitución,
en donde ambas esferas estarían sujetas a los derechos fundamentales contenidos en las ga-
rantías individuales, y a lo relativo a sus ámbitos de competencia, no pudiendo considerarse
una constitución estatal o una ley local contraria a una disposición constitucional relativa
netamente al ámbito federal, al menos que exista una invasión de esferas competenciales.
Por ello, no podemos hablar de una pirámide en términos kelsenianos ortodoxos, sino que
de la Constitución se desprenden dos pirámides independientes una de la otra, que par-
ten de una misma fuente; razón por la cual mencionamos más arriba la existencia de una
pirámide bicéfala, que poco tiene que ver con la teoría pura del derecho de Kelsen y con
su concepción de un orden constitucional autónomo como fuente suprema del derecho, por
encima del derecho federal y del estatal.

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del derecho constitucional norteamericano, que es de donde proviene el texto del
artículo 133 en comento.
El primero de los fundamentos del principio de supremacía constitucional,
como ya lo mencionábamos, es primeramente, la consideración de la Constitu-
ción como ley fundamental y suprema, emanada directamente de la voluntad
soberana del pueblo, así como, con las reservas ya acotadas, el pensamiento
de Kelsen con respecto a la pirámide jurídica de las normas.
Una Constitución, tal como se concibe desde sus orígenes, tiene la
finalidad de constituir un pacto entre la masa gobernada y el gobernante, es-
tableciendo límites a su actuar, como condición de lealtad y obediencia a su
mandato. De dichas constituciones, surge la concepción, tal como se verá más
adelante, de que el Rey está sujeto al contenido de dicha ley, puesto que en
ella se da el acto de transferencia del ejercicio de la soberanía y se establecen
las condiciones de validez del ejercicio del mandato por parte del soberano,
de ahí que tales leyes, se convierten en leyes fundamentales del reino, y su
existencia se coloca por encima de los actos del monarca soberano, que debe
respetar y someterse a su contenido.3
La razón principal de este concepto de supremacía constitucional surge de
una razón evidente. El pueblo es el titular de la soberanía, y por tanto tiene
la facultad de constituirse en una sociedad organizada, ya sea por sí mismo, o
por medio de sus representantes electos para tal efecto. En el momento en que
decide formar un Estado, y fijar las condiciones de su ejercicio, así como sus
límites, se da el acto constituyente. Este acto o potestad constituyente es previo
a aquellos órganos a quienes se encargue el ejercicio del poder soberano, y por
lo mismo, es superior a estos últimos, puesto que de tal facultad constituyente
es que deriva la competencia de los órganos constituidos del poder político;
y por ende, el documento fruto del ejercicio de ese poder constituyente, debe
ser superior a cualquier acto de los poderes constituidos.4
3
Un ejemplo ilustrativo de esta concepción, nos la proporciona Jean Jacques Burlamaqui, al
escribir:
Estas reglas por las cuales la autoridad suprema es mantenida dentro de límites, se llaman
las leyes fundamentales del Estado.
Las leyes fundamentales de un Estado, tomadas en toda su extensión, no sólo son los decretos
por los que el cuerpo entero de la nación determina la forma de gobierno, y la forma de
sucesión de la corona; sino también los convenios celebrados entre el pueblo y la persona
a la que han conferido la soberanía, que regulan la forma de gobernar, y por los que la
autoridad suprema es limitada.
Estas reglas se denominan leyes fundamentales puesto que son la base y el fundamento del
Estado, sobre las cuales la estructura del gobierno se levanta, y porque el pueblo mira hacia
tales reglas como su fuerza y soportes principales.
JEAN JACQUES BURLAMAQUI, The Principles of Natural and Politic Law, Ed. Harvard
University Press, Cambridge, Mass., 1807, volumen II, pp. 45-46.
4
En similares términos, Pedro de Vega establece: “(…) La democracia representativa implica
la distinción entre representantes y representados, entre gobernantes y gobernados. En estas
circunstancias, la necesidad de hacer valer, conforme al principio democrático, la suprema
autoridad del gobernante, no ofrece otra posibilidad ni otra alternativa que la de establecer,

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En este mismo orden de ideas, podemos decir, que basado en los dogmas
de la soberanía popular y del poder constituyente, la Constitución debe ser
suprema en virtud de que constituye la regla de competencia de los órganos
constituidos del poder político, y por tanto estos deben someterse a su imperio
puesto que sus facultades no las tienen por sí mismos, sino que provienen de
un ordenamiento anterior de carácter superior.5
Lo anterior ha sido recogido por nuestros tribunales, en dos precedentes
cuya relevancia hace pertinente que los insertemos en la presente parte del
estudio. Los precedentes en cuestión establecen:

SOBERANIA DEL PUEBLO. La soberanía se ejerce por medio de los Poderes


de la Unión y de los Estados, en los términos establecidos por las Constitucio­
nes Federal y Locales, las que, en ningún caso, podrán contravenir las esti-
pulaciones de la Federal. La soberanía de la Federación comprende la de los
Estados, pero todas giran armónica e independientemente, dentro de sus órbitas,
y los Estados pueden obrar sin limitaciones, siempre que no contravengan el
Pacto Federal, y fuera de esto, su soberanía no tiene cortapisa alguna.6
PODER PUBLICO. El Poder Público sólo dimana del pueblo, en quien radica
esencial y originalmente la soberanía nacional, y los tres Poderes en los cuales
se divide, no puede hacer más que lo que el pueblo, en su Ley Fundamental,
establece.7

De lo anterior, podemos concluir pues que el principio de supremacía


constitucional se hace evidente por la naturaleza misma del acto constitu-
cional, que deriva del postulado de la soberanía popular y del poder cons-
tituyente, y significa que los poderes que se constituyen como resultado de
dicho texto constitucional, están limitados por el contenido de la Constitución,
y por tanto cualquier acto que emitan en contra de la Ley Fundamental,
no tiene cabida en el sistema jurídico y debe considerarse en consecuencia
nulo. Al respecto, para redondear el presente argumento, podemos concluir
con una definición de Jorge Carpizo, quien estableció:

Supremacía constitucional significa que una norma contraria – ya sea material


o formalmente – a esa norma superior no tiene posibilidad de existencia dentro
de ese orden jurídico.

por el propio pueblo, una ley superior (la Constitución), que obligue por igual a gober-
nantes y gobernados. En contraposición a los poderes constituidos, ordenados y limitados
en la Constitución, aparece de este modo, como poder previo, ilimitado y total el poder
constituyente.” PEDRO DE VEGA GARCÍA, La Reforma Constitucional y la problemática
del Poder Constituyente, Ed. Tecnos, Madrid, 1999, p. 25.
5
Cfr. ROLANDO TAMAYO Y SALMORÁN, Introducción al Estudio de la Constitución, Ed.
Ediciones Fontamara, México, 1998, p. 222.
6
Pleno de la Suprema Corte, Quinta Epoca, precedente publicado en la página 1495 del tomo
XXXI del Semanario Judicial de la Federación.
7
El precedente citado corresponde al Pleno de nuestro máximo tribunal y aparece publicado
en la página 410 del tomo VIII del Semanario Judicial de la Federación, Quinta Epoca.

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La supremacía constitucional representa la unidad de un sistema normativo, y
apuntala para los hombres un cierto margen de seguridad porque éstos saben
que ninguna ley o acto debe restringir la serie de derechos que la Constitución
les otorga y que si tal cosa acontece existe un medio reparador de la arbitra-
riedad.
El principio de supremacía constitucional y el del control de la constitucionalidad
de leyes y actos son complementarios. Uno se sostiene en el otro. Como tanto
se ha dicho, de muy poco serviría que se estableciera el medio adecuado para
hacer efectivo dicho enunciado.”8

Por su parte, el maestro fundador de la Escuela de Viena establece que


si el derecho es un sistema, entonces debe haber una interrelación entre las
normas en donde las leyes secundarias deberán tener como parámetro a la ley
fundamental, puesto que dicha ley fundamental es fuente creadora de dere-
cho, y por tal motivo, la validez del derecho que surge de la Constitución,
está sujeto a la compatibilidad con esta última. De tal suerte que concibe la
existencia de un sistema jurídico escalonado o piramidal en el que:

“(…) Es aplicada una norma de rango superior y creada una norma de rango
inferior. Así, por ejemplo, el primer acto constituyente (…) es ejecución de la
norma fundamental; la legislación (…) aplicación de la Constitución; la sentencia
judicial y el acto administrativo (…) ejecución de la ley (…)”9

El segundo de estos casos mencionados, proviene del derecho constitu-


cional norteamericano, puesto que nuestro artículo 133 es, en buena medida,
inspirado en el texto del artículo VI, sección 2 de la Constitución americana
de 1787. El artículo en comento establece lo siguiente:

“Artículo VI (…) 2. Esta Constitución, y las leyes de los Estados Unidos que se
hagan con arreglo a ella, y todos los tratados celebrados o que se celebren bajo
la autoridad de los Estados Unidos, serán la ley suprema del país y los jueces de
cada Estado estarán obligados a observarlos, a pesar de cualquier cosa en contra
que se encuentre en la Constitución o en las leyes de cualquier Estado.”10

8
JORGE CARPIZO, Estudios Constitucionales, Ed. Porrúa, México, 1996, pp. 1-2.
9
HANS KELSEN, La Teoría Pura del Derecho, Ed. Gernika, México 1993, p. 61. En este
sentido, la famosa pirámide de Kelsen parte de la idea de una relación de supra a subordina-
ción entre los diferentes estratos jurídicos. Paralelamente, la doctrina francesa, partiendo de la
base que el respeto de los derechos del hombre es fundamental para la manutención del orden
constitucional, ha considerado el principio de supremacía constitucional como una garantía
de los derechos fundamentales, lo cual provocaría la instauración del Consejo Constitucional
Francés para juzgar a priori sobre la constitucionalidad de todo acto de naturaleza legislati-
va. Sobre este punto, cfr. ADHÉMAR ESMEIN, Élémens de Droit Constitutionnel Français
et comparé, Tome Premier, La liberté moderne: Principes et Institutions, Ed. Librairie de
Recueil Sirey, París 1921, p. 586.
10
Citado en JOSE LUIS CASCAJO CASTRO Y MANUEL GARCÍA ALVAREZ, Constituciones
Extranjeras Contemporáneas, Ed. Tecnos, Madrid, 1994, p. 73.

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El artículo en comento no presenta mayor problema ni inovación en el
derecho constitucional americano al momento de su inclusión en la Conven-
ción de Filadelfia, en razón de que la idea de supremacía constitucional es
algo que estaba ya muy metido en la mente de los hombres que asistieron a
dicha convención. Lo anterior en razón de que los framers de la Constitución
americana conocían las teorías de aquellos que como John Locke o Jean Ja-
cques Burlamaqui, habían sostenido la supremacía constitucional, basada en
la circunstancia de que la Constitución constituía un límite impuesto por el
pueblo al monarca, basado en los derechos naturales que éste debía respetar
como condición del pacto social,11 teorías que no eran del todo extrañas a la
practica constitucional en las colonias británicas en América, ya que era un
hecho común considerar a las Cartas coloniales superiores a la demás dis-
posiciones ordinarias que dictaran los congresos locales; sin menoscabar la
influencia que el puritanismo americano haya podido tener en dichas concep-
ciones, puesto que cada congregación solía expedir un documento por medio
del cual se establecían las reglas que normaban el culto y a que se debían
someter la comunidad perteneciente a la congregación. De ahí que, desde la
expedición de la Constitución de Filadelfia, el análisis sobre el contenido de
dicho precepto ha sido casi unánime y no ha presentado mayor problema, tal
como desde un principio lo establecieron los primeros comentaristas del texto
en comento. Por creer que es de suma claridad, debemos destacar la opinión
que al respecto emitiera Joseph Story, en sus celebrados Comentarios a la
Constitución de los Estados Unidos, en donde escribiría:

“Y es en este sentido, que el lenguaje de la constitución de los Estados Unidos


lo contiene manifiestamente; ya que declara (artículo 6o), que esta constitución
y las leyes, etc. y tratados celebrados bajo la autoridad de los Estados Unidos,
“serán la ley suprema del país.” Esto (como ha sido bien observado por El
Federalista) resulta de la naturaleza misma de las instituciones políticas. Una
ley, por el mismo significado de sus términos, incluye supremacía.* Si algunos
individuos se integran en un estado de sociedad, las leyes de tal sociedad deben
ser el regulador supremo de su conducta. Si un número de sociedades políticas
entran a una sociedad política más grande, las leyes, que posteriormente pue-
dan promulgar, de conformidad con las facultades encargadas para ello por su

En el mismo sentido, creemos útil transcribir la opinión de García de Enterría y de Tomás


11

Ramón Fernández, quienes establecieron que: “La idea de la Constitución como supreme
law of the land, como se proclama en el artículo VI, Sección 2.a, de la Constitución de
1787, viene, a su vez, de dos fuentes: el pactismo social, y sobre todo de LOCKE, que ve
en un pacto básico el fundamento de todo orden político y jurídico, y la idea de un higher
law, la idea de un Derecho Natural concebido como fundamental law y lex legum, idea que
aportan los puritanos al suelo americano y en nombre de la cual los colonos concluirían
por romper el lazo de obediencia con el Rey inglés, al ignorar esos derechos superiores
(concretamente, el derecho de votar los impuestos, el de ser juzgado por los pares y el de
libertad religiosa).” EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA y TOMÁS-RAMÓN FERNÁNDEZ,
Curso de Derecho Administrativo, Ed. Civitas, Madrid, 2000, tomo I, p. 101.
* The Federalist, No. 33. Ver también el No. 15.

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constitución, deben ser supremas, sobre dichas sociedades, y los individuos que
las componen. (…) La Constitución de un Estado es entonces en un justo y
apropiado sentido, no solo una ley, sino una ley suprema, para el gobierno de
todo el pueblo, dentro del ámbito de competencias contemplado, y los derechos
asegurados por la misma.”12

Las anteriores consideraciones, han sido confirmadas con el tiempo a tra-


vés de la interpretación jurisprudencial de dicho precepto, y en particular, por
conducto del famoso caso Marbury vs. Madison,13 del cual conoció la Corte
Suprema de Justicia de los Estados Unidos en el año de 1803, y en cuyo
precedente estableció que constitucionalmente hablando, las leyes secundarias
deben estar de acuerdo con la Constitución, ya que el no actuar de tal suerte
haría inoperante el texto constitucional, lo cual es inadmisible; por lo que la
Constitución debe prevalecer por encima de cualquier ley secundaria.14

12
JOSEPH STORY, Commentaries on the Constitution of the United States, Ed. Hilliard, Gray
and Company y Brown, Shattuck, and Co., Boston y Cambridge, 1833, vol. I, pp. 308-309.
En el mismo sentido puede referirse a las páginas 693 y 694 del volumen III de la misma
obra. Es sin embargo importante resaltar también que a este concepto de supremacía consti-
tucional también sobrevinieron algunas corrientes que se oponían a ella, influenciadas en una
idea confederada de los Estados Unidos y en la recurrente obsesión del constitucionalismo
americano de ver en la federación una amenaza constante a la libertad de los Estados, razón
por la cual el propio Story, en las páginas subsecuentes de la obra que se menciona, se
preocupa por hacer un razonamiento en el que demuestra que la Constitución de los Estados
Unidos es una norma fundamental y no un tratado internacional entre entes co-soberanos
que habrían celebrado una especie de pacto de alianza.
13
Debe reconocerse que Marbury vs. Madison no es el primer caso en donde la Corte Supre-
ma de los Estados Unidos haya hecho prevalecer el principio de supremacía constitucional
declarando una ley nula, y que también habían habido precedentes de tribunales de ciruito
en el mismo sentido, pero es sin duda alguna, el más representativo de ellos.
14
La sentencia 5 U.S. 137 USSC, mejor conocida como Marbury vs. Madison, al efecto es-
tablece:
También debe hacerse notar que al declararse qué debe considerarse como
la ley suprema del país, la propia Constitución está mencionada en primer
término, y no las leyes de los Estados Unidos en general, sino únicamen-
te aquellas que se realicen de conformidad con la Constitución tienen tal
rango. Por tanto, la particular fraseología de la Constitución de los Estados
Unidos confirma y robustece el principio, estimado esencial para todas las
constituciones escritas, que una ley contraria a la Constitución es inválida,
y que los tribunales, al igual que las otras ramas del poder, están obligados
por tal instrumento.
La cita de la sentencia puede ser consultada en WILLIAM B. LOCKHART, YALE KAMI-
SAR, JESSE H. CHOPER, STEVEN H. SHIFFRIN y RICHARD H. FALLON JR., Cons-
titutional Law, Cases, Comments, Questions, Ed. West Publishing Co., St. Paul, Minnesota,
1996, p. 9. Dicho argumento está sustentado por las siguientes consideraciones: “Esta ley,
que incluye la formación de una Constitución, es “un gran esfuerzo” y no puede repetirse
con frecuencia; por tanto, sus principios “son considerados fundamentales… y están desti-
nados a ser permanentes”. El pueblo norteamericano ha elegido una Constitución limitada y
escrita, y por tanto la Constitución controla cualquier acto legislativo que le sea hostil. Si
los actos de una legislatura permitidos y prohibidos por la Constitución obligan igualmente,

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De todos estos precedentes teóricos que apoyan la razón de ser de la
norma constitucional en comento, con la característica de ser Ley Suprema,
podemos deducir que dicha calidad no puede ser adquirida por una ley ordi-
naria expedida por el Congreso de la Unión, al menos que cumpla con los
requisitos impuestos para la elaboración de las leyes que contiene la misma,
es decir lo relativo a los artículos 70, 71, 72, 73, 89 y demás relativos y
aplicables de la Carta Magna, además de que permanecerá sujeta al control
de constitucionalidad, mediante los mecanismos previstos en los artículos 103,
107 y 105 de nuestro máximo ordenamiento jurídico, pudiendo declararse dicha
ley inaplicable o incluso nula con efectos erga omnes, según el tipo de control
ejercitado, si resultare contraria por cuanto a su objeto y contenido, a alguna
disposición del pacto fundamental.
Por su parte, un tratado adquiere su carácter de Ley Suprema cuando
está de conformidad con la Constitución, es decir, que no vaya el fondo del
tratado en contra de alguna disposición constitucional, así como cuando haya
cumplido con las características de forma que le impone el propio artículo 133,
a saber, que sean celebrados por el Presidente de la República y aprobados
por el Senado, de conformidad con lo establecido por los artículos 76 y 89
de la Constitución.
Siguiendo estas ideas, y para confirmar lo aquí argumentado, creemos ne-
cesario destacar que sobre el particular, nuestro más alto tribunal, en precedente
revolucionario15 ha reinterpretado el principio de supremacía constitucional de
la siguiente manera:

TRATADOS INTERNACIONALES. SE UBICAN JERÁRQUICAMENTE POR


ENCIMA DE LAS LEYES FEDERALES Y UN SEGUNDO PLANO RESPEC-
TO DE LA CONSTITUCIÓN FEDERAL. Persistentemente en la doctrina se ha
formulado la interrogante respecto a la jerarquía de normas en nuestro derecho.
Existe unanimidad respecto de que la Constitución Federal es la norma fundamen-
tal y que aunque en principio la expresión “... serán la Ley Suprema de toda la
Unión...” parece indicar que no sólo la Carta Magna es la suprema, la objeción
es superada por el hecho de que las leyes deben emanar de la Constitución y ser
aprobadas por un órgano constituido, como lo es el Congreso de la Unión y de
que los tratados deben estar de acuerdo con la Ley Fundamental, lo que clara-
mente indica que sólo la Constitución es la Ley Suprema. El problema respecto
a la jerarquía de las demás normas del sistema, ha encontrado en la jurispruden-

no hay distinción real entre gobierno limitado e ilimitado, y la legislatura puede cambiar la
Constitución mediante una ley ordinaria. Las Constituciones escritas son consideradas por sus
autores como leyes fundamentales, de modo que los actos legislativos que sean contrarios
a la misma son nulos. “Esta teoría está íntimamente vinculada a una Constitución escrita”.
CHRISTOPHER WOLFE, La Transformación de la Interpretación Constitucional, Ed. Civitas,
Madrid, 1991, p. 119.
15
Sobre este precedente podemos decir incluso que ha sido calificado por algunos constitucio-
nalistas como Jorge Carpizo, como uno de los precedentes más trascendentes desde 1995.
Al respecto vid. JORGE CARPIZO, Nuevos Estudios Constitucionales, Ed. Porrúa, México,
2000, pp. 493-498.

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cia y en la doctrina distintas soluciones, entre las que destacan: supremacía del
derecho federal frente al local y misma jerarquía de las dos, en sus variantes
lisa y llana, y con la existencia de “leyes constitucionales”, y la de que será ley
suprema la que sea calificada de constitucional. No obstante, esta Suprema Corte
de Justicia considera que los tratados internacionales se encuentran en un segundo
plano inmediatamente debajo de la Ley Fundamental y por encima del derecho
federal y el local. Esta interpretación del artículo 133 constitucional, deriva de
que estos compromisos internacionales son asumidos por el Estado mexicano en
su conjunto y comprometen a todas sus autoridades frente a la comunidad inter-
nacional; por ello se explica que el Constituyente haya facultado al Presidente
de la República a suscribir los tratados internacionales en su calidad de jefe de
Estado y, de la misma manera, el Senado interviene como representante de la
voluntad de las entidades federativas y, por medio de su ratificación, obliga a
sus autoridades. Otro aspecto importante para considerar esta jerarquía de los
tratados, es la relativa a que en esta materia no existe limitación competencial
entre la Federación y las entidades federativas, esto es, no se toma en cuenta
la competencia federal o local del contenido del tratado, sino que por mandato
expreso del propio articulo 133 el Presidente de la República y el Senado pue-
den obligar al Estado mexicano en cualquier materia. Independientemente de
que para otros efectos ésta sea competencia de las entidades federativas. Como
consecuencia de lo anterior, la interpretación del artículo 133 lleva a considerar
en un tercer lugar el derecho federal y al local en una misma jerarquía en virtud
de lo dispuesto en el artículo 124 de la Ley Fundamental, el cual ordena que
“Las facultades que no están expresamente concedidas por esta Constitución a
los funcionarios federales, se entienden reservadas a los Estados”. No se pierde
de vista que en su anterior conformación este Máximo Tribunal había adoptado
una posición diversa en la tesis P. C/92. publicada en la Gaceta del Seminario
Judicial de la Federación, número 60, correspondiente a diciembre de 1992, pá-
gina 27, de rubro: LEYES FEDERALES Y TRATADOS INTERNACIONALES
TIENEN LA MISMA JERARQUIA NORMATIVA, sin embargo este Tribunal
Pleno considera oportuno abandonar tal criterio y asumir el que considera la
jerarquía superior de los tratados incluso frente al derecho federal.16

Del texto transcrito debemos concluir que según la postura asumida por
la Suprema Corte, la Constitución es la Ley Suprema de toda la Unión, y
que aunque la propia Constitución les otorgue ese mismo calificativo, jerár-
quicamente le siguen los tratados (de conformidad con los nuevos criterios
16
Tesis número LXXVII/99 del Pleno de la Suprema Corte, publicada a página 46, tomo X,
correspondiente a noviembre de 1999, Novena Epoca, del Semanario Judicial de la Federación
y su Gaceta. El sentido de este precedente ha sido corroborado recientemente por el propio
tribunal en Pleno, aun cuando la mayoría fuera de nada más seis votos, en las tesis números
P. VIII/2007 y P. IX/2007, publicadas en la página 6, tomo XXV, Abril de 2007, Novena
Epoca, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, de rubro: SUPREMACÍA CONS-
TITUCIONAL Y LEY SUPREMA DE LA UNIÓN. INTERPRETACIÓN DEL ARTÍCULO
133 CONSTITUCIONAL y TRATADOS INTERNACIONALES. SON PARTE INTEGRAN-
TE DE LA LEY SUPREMA DE LA UNIÓN Y SE UBICAN JERÁRQUICAMENTE POR
ENCIMA DE LAS LEYES GENERALES, FEDERALES Y LOCALES. INTERPRETACIÓN
DEL ARTÍCULO 133 CONSTITUCIONAL, respectivamente.

146 Iuris Tantum No. 18                                  Otoño-Invierno 2007


de la Suprema Corte), y luego las leyes federales y locales, las cuales se
encuentran en un mismo plano de igualdad, puesto que las contradicciones
entre el derecho local y el federal no son una cuestión de jerarquía, sino de
ámbito de competencia.17
Sobre este novedoso precedente de carácter judicial, podemos establecer
que no solo rompe con el esquema tradicional de jerarquía de normas, sino
que podríamos llegar a decir que conforma incluso una nueva teoría, que va
más allá del texto expreso de la ley y que podría caer bajo el concepto de
faussement de la constitution o de la versfassungswandlung, puesto que esta-
ríamos en presencia de un cambio del sentido de la norma constitucional a
través de su interpretación jurídica por parte del tribunal encargado del control
de constitucionalidad, al margen del procedimiento establecido para la refor-
ma de la Constitución, ya que se ha variado significantemente su sentido sin
intervención de los órganos competentes para su reforma.
No obstante ello, dejando a un lado la anterior objeción, podemos decir
que con el precedente en comento se adopta una nueva concepción de la
jerarquía de normas puesto que se habla por primera vez de “normas constitu-
cionales” en el sentido a que se refiere Carl Schmitt, en donde se considera un
grupo de normas derivadas de la propia Constitución, que sirven de parámetro
para poder juzgar la constitucionalidad de las demás, e incluso podríamos
hablar de un bloque de constitucionalidad sui generis, no en el sentido del
famoso bloc de constitutionnalité a que se refieren el Consejo Constitucional
francés y Louis Favoreu al interpretar el preámbulo de la Constitución francesa,
sino en el sentido en que se ha interpretado esta teoría dentro del esquema
constitucional español.
Al respecto, se ha interpretado en España que el “bloque de la consti-
tucionalidad” se integra por la Constitución y por los estatutos de autonomía,
expedidos a través de leyes orgánicas, en donde ambos forman una unidad
frente a la demás normatividad que debe estar conforme a ambos, aún cuando
se guarde una relación de jerarquía entre el estatuto de autonomía y la cons-
titución, debiendo estar el primero de conformidad con la segunda.18 De tal
suerte que si bien es cierto la norma constitucional, en este caso el tratado,
puede ser declarado inconstitucional, también lo es que de ser compatible con
17
Dicha idea es apoyada igualmente por Jorge Gaxiola, quien escribió: “Ni el poder central
es superior jurídicamente al local, ni éste debe tener supremacía sobre aquél. Los dos están
regidos íntegramente por la Constitución, sus actos supeditados a ella y ninguno puede invadir
legalmente la jurisdicción del otro. En una palabra, sus poderes son coextensos.” F. JORGE
GAXIOLA, Algunos Problemas del Estado Federal, Ed. Cultura, México, 1941, p. 90.
18
Con relación a la validez de la analogía planteada, resulta interesante remitirnos a la juris-
prudencia número P./J. 18/2007 del Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación,
publicado en la página 1641 del tomo XXV, correspondiente a mayo de 2007, Novena
Epoca, del Semanario Judicial de la Federación, cuyo rubro es el siguiente: ESTATUTO DE
GOBIERNO DEL DISTRITO FEDERAL. JUNTO CON LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA
DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS INTEGRA BLOQUE DE CONSTITUCIONA-
LIDAD EN MATERIA ELECTORAL.

Iuris Tantum No. 18                                  Otoño-Invierno 2007 147


la Constitución, las leyes federales deberán interpretarse ya no sólo a través de la
constitución, sino también a la luz del tratado, ambos en bloque, en donde el
tratado llega al extremo de precisar el alcance que en el caso concreto deba
darse a la disposición constitucional, ya que como la propia ejecutoria del
precedente en comento establece, los tratados internacionales llegan al grado
de ser “reglamentarios de la Constitución”.19
Asentado lo anterior, la analogía entre el precedente en cita y la teoría
que se está enunciando consiste como se ha dicho, en equiparar a los tratados
internacionales en cierta medida a los estatutos de autonomía, conformando un
posible “bloque de constitucionalidad” en su versión mexicana, conformado
en este caso por la Constitución y los tratados internacionales, en razón de
que los tratados internacionales, según se interpreta en este precedente que se
comenta, serían una facultad constitucional absoluta otorgada al Presidente de
la República, de conformidad con lo establecido por el artículo 133, el cual al
escapar a la regla del artículo 124, sería una materia netamente constitucio-
nal que haría la conformación de este supuesto “bloque”, aún cuando estaría
por verse si este bloque se conforma también frente a las constituciones
estatales, o si se encuentran por debajo de éstas pero por encima del demás
derecho estatal, partiendo de la base enunciada de la pirámide bicéfala que
rige el sistema de fuentes de la Constitución mexicana. En seguimiento a lo
anterior, sería de concluirse que el tratado internacional está por encima de
la ley federal y de la ley local, según el ámbito de competencia. Por tanto,
en el dado caso de que se estimara que la norma federal o local contraviene
la disposición de un tratado, este último debe prevalecer y debe declararse
inconstitucional la ley federal o local puesto que siguiendo la analogía del
“bloque” no puede subsistir una posible contradicción entre las disposiciones
del tratado y la norma federal.20

19
Sobre este punto se puede consultar a LOUIS FAVOREU y FRANCISCO RUBIO LLOREN-
TE, El Bloque de Constitucionalidad, Ed. Civitas, Madrid, 1991, así como a FRANCISCO
RUBIO LLORENTE, La Forma del Poder, Ed. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid,
1997, pp. 63-90. Asimismo, resulta destacable la opinión al respecto del catedrático de la
Universidad de Salamanca, Rafael Bustos Gisbert, quien en las aulas de clase ha sostenido
también, que el esquema constitucional que prevé la Constitución española con respecto de
los tratados, y el derecho europeo, podrían llevarnos al grado de hablar también, en cierta
medida, de otro bloque de constitucionalidad, parecido, al que en estos momentos nos ocupa.
20
Situación que iría en concordancia con lo establecido por Boris Mirkine-Guetzévitch al
escribir:
Resulta que en un país en donde la Constitución admita el carácter obligatorio
del derecho internacional, un conflicto entre una ley ordinaria y un tratado viene
a ser como un conflicto entre una ley ordinaria y una ley constitucional: el juez
debe dar preferencia al tratado, como norma constitucional.*
* Cf. Politis, Le problème des limitations de la souveraineté et la théorie de l’abus
des droits dans les rapports internationaux (Recueil des cours de l’Académie de
Droit International, t. VI, 1926, p. 38).
BORIS MIRKINE-GUETZÉVITCH, Les Nouvelles Tendances du Droit Constitutionnel, Ed.
Marcel Giard, París, 1931, pp. 76-77.

148 Iuris Tantum No. 18                                  Otoño-Invierno 2007


Sin embargo, siguiendo el razonamiento que precede, podríamos llegar a
establecer, dentro de esta teoría de un bloque de constitucionalidad mexicano,
que serviría como excepción a la regla general el caso de la Ley de Amparo,
puesto que siendo ésta el medio adjetivo para juzgar de la constitucionalidad
de un tratado, se trataría de una “ley constitucional” que estaría por encima de
los compromisos internacionales adquiridos por México. En este caso, la Ley
de Amparo tomaría más o menos la misma posición en el sistema de fuentes
que las leyes orgánicas del ordenamiento español, en donde esta ley regla-
mentaria sui generis, estaría por encima de los tratados, los cuales a su vez,
estarían por encima de las demás leyes federales y locales. Lo anterior es así
ya que de lo contrario se estaría reviviendo el viejo debate sobre si puede
o no impugnarse en amparo la inconstitucionalidad de la ley de amparo, a
lo que nuestro más alto tribunal ha declarado que no es dable en diversas
ejecutorias.21
Dicho lo anterior y establecido el principio que la Constitución es la Ley
Suprema de toda la Unión y que por consiguiente no hay norma alguna que
se le pueda equiparar en jerarquía, con independencia de las consideraciones
jerárquicas que puedan darse entre las distintas normas secundarias, pode-
mos proceder a tratar el punto que principalmente nos ocupa, consistente en
establecer hasta qué punto una reforma constitucional, al formar parte de la
Constitución se vuelve inimpugnable.
Cabe aclarar sobre este aspecto que el artículo 135 de la Constitución
es tajante por cuanto a su contenido al establecer que ésta puede ser adicio-
nada o reformada de conformidad con el proceso establecido en el propio
artículo y cuyo estudio realizamos ya en otra ocasión,22 y que cumpliéndose
con este requisito procesal, la reforma o adición pasa a formar parte de la
Constitución.
Una vez que la reforma o adición llega a formar parte de la Constitu-
ción, tal reforma goza del principio de supremacía constitucional anteriormente
analizado, por lo que pasa a tomar lugar en el máximo escaño jerárquico de
nuestra legislación. Ahora, siendo las normas constitucionales de igual jerarquía,
no habiendo de conformidad con lo establecido en el artículo 133 de la Carta
Fundamental, distinción alguna con respecto de la jerarquía existente entre los
distintos preceptos de la Carta Magna, éstas se convierten en inimpugnables.
21
Con relación a este punto en específico, vale la pena consultar la ejecutoria del Pleno de
la Suprema Corte de Justicia de la Nación que dio origen a la tesis número P. XCVI/98,
publicada en la página 260, tomo VIII, diciembre de 1998, Novena Epoca, Semanario Judi-
cial de la Federación y su Gaceta, de rubro: REVISIÓN. ES IMPROCEDENTE CUANDO
MEDIANTE ELLA SE PRETENDE IMPUGNAR LA INCONSTITUCIONALIDAD DE LA
LEY DE AMPARO APLICADA EN LA SENTENCIA RECURRIDA. Interesantes resultan
asimismo sobre esta cuestión, los razonamientos del voto de la minoría en el asunto que
se comenta.
22
Al respecto, véase RAÚL PÉREZ JOHNSTON, Notas sobre la naturaleza del Constituyente
Permanente y la reforma constitucional en México, publicado en la revista Iuris Tantum, de
la Facultad de Derecho de la Universidad Anáhuac, número XVI, 2005.

Iuris Tantum No. 18                                  Otoño-Invierno 2007 149


Lo anterior en razón de que los medios de control legales y constitucio-
nales previstos en nuestros ordenamientos jurídicos son insuficientes e inefica-
ces para pretender un control de las reformas a la Constitución. Esto debido
a que los medios ordinarios no pueden intentar atacar una norma de mayor
jerarquía, y los medios constitucionales de control han sido concebidos para
controlar la constitucionalidad de los actos y leyes de menor jerarquía, más
nunca para controlar a la propia Constitución. Esto resulta lógico puesto que
el fundamento para considerar inválida una reforma a la Constitución debe
derivar de una disposición legal de mayor jerarquía y no de una de la misma
jerarquía en donde su interpretación armónica exige que la contrariedad entre
una y otra norma de mismo nivel jerárquico debe entenderse como limitación
de la otra.
Asimismo, tampoco podemos estimar que el Constituyente Permanente
esté sujeto a la responsabilidad que exige el artículo 128 de la Constitución,
por ser sus funciones incompatibles con dicho precepto. El artículo 128, como
de todos es bien sabido, establece que todo funcionario público, sin excepción
alguna, antes de tomar posesión de su encargo, prestará la protesta de guardar la
Constitución y las leyes que de ella emanen. Pese a esto, el artículo en comento
resulta inaplicable en la especie en razón de que los individuos que conforman
el Constituyente Permanente, cuando se erigen como tal, no pueden ser tomados
con los ojos de la misma responsabilidad que si estuvieran fungiendo como
miembros de sus respectivos poderes constituidos, puesto que el Constituyente
Permanente, pese a ser un órgano constituido de naturaleza híbrida, al tener
como función la de reformar y adicionar la Constitución sin la existencia de
un límite expreso, está exento de este tipo de responsabilidad.23
Por otro lado, según la opinión del Ministro Juan Díaz Romero, el con-
trol del actuar del Constituyente Permanente es de carácter meramente polí-
tico, no jurisdiccional, y se encuentra en la parte final del artículo 135 de la
Constitución. Al respecto, el Sr. Ministro en sesión pública del 3 de febrero
de 1997 expresó:

Aquí está el control y este control es de carácter político, está establecido en


la última parte del artículo 135. ¿Pensamos acaso que el constituyente le dio
esta facultad al Congreso de la Unión o a la Comisión Permanente solamente
para que hicieran un simple cómputo de votos?, para eso mejor le hubiera dado
esta función a un contador público o a un notario. No; se trata de que en este
aspecto tenía que examinarse todo lo que se refiere al procedimiento y ahí está
23
Por cuanto a este último punto, mucho se ha debatido sobre si existe un límite en nuestra
legislación para con el órgano revisor de la Constitución, y si este puede derogar la Cons-
titución entera y dictar una nueva. La verdad es que este debate es meramente doctrinal
y al no haber un límite expreso a la actividad reformadora del Constituyente Permanente,
éste puede llegar a volver a darle forma a la Constitución como juzgue pertinente para los
intereses nacionales y del pueblo a quien se supone debe representar. Siendo de tal suerte
su actividad legislativa totalmente irresponsable puesto que ni siquiera la Constitución puede
defenderse en contra de tal órgano.

150 Iuris Tantum No. 18                                  Otoño-Invierno 2007


el control, si es que queremos alguno, pero no a través del amparo que no está
establecido para ello. Quiero que no se confunda mi posición, ¿sería conveniente
el control judicial de este aspecto? Posiblemente sí y creo que algunas inter-
venciones y sobre todo la de Don Juan Silva Meza va en esa misma posición
de que sería conveniente; ¿cómo vamos a dejar sin control ese procedimiento
constitucional?; bueno, sería conveniente y yo coincido con él, podría ser conve-
niente, pero una cosa es lo que debiera ser y otra cosa es que exista la acción,
y repito, la acción no existe.24

De lo anterior, debemos deducir que el control político a que aduce el


Ministro Díaz Romero, aunque cuestionable, de ser cierto no ha resultado ser
eficaz, por lo que en nuestra opinión, este control político de las reformas
constitucionales equivale a como si no hubiera control alguno.
Por otro lado, surge aquí de igual forma el aspecto, múltiples veces
debatido sobre si existen normas que estén por encima de la Constitución,
en lo que algunos han señalado como decisiones políticas fundamentales. Por
cuanto a este aspecto respecta, pese al esfuerzo de algunos constitucionalistas
que han pretendido que las decisiones políticas fundamentales pueden hacerse
valer por encima de la Constitución, nuestro sistema legal no prevé estructura
supraconstitucional alguna, y estas decisiones políticas fundamentales, por más
que nos duela, no pueden invocarse por encima de la Constitución en una
especie de Common Law, o para ser más precisos por cuanto al sistema de
fuentes en derecho anglosajón, de conventions.25
Esto en razón de que nuestro texto constitucional, desde el momento en
que parte de los postulados de la soberanía popular y del derecho de reformar
la constitución bajo el supuesto de que ninguna asamblea tiene el derecho
condicionar a otra en el futuro, se ha designado a un órgano, que sea el que
ejerza el poder constituyente, mediante la revisión, pero con las mismas carac-
terísticas que el constituyente originario. Por tanto, como la facultad de revisión
constitucional, por el hecho de que crea normas de naturaleza constitucional,
que gozan del principio de supremacía, no pueden estar sujetas a ningún tipo
de control de índole jurídico; la razón de esto se encuentra simplemente en
el hecho que tal actuación representa el ejercicio mismo de la soberanía del
pueblo en el acto de reforma constitucional. Lo anterior de tal suerte que
genera una esfera de irresponsabilidad derivada de la naturaleza constituyente
de los actos realizados por el órgano de revisión constitucional.26
24
Amparo contra el Procedimiento de Reformas a la Constitución, Serie de Debates del Pleno,
Ed. Suprema Corte de Justicia de la Nación, México, 1997, p. 82.
25
Las denominadas conventions han sido definidas reglas no escritas de derecho constitucional
que se consideran vinculantes hacia aquellos que aplican la Constitución pero que no están
contenidas ni ejecutadas por los precedentes judiciales ni por los oficiales en el Parlamento.
Son costumbres y prácticas constitucionales de carácter obligatorio, que si bien regulan la
conducta del cuerpo soberano, no están contenidas en ley, ni sujeto de aplicación judicial
(en el sentido del concepto de law enforcement).
26
Los argumentos recientemente expuestos, encuentran soporte en las palabras de Jellinek, quien
manifestó: “Pero la doctrina de la soberanía tiene una tercera nota derivada del carácter de

Iuris Tantum No. 18                                  Otoño-Invierno 2007 151


La razón de esta irresponsabilidad parte igualmente de los conceptos
de infalibilidad de la ley, como expresión de la voluntad general por parte de
los representantes populares, así como de una construcción pragmática que
busca encontrar un cierto límite en la exigibilidad de resposabilidad de los
actos de gobierno, máxime en tratandose de reformas constitucionales, en
donde, desde la concepción del pouvoir constituant por Sieyès, se ha creido
en la eficacia de los representantes de la nación para ejercer la soberanía en
nombre del pueblo, pero sin darle intervención alguna. Para ilustrar lo an-
terior, resulta dable traer a colación las palabras siguientes de Hugo Grocio,
que aplican aquí por analogía:

(…) la tutela se ideó para el beneficio del pupilo, y sin embargo la tutela es
un derecho y un poder sobre la persona del pupilo. No se debe insistir diciendo
que, si el tutor administra mal la fortuna del pupilo, puede ser separado, y que
consecuentemente el mismo derecho debe existir sobre un rey. Esto puede ocurrir
con respecto a un tutor, que tiene un superior; pero en materia de gobierno,
puesto que no pueden extenderse las cosas al infinito, hay que parar absoluta-
mente ya sea en una persona, ya sea en una asamblea, que no tengan a ningún
juzgador por encima de ellas, y cuyas faltas queden reservadas al conocimiento
de Dios (…).27

Así pues, los actos del Constituyente Permanente, al ser éste la represen-
tación de la soberanía, y siendo sus actos reformas a la Constitución que gozan
del privilegio de la supremacía legal total, no son susceptibles de ser atacadas
por ningún medio legal existente en nuestro país. Esto queda aún más refor-
zado por el simple hecho que aplicar una estructura supraconstitucional sería
violatorio de la Constitución misma, la cual es inviolable por mandato expreso
del artículo 136 de nuestra ley fundamental, que a la letra prescribe:

la soberanía misma. Ella debe designar un poder ilimitado e ilimitable que habría de ser
absoluto, ya que nadie podría limitarlo, ni aun siquiera ella misma. La autolimitación es,
según la teoría del derecho natural (teoría que para muchos es la dominante en este punto),
inseparable del carácter de la soberanía. Si hay, pues, limitaciones para el Estado, estas
limitaciones serán siempre reales o morales, pero jamás de naturaleza jurídica.” GEORG
JELLINEK, Teoría General del Estado, Ed. Oxford, México, 1999, p. 283. Igualmente de
importancia resulta transcribir la afimación de Carl Schmitt en el sentid que: “La volonté
générale se eleva a la dignidad divina y anula todas las voluntades particulares y todos
los intereses particulares, los cuales aparecen ante ella solo como un latrocinio. Por ello
no puede ser ya planteada la cuestión de los derechos inalienables del individuo y de una
esfera de libertad apartada de la injerencia de la volonté générale soberana. Tal esfera es
ilimitada por la simple alternativa de que lo individual o bien coincide con lo general, en
cuyo caso tiene un valor por causa de esta coincidencia, o bien no coincide, en cuyo caso
es nulo, sin valor y malo, corrompido y, en general, no constituye una voluntad digna de
consideración en sentido moral ni jurídico.” CARL SCHMITT, La Dictadura, Ed. Alianza,
Madrid, 1999, pp. 159-160.
27
HUGO GROTIUS, Le Droit de la Guerre et de la Paix, Ed. Presses Universitaires de France,
París, 1999, p. 105. En un sentido similar, pueden incluirse las palabras de Jean Louis de
Lolme, por cuanto

152 Iuris Tantum No. 18                                  Otoño-Invierno 2007


Artículo 136.- Esta Constitución no perderá su fuerza y vigor, aun cuando por
alguna rebelión se interrumpa su observancia. En caso de que por cualquier
trastorno público se establezca un gobierno contrario a los principios que ella
sanciona, tan luego como el pueblo recobre su libertad, se restablecerá su
observancia, y con arreglo a ella y a las leyes que en su virtud se hubieren
expedido, serán juzgados, así los que hubieren figurado en el gobierno emanado
de la rebelión, como los que hubieren cooperado a ésta.

Del contenido del artículo 136 constitucional en comento, vemos que la


Constitución no puede perder su fuerza ni vigor, ni aún en el caso en que ésta
viera su vigencia interrumpida por alguna rebelión. Por lo que ningún principio,
ni de derecho natural u otra índole, son susceptibles de ponerse por encima
de la Constitución en una acción que sería netamente anticonstitucional.
Podemos decir, a guisa de síntesis, que la Constitución es la Ley suprema
de toda la Unión, que no existe límite alguno expresamente establecido para
realizar una reforma a la Carta Magna, que una vez realizada la reforma, forma
parte de la misma Ley Fundamental, inviolable e inquebrantable por ningún
motivo. Ahora bien, establecido lo anterior, resulta importante establecer cual
ha sido la interpretación ortodoxa que en torno al control constitucional de las
reformas constitucionales han establecido nuestros tribunales, encargados de la
interpretación de la Constitución y de las leyes que de ella emanen.
Al respecto, es necesario establecer que en el presente punto se hace
importante el abordar el análisis, aunque sea breve de los criterios emitidos
por el Poder Judicial de la Federación con respecto a los temas menciona-
dos, en virtud de que si bien es cierto que el precedente judicial no tiene la
fuerza que podría tener en un sistema anglosajón, también lo es que México
ha adoptado un sistema particular con respecto a la jurisprudencia, haciéndola
obligatoria, ya sea por reiteración (cinco precedentes ininterrumpidos en el
mismo sentido) o por contradicción de tesis, en su aplicación por parte de
todas las autoridades judiciales inferiores al órgano que la emite, así como
a las autoridades judiciales estatales, e incluso administrativas, según lo es-
tablecido por los artículos 94 de la Constitución y 192 y 193 de la Ley de
Amparo. Por lo que aún cuando únicamente habremos de transcribir algunos
precedentes enunciativos, de lo sostenido por nuestros tribunales federales, sin
que por ello se limite el criterio de los mismos, resulta de gran relevancia
atender al contenido de los mismos. Los precedentes que se han escogido por
su ejemplaridad a la letra establecen:

CONSTITUCION FEDERAL. Es la Ley Suprema en la República que está por


encima de todos los mandamientos y rige cualesquiera que sean las autoridades
que en éstos intervengan.28

28
Precedente correspondiente al Pleno de la Suprema Corte, publicado en el tomo III, página
664 del Semanario Judicial de la Federación, Quinta Epoca.

Iuris Tantum No. 18                                  Otoño-Invierno 2007 153


CONSTITUCION, TODAS SUS NORMAS TIENEN LA MISMA JERARQUIA
Y NINGUNA DE ELLAS PUEDE DECLARARSE INCONSTITUCIONAL. De
conformidad con el artículo 133 de la Constitución de la República todos sus
preceptos son de igual jerarquía y ninguno de ellos prevalece sobre los demás,
por lo que no puede aceptarse que algunas de sus normas no deban observarse por
ser contrarias a lo dispuesto por otras. De ahí que ninguna de sus disposiciones
pueda ser considerada inconstitucional. Por otro lado, la Constitución únicamente
puede ser modificada o adicionada de acuerdo con los procedimientos que ella
misma establece.29

CONSTITUCION FEDERAL. SUS ESTATUTOS NO PUEDEN SER CONTRA-


DICTORIOS ENTRE SI. Las reformas a los artículos 49 y 131 de la Constitu-
ción, efectuadas por el Congreso de la Unión, no adolecen de inconstitucionalidad,
ya que jurídicamente la Carta Magna no tiene ni puede tener contradicciones,
de tal manera que, siendo todos sus preceptos de igual jerarquía, ninguno de
ellos prevalece sobre los demás; por lo que no se puede decir que algunos de sus
estatutos no deban observarse por ser contrarios a lo dispuesto por otros. La
Constitución es la norma fundamental que unifica y da validez a todas las demás
normas que constituyen un orden jurídico determinado y conforme a su artículo
133, la Constitución no puede ser inconstitucional; es un postulado sin el cual
no se podría hablar de orden jurídico positivo, porque es precisamente la Carta
Fundamental la que unifica la pluralidad de normas que componen el derecho
positivo de un Estado. Además, siendo “la Ley Suprema de toda la Unión”,
únicamente puede ser modificada o adicionada de acuerdo con las disposicio-
nes de la misma que en el derecho mexicano se contienen en el artículo 135
constitucional, y únicamente por conducto de un órgano especialmente calificado
pueden realizarse las modificaciones o adiciones, y por exclusión, ningún otro
medio de defensa legal como el juicio de amparo es apto para modificarla.30

CONSTITUCION, REFORMA A LA. AMPARO IMPROCEDENTE. Una vez


aprobada alguna reforma o adición a la Constitución General de la República
por el llamado poder reformador o constituyente permanente, que lo conforman
el Congreso de la Unión y las Legislaturas de los Estados, conforme al artículo
135 de la Carta Magna, pasa aquella reforma a formar parte del texto mismo de
la ley fundamental, que es la norma suprema de toda la Unión, en términos
del artículo 133; y como tal norma nunca puede ser inconstitucional, sólo deberá
ser corregida la existencia de alguna eventual reforma que se estime contraria
al espíritu del constituyente de Querétaro, por medio de otra reforma y por el
órgano de referencia. Sostener lo contrario, sería tanto como admitir que un
poder constituido, como lo es el Judicial de la Federación, asumiera funciones
de poder constituyente. Además, el juicio de garantías, conforme a lo dispuesto
por el artículo 103 constitucional, sólo procede contra leyes secundarias o actos
de autoridad (constituida) que vulneren o restrinjan garantías individuales y es

29
Tesis número XXXIX/90 del Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, publicado
en la página 17 del tomo V, Octava Epoca, del Semanario Judicial de la Federación.
30
Séptima Epoca; Instancia: Pleno; Fuente: Semanario Judicial de la Federación; tomo: 39;
página 22.

154 Iuris Tantum No. 18                                  Otoño-Invierno 2007


evidente que la ley suprema no puede, constitucionalmente hablando, vulnerar
las garantías individuales que ella misma establece.31

DEMANDA DE AMPARO CONTRA LAS REFORMAS A LA CONSTITUCION


FEDERAL. IMPROCEDENCIA DE LA. Si en la demanda de amparo, se reclama
la aprobación del decreto que reformó el artículo 27 constitucional, así como la
ejecución que las nuevas autoridades agrarias den a tales enmiendas y el juez
de Distrito la desecha con apoyo en la causal de improcedencia prevista en el
artículo 73, fracción XVIII, en relación con el artículo 1o. ambos de la Ley
de Amparo, su actuar es correcto; toda vez que en el artículo 103 de la Carta
Magna, se hace una enumeración limitativa de los casos en que procede el juicio
de amparo de donde se advierte que las reformas a los artículos de la propia
Constitución, no están contempladas dentro de los supuestos de procedencia de
juicio de garantías; por tanto, al ser este artículo limitativo y no enunciativo,
debe considerarse que se actualiza en la especie la causal de improcedencia
invocada.32

De la lectura de los precedentes supra transcritos, podemos apreciar


que la interpretación que han dado nuestros tribunales de la cuestión plantea-
da ha sido en el sentido doctrinario ya apuntado en líneas anteriores de que
la Constitución es la “Ley Suprema”, estando por encima de cualquier otra,
para lo cual, derivado de este principio de supremacía absoluta, las diversas
disposiciones constitucionales no pueden ser contradictorias entre sí. Esto en
razón de que, siendo la Constitución una norma sin igual jerárquico en nuestro
sistema jurídico, y no habiendo, según la interpretación de nuestros órganos
judiciales, ninguna disposición que haga parecer una desigualdad entre las
disposiciones constitucionales, los diversos artículos de la Constitución no
pueden ser contradictorios, sino que deben interpretarse armónicamente, unos
con otros. Ante tal panorama, tal como lo precisan los precedentes transcritos,
al no poder existir contradicción entre diversos preceptos de nuestro máximo
ordenamiento jurídico, uno no puede ser inconstitucional frente a otro.
Además, otro argumento para establecer esta imposibilidad de cuestionar
un precepto de la Constitución de inconstitucional reside en el hecho que el
único medio idóneo para modificar o derogar un precepto de la Constitución
es mediante la acción del Constituyente Permanente o derivado, por lo que en
esta óptica no procedería el juicio de garantías. Esto en razón de que el juicio
de amparo es un medio de control constitucional de las leyes, en donde la
interpretación del concepto leyes en el juicio de garantías ha excluido termi-
nantemente a la Constitución.

31
Tesis del Segundo Tribunal Colegiado del Décimo Sexto Circuito, publicada en el Semanario
Judicial de la Federación, tomo XI-junio, Octava Epoca, página 244.
32
La jurisprudencia transcrita, número XII.1o.J/5, fue emitida por el Primer Tribunal Colegiado
del Duodécimo Circuito y aparece publicada en la página 63, tomo 58, correspondiente a
octubre de 1992, del Semanario Judicial de la Federación, Octava Epoca.

Iuris Tantum No. 18                                  Otoño-Invierno 2007 155


De igual forma, y siguiendo el razonamiento previamente analizado,
un precepto de la Constitución, como lo es el artículo 103, no podría ser
el mecanismo implícito para derogar, aunque sea con efectos relativos, una
disposición constitucional, por estar ambos en la misma jerarquía, y mucho
menos si el instrumento adjetivo está supeditado por jerarquía a la disposi-
ción que se impugnaría, como es el caso de la Ley de Amparo. Así pues,
resulta que el juicio de amparo, tal como está diseñado, solo procede contra
actos de autoridad y leyes secundarias contrarias al Pacto Fundamental, mas
nunca contra un precepto constitucional de misma jerarquía, el cual no puede
ser contradictorio con los demás preceptos de la Carta Magna.
Lo anterior además del hecho que la reforma de un precepto de la Cons-
titución es en cierta manera la expresión de la voluntad soberana del pueblo,
ante la cual no habrá de imponerse ninguna norma de ningún carácter al me-
nos que este lo desee.33 Derivado de esto, nuestros tribunales han interpretado
que resultaría irracional que un órgano constituido, el cual debe obediencia a
la Constitución, pudiera declarar inconstitucional una reforma que ya forma
parte de la misma, subrogándose en las facultades atribuidas al Constituyente
Permanente, ya que el único mecanismo previsto dentro de nuestro sistema de
competencias constitucionales para reformar, derogar o adicionar la Constitu-
ción Política de los Estados Unidos Mexicanos, es el establecido en el artículo
135 de nuestra ley cimera, a través del actuar del Constituyente Permanente,
o poder reformador o revisor de la Constitución.
De todo esto podemos decir pues que según se desprende de los argu-
mentos antes señalados, reiterados por la interpretación jurisdiccional de la
Constitución, en lo relativo a la supremacía constitucional y a la posibilidad
de que un precepto de la Constitución sea inconstitucional, luego impugnable
mediante amparo, resulta jurídicamente imposible impugnar la constitucionali-
dad de un precepto de la Constitución puesto que una vez que entra en vigor
la reforma, forma parte de la misma y no pierde fuerza ni vigor, tal como lo
establece el artículo 136 constitucional. Esto, como ya se vio, debido al hecho
que la Constitución es suprema y sus disposiciones de igual jerarquía y co-
herentes entre sí. En seguimiento a esto, y considerando que la acción del
Constituyente Permanente representa la expresión de la soberanía del pueblo,
33
“Ningún derecho suprapositivo, ninguna concepción política sobre el orden, se convierte en
algo concreto y operativo mientras alguna fuerza política e histórica no la hace suya, la
defiende y la mantiene como concepción y convicción propias, y la traslada así a la realidad
política e histórica. Lo que importa pues es que, cuando el pueblo entra en acción como
poder constituyente, haya en él una conciencia jurídica viva, existan ideas operativas sobre
el orden y una voluntad ético-política de configuración, o, dicho más brevemente, que sea
portador de un “espíritu” que pueda articularse en instituciones, reglas y procedimientos y
que se configure de hecho así. Si no ocurre esto, entonces ningún postulado, por muy bien
fundado que esté, podrá establecer la validez o la vigencia de algo que no está en el pueblo
o en la nación como espíritu propio.” ERNST WOLFGANG BÖCKENFÖRDE, Estudios
sobre el Estado de Derecho y la Democracia, traducción de Rafael de Agapito Serrano, Ed.
Trotta, Madrid, 2000, p. 180.

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en quien reside por mandato de la Ley Fundamental, resulta dable concluir,
bajo las circunstancias expuestas, y de conformidad con las razones y presu-
puestos aquí señalados, que la impugnación de un precepto de la Constitución
constituiría un freno a la voluntad del pueblo, así como un impedimento a su
aspiración de realizar modificaciones a la Carta Magna acorde a los cambios
sociales; razón que estaría en la base de justificar la ausencia de límites que
se señala.

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