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A la g r a t a memoria de
D. Carlos Tomás de P e r e i r a Lahitte
BEATO. Respecto al culto de los santos hay que decir que las causas
de beatificación y canonización desde el año 1170 han quedado reser-
vadas a la Santa Sede. Habían sido en los primeros tiempos los obis-
pos los que permitían el culto de los santos: de los mártires (testigos
de la fe, por la cual habían derramado su sangre; y más tarde el de
los confesores (los que por la heroicidad de sus virtudes y sus milagros
eran dignos del honor de los altares). Para llegar a la canonización,
un santo primero tiene que ser declarado siervo de Dios y luego beato.
Es norma general en la Iglesia que las causas de beatificación y cano-
nización se reserven exclusivamente a la Santa Sede. Hay una dife-
rencia entre ambas: 1) la beatificación constituye un acto previo a la
canonización; 2) el culto del beato no se extiende a la Iglesia universal
sino en ciertos casos. En otros tiempos no se hacía distinción entre
santos y beatos; en la nueva legislación se distinguió formalmente la
beatificación de la canonización. Hay siervos de Dios que no llegan
más que a beatos. Tanto a la beatificación como a la canonización pre-
cede un proceso muy detallado: el actor es quien pide que se intro-
duzca la causa; el postulador es el que lleva entre manos la causa ante
el tribunal constituido al efecto; además, el tribunal al que la causa
está sometida consta de jueces que pueden ser uno o varios. Un car-
denal tiene el cargo de relator o ponente, debiendo referir en la con-
gregación plenaria o en la ordinaria cuanto le parezca favorable o
contrario a la causa. Existe también el llamado ¡yromotor de la fe. cuyo
oficio consiste en defender los derechos de la fe y exigir la observan-
cia de las leyes de la Iglesia en el proceso. El que redacta las actas y
las conserva se denomina notario. Se citan los testigos, quienes están
obligados a declarar lo que sepan sobre las virtudes, martirio o mila-
gros que se atribuyen al siervo de Dios. Por último, se hace una
severa y estricta selección de los documentos probatorios, excluyén-
dose los elogios fúnebres editados después de la muerte del siervo de
Dios, los testimonios dados por personas a ruego de sus amigos y las
historias o biografías, salvo que estén avaladas por documentos que se
exhiben en el proceso. Entre la canonización y la beatificación hay di-
ferencias: 1) la beatificación comporta consigo el permiso del culto, al
liamo que la canonización importa el mandato del culto; 2) en la beati-
ficación, por lo general, se limita el culto a una diócesis o ciudad u
orden religiosa; en la canonización el culto se extiende a toda la Tgle-
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CANÓNIGO. (Del latín "canonicus", que a su vez tiene que ver con
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este nombre a cada uno de los religiosos que con el prelado principal
formaban el definitorio para gobernarla y resolver los casos más graves.
MONJA. (Del latín "monacha. ae" y éste del griego "monajé": soli-
taria Y Religiosa de algunas de las órdenes aprobadas por la Iglesia
que se liga con votos solemnes y que por lo general vive en estricta
clausura, dedicada a la oración y a la penitencia.
MONJE. (Del latín "monachus, i" y éste del griego "monajós": soli-
tario). Individuo de una orden religiosa, sujeto a una regla común,
que vive en monasterios levantados fuera de la población.
PÁRROCO. (En latín "parochus, i". Esta voz no tiene nada que ver
con la palabra griega "paroikía", sino que se deriva del verbo parejo:
procurar, suministrar; de donde párojos: procurador. Párrocos se lla-
man los que proveen a los fieles de lo necesario para la salvación
eterna de sus almas). El canon 451 da la definición de párroco en estos
cabales términos: "Párroco es el sacerdote o la persona moral a quien
se ha conferido la parroquia en título con cura de almas, que se
ejercerá bajo la autoridad del Ordinario del lugar". Lo más seguro
es que hubo parroquias a partir del siglo IV. Sólo diócesis había al
principio, o sea, en los tres primeros siglos de la Iglesia. Los presbí-
teros residían en la ciudad episcopal y ayudaban al obispo en el régi-
men de la diócesis (que se llamaba entonces "paroikía"). Pero cuando
fue creciendo el número de los fieles se hizo necesario enviar a sa-
cerdotes a los lugares más apartados para que se les administrasen
los sacramentos, les celebrasen la misa (sobre todo los días festivos)
y les predicasen la palabra de Dios. De este modo fueron surgiendo
las parroquias rurales, aunque pasara aún bastante tiempo hasta lo-
grar su régimen definitivo. Mientras tanto en las ciudades episcopales
se dio el mismo fenómeno; creció el número de adictos a la nueva
doctrina y se levantaron templos para que también ellos asistiesen a
los oficios divinos, oyesen la predicación del Evangelio y recibiesen los
sacramentos; a este fin, los obispos nombraban sacerdotes, que no
tenían al principio carácter estable, pero que lo tuvieron hacia el si-
glo xi, en que empezaron a surgir las parroquias en las ciudades epis-
copales.
Ahora bien: el canon citado más arriba dice que la parroquia se
puede confiar a un sacerdote o a una persona moral; pero para esto
segundo se requiere un indulto especial de la Santa Sede: la persona
moral retiene la cura habitual de las almas, que ejerce la cura actual
por medio de un vicario designado al efecto. De más está decir que
para que alguien pueda ser nombrado válidamente párroco, tiene que ser
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SANTO. (Del latín "sanctus, i"). Parece que la palabra santo origi-
nariamente significaba ligado, destinado, adherido.consagrado a una
cosa o persona. Por tanto, santificar una cosa o persona es dedicarla
a Dios y a su culto. En el Levítico 11,44 se lee: "Yo os separé de los
demás pueblos... vosotros me seréis adictos" (santos). Por tanto,
santo es el consagrado al Señor. Pero como había entre los verdaderos
adoradores de Dios quienes eran más virtuosos y de más puras costum-
bres y que eran más exactos en el cumplimiento de sus deberes se dio
el nombre de santos a los que practicaban las virtudes en grado heroi-
co. Ahora bien; el hecho de profesar el verdadero culto no implica
necesariamente la santidad de costumbres. La santidad conviene a Dios
y al hombre de un modo distinto. Dios es santo por esencia. Dios se
opone al pecado y a todo lo que puede ofender la pureza de su culto;
la santidad en el hombre consiste en el cumplimiento exacto de la
voluntad de Dios, en la aversión a todo lo que El prohibe y en el aca-
tamiento a todo lo que manda. Descendiendo más en particular a la
santidad en el hombre, decimos que un alma es santa porque está san-
tificada por el bautismo y por ende habita la Santísima Trinidad en
ella y decimos que es santa con santidad heroica cuando ha vivido el
bautismo hasta sus últimas consecuencias, lo cual supone aversión total
al pecado y práctica en grado sumo de las virtudes, sobre todo de las
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SANCTUS. (Es lo mismo que trisagio. del griego "tris", tres veces,
y "agios", santo). Es una fórmula de alabanza dirigida a Dios que se
halla ya en el Antiguo Testamento (Is. 6,3). La Iglesia la conservó
en su liturgia y se dice al final del prefacio y antes del canon. Es de
origen apostólico. En Moral se enseña que el que llega al Sanctus toda-
vía oye misa, pero no cumple el precepto en los días festivos, en los
cuales urge la obligación de oír misa entera.