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El viaje de la China Iron

DOLORES, 03.07.18.- Tómese la biblia criolla, el poema nacional, el personaje prototipo de la


patria y hágalo pasar por un prisma hasta que se descomponga en varios haces de luz (la
mención al arco iris no es casual).

Tómese el menos luminoso de los personajes y hágase de ella una protagonista.

Tómese el desafío de construir un lenguaje nuevo, tal como aceptó el modelo original,
súmesele el humor como principio constructor -o deconstructor- y produzca un universo
lingüístico y narrativo.

Gabriela Cabezón Cámara hace todo esto -y algunas cosas más- con Las aventuras de la China
Iron a partir de una lectura subversiva del Martín Fierro que, por otra parte, reafirma el poder
de la literatura para trabajar la modificación de la realidad social. Libro sobre libro que
desarma las perspectivas sobre el género y la sexualidad tal como el antecesor desarmaba las
perspectivas sobre la clase baja rural antes de que se la sublimara -literatura mediante, oh
casualidad- en estereotipo lugoniano.

La mujer de Martín Fierro, y Elizabeth, la esposa del inglés zanjiador, parten, luego de la
famosa “arriada de mi flor”, Tierra Adentro con el declarado propósito de ir a buscar a sus
hombres. En una carreta inverosímil -que da el tono de la estrategia narrativa- protagonizan la
parte pampeana de esta road movie -a gusto de esta lectora, la mejor- que implica también un
bildungsroman por cuanto la inglesa va educando a la chinita y abriéndole un mundo como
una posibilidad de escape al de la estancia y su barbarie. No es sólo una “educación a la
europea” como cualquier novela decimonónica de buenos salvajes, sino una apertura a la
dimensión del cuerpo y la sexualidad que continuará en toda la novela y abarcará a todos los
personajes, incluyendo al asexuado protagonista hernandiano. En parte, Cabezón Cámara lo
hace a partir de la puesta en escena todos los chistes de estudiantes sobre sus relaciones con
Cruz y la cautiva, y les da una dimensión narrativa a partir de la afirmación del humor como
constructor de realidades.
La segunda parte será el viaje a la utopía realizada, al Dorado, a la Ciudad de los Césares y a la
reconstrucción de la América como el punto de concreción de los deseos y las fantasías de un
mundo armónico que transitaron buena parte de los relatos de la conquista. Una utopía que es
precisamente un no-lugar por cuanto es un lugar en movimiento, un cambio permanente, una
posibilidad eternamente abierta. Un punto de llegada que ha dejado de ser un yo -el de la
China Iron- para ser un nosotros fugitivo. El viaje se ha transformado, entonces, en la forma de
ser, y el nosotros, una suerte de Heráclito sudamericano que afirma en el devenir su ser:
“Imagínense un pueblo que se esfuma, un pueblo del que pueden ver los colores, y las casas y
los perros y los vestidos y las vacas y los caballos y se va desvaneciendo como un fantasma:
pierden definición sus contornos, brillos sus colores, se funde todo con la nube blanca. Así
viajamos”.

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