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LA ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA

DURANTE LA EDAD MEDIA

Introducción a la religiosidad en la Edad Media

Pensar en el concepto de "religiosidad medieval" resulta


tremendamente complicado si hablamos por ejemplo, de
España, país donde durante siglos convivieron tres
religiones: la cristiana, la musulmana y la judía, no
siempre de forma armoniosa ni pacífica, en un mundo que
se estaba redefiniendo y reestructurando tras la
disolución del Imperio Romano y las invasiones bárbaras
en el ambiente general, y la reconquista y las cruzadas en
el particular.

Además, la religiosidad es definida como una práctica


individual y por tanto repleta de especificidades
concernientes a cada persona así como a una cultura o
sociedad determinada.

Las tres religiones

No cabe duda que durante siglos, la coexistencia de las


tres religiones fue aceptada por unos y por otros, dando
lugar a un enriquecimiento social, cultural y lingüístico
pleno de matices del que hoy en día podemos gozar sin
miedo a decir que somos afortunados.
Desgraciadamente, causas políticas en todo el mundo
occidental, fueron la razón del empeoramiento de las
relaciones e incluso marcaron el fin de la presencia árabe
y judía en el continente, dando paso a la preponderancia
de una de ellas: la cristiana.

La Edad Media es la etapa histórica en la que la iglesia


cristiana de occidente tuvo un mayor desarrollo
organizativo y doctrinario además de ser el tiempo en la
que se fundaron la mayoría de sus órdenes, que aunque
de distintas naturalezas, pasaron a formar parte de la gran estructura que suponía la institución
eclesiástica.
Siendo la sociedad medieval profundamente religiosa, debemos suponer la influencia que no sólo
los clérigos sino también las monjas y las altas esferas eclesiásticas, tuvieron. En política, la
participación de la Iglesia también fue clara. Como puede leerse en el apartado de "política
medieval", la disputa de las dos espadas o la referida a la preponderancia del poder espiritual
frente al terrenal, terminó en el siglo XI con una de las más profundas reformas de la Iglesia.

Desde el punto de vista cultural, era también el clero el máximo exponente, estando en sus manos
la producción intelectual sobre todo gracias las traducciones y las transcripciones, esenciales para
que hoy en día podamos conocer aquellos siglos.

Tras la Reconquista, la Iglesia aumenta su poder en España. Así, participa en la nueva


organización social y política del país, conservando su estructura de la época visigoda, recordando
por tanto a San Isidoro -arzobispo de Sevilla durante más de tres décadas- quien hoy en día es
considerado como el creador de la Iglesia española en la época visigoda y que será la base
organizativa en la etapa medieval.

Las obras de San Isidoro, canonizado en 1528, fueron leídas durante la Edad Media, llegando
incluso su influencia al Renacimiento. Entre ellas destacamos Etimologías- obra que resume el
saber de los clásicos- pero siendo un hombre tan prolífico, también escribió obras filosóficas,
históricas, lingüísticas o literarias.
Cruzadas y Peregrinaciones

Las Cruzadas y las peregrinaciones suponen la máxima expresión del espíritu cristiano de
occidente. En el primer caso, el Papado, con los caballeros y señores a la cabeza, marcharon a
oriente con el fin de reconquistar Palestina, la Tierra Santa mientras que las peregrinaciones -
llevadas a cabo por diferentes motivos como, por ejemplo, el de redimir una culpa o pecado-
supusieron un acercamiento más pacífico con la religiosidad. Tres fueron las vías de peregrinación
más importantes de la época: Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela.

Órdenes Religiosas

Las dos órdenes más destacadas de la Edad Media fueron sin lugar a dudas la cluniacense y la
cisterciense, esenciales a la hora de entender la evolución no sólo religiosa sino también social y
sobre todo cultural de la cristiandad medieval, pero también la franciscana y la dominica, éstas
últimas basadas en la cercanía a la sociedad, la pobreza y la austeridad como forma de entender
los sufrimientos que padeció Cristo y así poder estar más cerca de la religiosidad que practicó.
Monasterios: monjes y monjas

En la Alta y Plena Edad Media los centros religiosos más influyentes fueron los monasterios,
centros de oración y trabajo pero también del saber, donde las distintas órdenes monásticas
llevaban-según los principios que les guiaban- a cabo sus quehaceres diarios, donde las
actividades manuales eran tan importantes como las espirituales. Así lo estableció San Benito de
Nursia quien va a poner los pilares de un movimiento monástico esencial para la religiosidad,
cultura y política de los largos siglos de la Alta y Plena Edad Media.

Con la llegada del feudalismo- nueva organización social y política consecuencia sobre todo de la
reconquista y las cruzadas- los monasterios adquirieron ventajas sobre las tierras colindantes por
lo que los campesinos debían trabajarlas. Los monasterios podían ser masculinos, femeninos o
dúplices-donde ambos desarrollaban su vida diaria en el mismo edificio pero en zonas separadas-.

Fue precisamente el sexo femenino el más representado, estudiado e interpretado por la religión
pero fue, al mismo tiempo, el más devoto y el que hoy en día supone más estudiado. Así, la
religiosidad femenina, ha dado lugar a multitud de estudios entre los que destacan aquellos que
analizan la producción cultural de las mujeres en los monasterios, las beguinas- comunidades
laicas pero que llevaban a cabo ayuda asistencial y médica, como haría cualquier monja- y los que
afirman que eran precisamente ingresar en eso lugares, los monasterios, la única forma en la que
la mujer medieval que no quería casar, estuviese lejos de la dominación masculina.

La Inquisición

La Inquisición ha sido uno de los elementos más oscuros del Medievo. Puesta en marcha en
nuestro país por los Reyes Católicos, como instrumento religioso pero también de político, con el
fin de acabar con el problema de los conversos, sólo tuvo autoridad, al principio, sobre los
cristianos, pero los judíos se vieron también amenazados por ella poco después a pesar de que
Isabel la Católica, intentó protegerlos. El cambio se produjo cuando Torquemada llegó al cargo de
inquisidor general y tras el edicto de expulsión total de los judíos de la Península.

(Autora del texto del artículo/colaboradora de ARTEGUIAS:


Ana Molina Reguilón

El papel de la Iglesia en la Edad Media

La Edad Media es un periodo inabarcable por definición. Bajo el concepto "medieval" se cobijan
más de los mil años de historia que comprenden el paso de la Antigüedad Tardía (313-800) a la
Edad Moderna, cuyo arranque podemos fijar en el siglo XV. Como es de imaginar, el Medievo
integra numerosos y trascendentes acontecimientos que contradicen la concepción de estos siglos
como insignificantes y oscuros en contraposición al brillo renacentista.

En todos estos hitos de la Edad Media, la Iglesia tendrá un papel fundamental, ya sea la romana o
su pars orientalis, es decir, Bizancio. La sociedad medieval se considera una proyección de la
voluntad de Dios, por ello, resulta una tarea extremadamente ardua concebir la Edad Media sin la
existencia de la Iglesia.
Los orígenes del Pontificado (ca. 67-ca. 535)

Con independencia de las afirmaciones del origen del Papado que encuentran su fundamento en el
texto de San Mateo en el que Cristo señala a Pedro como la piedra sobre la que construirá su
Iglesia, históricamente, los primeros documentos que hablan de alguna forma de la primacía de los
obispos de Roma nos lleva a finales del siglo I y, sobre todo, a finales del siglo II.

San Pablo visita a San Pedro en la Ciudad Eterna, a la que había llegado en torno el año 56, en el
que será el Primer Concilio de la Historia. De entre los sucesores próximos a San Pedro tras su
martirio hacia el 67, es Clemente quien empieza a dar una prueba de la primacía de Roma cuando
los cristianos de Corinto se dirigen a él para que se pronuncie sobre una disputa. Ya durante el
siglo II, San Ignacio de Antioquía afirma la superioridad de la Urbs frente a las demás iglesias
cristianas. En el año 296 se utilizará por primera vez la palabra Papa (derivada del griego
pappa=padre), como referida al obispo Marcelino. El Edicto de Tesalónica, en el año 380, dictado
por Teodosio, convierte al Cristianismo en la religión oficial del Estado.
La formación de la Europa cristiana

Entre los siglos II-VII se configurará el pensamiento, la sociedad, la cultura y la moral cristiana con
los axiomas de los Padres de la Iglesia. Su objeto de estudio radica en la fe y el conocimiento de
Dios. Una excesiva búsqueda de conocimiento provocó el inicio de una de las mayores herejías del
Cristianismo naciente: el gnosticismo. Entre las primeras herejías, cabe destacar el arrianismo,
religión que asumirán los visigodos. Ilustres personalidades, como San Agustín o San Martín
Dumio fijaron algunas líneas de actuación cara a las masas populares todavía dominadas por
afinidades paganas. Parroquias de fundación episcopal e iglesias propias erigidas por los grandes
propietarios se encargan de ir ejerciendo la labor pastoral.
El Edicto de Tolerancia dado en Milán por Constantino en el año 313 abre una nueva época para el
Cristianismo y, en particular, para el Pontificado. La primacía romana es defendida ardorosamente
por algunos de los pontífices más relevantes de los siglos IX y V, de entre los que destacan San
Dámaso, San León I y Gelasio I. A este último se le atribuye la autoría de una carta que esclarece
las relaciones que durante la Edad Media serían las relaciones entre el poder imperial y el pontifico
mediante la teoría de las dos espadas: el Papa ostenta la espada espiritual frente a la temporal del
emperador, estando llamadas a colaborar mutuamente por ser ambas de origen divino. Ya el
emperador Valentiniano III, en 445, afirmó que el deber del emperador residía en la protección de
la fe cristiana.

La desaparición del imperio romano de Occidente afectó profundamente al ejercicio del poder
pontificio, que había conocido una gran expansión al amparo de los últimos emperadores. La
fragmentación de Occidente bajo la influencia de distintos jefes bárbaros supuso la radical pérdida
de autonomía de los papas, que fueron nombrados y depuestos al antojo del monarca ostrogodo
de turno. Por si fuera poco, las relaciones políticas y eclesiásticas con Oriente se van complicando.
En el Concilio de Calcedonia, 451, sin negar la primacía romana, se le da un gran reconocimiento
al patriarca de Constantinopla.

Con la colaboración de los poderes políticos, la Iglesia va anexionando las poblaciones de una
Europa cuyo mapa se va diseñando a la par de su estructura diocesana y parroquial. La conversión
de los reyes godos -Recaredo, Clodoveo- conlleva el establecimiento de nuevos reinos cristianos.
La vida social se liga a los sacramentos -el bautismo, por ejemplo, se empieza a convertir en una
carta a la ciudadanía- y se van popularizando las vías de piedad.

El Papado y la dinastía carolingia

En el 739, el pontífice Gregorio III promueve las negociaciones para dar lugar a una alianza con
Carlos Martel, un franco que une su suerte y la de sus descendientes al Pontificado durante más
de un siglo cuando en el 732 derrote a los musulmanes en la Batalla de Poitiers. Esta victoria ha
sido interpretada como el fin de la expansión islámica en Occidente.
Pipino, hijo de Carlos Martel, pacta una nueva coronación solemne con presencia pontificia que le
legitime su ascenso al trono, a cambio de que los francos intervengan contra los lombardos, una
amenaza que deja a Roma en tierra de nadie. La recuperación de los Estados Pontificios, que
abarcaban desde el sur de Venecia al puerto de Ancona, se encarna con la entrega de las llaves
de los territorios reconquistados y su colocación sobre la tumba de San Pedro en 756.

León III, como otros papas que se erigen como mentores morales tras la caída de la autoridad
imperial romana desde el 476, desempeña un importante papel en el acontecimiento político más
importante del Medievo: la coronación imperial de Carlo Magno, hijo de Pipino, en la Navidad del
800. El "Renacimiento Carolingio" supone el primer intento de unidad político-religiosa de la
cristiandad occidental. La exaltación, rayando en la mitificación, de sus preocupaciones misionales
y religiosas, sus virtudes personales y sus victorias guerreras, llega a ensombrecer la figura
pontificia, cuya inmersión en asuntos temporales había creado circunstancias favorables a su
descrédito.
El siglo X recibirá el nombre de Siglo de Hierro debido a que será la época más negativa del
Pontificado. El solio apostólico se llena de personajes de escasa formación y peor catadura moral a
pesar de la voluntad de Otón III (984-1002) de devolver a Roma el prestigio de tiempos ya remotos,
deseo que se ve frustrado por su pronta muerte. Este declive durará hasta mediados del XI,
cuando comiencen a producirse los primeros síntomas de voluntad reformadora.

La época de las Reformas

El fenómeno mediante el que el Pontificado alcanza su plenitud en el siglo XII es conocido como
"Reforma gregoriana", ya que se identifica con la figura de Gregorio VII, un antiguo monje
cluniacense, si bien se vio propiciada por monjes precedentes.

Será este quien establezca un programa reformador -el Dictatus Papae- que se centra en la
supremacía del poder espiritual frente al temporal. La vida eclesiástica, minada por vicios como la
simonía o el nicolaísmo, experimentó un profundo saneamiento.
Las órdenes mendicantes (dominicos y franciscanos) serán la respuesta a los nuevos problemas y
requisito de la Europa del momento, surgidas con el desarrollo urbano y el renacimiento cultural
para combatir eficazmente le herejía, como los movimiento valdense y cátaro, alcanzando éste tal
proyección que amenazaba con erigirse como una iglesia paralela a la romana. El montaje de un
metódico aparato judicial, la Inquisición, consigue aplastar la herejía, pero no las ansias de
Reforma.

La renovación experimentada por el monacato benedictino, a través del movimiento cluniacense,


dotó a los pontífices de colaboradores procedentes de estas órdenes, que se caracterizarán por su
eficacia y celo hacia sus obligaciones. De los medios monásticos surgieron los principales autores
de tratados y escritos de espiritualidad, mística y moral o hagiográfica. Para ilustrar la
inconmensurable trascendencia que tuvo el ideal cistercense, fundado por San Bernardo, basta
señalar que a su muerte en 1153 tenía la Orden 343 abadías. A mediados del siglo XIII, en su
movimiento de máxima expansión, contaba el Císter con unas 700 abadías masculinas y casi otros
tantos establecimientos de diversa índole en su rama femenina.
Dentro de la ortodoxia, la voluntad de pureza origina entre la sociedad no eclesiástica una
tendencia a imitar la vida monástica y el redescubrimiento del mensaje evangélico prístino y
cercano a Cristo. La aparición de la Escolástica, con sus grandes figuras -Santo Tomás de Aquino
o su tutor San Alberto Magno- se configura como la más sobresaliente expresión del renacimiento
cultural de Europa, así como la recuperación del caudal cultural de la Antigüedad.

La Proclama de la Primera Cruzada en el Concilio de Clermont Ferrand por Urbano II en 1095,


evidencia que el Papa había alcanzado un poder de convocatoria inaudito hasta entonces que
hace que acudan a su llamada príncipes y barones de todas las procedencias para participar en la
recuperación de los Santos Lugares. Este mismo ardor es el que mueve a los impulsores de la
Reconquista, cuya aspiración es la de toda la Cristiandad. En el siglo XI, la mayor parte de Europa
continental era católica: desde Rusia occidental y Bulgaria hasta España, norte de la movediza
frontera islámica.

La pugna de los poderes

A lo largo del Medievo, los enfrentamientos entre el poder temporal y el espiritual adquirirán una
gran virulencia. En principio será la Guerra de las Investiduras (1073 y 1122) la que opondrá a
soberanos alemanes como Enrique IV y papas de la talla de Gregorio VII. El conflicto pasaría por
múltiples episodios de los más impactantes, como la excomunión del emperador, la invasión de
Italia, el nombramiento de un antipapa de designación imperial y la consiguiente huida de Gregorio
VII al sur de la península. La solución llegará con el Concordato de Worms en 1122, por el que se
estable la distinción entre investidura espiritual y temporal para los obispos alemanes.

En 1152, accede al trono imperial Federico I Barbarroja. El choque con Alejandro III, debido a sus
aspiraciones subyugadoras del poder papal, no se hacen esperar. Con la ayuda de las ciudades
que habían formado la Liga Lombarda, el Papado vence al soberano en la batalla de Legnano
(1176).

Fue Inocencio III (1198-1216) quien consiguió que la autoridad pontificia fuera incuestionable. La
deposición de Raimundo VI de Tolouse, protector de los herejes cátaros, o la rectificación del
monarca inglés Juan Sin Tierra, que se reconoció como vasallo de Roma, dan muestra de la
apoteosis de la teocracia pontificia que se había conseguido. En el 1215 se celebra el IV Concilio
de Letrán, hito que se convierte en una referencia clave a la hora de establecer una solución
canónica a problemas de la más variada índole.
El siglo XIII será la guerra abierta entre güelfos -partidarios de la preeminencia Papal- y gibelinos -
defensores del Emperador-. Las luchas de Federico II de Alemania con una serie de papas
marcaron el punto álgido de las hostilidades entre los dos poderes. El prestigio de la Iglesia quedó
aún más dañado cuando este choque se produzca contra las monarquías emergentes, como
ocurrió con Bonifacio VIII y el rey Felipe IV de Francia, que consideró inaceptable la pervivencia de
determinados privilegios eclesiásticos. A la muerte del vilipendiado Papa, la influencia francesa en
Roma quedó fortalecida.

Como resultado de esto, la más dramática quiebra de la teocracia pontificia ocurre del 1300: el
desplazamiento de la sede pontificia de Roma a Aviñón -y la consiguiente supeditación de
Clemente V al rey- durante buena parte del siglo XIV, el posterior Cisma de Occidente y, por último,
la puesta en cuestión de la autoridad papal por los concilios del siglo XV, como el Concordato de
Viena, fueron heridas que la sede romana difícilmente podrá sanar.

La Corte Pontificia se había convertido a finales del siglo XV en un lugar caracterizado por todos
los excesos imaginables en cuanto a lujo y ostentación debido al compromiso que adquiere con las
artes. Estos excesos, particularmente escandalosos con Alejandro VI e Inocencio VIII, unido a la
incompetencia y corruptela que irradia la figura papal, darán origen a la división definitiva de la
Iglesia. Las 95 tesis de Martín Lutero inician el camino de la Reforma Protestante.

(Autora del texto del artículo/colaboradora de ARTEGUIAS:


Mireia García Sanz)
El papel del Papado en la Edad Media

La primacía religiosa del Papado

Ya durante el Bajo Imperio romano asistimos a la


popularización de las tendencias monoteístas, e incluso, en
filosofía, de la mano de los neoplatónicos Plotino y Porfirio,
de monismo: Así, "el Uno, Dios transcendente, se
manifiesta y actúa a través del Demiurgo para crear y
gobernar el mundo [...]". Lo mismo que hay un único Dios a
la cabeza del Universo, (fuera Júpiter, el Sol Invicto o el
Dios cristiano), así en la tierra, el emperador es cabeza
suprema: el emperador, «investido de la imagen de la
monarquía celeste, levanta su mirada hacia lo alto y
gobierna regulando los asuntos del mundo (imitando) la
soberanía del soberano celeste. Al rey único sobre la tierra,
corresponde el Dios único en el Cielo".

Dado que Dios le había dado el poder, era Dios quien


actuaba a través del emperador, por lo cual, el origen de las
actuaciones del emperador estaba en Dios, de manera que
el emperador podía incluso intervenir en el gobierno de la
Iglesia. El emperador era el vicario de Dios, mediador entre
Dios y los hombres, según la doctrina imperial.

Sin embargo, la Iglesia había sido fundada, no por la


voluntad humana, sino por la divina. Si la Iglesia era un
cuerpo corporativo y con personalidad jurídica que debía
ser orientado y gobernado, se precisaba entonces de una
cabeza: ¿Cuál sería esa cabeza?; Según el Evangelio de
San Mateo (16, 18 -19), Cristo le dice a Pedro, "Y yo te digo
a ti que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi
Iglesia" y "Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y
cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto
desatares en la tierra será desatado en los cielos". Pedro,
así, habría recibido poderes directamente de Cristo,
convirtiéndose en pastor y cabeza de la Iglesia (Pedro, apacienta a mis ovejas, San Juan, 21, 17-
18). Según la Carta a los Corintios escrita por Clemente I (91 - 101), éste habría recibido, en Roma,
del propio Pedro, la consagración como papa18. Siguiendo el principio romano de sucesión
universal, todo papa recibe del anterior la potestas ordinis, - que comprende el cargo eclesiástico -,
pero los poderes, las funciones gubernamentales, la potestas jurisdictionis, la reciben directamente
de San Pedro, de manera que el Papa es un vices Christi.
En su función de pontífice y en virtud del principio jurídico romano del derecho de sucesión, el
Papa se equipara a Pedro al tener la consortium potentiae, es decir, al existir una asociación de
poder entre Cristo y Pedro-papa: Es Cristo quien ha dado a Pedro, y a sus sucesores, el poder de
atar y desatar en el Cielo y la Tierra, por lo cual es él el auténtico pontífice, el intermediario entre
Dios y los hombres. Dios distribuye el poder, dándoselo a Pedro que es piedra sobre la que se
apoya la Iglesia, de manera que la comunidad de creyentes no es la que da el poder al Papa, sino
que el Papa la recibe de Dios, siendo la comunidad la que depende de él.

Por su parte, durante el pontificado del Papa Alejandro I (109 - 116), San Ignacio de Antioquia
dirigió una epístola a la Sede apostólica en la que se señala que Eoma "está puesta a la cabeza de
la caridad", de lo que se dedujo que a la sede romana le correspondía ser cabeza de la Iglesia, si
bien, será en tiempos de San Víctor I (189 - 198), cuando quede sentado el principio de que, en
cuestión de fe y de costumbres, es a Roma a la que corresponde resolver las cuestiones, llegando
a excomulgar a las iglesias de Asia Menor por seguir celebrando la Pascua de Resurrección el 14
de Nissam, ignorando lo prescrito por el papa Aniceto (155-166), respecto a las fechas de
celebración de la misma. Inocencio I (401 - 440), reivindicará para el obispo de Roma el papel de
árbitro en las disputas entre obispos, papel preeminente que León Magno (440 - 492) logrará
consolidar, especialmente, tras disuadir a Atila de saquear Roma. Tenemos, en definitiva, que a lo
largo de la Antigüedad tardía, la posición del Papado se ha ido reforzando, tanto desde el punto de
vista eclesial, como político.
Relaciones entre el Papado y el poder civil

Ya desde los primeros tiempos, la literatura cristiana contemplaba la existencia de dos poderes
distintos, uno terreno, el emperador, y otro supraterreno, el de Dios. Así, en una oración por el
poder civil del año 96, atribuida al Papa Clemente I, se afirma que es Dios el que ha dado a los
emperadores la potestad del gobierno, que es el Señor quien otorga la «dignidad, gloria y virtud
sobre todas las cosas de la tierra» y ruega dé a los cristianos «docilidad para obedecer en tu
Nombre, que es Santo y Todopoderoso, a nuestros gobernantes y jefes sobre la
tierra» Efectivamente, los autores cristianos, basándose en la respuesta que da Jesucristo a
Pilatos, «no tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto», van a concluir
que el poder es concedido por Dios; al fin y al cabo, si Dios es el máximo poder, la Omnipotencia,
resulta lógico pensar que el poder que tiene el emperador no lo ha conseguido por sus exclusivos
méritos, sino por la voluntad de Dios, pues «no hay autoridad sino bajo Dios; y las que hay, por
Dios han sido establecidas» (Rom. XIII, 1-7), por eso, «adoro solamente al Dios verdadero y real,
sabiendo que el emperador ha sido constituido por Él» (Teófilo de Antioquía, Ad Autolycum, II, 11)

Dado que es Dios el que concede el poder, cualquier resistencia al mismo es, en realidad,
resistencia a la voluntad de Dios y por eso, «todos han de estar sometidos a las autoridades
superiores» (Rom. XIII, 17) y aunque, «adoramos sólo a Dios», «os servimos a vosotros alegres
en todo lo demás, reconociendo que sois reyes y príncipes de los hombres y rogando al mismo
tiempo que, juntamente con el poder regio, recibáis inteligencia prudente» (Justino, Primera
Apología, XVII). Ahora bien, los magistrados, los emperadores, son ministros de Dios para el bien,
de manera que «el emperador no es Dios, sino un hombre constituido por Dios en su
lugar» (Teófilo de Antioquía, Ad Autolycum, II, 11) no para ser reverenciado, sino para que «ejerza
juicio justo», « para que el Poder que de Ti les vino lo ejerzan en paz y con mansedumbre y
penetrados de tu santo temor» (Clemente Romano a los Corintios, 60, 4; 61, 1-3). Por tanto, la
dignidad imperial es un oficio, un ministerio que se ejerce al servicio de la justicia de Dios: Por eso,
San Ambrosio, obispo de Milán, excomulgará en 390 al propio emperador Teodosio, en lo que
constituye una de las más notorias y tempranas tensiones político-religiosas entre poder pontificio y
poder laico, de tantas como menudearán a lo largo de la Edad Media, especialmente con los
titulares del Sacro Imperio Romano-Germánico.

La Teoría de los Dos Poderes o de las Dos Espadas

Un rey o un emperador cristiano ejerce, como hemos mencionado, un oficio, un ministerio, y por
ello, la Iglesia, y más aún el Papa, como auténtico vicario de Cristo en la tierra, tiene derecho a
intervenir, en caso de que el mismo no cumpla con dicho ministerio.

Ahora bien, Gelasio I (492 - 496) distingue entre potestas - que ostentan los emperadores - y
la auctoritas - que pertenece a los papas -: El poder laico tiene poder para hacer, pero los papas
tienen autoridad moral para censurar las actuaciones de los poderes laicos. Surge así la teoría de
los dos poderes o las dos espadas, por la cual, si bien la Iglesia y el Papado obedecen las leyes
promulgadas por el Emperador, éste ha de respetar la autoridad del Papado en lo tocante a
cuestiones de orden religioso y moral - como por ejemplo, el nombramiento de los obispos por
parte del Papa, origen de la conocida como Querella de las Investiduras -.

Así lo pone de manifiesto en su carta al emperador Anastasio: «Hay dos poderes que gobiernan el
mundo: la autoridad sagrada de los pontífices y la potestad regia. [..] Tú sabes, mi muy clemente
hijo, que si gobiernas al género humano por tu dignidad, inclinas sin embargo la cabeza ante los
prelados en las cosas divinas [...], (has de) estar sometido al orden religioso más que dirigirlo, [...] y
si en todo lo que concierne al orden público los prelados reconocen la autoridad del imperio, - que,
(no obstante), ha sido conferido por una disposición sobrenatural, (es decir, por Dios) -, y han de
obedecer sus leyes [...], con más razón debe(s) obedecer al prelado de esta sede (Roma) que la
divinidad suprema ha querido poner a la cabeza de todos los padres» .

Los Estados Pontificios

Ahora bien, mantener la independencia del Papa respecto a los poderes laicos, exigía también
autonomía material y jurídica: El Papa no podía ser súbdito de ningún monarca, dado que era
padre y árbitro de todos. Surge así, supuestamente a finales del S. V, la "Leyenda de San
Silvestre" y la Donación de Constantino: En un contexto en el que la doctrina gelasiana ganaba
fuerza, nace esta leyenda que relata la conversión de un Constantino que, arrepentido de sus
pecados, se arroja a los pies del papa y se despoja de los emblemas imperiales, entregando al
pontífice lo que después será conocido como Estados Pontificios.

A fin de asegurar las bases materiales de los Estados Pontificios, y con ello, la autonomía respecto
a los poderes laicos, el Papado, especialmente desde Gregorio I Magno, preocupará dotarse de
tierras, especialmente a partir de donaciones voluntarias de los fieles.
Será también Gregorio I el que impulse la actividad misionera, logrando con ello, constituir nuevas
sedes episcopales, ligadas directamente al pontífice y con capacidad para contrarrestar a las
sedes orientales, refractarias a aceptar la autoridad romana. Así mismo, se preocupará de
estrechar lazos religiosos, políticos y jurisdiccionales de las nacientes monarquías germánicas,
especialmente con los reyes francos, a fin de sacudirse la dependencia respecto a los
emperadores de Oriente, llegando los Papas a arrogarse la potestad de coronar emperadores, en
tanto en cuanto, según la leyenda de San Silvestre, habría sido precisamente el Papa, el que
habría recogido las insignias imperiales que Constantino arrojara.

(Autor del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:


Jorge Martín Quintana)

Vida Monástica. El Monacato y la vida en los monasterios

El largo camino que durante la Edad Media recorre la vida monástica (vida de retiro espiritual) se
inicia en Oriente allá por el siglo IV y llega a Occidente alrededor de un siglo después.

Aunque el monacato céltico tuvo gran importancia entre los


siglos VI y VII, no cabe duda de que para la Europa medieval,
fue la regla bendictina la que mayor transcendencia va a tener
en la historia de Occidente.

San Benito de Nursia va a poner los pilares de un


movimiento monástico esencial para la religiosidad, cultura y
política de los largos siglos de la Alta y Plena Edad Media.

Por ello en este artículo sobre la vida monástica medieval, nos


centraremos en el monacato benedictino.

El papel de la Vida Monástica en el Monacato Benedictino

En tiempos de San Benito, la vida cotidiana del monje se


dividía en:

 Trabajos manuales
 Rezos en comunidad
 Lectura devocional privada.

Los trabajos eran completamente necesarios en una primera


época para lograr la supervivencia material de la comunidad
monástica. Entre estos trabajos manuales, era importantísima
la labor agrícola.
No obstante, se va a producir una paradoja con respecto a los monjes y que se repetirá
cíclicamente a lo largo de toda la Edad Media.

Tal paradoja es que aquellos valerosos piadosos que se retiraron de la vida mundana para
alcanzar la perfección espiritual, renunciando a riquezas y placeres, pronto serán considerados por
la sociedad como hombres santos a los que hay que proteger y "mimar" a cambio de que recen por
los pecadores.

La mayoría de los monarcas y magnates medievales hicieron bastísimas donaciones a los monjes
para que intermediaran y rezaran por sus almas pecadoras. Puede que desde la óptica del siglo
XXI parezca peculiar esta forma de intentar ganarse la Eternidad, pero para los hombres de
aquella época era de vital importancia y quienes podían permitírselo, llegaban, incluso a querer ser
enterrados en ellos. En este sentido, recordamos que Alfonso VI, benefactor del monacato
benedictino cluniaciense, eligió ser enterrado en el Monasterio de San Benito de Sahagún, a pesar
de haber fallecido en la lejana ciudad de Toledo.

Por ello y de manera progresiva, los monasterios van a pasar a ser centros de poder y riqueza, y
gracias a las donaciones, comenzaron a tener tierras con campesinos que trabajaban para los
monjes.

Llegado este momento, las labores agrícolas de éstos se hicieron innecesarias y fueron sustituidas
fundamentalmente por diversos rezos litúrgicos.
El opus Dei (obra de Dios) pasó a considerarse la coronación y justificación de la vida monástica.
Se levantaron grandes iglesias para la celebración del opus Dei, cuyo ceremonial estaba calculado
para ejercer un efecto arrebatador sobre la audiencia. Los monasterios eran ya parte integrante de
la sociedad; los escritores medievales primitivos describían el orden social compuesto por hombres
que hacen la guerra, hombres que trabajan y hombres que rezan.

Estudio y labor educativa en la vida monástica

El estudio no formaba parte del programa benedictino original: la lectura era especialmente
devocional. Los irlandeses, en cambio, sentían gran entusiasmo por el estudio, entusiasmo que
transmitieron a los anglosajones; la confección de libros y la iluminación de manuscritos se
convirtió en función reconocida de los monasterios, y los iluminadores irlandeses alcanzaron un
altísimo nivel en el arte decorativo.

La labor educativa de los monjes se concentraba generalmente en sus propios novicios. Hasta
1150, aproximadamente, los intelectuales ingresaban en una comunidad religiosa porque no había
otro lugar en la sociedad que pudiera alojarlos. Los monasterios se encontraban por lo general
demasiado dispersos para actuar como centros de la vida intelectual, y la regla de estabilidad
impuesta a los monjes impedía la difusión de ideas. No obstante, en una zona del" norte de Francia
y por un breve período entre 1050 y 1150, los monasterios se pusieron a la cabeza de los
movimientos intelectuales de Occidente hasta que se vieron sobrepasados por la mayor flexibilidad
de las escuelas catedralicias.

Órdenes Religiosas

Razones históricas del continuo nacimiento de Órdenes Religiosas en la Edad


Media

Desde los primeros siglos del Cristianismo y especialmente en el contexto monástico casi siempre
existieron ciclos que se movían entre dos polos opuestos: una fuerte tendencia a la purificación y
vuelta a principios de pobreza y piedad y, por otro lado, una progresiva tendencia a la relajación y
apego a las riquezas mundanas y poder terrenal.

La Iglesia militante representado por los monjes, sentía menos directamente la influencia
reformadora de los Papas o de sus legados. Con frecuencia, los monasterios plenomedievales
habían acumulado posesiones vastísimas; debían ser, pues, codiciados por ambiciosos de todo
género.

Los yermos donde se habían establecido los primeros eremitas, anacoretas y monjes, siglos atrás
eran ahora fértiles llanuras; donativos y herencias habían multiplicado de un modo inaudito los
bienes de las casas de los religiosos. Como, de acuerdo con la regla benedictina, cada monasterio
era una entidad independiente, la casa madre de Montecassino no podía arrogarse más que una
dignidad primacial puramente honorífica.
Sin la vigilancia de una autoridad central, y tentados por
la sed de riquezas, algunos monjes de escasa vocación
debían de caer a menudo en los excesos que originan la
ociosidad y la abundancia.

En este contexto de choque entre virtud ascética y poder


terrenal no es de extrañar que muchos hombres
verdaderamente piadosos, desearan la verdadera quietud
y soledad y se fuesen a vivir otra vez a zonas
despobladas para consagrarse a prácticas que recuerdan
las de los primeros monjes cristianos.

Ésta suele ser la causa de la mayoría de las fundaciones


de Órdenes religiosas del Medievo: la recuperación de
los principios primitivos de San Benito y la vuelta a una
vida verdaderamente de crecimiento espiritual al margen
de las tentaciones mundanas y de la comodidad de las
altas rentas.

Las Órdenes más importantes durante la Plena Edad Media fueron, sin duda, la cluniacense y
la cisterciense.
La Orden de Cluny

En el año 911 el rey Guillermo de Aquitania cede unos


terrenos en Borgoña al monje Bernon para fundar un
monasterio.

De esta forma comienza la andadura de una de las


organizaciones más decisivas en la historia de
Occidente: la Orden benedictina de Cluny.

Desde el primer momento fundacional la Orden de Cluny


alcanza una absoluta independencia respecto de
cualquier poder laico o eclesiástico.

Esta independencia temporal de la orden se debe a que


el abad Bernon exigió el derecho de ser sólo tributario del
Papado y responder de sus actos únicamente ante el
Papa, lo que le permitió una gran cantidad de privilegios y de donaciones, saltándose la autoridad
de señores laicos y obispos. Con tamaña libertad de acción, la abadía se involucró en decisiones
de ámbito social, político, económico e incluso militar en los distintos reinos europeos.

El otro factor que permitió el engrandecimiento de la Orden de Cluny


fue el acierto de crear una estructura orgánica centralizadora, frente a
la habitual dispersión y disgregación que los monasterios benedictinos
habían tenido hasta entonces. Esto sólo fue posible gracias a la
"inmunidad" internacional frente a reyes y nobles que la dependencia
papal le había conferido.

El siglo XI fue el de máximo esplendor para la Orden, y en ello


intervino la extrema longevidad y estabilidad de los mandatos de dos
abades que abarcaron todo el siglo XI. Nos referimos al abad Odilón
(994-1049) y a Hugo el Grande (1049-1109)

En este lapso de máximo desarrollo, la abadía de Cluny llegó a contar


entre 400 y 700 monjes, y extendía su absoluto poder sobre 850 casas
en Francia, 109 en Alemania, 52 en Italia, 43 en Gran Bretaña y 23 en
la Península Ibérica, agrupando a más de 10.000 monjes, sin contar su
innumerable personal subalterno.

Los principales aspectos organizativos, políticos y religiosos de los "monjes negros" se pueden
resumir en los siguientes puntos:

 Vasallaje exclusivo a Roma y defensa de su primacía moral


 Predominio de una férrea estructura jerárquica piramidal entre prioratos, abadías
subordinadas y abadías afiliadas.
 Organización feudal interna y apoyo a la sociedad feudal de la época, manteniendo
buenas relaciones con nobles y obispos (a pesar de su inmunidad frente a ellos)
 Intensificación decisiva de la clericalización del monacato. Cluny multiplicó el
número de sacerdotes entre sus miembros.
 Predominio en la vida monástica del rezo litúrgico y la celebración coral de la
eucaristía, frente a los trabajos físicos que eran irrelevantes, y que eran realizados
por personal subalterno.
 Conservación y difusión de la cultura gracias a labor de sus scriptoria donde se
realizaban permanentemente copia de manuscritos.

La crisis de la Orden de Cluny llega en las primeras décadas del siglo XII. Las razones del declive
de la Orden en estos años se puede resumir en:

 Excesiva rigidez de su propia estructura que impedía la más mínima flexibilidad


entre las distintas casas, paralizando así a toda la orden.
 Incorporación masiva de nobles sin vocación para beneficiarse de los privilegios y
comodidades de la vida monástica. Ello llevó a una progresiva relajación de
costumbres.
 Progresiva orientación -durante el siglo XII- del monaquismo occidental hacia
aspectos eremíticos y ascéticos, lo que influyó en el nacimiento de las nuevas
órdenes, como la del Císter.

Influencia de la Orden de Cluny en la España Medieval

La influencia de los monjes cluniacenses en España se puede clasificar en tres puntos esenciales:

Impulso del Camino de Santiago

Indudablemente, la Orden de Cluny fue uno de los principales motores de dinamización del Camino
de Santiago.

Fiel a la regla benedictina, la abadía cluniacense se autoinvistió como difusora del cristianismo,
sobre todo a lo largo del Camino. Desde ese punto de vista, resulta comprensible su interés por el
Camino de Santiago, donde se fraguaban la Reconquista y la cristianización del sur musulmán.

También es posible que tal devoción jacobea se debiera en parte al anhelo de poder, ya que
durante los siglos XI y XII, la orden duplicó sus propiedades gracias a las generosas donaciones
realizadas por los monarcas hispanos. La orden de Cluny alzó monasterios, puentes, iglesias y
hospitales, pero también recibió infinidad de edificios, tierras, prioratos y villas a través de decretos
reales.
Abolición del rito mozárabe

Otra influencia de Cluny ejerció sobre la España cristiana


del siglo XI fue el apoyo a Roma para la abolición del rito
mozárabe y la reorganización eclesiástico-monástica.

Fundación de Monasterios
Cluny encontró en los reyes de León del siglo XI el apoyo
necesario para el establecimiento o reforma de varios
monasterios en Tierra de Campos.

Entre estos monasterios destacan San Zoilo en Carrión de


los Condes, San Isidro de Dueñas (Palencia) y por
supuesto, San Benito de Sahagún, que fue el monasterio
más poderoso de ese periodo.

En estos tres monasterios se producen manifestaciones


románicas valiosísimas.

De San Benito de Sahagún (Anteriormente llamado "San


Facundo y Primitivo) se conserva la lauda sepulcral de
Alfonso Ansúrez más una Virgen procedente del tímpano
de una portada que se exponen en el Museo Arqueológico
Nacional.

San Isidro de Dueñas tiene una iglesia transformada que


debió ser muy similar a San Martín de Frómista.
Afortunadamente, la portada occidental se conserva bien.

Por último, en San Zoilo de Carrión de los Condes, se descubrió en 1993 una portada oculta de
excelente calidad artística. Tiene cinco arquivoltas y cuatro columnas con capiteles relacionados
con Jaca y San Isidoro de León.
Cluny y el románico

En el año 910 se comienza la construcción del primer templo de Cluny, denominada "Cluny I" que
fue consagrada en el año 927. Debió ser un edificio de estilo otoniano.

Años más tarde se acomete la segunda obra del Monasterio de Cluny ("Cluny II") que es
consagrada en el año 981 y que fue abovedada en 1010.

Se ha podido reconstruir la distribución interior del templo por el reflejo que dejó en varios edificios
cluniacenses, principalmente de la zona suiza.

Se trataba de una iglesia sin pórtico, sólo con una especie de atrio abierto con galerías porticadas.

Por este atrio se accedía a la iglesia, que tenía tres naves, seguramente separadas por pilares de
sección circular.

Había un crucero destacado en planta y una cabecera muy compartimentada con siete capillas en
torno a la cabecera. El presbiterio estaba dividido en tres naves. Tenía dos torres a los pies y otra
en el crucero, seguramente con influencia decorativa lombarda.

A finales del siglo XI aparece la necesidad no sólo de ampliar la iglesia de Cluny II sino también el
resto de dependencias del recinto.

Entre 1088 y 1118 se edificó una nueva inmensa iglesia, "Cluny III", pero durante su construcción,
Cluny II sigue en funcionamiento hasta su desaparición casi por completo para ampliar el claustro.

La construcción fue financiada por el rey de Inglaterra y el rey Alfonso VI de Castilla Y León, hecho
favorece que la orden se extienda rápidamente en la Península.

Cluny III, fue expropiada, vendida y estúpidamente derribada a comienzos del siglo XIX, salvo
algunos fragmentos del crucero, indudablemente se puede considerar como una de las obras
cumbres del románico europeo.

Cluny III era un enorme templo de casi 200 metros de longitud. Tenía un pórtico de tres naves
precedido por dos torres. Desde este pórtico se accedía a la iglesia de cinco naves de gran altura,
dos cruceros con dos capillas. La cabecera tenía una girola y cinco absidiolos. El crucero más
cercano a la nave era más alto, largo y ancho. Tenían un gran número de ventanas, especialmente
en la cabecera. No hay tribuna, pero se empiezan a utilizar los arbotantes. Tenía decoración de
arquillos lombardos.

Esta iglesia forma un juego de volúmenes muy marcado y se ilumina con numerosas ventanas.
Utiliza arcos apuntados y está cubierta por bóveda de cañón apuntado. La articulación del muro es
igual a la que debía haber en Cluny: piso de arcadas (con arcos apuntados), triforio ciego (tres
arcos ciegos por cada arcada) y piso de ventanas.

El triforio de las naves se convierte en una galería en la cabecera. Los pilares son compuestos con
columnas embebidas y pilastras con acanaladuras de tipo clásico adosadas, que también se daba
en Cluny.

La Orden del Císter


Origen e Historia de la Orden de Císter

A lo largo de la historia de las religiones (no sólo en la


cristiana) ha habido numerosos y sucesivos intentos de
volver a los orígenes de los movimientos espirituales, una
vez que éstos se habían relajado y alejado de sus
principios.

Una de estas reacciones de vuelta al purismo anterior se


empieza a gestar a finales del siglo XI en Francia,
coincidiendo con la etapa de máxima opulencia y
ostentación de los monasterios cluniacenses. Si Cluny
había adoptado la Regla de San Benito que incluía la
pobreza como precepto, el caso es que sus monasterios
eran, en ocasiones, verdaderos palacios repletos de lujos y
los abades, señores feudales con la máxima relevancia en
la política mundana.

Algunos hombres de la Iglesia consideraban que los


cluniacenses habían "degenerado" los preceptos
benedictinos y que era necesaria una vuelta al rigor de los
primeros tiempos.

Será en la región de Borgoña, en el año 1098, cuando uno


de estos mayores reformadores, Roberto, se retiró con sus
seguidores para hacer vida monacal a un lugar aislado
llamado Cîteaux (Císter), que cederá posteriormente su nombre a la orden.

El sucesor de Roberto sería Alberico que obtuvo la protección papal. El tercer abad fue san
Esteban Harding que continuó la obra emprendida años antes dotando al Císter de una regla
propia llamada la Carta Charitatis que enuncia su propósito de volver a los orígenes de austeridad
de la primitiva Orden Benedictina.

Pero no sería hasta la aparición en escena de la figura de San Bernardo cuando el Císter
comienza su imparable desarrollo durante el siglo XII.

La fuerte personalidad de San Bernardo de Claraval, impulsor de la Orden del


Císter
Sin duda, Bernardo de Claraval fue una de las primeras personalidades de la Europa del siglo XII y
principal protagonista en el desarrollo de la Orden del Císter en toda Europa.

Bernardo nació en la familia noble y acomodada de los Fontaine en 1091 y fue educado, junto a
sus siete hermanos, en el más amplio nivel cultural de que se disponía en el momento.

A edad temprana ingresó en la citada abadía de Cîteaux en tiempos de san Esteban Harding. Su
fuerte personalidad llevó al abad Esteban a encargarle la fundación del Monasterio de Claraval
(Clairvaux).

A lo largo de su intensa vida fue capaz de llevar la Orden del Císter a su máxima expansión, con
un total de 343 monasterios fundados en toda Europa.

Bernardo debió ser un hombre carismático de alternante estado humor, desde amable a iracundo.
Se sintió muy atosigado por las tentaciones mundanas por lo que solía hacer grandes penitencias
que, incluso, llegaron a mermar su salud física.

Es posible que esta actitud influyera en su preocupación por la disciplina, austeridad, oración y
simplicidad que impulsará en Claraval y resto de sus fundaciones.

La brillante oratoria de Bernardo fue una de los principales instrumentos empleados al lo largo de
su vida para alcanzar sus objetivos. Le llamaban "El Doctor boca de miel" (doctor melifluo).

Su defensa a la legitimidad de Inocencio II en su conflicto con Anacleto II le valió importantes


privilegios de Roma que aumentaron con la elección como Papa de Eugenio III, antiguo monje
cisterciense.

Bernardo luchó contra las tendencias laicistas de su tiempo y predicó la segunda Cruzada (1146),
reconociendo a la Orden del Temple como realización del ideal del monje-soldado. En el campo
religioso impulsó la devoción mariana.

Bernardo murió en 1153 y fue canonizado en 1174.


Como consecuencia de la imparable actividad de San Bernardo, los monjes cistercienses relevaron
a los cluniacenses en la influencia sobre la sociedad y la Iglesia del siglo XII, ocupando sus más
altos cargos y dignidades y ejerciendo su influencia sobre el poder civil.

Los monasterios del Císter


Los monasterios del Císter se situaban en zonas yermas o inhóspitas pero con abundancia de
agua. Normalmente el sitio elegido era un lugar boscoso y aislado por montañas.

Eran los propios monjes o laicos que trabajaban para ellos quienes roturaban y cultivaban estas
tierras.

La razón básica de esta ubicación era obtener el necesario aislamiento del mundo laico.

Esta gran cualidad colonizadora y "civilizadora" de los cistercienses será especialmente útil en el
solar hispano del siglo XII y comienzos del XIII, en el contexto de la secular pugna entre cristianos
y musulmanes.

Hay que tener en cuenta que más allá de los hechos de armas, la verdadera "victoria" y presión
sobre el rival musulmán se llevaba a cabo mediante la repoblación de amplios territorios yermos.
En ese empeño trabajaron pertinazmente los reyes cristianos durante los primeros siglos de la
reconquista.

Esta tarea de repoblación se desarrollaba en zonas no muy alejadas del enemigo y contaba con el
riesgo de acabar con la propia vida de los repobladores.

Por eso, Alfonso VII y Alfonso VIII emplearon a los sacrificados monjes blancos del Císter como
avanzadilla durante décadas ocupando espacios de difícil defensa.
Como hecho ilustrativo, la histórica Orden de Calatrava nació a partir de unos pocos monjes
cistercienses que fueron los únicos que se arriesgaron en defender la fortaleza de Calatrava la
Vieja ante la amenaza de los almohades que había, incluso, amedrentado a los caballeros
templarios que decidieron abandonarla.

En esta misma línea, las órdenes militares españolas, vanguardia de su cruzada contra los
almohades, se acogieron a la regla cisterciense.

La principal razón del mal estado -incluso la ruina avanzada- en que se encuentran bastantes
conjuntos monásticos cistercienses es, precisamente, su alejada ubicación de núcleos urbanos.
Tras la desamortización de Mendizábal del siglo XIX estos monasterios quedaron abandonados o
acabaron en manos particulares que rara vez pudieron o quisieron mantenerlos.

Arte y arquitectura cisterciense

Hasta algunos años, la arquitectura cisterciense se consideraba un estilo propiamente dicho, que
estaría a caballo y como eslabón de transición entre el románico y el gótico. En esta línea, se le ha
adjudicado, en ocasiones, el nombre de arquitectura protogótica.

Hoy no se acepta que el gótico nazca como una mera evolución o desarrollo del románico, sino
que la arquitectura gótica nace como un salto de mentalidad y de léxico arquitectónico. Por tanto,
no se puede considerar a los edificios cistercienses como un eslabón de esta cadena.
La mayoría de los edificios cistercienses son básicamente románicos, pero incorporan, en
bastantes casos y como novedad, la bóveda de crucería sencilla y también frecuentemente el arco
apuntado.

Es cierto, que desde un purismo románico estricto, el cambio del arco de medio punto por el
apuntado y la bóveda de cañón por la ojival, traiciona ciertos principios. Pero lo que no se puede
considerar tampoco es que forme parte de la arquitectura gótica pues sus conceptos en la creación
de espacios interiores son bien distintos.

La arquitectura cisterciense es conocida por su sobriedad


ornamental. Desde la "borrachera de sobriedad" exigida
por San Bernardo, los capiteles, canecillos y otros
espacios de las iglesias y dependencias monásticas
cistercienses se ven sólo animados por motivos vegetales
o geométricos.

Pero no hay que confundir austeridad con rudeza, ya que


cuando aparecen estos motivos geométricos y vegetales
son de gran calidad plástica y se ve tras ellos a grandes
artistas.

A diferencia de iglesias parroquiales o monásticas de


Cluny, las iglesias del Císter se pintaban de blanco, no
empleándose pinturas murales figuradas y las ventanas
sólo podían tener cristales blancos. Ello daba a la iglesia
una gran luminosidad (a pesar de que en el templo
cisterciense no disponía de grandes ventanales ni se
tendió a la desmaterialización del muro, como en el
gótico).
Pero no hay que perder de referencia que esta austeridad ornamental deliberada estaba pensada
como medida para aislar al monje en su meditación y la oración, para que no pudiera distraerse
con pinturas, esculturas, ni vidrieras cromáticas. No se puede considerar como un medio de ahorro,
ya que el monasterio cisterciense fue costosísimo de levantar. No se escatimaba en ambición
monumental pues sus construcciones solían tener dimensiones catedralicias, estaban
completamente abovedadas y se edificaban con perfecta sillería. Por ejemplo, en la España
cristiana del siglo XII, salvo algunas pocas catedrales, los edificios de mayor porte, sin duda, fueron
los conjuntos monásticos del Císter.
Dependencias de la abadía cisterciense

Las abadías cistercienses respondían a un vasto programa constructivo que comprendía


instalaciones tan diversas como la hospedería, la enfermería, el molino, la fragua, el palomar, la
granja, los talleres y todo aquello que prestara servicio a una comunidad autosuficiente.

Obviamente, el núcleo monacal propiamente dicho lo componían las dependencias residenciales y


la iglesia. Formaban todas ellas lo que denominaban el cuadrado monástico cuyo eje o centro era
el claustro con sus cuatro pandas.

Por tanto, como en los monasterios cluniacenses, el claustro es el centro y núcleo de la vida
monástica. Los claustros cistercienses tenían sus pandas abiertas por arcos sobre esbeltas y
elegantes columnas pareadas y con capiteles de exquisita labra. De hecho, la austeridad y
contundencia de la arquitectura cisterciense se torna fina y delicada en los claustros y otras
dependencias que se organizan alrededor, especialmente las salas capitulares.
Orden de los Cartujos

Varias fundaciones de los siglos XI y XII revelan el ya citado furor ascético de recuperación de la
vida de pobreza y soledad.

De estas fundaciones ha sobrevivido, llegando con singular renombre a nuestros días, la orden de
los cartujos, fundada por San Bruno. A últimos del siglo XI se retiró éste al desierto de la Gran
Cartuja, en un apartado lugar de la Cordillera de los Alpes, porque lo consideró bastante apartado
y con un clima lo bastante frío para no tentar a los que no tuvieran firme vocación de penitencia.

Pero no le pareció suficiente pues se encontraba todavía demasiado accesible, y se trasladó al sur
de Italia, en un lugar cerca de Squilace, donde el sol y la sequía hacen más ingrata la vida que el
valle helado de la Gran Cartuja alpina.

En las Consuetudines, o Reglas de los cartujos, el número de monjes se limitaba a doce por
monasterio, con dieciséis conversos y algunos pastores y labriegos. Así se evitaban las peligrosas
aglomeraciones de los cluniacenses, y sobre todo, se exigía que la pobreza individual de cada
monje debería ser absoluta; con total abstinencia de carne; así como soledad y silencio como las
principales virtudes de los cartujos.

Orden de los Franciscanos

La Orden de los Franciscanos fue fundada por San Francisco de Asís (Giovanni Francesco
Bernardone) a comienzos del siglo XIII.

La vida azarosa y llena de acontecimientos brillantes de San Francisco de Asís ha provocado que
sea uno de los santos del Catolicismo más estudiado y su biografía ha sido publicada en
innumerables ocasiones.

Aunque las enseñanzas de San Francisco son complejas, podemos resumir que se basaban en la
idea de la pobreza como virtud. Si en la Edad Media fueron frecuentes los movimientos que
trataban de ensalzar la pobreza como medida de precaución ante el pecado o incluso como
penitencia, Francisco entendía la pobreza como una virtud que necesariamente debía generar
alegría. Su ideal de extrema austeridad se apoyaba en que Dios proveería de lo necesario a sus
hijos.

Además, la pobreza debía ir unida al amor por los prójimos y al respeto de la naturaleza.
San Francisco fundó tres órdenes: La Primera, que es la de los Frailes Menores, la Segunda
(Clarisas), que es la rama femenina fundada por él y Santa Clara de Asís. Por último tenemos la
Tercera (Hermanos de la Penitencia)

La Primera Orden, con el tiempo se dividió en observantes, conventuales y capuchinos.

Parece que el convencimiento de ideales y buen ejemplo de Francisco y sus primeros frailes fue
tan intenso que atrajo a muchas personas a seguir sus pasos por lo que los franciscanos se
convirtieron en la orden religiosa con mayor número de miembros durante la Baja Edad Media y
siglos posteriores.

Orden de los Dominicos

Su fundador fue Domingo de Guzmán. Muy frecuentemente, San Francisco de Asís y Santo
Domingo van aparejados en la historia de las órdenes religiosas. Murieron casi dentro del mismo
año, aunque Domingo era de más edad, pues había nacido el 1170, doce años antes que
Francisco. Si hemos de creer a los que más tarde escribieron sobre ello.

Domingo era de familia importante de Castilla la Vieja. Nació en Caleruega (Burgos) y estudió en la
escuela catedralicia de Palencia. Tuvo, pues, una preparación eclesiástica de la que careció San
Francisco.

Muy pronto fue nombrado canónigo de Osma. Participó activamente en al predicación a los
albigenses en Francia en una época en que el conflicto entre la ortodoxia católica y la herejía
albigense tenía al sur de Francia en un estado de conflicto gravísimo.
No intervino en la cruzada impulsada por Inocencio III y materializada por Simón de Montfort contra
estos herejes, pues parece que prefirió los métodos pacíficos.

Pero sí vivió este conflicto en primera persona, con toda su crueldad, y probablemente interpretó
que era necesaria una nueva fuerza de predicación cercana al pueblo que evitase estas
desviaciones en las creencias católicas. Posiblemente consideró que los monjes cluniacenses y
cistercienses e incluso el clero secular no tendrán éxito en mantener a las gentes en la pureza del
dogma.

Por otro lado, Santo Domingo de Guzmán deduciría que una de las razones importantes que
alimentaba la herejía y la rebelión contra la Iglesia era la frecuente inmoralidad y el lujo de riquezas
con que vivían parte de las autoridades eclesiásticas, lo que le convencería de que la predicación,
para ser efectiva, debía ir acompañada de su ejemplo de austeridad y pobreza, como fue el caso
de los primeros apóstoles.

En 1215 Domingo solicitó del Papa la autorización para fundar una nueva orden, hecho que
consiguió un año después y que fue concedido por Honorio III.

Cuando Domingo muere en el año en 1221, existían ya más de sesenta conventos.

Las Órdenes Mendicantes y su papel en la Baja Edad Media

Los dominicos y los franciscanos no vivían recluidos como los cluniacenses y los cirtercienses, sino
que andaban por las calles, visitaban las familias y participaban en fiestas populares. Así influían
con su consejo y ejemplo.

En el orden del pensamiento y del arte, los dominicos, como los franciscanos, contribuyeron al
cambio que la Edad Media experimenta al filo del 1200 en que cambian las maneras de pensar y
de actuar.

En el campo demográfico se vive un crecimiento urbano sin precedentes en detrimento del mundo
rural. Como los frailes mendicantes edificaron sus conventos dentro de las ciudades, mientras los
de los monjes anteriores lo hacían en despoblados, indirectamente contribuyeron a reforzar el auge
de las ciudades.

Los monasterios ceden gran parte de su protagonismo religioso y cultural a los conventos
mendicantes, escuelas catedralicias y universidades.
El hombre comienza más a observar la naturaleza, no como una falsa ilusión que nos separa de la
Divinidad sino como algo real y estimable.

De esta manera, en el campo del arte, los conventos mendicantes y especialmente las catedrales
son protagonistas de las principales campañas constructivas en un lenguaje distinto, en que el
simbolismo románico deja paso al naturalismo gótico.

Herejías medievales
Introducción a las herejías en la Edad Media

La existencia de distintas corrientes de pensamiento e interpretación de la doctrina cristiana fue


cosa habitual durante los primeros siglos de existencia de la Iglesia, hasta que en el Concilio de
Nicea (325) quede fijada la ortodoxia cristiana, convertida en religión oficial del Imperio por el
Edicto de Tesalónica (380), auténtica carta de ciudadanía frente al paganismo y las herejías.

A partir de entonces, la Iglesia, con el brazo secular como medio ejecutor, mantendrá una lucha
continúa contra la heterodoxia, adquiriendo mayor fuerza y eficacia conforme aumente el poder del
Papado y su influencia en los territorios cristianos, y funde hacia 1200 una nueva institución cuya
función principal será combatir la herejía: la Inquisición.

Sin embargo, ni la conversión del Papado en una monarquía teocrática, que redujo la unidad de la
Iglesia no cuestionada por ningún cristiano, a pura y simple uniformidad, ni el desarrollo del aparato
represor, impidieron que a lo largo de toda la Edad Media continuaran apareciendo movimientos
fuera de la ortodoxia.

Muchos de ellos surgieron en el seno de la propia Iglesia y, en un primer momento, buscaban


reformas que la devolvieran a los orígenes lejos de la riqueza y la corrupción. En otros casos, el
aspecto reformador incluía reinterpretaciones de los dogmas de la Iglesia, o de la liturgia, o rompía
directamente con los principios en los que asentaba la Iglesia, enfrentándose a la jerarquía.

La herejía del priscialinismo y otras

Algunos movimientos unieron reivindicaciones religiosas y sociales, galvanizando así las


inquietudes de una población empobrecida y sometida. Así ocurrió con el priscialismo, surgido en
el siglo IV, que basado en los ideales de austeridad y pobreza, condenaba la institución de la
esclavitud y concedía una gran libertad e importancia a la mujer.

También es el caso de las revueltas urbanas de la pataria milanesa y la dirigida en Roma por
Arnaldo de Brescia, ambas ya en la Plena Edad Media: la primera fue una rebelión popular contra
el clero corrompido, que en principio fue vista con simpatía por los Papas, hasta que tomó un cariz
grave de ataque a los mismos sacramentos; la segunda fue una revuelta comunal antipapal y
antiaristocrática que se propuso entre sus objetivos la secularización de los bienes eclesiásticos y
la vuelta a la pobreza evangélica.

La Baja Edad Media también conoció estos movimientos, como el protagonizado en Roma por
Rienzi en el siglo XIV, que pretendía la restauración de la "República Romana" dentro de una
mezcla de espiritualismo franciscano y arnaldismo que traería el "reino del Espíritu Santo sobre la
ciudad", o la vertiente social que dentro del wyclifismo constituyó el caso de los lollardos.
Adopcionismo

En la Alta Edad Media las herejías tienen un carácter fundamentalmente doctrinal, herederas en
muchos casos de controversias surgidas en los siglos anteriores, y con frecuencia de un marcado
carácter local. Junto al priscilianismo ya mencionado destacan: el donatismo, movimiento de
carácter rigorista que dejaba fuera de la comunidad a los pecadores, y que tuvo gran fuerza en el
norte de África durante los siglos IV y V; el pelagianismo, que se extendió por Oriente y el Norte de
África en el siglo V, y que sobrevivió hasta el siglo VI en la Galia y Gran Bretaña., y que afectada a
cuestiones relacionadas con la gracia y el pecado original; el rebrote del adopcionismo, que
consideraba a Jesús un hijo adoptivo de Dios, en la península, en la diócesis de Urgel y la ciudad
metropolitana de Toledo, a los pocos años de la irrupción musulmana, rápidamente sometido por la
Iglesia.

Arrianismo

Sin embargo, será el arrianismo la herejía más problemática, ya que cuando ya había
desaparecido prácticamente en la zona oriental del Imperio, el asentamiento de los pueblos
germánicos en la parte occidental la hizo sobrevivir hasta el siglo VI, en el que visigodos y
burgundios se convirtieran definitivamente al catolicismo, como decisión de Estado en la búsqueda
de la asimilación con la población y estructuras autóctonas.

Hasta entonces la adscripción al arrianismo, doctrina que niega la consubstanciación del Padre y
del Hijo y a la que habían sido convertidos por el Obispo Ulfilas durante su asentamiento al otro
lado del Danubio, había funcionado como elemento de cohesión ideológica y social de la minoría
germánica, erigida en superestructura política y militar en la parte occidental del Imperio.

A partir del año 1000, y durante la Plena Edad Media, las nuevas condiciones de vida, el desarrollo
urbano, y la centralización pontificia contribuyeron a crear un clima favorable a los nuevos
movimientos heréticos que cabría conceptuar como herejías de masas, en algunos casos
vinculados a movimientos mesiánicos, proféticos y milenaristas, en otros a los movimientos de
pobreza voluntaria. De entre los primeros cabe destacar el milenarismo joaquinita, surgido a finales
del siglo XII, por su proyección temporal, ya que sus enseñanzas aparecen en brotes heréticos del
siglo XV, como los Herejes de Durando (1445). Proclamaba la llegada de la "Era de Espíritu
Santo", en la que la historia llegaría a su plenitud: el reino del amor y el fin de la estructura
jerárquica de la Iglesia.

Dentro de los movimientos de pobreza voluntaria el de mayor trascendencia fue el valdense,


fundado por Pedro de Valdo, rico comerciante que abandonó sus bienes para fundar una
comunidad de predicadores regidos por un rígido principio de pobreza voluntaria. Excomulgados
en 1184, los moderados volvieron a la iglesia, mientras que los más radicales adoptaron posiciones
heréticas y permanecieron aislado hasta su desaparición.

Albigenses y cátaros

Caso aparte es el de albigenses y cátaros. Fue la más importante de todas las herejías de su
tiempo, no sólo por su arraigo y extensión territorial - afectó a todo el Mediodía francés - , sino por
sus repercusiones políticas, y por ser la única que realmente supuso un grave peligro para la
unidad de la Iglesia.

Los cátaros, herederos de los movimientos dualistas basados en los principios del maniqueísmo,
creían en dos principios el Bien y el Mal, organizándose en una iglesia aparte, en la que los fieles
se dividían en perfectos, minoría de consejeros, y fieles, masa de creyentes. Abolieron los
sacramentos, que fueron sustituidos por el consolatum, que se administraba antes de la muerte.
Tolerada por las autoridades políticas, la herejía se extendió con rapidez y tras diversos intentos
del Papado, se proclamó la Cruzada, que dirigida por Simón de Monfort, se inició con la matanza
de Beziers (1209) y terminó con la batalla de Muret (1213), con la que no sólo se erradicó la herejía
de la zona, sino que se ahogó en sangre la independencia del Midi, vinculando la zona
definitivamente a Francia.

Por último, durante la Baja Edad Media los deseos de reforma de la iglesia se hacen generales, y,
junto a las corrientes ortodoxas, surgen movimientos de carácter heterodoxo que anuncian ya lo
que va a ser la gran eclosión protestante en los comienzos de la Modernidad.

Wiclyfismo

El wiclyfismo representó una ruptura total con la Iglesia, ya que afirmaba que existía una relación
directa entre los hombres y Dios, sin la intromisión de la iglesia. Juan de Wyclif consideraba
además que las Escrituras eran suficientemente claras y no necesitaban la interpretación de la
Iglesia, por lo que favoreció la traducción de la Biblia.

Tras su muerte sus enseñanzas se expandieron con rapidez: su Biblia apareció en 1388 y sus
doctrinas se matizaron en tres corrientes, la académica, la política - grupos de parlamentarios y
nobles deseosos de que la monarquía se sacudiera la tutela del pontificado -, y la popular que
habría de proyectarse en el movimiento de subversión social ya referido de los lollardos.

Las obras de Juan de Wyclif influyeron de manera inequívoca en el fundador del otro gran
movimiento de la época, el husismo. Juan Hus añadió a los preceptos de Wyclif la denuncia de los
vicios del clero y la corrupción del Pontificado. Hus fue condenado por herejía en el Concilio de
Constanza y quemado el 6 de julio de 1415 junto a su compañero Jerónimo de Praga.

La Inquisición Medieval
Orígenes y nacimiento de la Inquisición Medieval

La herejía, concebida como desviación voluntaria de la doctrina fijada por la Iglesia, no hizo su
aparición en la Europa medieval antes del año 1000, donde encontramos clérigos y monjes que
interpretan de un modo un tanto peculiar y personal ciertos aspectos de las Escrituras. Faltaba, sin
embargo, un elemento esencial que termina de definir la herejía: la difusión masiva de esa
desviación de la ortodoxia.

Después del año 1000 asistiremos a un aumento de la población de las ciudades y al surgimiento
de grupos poderosos, ilustrados e influyentes en el ámbito civil deseosos de volver a la sencillez de
la vida de Jesús. Esto, junto con la reaparición del maniqueísmo venido del Próximo Oriente, la
aparición de los seguidores de Pierre Valdès -valdenses- que predicaban un retorno a la pobreza
de los primeros cristianos y los cátaros, con una concepción religiosa que chocaba frontalmente
con la jerarquía eclesiástica, comenzarían a preocupar progresivamente al clero.

Fueron en un principio las autoridades civiles de la Francia septentrional quienes enviarían a la


hoguera a los primeros herejes. La Iglesia en un principio no se pronunció pero, si en algún
momento rechazaba o, por lo menos, se mostraba reticente ante estas prácticas, finalmente
terminó por actuar contundentemente cuando observó que, en las ciudades de la Francia
meridional, la herejía, cátaros y valdenses fundamentalmente, llegaron a representar no menos de
un 5% o 10% de la población, contando con apoyo o financiación de las autoridades locales, o, al
menos, su consentimiento. Ante semejante panorama, hacia finales del siglo XII prácticamente
nadie cuestionaba en el seno de la Iglesia el recurso a la violencia para combatir la herejía, salvo
contadas excepciones como San Francisco o Santo Domingo.

Con este estado de ánimo se comenzó a abordar la


cuestión jurídicamente. En 1184 se aprueba la muerte en
la hoguera para los reincidentes en la herejía. En 1199 se
añade la posibilidad de confiscar los bienes del
condenado. Entre 1180 y el siglo XIII se establece el uso
de la tortura en determinadas situaciones. Entre finales
del XII y principios del XIII mediante disposiciones legales
se irán constituyendo los rasgos definitorios de la
Inquisición medieval que volverán a reproducirse en la
Edad Moderna, tales como el secretismo del proceso y el
ocultamiento del denunciante y los testigos. Tras la
llamada Cruzada de los Albigenses (1212-1219)
destinada a acabar con la herejía en la Francia
meridional, se observa cómo los tribunales oficiales del
episcopado no logran detectar la presencia ni la extensión
de las corrientes heterodoxas, así como tampoco los
tribunales civiles, cuyo uso arbitrario y desmedido de la
violencia en el contexto de la época era considerado
contraproducente.

El Papa decide entonces enviar a eclesiásticos de


esmerada formación y previamente especializados en la
tarea a realizar, encomendándoles la formación de
tribunales con plenas competencias para ejercer más allá
de cualquier restricción impuesta por los límites de las
jurisdicciones episcopales y señoriales.

Desarrollo

En el Norte de Francia el primer inquisidor fue Robert le Bougre. En 1234 fue destituido por las
presiones de los obispos de Bourges y Reims tras haber enviado a la hoguera a varias personas
en la localidad de Charité-sur-Loire. Comenzaba así una pugna que sería la constante en muchas
regiones donde se establecieron tribunales inquisitoriales. En 1235 el Sumo Pontífice volvió a
restituir en su cargo a Robert con plenos poderes gracias a su nombramiento como Inquisidor
General de Francia. En poco más de un año, en 1239, envió a la hoguera a 197 personas. Los
obispos volvieron a protestar enérgicamente y el Papa volvió a relevarlo de su cargo. A pesar de lo
escandaloso que nos puede resultar actualmente la cifra de ejecutados por Bougre, ésta no era en
absoluto superior a las víctimas de los tribunales de los obispos y del poder civil. La excesiva
dureza imputada a los inquisidores estaba directamente relacionada con una rivalidad encarnizada
entre el poder inquisitorial y episcopal, pues el segundo observaría como el primero le ganaba
terreno a pasos agigantados.

En la Francia meridional la resistencia de las corrientes heréticas fue especialmente importante


hasta el punto de que la Inquisición, al establecerse en Francia, no tuvo acceso en principio al
Languedoc. En esta área la Iglesia necesitó toda la ayuda del poder civil para combatir la herejía
hasta el punto de que los tribunales inquisitoriales no pudieron establecerse en el Languedoc hasta
la llegada del Monarca con sus tropas en 1234. Los primeros tribunales inquisitoriales se dividieron
el Languedoc en materia de competencias judiciales, estableciéndose tres tribunales en Toulouse,
Carcassonne y Provenza.

La Inquisición francesa meridional gozó de relativa estabilidad desde finales mediados del siglo
XIII. No obstante, la Inquisición actuó con suma cautela y entre 1250 y 1290, aproximadamente, la
tónica general será que generalmente tan sólo el 1% de las sentencias dictara la muerte del reo en
la hoguera y que poco más del 15% se resuelvan con la confiscación de bienes pero, a su vez, con
la reconciliación del hereje con la Iglesia. Esta actitud puede estar justificada en buena medida por
el cálculo político: buena parte de la población del Languedoc veía a los dominicos como producto
de una estrategia de invasión en sus asuntos por parte del Rey de Francia, lo que provocaría no
pocas revueltas que fueron duramente sofocadas.

En la Península Itálica existían importantes focos valdenses. La propia estructura política de esta
zona geográfica condicionaba el modo en que se manifestaba la herejía. Las ciudades-estado
italianas, completamente independientes unas de otras, tomaban partido por los llamados güelfos -
favorables a la ortodoxia y al Papado- o por los gibelinos -partidarios del Emperador- quienes
apoyaban a los herejes en su lucha contra la autoridad papal. La razón del apoyo gibelino era,
obviamente, política.

La Inquisición, también aquí, era percibida como una fuerza de intromisión en los asuntos de las
ciudades gibelinas, y las revueltas que se produjeron a raíz de esto fueron especialmente
violentas, teniendo como ejemplo principal la del inquisidor de Lombardía, Pedro de Verona, en
1245. Ante semejante estado de la situación, Charles d'Anjou, hermano de San Luis, invade la
Península Itálica entre 1266 y 1268 por orden del Papa. Charles deshace el partido gibelino y se
apodera del reino de Nápoles. Las ciudades-estado, al ver cómo los güelfos se hacían con todos
los resortes del poder, apostaron por el bando vencedor y emprendieron cruzadas contra los
últimos reductos valdenses. A comienzos del siglo XIV el movimiento cátaro dejó de existir como tal
en el área meridional de la Península Itálica. En Aragón, la otra región meridional de nuestro
interés, la Inquisición surgió de modo más improvisado, como una institución creada ad hoc para
combatir la infiltración cátara procedente de aquellos que habían huido del Languedoc hacia el sur.

Procedimientos

Cuando la Inquisición medieval acudía a una localidad, solicitaba en primer lugar la colaboración
de las autoridades civiles que, de negarse a prestarla, incurrían en la excomunión o el entredicho
según el grado de desacato. Acto seguido, mediante un sermón, se proclamaba el Edicto de Fe y
el Edicto de Gracia. Con el primero se obligaba a los residentes de la localidad en cuestión a
delatar a los posibles herejes bajo pena de excomunión y el segundo prometía una pena ligera a
quienes confesaran por propia voluntad. El procedimiento era metódico y no podía aplicarlo
cualquiera. Clemente V estableció la edad mínima para ser inquisidor en cuarenta años y unas
referencias intachables de inteligencia, responsabilidad e integridad.

Cuando el tribunal inquisitorial hallaba presuntos culpables, daba hasta tres amonestaciones
después del Edicto de Gracia. Estas advertencias eran pronunciadas por el párroco local durante el
sermón del domingo. Si el aludido no se presentaba personalmente o por medio de un procurador,
era declarado contumaz y excomulgado temporalmente, sanción que pasaba a ser perpetua si la
ausencia excedía el año. Si se trataba de un sospechoso considerado peligroso por las
autoridades inquisitoriales o un acusado de sacrilegio especialmente grave, se procedía a su
búsqueda y captura. No era infrecuente entonces que las autoridades civiles se afanaran en
arrestarlo para no ser acusadas de complicidad por la Iglesia.

Una vez puesto ante el tribunal, el preso escuchaba la acusación formulada contra él pero nunca le
eran mostradas las pruebas recogidas para sostener los cargos que se le imputaban. Tampoco
solía conocer la identidad de quien lo acusaba, aunque, en Francia, existieron casos de jueces que
no sólo revelaron el nombre del denunciante sino que, incluso, organizaron un careo entre las dos
partes para determinar quién decía la verdad.

Al acusado se le permitía exponer un alegato en su defensa mediante textos que podía traer
previamente preparados. La recusación de un determinado tribunal era permitida mediante
documento en el que se expusieran razonadamente los motivos de la reclamación que, a priori,
podía llegar hasta el mismo Papa.

El interrogatorio se hacía en presencia de algunas autoridades civiles, de los boni viri. El juez
prometía al acusado el perdón si confesaba a tiempo y voluntariamente. Cuando esto no se
producía, se podía llegar a emplear la tortura. La Inquisición comienza a aplicar el tormento a partir
de 1243 en el Mediodía francés. El Papa Inocencio IV legitima su uso mediante la bula Ad
extirpanda, de 15 de mayo de 1252.

En principio la tortura era ejercida por civiles, pero los


papas Alejandro IV en 1260 y Urbano IV en 1262,
autorizaron la presencia de inquisidores durante las
sesiones, quienes, además, estaban facultados para
recoger las confesiones de la víctima ante notario.

Las penas más leves eran de tipo espiritual o económico.


Si el acusado se autoinculpaba, dependiendo de la
gravedad de su dicho o acción, se le imponía un castigo
basado en hacer un número determinado de rezos o un
viaje de peregrinación. También el tribunal podía optar
por una pena infamante y dictar que el reo compareciera
el domingo descalzo en la iglesia donde se le imponían
ropajes vistosos, normalmente de color escarlata, con una
cruz amarillo limón cosida en el pecho y, a veces,
también, en un sombrero del mismo color que debía llevar
durante un período de tiempo estipulado. La sanción
económica era la más grave dentro de las penas suaves y
solía consistir en fuertes multas o en la confiscación de
bienes, a veces con carácter temporal. La pena de muerte
se ejecutaba en la hoguera y, en realidad, no era aplicada
por la justicia inquisitorial sino por la civil. Cuando un
acusado era considerado irreconciliable con la Iglesia, la Inquisición lo entregaba a un tribunal civil
a sabiendas de que iba a ser ejecutado.
Decadencia y desaparición de la Inquisición Medieval

Hacia el siglo XIV la Inquisición era un órgano más del aparato administrativo de la Iglesia que se
extendía por toda Europa. Aparte de las áreas mencionadas anteriormente, existieron tribunales en
Portugal -aunque mantuvieron una actividad escasa-, Bohemia, Polonia y Bosnia, por citar tan sólo
algunos. Sólo escaparon a su jurisdicción Castilla, Gran Bretaña y los territorios escandinavos.

Este desarrollo tuvo su contrapartida. La Inquisición se fue burocratizando progresivamente. El


método de actuación se circunscribió a cuestionarios tipo y protocolos de actuación ante
situaciones predeterminadas. Su labor se volvió mecánica, restando capacidad de reacción ante
las situaciones que se presentaban, perdiendo esa fluidez y capacidad de adaptación que había
sido la clave de su fuerza. Esto y la desaparición de los movimientos heréticos más importantes
contribuyeron también a reducir su campo de acción. De alguna manera, se podría decir que la
Inquisición medieval murió de éxito.

Pese a las campañas lanzadas en los últimos años en Dauphiné, Los Alpes o el sur de lo que hoy
en día es Alemania, los inquisidores no lograron extinguir la herejía valdense que sobreviviría hasta
integrarse entre los partidarios de la Reforma protestante, ya en el siglo XVI.

La falta de resultados llevó a un descenso de los recursos y del número de juicios de tal forma que
los pocos que se celebraban iban destinados a obtener financiación a toda costa. Mientras tanto, la
lucha del episcopado da sus frutos y en 1312 el Papa dispone que todo proceso, interrogatorio,
aplicación de la tortura y condena fueran puestas en conocimiento previo de los obispos locales,
que habrían de dar su visto bueno. Perdía así la Inquisición medieval una batalla secular con el
Episcopado que, en buena medida y junto con las otras circunstancias mencionadas, selló su
destino.

(Autora del texto del artículo/colaboradora de ARTEGUIAS:


José Joaquín Pi Yagüe)

Cultura Medieval
Introducción a la cultura en la Edad Media

En el aspecto cultural, la Edad Media supuso, especialmente a partir del siglo X, un interesante
florecimiento de nuevas manifestaciones artísticas y culturales, animadas por el horizonte que se
abría ante los contemporáneos.

Los siglos medievales fueron, asimismo, tiempos de movimientos de personas e ideas, auspiciadas
por el desarrollo del comercio, de las ciudades y su nueva clase emergente, la burguesía, así como
de las universidades y las peregrinaciones, además de los movimientos de juglares y monjes de las
grandes órdenes que iban de un monasterio a otro.

El intercambio al que hacemos referencia fue favorecido por el uso del latín como lengua común,
ya que no sólo era el modo de expresión de los más cultos, sino que también del pueblo. No
obstante, no toda la sociedad hablaba el mismo latín, de hecho, hoy en día los estudiosos han
diferenciado entre el lenguaje culto y el popular, entre aquel utilizado por los monjes en sus
traducciones y copias -considerado hoy un paso esencial en el desarrollo de la cultura- y el usado
por el pueblo, siempre en forma oral.

Monasterios y universidades
El clero fue el depositario de la cultura intelectual en la Edad Media, donde los monasterios y las
escuelas, sirvieron como centro de estudio hasta la creación de las universidades, instituciones
que consiguieron, de forma progresiva, un status de independencia.

Las universidades podían ser de dos tipos dependiendo de la naturaleza de las mismas: las
Mayores eran aquellas fundadas por el poder real mientras que las Menores los eran por los
prelados. Independientemente de su titularidad, en ambas se estudiaban las siete Artes Liberales o
trívium y cuadrivium.

Literatura medieval

A partir del siglo XI encontramos las primeras manifestaciones literarias en lenguas vernáculas o
romances. Así, por ejemplo, en la península ibérica se fue imponiendo el castellano gracias a que
fue la lengua de aquellos que llevaron a cabo la reconquista.

Entre estas lenguas locales, por ejemplo, comenzamos a observar un gusto por la lírica y la
narrativa, especialmente aquella anónima y cantada, donde los temas del amor entre una dama y
un caballero, amor cortés, las andanzas de los caballeros en las guerras -que además buscaban
en el pasado tiempos de gran gloria- o los cantares de gesta eran los preferidos.

Estas composiciones eran cantadas por los juglares, poetas-cantantes preparados en escuelas
especiales, que marchaban de pueblo en pueblo recitando las historias. El tema preferido de los
cantos juglares era el amor, especialmente aquel entre un caballero y una dama. De esta forma
surge el amor cortés, relación entre un caballero, y una dama casada y, por tanto, una relación
más platónica que real, bajo peligro de realizar un acto infiel e incumplir así las reglas de juego.

En España, la literatura fue muy rica y variada. Desde las


jarchas judías y moriscas -pequeños poemas escritos en
lengua romance que algunos autores colocaban al final de
sus obras, y por algunos estudiosos consideradas las
composiciones líricas más antiguas de Europa- hasta el
poema se los Siete Infantes de Lara, el cantar de gesta de
Don Sancho II de Castilla o el Mio Cid, cantar de gesta
anónimo que representa mejor que ningún otro, las andanzas
de un caballero medieval en tierras españolas. Es además el
único que se conserva de forma completa, la primera obra
extensa de la literatura española escrita en lengua romance.

En el siglo siguiente aparecen los primeros poetas


conocidos, entre los que destacarán Gonzalo de Berceo. Los
principales autores españoles del siglo XIII fueron el
Arcipreste de Hita, poeta satírico, Don Juan Manuel, autor de
El Conde Lucanor para pasar al siglo XV con Juan de Mena,
El Marqués de Santillana o Jorge Manrique, verdaderos
maestros de la pluma.

Las composiciones, escritas en latín o en lenguas


vernáculas, para las clases más populares o más cultas,
tienen en común un fin didáctico. Todas ellas terminan con
una enseñanza. El mismo fin, en una sociedad en su mayoría
analfabeta, perseguían las esculturas colocadas en las
fachadas de las iglesias y catedrales. Desde que sólo una minoría sabía leer y escribir, eran
necesarias escenas que narrasen hechos que tuviesen cierto fin moralizador.
Filosofía

En el plano intelectual, la cultura monástica impartida en las escuelas catedralicias primero, y en


las universidades, después, tras surgir a finales del siglo XII, fue la preponderante. Así, la
escolástica- método por el cual se pretendía descubrir la Verdad filosófica a través de la Dialéctica
bajo el eje vertebrador de Fe y Razón- se convirtió en la manifestación filosófica más destacada de
la época, dando lugar a debates y discusiones que marcarían la superioridad del mundo espiritual
frente al terrenal.

Dentro de la corriente escolástica, se abrieron tres etapas diferentes que correspondieron a teorías
desarrolladas por diferentes teólogos, filósofos y pensadores. Entre ellos destacaremos a Pedro
Abelardo, Roger Bacon, Alberto Magno- quien tradujo a Aristóteles- su ayudante Santo Tomás de
Aquino- el pensador más prolífico de la Edad Media que llevó a la escolástica a su máximo
apogeo- o Guillermo de Ockham, quien realizó una excepcional crítica a las teorías Tomasistas.

Aspectos científicos

Otro aspecto importante si hablamos de la cultura en el Medievo, es la alquimia, siendo aquellos


que la desarrollaron llamados alquimistas. El más importante entre los españoles fue Arnaldo de
Villanueva quien aprendió en las mejores escuelas de químicos árabes. Si atendemos a la
medicina, fueron los autores griegos e islámicos los más traducidos al latín y así las teorías de
Galeno- médico griego- pasan a convertirse en el centro de la ciencia médica hasta llegar a
nuestros días a ser considerado el padre de la medicina moderna.

La Cultura medieval es un conjunto de manifestaciones filosóficas, religiosas, literarias, etc. que


conforman el corpus de la intelectualidad de la Edad Media.

(Autora del texto del artículo/colaboradora de ARTEGUIAS:


Ana Molina Reguilón

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