You are on page 1of 2

El Espíritu Santo, como en tiempos de San Pablo, es el Gran desconocido entre los cristianos.

Son
muchos los fieles que recurren a los santos y olvidan al autor de la Gracia, al dulce Huésped de las
almas.

El Espíritu Santo es el Alma de la Iglesia. La asiste constantemente en su gobierno y en su


enseñanza infalible, y la Iglesia lo invoca antes de emprender sus obras, e invita a los fieles a
recurrir al Espíritu Divino en toda actividad.

Somos templos del Espíritu Santo, es nuestro dulce Huésped, el Consolador y Santificador de
nuestras almas. Los Apóstoles al recibirlo quedaron transformados.

¡Cuántas almas deseosas de perfección están como estancadas porque no invocan al Espíritu
Santo! ¡Desean ser santas sin pensar casi en el Santificador!

Experimentarán un gran cambio en sus almas, verán nuevos horizontes, se maravillarán de sus
progresos espirituales.

Invocando al Divino Espíritu, fuente de fuerza, luz y consuelo, Él los llenará con sus siete dones y
morará en ellos como consuelo y guía.

¡Felices las almas devotas del Espíritu Santo! Empiezan ya su cielo sobre la tierra, haciéndose
acreedoras a gracias escogidas y recibiendo fuerza especial para corresponder a sus divinas
inspiraciones.

El Espíritu Santo es el Dios del Amor.

¡Amemos al Amor!

Como bien sabemos los creyentes, hay muchas formas de dirigirse a la Santísima
Trinidad. Así, por ejemplo, oramos pidiendo a Dios y poniendo por intercesor a su Hijo
Jesucristo.
Pero también, porque sabemos que nos conviene y porque Jesucristo nos dijo que nos
lo enviaba, tras su subida a la Casa del Padre, para que nos acompañara siempre y, en
pocas palabras, nos echara una mano en nuestro caminar hacia el definitivo Reino de
Dios, podemos dirigirnos al Espíritu Santo, que es de Dios y es del Hijo y con ellos forma
la Trinidad, de la que sabemos que es Santa.
Sabemos cuál es la situación de cada uno de nosotros. Pecadores y malos que
somos, como Jesucristo lo dijo más de una vez, tenemos manchas en el alma que
necesitan ser lavadas, momentos en los que no dudamos de nuestra fe y heridas que nos
afectan en lo más íntimo de nuestro ser.
Y le pedimos al Espíritu Santo que nos lave, que nos riegue, que nos sane…
Pero no sólo eso le pedimos. Sabemos que nos consuela en las tribulaciones y que
está en nuestro corazón, en el seno donde Dios ha querido fijar su morada. Allí es gozosa
su existencia y allí mismo es luz, nuestra luz para iluminarnos en la tiniebla en la que, a
veces, nos situamos, de forma voluntaria, por nuestra ceguera humana y mundana.
Espíritu Santo. A él nos dirigimos porque es dador. Dador de aquello que Dios quiere
que tengamos porque sabe que nos conviene tenerlo. Para hacerlos rendir y no
esconderlos debajo de cualquier celemín que se sustente de egoísmo y avaricia.
Y nuestro corazón, a veces de piedra y no de carne, necesita flexibilidad para aceptar
a quien, de otra forma, no seríamos capaces de aceptar. Y porque lo tenemos demasiado
frío en demasiadas ocasiones, le pedimos al Espíritu Santo que no permita que eso nos
pase, que nos dé su fuego y que purifique, entonces, aquello que no debería nunca caer
en nuestra actuación o en nuestra falta de obras.
Y porque es de Quien podemos aprender, pues todo lo conoce por ser Dios mismo en
su inspiración y aliento, todo lo que le pedimos sabemos que nos es necesario. Lo
hacemos no porque creamos que debemos hacerlo sino porque sabemos, a ciencia
cierta, que todo aquello que nos falta y todos los momentos en los que creemos que no
saldremos adelante pues nuestras fuerzas son escasas, ahí está el Espíritu Santo para
animarnos y, con sus gemidos inefables, pedir a Dios por nosotros.
Espíritu Santo, ven; ven, Espíritu Santo.

"Lo más importante es rezar al Espíritu Santo para que descienda sobre nosotros. Cuando uno lo
posee, lo tiene todo”

"Comienza invocando al Espíritu Santo cada día. Lo más importante es rezar al Espíritu Santo.
Cuando el Espíritu Santo desciende sobre la Tierra, entonces todo se aclara y todo se transforma".

Ven, Espíritu Santo,


y envía del Cielo
un rayo de tu luz.

Ven, Espíritu Creador,


visita las almas de tus fieles
y llena de la divina gracia los corazones,
que Tú mismo creaste.

You might also like