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GEORGE ORWELL

MI GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

El 18 de julio de 1936 se inicia la guerra civil española. Unos días antes de navidad, habiendo enviado
el manuscrito terminado de El camino de Wigan Pier a Leonard Moore el 15 de diciembre, Orwell se va
a España. El 30 de diciembre en los cuarteles Lenin de Barcelona se alista en la milicia del POUM
(Partido Obrero de Unificación Marxista). A principios de enero de 1937 marcha al frente de Alcubierre.
Hacia finales del mes se transfiere como cabo al destacamento del Partido Laborista Independiente
(ILP) que había llegado de Inglaterra para servir en la milicia del POUM en el frente de Aragón. En
febrero, Eileen Blair llegó a Barcelona y alrededor del 13 de marzo estuvo dos días en el frente cerca de
Monflorite con el destacamento del ILP. El 8 de marzo se publicó El camino de Wigan Pier por Victor
Gollancz y fue seleccionado como libro del mes por el Club del Libro de la Izquierda.

A finales de abril Orwell se fue de permiso a Barcelona y pidió sus papeles de licenciamiento para
alistarse en la Brigada Internacional e ir a Madrid, pero el intento comunista de

7suprimir los partidos revolucionarios, incluido el POUM, en Barcelona la primera semana de mayo
convirtió a Orwell en un duro contrario del comunismo estalinista. El 10 de mayo volvió como teniente
al destacamento del ILP y, diez días más tarde, fue herido en el cuello por un francotirador fascista.

E1 8 de junio, en una carta a Cyril Connolly, Orwell escribió: “Ahora creo realmente en el socialismo,
cosa que no hacía antes”. Estuvo convaleciente hasta el 14 de junio y, mientras estaba en el frente
para recoger su cartilla de inútil, el POUM fue declarado ilegal por el Gobierno español el 16 de junio.
Del 20 al 22 de junio estuvo en Barcelona escondido de la policía comunista y, junto con su esposa,
pudo cruzar la frontera francesa el 23 ele junio. La primera semana de julio Orwell ya estaba en The
Stores, Wallington y a mediados de mes había empezado a escribir Homenaje a Cataluña. Su
preocupación por dar a conocer los hechos sobre la lucha que tenía lugar entre los partidos
republicanos españoles le condujo a serias divergencias con los potentes sectores de la Izquierda
inglesa que apoyaba o permitía la dominación del Gobierno español por los comunistas, por la
creencia de que cualquier fisura en la unidad de la Izquierda conduciría a la victoria de Franco.
Gollancz rechazó publicar Homenaje a Cataluña antes de que Orwell

8 hubiera escrito una sola palabra y Kingsley Martin, director el New Statesman, rehusó la crítica de
Orwell de La cabina española de Borkenau por razones políticas. Pudo manifestar sus opiniones
políticas en el New English Weekly y en Time and Tide, para quien comenzó a escribir de nuevo en
julio, y por colaboraciones en Controversy y New Leader. El 1 de septiembre Frederic Warburg contrató
publicar Homenaje a Cataluña, que Orwell terminó a mediados de enero de 1938. El 25 de abril de
1938 se publicó Homenaje a Cataluña.

Nota del traductor: Todos los ensayos, cartas, críticas y anotaciones que George Orwell escribió sobre
la guerra española se publican por primera vez en esta edición. El resultado de las experiencias de
George Orwell en España fue el libro Homenaje a Cataluña que se ciñe a sus experiencias personales
en Cataluña. Mi guerra civil española nos da una visión más amplia de los problemas políticos y
humanos de la guerra civil española. Todas las notas siguen el original inglés, editado por Sonia
Orwell y lan Angus

Postal a James Hanley

Juventud Comunista Ibérica

Monte Oscurio

Alcubierre, Huesca

Comandante Kopp '

(Timbrada 13 de febrero de 1937)


Querido Mr. Hanley,2

Muchas gracias por su carta. Seguramente mi esposa ya la habrá contestado, pues me llegó abierta y
ella se cuida de mi correspondencia mientras estoy fuera. Siento que no pueda escribirle una carta
normal —no estoy en una situación nada cómoda aquí— pero fue muy amable por su parte escribirme
y me alegra que le gustara el libro.3 Saldrá alrededor del 10 de marzo, creo, pero lo más probable es
que aún esté en el aquí frente cuando salga, así que no sabré cómo marcha.

Gollancz creía que algunas partes molestarían a ciertos intereses pero valía la pena correr el riesgo.

Atentamente,

Eric Blair («George Orwelb))

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1. Georges Kopp (1902-51), ingeniero belga, comandante del tercer regimiento de la División de Lenin
(es decir, las milicias del POUM) donde Orwell luchaba en el frente de Aragón. Después de ser
encarcelado en una prisión GPU, Kopp llegó a Inglaterra en enero de 1939. siendo cuidado por
Laurence y Qwen O'Shaughnessy, el hermano de Eileen Blair y su esposa.

2. James Hanley (1901-1951), novelista inglés

3. El camino de Wigan Pier, publicado en marzo de 1937.


11-12Carta a Eileen Biair

(Hospital de Monflorite)

Lunes (¿5? de abril de 1937)

Mi querida,1

Eres una esposa realmente buena. Cuando vi los cigarros mi corazón se derritió. Han resuelto el
problema del tabaco para una larga temporada. McNair2 me dice que estás bien de dinero, ya que
puedes pedir prestado y devolverlo cuando B.E.3 traiga pesetas, pero no mendigues y sobre todo no
pases hambre o vayas falta de tabaco, etc. No me gusta saber que tienes un resfriado y estás decaída.
No dejes que te agoten trabajando y no te preocupes de mí, porque estoy mucho mejor y espero
volver al

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1. Para estar cerca de su marido, Eileen Blair fue a Barcelona a mediados de febrero de 1937 y trabajó
como secretaria de John McNair.

2. John McNair (1887-1968), socialista escocés, fue el primer trabajador británico en ir a España, donde
permaneció de agosto de 1936 a junio de 1937 como representante en Barcelona del Partido Laborista
Independiente.

3. Bob Edwards (1906) era en enero de 1937 capitán del destacamento del Partido Laborista
Independiente, afiliado al POUM. Salió de España a fines de marzo para asistir al Congreso del Partido
Laborista Independiente en Glasgow, pero no pudo volver debido a la prohibición del Gobierno
británico —por la política de no-intervención— que impedía a los súbditos británicos participar en la
guerra civil española.

13frente mañana o pasado. Por suerte el envenenamiento en mi mano no se ha extendido y ahora casi
está bien, aunque, claro, la herida aún está abierta. Puedo usar mi mano bastante bien y pienso
afeitarme hoy, por primera vez en los últimos cinco días. El tiempo es mucho mejor, primavera de
verdad casi siempre, y el aspecto de la tierra me hace pensar en nuestro jardín de casa y me pregunto
si los alhelíes amarillos ya salen y si el viejo Hatchett está plantando las patatas, Sí, la crítica de Pollitt
1 ha sido bastante dura, pero claro es bueno para publicidad. Supongo que debería enterarse de que
yo militaba en la milicia del POUM.2 No hago demasiado caso de las críticas del Sunday Times pues
Víctor Gollancz anuncia tanto allí que no se atreven a combatir sus libros, pero la crítica del Observer
fue mejor que la última vez.3 Le

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1. Harry Pollitt (1890-1960), obrero metalúrgico y miembro fundador del Partido Comunista de Gran
Bretaña en 1920, fue su Secretario General en 1929 hasta su muerte. Fue apartado de su puesto, no
obstante, entre el otoño de 1939 hasta la invasión alemana de Rusia en julio de 1941 por proponer una
guerra de la democracia contra el fascismo. Su critica de El camino de Wigan Pier fue publicada en
Daily Worker el 17 de marzo de 1937.
2. POUM, Partido Obrero de Unificación Marxista, pequeño partido con poca fuerza fuera de
Cataluña e importante por tener una gran cantidad de miembros politizados, la mayoría anarquistas.

3. El camino de Wigan Pier fue criticado por Edward Shanks en el Sunday Times y por Hugli
Massinghan en el Observer el 14 de marzo de 1937.

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dije a McNair que cuando viniera de permiso haría el artículo para el New Leader, pues querían uno,
pero será tal la decepción después del de B.E. que no creo que lo publiquen. No creo que me den
permiso antes del 30 de abril. Esto es bastante molesto en mi caso pues se debe a mi cambio de una
unidad a otra —muchos de los hombres con los que fui al frente ya se van de permiso. Si me
propusieran ir de permiso antes no creo que dijera que no, pero no es probable que lo hagan y no voy
a insistir en ello. También hay algunos rumores —no sé hasta qué punto hay que fiarse de ellos— de
que habrá una acción por aquí y si puedo no pienso irme de permiso antes de que tenga lugar. Todos
han sido muy amables conmigo mientras estaba en el hospital, me visitaban cada día, etc. Creo que
ahora que el tiempo mejora puedo resistir otro mes sin ponerme enfermo, y entonces sí que
tendremos los dos un buen descanso e iremos a pescar si hay manera para conseguirlo. Mientras te
escribo Michael, Parker y Buttonshaw1 han llegado y tendrías que haber visto sus caras cuando vieron
la margarina. En cuanto las fotos, claro que hay mucha gente que quiere copias y he escrito el número
que necesito detrás de cada foto y quizás podrás conse-

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1. El inglés Michael Wilten, también apodado Milten, el sudafricano Buch Parker y el americano
Buttonshaw, tres miembros de la misma unidad de Orwell.

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guirlas. Espero que no cueste demasiado —no quisiera desilusionar a los ametralladores españoles,
etc. Ya sé que algunas fotos están mal. La de Buttonshaw, muy movida delante, es una foto de una
explosión de obús, que puedes ver tenuemente en la izquierda, justo pasada la casa. Tendré que parar
de aquí poco, pues no estoy seguro cuándo vuelve McNair y quiero tener la carta a punto para él.
Muchísimas gracias por enviarme las cosas, querida y mantente bien y contenta. Le dije a McNair que
hablaría con él de la situación cuando viniera de permiso y quizás tú podrías decirle algo en su buen
momento sobre mi deseo de ir a Madrid, etc. Adiós mi amor. Te escribiré pronto.

Con todo mi amor,

Eric

Carta a Victor Gollancz

Hotel Continental

Barcelona

9 de mayo de 1937

No tuve ninguna ocasión para escribir antes y dar las gracias por el prólogo que me escribió en Wigan
Pier} en realidad no vi ni el libro, más bien la edición de Club de Libro, hasta hace diez días cuando
vine de permiso, y desde entonces he estado algo ocupado. Pasé mi primera semana de permiso algo
enfermo, luego hubo 304 días de luchas callejeras en las que participamos más o menos todos, en
realidad era casi imposible no meterse en ellas. Me gustó mucho el prólogo, aunque claro que podría
contestar algunas de las críticas que me hacía. Es el tipo de discusión sobre lo que uno quiere
realmente decir que siempre se desea y nunca parece llegar de los críticos profesionales. Me han
mandado muchas críticas, algunas muy hostiles pero creo por lo general buenas como publicidad.
También un gran número de cartas de lectores.
Volveré al frente seguramente dentro de unos días y, salvo accidentes, espero estar allí hasta agosto.
Después creo que volveré a casa,

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ya que va siendo hora de que empezara otro libro. Espero mucho que salga vivo de aquí aun- j que
sólo sea para escribir un libro de ello. No es fácil aquí conocer los acontecimientos que suceden fuera
del círculo de la propia experiencia personal, pero aún con esta limitación he visto mucho de inmenso
interés para mí. Casi por accidente me afilié a las milicias del POUM en lugar de la Brigada
Internacional,1 que fue en , parte una lástima pues significa que nunca he visto el frente de Madrid;
por otro lado me ha llevado al contacto con españoles en lugar de ingleses y en especial con
revolucionarios de i verdad. Espero que tendré ocasión para escribir la verdad de lo que he visto. Las
cosas que aparecen en los diarios ingleses son en su mayoría 1 unas mentiras descaradas —más no
puedo decir debido a la censura. Si vuelvo en agosto espero tener un libro a punto para Ud. a
principios del año próximo.

Atentamente,

Eric A. Blair

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1. Las Brigadas Internacionales estaban formadas por voluntarios extranjeros, en su mayoría


comunistas, y jugaron un rol importante en la defensa de Madrid.

Carta a Mr. Thompson


Sanatori Maurín

Sarria, Barcelona

8 de junio de 1937

Querido Mr. Thompson,

Perdóneme que no le haya contestado hasta hoy su carta del 12 de marzo. He estado en España desde
principios del año, casi siempre en el frente, y las cartas me han llegado en largos intervalos. La suya
llegó hace aproximadamente dos semanas. Me decía amablemente que quería criticar mi último libro
1 y pensé que si no era va demasiado tarde le escribiría para avisarle de que desde su punto de vista
yo estoy al otro lado, pues he estado luchando por lo que usted llama “la clique de capitalistas de
Caballero”.2 Pero ahora llevo una bala fascista dentro de mí, si esto le sirve de consuelo, y
seguramente tendré que volver a casa pronto. Sólo pensé que debía decírselo por si llegara a creer
que simpa-

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1. El camino de Wigan Pier.

2. Francisco Largo Caballero, socialista de izquierdas que encabezó el Gobierno de coalición de


socialistas, comunistas y anarquistas y algunos republicanos liberales de septiembre de 1936 a mayo
de 1937-

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tizo con su punto de vista, que en general no lo hago. Gracias de todas maneras por haberme escrito.

Atentamente,

George OrwellCarta a Cyril Connolly

Sanatori Maurín

Sarria, Barcelona

8 de junio de 1937

Querido Cyril,

.. .Si puedo conseguir mi cartilla de inútil puedo estar en casa de aquí a una semana
aproximadamente. Me han herido con malicia, aunque en verdad no es una herida muy mala, una
bala atravesando el cuello que claro que debería haberme matado pero que sólo me ha producido
dolores nerviosos en el brazo derecho y me ha quitado casi toda mi voz. Los médicos aquí no están
muy seguros de si conseguiré recuperar mi voz. Yo creo que sí, pues algunos días está mejor que otros,
pero de cualquier modo quiero volver a casa y estar bajo un buen tratamiento- Estaba leyendo uno de
tus artículos sobre España en un New Statesman de febrero. Es un punto a favor del New Statesman
que es el único periódico, aparte de algunos desconocidos como el New Leader, donde un punto de
vista que no sea el comunista ha llegado a publicarse. El reciente artículo de Listón Oak 1sobre los
hechos de Barcelona estuvo muy
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1. «Tras las barricadas de Barcelona» por Liston M. Oak en

el New Statesman, 15 de mayo de 1937.

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bien y equilibrado. Viví todo aquel asunto y sé qué mentiras eran la mayoría de cosas en los
periódicos. Gracias también por anunciar públicamente que seguramente escribiría un libro sobre
España, como haré claro, una vez este dichoso brazo esté bien. He visto cosas increíbles y por fin creo
de verdad en el socialismo, cosa que no hacía antes. Por lo general, aunque siento no haber visto
Madrid, me alegra haber vivido en un frente relativamente poco conocido con anarquistas y gente del
POUM en lugar de la Brigada Internacional, como hubiera ocurrido si hubiera venido con carnet del
partido comunista en lugar del Partido Laborista Independiente. Una lástima que no subiste a nuestra
posición a verme cuando estuviste en Aragón. Me hubiera gustado ofrecerte el té en una trinchera.

Tu amigo,

Eric Blair

Encounter, enero de 1962.

Frenando sobre mojado en España

La guerra española quizás haya producido mayor abundancia de mentiras que cualquier otro gran
acontecimiento desde la Gran Guerra de 1914-18, pero sinceramente dudo, a pesar de todas esas
matanzas de monjas que han sido violadas y crucificadas ante los ojos de los reporteros del Daily Mail,
que sean los periódicos profascistas los que han hecho más daño. Son los diarios de izquierdas, el
News Chronicle y el Daily Worker, con sus métodos de distorsión más sutiles, los que han impedido al
público británico captar la verdadera naturaleza de esa lucha.

El hecho que estos periódicos han oscurecido tan cuidadosamente es que el Gobierno español
(incluido el semiautónomo Gobierno catalán) teme más a la revolución que a los fascistas. Ya es casi
seguro que la guerra terminará con algún arreglo e incluso hay motivo para dudar de si el Gobierno,
que sin mover un dedo dejó caer a Bilbao, desea quedar victorioso; pero no hay duda alguna de qué
modo tan completo se está aplastando a los revolucionarios. Desde hace algún tiempo sigue
funcionando un régimen de terror: supresión forzosa de partidos políticos, asfixiante censura de la
pren-

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sa, incesante espionaje y encarcelamientos en masa sin proceso. Cuando salí de Barcelona el pasado
junio las cárceles estaban atestadas; desde luego, ya llevaban mucho tiempo así y los presos eran
hacinados en locales vacíos que se encontraban para ellos, Pero lo interesante a resaltar es que los
que están ahora en prisión no son fascistas sino revolucionarios; están allí no porque sus opiniones
se inclinen demasiado a la derecha, sino por ser demasiado izquierdistas. Y los responsables de
encerrarlos son esos espantosos revolucionarios cuyo nombre hace temblar a Garvin: los
comunistas.

Mientras, continúa la guerra contra Franco, pero, excepto los pobres diablos que se hallan en las
trincheras, nadie cree en la España republicana que ésa sea la verdadera guerra. La auténtica lucha
es la que hay entre la revolución y la contrarrevolución; entre los trabajadores que tratan inútilmente
de retener algo de lo que ganaron en 1936, y el bloque liberal-comunista que con tanto éxito les está
quitando eso que ganaron. Desgraciadamente, muy poca gente en Inglaterra se ha dado aún cuenta
de que el comunismo es ahora una fuerza contra-revolucionaria ; de que los comunistas se alían en
todas partes con el reformismo burgués y emplean toda su poderosa maquinaria para
aplastar o desacreditar a cualquier partido que revele tendencias revolucionarias. De ahí el gro-

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tesco espectáculo de comunistas atacados como malvados «rojos» por intelectuales de la extrema
derecha que en lo esencial han de estar de acuerdo con ellos. Por ejemplo, Mr. Wyndham Lewis
debería amar a los comunistas, por lo menos de momento. En España la alianza de comunistas y
liberales ha quedado casi por completo victoriosa. De cuanto los obreros españoles ganaron en 1936
nada sólido queda excepto unas pocas granjas colectivizadas y cierta extensión de tierras de que se
apoderaron los campesinos el año pasado; y probablemente incluso los campesinos serán
sacrificados más adelante, cuando ya no sea necesario aplacarlos. Para ver cómo surgió la situación
actual hay que remontarse a los orígenes de la guerra civil. La base de Franco para el poder difirió de
las de Hitler o Mussolini en que fue una insurrección militar comparable a una invasión extranjera y
por eso no tuvo mucho apoyo popular aunque Franco trata desde entonces de tenerlo Sus principales
apoyos, aparte de ciertos sectores del gran capital, fueron la aristocracia terrateniente y la inmensa y
parasitaria Iglesia. Evidentemente un levantamiento como ése desencadenará contra él varias fuerzas
que no están de acuerdo con ninguno de esos apoyos. El campesino y el obrero odian al feudalismo y
al clericalismo; pero también los odia el burgués «liberal», el cual no se opone en absoluto a una

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versión más moderna del fascismo, por lo menos mientras no se le llame fascismo. El burgués «liberal»
es genuinamente liberal en la medida de sus propios intereses. Defiende el grado de progreso
implicado en la expresión la carriére ouverte aux talents. Pues desde luego no tiene la oportunidad de
desarrollarse en una sociedad feudal, donde el obrero y el campesino son demasiado pobres para
comprar géneros, donde la industria está recargada con enormes impuestos para pagar las vestiduras
de los obispos, y donde cualquier tarea lucrativa se da, por supuesto, a un recomendado. De ahí que,
frente a un reaccionario tan evidente como Franco se tiene por algún tiempo una situación en la que
el obrero y el burgués, en realidad enemigos mortales, luchan juntos. Esta inestable alianza se llama
Frente Popular (o, en la prensa comunista, para darle un atractivo falsamente democrático, el Frente
del Pueblo). Es una combinación que tiene tanta vitalidad, y casi tanto derecho a existir, como un
cerdo con dos cabezas o alguna otra monstruosidad circense.

En cualquier circunstancia sería ha de manifestarse la contradicción implicada en el Frente Popular.


Pues incluso cuando el obrero y el burgués están ambos luchando contra el fascismo, no luchan por
idénticas causas; el burgués pelea por lograr una democracia burguesa —esto

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es, por el capitalismo— y el obrero, en lo que él entiende del asunto, por el socialismo. Y los primeros
días de la revolución, los obreros españoles entendieron muy bien de qué se trataba. En las zonas
donde el fascismo fue derrotado no se contentaban con echar a las tropas rebeldes de las ciudades;
también aprovechaban la oportunidad de apoderarse de tierras y fábricas y sentaban los toscos
comienzos de un gobierno de trabajadores por medio de comités locales, milicias de obreros, fuerzas
de policía, etc. Sin embargo, cometieron el error (quizá porque la mayoría de los revolucionarios
activos eran anarquistas y desconfiaban de toda clase de parlamentos), de dejar al Gobierno
republicano el control nominal. Y, pese a varios cambios de personal, todos los Gobiernos siguientes
han sido aproximadamente del mismo carácter burgués-reformista. Al principio no parecía importar
esto porque el Gobierno, especialmente en Cataluña, era casi impotente y la burguesía tenía que
estarse muy quieta o incluso (lo que aún ocurría cuando llegué a España en diciembre) disfrazarse de
obreros. Más tarde, cuando el poder pasó de las manos de los anarquistas a las de los comunistas y
socialistas del ala derecha, el Gobierno pudo reafirmarse, la burguesía salió de sus escondites y la
antigua división de la sociedad en ricos y pobres reapareció sin haber cambiado mucho. Desde
entonces todos los mo-

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vimientos, excepto unos cuantos requeridos por la emergencia militar, eran encaminados a deshacer
la obra de los primeros meses de revolución. De los muchos ejemplos que podría presentar, sólo
citaré uno, la disolución de las milicias de obreros, que estaban organizadas con un sistema
genuinamente democrático recibiendo oficiales y soldados la misma paga y hallándose en términos
de completa igualdad, y la sustitución del ejército popular (una vez más, en la jerga comunista, el
“Ejército del Pueblo”), que se convirtió en todo lo posible en un ejército burgués comente con una
privilegiada casta, inmensas diferencias de paga, etcétera. No es preciso decir que esto surge por
necesidad militar y casi con certeza mejora la eficiencia militar, por lo menos durante algún tiempo.
Pero , la indudable finalidad del cambio fue asestarle un golpe al igualitarismo. En todos los sectores
se ha seguido el mismo sistema con el resultado de que sólo un año después de estallar la guerra y la
revolución se logra lo que en efecto es un estado burgués ordinario que tiene además un reinado de
terror para conservar el statu quo.

Probablemente la cosa no habría ido tan lejos si no hubiese habido intervención extranjera. Pero la
debilidad militar del Gobierno hacía que esto fuera imposible. Frente a los mercenarios extranjeros de
Franco, tuvo el Gobier-

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no que pedirle ayuda a Rusia, y aunque la cantidad de armas suministradas por los rusos se ha
exagerado mucho (en los primeros tres meses que pasé en España sólo vi un arma rusa, una solitaria
ametralladora), el simple hecho de su llegada hizo subir al poder a los comunistas españoles. En
primer lugar, los fusiles y aviones rusos, y las buenas cualidades militares de las brigadas
internacionales (no necesariamente comunistas pero bajo control comunista), elevaron de modo
inmenso el prestigio comunista. Pero, lo que es más importante, como Rusia y México eran los únicos
países que proporcionaban armas abiertamente, los rusos no sólo pudieron sacar dinero por sus
armas sino imponer condiciones. Dicho del modo más crudo, esos términos eran; “aplastad la
revolución o no tendréis más armas”. La razón que suele darse para la actitud rusa es que si Rusia
hubiese parecido estar estimulando la revolución, el pacto franco-soviético (y la tan esperada alianza
con Gran Bretaña) estarían en peligro.

Y también podía ocurrir que el espectáculo de una auténtica revolución en España produjera en
Rusia ecos no deseados. Desde luego, los comunistas niegan que el Gobierno ruso haya ejercido
una presión directa en este asunto. Pero eso, aunque fuese cierto, apenas es relevante pues se puede
dar por cierto que los partidos comunistas de todos los países siguen la

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política rusa; y desde luego el Partido Comunista español —más los socialistas de derecha que aquél
controla, más la prensa comunista del mundo entero— han puesto en juego toda su inmensa y
siempre creciente influencia de parte de la contrarrevolución.
En la primera mitad de este artículo sugerí que la verdadera lucha en España, en la zona del Gobierno,
ha sido entre la revolución y la contrarrevolución; que el Gobierno, aunque con bastantes deseos de
no dejarse vencer por Franco, ha tenido aún mayor interés en deshacer los cambios revolucionarios
que acompañaron al comienzo de la guerra. Cualquier comunista rechazaría tal insinuación como
errónea e intencionadamente deshonrosa. Diría que es una tontería hablar de que el Gobierno
español aplastó la revolución ya que ésta nunca ocurrió; y que nuestra tarea presente es derrotar al
fascismo y defender a la democracia. Y en relación con esto es de la mayor importancia ver cómo
actúa la propaganda antirrevolucionaria comunista. Es un error creer que carece de interés en
Inglaterra, donde el partido comunista es pequeño y relativamente débil. Pronto veremos la
importancia que eso tiene si Inglaterra se alía con la URSS; o quizás aún antes, pues la influencia del
partido co-

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munista ha de aumentar —aumenta visiblemente— mientras cada vez más miembros de la clase
capitalista se dan cuenta de que el comunismo reciente les está haciendo el juego. Dicho en términos
generales, la propaganda comunista se basa en aterrar a la gente con los horrores (completamente
auténticos) del fascismo. También da a entender —no con toda claridad sino con alusiones— que el
fascismo nada tiene que ver con el capitalismo. El fascismo es una maldad sin sentido, una
aberración, ((sadismo de masas», lo que ocurriría si se dejara sueltos, a todos los maníacos homicidas
de un manicomio. Si se presenta de esa manera el fascismo, se podrá movilizar a la opinión pública en
contra de éste, por lo menos durante algún tiempo, sin provocar un movimiento revolucionario. Se
puede oponer el fascismo a la “democracia” burguesa, o sea, al capitalismo. Pero mientras tanto
tendrá uno que librarse de toda persona molesta para quien el fascismo y la “democracia” burguesa
son como dos medias naranjas. Al principio triunfará usted llamándole visionario sin sentido práctico
alguno. Le dirá usted que está confundiendo los términos, que divide a las fuerzas antifascistas y que
no es el momento de hacer frases revolucionarias, pues por ahora tenemos que luchar contra el
fascismo sin preguntar demasiado a favor de qué luchamos. Luego, si la persona molesta se niega a
callarse, cambia-

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rá usted de tono y le llamará traidor. Para mayor exactitud, le llamará trotskista. ¿Y qué es un
trotskista? Esta terrible palabra —en España pueden encarcelarle a uno en estos momentos y tenerle
allí indefinidamente sin proceso sólo si se oye decir que se es trotskista— está sólo empezando a
agitarse en Inglaterra. Pero ya la oiremos más con el paso del tiempo. La palabra “trotskista” (o
“trotskifascista”) se suele emplear refiriéndose a un fascista disfrazado que quiere aparecer como
ultrarrevolucionario para dividir las fuerzas izquierdistas. Pero su poder tan especial le viene del hecho
de significar tres cosas distintas. Puede referirse a uno que, como Trotski, deseaba la revolución
mundial; o el miembro de una organización encabezada por el propio Trotski (el único uso legítimo de
la palabra); o, por último, el fascista disfrazado que ya he mencionado. Esos tres significados pueden
englobarse en uno solo si se quiere. El primer significado puede llevar implícito el segundo. Y el
segundo significado casi invariablemente lleva implícito el tercero. Así: “Fulano ha hablado
favorablemente de la revolución mundial; por tanto es un trotskista; por lo tanto es un fascista”. En
España, y en cierta medida también en Inglaterra, cualquiera que profese el socialismo revolucionario
(es decir, cualquier partidario de las ideas que profesaba el partido comunista hace sólo unos pocos
años)

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cae bajo las sospechas de ser un trotskista pagado por Franco o Hitler.

La acusación es muy sutil, pues en cada caso dado, a menos de que se esté seguro de lo contrario,
podría ser verdad. Un espía fascista probablemente se disfrazaría de revolucionario- En España,
cualquiera que esté a la izquierda del Partido Comunista resultará ser, antes o después, un trotskista
o, por lo menos, un traidor. Es decir, le acusarán de serlo. Al principio de la guerra el POUM, un partido
comunista de oposición que viene a corresponder más o menos al ILP 1 inglés, era un partido
aceptado y dio un ministro al Gobierno catalán. Más adelante ese partido fue apartado del Gobierno;
luego, denunciado como trotskista; después, suprimido y todos aquellos de sus miembros a los que
podía echar mano la policía iban a parar a la cárcel.

Hasta hace pocos meses se decía que los anarco-sindicalistas “trabajaban lealmente” junto a los
comunistas; luego los anarco-sindicalistas fueron apartados del Gobierno: ya no los tenían por tan
leales; y ahora van camino de ser considerados traidores. Después les tocará el turno a los socialistas
de izquierdas. Caballero, el expremier socialista de izquierdas, que era hasta mayo de 1937 ídolo de la
prensa socialista, ha

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1. Partido Laborista Independiente.

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ya en la mayor oscuridad y se le tiene por trotskista y “enemigo del pueblo”. Y así continúa el juego. El
final lógico de éste es un régimen en el que todo partido o periódico de oposición sea suprimido y
todo disidente de alguna importancia esté en la cárcel. Desde luego, un régimen así será fascista. No
será lo mismo que el fascismo que Franco impondría, incluso ha de ser mejor que el fascismo de
Franco hasta el punto de que valdrá la pena luchar por ello, pero será fascismo. Sólo que como lo
manejarán comunistas y liberales, se le llama de distinto modo.

Entretanto, ¿puede ganarse la guerra? La influencia comunista ha operado contra el caos


revolucionario y por tanto, aparte de la ayuda rusa, ha tendido a producir una mayor eficacia militar.
Si los anarquistas salvaron al Gobierno desde agosto a octubre de 1936, los comunistas lo salvaron de
octubre en adelante. Pero al organizar la defensa han matado el entusiasmo (dentro de España, no
fuera). Hicieron posible un ejército de reclutas militarizados pero a la vez los hicieron necesarios. Es
significativo que ya en enero de este año terminase en la práctica el reclutamiento voluntario. Un
ejército revolucionario puede a veces ganar por su entusiasmo pero un ejército normal tiene que
ganar con armas y no es probable que el Gobierno pueda tener gran preponderancia con sus armas a
me-
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nos que intervenga JF rancia o que Alemania e Italia decidan quedarse con las colonias españolas y
dejar a Franco en la estacada. En fin, lo más probable parece ser un punto muerto. ¿Y se propone al
Gobierno seriamente ganar? Por supuesto, no quiere perder. Por otra parte, una victoria total,
huyendo Franco y expulsados alemanes e italianos, crearía graves problemas, algunos de los cuales
son tan evidentes que no hay ni que citarlos. No hay pruebas irrefutables y sólo se puede juzgar por lo
que va sucediendo pero sospecho que a lo que aspira el Gobierno es a un arreglo que dejaría
básicamente en pie la situación bélica. Todas las profecías son erróneas y por tanto también lo será
ésta pero me arriesgo a decir que aunque la guerra puede terminar muy pronto o durar años,
terminará con España dividida bien sea por las actuales fronteras o en zonas económicas. Por
supuesto, ese arreglo podría ser considerado como victoria propia por ambas partes. Cuanto he dicho
en este artículo parecería completamente natural en España e incluso en Francia. Pero en Inglaterra, a
pesar del intenso interés por España que la guerra ha suscitado, poca gente ha oído hablar de la
enorme lucha que hay dentro del campo gubernamental. Desde luego, esto no es casual. Ha habido
una deliberada conspiración (yo podría dar ejemplos detallados) para impedir que sea comprendida
la

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situación española. Gente que debería saber mejor de qué habla, se ha prestado a ese engaño
basándose en que si se dice la verdad con respecto a España, se utilizará como propaganda fascista.

Es fácil ver adonde lleva esa cobardía. Si se hubiera informado fidedignamente al público británico
acerca de la guerra española, habría tenido la oportunidad de saber lo que es el fascismo y cómo
puede combatírsele. Pero tal como se ha hecho —como no se ha hecho— la versión que el News
Chronicle da del fascismo como una especie de manía homicida propia de un militar de academia
saltando sobre el vacío económico, ha quedado establecida más firmemente que nunca. Y así nos
hallamos a un paso más cerca de la gran guerra “contra el fascismo” (en 1914 era “contra el
militarismo”) y que permitirá al fascismo de la variedad británica coleársenos al cuello durante la
primera semana.

New English Weekly, 28 de julio y 2 de septiembre de 1937-

Crítica

The Spanish Cockpit (La cabina española) por Franz Borkenau

Volunteer in Spain (Voluntario en España) por John Somrnerficld

El Dr. Borkenau ha realizado lo que ahora es una proeza para cualquiera que sepa lo que ocurre en
España: escribir un libro sobre la guerra española sin perder la serenidad. Quizá me precipite al
afirmar que es el mejor libro escrito hasta ahora acerca de ese tema pero creo que estará de acuerdo
conmigo cualquiera que haya llegado recientemente de España. Después de aquella horrible
atmósfera de espionaje y odio político es un alivio hallar un libro que abalea la situación con tanta
calma y lucidez como éste.

El Dr Borkenau es un sociólogo y no está relacionado con partido político alguno. Fue a España con el
propósito de llevar a cabo su labor en un país en revolución e hizo dos viajes, uno en agosto y otro en
enero. La historia esencial de la revolución española queda contenida en la diferencia entre esos dos
tiempos, sobre todo en la diferencia de ambiente social. En agosto era casi impotente el Go-

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bierno, los soviets locales funcionaban por todas partes y los anarquistas eran la principal fuerza
revolucionaria; como resultado de ello, todo era un caos terrible, las iglesias acababan de arder y los
sospechosos de fascistas eran fusilados en gran número, pero por doquier había una firme creencia en
la revolución, con la impresión de que se habían liberado de una servidumbre secular. En enero había
pasado el poder, aunque no tan completamente como más adelante, de los anarquistas a los
comunistas, y éstos ponían en práctica cualquier método posible, justo o injusto, para barrer lo que
aún siguiera siendo revolucionario. Las fuerzas de policía prerrevolucionarias fueron restauradas, el
espionaje político era cada vez más astuto, y el propio Dr. Borkenau no tardó en ser encarcelado.
Como la mayoría de los presos políticos en España, nunca le dijeron de qué se le acusaba ; pero tuvo
mejor suerte que la mayoría de ellos pues lo soltaron a los pocos días, e incluso (y pocos han sido los
que después pudieron lograr eso) la policía le devolvió sus notas. Su libro termina con una serie de
ensayos sobre varios aspectos de la guerra y de la revolución. Cualquiera que desee comprender la
situación española debe leer el último capítulo, en verdad brillante, titulado Conclusiones.

El hecho más importante que ha surgido de lo sucedido allí es que el partido comunista es aho-

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ra (y hay que suponer que en beneficio de la política exterior rusa) una fuerza antirrevolucionaria. En
vez de impulsar al Gobierno español hacia la izquierda, la influencia comunista lo ha llevado a la
fuerza hacia la derecha. El Dr. Borkenau, que no es un revolucionario, no lamenta eso; lo que le parece
mal es que se oculte a propósito. Como resultado, la opinión pública europea considera a los
comunistas como malvados rojos o heroicos revolucionarios, según los casos, mientras que en la
propia España:

“Actualmente es imposible... discutir abiertamente ni siquiera los hechos básicos de la situación


política. La lucha entre el principio revolucionario y el no revolucionario, encarnados respectivamente
en los anarquistas y en los comunistas, es inevitable ya que el fuego y el agua no pueden mezclarse...
Pero como a la prensa ni siquiera se le permite que hable de eso, nadie tiene idea clara de la situación
y aparece el antagonismo político, no en lucha abierta para ganarse a la opinión pública, sino en
intrigas por la espalda, asesinatos por pistoleros anarquistas, asesinatos legales por la policía
comunista, alusiones en voz baja, rumores públicos... El ocultarle al público los principales hechos
políticos y el mantenimiento de ese engaño por medio de la censura y del terrorismo, lleva implícitos

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efectos muy perjudiciales, que aún se notarán t más en el futuro que ahora.”

Si eso es cierto en febrero, ¡cuánto más lo es ahora! Cuando yo salí de Barcelona el pasado junio, el
ambiente allí, entre las incesantes detenciones, los periódicos censurados y las hordas de patrullas de
policía armada, era una pesadilla.

Mr. Sommerfield fue miembro de la Brigada Internacional y luchó heroicamente en la defensa de


Madrid. Volunteer in Spain (Voluntario en España) es el relato de sus experiencias. Viendo que la
Brigada Internacional está luchando de alguna manera por todos nosotros —una delgada línea de
personas sufriendo y muchas veces mal armadas que separan la barbarie de por lo menos la relativa
decencia— puede parecer poco generoso decir que este libro es un panfleto sentimental; pero lo es.
Es casi seguro que saldrán buenos libros de los miembros de la Brigada Internacional, pero tendremos
que esperar hasta que la guerra termine.

Time and Tide, 31 de julio de 1937.

Carta a Rayner Heppenstall

The Stores

Wallington
Nr. Baldock, Herts.

31 de julio de 1937

Querido Rayner,

Muchísimas gracias por tu carta. Me alegro saber de ti. Espero que Margaret1 esté mejor. Suena muy
mal, pero por lo que me dices supongo que aún está levantada y haciendo sus cosas.

Nuestra estancia en España fue interesante pero bastante tremenda. Por supuesto, no habría dejado
que Eileen viniese conmigo ni habría ido yo mismo probablemente si hubiese previsto los
acontecimientos políticos, sobre todo la supresión del POUM, el partido en cuya milicia serví. Fue un
raro asunto. Empezamos como heroicos defensores de la democracia y terminamos saliendo a toda
prisa por la frontera perseguidos por la policía jadeando a nuestros talones. Eileen estuvo maravillosa,
incluso parecía disfrutar de aquello. Pero aunque nosotros nos libramos bastante bien, casi todos
nuestros ami-

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1-La Sra. Rayner Heppenstall.

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gos y conocidos están en la cárcel y es probable que sigan allí indefinidamente, sin que se les acuse de
nada más que de “trotskismo”. Cuando me marché ocurrían allí las cosas más terribles, detenciones
en masa, heridos sacados a rastras de los hospitales y encerrados en la cárcel, gente hacinada en
asquerosos tugurios donde apenas tenían sitio para tumbarse, presos apaleados y casi muertos de
hambre, etcétera. Pero es imposible lograr que se publique algo de eso en la prensa inglesa —como
no sea en las publicaciones del ILP, afiliado al POUM.

Tuve una divertida experiencia sobre esto con el New Statesman. Tan pronto como salí de España,
telegrafié de Francia pidiendo si querían un artículo y claro dijeron que sí, pero cuando vieron que mi
artículo trataba de la supresión del POUM dijeron que no lo podían publicar. Para endulzar la negativa
me pidieron la crítica para un libro muy bueno que había salido hacía poco, The Spanish Cockpit (La
cabina española) que destapa muy efectivamente todo lo que ha pasado. Pero una vez más, cuando
vieron mi crítica no la podían publicar así “por ir contra la línea editorial”, aunque me ofrecieron
pagarme la crítica de todas maneras —como si fuera un soborno para callarme. Tengo también que
cambiar de editor, por lo menos para este libro. Gollancz forma desde luego parte del tinglado
comunista y en cuanto se en-

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teró de que yo había estado asociado al POUM y los anarquistas y que estuve en los motines de mayo
en Barcelona, dijo que no podría publicar mí libro aunque aún no había yo escrito ni una palabra de
éste. Creo que debió de prever muy astutamente que sucedería algo por el estilo pues cuando fui a
España redactó un contrato en el que se comprometía a publicarme mis novelas pero no otros libros.
No obstante tengo otros dos editores tras de mí y creo que mi agente” con mucha visión, ha
conseguido que compitan en sus ofertas. Aunque he comenzado ya ese libro 1 tengo todavía los
dedos agarrotados.

Mi herida no fue gran cosa pero es un milagro que no me costara la vida. La bala me cruzó
limpiamente el cuello y falló lo que se proponía encontrar excepto una cuerda vocal, o más bien el
nervio del que depende, que está paralizado. Al principio no me salía en absoluto la voz pero ahora la
otra cuerda compensa y la estropeada puede o no curarse. Mi voz es ya prácticamente normal aunque
no puedo gritar. Tampoco me es posible cantar pero la gente dice que eso no importa. Me alegro
bastante de que una bala me haya herido pues creo que eso nos pasará a todos en un futuro próximo
y celebro que no le cause a uno daño realmente. Lo

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1. Homenaje a Cataluña.

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que he visto en España no me ha hecho un cínico pero me hace pensar que el futuro es muy tétrico. Es
evidente que la gente puede dejarse engañar por lo del antifascismo lo mismo que se dejó llevar por el
asunto de la pobre y pequeña Bélgica y cuando llegue la guerra participarán en seguida en ella. No
estoy de acuerdo, sin embargo, con la actitud pacifista como creo que lo estás tú. Aún creo que es
necesario luchar a favor del socialismo y contra el fascismo, quiero decir luchar físicamente y con
armas, aunque hay que saber quién es quién. Quiero hablar con Holdaway para saber qué piensa del
problema español. Es el único comunista más o menos ortodoxo de los que conozco a quien respete.
Me disgustará que me suelte la misma defensa de la democracia y condena de los “trotskifascistas”
que lo demás.

Me gustaría mucho verte, pero no creo que esté en Londres próximamente, al menos que me vea
obligado a ello por el trabajo. Estoy avanzando en mi libro que quiero tenerlo terminado para
Navidad, también muy atareado arreglando el jardín después de tanto tiempo fuera. Mantente en
contacto de todas maneras y déjame tu dirección. No puedo ponerme en contacto con Rees. Estaba
en el frente de Madrid y no había prácticamente comunicación. Tuve noticias de Murry que parecía en
las últimas sobre algo. Au Revoir.

Tuyo,

Eric

Carta a Geoffrey Gorer

The Stores

Wallington
Nr. Baldock, Herts

16 de agosto de 1937

Querido Geoffrey,

¿Cómo van las cosas? Creo que por los temas en Time and Tide estás de vuelta en Inglaterra. ¿No
puedes venir a vernos un día? Podemos alojarte, a menos que vengas la próxima semana cuando la
madre de mi esposa estará entre nosotros. Volvimos de España hace unas seis semanas, después de
unas experiencias bastante malas hasta escapar por la frontera con la policía a un paso de nosotros.
No puedes imaginarte lo terrible de las cosas que están pasando en España. Es un verdadero reino de
terror, la imposición del fascismo bajo la excusa de la resistencia al fascismo, verdaderos centenares
de personas encerrados en la cárcel y mantenidas durante meses sin juicio, supresión de diarios, etc.,
etc. Lo más repugnante es la manera como la llamada prensa antifascista en Inglaterra lo ha
encubierto. ¿Viste mi crítica en Time and Tide de un libro llamado The Spanish Cockpit (La cabina
española) (que por otra

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parte deberías leer)? El autor escribió diciéndome que era el único crítico que había señalado la idea
principal del libro, es decir que el partido comunista es hoy el principal partido antirevolucionario.
Pero lo interesante era que también había hecho la crítica para el New Statesman donde, claro, había
tratado el libro en mas profundidad que para Time and Tide. Pero el NS, que ya había rechazado un
artículo mío sobre la supresión del POUM argumentando que “traería problemas”, tampoco quiso
publicar la crítica pues “iba en contra de la línea editorial” ; en otras palabras, decía la verdad sobre el
partido comunista. Entonces me ofrecieron pagarme la crítica, sin publicar, pidiéndome por
telegrama la crítica de otro libro. Por lo visto estaban muy interesados en impedir que yo difundiese el
hecho de que están encubriendo algunas noticias importantes. Pero tendrán un rudo golpe
cuando salga mi libro sobre España, pues pienso confeccionar un apéndice sobre las mentiras y
supresiones en la prensa inglesa. No te creas nunca una palabra de lo que leas en el News Chronide o
en el Daily Worker. El único diario que he visto con una idea de la verdad en sus páginas es el Daily
Express —claro que sus artículos son tontos y llenos de errores pero parecen tener buena intención.
Me hirió un francotirador en las afueras de Huesca. No fue mucho pero debía haberme ma-

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tado, y en verdad por algunos minutos así lo creí, una curiosa experiencia. La bala atravesó mi cuello
de delante a atrás pero esquivó la arteria carótida y la columna vertebral de una manera
sorprendente. Tengo una cuerda vocal paralizada así que no puedo gritar fuerte o cantar, pero mí voz
está bastante normal. Estoy avanzando bien con mi libro y estamos atareados intentando arreglar el
jardín que estaba hecho un desastre cuando volvimos y ahora está completamente vaciado.
Conseguiremos algunas gallinas más. Tenemos algunos patos pequeños pero no crecían bien, creo
que debido a una mala alimentación en su primera semana y perdimos varios.

Dinos cómo estás y si podrás venir a vernos. Estaré en la ciudad para el mes que viene creo. Eileen te
manda su cariño.

Tuyo,

Eric A. Blair

Carta a Geoffrey Gorer

The Stores

Wallington

Nr. Baldock, Herts


15 de septiembre de 1937

Querido Geoffrey,

Muchísimas gracias por tu carta. Me alegra de que te divirtieras en Dinamarca, aunque debo confesar
que es uno de los pocos países que nunca he tenido deseos de visitar. Te llamé cuando estuve en la
ciudad, pero, claro, no estabas. Veo que volverás alrededor del 24. Nosotros estaremos aquí hasta el
10 de octubre, y luego iremos a Suffolk para estar en casa de mis padres algunas semanas. Si puedes
venir entre el 24 y el 10, escríbenos cuatro palabras y quédate con nosotros. Podemos alojarte sin
problemas.

Lo que dices de no dejar pasar los fascistas debido a las divisiones entre nosotros es muy verdad
siempre que uno tenga claro qué significa el fascismo, y quién o qué impide la unidad. Claro que todo
esto del Frente Popular que ahora promueven la prensa y partido comunistas, el editor Gollancz y sus
escribanos, etc., etc., no es más que decir que ellos están a favor del (futuro) fascismo inglés en contra
del fascismo

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alemán. Estan intentando que el imperialismo-capitalismo británico se alíe con la Unión Soviética y
con ello entrar en guerra con Alemania. Claro que pretenden piadosamente que no quieren que llegue
la guerra y que una alianza francesa-británica-rusa la impedirá por el viejo sistema de equilibrio de
fuerzas. Pero todos sabemos a qué condujo esta historia del equilibrio de fuerzas la última vez, y
además es evidente que los países se están armando con el propósito de luchar. El cuento del Frente
Popular se acaba así: cuando llegue la guerra los comunistas, laboristas, etc., en lugar de intentar
frenar la guerra y derrocar al Gobierno, estarán al lado del Gobierno y cuando el Gobierno esté en el
lado “bueno”, es decir en contra de Alemania. Pero cualquiera con un poco de imaginación puede
prever que el fascismo, claro que no será llamado fascismo, nos será impuesto cuando empiece la
guerra. Así que tendremos el fascismo con la colaboración de los comunistas y, si estamos aliados con
la Unión Soviética, en un rol principal. Esto mismo ha pasado en España. Después de lo que he visto
en España he llegado a la convicción de que es inútil ser “antifascista” e intentar mantener el
capitalismo. El fascismo no es más que un desarrollo del capitalismo, y la más bondadosa de las
llamadas democracias se puede convertir en fascismo cuando se vea empujada a ello. Nos gusta pen-

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sar que Inglaterra es un país democrático, pero nuestro dominio de la India, por ejemplo, es tan malo
como el fascismo alemán aunque externamente no sea tan molesto. No veo cómo se puede luchar
contra el' fascismo si no es trabajando para derrocar al capitalismo, empezando, claro está, en el
propio país. Si se colabora con el Gobierno imperialista-capitalista en la lucha “contra el fascismo”, es
decir contra un imperialismo competidor, en realidad se deja entrar el fascismo por la puerta de
servicio. Toda la lucha en España, en el lado del Gobierno, ha girado en torno a esto. Los partidos
revolucionarios, los anarquistas, el POUM, etc., querían terminar la revolución, los otros querían luchar
contra los fascistas en nombre de la “democracia” y, claro, cuando se sintieran seguros de sus puestos
y hubieran engañado a los trabajadores para dejar sus armas, querían volver a implantar el
capitalismo. El caso grotesco, que muy pocas personas fuera de España han comprendido aún, es que
los comunistas eran los que estaban más a la derecha y tenían aún más interés que los liberales en
cazar los revolucionarios y eliminar las ideas revolucionarias. Por ejemplo, han conseguido desbandar
las milicias de trabajadores, que se originaban en los sindicatos y en las que todos los cargos recibían
el mismo salario y estaban en igualdad de trato, substituyéndolas por un ejército de patrón burgués
donde

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un coronel recibe ocho veces más que un soldado, etc. Todos estos cambios, claro, son presentados
como una exigencia militar y justificados por el tinglado “trotskista” que consiste en decir que todo el
que defiende ideas revolucionarias es un trotskista pagado por los fascistas. La prensa comunista
española, por ejemplo, ha declarado que Maxton1 está pagado por la Gestapo. La razón por la cual tan
pocas personas saben qué ha pasado en España se debe al control comunista de la prensa. Aparte de
su propia prensa tienen toda la prensa capitalista antifascista a su lado (periódicos como el News
Chronicle), pues éstos se han dado cuenta de que el comunismo oficial es hoy antirrevolucionario. El
resultado es que han podido publicar una cantidad inaudita de mentiras y resulta casi imposible
conseguir que alguien publique algo en contra.

Los relatos de los disturbios de Barcelona en mayo, que tuve la desgracia de vivir, superan todo
cuanto haya visto en mentir. Por cierto que el Daily Worker me ha perseguido con las más sucias
difamaciones, llamándome profascista, etcétera pero yo pedí a Gollancz que los callara, cosa que hizo,
no con demasiado agrado supongo. Extraño como suene, aún estoy bajo contra-

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1. James Maxton (1885-1946), parlamentario laborista independiente (1922-1946) y presidente del


Partido Laborista Independiente (ILP) 1926-1931, 1934-1939.

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to para escribirle un número de libros, aunque no quiso publicar el libro que hago sobre España antes
de haber escrito una sola línea. Me gustaría mucho conocer a Edith Sitwell, alguna vez que esté en la
ciudad. Me sorprendió mucho saber que ella había oído de mí y que le gustaban mis libros. No sé si he
apreciado nunca sus poemas, pero me encantó sobremanera su biografía de Pope.

Prueba de venir aquí alguna vez. Espero que ya no tengas tu psilosis.

Tuyo,

Eric

Crítica

Red Spanish Notebook (Cuaderno rojo español) por Mary Low y Juan Brea
Heroes of the Alcázar (Héroes del Alcázar) por R. Timmermans

El Red Spanish Notebook (Cuaderno rojo español) proporciona un vivo cuadro de la España leal, tanto
en el frente como en Barcelona y Madrid, en el primero y más revolucionario período de la guerra.
Ciertamente es un libro partidista, pero no es peor por serlo. Los autores trabajaron para el POUM, el
más extremista de los partidos revolucionarios y que luego fue suprimido por el Gobierno. El POUM ha
sido tan vilipendiado en el extranjero, y especialmente por la prensa comunista, que era
imprescindible dejar claras las cosas.

Hasta mayo de este año era muy curiosa la situación en España. Una multitud de partidos políticos
que se eran mutuamente hostiles luchaban por salvar la vida contra un enemigo común y al mismo
tiempo peleaban enconadamente entre ellos sobre si esto era o no una revolución además de una
guerra. Habían ocurrido acontecimientos decididamente revolucionarios —los campesinos se
apoderaron de tierras,

53

fueron colectivizadas industrias, matados grandes capitalistas o expulsados, la Iglesia prácticamente


abolida— pero no había habido cambio alguno fundamental en la estructura del Gobierno. Era una
situación que podía derivar hacia el socialismo o volver al capitalismo; y ahora está claro que, si se
lograse vencer a Franco, surgiría una república capitalista de alguna clase. Pero al mismo tiempo se
producía una revolución ideológica que era quizá más importante que los cambios económicos poco
duraderos. Durante varios meses grandes masas creyeron que todos los hombres son iguales y
pudieron actuar según esa creencia. El resultado fue un sentimiento de liberación y de esperanza que
es difícil de concebir en nuestra sociedad basada en el dinero. Y en esto es lo que resulta valioso el Red
Spanish Notebook. Mediante una serie de cuadros íntimos cotidianos (en general pequeñas cosas: un
limpiabotas rechazando una propina, un letrero en los burdeles diciendo: “Por favor, tratad a las
mujeres como camaradas”) muestra este libro cómo son los seres humanos cuando tratan de
comportarse como seres humanos y no como engranajes de la máquina capitalista. Nadie que
estuviese en España durante los meses en que la gente seguía creyendo en la revolución podrá olvidar
esa extraña y conmovedora experiencia. Ha dejado algo que

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ninguna dictadura, ni siquiera la de Franco, podrá borrar.

En cualquier libro escrito por un partidista hay que esperar unos u otros prejuicios. Los autores de este
libro son trotskistas —me figuro que a veces pusieron en aprietos al POUM, que no era propiamente
trotskista aunque algún tiempo trabajasen los trotskistas para él— y por tanto sus prejuicios van
contra el partido comunistas, con el cual no siempre son del todo justos. Pero, ¿acaso es siempre
estrictamente justo el partido comunista con los trotskistas? Mr. C. L. R. James, autor del libro La
revolución mundial, prologa el libro.

Héroes of the Alcázar (Héroes del Alcázar) revive la historia del sitio el pasado otoño cuando una
guarnición, principalmente de cadetes y guardias civiles, resistió por setenta y dos días en terrible
desventaja hasta que Toledo fue relevado por las tropas de Franco. No hace falta, sólo por tener
simpatía con el otro bando, hacer ver que no fue una hazaña heroica. Y algunos detalles de la vida
bajo sitio son muy interesantes; me gustó en especial la narración de la ingeniosa manera como se
montó un motor de motocicleta a un molinillo para moler trigo para la guarnición. Pero el libro está
mal escrito, en un estilo glutinoso, rebozando vacuidad y acusaciones de los “rojos”. Hay un prólogo
del mayor Yeats Brown, el cual reconoce generosamen-

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te que no todas las “milicias rojas” eran “crueles y traidoras”. Las fotografías de los grupos de
defensores descubren uno de los aspectos más tristes de la guerra civil. Son tan parecidos a los
grupos de milicias gubernamentales que si se les intercambiaran nadie vería la diferencia.

Time and Tide, 9 de octubre de 1937-

Carta a Jack Common


The Stores

Wallington

Nr. Baldock, Herts

Martes (¿Octubre? de 1937)

Querido Jack,

Me alegró mucho saber de ti. Había intentado sin éxito obtener tu dirección. Si hubiera sabido que aún
estabas en Datchworth seguramente la podía haber sacado de mi cabeza, pero tenía la vaga idea de
que habías marchado a Londres. Ven a vernos el día que te sientas suficientemente activo. Ya sé que
es un pesadísimo viaje por carreteras de segundo orden. ¿Tienes moto? Te podemos alojar sin
problemas. Recuerdo bien que no es un viaje para hacer dos veces en un día. Ven cuando quieras
excepto este fin de semana, pues otra persona viene y ocupará nuestra única habitación libre.

Me gustaría mucho poder hacer algo para la gente de Penguin, pero lo endemoniado es que por ahora
no puedo escribir nada que no sea sobre España y estoy luchando con un dichoso libro sobre ello que
me he comprometido en acabar para fin del año. Claro que podría sacar algo del libro —creo que hay
un capítulo que

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serviría— pero quizá no sería el tipo de cosa que quieren y además no sé si mis editores lo aceptarían.
Es un asunto endemoniado. Parece tan sólo ayer que nadie quería publicar lo que escribía y ahora
recibo cartas de todas partes pidiendo que escriba algo, y aparte de lo que tengo entre manos estoy
más vacío que una bota. Claro que nunca supe hacer y nunca he escrito verdaderas narraciones. Este
asunto de España me ha destemplado tanto que no puedo escribir sobre nada más y por desgracia no
me toca escribir sobre temas pintorescos sino sobre un relato dichosamente enredado de intriga
política entre demasiados comunistas cosmopolitas, anarquistas, etc. Más allá del libro no hago nada
más que el trabajo reventado de siempre de las críticas que yo no considero sean escribir. Tuvimos
una experiencia endemoniada en España pero muy interesante. Tuve la desgracia de verme
fuertemente comprometido en el asunto político debido a que servía en la milicia del POUM por
medio del ILP, así que me vi involucrado en las luchas de Barcelona en mayo y luego tuve que huir de
España con la policía persiguiéndome de cerca. Si hubiera ido a España sin filiación política alguna
seguramente me hubiera alistado a la Columna Internacional y ya tendría ahora una bala en la
espalda por ser “politicamente sospechoso” o como mínimo estaría en la cárcel. Si hubiera captado
mejor la

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situación seguramente me hubiera alistado con los anarquistas. Pero tal como fue llegué con la
documentación del ILP y fui alistado a la milicia del POUM, así que ahora se me denuncia
regularmente como fascista, trotskista, etc., en el Daily Worker, y además he tenido que cambiar de
editor, pues Gollancz no quiere saber nada de mí ahora que soy un trotskista. Fui malherido en Huesca
pero tuve mucha suerte y ahora estoy perfectamente bien... No he visto aún a Richard Rees pero tengo
noticias de él y espero que vendrá a verme aquí más adelante. Volvió hace como un mes. Parece ser
que también se vio envuelto de alguna manera en el asunto político, no sé exactamente cómo, pues él
estaba con el partido comunista, pero, claro, hoy todos somos unos trotskistas. Ven de visita cuando
quieras. Quizá mejor si mandas una postal antes pero no es imprescindible ya que casi siempre
estamos aquí. Dale recuerdos de mi parte a tu esposa.

Tuyo,

Eric Blair

Crítica
Storm over Spain (Tormenta sobre España) por

Mairin Mitchell

Spanish Rehearsal (Ensayo español) por Arnold

Lunn

Catalonia Infelix (Cataluña infeliz) por E. Alli-

son Peers

Storm over Spain (Tormenta sobre España) suena como un libro de guerra, pero a pesar de cubrir un
período que incluye la guerra civil la autora dice poco sobre la guerra en sí —un tema evidentemente
desagradable para ella. Como señala con razón, los relatos de atrocidades no son una condena de la
Derecha o de la Izquierda sino de la misma guerra. Su libro es valioso por varias razones, en especial
porque, al revés de casi todos los escritores ingleses sobre España, trata con objetividad a los
anarquistas españoles. Los anarquistas y sindicalistas han sido continuamente falseados en Inglaterra
y el inglés medio aún sigue con la idea de los años ochenta y noventa de que el anarquismo es lo
mismo que la anarquía. Cualquiera que desee conocer qué representa el anarquismo español, y las
sorprendentes cosas que han alcanzado, en particular en Cataluña, en

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los primeros meses de la revolución, debería leer el capítulo séptimo del libro de la señorita Mitchell.
La pena es que mucho de lo alcanzado por los anarquistas ya ha sido deshecho, con la excusa de
imperativos militares, pero en realidad para dar paso a la vuelta del capitalismo cuando termine la
guerra.

Mr. Arnold Lunn escribe como un simpatizante del general Franco y cree que la vida en la España
“roja” (que él no ha visitado) es una matanza continua. Basándose en Mr. Arthur Bryant, quien “por ser
historiador está muy acostumbrado a contrastar los hechos”, cifra el número de no-combatientes
masacrados por los “rojos” desde el principio de la guerra en 350.000. Parece ser también que
“quemar una monja con gasolina o serrar las piernas de un comerciante conservador” son “hechos
comunes en la España "democrática"“.

Pues bien, yo estuve unos seis meses en España, casi exclusivamente con socialistas, anarquistas y
comunistas, y si no recuerdo mal ni una sola vez serré las piernas de un comerciante conservador
Estoy casi seguro de que me acordaría de ello, por muy común que les parezca a Mr. Lunn y Mr. Bryant.
Pero me creerá Mr. Lunn? No. él no me creerá. Y entretanto, relatos tan estúpidos como éste son
fabricados por el otro bando y gente que era normal hace dos años

61

se los tragan impacientes. Parece ser que esto es lo que hace la guerra, incluso la guerra en otros
países, a la mentalidad de las personas.

El profesor Allison Peers es el principal experto inglés sobre Cataluña. Su libro es una historia de la
provincia y naturalmente, en la actualidad, los capítulos de mayor interés son hacia el final, cuando
describe la guerra y la revolución. Al contrario que Mr. Lunn, el profesor Peers conoce la situación
interna del bando gubernamental y el capítulo decimotercero de su libro da una excelente visión de
las tendencias entre los varios partidos políticos. Él cree que la guerra puede durar varios años, que
Franco seguramente ganará y que no hay ninguna esperanza para la democracia en España cuando
termine la guerra. Todas ellas son conclusiones deprimentes, pero las dos primeras parecen verdad y
la última totalmente cierta.

Time and Tide, 11 de diciembre de 1937-

Crítica
Spanish Testament (Testamento español) por Arthur Koestler

Mr. Arthur Koestler, corresponsal del News Chronicle, se quedó en Málaga cuando se marcharon las
tropas republicanas, lo cual fue muy audaz habiendo publicado ya un libro donde se incluían unos
comentarios muy duros contra el general Queipo de Llano. Los rebeldes encarcelaron a Koestler, el
cual padeció lo que han debido de pasar decenas de miles de presos políticos en España. Es decir, fue
condenado a muerte sin proceso y encarcelado durante meses, gran parte del tiempo incomunicado.
Escuchaba noche tras noche desde su 'celda los disparos cuando fusilaban a sus compañeros de
cárcel en grupos de seis o una docena. Como de costumbre —pues en verdad parece habitual— sabía
que estaba condenado a muerte sin tener la seguridad del motivo por el que se le acusaba.

La parte de este libro que corresponde a la prisión está escrita en forma de diario. Es del mayor interés
psicológico, probablemente uno de los documentos más honrados e insólitos que han salido de la
guerra civil española. La parte

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primera es más corriente y más bien parece haber sido “preparada” con destino al Club del Libro de
Izquierda. Aún más que el de Mr, Steer1 este libro deja al descubierto el mal de la guerra moderna: el
hecho de que, como lo expresa Nietzsche “el que lucha contra dragones se convierte él mismo en un
dragón”. Dice Mr. Koestler:

“Ya no puedo aspirar a ser objetivo... Cualquiera que haya vivido en el infierno de Madrid con sus ojos,
sus nervios, su corazón, su estómago, y luego pretenda ser objetivo, es un embustero. Si los que
disponen de máquinas y tinta de imprimir para expresar sus opiniones, se quedan neutrales y
objetivos ante tanta bestialidad, entonces Europa está perdida.”

Estoy completamente de acuerdo. No se puede ser objetivo hablando de un torpedo aéreo. Y el horror
que esas cosas nos inspiran lleva a la siguiente conclusión: si alguien le arroja una bomba a su madre,
vaya y tírele dos bombas a la madre del otro. Las únicas alternativas aparentes son machacar las
viviendas hasta pulverizarlas, hacer estallar las entrañas humanas y abrir boquetes en los cuerpos de
los niños, o por el contrario quedar esclavizados por la gente más

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1. G. L. Steer. autor de El árbol de Guernica.

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dispuesta a hacer esas cosas que uno mismo; hasta hoy nadie ha propuesto una manera práctica de
salir de esa disyuntiva.

Time and Tide, 5 de febrero de 1938.

Carta a Jack Common

The Stores

Wallington

Nr. Baldock, Herts.

5 de febrero de 1938

Querido Jack,

Lo siento de veras pero Max 1 entendió mal que yo tuviera algún tipo de trabajo. Al menos todo lo que
era es esto. Necesitaba ayuda para cavar extensamente y varias otras faenas que no podía hacer sin
ayuda, así que tuve que albergar un hombre una semana aquí para que me diera una mano. Ya ha
marchado. Te adjunto un talón de £2. Desearía que fuera más pero quizá pagará alguna que otra
factura. Es una lástima que estés tan lejos. Tengo muchas cosas que hablar contigo. Si alguna vez
consigues llegar otra vez hasta aquí, ven para quedarte. Parece una lástima venir de tan lejos
solamente para estar el día.

Mi libro gracias a Dios está terminado y enviado a la imprenta. Debe salir en marzo. Creo que el título
será Homenaje a Cataluña, pues no sabíamos darle uno mejor. No empezaré otro libro

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1. Max Plowman.

66

hasta dentro de unas semanas. Dale recuerdos a tu esposa e hijo.

Tuyo,

Eric Blair

Carta al director de Time and Tide

Muy señor mío,

En el “diario de Time and Tide” del 22 de enero, Sirocco destaca el “acuerdo extraño” de los escritores
del Club del Libro de Izquierda y añade: “¿Por qué no hay volúmenes naranja1 de los anarquistas?
¿Quién publica las disquisiciones de aquellos simpáticos jóvenes trotskistas que se encuentran en las
fiestas?” De hecho, se consigue publicar un cierto número de libros políticos escritos desde un punto
de vista de izquierdas pero no comunista, en especial por la empresa Secker y Warburg que ya se
empieza a conocer muy inexactamente como los “editores trotskístas”. He tenido la suerte de criticar
varios de estos libros, sobre la guerra española, en su revista. Uno se titulaba Red Spanish Notebook
(Cuaderno rojo español) que fue escrito por trotskistas de verdad. Lo consideré, como dije entonces,
un libro tendencioso pero interesante por detalles y retratando una buena imagen de Cataluña en los
primeros meses de la guerra. Otro fue Storm over Spain (Tormenta sobre España) de Mairin Mitchell,

------------------------------------------------------

1. Las cubiertas de los suscriptores al Club del Libro de Izquierda estaban encuadernadas en cubiertas
flojas de color naranja.

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escrito por una católica, pero muy favorable a los anarquistas españoles. Y sobre todo había The
Spanish Cockpit (La cabina española) de Frank Borkenau (publicado por Faber) escrito desde un
punto de vista estrictamente apartidista, exceptuando en cuanto el autor era progubernamental y
anti-Franco. En mi opinión éste es de lejos el libro más inteligente que ha salido por ahora sobre la
guerra española o que seguramente aparecerá hasta que finalice el conflicto armado. Pero la secuela
de mi crítica de este libro fue bastante interesante y da una idea del tipo de censura que sufrimos
ahora y de la cual es un síntoma el Club del Libro de Izquierda.

Poco después de aparecer mi reseña de The Spanish Cockpit en Time and Tide me escribió su autor
diciéndome que aunque el libro había sido ampliamente alabado, yo era el único crítico que había
llamado la atención sobre uno de sus temas centrales, es decir, la auténtica participación del partido
comunista en España. Al mismo tiempo me habían encargado hacer la reseña de ese mismo libro en
otro semanario muy conocido y escribí casi lo mismo que me habían publicado ya en Time and Tide,
pero con mayor extensión. Se negaron a publicarme esa reseña basándose en que “iba contra la
política editorial de la revista”. Entretanto descubrí que era casi imposible difundir en la prensa in-

69

glesa un relato fiel de lo que sucedió en Cataluña en mayo-junio de 1937. Algunos personas me dijeron
con mayor o menor sinceridad que no se debía decir la verdad de lo que ocurría en España ni del
papel que allí desempeñaba el partido comunista pues con ello se crearía un prejuicio en la opinión
pública contra el Gobierno español y se ayudaría así a Franco. No estoy conforme con eso pues
sostengo la anticuada opinión de que a la larga de nada sirve decir mentiras; pero como aquel punto
de vista era consecuencia del deseo de ayudar al Gobierno español, respeto esa actitud. Pero lo que
me parece interesante es esto: Los periódicos progubernamentales ocultaban los acontecimientos
deshonrosos en España: las detenciones en masa sin proceso, los asesinatos por la policía secreta,
etc.; pero eso mismo hacían los periódicos profranquistas. El inmenso complot “trotskista-fascista”
que la prensa comunista pretendía haber descubierto, obtuvo una gran difusión en nuestros
periódicos; en cambio, el hecho de que Prieto y otros miembros del Gobierno negasen que hubiera
verdad alguna en esa historia de conspiración y dijeran lisa y llanamente que la policía de allí era en la
práctica un cuerpo independiente bajo control comunista, fue silenciado cuidadosamente. Se verá,
pues, que la censura procomunista se extiende mucho más allá que el Club del Libro de Izquierda. Y
los perió-

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dicos de derechas, aunque presumen de condenar en bloque a todos los “rojos”, se dan perfecta
cuenta, sin embargo, de qué partidos e individuos son o no son peligrosos para la estructura del
capitalismo. Hace diez años era casi imposible lograr que le publicasen a uno algo a favor del
comunismo; hoy es casi imposible que publique algo a favor del anarquismo o del “trotskismo”. ¿No
dijo la Srta. Ellen Wilkinson en su número del 22 de enero que en París “se puede ver un M. Pertinax y
un ex jefe del Gabinete. M. Poincaré, almorzando con los líderes comunistas sin ninguna tensión”? ¿Y
no ve nada más en ello que M. Pertinax y M. Thorez están ambos asustados de Hitler?

George Orwell

Time and Tide, 5 de febrero de 1938.

Carta a Raymond Mortimer


The Stores

Wallington

Nr. Baldock, Herts.

9 de febrero de 1938

Querido Mortimer,1

Me refiero a tu carta del 8 de febrero. Siento muchísimo si he dañado tus sentimientos o los I de otra
persona, pero antes de entrar en el tema

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1. Al leer la carta de Orwell al director de Time and Tide el crítico Raymond Mortimer, entonces director
literario del New Statesman and Nation, uno de los mejores que ha tenido el periódico, escribió a
Orwell el 8 de febrero de 1938 en señal de protesta y diciendo: “Es posible que el “Semanario muy
conocido” al que te refieres no sea el New Statesman, pero yo lo tomo como refiriéndose a nosotros y
sin duda así harán la mayoría de los que lean tu carta”. Las oficinas del New Statesman fueron
bombardeadas durante la guerra y toda la correspondencia de aquella época destruida. Pero entre los
papeles Orwell guardó los originales de las cartas de Kingsley Martin, director del New Statesman
1931-60, y de Raymond Mortimer y una copia, que aquí se publica, de su respuesta a Mortimer, citando
sus cartas. En respuesta a su carta, Raymond Mortimer envió una nota a mano que decía: “Querido
Orwell, por favor, acepta mis sinceras excusas. No sabía que Kingsley Martin te había escrito de aquel
modo. Mis razones para rechazar la crítica fueron las que escribí. Sentiría mucho si tú ya no escribieras
para nosotros y me gustarla convencerte por las críticas publicadas de que aquí no primamos la
ortodoxia esta-linista”.

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principal a tratar, debo señalarte que lo que dices no es del todo verdad. Dices que “Tu crítica de The
Spanish Cockpit” (La cabina española) fue rechazada por dar una idea muy deficiente y equivocada
del libro. Utilizaste la crítica puramente para manifestar tus opiniones y para establecer hechos que
opinabas debían darse a conocer. Además esto lo reconociste la última vez que te vi. ¿Entonces por
qué ahora argumentas, sin razón, que la crítica fue rechazada por “ir en contra de la línea editorial”?
¿O es que estás confundiendo la crítica con un anterior rechazo de un artículo que presentaste y que
el director no aceptó porque acabábamos de publicar tres artículos sobre el mismo tema? Te adjunto
una copia de la carta de Kingsley Martin. Verás con esto que la crítica sí fue rechazada porque “iba en
contra de la línea política del periódico”. (Debería haber usado “línea política” en lugar de “línea
editorial”.) En segundo lugar, dices que mi anterior artículo había sido rechazado “porque
acabábamos de publicar tres artículos sobre el mismo tema”. Ahora bien, el artículo que envié trataba
de la prohibición del POUM, del supuesto complot

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Orwell realizó críticas de libros para las páginas literarias del New Statesman de julio de 1940 a agosto
de 1943, pero, como ha sido anotado de sus conversaciones con amistades, nunca perdonó a Kingsley
Martin por su “postura” ante la guerra civil española.

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“trotskista-fascista”, del asesinato de Nin, etc. Que yo sepa el New Statesman jamás ha publicado un
solo artículo sobre ello. Claro que ya admití y vuelvo a admitir que la crítica que escribí era parcial y
seguramente injusta, pero no me fue devuelto por estas razones como puedes ver en la carta que
adjunto.
No hay nada que me guste menos que verme involucrado en estas discusiones y tener que, por así
decirlo, escribir en contra de gente y periódicos que siempre he respetado, pero se tiene que
comprender el problema que tratamos y las reales dificultades en conseguir difundir la verdad en la
prensa inglesa. Por las cifras que se conocen, al menos 3.000 prisioneros políticos (es decir
antifascistas) están en esto momentos en las prisiones españolas, la mayoría de ellos han
permanecido allí seis o siete meses sin ningún tipo de juicio o de acusación, en unas condiciones
ambientales muy insanas como he podido comprobar personalmente. Algunos de ellos han sido
liquidados y es muy probable que hubiera habido una matanza si el Gobierno español no hubiera
tenido la sensatez de hacer caso omiso al clamor de la prensa comunista. Varios miembros del
Gobierno español han declarado repetidamente a Maxton, McGovern,1 Felicien

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1. John McGovern (1887-1968), miembro del Parlamento 1930-1947 para el partido laborista
independiente, miembro del Parlamento 1947-59 para el partido laborista.

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Challage1 y otros de que quisieran poner en libertad a esta gente pero no podían debido a las
presiones comunistas. Lo que pasa en la España leal se rige en gran parte por la opinión pública en el
exterior, y no hay lugar a dudas de que si hubiera habido una protesta general de socialistas
extranjeros los prisioneros antifascistas habrían sido puestos en libertad. Incluso las protestas de un
organismo tan pequeño como el ILP han tenido algún éxito. Pero hace unos meses cuando circuló una
petición para la puesta en libertad de los prisioneros antifascistas, casi todos los líderes socialistas
ingleses se negaron a firmarla. Estoy seguro fue debido a que, sin duda sin creerse el cuento de un
complot “trotskista-fascista”, tenían la idea de que los anarquistas y el POUM iban en contra del
Gobierno y, especialmente, se creyeron las mentiras que publicó la prensa inglesa sobre las luchas de
Barcelona en mayo de 1937. Para citar un ejemplo concreto, Brailsford2 en un artícu-
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1. Félicien Challage, político de izquierdas francés, miembro del comité de “La Ligue des Droits des
Hommes”, movimiento liberal antifascista para proteger los derechos humanos por todo el mundo;
dimitió de “La Ligue” en noviembre de 1937, con otros siete miembros, como protesta por lo que ellos
consideraban como cobarde servilismo del movimiento ante la tiranía estalinista.

2. H. N. Brailsford (1873-1958), intelectual socialista, escritor y periodista político. Editorialista de


Manchester Guardian, Daily News y Nation. Se hizo miembro del ILP en 1907 y fue director de New
Leader, el portavoz semanal del ILP, 1922-26.

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lo suyo del New Statesman pudo decir que el POUM había atacado al Gobierno con armamento,
fusiles, tanques robados, etc. Estuve en Barcelona durante las luchas y si alguna vez puede denegarse
ésta es, pues puedo demostrar por testimonios, etc., de que este cuento era totalmente falso. Durante
la correspondencia sobre mi crítica escribí a Kingsley Martin para decirle que era falso y recientemente
escribí a Brailsford para pedirle cuál era la fuente de su relato. Tuvo que confesar que la había hecho
sin realmente ninguna prueba. (Stephen Spender tiene su carta ahora pero la puedo obtener si la
quieres ver.) Pero ni el New Statesman ni Brailsford han publicado ningún desmentido de sus
afirmaciones, lo cual no es más que una acusación de robo y traición contra mucha gente inocente.
No creo que me puedas criticar si pienso que el New Statesman es bastante culpable por la versión
distorsionada que ha dado a conocer.

Una vez más te diré que siento mucho todo este asunto pero debo hacer lo poco que puedo para
hacer justicia a la gente que ha sido encarcelada sin juicio y calumniada en la prensa, y un modo de
conseguirlo es dar a conocer la censura procomunista que existe sin lugar a dudas. Me callaría todo el
episodio sí creyera que ello ayudaría al Gobierno español (de hecho antes de que dejara España
alguna de la gente encarce-
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lada nos pidió que no intentáramos difundirlo en el extranjero ya que pondría en entredicho al
Gobierno), pero dudo de que sirva a la larga encubrir las cosas como se ha llevado a cabo en
Inglaterra. Si las acusaciones de espionaje, etc., hechas contra nosotros en los periódicos comunistas
se hubieran analizado bien en su momento por la prensa extranjera, habrían comprobado que eran
absurdas y todo el asunto quizá se habría olvidado. Tal como fue, las sandeces sobre el complot
trotskista-fascista se difundieron ampliamente y no se publicó ningún desmentido salvo en periódicos
muy pequeños y a medias en el Daily Herald y el Manchester Guardian. La consecuencia fue que no
hubo protesta del extranjero y todas estas miles de personas han permanecido en prisión y algunas de
ellas han sido asesinadas, conduciendo a avivar los odios y las disensiones en todo el movimiento
socialista.

Te devuelvo los libros que me diste para criticar. Creo que sería mejor si ya no escribo nada más para
vosotros. Siento muchísimo todo este asunto pero debo apoyar a mis amigos, lo cual quizá resulte, en
criticar el New Statesman cuando piense que encubren hechos importantes.

Atentamente,

George Orwell

Carta a Alec Houghton Joyce

The Stores

Wallington

Nr. Baldoc, Herts.

12 de febrero de 1938
Querido Mr. Joyce1

El periódico Pioneer de Lucknow me escribió hace poco ofreciéndome un puesto para uno o dos años,
y por si hubiera dificultades en ser admitido en la India me aconsejaron que le consultara. Quizá será
mejor si le doy todos los detalles sobre mí, mis tendencias políticas, etc., para las indagaciones que
deba llevar a cabo.

Nací en 1903 (por error mi pasaporte consta como 1902), estudié en Eton 1917-1921, serví en la Policía
Imperial de la India en Birmania 1922-27 y resigné el mando a comienzos de 1928 pues no me
convenía esta vida. Durante 1928-29 viví en París, luego enseñé en Inglaterra por cuatro años y desde
1933, más o menos, vivo de escribir. A fines de 1936 fui a España, me alisté en las milicias y serví en
ellas hasta junio de 1937 cuando fui herido y volví a Inglaterra. Nunca he sido miembro de un partido
político pero soy un simpatizante socialista y he tenido

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1. Jefe de prensa de la Secretaría de la India.

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ciertas relaciones con el Partido Laborista Independiente y en España estuve con el destacamento del
ILP en el frente de Aragón. Los libros que he publicado son: Sin blanca en París y Londres, La marca, La
hija del párroco, ¡Venciste Rosemary!, El camino de Wigan Pier. Todos ellos editados por Victor
Gollancz. El camino de Wigan Pier fue la selección de marzo de 1937 del Club del Libro de Izquierdas.
Mi próximo libro, Homenaje a Cataluña, será publicado por Secker and Warburg en marzo. He sido
colaborador del New Statesman, Time and Tide, Listener, New English Weekly y otros periódicos.

El objetivo de ir a la India es, aparte de mi trabajo para el Pioneer, intentar tener una mejor idea que la
que tengo actualmente de la situación política y social de la India. Ciertamente escribiré algún libro
sobre el tema cuando vuelva y si puedo arreglarlo seguramente colaboraré con artículos ocasionales
sobre temas indios en Time and Tide o algún otro periódico inglés. Espero que estas anotaciones le
puedan servir. Discúlpeme las molestias y le agradezco sobremanera su ayuda.

Atentamente,

Eric Blair

P.S. Debería haber mencionado que normalmente uso el pseudónimo de “George Orwell”.

Carta a Stephen Spender

Sanatorio Jellicoe

Preston Hall

Aylesford, Kent

2 de abril de 1938

Querido Spender,

Espero que todo vaya bien contigo. Realmente te escribo para saber si leerás mi libro español (titulado
Homenaje a Cataluña) cuando salga, que será pronto. He estado temiendo que como leíste aquellos
dos capítulos te habías hecho la idea de que todo el libro era propaganda trotskista, cuando en
verdad sólo medio libro o menos es polémico. No me gusta nada escribir polémicamente y me
interesan mucho más mis vivencias pero por desgracia en estos dichosos tiempos que vivimos las
vivencias personales se ven mezcladas con discusiones, intrigas, etc. A veces pienso que no he vivido
bien desde comienzos de 1937. Me acuerdo que cuando estaba de guardia en las trincheras cerca de
Alcubierre estudiaba una y otra vez el poema de Hopkins “Felix Randal”, lo debes conocer, para matar
el tiempo en aquel dichoso frío y esto fue una de las últimas ocasiones en que sentía la poesía. Desde
entonces ya no la recuerdo.

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No sé si podré darte un ejemplar de mi libro pues ya he pedido diez más y resultan malditamente
caros, pero siempre puedes tomarlo prestado de la biblioteca.

He estado en este sitio unas tres semanas. Temo que por lo que dicen tengo la tuberculosis pero
según parece es una lesión de hace tiempo y no es preocupante. Dicen que debo guardar cama y
descansar unos tres meses y entonces quizá me recupere. Esto quiere decir que no puedo trabajar y
resulta bastante aburrido, pero quizá sea para bien.

Estoy deshecho de ver cómo evolucionan las cosas en España. Tantas ciudades y pueblos que conocí
destruidos y supongo que los pobres campesinos que eran tan amables con nosotros perseguidos
arriba y abajo y los propietarios instalados de nuevo sobre sus espaldas. Me pregunto sí jamás
podremos volver a España sí Franco gana. Supongo que necesitaríamos otro pasaporte. Veo que tú y
yo estamos ambos en el comité de patrocinadores o como se llamen de la SIA.1 También lo es Nancy
Cunard,2 que es bien risible pues fue ella quien me había mandado antes aquella dichosa sandez que
luego se publicó como libro (titulado Authors Take Sides – Los

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1. Solidaridad Internacional Antifascista.

2. Nancy Cunard (1896-1965), hija del naviero, poeta y escritora de recuerdos literarios, dedicada a la
causa socialista y en especial los derechos y el arte de los negros.

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escritores eligen su bando). Le envié una respuesta muy enojada en la que temo te cité no muy
amablemente, sin conocerte personalmente entonces. De todas formas estoy completamente a favor
de este asunto del SIA si realmente hacen algo para distribuir comida, etc., y no aquellas dichosas
tonterías de firmar manifiestos señalando qué malos son todos. Escríbeme cuando puedas. Me
gustaría volver a verte cuando salga de aquí. Quizá podrás venir y quedarte con nosotros algunos días.

Tuyo,

Eric Blair

Publicado en Encounter, enero de 1962.

Carta a Stephen Spender

Pabellón Jellicoe

Prestoe Hall

Aylesford, Kent

Viernes (¿15? de abril de 1938)


Querido Spender,

Muchas gracias por tu carta y por el ejemplar de tu obra teatral.1 Esperé a leerla antes de contestarte.
Me gustó pero no estoy muy seguro de qué me parece. Creo que una cosa así debe verse en el
escenario, pues al escribirla seguro tenías pensadas escenas, ruidos complementarios, etc., que
fijarían el ritmo del texto. Pero hay muchas cosas que me gustarían discutir de ella cuando te vea la
próxima vez.

Me pides cómo es que te pude criticar sin conocerte y luego cambiar de opinión después de
conocerte. No es exactamente que te criticara, pero sí que hice de pasada comentarios despectivos
sobre “bolcheviques de salón como Auden y Spender” o algo así. Te quise utilizar como ejemplo de
bolchevique de salón primero porque tus versos, todos los que había leído, no me

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1. Trial of a Judge (Juicio a un juez)

83

decían mucho y, segundo, porque te veía como un personaje de moda y además comunista o
simpatizante comunista y yo he sido muy contrario al PC desde alrededor de 1935 y, tercero, porque al
no conocerte podía imaginarte como algo típico y al mismo tiempo como una abstracción. Aunque al
conocerte no me hubieras gustado, también me habría visto obligado a cambiar de opinión, pues
cuando conoces a alguien personalmente te das cuenta de que es un ser humano y no una especie de
caricatura incorporando ciertas ideas. Es en parte por esta razón que a mí no me gusta participar en
grupos literarios, pues sé por experiencia que una vez he conocido y hablado con alguien jamás podré
demostrarme duro intelectualmente con él, aunque lo crea necesario, algo así como los
parlamentarios laboristas que son festejados por duques y ya no son nunca más ellos mismos. Has
sido muy amable en criticar mi libro español. Pero no vayas a tener problemas con tu partido —no
vale la pena. Claro que puedes estar en desacuerdo con mis conclusiones, como seguramente estarías
de todas maneras, sin tener que llamarme mentiroso. Si pudieras venir a verme algún día me gustaría
mucho, si no es demasiada molestia para ti. No soy contagioso. No creo que sea muy difícil llegar
hasta aquí, pues la línea de autobuses rurales para ante el portal. Estoy bastante feliz aquí y todos son
muy

84

amables, pero, claro, es aburrido no poder trabajar y dedico mi tiempo haciendo crucigramas.

Tuyo,

Eric Blair

Publicado en Encounter, enero de 1962.

Carta a Geoffrey Gorer

Pabellón Jellicoe

Preston Hall,

Aylesford, Kent

18 de abril de 1938
Querido Geoffrey,

Tengo que escribirte para agradecer tu maravillosa crítica. Me pellizcaba todo el tiempo para
asegurarme de que estaba despierto, pero tendré que volver a pellizcarme si T y T 1 lo publica —temo
que lo verán demasiado extenso y lleno de alabanzas. No creo que les preocupe el contenido pues
han sido muy correctos con la guerra española. Pero aunque lo recorten, estoy muy agradecido por tu
propósito. Hay uno o dos comentarios. El primero es que dices que las luchas de Barcelona fueron
iniciadas por la Guardia de Asalto. En realidad fue la Guardia Civil. No había Guardia de Asalto
entonces, y hay diferencias, pues la Guardia Civil es la vieja policía española que proviene de
principios del siglo diecinueve y es de hecho más o menos un cuerpo profascista, quiero decir han
apoyado

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1. La crítica de Geoffrey Gorer de Homenaje a Cataluña fue publicada en Time and Tide el 30 de abril
de 1938.

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los fascistas siempre que han podido. La Guardia de Asalto es un cuerpo nuevo creado por la
República en 1931, está a favor de la República y no es tan odiada por los trabajadores. El otro
comentario es que si tienes que reducir o cambiar de alguna forma tu crítica, no vale la pena que
insistas como haces ahora de que sólo participé en las luchas de Barcelona tan sólo para hacer la
guardia. De hecho sólo hice la guardia, pero si me hubieran ordenado luchar lo hubiera hecho, pues
dentro del caos que había no parecía haber otra alternativa que obedecer al propio partido y los
inmediatos superiores militares. Pero me alegra mucho que te gustara el libro. Varias personas parece
que han recibido ejemplares de crítica pero yo aún no tengo ninguno y me preocupa cómo será la
sobrecubierta, Warburg habló de poner la bandera catalana que se confunde fácilmente con la
bandera monárquica española o incluso con el MCC.1 Espero que todo vaya bien contigo. Estoy
mucho mejor, en realidad estoy dudando que tenga algo mal. Eileen está luchando sola con las
gallinas, etc., pero me viene a ver cada dos semanas.

Tuyo,

Eric Blair

--------------------------------------------------

1. El club de criquet más importante de Inglaterra.

Notas l sobre las milicias españolas2

(Estas notas fueron halladas entre los papeles de Orwell después de su muerte. Nunca las citó y
resulta muy difícil saber cuándo fueron escritas, aunque queda claro que fueron escritas después de
dejar España. Seguramente no fueron escritas hasta 1939 cuando estaba en Marruecos

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1. Nota del autor: Estas notas se refieren a la milicia del POUM, destacable por su lucha política
interna, pero seguramente no muy distinta en su composición, etc., de las otras milicias en Cataluña
el primer año de guerra.

2. Extracto del capítulo cinco de Homenaje a Cataluña: “Desde el punto de vista político sólo había
tres partidos significativos, el PSUC, el POUM y la CNT-FAI, llamados libremente anarquistas. Tomaré
primero el PSUC, por ser el más importante, fue el partido que acabó triunfando...

“Es imprescindible señalar que cuando se habla de la "línea" del PSUC, realmente se quiere decir la
“línea” del partido comunista. El PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña) era el partido
socialista de Cataluña; fue creado al principio de la guerra por la fusión de varios partidos marxistas,
incluyendo el partido comunista catalán, pero ahora estaba completamente bajo control comunista y
estaba afiliado a la Tercera Internacional. En el resto de España no había habido una unificación
formal entre socialistas y comunistas, pero el punto de vista comunista y el punto de vista de los
socialistas de derechas podía considerarse en todas partes como idéntico. En líneas generales, el
PSUC era el órgano político de la UGT, el sindicato socialista... Tenía muchas secciones de
trabajadores manuales pero desde inicios de la guerra se habían ampliado por una gran afluencia
de miembros de la clase media...

88

pero son un apéndice muy adecuado a Homenaje a Cataluña.)

Me alisté en las milicias del POUM a finales de 1936. Los hechos de mi alistamiento con estas milicias
en lugar de otras fueron los siguientes. Tenía la intención de ir a España para recoger información para
artículos de diario, etc.,

-------------------------------------------------------

“La "linea" del PSUC que se cantaba en la prensa comunista y procomunista de todo el mundo era
más o menos así: "Por ahora sólo importa ganar la guerra; sin una victoria en la guerra todo el resto no
tiene sentido. Por lo tanto ahora no es el momento de hablar de seguir con la revolución... En esta
etapa no luchamos para la dictadura del proletariado sino para la democracia parlamentaria. Quien
quiera convertir la guerra civil en una revolución social está cayendo en manos de los fascistas y es de
hecho, si no de intención, un traidor".

“La "línea" del POUM se diferenciaba de esto casi por completo excepto, claro, en la necesidad de
ganar la guerra. El POUM era uno de estos partidos comunistas disidentes que han nacido en muchos
países los últimos años como consecuencia de la oposición al "estalinismo"... Consistía en parte de
antiguos comunistas y en parte de un partido anterior, el Bloque Obrero y Campesino. Era un partido
pequeño en miembros con poca influencia fuera de Cataluña y principalmente importante por tener
un número poco frecuente de miembros políticamente activos... No representaba a ningún grupo
sindical. Las milicias del POUM eran casi todas miembros de la CNT, pero los miembros del partido
pertenecían por regla general a 1a UGT. No obstante sólo en la CNT tenía el POUM influencia. La
"línea" del POUM era aproximadamente así: "Es absurdo hablar de luchar contra el fascismo mediante
la “democracia” burguesa. La “democracia” burguesa es sólo otro nombre para el capitalismo y
también lo es el fascismo; luchar con

89y tenía también una vaga idea de luchar si parecía oportuno, pero lo dudaba debido a mi mala
salud y relativa poca experiencia militar. Antes de salir alguien me dijo que no podría cruzar la frontera
sin documentación de una organización de izquierdas (esto no era verdad en aquellos momentos,
aunque carnets de partido, etcétera, sin lugar a dudas facilitaban el paso). Le pedí ayuda a John
Strachey quien me llevó a ver a Pollitt. Pollitt, tras interrogarme segura-

----------------------------------------------------------------

tra el fascismo en nombre de la “democracia” es luchar contra una forma del capitalismo en nombre
de otra que puede volver a ser la primera en cualquier momento. La única alternativa de verdad al
fascismo es la autogestión obrera. Si se busca un objetivo inferior, o bien se dará la victoria a Franco o,
en el mejor de los casos, el fascismo entrará por la puerta de servicio... La guerra y la revolución son
inseparables".” El profesor Hugh Thomas, autor de La guerra civil española, en una carta para esta
edición comenta que “...En primer lugar, la CNT y la FAI eran realmente dos organizaciones distintas, la
segunda de las cuales era en líneas generales el directorio de la primera, siendo establecida en los
años veinte para impedir el revisionismo en la CNT. En segundo lugar, cuando George Orwell dijo en
Homenaje a Cataluña que el punto de vista comunista y el punto de vista de los socialistas de derecha
podían considerarse en todas partes como idénticos, esto fue sólo verdad durante poco tiempo, ya
que Prieto, el principal socialista de derechas, pronto se pasó a una postura fuertemente
anticomunista. En tercer lugar, es sólo muy "en lineas generales'' que el PSUC era el órgano político de
la UGT. Es más, esto es quizá de entre todos el punto más equívoco pues la UGT era la organización
nacional de trabajadores, es cierto que dirigida por socialistas, mientras el PSUC se limitaba tan sólo a
Cataluña”.

90

mente decidió que yo no era de confianza políticamente y se negó a ayudarme, aparte de que intentó
asustarme para que no marchara hablando mucho sobre el terrorismo anarquista. Al fin me pidió si
estaba dispuesto a alistarme en la Brigada Internacional. Le dije que no podía comprometerme a
alistarme en ninguna parte antes de ver qué estaba pasando. Entonces se negó a ayudarme pero me
aconsejó obtener un salvoconducto de la Embajada española en París, cosa que hice. Antes de dejar
Inglaterra también llamé al Partido Laborista Independiente (ILP), con el que tenía algún contacto, de
tipo personal, y les pedí que me dieran algún tipo de recomendación. Me mandaron una carta a París
dirigida a John McNair en Barcelona. Cuando crucé la frontera la gente de pasaportes y otros, en
aquellos momentos anarquistas, no hicieron demasiado caso de mi salvoconducto pero parecían
impresionados por la carta con la cabecera del ILP, que aparentemente conocían de vista. Esto me
convenció a presentar la carta a McNair (a quien no conocía) y a través de ello me alisté con las
milicias del POUM. Yo vi que tenía relativamente bastante entreno como soldado después de observar
las tropas en España y decidí alistarme en las milicias. En aquellos momentos tenía sólo una vaga idea
de las diferencias entre partidos políticos que habían sido encubiertas en la prensa

91

inglesa de izquierdas. Si hubiera conocido bien la situación seguramente me habría alistado en las
milicias de la CNT.

En estos momentos las milicias, aunque teóricamente se refundían en base a un ejército normal,
estaban todavía organizadas en columnas, centurias, secciones, la centuria de unos cien hombres
más o menos centrada en alguna persona y frecuentemente llamada “la bandera de tal y tal”. El
comandante de la centuria tenía el rango más o menos de capitán, pero por debajo no había ningún
rango claro excepto cabo y soldado. La gente llevaba galones, etc., de rango en Barcelona pero “no se
estilaba” llevarlos en el frente. En teoría se promocionaba por elección pero en realidad los oficiales y
suboficiales eran nombrados de arriba. Como señalaré más adelante, en la práctica ello no produce
mucha diferencia. Un dato curioso de todas maneras era que se podía escoger la sección a la que se
pertenecía y por regla general se podía traspasar a otra bandera si se deseaba. En aquellos momentos
se mandaba hombres al frente con sólo algunos días de formación y ésta del tipo de desfile, y en
muchas instancias sin jamás haber disparado un rifle. Había traído conmigo los conceptos normales
del ejército británico y me escandalizó la falta de disciplina. Claro que siempre resulta difícil conseguir
que los reclutas obedezcan órdenes y aún lo es más cuando

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se encuentran metidos en trincheras teniendo que aguantar el frío, etc., al que no están
acostumbrados. Si no han tenido ocasión de habituarse a las armas de fuego frecuentemente tiene
mucho más miedo de lo corriente de las balas y ello es otra razón de la falta de disciplina. (Por cierto
que se hizo mucho daño con las mentiras publicadas por los periódicos de izquierdas sobre el uso de
balas explosivas por parte de los fascistas. Que yo sepa no existen las balas explosivas y es seguro que
los fascistas no las utilizaban.) Al principio se conseguía que se obedecieran las órdenes primero
llamando a la disciplina de partido y segundo por la fuerza de la personalidad, y durante las primeras
semanas me hice muy poco popular. Al cabo de una semana un hombre se negó a ir a un lugar
determinado que decía estaba a fuego abierto y le obligué a hacerlo a la fuerza —siempre un error,
claro, y aún más con un español. Al momento me vi rodeado por un círculo de hombres que me
llamaban un fascista. Hubo una discusión tremenda; de todas maneras bastantes de los hombres se
pusieron de mi lado y vi cómo mucha gente competía casi para entrar en mi sección. Después de esto,
durante algunas semanas o meses, tanto entre los españoles y los pocos ingleses que estaban en este
frente, este tipo de discusión surgió una y otra vez, es decir sobre la indisciplina, discusiones sobre
qué era

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justo y qué era “revolucionario”, pero en general un consenso de opinión que se debía mantener una
disciplina estricta con igualdad social. Siempre había muchas discusiones sobre si era justo fusilar
hombres por deserción y desobediencia y generalmente la gente acordaba que sí lo era, aunque
algunos nunca lo harían. Mucho mas tarde, alrededor de marzo, cerca de Huesca, unos 200 soldados
de la CNT decidieron de pronto marcharse de la línea. Era difícil culparles, pues habían estado allí
unos cinco meses, pero claro que no se podía permitir una cosa así y hubo un llamamiento para que
unos soldados del POUM los pararan. Me hice voluntario aunque no demasiado contento con todo
esto. Por suerte fueron convencidos a volver por sus delegados políticos o alguien, así que no se llegó
a la violencia. Hubo muchas discusiones sobre esto, pero de nuevo la mayoría aceptó que sería justo
usar el rifle si era necesario contra hombres haciendo esto. Durante todo este tiempo, es decir de
enero a abril de 1937, la mejora paulatina en la disciplina se consiguió casi por completo gracias a la
“difusión de una conciencia revolucionaria”, es decir discusiones inacabables y explicaciones de por
qué tal y tal cosa era necesaria. Todos estaban obsesionados en mantener la igualdad social entre
oficiales y soldados, ningún título militar y ninguna diferencia de comida, etc., y esto se llevaba a extre-

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mos bastantes ridículos, aunque parecieran menos ridículos en la línea cuando diferencias
minúsculas de comodidad se notaban mucho. Cuando las milicias se incorporaron en teoría al
Ejército Popular,1 todos los oficiales debían pasar su mayor paga, es decir todo por encima de 10
pesetas diarias, a los Fondos del Partido y todos acordaron hacerlo aunque si realmente se hizo no lo
sé, pues no estoy seguro que nadie cobrara más antes de que se redistribuyera la milicia del POUM.
Castigos por desobediencia, no obstante, ya se utilizaban cuando primero llegué al frente. Es
enormemente complicado castigar hombres que ya están en primera línea, pues salvo matarles, es
difícil ponerlos más incómodos de lo que ya están. El castigo normal era doblar los turnos de guardia
—muy inadecuado porque todos arrastran sueño. A veces un hombre era fusilado. Un hombre que
intentó cruzar a las líneas fascistas y era evidentemente un espía fue fusilado. Otro que fue pescado
robando a otros milicianos fue enviado a retaguardia supuestamente para ser fusilado, aunque no
creo que realmente lo fuera. El tribunal militar debía consistir en un

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1. “Desde febrero de 1937 todo el ejército se había en teoría incorporado al Ejército Popular y las
milicias sobre el papel se habían reconstituido según la organización del Ejército Popular...” del
capítulo 9 de Homenaje a Cataluña,

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oficial, un suboficial y un miliciano, pero nunca vi uno funcionando.

Regularmente delegados políticos eran enviados por el partido para visitar a los hombres en la línea y,
si era posible, dar algún tipo de discurso político. Además cada centuria tenía uno o dos hombres en
sus filas que se les llamaba delegados políticos. Nunca comprendí cuál había sido la función original
de estos hombres para los que luego ya no había ninguna necesidad. Cuando estuve con los ingleses
del ILP me nombraron su delegado político, pero aquí el delegado político era un intermediario para ir
a comandancia a quejarse de la alimentación, etcétera, así que para los ingleses era sencillamente
una cuestión de escoger entre los pocos hombres que hablaran castellano. Los ingleses eran más
estrictos que los españoles para elegir oficiales y en una o dos ocasiones cambiaron por elección un
suboficial. También nombraron un comité de cinco hombres que debía coordinar: todos los asuntos
de la sección. Aunque fui elegido al comité yo me opuse a su creación razonando que formábamos
parte ahora de un ejército mandado desde arriba más o menos como es , usual, y por lo tanto dicho
comité no tenía razón de ser. En realidad no tuve ninguna función importante pero a veces sirvió para
arreglar pequeños asuntos. Al contrario de lo que se cree generalmente los líderes políticos del

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POUM estaban muy en contra de esta idea del comité y estaban ansiosos de que la idea no pasase de
los ingleses a los españoles. Antes de incorporarme con los ingleses, estuve algunas semanas con una
bandera española de unos 8o hombres, 6o de los cuales eran reclutas sin ninguna práctica. Durante
aquellas semanas la disciplina mejoró mucho y a partir de entonces hasta finales de abril hubo una
lenta pero constante mejora de disciplina en toda la milicia. En abril una unidad de milicias cuando
tenía que realizar una marcha a algún punto aún parecía como una retirada de Moscú, pero en parte
ello era debido a que los hombres sólo tenían experiencia de la lucha en trincheras. Pero para
entonces ya no había problemas en conseguir que se obedeciera una orden y ninguna duda de que no
se cumpliría el momento que dieras la espalda. Superficialmente las típicas características
“revolucionarias” se mantuvieron constantes hasta finales de mayo, pero en realidad ya se
evidenciaban diferencias entonces. Cuando mandaba una sección (que ahora era un pelotón) los
jóvenes españoles me llamaban de “usted”. Los corregí de ello pero evidentemente se volvía a usar la
palabra, y sin duda el uso general del “tú” en los primeros meses de la guerra era una afectación que
debería parecer muy anormal para una gente latina. Algo que pareció terminar de golpe alre-

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dedor de marzo fue el gritar frases revolucionarias a los fascistas. Esto no se hacía en Huesca, aunque
en muchos casos las trincheras estaban muy cerca unas de otras. En el frente de Zaragoza había sido
practicado con frecuencia y seguramente contribuyó a atraer los desertores muy numerosos allí
(una temporada eran 15 a la semana en una sección de frente mantenida por mil hombres). Pero el
uso generalizado de “camarada” y la idea de que todos estábamos en igualdad se mantuvo hasta la
redistribución de la milicia.1 Se notaba que los primeros reclutas del Ejército Popular que llegaban al
frente se mantenían en ello. No había ninguna diferencia remarcable en el estado de disciplina y en la
atmósfera social entre las milicias del POUM : y del PSUC, hasta la última vez que vi estas últimas a
principios de marzo. La organización general era muy buena a veces, pero otras de una innecesaria
ineptitud. Un dato curioso de esta guerra era la buena organización de víveres. Hasta mayo de 1937,
cuando empezaron a faltar algunas cosas, la alimentación siempre era buena y siempre llegaba a
tiempo, algo que no es fácil de organizar incluso para una guerra muy estática. Los cocineros se lo
tomaban muy a conciencia, a veces trayendo la co-
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1. Nota del autor: Mi cartilla médica de inútil, firmada por un médico en Monzón (muy lejos del frente)
alrededor del 18 de junio, me llama el “camarada Blair”.

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mida bajo fuego fuerte. Me impresionó la organización de la alimentación detrás de las líneas y la
manera como se había conseguido la colaboración de los campesinos. La ropa de los hombres era
lavada de tanto en tanto, pero no se hacía muy bien o muy periódicamente. La organización de
correos era buena y cartas tiradas en Barcelona siempre llegaban al frente rápidamente, aunque un
número increíble de cartas mandadas a España se perdieron en ruta hacia Barcelona. Nociones
sanitarias prácticamente no existían y sin duda sólo el clima seco impidió las epidemias. No había
ninguna atención médica de veras hasta unos quince kilómetros detrás de las líneas. La cosa no
importaba mientras había sólo un pequeño número de accidentados, pero aún así se perdieron
muchas vidas innecesariamente. Al principio las trincheras eran muy primitivas, pero por los
alrededores de marzo se organizó un batallón de trabajo. Esto fue muy eficaz y pudo construir largos
tramos de trinchera muy rápidamente y sin ruido. No obstante hasta mayo no había mucha idea sobre
trincheras de comunicación, incluso cuando la línea de frente estaba cerca del enemigo y no era
posible por ejemplo sacar a los hombres heridos sin llevarlos bajo fuego. No se hizo ningún esfuerzo
para mantener las carreteras detrás de la línea en buen orden, aunque sin duda se disponía de los
brazos para hacerlo. El

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Socorro Rojo del POUM, al que era voluntario-obligatorio subscribirse, era muy eficaz en atender a los
hombres heridos en el hospital, etc. Referente a las provisiones, seguramente hubo cierta
malversación y favoritismo, pero creo que extraordinariamente poca. Cuando los cigarrillos
comenzaron a escasear, la pequeña sección inglesa recibió más de los debidos, un testimonio del
carácter español. El error mayúsculo e inexcusable de esta guerra, por lo menos en el frente de
Aragón, fue dejar los hombres en el frente temporadas innecesariamente largas. Para Navidad de 1936
la guerra prácticamente era estacionaria ya que durante largas temporadas de unos seis meses
seguidos hubo pocas luchas. Así que hubiera sido perfectamente factible organizar un sistema de
cuatro días en el frente y cuatro no, o incluso cuatro días en el frente y dos no. Con este sistema los
hombres no consiguen realmente más descanso, pero pueden periódicamente dormir en cama o al
menos quitarse la ropa. Tal como fue, los hombres a veces permanecían hasta cinco meses seguidos
en la línea. Ocurría a veces que las trincheras estaban lejos del enemigo, digamos unos 800 metros,
pero esto era más aburrido y por lo tanto peor para la moral que estar a 40 ó 70 metros. Mientras,
dormían en trincheras con una incomodidad inaguantable, normalmente piojosos y hasta abril casi
siempre fríos. Además, aun cuando

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se está a 800 metros del enemigo se está bajo fuego de rifle y en ocasiones de obuses causando un
goteo de bajas y por consiguiente temor que es acumulativo. En estas circunstancias es difícil hacer
más que seguir aguantando. Durante febrero-marzo, la época en la que hubo pocas luchas en los
alrededores de Huesca, se intentó adiestrar a los hombres en varias cosas, el uso de ametralladoras,
señales, operaciones a pecho descubierto (avanzar por acometida), etc. Estos fueron generalmente un
fracaso pues todos padecían de falta de sueño y estaban demasiado agotados para aprender. Yo
mismo intenté por entonces familiarizarme con el mecanismo de la ametralladora Hotchkiss y
encontré que la falta de sueño me había sencillamente quitado la capacidad de aprender.
Seguramente hubiera sido posible conceder permisos a intervalos más frecuentes pero si no se hizo
fue debido probablemente a otras causas que la ineptitud. Pero hubiera sido bien fácil sacar a los
hombres de las trincheras tal como he señalado y facilitar algún tipo de distracción para las tropas
que no estaban en la línea. Incluso tan atrás como Barbastro la vida de las tropas era mucho más
monótona de lo que podía ser. Con un poco de organización hubiera sido posible facilitar justo detrás
de las líneas baños calientes, desinfección, distracciones de algún tipo, cafés (hubo algunos tristes
intentos de hacerlo) y también mujeres.

101
Las muy pocas mujeres que estaban cerca o en la línea misma y eran fáciles eran indudablemente un
origen de celos. Había una cierta frecuencia de sodomía entre los españoles jóvenes. Dudo que las
tropas pueden al mismo tiempo entablar guerra de trincheras y ser adiestradas para guerra móvil,
pero se hubiera podido adiestrar más si se hubiera cuidado más de dar descanso a los hombres. Tal
como fue estaban agotados por nada en una época en la que la guerra estaba estancada. Mirando
hacia atrás veo que lo aguantaron extraordinariamente bien e incluso entonces fue el hecho de que no
se desmoronaron ni se quisieron amotinar ante estas condiciones inaguantables que me convirtió (en
cierta medida) a la idea de “disciplina revolucionaria”. No obstante la tensión que tuvieron que
aguantar fue en parte innecesaria. En cuanto a los celos entre las distintas milicias, en lo que se refiere
a la clase de tropa, yo no vi ninguna señal importante de éstos hasta mayo de 1937. En qué medida el
frente de Aragón fue saboteado por motivos políticos lo conoceremos algún día. No sé qué
importancia hubiera tenido la captura de Huesca, pero seguro que se hubiera podido tomar en
febrero o marzo disponiendo de artillería adecuada. Tal como fue estaba sitiada excepto por una
abertura de un kilómetro de ancho y esto con tan poca artillería que era imposible iniciar el ataque
con

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bombardeos ya que sólo servirían de aviso. Esto significaba que los ataques sólo podían ser por
sorpresa realizados por algunos centenares de hombres como máximo. A comienzos de abril Huesca
parecía acabada pero nunca se consiguió cerrar la abertura, los ataques cedieron y al cabo de un
tiempo se vio claro que las trincheras fascistas resistían mejor y que habían mejorado sus defensas. A
finales de junio se inició el gran ataque a Huesca, claramente por motivos políticos, para dar una
victoria al Ejército Popular y desacreditar a la milicia de la CNT. El resultado era de prever —fuertes
pérdidas y un verdadero empeoramiento de la situación. Pero en cuanto se refiere a la clase de tropa
el sentimiento partidista no pasaba más allá de vagos rumores de que “ellos”, generalmente
queriendo decir el PSUC, habían robado armas, etc., destinadas a nosotros. En el frente de Zaragoza,
donde la milicia del POUM y del PSUC se distribuían más o menos alternativamente, las relaciones
eran buenas. Cuando el POUM relevó un sector del PSUC en Huesca hubo brotes de celos, pero creo
que por razones exclusivamente militares, ya que las tropas del PSUC no habían conseguido tomar
Huesca y el POUM alardeaba que la iban a tomar. La victoria de Guadalajara en febrero puede verse,
como fue realmente, una victoria comunista, pero todos lo celebraron de verdad y de hecho
entusiasmados.

103

Un poco más tarde de ello uno de nuestros aviones, seguramente ruso, tiró una bomba en un sitio
equivocado y mató algunos milicianos del POUM. Más tarde sin duda se habría dicho que “era a
propósito”, pero entonces nadie lo pensó. Alrededor de mayo, quizá como consecuencia de los
disturbios de Barcelona, empeoraron las relaciones. En Lérida, donde se adiestraban un gran número
de las nuevas formaciones del Ejército Popular, cuando pasaban destacamentos del Ejército Popular,
vi a milicianos silbándoles y balando como corderos. En cuanto a la persecución de hombres que se
sabía habían servido con el POUM, dudo que comenzara hasta después de los supuestos
descubrimientos de espionaje. Inmediatamente después parece que hubo uno o dos incidentes
serios. A finales de junio parece que un destacamento de la milicia del PSUC fue enviado o vino por
cuenta propia para atacar una de las posiciones del POUM en las afueras de Huesca, y los hombres allí
tuvieron que defenderse con sus ametralladoras. No tengo la fecha exacta ni más que informes
generales sobre ello, pero la fuente no me deja lugar a dudas de qué pasó. Sin duda fue la
consecuencia de las declaraciones irresponsables en la prensa sobre espionaje, deserciones, etc., que
ya habían provocado o casi provocado problemas en anteriores ocasiones. El hecho de que las
milicias estaban organiza-

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das por y se identificaban con los distintos partidos tuvo malas consecuencias después de un tiempo.
Al principio, cuando todos rebosaban de entusiasmo, la rivalidad entre partidos no fue quizás una
cosa mala —ésta es la impresión que me dieron aquellos que estuvieron en las primeras luchas
cuando Siétamo, etc., fueron tomados. Pero cuando las milicias disminuían frente al Ejército Popular
el resultado fue que cada partido estaba ansioso de mantener su fuerza a cualquier coste. Creo que
ésta fue una razón por el hecho ya señalado de que no se otorgara permiso tan a menudo como era de
desear. Hasta junio no había realmente ninguna manera para obligar a un hombre que había
marchado de permiso a volver con su unidad, y el reclutamiento para el Ejército Popular, hecho ley
(no me acuerdo cuándo exactamente), no fue enteramente eficaz. Así que un miliciano de permiso
podía sencillamente irse a casa y tenía aún más motivos para hacerlo, pues acababa de cobrar un
buen sobre de paga atrasada, o bien podía alistarse en otra organización, cosa frecuente entonces. En
realidad muchos hombres volvían del permiso pero algunos no, así que cada concesión de permiso
significaba una reducción de efectivos. Además, estoy seguro de que los deseos de mantener los
efectivos hicieron que los comandantes del lugar se preocuparan excesivamente de no provocar bajas
cuan-

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do no conseguían éclat por ello. En el frente de Zaragoza pequeñas oportunidades valiosas —el tipo
de cosas que no saldría en los periódicos pero que hubieran mejorado la situación— se
desperdiciaron debido a esto, mientras que las bajas que ocurrían eran sin sentido. Además la banda
de inútiles, representando del cinco al diez por ciento de los efectivos, que siempre se encuentran en
toda clase de tropas y que debían haberse eliminado tajantemente, pocas veces o nunca eran
eliminados. En enero, cuando me quejé de la falta de disciplina, un oficial superior me dio su opinión
de que todas las milicias competían en la dejadez de su disciplina para conseguir reclutas de los otros.
No sé si era verdad o si lo dijo sólo por un enfado pasajero.

En cuanto al personal de la milicia del POUM, dudo de que fuera muy diferente de los otros. En tipo
físico, que es una comparación por encima, eran casi como los del PSUC. El POUM no exigía a sus
milicianos afiliación a su partido, sin duda porque al ser un partido minoritario era difícil atraer
reclutas. Cuando los hombres estaban en el frente se intentó que se hicieran miembros del partido,
pero es justo decir que no hubo ningún tipo de presión. Había la típica porción de inútiles, y además
un cierto número de campesinos muy ignorantes y de gente sin ninguna filiación política en especial
que se

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habían alistado a la milicia del POUM seguramente más o menos por casualidad. Además había un
cierto número de personas que se habían alistado sólo por tener un empleo. El hecho de que en
diciembre de 1936 ya hubo una seria escasez de pan en Barcelona y de que a los milicianos se les daba
suficiente tuvo que ver con ello. De todas maneras algunos de estos hombres de aluvión luego fueron
soldados bastante buenos. Aparte de un número algo grande de alemanes refugiados había una
representación de extranjeros de todas partes, incluso algunos portugueses. Dejando de lado los
alemanes, los mejores soldados eran generalmente los ametralladores, organizados en equipos de
seis y mantenidos algo aparte de los otros. La actitud fetichista que hombres en esta situación
desarrollan con su arma, como si fuera un dios familiar, es interesante y debería estudiarse. Algunos
de los ametralladores eran soldados viejos que habían cumplido el servicio una y otra vez debido al
sistema español de substitución, pero la mayoría eran “buenos militantes”, algunos de una gran
personalidad e inteligencia. Llegué a la conclusión, algo contra mi voluntad, de que a la larga los
“buenos militantes” hacen los mejores soldados. El destacamento de un total de 30 ingleses y
americanos enviado por el ILP se dividía con cierto contraste entre viejos soldados sin ninguna
filiación política en especial y

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“buenos militantes” sin experiencia militar, Como estoy más cerca del primer tipo creo que no es
ningún prejuicio decir que el segundo tipo parece mejor. Claro que los viejos soldados son más útiles
al comienzo de una campaña, y son eficaces cuando se lucha, pero tienen más tendencia a quedar
deshechos por inactividad o agotamiento físico. Un hombre plenamente identificado con algún
partido político es de confiar en cualquier circunstancia. Se tendrá problemas en círculos de izquierda
por decirlo, pero el sentimiento de muchos socialistas hacia su partido es muy parecido al del
universitario más conformista hacia su Universidad. Hay tipos que no tienen ninguna tendencia
política en especial y son de completa confianza pero generalmente son de origen burgués. En la
milicia del POUM había una pequeña pero perceptible tendencia para elegir como oficiales a personas
de origen burgués. Dada la actual estructura de clases de la sociedad, considero esto inevitable. La
gente de clase media y alta tienen normalmente más confianza en situaciones desconocidas y, en
países que no aplican el reclutamiento, tienen generalmente más tradición militar que la clase
trabajadora. Éste es el caso particular de Inglaterra. En cuanto a edad, de 20 a 35 años parece la edad
adecuada para soldados de primera línea. Por encima de los 35 no confiaría en nadie en la línea como
soldado o

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suboficial al menos que fuera de reconocida confianza política. En cuanto al límite de juventud, chicos
tan jóvenes como de 14 años muchas veces son muy valientes y seguros, pero no aguantan la falta de
sueño. Incluso se dormirán de pie.

En cuanto a traición, comunión con el contrincante, etc., había suficientes rumores de ello para sugerir
que estas cosas ocurrían a veces, y de hecho son inevitables en una guerra civil. Había vagos rumores
de que a veces se habían arreglado treguas en tierra de nadie para intercambio de diarios. No conozco
ninguna ocasión de ello pero una vez vi unos periódicos fascistas que pudieran haberse obtenido de
este modo. Las ficciones difundidas en la prensa comunista sobre pactos de no-agresión e ir y venir de
gente entre nuestras líneas y las fascistas eran mentira. Sin duda hubo traición entre los campesinos.
La razón por la que nunca tuvo éxito un ataque predeterminado en este frente fue sin duda en parte
incompetencia pero también se decía que si la hora era fijada sólo con unas horas de adelanto
siempre la sabían los fascistas. Los fascistas parecía que siempre sabían qué tropas tenían enfrente,
mientras que nosotros sólo sabíamos lo que averiguábamos por patrullas, etc. No sé qué método
empleaban los espías para hacer llegar los mensajes a Huesca pero el método de mandar mensajes
eran seña-

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les de linterna. Había señales en morse a cierta hora cada noche. Éstos siempre eran anotados pero
exceptuando slogans como “Viva Franco” estaban cifrados. Nunca se capturaron los espías detrás de
las líneas a pesar de muchos intentos. Las deserciones eran escasas a pesar de que hasta mayo de
1937 hubiera sido fácil irse de la línea o, con algo de riesgo, cruzar a los fascistas. Supe de algunas
deserciones entre nuestros hombres y de algunas de entre el PSUC, pero en total serían pocas. Es de
destacar que hombres en una fuerza de este tipo mantienen sentimientos políticos contra el enemigo
que no lo harían en un ejército corriente. Cuando primero llegué al frente, se daba por descontado
que los oficiales hechos prisioneros por nosotros serían fusilados y se decía que los fascistas fusilaban
a todos los prisioneros —una mentira sin duda pero el dato interesante es que la gente se lo creía. Tan
adelante como marzo de 1937 oí decir con cierta verosimilitud que un oficial prisionero tomado por
nosotros había sido fusilado —de nuevo el dato interesante es que nadie encontraba algo malo en
ello. En cuanto a las actuaciones de la milicia del POUM, sólo las conozco en su mayor parte a través
de otros, pues yo estuve en el frente durante el período más inactivo de la guerra. Tomaron parte en la
toma de Siétamo y en el avance hacia Huesca, y luego la división fue repar-

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tida, algunos a Huesca, otros en el frente de Zaragoza y algunos a Teruel. Creo que también estuvieron
unos cuantos en el frente de Madrid. A finales de febrero toda la división se concentró en el lado
oriental de Huesca. Tácticamente era el lado menos importante y durante marzo-abril la participación
del POUM fue tan sólo escaramuzas y ataques de contención, operaciones que involucraban un
máximo de doscientos hombres y alguna docena de bajas. En algunas de éstas se portaron bien, en
especial los alemanes refugiados. En el ataque a Huesca a finales de junio la división tuvo fuertes
bajas, de 400 a 600 muertos. No participé en esta representación pero otros me dijeron que las tropas
del POUM se comportaron bien. Para entonces las campañas en la prensa habían comenzado a
producir una cierta cantidad de malestar. En abril, incluso los menos involucrados políticamente,
habían comprendido que no oirían nada bueno sobre ellos excepto en su propia prensa y en la de los
anarquistas, fuera cual fuera su comportamiento real. En aquel entonces esto sólo produjo un cierto
enfado pero sé que luego, cuando se repartió la división, algunos hombres que pudieron escapar de la
conscripción lo lucieron y tomaron un trabajo civil aduciendo que estaban cansados de ser acusados.
Un número de hombres que estuvieron en el ataque de Huesca me aseguraron de que el

111

general Pozas había retenido a sabiendas la artillería para conseguir que murieran el mayor número
posible de tropas del POUM; seguramente no es verdad pero muestra el resultado de las campañas
como la llevada a cabo por la prensa comunista. No sé qué pasó con la división después de ser
repartida, pero creo que la mayoría fueron a parar a la división 26. Dadas las circunstancias y sus
posibilidades, debo decir que la actuación de la milicia del POUM fue adecuada aunque nunca
destacada.
¿Escrita en febrero de 1939?

Carta a Cyril Connolly

Pabellón Jellicoe

Preston Hall

Aylesford, Kent

27 de abril de 1938

Querido Cyril,

Gracias por tu carta. Me alegra de que no te hirieran en España. Es un desastre aquello, me temo que
se acabó todo. Me gustaría poder estar allí Lo terrible es que si la guerra está perdida, llevará sin más a
una intensificación de la política que condujo a la caída al Gobierno español y mañana mismo ya
volveremos a tener la guerra para salvar a la democracia. ¿Pudiste hacer la crítica de mi libro o lo
dieron a otro? Salió el lunes. He estado aquí unas cinco o seis semanas y me temo que deberé
permanecer otras 8 ó 10. No hay nada realmente grave, sé que es una antigua lesión de la tuberculosis
parcialmente curada y que debo haber tenido diez o más años. Creo que si hubiera sido grave, vivir al
aire libre en España me hubiera acabado, y en cambio salí de aquello encontrándome muy bien e
incluso aumentando de peso hasta que me hirieron. No puedo trabajar, claro, lo cual es un
aburrimien-

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to y retrasará mi próxima novela hasta 1939. He tenido noticias de Stephen Spender, que me mandó
una copia de su obra y dice que vendrá a verme algún día. Resulta divertido que siempre le he
utilizado a él y al resto de la banda como ejemplos de la izquierda abúlica y tampoco me interesan de
verdad sus poemas, pero cuando le conocí personalmente me gustó tanto y me avergoncé por las
cosas que había dicho sobre él. Dale recuerdos de mi parte a tu esposa.

Tuyo,

Eric Blair

No, no vengas a verme. Ya sé que te deprimiría —el lugar quiero decir— y seguramente es un viaje
agotador.

Encounter, enero de 1962.

Crítica

The Civil War in Spain (La guerra civil en España) por Frank Jellinek

El libro de Frank Jellinek sobre la Comuna de París tuvo sus altibajos pero lo reveló como una persona
de una mente poco común. Se mostró capaz de entender los verdaderos hechos de la historia, los
cambios económicos y sociales que subyacen a los acontecimientos espectaculares, sin perder de
vista el aspecto anecdótico que el historiador burgués generalmente hace mucho mejor. En conjunto
su nuevo libro confirma las promesas del otro. Hay indicios de apresuramiento y contiene algunas
equivocaciones que luego señalaré, pero seguramente es el mejor libro sobre la guerra española
desde un punto de vista comunista que tendremos en mucho tiempo.

La parte más interesante del libro es la primera parte, cuando explica la larga cadena de razones que
condujeron a la guerra y las políticas principales en juego. La aristocracia parásita y la situación
escandalosa de los campesinos (antes de la guerra el 65% de la población de España poseía el 6,3 %
de la tierra, mientras que el 4 % poseía el 60 % de ella), el retraso del

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capitalismo español y el dominio por capitalistas extranjeros, la corrupción de la Iglesia, y la subida de


los movimientos obreros socialistas y anarquistas —todo ello se trata en un conjunto de capítulos
brillantes. El esbozo biográfico que hace Mr. Jellinek de Juan March, antiguo contrabandista de
tabaco que es uno de los hombres detrás de la rebelión fascista (aunque, sorprendentemente, se dice
que es un judío), es una increíble historia de corrupción. Sería una lectura apasionante si March fuera
tan sólo un personaje de una novela de Edgar Wallace; por desgracia resulta que es un hombre de
verdad. El capítulo sobre la Iglesia deja bastante claro por qué se quemaron casi todas las iglesias en
Cataluña y Aragón oriental al comienzo de la guerra. Por cierto es interesante saber, si las cifras de Mr.
Jellinek son correctas, que la organización de jesuítas sólo suma 22.000 personas. Seguro que ganan
de forma aplastante a todos los partidos del mundo en eficacia real. ¡El “encargado de los negocios”
jesuíta en España está, o estaba, en el consejo de 43 empresas! A final del libro hay un capítulo muy
equilibrado sobre las transformaciones sociales que tuvieron lugar en los primeros meses de la guerra,
con un apéndice sobre el decreto de colectivización en Cataluña. Al contrario de la mayoría de
observadores británicos, Mr. Jellinek no subestima a los anarquistas españoles. Pero en su aná-

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lisis del POUM no hay duda de que es injusto y —tampoco no hay mucha duda de ello— lo es a
propósito.

Es evidente que miré antes que nada el capítulo sobre las luchas de Barcelona en mayo de 1937, ya
que tanto Mr. Jéllinek como yo mismo estuvimos en Barcelona entonces, y ello me permitió medir su
exactitud. Su explicación de la lucha es algo menos propagandística que la que apareció en la prensa
comunista aquellos días, pero es ciertamente partidista y confundiría a cualquiera que no conociese
nada de los hechos. Para empezar, a veces parece aceptar el cuento de que el POUM era una
organización fascista disfrazada y se refiere a “documentos” que “demuestran definitivamente” esto y
aquello, sin mayor explicación sobre dichos misteriosos documentos, los cuales de hecho nunca se
han presentado. Se refiere incluso al famoso documento “N” (aunque reconoce que la “N”
seguramente no significaba Nin )1; hace caso omiso de que Irujo, el ministro de Justicia, declaró que
este documento no tenía ningún “valor”, es decir era falso. Explica solamente que Nin

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1. El documento “N”, una carta falsificada que los comunistas aducieron era de Andreu Nin, miembro
destacado del POUM, a Franco, con la cual fundamentaron sus acusaciones de conspiración entre el
POUM y Franco para justificar su supresión del POUM. Nin más adelante fue asesinado en la prisión
por los comunistas.

117

fue “detenido” y no menciona que Nin desapareció y casi seguro que fue asesinado. Además, no fija
con exactitud la cronología para dar la impresión —intencionada o no— de que el supuesto
descubrimiento del complot fascista, la detención de Nin, etc., tuvieron lugar inmediatamente
después de las luchas de mayo. Este punto es importante. La supresión del POUM no tuvo lugar
inmediatamente después de las luchas de mayo. Hubo un intervalo de cinco semanas. La lucha
terminó el 7 de mayo y Nin fue detenido el 15 de junio. La supresión del POUM sólo ocurrió después y,
lo más seguro como consecuencia, del cambio en el Gobierno de Valencia. He observado varios
intentos en la prensa para confundir estas fechas. La tazón es bien clara; pero no pueden haber dudas
sobre el asunto ya que los acontecimientos principales fueron publicados en los diarios.
Curiosamente, alrededor del 20 de junio, el corresponsal en Barcelona del Manchester Guardian
mandó una crónica aquí1 que contradecía las absurdas acusaciones contra el POUM —en la situación
una actitud muy valiente. Este corresponsal fue casi seguro el propio Mr. Jellinek. Qué lástima que
ahora por exigencias propagandísticas se vea en la necesidad de repetir

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1. “Barcelona tras el levantamiento” del Enviado Especial del Manchester Guardian, 26 de junio de
1937. Ver la carta a Frank Jellinek del 20 de diciembre de 1938.

118

un cuento que con el paso del tiempo aún parece más improbable.

Sus comentarios sobre el POUM llenan una parte considerable del libro y tienen un aire de prejuicio
aparente incluso para alguien que no supiera nada en absoluto sobre los partidos políticos españoles.
Cree necesario criticar incluso trabajo útil como el realizado por Nin como Consejero de Justicia, y se
cuida de no mencionar que el POUM participó de una manera importante tanto en las primeras luchas
contra el levantamiento fascista como en el frente. Y en todos sus comentarios sobre la “actitud
provocadora” de los diarios del POUM no se da ni cuenta de que hubo provocaciones del otro lado. A
la larga este tipo de cosa es contraproducente. Su efecto para mí por ejemplo es hacerme pensar: “Si
encuentro que el libro no es de fiar cuando ocurre que conozco los hechos, ¿cómo puedo confiar en él
cuando no conozco los hechos?”- Y muchos otros pensaron igual. En realidad estoy muy dispuesto a
creer que en líneas generales Mr. Jellinek es serio y justo aparte de ampliamente bien informado. Pero
al tratar del “trotskismo” escribe como un comunista, o partidario comunista, y es tan imposible para
un comunista hoy demostrar sentido común sobre este tema como con el tema del “fascismo social”
hace unos años. Por cierto, la rapidez con que los ángeles de la mitolo-

119
gía comunista se convierten en demonios tiene su lado cómico. ¡Mr. Jellinek cita con aprobación la
denuncia del POUM por el cónsul ruso en Barcelona, Antonou Ouseenko, que ahora está siendo
juzgado por trotskista! En conjunto, un libro excelente, rebosante de información y muy legible. Pero
debe tratarse, con cierta precaución pues el autor está bajo la exigencia de demostrar que, aunque
otras personas a veces tendrán razón, el partido comunista siempre tiene razón. No importa mucho
que casi todos los libros de comunistas sean propaganda. La mayoría de libros son propaganda
directa o indirecta. El problema es que los escritores comunistas se ven obligados a reclamar
infalibilidad para sus líderes del partido. Como consecuencia la literatura comunista tiende a ser más
y más un mecanismo para justificar los errores. A diferencia de la mayoría de personas que han escrito
sobre la guerra española, Mr. Jellinek conoce de verdad España: su idioma, su gente, sus regiones y la
lucha política de los últimos cien años. Pocos hombres están tan capacitados para escribir una
historia maestra de la guerra española. Quizá lo haga algún día. Pero seguramente será de aquí mucho
tiempo, cuando se deje por otra cosa el entreno de boxeo “trotskista-fascista”.

New Leader de Londres, 8 de julio de 1938.

120

Crítica

Searchlight on Spain (Foco sobre España) por la duquesa de Atholl


Hoy en día casi ya no es necesario señalar que no hay únicamente dos versiones de la guerra
española. Incluso entre partidarios del Gobierno hay al menos tres: la versión comunista, la anarquista
y la “trotskista”. En Inglaterra conocemos algo de la versión “trotskista” y prácticamente nada de la
versión anarquista, mientras que la versión comunista, por así decirlo, es la oficial. El libro de la
duquesa de Atholl sigue por derroteros conocidos —-de hecho, con el recorte de muy pocas líneas,
podría creerse escrita por una comunista. Dudo que contenga algo que ya no se haya dicho
anteriormente y por tanto, antes que comentar el libro mismo, quizá será más útil parar y considerar
por qué están apareciendo libros como éste. Claro que ya no sorprende hoy una duquesa
procomunista. Casi todas las personas acaudaladas que se integran en el movimiento de izquierdas
siguen con toda naturalidad la línea “estalinista”. Ni el anarquismo ni el “trotskismo” tienen suficiente
atractivo para alguien con más de £500 al año. Pero la verdadera cuestión no

121

es por qué ras personas acaudaladas son “estalinistas” sino por qué se integran en el movimiento de
izquierdas. Hace unos años no lo hacían. ¿Por qué la duquesa apoya al Gobierno español y no a
Franco? No es por ser una excéntrica solitaria. Muchas personas profundamente enlazadas en el
sistema capitalista británico, nobles, propietarios de periódicos y las jerarquías eclesiásticas han
adoptado la misma línea. ¿Por qué? Al fin de cuentas, la guerra española es básicamente una guerra
de clases y Franco es el defensor de la clase acaudalada. ¿Cómo es que estas personas consiguen ser
tan buenos socialistas en el extranjero y tan buenos conservadores en casa?

Parece fácil a primera vista: porque los poderes fascistas amenazan al Imperio británico. La misma
duquesa nos da la respuesta en su capítulo “Qué significa para nosotros”, donde se exponen los
peligros del dominio fascista de España. Alemania e Italia estarán por encima de nuestra ruta a la
India, Francia tendrá una nueva frontera que defender, etc., etc. Aquí un tipo de “antifascismo” y el
imperialismo británico se dan la mano. Por cierto, varios libros señalando esta creencia han salido en
esta colección. Parece ser que quien defienda el Imperio británico también defiende la democracia —
lo cual, para quien conozca algo de cómo se administra en realidad el Imperio, suena a trampa.

122
Pero no es tan fácil como esto. Pues aunque una parte bastante grande de la clase gobernante
británica es anti-Franco, la mayoría están a favor de Franco, subjetivamente y objetivamente.
Mediante una combinación de tacañería e hipocresía que sería difícil superar, Chamberlain y sus
amigos han permitido que la República española se ahogara lentamente. ¿Cómo se puede explicar la
aparente contradicción? Si se cree que las duquesas y los prelados que sermonean sobre
“antifascismo” están preocupados en realidad de los dividendos británicos, aparentemente también
se tiene que creer que Chamberlain no se preocupa de los dividendos británicos, lo cual es absurdo.
Puede ser que detrás de la aparente división en la opinión de la clase gobernante haya un conflicto de
intereses financieros. Pero creo que es posible dar otra explicación. Entre los “anti-rojos” y los
“antifascistas” acaudalados no hay ninguna diferencia fundamental. Todos forman parte del mismo
sistema y muchos de ellos pertenecen al mismo partido político. En cualquier crisis realmente
importante demostrarán su acuerdo básico —sobre todo lo demostrarán cuando Inglaterra vaya a la
guerra. Cuando las armas comiencen a disparar, Chamberlain y la duquesa de Atholl, Lloyd George y
lord Rothermere, se reunirán en la misma plataforma para reclutamiento. Es muy posible
entonces

123

que este extraño fenómeno de antifascismo en la alta sociedad sea simplemente parte de los
preparativos nacionales para la guerra. Chamberlain se prepara para la guerra contra Alemania. No se
puede justificar de otro modo el rearmamento, el acuerdo militar con Francia, las precauciones contra
bombardeos aéreos y varios ruidos siniestros sobre el reclutamiento. Es muy posible que haya hecho
un lío de todo, dejando empeorar la situación estratégica y que esto haya pasado en parte porque
teme una España controlada por Rusia tanto como Mussolini la teme; no obstante se prepara para la
guerra. Y mientras el Gobierno lleva a cabo los preparativos físicos de la guerra, la llamada izquierda se
cuida de la vertiente mental, a base de estimular continuamente una actitud de odio y de
autojustificación. Las fábricas de armamento hacen las armas, y periódicos como el News Chronicle
crean la voluntad para utilizarlas. Todos recordamos qué pasó cuando Dalila dijo «los filisteos están
encima tuyo, Sansón». La primera amenaza real a los intereses británicos ha convertido en patrioteros
a nueve de cada diez socialistas británicos.
¿Y qué función tienen los antifascistas conservadores? Son los oficiales de comunicación. El típico
izquierdista inglés es hoy un buen imperialista, pero es aún teóricamente hostil a la clase gobernante
inglesa. La gente que lee el New

124

Statesman sueña con la guerra contra Alemania, pero cree necesario reírse del militar de academia.
Pero cuando empiece la guerra se formarán en filas de a cuatro en el patio del cuartel bajo el ojo
besugo de cualquier oficial. Es necesario llegar a una reconciliación de antemano. Ésta creo que es la
verdadera función de libros como el de la duquesa de Atholl, y El imperio romano de Mussolini de G. T.
Garratt y las manifestaciones proféticas de Madame Tabouis y otros del mismo estilo.

Esa gente está creando —claro que no conscientemente— el nexo de unión entre Izquierda y Derecha
totalmente imprescindible para ir a la guerra. La guerra en España —y realmente toda la situación
desde la crisis de Abisinia, pero especialmente la guerra de España— ha tenido un efecto catalítico
sobre la opinión inglesa, dando lugar a combinaciones que nadie podía prever hace unos años.
Muchas cosas aún no están claras, pero no veo cómo se pueden justificar comunistas patriotas y
duquesas comunistas a menos que se suponga que se cierran filas para ir a la guerra.

Nexv English Weekly, 21 de julio de 1938.

(Sigue un extracto de la crítica de Orwell del mismo libro para Time and Tide, 16 de julio de 1938.)

125

...En su último capítulo, “Qué significa pan nosotros”, señala las probables consecuencias de una
victoria fascista en España —que Inglaterra perderá el control del Mediterráneo y que Francia se
encuentre quizá con otra frontera hostil. Esto hace preguntar sobre lo que es quizá la cuestión más
misteriosa de toda la guerra española. ¿Por qué nuestro Gobierno se ha comportado como lo ha
hecho? Sin ninguna duda el gabinete británico se ha comportado como si desease la victoria de
Franco; y sin embargo si Franco gana, en el peor de los casos, significará la pérdida de la India. La
duquesa de Atholl expone los hechos pero no da ninguna explicación de la actitud de Mr.
Chamberlain. Otros autores han sido menos precavidos El verdadero significado de la política exterior
británica en los últimos dos años no quedará claro hasta que termine la guerra en España; pero al
intentar adivinarlo creo que es más acertado suponer que el gabinete británico no e tonto y que no
tienen intención de ceder nada..

Carta a Frank Jellinek

Boîte Postale 48

Gueliz,

Marrakech, Marruecos francés

20 de diciembre de 1938

Querido Jellinek,

Muchas gracias por tu carta. Siento muchísimo 'que te atribuyera aquella información en el
Manchester Guardian pero mi razón en hacerlo fue que el periódico no lo desmintió.1 Los hechos
fueron así. Estuve aparentemente casi inutilizado por mi herida (aunque en realidad después se puso
bien) y había decidido volver a Inglaterra, y el 15 de junio subí a Siétamo para obtener mi cartilla de
inútil, que por alguna razón desconocida debía hacerse en el frente. Cuando llegué allí las tropas del
POUM junto con las otras en Siétamo se preparaban para una acción que realmente tuvo lugar al cabo
de unos días, y sólo por un poco de suerte no me vi envuelto en la batalla a pesar de que entonces casi
no podía usar mi brazo derecho. Cuando conseguí volver a Barcelona el 20 de junio, me en-

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1. Ver crítica de La guerra civil en España por Frank Jellinek


127

contré que el POUM había sido suprimido, todos los que conocía estaban en la cárcel o escondidos,
tuve que dormir dos noches en la calle, y la policía había estado molestando a mi mujer de la manera
más desconsiderada. Lo que realmente me molestó de todo esto fue que se había mantenido
cuidadosamente en secreto de los hombres en el frente e incluso de los hombres en Lérida (donde
había estado el 20 de junio). En un día que ya no me acuerdo te vi en un café cerca del Hotel Oriente,
iba a cruzar la calle para hablar contigo, pero en aquellos momentos, como era de esperar dadas las
circunstancias, estaba dispuesto a creer que cada comunista era un espía y sencillamente seguí mi
camino. Luego más tarde en Inglaterra, cuando inspeccioné el archivo del Manchester Guardian, vi la
información de que el POUM ni eran fascistas (o palabras por el estilo) que naturalmente te atribuí. Me
sentí muy emocionado y escribí al Manchester Guardian felicitándoles y solicitando tu dirección.
Supongo que el hombre que contestó no sabía quién había escrito aquella información y
simplemente me dijo que estabas en Méjico y que no sabía ti dirección. Mandaré una nota al New
Leader manifestando que estaba equivocado sobre quién mandó la información. Si no la publican,

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1. “Corrección de un error”, New Leader de Londres, 13 de enero de 1939-

128

por favor, piensa que es sólo por falta de espacio. Son bastante honrados, aunque sin duda
frecuentemente se equivocan, pero con sólo 8 páginas a la semana no se dispone de mucho espacio
libre.

Escribiré al mismo tiempo a mi agente diciendo que te mande un ejemplar de mi libro sobre la guerra
española. Algunas partes quizá te interesen. No dudo de que he hecho un gran número de faltas y
comentarios erróneos, pero he intentado señalar a lo largo del libro que el tema es muy complejo y
que yo me puedo equivocar muy fácilmente además de ser partidista. Sin entrar en detalle sobre
todos los puntos de tu carta, quizá resaltaría mejor que pude hacer en el libro mi postura sobre una o
dos cuestiones que surgen inevitablemente en una controversia de este tipo. Estoy completamente de
acuerdo contigo de que todo el asunto del POUM ha levantado demasiada polvareda y que el
resultado neto de este tipo de cosas es que la gente se enemista con el Gobierno español. Pero mi
postura ha sido siempre que este tipo de controversia puede morir de muerte natural y causar
relativamente poco daño si la gente se abstuviera de decir mentiras desde el principio. La secuencia
de acontecimientos es aproximadamente ésta. El POUM mantiene una “línea” que puede o no hacer
más difícil conseguir la eficacia militar para el Gobierno español, y que

129

además se parece demasiado a lo que decía el PC en 1930. El PC cree que han de acallar esto como
sea y por lo tanto empiezan a decir en la prensa que el POUM son fascistas disfrazados. Este tipo de
acusación es infinitamente roas resentida de lo que sería cualquier polémica normal, con el resultado
de que las varias personas y partidos que se podrían llamar “trotskistas” tienden a convertirse
simplemente en anticomunistas. Lo que complica y aumenta enormemente la sensación de
resentimiento que provoca es que la prensa capitalista por lo general apoyará el lado comunista de la
disputa. Ya sé que los comunistas normalmente no creen esto, porque están habituados a pensar que
son perseguidos y casi no se han dado cuenta de que a partir de 1936 más o menos (es decir, desde el
cambio de “línea”) la actitud hacia ellos en los países democráticos es muy distinta. La doctrina
comunista en su forma actual es atractiva a las personas acaudaladas, por lo menos a algunas
personas acaudaladas, y tienen una entrada muy importante en la prensa tanto de Inglaterra como de
Franela. En Inglaterra, por ejemplo, el News Chronide y el New Statesman están bajo influencia
comunista directa, hay una prensa substancial que es realmente de PC oficial y ciertos diarios de
prestigio que son fuertemente antisocialistas, no obstante prefieren el “estalinismo” al “trotskismo”.
Del otro

130

lado, claro, no hay nada pues lo que ahora se llama “trotsquismo” (dando un sentido muy amplio a la
palabra) no tiene ningún atractivo para cualquiera que gane más de £500 al año. El resultado es que se
pueden imprimir las mentiras más espantosas y exceptuando en algunos; diarios como el Manchester
Guardian que mantienen la vieja tradición, resulta casi imposible contestarlas. El recurso último es
iniciar papeluchos miserables como el que publican los trotskistas que inevitablemente no son
más que periódicos anticomunistas. No hay duda que se publicaron mentiras espantosas sobre el
POUM, no sólo en la prensa oficial del PC sino en periódicos como el News Chronicle y New Statesman
que después de publicarlas se niegan a imprimir cualquier contestación en sus columnas de
correspondencia. No sé si habrás visto las explicaciones del juicio del POUM. El juicio puso de
manifiesto, como había de hacer si se llevaba a cabo imparcialmente, de que no había ninguna verdad
en las acusaciones de espionaje, que en su mayor parte eran simplemente tontas. Una acusación, por
ejemplo, había sido de que varios kilómetros del frente de Aragón habían quedado completamente
abandonados por dos meses —esto en una época cuando yo mismo estuve allí. El testigo se deshizo
en la declaración pública. Asimismo, tras todas las declaraciones en los periódicos, del tipo del Daily

131

Worker sobre “doscientas confesiones firmadas”, etc., hubo un fracaso total para presentar cualquier
prueba. A pesar de que el juicio fue llevado más o menos a puerta cerrada, Solidaridad Obrera pudo
luego publicar un informe y quedó bien claro que los cargos de espionaje fueron rechazados y los
cuatro hombres sentenciados lo fueron por haber participado en las luchas de Barcelona en mayo.
Frente a todo esto la prensa del PC publicó informes de que habían sido condenados por espionaje.
También esto fue hecho por algunos periódicos favorables al PC, que curiosamente son además
periódicos profascistas. Por ejemplo el Observer informó del veredicto de tal manera que parecía que
fuese un veredicto de espionaje y la prensa francesa de Marruecos que, claro, está a favor de Franco,
informó de la acusación, manifestó que había sido “probada” y luego no publicó el veredicto. Estarás
de acuerdo en que este tipo de cosa es fácil que produzca resentimiento y aunque en el calor de los
hechos puede parecer “realista” decir que “esta gente están obstruyendo —por lo tanto mejor que
sean fascistas— así que diremos que son fascistas”, a la larga puede hacer más daño que bien. No soy
un marxista y no estoy de acuerdo con todo este asunto que consiste en decir “todo es bueno si

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1. Diario anarquista español.

132

sirve para mejorar la causa del Partido”. En la página titular de mi libro hallarás dos textos de los
proverbios que resumen las dos teorías actuales de cómo combatir el fascismo y yo personalmente
estoy de acuerdo con el primero y no con el segundo.1

Creo que encontrarás las respuestas en mi libro de parte de lo que dices. Realmente he dado una
explicación más favorable de la “línea” del POUM de la que realmente sentí, pues siempre les dije que
estaban equivocados y me negué a ingresar en el partido. Pero lo tuve que presentar tan favorable
como podía pues no ha tenido ninguna audiencia en la prensa capitalista y nada más que
difamaciones en la prensa de izquierdas. Realmente, viendo cómo han ido las cosas en España, creo
que hay algo de razón en lo que decían, aunque no hay duda de que la forma de decirlo era pesada y
extremamente provocadora.

Me rehíce de la herida sin más consecuencias pero ahora mis pulmones me dan molestias y me
mandaron a pasar el invierno en este país. Creo que me va bien y espero volver a Inglaterra en abril.

Tuyo

Eric Blair (“George Orwell”)

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1. “No contestes a un loco con su locura, para que no seas como él.” “Contesta a un loco según su
locura por si tiene razón en sus pretensiones.” (Proverbios, 26: 4-5).

133

P.S. No estoy de acuerdo contigo en que no hubo persecución de los milicianos del POUM. Hubo
mucha —incluso, más adelante, en los hospitales tal como supe de un hombre que fue herido después
que yo. Hoy he sabido de George Kopp, que fue mi comandante en el frente y que acaba de salir de
España después de 18 meses en la cárcel. Dando amplio margen a las exageraciones, y ya sé que las
personas que han vivido estos acontecimientos siempre exageran, no hay duda de que ha sido tratado
vergonzosamente y seguro que había centenares de otros en la misma situación. El tipo que te dijo
algo sobre los milicianos del ILP firmando alguna clase de documento fue seguramente un hombre
llamado Parker, Si es así, fue seguramente mentira. Lo mismo si fue un hombre llamado Frankfort. Si
fue un hombre llamado Hiddlestone 1 seguramente no era una mentira pero podía ser alguna otra
clase de equivocación. No sé nada de esto pues fui a España independientemente de ellos.

-----------------------------------------------------------
1. Buck Parker, Frank Frankfort, Reg Hiddlestone, miembros del destacamento del ILP afiliados al
tercer regimiento. División de Lenin, POUM, al cual Orwell también había pertenecido.

Extracto de una carta a Jack Common

Boîte Postale 48

Gueliz

Marrakech, Marruecos francés

26 de diciembre de 1938

Querido Jack,

...Dos amigos acaban de llegar de España, Uno es un tipo llamado Robert Williams 1 que ha vuelto con
sus tripas llenas de trozos de obús. Dice que Barcelona ha sido destrozada hasta ser irreconocible,
todo el mundo está medio hambriento y se pueden obtener 900 pesetas por una libra. El otro es
George Kopp, un belga, del cual hablo mucho en mi libro. Acaba de escapar después de 18 meses en
una cárcel de GPU, donde perdió más de cuarenta kilos. Fueron unos idiotas en dejarle libre después
de lo que le han hecho, pero supongo que no lo pudieron evitar. Está claro por varias cosas que los
comunistas han perdido mucha de su fuerza y la GPU sólo existe extraoficialmente...

------------------------------------

1. Un camarada de la milicia del POUM.


135

Crítica

The Last Days of Madrid (Los últimos días de Madrid) por S. Casado

Aunque no muchas personas fuera de España habrán oído hablar de él antes de principios de 1939, el
nombre del coronel Casado siempre será recordado en conexión con la guerra civil española. Él fue
quien desbancó el Gobierno Negrín y negoció la rendición de Madrid —y dada la situación militar real
y el sufrimiento del pueblo español, es difícil no estar de acuerdo en que tenía razón. La cosa
realmente vergonzosa, como dice con convicción Mr. Croft-Cooke en su prólogo, es que se dejase que
la guerra durara tanto tiempo. El coronel Casado y sus colaboradores fueron denunciados en todo el
mundo en la prensa de izquierdas, como traidores, cripto-fascistas, etc., etc., pero estas acusaciones
causaron mala impresión proviniendo de gente que se habían puesto a salvo mucho antes de que
Franco llegara a Madrid. Besteiro, que participó en la Administración Casado y luego se quedó para
responder a los fascistas, también fue denunciado como “pro-Franco”. ¡Besteiro fue condenado a
treinta años de prisión! Real-

136

mente los fascistas tienen una curiosa manera de tratar a sus amigos.

Quizás el interés principal del libro del coronel Casado es la clarificación de la intervención rusa en
España y la reacción española de ella. Aunque personas bien intencionadas lo negaron entonces, hay
poca duda de que desde mediados de 1937 hasta casi al final de la guerra el Gobierno español estaba
directamente bajo el control de Moscú. Los motivos ulteriores de los rusos son poco claros, pero
parece que querían instalar en España un Gobierno obediente a sus órdenes y en el Gobierno Negrín
lo hallaron. Pero el intento de conseguir el apoyo de la clase media produjo consecuencias
inesperadas. En los inicios de la guerra los adversarios principales de los comunistas en su lucha por el
poder fueron los anarquistas y socialistas de izquierda, y por lo tanto el énfasis de la propaganda
comunista fue hacia una política “moderada”. El resultado de esto fue dar poder a oficiales y
funcionarios “burgueses republicanos”, de los cuales el coronel Casado se hizo el líder. Pero estas
personas eran antes que nada españolas y resentían la interferencia rusa casi tanto como la alemana
o la italiana. En consecuencia la lucha comunista-anarquista fue seguida de otra lucha de comunistas
contra republicanos, hasta que al fin el Gobierno Negrín fue derrocado y muchos comunistas
perdieron la vida.

137

La pregunta muy importante que esto sugiere es si un país occidental puede de hecho ser controlado
por comunistas a las órdenes de Moscú. Será una pregunta que volverá a surgir si hubiera una
revolución de la Izquierda en Alemania. La inferencia del libro del coronel Casado parece ser que un
pueblo occidental u occidentalizado no se dejará gobernar por Moscú por un período largo de tiempo.
Dando todo el margen al prejuicio que sin duda siente contra los rusos y sus agentes comunistas
locales, su explicación no deja muchas dudas de que el dominio ruso fue resentido de una manera
generalizada y profunda en España. También sugiere que fue el conocimiento de la intervención rusa
que hizo decidir a Inglaterra y Francia abandonar a su suerte al Gobierno español. Esto parece más
dudoso. Si los Gobiernos británico y francés hubieran realmente querido contrarrestar la influencia
rusa, el modo realmente más eficaz sería equipar con armas al Gobierno español, pues había quedado
claro desde el inicio que cualquier país que ofreciera armas podía controlar la política española. Se
debe concluir que los Gobiernos británico y francés no sólo querían que ganara Franco, sino que
hubieran preferido un Gobierno controlado por los rusos a una combinación socialista-anarquista
bajo un líder como Largo Caballero.

Time and Tide, 20 de enero de 1940.

Mirando hacia atrás a la guerra civil española


1

Ante todo, los recuerdos físicos, los sonidos, los olores y las superficies de las cosas. Es curioso que
más vivamente que cuanto sucedió después en la guerra española, recuerde la semana de supuesta
instrucción a que nos sometieron antes de enviarnos al frente; los enormes cuarteles de caballería en
Barcelona con sus cuadras cruzadas por corrientes y sus patios empedrados, el helado frío de la
fuente donde se lavaba uno, las asquerosas comidas sólo tolerables por los cacillos de vino, las
milicianas con pantalones partiendo leña, y el pasar lista por las mañanas temprano cuando mi
prosaico nombre inglés era una especie de cómico intermedio entre los resonantes nombres
españoles Manuel González, Pedro Aguilar, Ramón Fenellosa, Roque Ballester, Jaime Doménech,
Sebastián Viltrón, Ramón Nuvo Bosch. Cito esos nombres porque recuerdo las caras de todos ellos.
Excepto dos o tres que eran chusma y que sin duda serán ahora buenos falangistas, es probable que
todos hayan muerto. De dos de ellos sé que murieron. El mayor debía de tener veinticinco años y el
más joven dieciséis.

139

Una de las experiencias esenciales de la guerra es no poder librarse nunca de repugnantes olores de
origen humano. Los retretes constituyen un tema del que se ha abusado en la literatura de guerra y no
me referiría a ellos si no fuera porque el retrete en nuestros cuarteles hizo lo necesario para pinchar el
globo de mis ilusiones sobre la guerra civil española. El tipo latino de retrete en el que hay que
ponerse de cuclillas, es ya pésimo en los mejores casos pero aquéllos estaban hechos de piedra
pulimentada tan resbaladiza que conservar el equilibrio era cuanto se podía hacer. Además, estaban
siempre atascados. Ahora ya tengo muchas otras cosas repugnantes en la memoria pero creo que
fueron estos retretes los primeros que me hicieron pensar en esto: “Aquí estamos nosotros, soldados
de un ejército revolucionario, defendiendo la democracia contra el fascismo, luchando en una guerra
que se propone algo, y los detalles de nuestras vidas son tan sórdidos y degradantes como podrían ser
los de la prisión por no decir los de un ejército burgués”. Muchas otras cosas vinieron luego a reforzar
esa impresión; por ejemplo, el aburrimiento y el hambre animal de la vida de trincheras, las
mezquinas intrigas sobre las sobras, las discusiones egoístas y pesadas a que se dejan llevar quienes
se hallan agotados por falta de sueño... El horror esencial de la vida militar (cualquiera

140

que haya sido soldado sabe a qué me refiero) apenas si varía con la naturaleza de la guerra en que
lucha uno. Por ejemplo, la disciplina es la misma en el fondo en todos los ejércitos. Las órdenes han
de ser obedecidas y su cumplimiento reforzado por el castigo si es necesario; la relación entre el oficial
y el soldado ha de ser la del superior y el inferior. La visión de la guerra en libros como Sin novedad en
el frente es sustancialmente cierta. Las balas hieren, los cadáveres hieden, los hombres que batallan
sienten tanto miedo que se mojan los pantalones. Es cierto que el fondo social del que surge un
ejército caracterizará su entrenamiento, así como su táctica y eficacia general y también que la
convicción de tener razón puede fomentar la moral aunque esto afecta más a la población civil que a
las tropas. (La gente olvida que un soldado cerca del frente suele pasar demasiada hambre, estar
asustado o, sobre todo, estar demasiado cansado para preocuparse por los orígenes políticos de la
guerra.) Pero las leyes de la naturaleza no se suspenden para un ejército “rojo” más que para uno
“blanco”. Un piojo es un piojo y una bomba es una bomba aunque le parezca a uno justa la causa por
la que lucha. jPor qué merece la pena destacar algo tan obvio? Porque la mayor parte de la
intelligentsia inglesa y norteamericana no se daba cuenta de eso ni se da ahora. Tenemos corta la
memoria

141

y basta mirar hacia atrás un poco y repasar los archivos de New Masses o del Daily Worker y echar una
ojeada a las románticas tonterías bélicas que nuestros izquierdistas soltaban entonces. ¡Qué frases
más rancias! ¡Y qué falta de imaginación más despreciativa! ¡Con qué sangre fría se veían desde
Londres los bombardeos de Madrid! No me preocupo aquí de los contrapropagandistas de la
derecha, los Lunns. Gar-vins et hoc genus; ésos por supuesto. Pero los mismos que durante veinte
años se habían burlado tanto de la “gloria” de la guerra, las historias de atrocidades bélicas, el
patriotismo, incluso la valentía, salieron al cabo del tiempo con escritos que sólo cambiando unos
cuantos nombres habrían encajado muy bien en el Daily Mail de 1918. Si había algo a lo que estuviera
adscrita la intelligentsia británica, era a denigrar la guerra, la versión de que la guerra no es más que
cadáveres y retretes y que nunca lleva a un buen resultado. Bien, los mismos que en 1933 le miraban a
uno despectivamente si decía que en ciertas circunstancias había que luchar por la patria, le
denunciaban a uno en 1937 como trotskista-fascista si sugería que las historias de New Masses sobre
recién heridos que clamaban para que les dejasen volver al frente eran exageraciones. Y la
intelligentsia de izquierdas pasó de “La guerra es el infierno” a “La guerra es gloriosa” no sólo sin
creerse in-

142

congruentes sino sin dejar pasar cierto tiempo de evolución. La mayoría de ellos cambiaron
últimamente de modo no menos violento en otros aspectos. Debe de haber mucha gente —una
especie de base de la intelligentsia— que aprobó la declaración “El Rey y el País” en 1935, gritaron
para que se siguiera una “línea firme” contra Alemania en 1937 y apoyaron la Convención del Pueblo
en 1940, los cuales piden ahora un Segundo Frente. En lo que respecta a la masa del pueblo, los
extraordinarios balanceos de opinión que ahora ocurre, las emociones cuya salida puede soltarse o
cerrarse como un grifo, son resultado de la hipnosis producida por los periódicos y la radio. Yo diría
que en la intelligentsia todo eso resulta del dinero y de la mera segundad física. En un momento dado,
pueden estar “pro-guerra” o «anti-guerra” pero en cualquier caso no tienen una visión realista de la
guerra. Cuando se entusiasmaron con la guerra española sabían, por supuesto, que la gente iba a
morir y que morir es desagradable, pero tenían la impresión de que para un soldado del ejército
republicano español no era degradante, en cierto modo, la experiencia guerrera. De algún modo los
retretes apestaban menos y la disciplina era menos fastidiosa. Sólo hay que echarle una ojeada al New
Statesman para ver que eso era lo que creían; y tonterías idénticas son las que ahora se escriben sobre

143
el Ejército Rojo. Nos hemos hecho demasiado civilizados para captar lo evidente. Pues la verdad es
muy sencilla. Para sobrevivir hay que luchar, y para luchar hay que ensuciarse. La guerra es el mal y
con frecuencia es el mal menor. Los que blanden la espada, por la espada perecerán y los que no
blanden la espada, perecen por pestilentes enfermedades. El hecho de que merezca ser escrita
semejante vulgaridad muestra lo que los años del capitalismo rentier ha hecho de nosotros.

II

En relación con lo que acabo de decir, una nota sobre atrocidades.

Tengo pocas pruebas directas de las atrocidades en la guerra civil española. Sé que algunas fueron
cometidas por los republicanos y mucha más (aún continúan) por los fascistas. Pero lo que me
impresionó entonces y sigue impresionándome desde entonces es que se les concede o no crédito
según las convicciones ¡políticas. Todos creen en las atrocidades del enemigo y no en las de su bando,
sin preocuparse por las pruebas. Recientemente redacté una lista de atrocidades entre 1918 y el
presente; nunca hubo un año en que no se cometiesen en un

144

sitio o en otro y apenas hubo algún caso en que la izquierda y la derecha creyesen las mismas historias
simultáneamente. Aún más raro, en cualquier momento puede invertirse la situación y la atrocidad
suficientemente probada ayer se convierte en una ridícula mentira sólo porque el paisaje político ha
cambiado. En la guerra actual (la segunda mundial) nos hallamos en la curiosa situación de que
nuestra “campaña de atrocidades” fue realizada en gran parte antes de que la guerra empezase y
principalmente la hicieron las izquierdas, es decir, los que suelen jactarse de su incredulidad. En el
mismo período las derechas —o sea, los fraguadores de atrocidades en 1914-18— contemplaban la
Alemania nazi y se negaban a ver algo malo en ella. Luego, en cuanto estalló la guerra fueron los pro-
nazis de ayer los que repetían las historias de horror mientras que los anti-nazis dudaban ya de que
existiera la Gestapo. Y esto no fue sólo resultado del Pacto Ruso-Alemán. Fue en parte debido a que
antes de la guerra las izquierdas habían creído firmemente que Inglaterra y Alemania nunca lucharían
y así podían ser a la vez antigermánicos y antibrítánicos simultáneamente; y debido también en parte
a que la propaganda oficial bélica con sus lamentables hipocresía y pretensión de rectitud, siempre
tiende a hacer que los inteligentes simpaticen con el enemigo. Parte del

145

precio que pagamos por el sistemático mentir de 1914-1918 fue la exagerada reacción proalemana que
siguió. Durante los años 1918-33 se abucheaba en los círculos izquierdistas al que sugería que
Alemania tenía por lo menos una parte de responsabilidad en la guerra. En todas las denuncias de
Versalles que he escuchado en esos años nunca creo haber oído la pregunta «¿Qué habría ocurrido de
haber ganado Alemania?” y mucho menos plantearse ese tema para discusión. Lo mismo ocurre con
las atrocidades. Se tiene la impresión de que la verdad se convierte en mentira si la expresa el
enemigo. Recientemente he notado que la mismísima gente que se tragó todas las historias horrendas
de los japoneses en Nanking en 1937 se niegan a creer exactamente las mismas historias acerca de
Hong Kong en 1942. Incluso había una tendencia a convencerse de que las historias de Nanking se
habían convertido retrospectivamente en mentiras porque el Gobierno británico atraía la atención
sobre ellas. Pero desgraciadamente la verdad sobre las atrocidades es mucho peor que las mentiras
contadas sobre ellas con fines de propaganda. La verdad es que suceden. El hecho alegado con
frecuencia como motivo de escepticismo —que las mismas historias de horror se presenten guerra
tras guerra— hace aún más probable que sean ciertas. Evidentemente son fantasías muy difun-

146

didas y la guerra proporciona la oportunidad de llevarlas a la práctica. También, aunque ha dejado de


estar de moda decirlo, apenas hay duda de que los llamados “blancos” cometen muchas más y peores
atrocidades que los “rojos”. No puede dudarse mucho, por ejemplo, de la conducta de los japoneses
en China. Ni tampoco de la larga relación de ultrajes fascistas durante los últimos diez años en Europa.
Es enorme el número de testimonios y una respetable proporción de éstos procede de la prensa y la
radio alemanas. Esas cosas ocurrieron en erecto y no deben perderse de vista. Sucedieron a pesar de
que Lord Halifax ha dicho que sucedieron. Las violaciones y matanzas en ciudades chinas, las torturas
en los sótanos de la Gestapo, los profesores judíos ancianos arrojados a pozos negros, el
ametrallamiento de refugiados en las carreteras españolas... todo eso ocurrió y no dejó de pasar
porque el Daily Telegraph lo haya descubierto cuando ya es cinco años demasiado tarde.

III

Dos recuerdos, el primero de los cuales nada prueba de particular y el segundo nos adentra

147

un poco, según creo, en el ambiente de un período revolucionario.

Una mañana temprano otro hombre y yo habíamos ido a disparar contra los fascistas en las trincheras
fuera de Huesca. Allí el frente de ellos y el nuestro se hallaban separados por unos doscientos metros,
distancia que nos impedía disparar con buena puntería pero si se acercaba uno hasta un sitio que
estaba a unos ochenta metros de la trinchera fascista se podría lograr darle a alguien a través de un
hueco en el parapeto. Desgraciadamente el terreno que había en medio era un liso campo de
remolachas que no ofrecía más protección que algunas zanjas y había que salir cuando aún era de
noche y regresar poco después de haber amanecido pero cuando aún no hubiese mucha luz. Esa vez
no aparecieron los fascistas, permanecimos allí demasiado tiempo y nos sorprendió el alba.
Estábamos en una zanja pero detrás de nosotros habían unos ciento cincuenta metros de terreno
llano sin apenas un sitio donde pudiera ocultarse un conejo. Nos disponíamos a emprender una
rápida retirada por allí cuando hubo gran alboroto y silbidos en la trinchera fascista. Se acercaban
algunos aviones nuestros. En ese momento un hombre, que quizá llevase un mensaje a un oficial,
saltó de la trinchera y corrió a lo largo del parapeto a plena vista. Iba a medio vestir y al correr se
sujetaba con ambas ma-

148

nos los pantalones. No quise disparar contra él. Es cierto que tengo mala puntería y soy incapaz de
darle desde ochenta metros a un hombre corriendo y también que mi preocupación era volver a
nuestra trinchera mientras los fascistas tenían fija su atención en los aviones. Sin embargo la causa de
que no disparase fue aquel detalle de los pantalones.

Había ido a tirar contra los “fascistas” pero un hombre que se sujeta los pantalones no es un fascista
sino, evidentemente, un prójimo, alguien similar a uno mismo, y no apetece dispararle.

¿Qué demuestra ese incidente? No mucho, pues se trata de algo que ocurre muchísimas veces en
todas las guerras. El otro recuerdo es diferente. No creo que al contario pueda hacer que se emocione
usted cuando lo lea, pero le ruego crea que a mí me emociona como incidente característico del
ambiente moral de un momento determinado.

Uno de los reclutas que se unieron a nosotros mientras estaba yo en el cuartel era un chico de aspecto
alocado que procedía de una callejuela de Barcelona. Iba andrajoso y descalzo. Era muy moreno (de
sangre árabe, diría yo) y hacía gestos que no suelen verse en un europeo; especialmente uno (el brazo
extendido, la palma de la mano vertical) que era característico de los indios. Un día robaron unos
puros de mi litera,

149

que aún podían comprarse baratos por entonces. Tontamente, denuncié lo sucedido al oficial y uno
de los turnos de los que ya he hablado se apresuró a denunciar falsamente que a él le habían quitado
veinticinco pesetas. Por alguna razón el oficial decidió al instante que el ladrón debía de ser el
muchacho moreno. En la milicia eran muy duros con los ladrones y en teoría se podía fusilar a la gente
por eso. Al desgraciado joven lo llevaron para registrarlo. Lo que me impresionó fue que apenas
intentó afirmar su inocencia. En el fatalismo de su actitud podía verse la desesperada pobreza en la
que había sido criado. El oficial le ordenó que se quitara la ropa. Con una humildad que me produjo
un efecto terrible se quedó desnudo y le registraron sus prendas. Desde luego, no llevaba ni puros ni
dinero. Realmente no los había robado. Lo que resultó más doloroso fue que parecía tan avergonzado
después de haber sido probada su inocencia. Aquella noche lo llevé al cine y le invité a coñac y
chocolate. También aquello fue horrible; quiero decir, el intento de borrar con dinero una injuria.
Durante unos minutos había llegado yo a creer que el ladrón era él y eso no había manera de borrarlo.
Unas semanas más tarde tuve ciertas dificultades con uno de los hombres de mi sección. Por
entonces ya era yo cabo y mandaba doce hombres. Hacía un frío espantoso y todo estaba en calma

150en el frente. La única tarea era lograr que los centinelas estuviesen despiertos y en sus puestos. Un
día se negó uno a ocupar el lugar que se le había señalado pues decía, y era cierto, que estaba
expuesto al fuego enemigo. Era débil y le fui arrastrando hasta donde le había mandado. Esto
indispuso a los demás contra mí pues creo que a los españoles les molesta que se les toque, incluso
más que a nosotros. Inmediatamente me rodearon gritando: «¡Fascista! ¡Fascista! ¡Suelta a ese
hombre! ¡Esto no es un ejército burgués! ¡ Fascista!”, etcétera. Lo mejor que pude en mi deficiente
español les grité que las órdenes habían de ser obedecidas y el incidente se convirtió en una de esas
enormes discusiones que lentamente forman la disciplina en los ejércitos revolucionarios. Algunos
dijeron que yo tenía razón y otros que estaba equivocado. Pero el caso es que quien más
decididamente me defendió fue aquel chico moreno. En cuanto vio lo que sucedía, se puso de un
salto en el centro del corro y empezó a defenderme con gran energía. Con su extraño y primitivo
ademán indio no dejaba de gritar: «¡No hay cabo como él!”. Poco después solicitó pasarse a mi
sección.

¿Por qué me conmueve ese incidente? Porque en circunstancias normales habría sido imposible que
entre aquel muchacho y yo se hubieran restablecido los buenos sentimientos. La impli-

151

cada acusación de robo no se habría borrado, incluso hubiera empeorado con mis esfuerzos para
hacerla olvidar. Uno de los efectos de la vida segura y civilizada es la inmensa hipersensibilidad que
convierte en intolerables todas las emociones primarias. La generosidad es tan penosa como la
mezquindad, la gratitud tan odiosa como la ingratitud. Pero en la España de 1936 no vivíamos en una
época normal. Entonces los sentimientos y gestos eran más fáciles de lo que son normalmente. Podría
contar una docena de incidentes similares, pero en verdad no son comunicables sino que van ligados
en mi mente con la atmósfera especial de aquel tiempo, la ropa raída y los carteles revolucionarios de
alegres colores, el uso universal de la palabra «camarada”, las canciones antifascistas impresas en
papel de fumar y que se vendían por céntimos, las expresiones como “solidaridad proletaria
internacional” repetidas patéticamente por hombres ignorantes convencidos de que significaban
algo... ¿Podía sentirse amistad por alguien y defenderlo en una pelea cuando había sido
ignominiosamente registrado en su presencia por suponerse que le había robado a uno algo? No, no
era posible; pero sí se podía si ambos habían pasado por una experiencia emotivamente
amplificadora. Éste es uno de los subproductos de la revolución aunque en este caso

152

fueron sólo los principios de una revolución claramente destinada al fracaso.

IV

La lucha por el poder entre los partidos republicanos españoles fue un asunto desgraciado y lejano
que no deseo revivir en estas fechas. Solamente lo menciono para decir: no crea nada o casi nada de
lo que lea sobre los asuntos internos de la España gubernamental. Todo, venga de donde venga, es
propaganda partidista, o sea, mentiras. La verdad a grandes rasgos sobre aquella guerra es muy
sencilla. La burguesía española vio la oportunidad de aplastar al movimiento obrero y la aprovechó
ayudada por los nazis y por las fuerzas reaccionarias de todo el mundo. Es dudoso que llegue a
aclararse más que eso.

Recuerdo haberle dicho una vez a Arthur Koestler: “La historia se detuvo en 1936”, e inmediatamente
hizo un gesto de asentimiento. Ambos pensábamos en el totalitarismo en general pero más
concretamente en la guerra civil española.

Ya con anterioridad había notado yo que nunca se informa correctamente de acontecimiento alguno
en un periódico, pero fue en España don-

153

de por primera vez vi informaciones periodísticas sin relación alguna con los hechos ni siquiera la
relación implícita en una mentira corriente. Leí relatos de grandes batallas que no habían tenido lugar
en absoluto y total silencio cuando habían muerto centenares de hombres. Vi tropas que habían
luchado con valentía y, no obstante, se las llamó cobardes y traidoras, y otras que ni siquiera habían
disparado un tiro y sin embargo quedaron ensalzadas como heroínas de imaginarias victorias, y vi
periódicos de Londres recoger mentiras, y anhelantes intelectuales levantando superestructuras
emotivas sobre acontecimientos que nunca habían ocurrido. Vi, en realidad, cómo se escribía la
historia no en función de lo sucedido sino de lo que debía haber ocurrido según varias “líneas de
partido”.

Pero en cierto modo, por horrible que esto fuese, carecía de importancia. Se refería tan solo a
resultados secundarios, es decir, la lucha por el poder entre Comintern y los partidos izquierdistas
españoles, y a los esfuerzos del Gobierno ruso para evitar la revolución en España. Pero la visión
general de la guerra que le presentaba al mundo el Gobierno español no era mentira. Las principales
líneas eran las que se decían. En cambio, ¿cómo podrían los fascistas y sus partidarios llegar tan cerca
de la verdad? ¿Cómo podrían de algún modo confesar sus verdaderos propósitos? Su versión de la
guerra era una pura

154

fantasía y en aquellas circunstancias no podía haber sido de otro modo.

La única propaganda que cabía a los nazis y fascistas era presentarse como patriotas cristianos que
salvaban a España de una dictadura rusa. Lo cual implicaba dar por cierto que la vida en la España
gubernamental era una prolongada matanza (vide el Catholic Herald o el Daily Mail, estas versiones
eran juego de niños comparadas con la prensa fascista continental) y también exagerar
inmensamente la escala de la intervención rusa. Permítaseme tomar un solo ejemplo de la inmensa
pirámide de mentiras que levantó la prensa católica y reaccionaria del mundo: la presencia en España
de un ejército ruso. Los devotos partidarios de Franco creían todos ellos en eso; los cálculos de esas
fuerzas se elevaban a medio millón. Pues bien, no hubo ejército ruso en España. Puede haber habido
unos aviadores y otros técnicos –como más, unos pocos centenares- pero un ejército ruso jamás lo
hubo. Miles de extranjeros que lucharon en España, por no hablar de millones de españoles, eran
testigos de ello. Pero esos testimonios no hicieron impresión alguna en los propagandistas de Franco,
ninguno de los cuales había estado en la España gubernamental. Al mismo tiempo, esa gente se
negaba a admitir la intervención alemana o italiana, a la vez que la prensa germano-italiana se jactaba
de sus

155

“legionarios”. He elegido sólo un punto pero en realidad toda la propaganda fascista de la guerra se
hallaba a este nivel.

Estas cosas me dan miedo pues muchas veces tengo la impresión de que el mismo concepto de
verdad objetiva va desapareciendo del mundo. Después de todo, es probable que esas mentiras, o por
lo menos mentiras parecidas, pasen a la historia. ¿Cómo se escribirá la historia de la guerra española?
Si Franco sigue en el poder, los nombrados por él escribirán los libros de historia y (ateniéndome al
ejemplo que puse) llegará a ser un hecho histórico ese ejército ruso que nunca existió y los niños de la
escuela lo seguirán aprendiendo dentro de unas generaciones. Pero supongamos que el fascismo
acaba siendo derrotado y que un Gobierno democrático de alguna clase se implanta en España en un
futuro bastante próximo; incluso entonces, ¿cómo va a escribirse la historia de la guerra española?
¿Qué clase de documentos dejará Franco? Supongamos que incluso puedan ser recobrados los
documentos del Gobierno; incluso así, ¿cómo va a escribirse una fidedigna historia de la guerra? Pues,
como ya he señalado, también el Gobierno ha mentido mucho. Desde el punto de vista antifascista se
podría escribir una historia verdadera de la guerra en líneas generales pero sería partidista, e inexacta

156

en los detalles. De todos modos, se escribirá alguna historia y cuando los que recuerden la guerra
hayan muerto, esa versión será aceptada universalmente. Así que para fines prácticos la mentira se
habrá convertido en verdad. Se que está de moda decir que la mayoría de los datos históricos son
mentira. Estoy dispuesto a creer que la historia es en su mayor parte inexacta y partidista, pero lo que
es característico de nuestra época es dejar de creer que la historia puede ser escrita de modo verídico.
En el pasado mentía la gente deliberadamente, o teñían sin darse cuenta lo que escribían, o se
esforzaban por alcanzar la verdad sabiendo que iban a cometer muchos errores; pero en cada caso se
creía que “los hechos” existieron y podían descubrirse más o menos. En la práctica había siempre una
considerable cantidad de hechos con los que estarían de acuerdo casi todos. Por ejemplo, si se lee en
la Enciclopedia Británica la historia de la guerra mundial anterior encontraremos que una gran
cantidad de material procede de fuentes alemanas. Un historiador británico y otro alemán podían
estar en desacuerdo respecto a muchas cosas, incluso fundamentales. Pero quedaba, como si
dijéramos, Una gran masa de hechos neutrales en los que los unos no se contradecían seriamente a
los otros. Precisamente el totalitarismo destruye esa base común de acuerdo basada en dar por cier-

157

to que los seres humanos pertenecen todos ellos a una especie animal. La teoría nazi niega
concretamente que exista “la verdad”. Por ejemplo, no hay eso que se llama “ciencia”. Sólo la “ciencia
alemana”, la “ciencia judía”, etc. El objetivo implícito de esta manera de pensar es un mundo de
pesadilla en que el Caudillo, o alguna junta gobernante, controla no sólo el futuro sino el pasado. Si el
Caudillo dice que tal o cual acontecimiento “nunca ocurrió”, pues es lo mismo que si efectivamente
nunca hubiese ocurrido. Y si dice que dos y dos son cinco... pues bueno, serán cinco. Esta perspectiva
me asusta mucho más que las bombas y después de nuestras experiencias en los años recientes no es
ésa una afirmación frívola, Pero, ¿no es quizás infantil o morboso aterrarse así con visiones de un
futuro totalitario? Antes de borrar al mundo totalitario como una pesadilla que se puede convertir en
realidad, basta recordar que en 1925 el mundo de hoy habría parecido una pesadilla que no podía
convertirse en realidad. Contra ese fantasmagórico y cambiante mundo en el que lo negro puede ser
mañana blanco y el tiempo que hizo ayer puede cambiarse por decreto, sólo hay en realidad dos
salvaguardias. Una es que por mucho que se niegue la verdad, ésta sigue existiendo, por decirlo así, a
nuestras espaldas y en consecuencia no podemos violarla de modo que impidan la

158

eficacia militar. La otra es que mientras algunas partes de la tierra continúen inconquistadas, la
tradición liberal puede mantenerse viva. Pero si el fascismo, o posiblemente incluso una combinación
de los varios fascismos, conquista a todo el mundo, esas dos condiciones ya no existirán. Aquí en
Inglaterra suele ignorarse el peligro de ello porque nuestras tradiciones y nuestra pasada seguridad
nos han dado la creencia sentimental de que todo acaba arreglándose al final y que lo que más se
teme nunca llega a ocurrir. Alimentados durante centenares de años por una literatura en la cual
triunfa invariablemente el Bien en el último capítulo, creemos casi instintivamente que el mal siempre
se destroza a sí mismo a la larga. Así, el pacifismo está fundado en gran parte en esa creencia. No
resistamos al mal, que él se destruirá a sí mismo. Pero ¿por qué va a desaparecer?, ¿qué prueba hay de
que desaparezca? ¿Y qué ejemplo tenemos de un estado moderno industrializado hundiéndose por sí
solo si no lo vence una fuerza militar desde fuera?

Piénsese por ejemplo en la reinstitución de la esclavitud. ¿Quién habría imaginado hace veinte años
que la esclavitud volvería a Europa? Pues bien, ha sido restaurada la esclavitud bajo nuestras narices.
Los campos de trabajo forzado y en toda Europa y África del Norte, donde polacos, rusos, judíos y
prisioneros políticos de to-

159

das las razas se destrozan haciendo carreteras o secando pantanos para comer malamente, no son
más que esclavitud. Lo que puede uno decir es que la compra y venta de esclavos por individuos no se
permite aún. En otros aspectos —por ejemplo, en la desintegración de las familias— son
probablemente peores las condiciones de como lo fueron en las plantaciones de algodón americanas.
No hay razón para creer que esta situación cambie mientras perdure un dominio totalitario. No nos
damos cuenta de todas sus consecuencias porque de modo místico creemos que un régimen fundado
en la esclavitud tiene necesariamente que hundirse. Pero merece la pena comparar la duración de los
imperios esclavistas de la Antigüedad con la de cualquier estado moderno. Las civilizaciones fundadas
en la esclavitud han durado períodos hasta de cuatro mil años.

Cuando pienso en la Antigüedad, lo que más me espanta es que aquellos centenares de millones de
esclavos en cuyas espaldas se apoyó la civilización generación tras generación no han dejado tras
ellos documentos históricos. Ni siquiera sabemos sus nombres. De toda la historia griega y romana,
¿cuántos nombres de esclavos conoce usted? Pienso en dos o quizá tres: uno es Espartaco y el otro
Epicteto. Asimismo en la sala romana del British Museum hay una jarra de cristal con el nombre del
que la hizo inscri-

160

to en la base: “Felix fecit”. Me represento vivamente al pobre Félix (un gato pelirrojo y con un collar de
metal) pero en verdad puede no haber sido un esclavo; así que sólo sé de dos esclavos y
probablemente poca gente conocerá a otros. Los demás han desaparecido en absoluto silencio.

La espina dorsal de la resistencia contra Franco era la clase trabajadora española, especialmente los
miembros urbanos de los sindicatos. A la larga —es importante recordar que sólo a la larga— la clase
trabajadora es el mayor enemigo del fascismo sencillamente porque los obreros tienen más que ganar
con una reconstrucción decente de la sociedad. A diferencia de otras clases o categorías, ellos no
pueden ser sobornados permanentemente. Decir esto no es idealizar a la clase obrera. En la larga
lucha que siguió a la revolución rusa son los obreros manuales los que fueron vencidos y es imposible
no pensar que tuvieron ellos la culpa. Una vez tras otra, en un país y en otro, los movimientos
organizados de la clase obrera han sido aplastados por la violencia abierta e ilegal y sus camaradas
del extranjero, liga-

161

dos a ellos por una solidaridad teórica, se han limitado a mirar sin hacer nada; y por debajo de eso, en
secreto a causa de las muchas traiciones, es evidente el hecho de que entre los obreros blancos y los
de color ni siquiera se aparenta solidaridad. ¿Quién puede creer en un proletariado internacional con
conciencia de clase después de los acontecimientos de los pasados diez años? A los obreros
británicos la matanza de sus camaradas en Viena, Berlín, Madrid, o donde quiera que sea, les parecía
menos interesante y menos importante que el partido de fútbol de la tarde anterior. Sin embargo, esto
no altera el hecho de que la clase trabajadora seguirá luchando contra el fascismo. Un rasgo de la
conquista nazi de Francia fueron las asombrosas defecciones de la intelligentsia, incluyendo algunos
miembros de la intelligentsia política izquierdista. La intelligentsia está constituida por los que chillan
más contra el fascismo y sin embargo una gran parte de ella se hunde en el derrotismo cuando las
cosas van mal. Son lo bastante perspicaces para ver lo que tienen en contra y además pueden ser
sobornados, pues evidentemente los nazis creen que merece la pena sobornar a los intelectuales. Con
la clase obrera ocurre al contrario. Demasiado ignorante para ver el truco que se pone en práctica
contra ellos, se tragan fácilmente las promesas del fascismo, aunque sin embargo antes o después

162

reemprenden la lucha. Tienen que hacerlo porque descubren en sus propios cuerpos que las
promesas del fascismo no pueden ser cumplidas. Para ganarse permanentemente a la clase obrera
tendrían los fascistas que elevar el nivel general de vida, de lo que son incapaces y probablemente no
quieren hacerlo. La lucha de la clase obrera es como el crecimiento de una planta. La planta es ciega y
estúpida pero sabe lo bastante para seguir creciendo hacia la luz y lo hará frente a incesantes
desánimos. ¿Para qué luchan los obreros? Sencillamente por lograr una vida decente, ía cual tienen
ellos conciencia que es técnicamente posible ahora. Su devoción a esta finalidad está sometida a
altibajos. En España, durante algún tiempo, la gente actuaba conscientemente moviéndose hacia una
meta que deseaba alcanzar y creía poder llegar a ella. Estaba identificada con el sentimiento
curiosamente optimista que dominaba en la vida de la España gubernamental durante los primeros
meses de la guerra. La gente corriente sabía de modo instintivo que la República era su amiga y
Franco su enemigo. Sabían que tenían razón porque luchaban por algo que el mundo les debía y que
podía darles.

Hay que recordar eso para ver la guerra española en su verdadera perspectiva. Cuando se piensa en la
crueldad, miseria y futilidad de la guerra —y en este caso concreto en las intrigas,

163

las persecuciones, las mentiras y las incomprensiones— siempre hay la tentación de decir: “un bando
es tan malo como el otro. Soy neutral”. Sin embargo, en la práctica no se puede ser neutral y raro es
que haya una guerra en que sea indiferente quién gana. Casi siempre un bando defiende más o menos
el progreso, y el otro más o menos la reacción. El odio que excitó la República española en los
millonarios, duques, cardenales, play-boys y gente por el estilo, sería lo suficiente para orientarle a
uno. En lo esencial era una guerra de clases. Si se hubiera ganado, habría quedado fortalecida la causa
de la gente corriente de todo el mundo. Se perdió, y los ganadores de dividendos de todo el mundo se
frotaron las manos. Ése fue el verdadero resultado; todo lo demás es sólo espuma.

VI

El resultado de la guerra española se decidió en Londres, París, Roma, Berlín; en todo caso, no en
España. Después del verano de 1937 los que estaban al tanto se dieron cuenta de que el Gobierno no
podría ganar la guerra si no había un profundo cambio en el ambiente internacional, y al decidir
continuar la lucha, Negrín

164

y los otros pudieron haberse dejado influir por la esperanza de que la guerra mundial —que empezó
en 1939— llegase ya en 1938. La desunión del Gobierno republicano, a la que se dio tanta difusión, no
fue causa primordial de la derrota. El Gobierno reclutó apresuradamente milicias, mal armadas y con
ideas militares faltas de imaginación, pero habrían sido las mismas si hubiera existido un acuerdo
político completo desde el principio. Al estallar la guerra el obrero medio de las fábricas españolas ni
siquiera sabía disparar un rifle y el pacifismo tradicional de la izquierda era un handicap. Los miles de
extranjeros que sirvieron en España constituyeron una buena infantería pero entre ellos había pocos
expertos. La tesis trotskista de que la guerra pudo haber sido ganada si no hubieran saboteado la
revolución, fue probablemente falsa. Nacionalizar las fábricas, destruir iglesias soltar manifiestos
revolucionarios no podría haber hecho que los ejércitos resultaran más eficaces. Los fascistas ganaron
porque eran los más fuertes; tenían armas modernas y los otros no. Ninguna estrategia política podía
haber sustituido a esa deficiencia.
Lo más sorprendente en la guerra española fue la conducta de las grandes potencias. La guerra se la
ganaron a Franco los alemanes y los italianos, cuyos motivos eran bastante claros. En cambio, los
motivos de Francia e Inglaterra son

165

menos fáciles de entender. En 1936 era evidente para todos que bastaba con que Gran Bretaña
ayudase al Gobierno español —aunque sólo hubiera sido con unos pocos millones de libras en armas
— para que Franco se hubiera hundido y hubiese quedado dislocada la estrategia alemana. Por
entonces no tenía uno que ser muy clarividente para prever que la guerra entre Gran Bretaña y
Alemania se acercaba; incluso se podía vaticinar cuándo tendría lugar, dentro de un año o dos. Sin
embargo, del modo más mezquino, cobarde e hipócrita, la clase dirigente británica hizo cuanto pudo
para entregar España a Franco y a los nazis. ¿Por qué? Porque eran pro-fascistas; he ahí la evidente
respuesta. Es indudable que lo eran y sin embargo en el momento de la verdad se enfrentaron a
Alemania. Aún es muy inseguro qué papel representaron en el apoyo a Franco y es muy posible que no
tuvieran plan claro alguno. Uno de los problemas más difíciles de nuestro tiempo es saber si la clase
dirigente británica es malvada o sólo tonta y en ciertos momentos es ésta una pregunta muy
importante. En cuanto a los rusos, sus motivos en la guerra española son completamente
inexcrutables. ¿Intervinieron en España, como creían los rojitos, para defender la democracia y
contener a los nazis? Entonces, ¿por qué intervinieron de un modo tan ratiñero y dejaron por último a
España en la estacada? O bien,

166

como sostenían los católicos, ¿sólo intervinieron para fomentar la revolución en España? Entonces,
¿por qué hicieron cuanto pudieron para aplastar los movimientos revolucionarios españoles,
defendieron la propiedad privada y entregaron el poder a la clase media contra los obreros? O bien,
como sugerían los trotskistas, ¿intervinieron para impedir una revolución española? ¿Por qué, en tal
caso, no apoyaron a Franco? Indudablemente se explican mejor las actuaciones de los rusos si se
supone que actuaban por varios motivos contradictorios. Creo que en el futuro llegaremos a la
convicción de que la política exterior de Stalin, en vez de diabólicamente lista como se pretende, ha
sido sólo oportunista y necia. Pero de todos modos la guerra civil española demostró que los nazis
sabían lo que hacían y que sus contrarios no tenían idea. Esa guerra se desarrolló en un bajo nivel
técnico y su estrategia fue muy sencilla. Los que tuvieran armas ganarían. Los nazis y los italianos
dieron armas a sus amigos fascistas españoles mientras, que las democracias occidentales y los rusos
no entregaron armas a los que debían haber sido amigos suyos. Así pereció la República española
habiendo “conquistado lo que no quiso ninguna república”.

Si estuvo bien, como indudablemente hicieron los izquierdistas de otros países, animar a los
españoles a seguir luchando cuando ya no po-

167

dían ganar, es una cuestión de difícil respuesta. Por mi parte creo que estuvo bien ya que es mejor,
incluso desde el punto de vista de la supervivencia, luchar y ser conquistado que rendirse sin pelear.
Los erectos de la gran estrategia de la lucha contra el fascismo no pueden ser determinados todavía.
Los ejércitos de la República, andrajosos y sin armas, resistieron dos años y medio, indudablemente
más de lo que habían esperado sus enemigos. Pero si eso dislocó los cálculos fascistas o si, por otra
parte, pospuso la guerra mundial y permitió a los nazis poner a punto su aparato guerrero, no se sabe
aún.

VII

Nunca pienso en la guerra civil española sin que me acudan dos recuerdos. Uno es el de una sala de
hospital en Lérida y las voces más bien tristes de los milicianos heridos cantando una canción con un
estribillo que terminaba así:

Una resolución:
¡luchar hast'al fin!

Pues sí, lucharon hasta el fin. En los últimos dieciocho meses de la guerra los ejércitos republicanos
deben de haber luchado casi sin tener

168

cigarrillos y con poquísima comida. Incluso cuando salimos de España en 1937, escaseaban la carne y
el pan, el tabaco era un lujo, y casi no podían obtenerse café ni azúcar. El otro recuerdo es el de un
miliciano italiano que me estrechó la mano en la sala de guardia el día que me incorporé a la milicia.
Escribí sobre este hombre al principio de mi libro acerca de la guerra española 1 y no quiero repetir lo
que ya dije allí. Cuando recuerdo —¡qué vivamente!— su desastrado uniforme y su cara feroz, patética
e inocente, parecen difuminarse las complejas consecuencias de la guerra y veo con claridad que no
había duda de quién tenía la razón. A pesar de la política del poder y las mentiras periodísticas, el
propósito central de la guerra era el intento de personas como aquélla de lograr la vida decente a que
sabían tener derecho de nacimiento. Es difícil pensar en aquel hombre concreto sin varias clases de
amargura. Como se hallaba en los cuarteles Lenin, es probable que fuese trotskista o anarquista y, en
las condiciones tan peculiares de nuestro tiempo, cuando a gente así no la mata la Gestapo suele
matarla la GPU. Pero ello no afecta a los resultados a largo plazo. El rostro de aquel hombre, al que
sólo vi un par de minutos, se me ha quedado grabado como una especie de re-

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1. Homenaje a Cataluña.

169

cuerdo visual de cuál era el objetivo de la guerra. Simboliza para mí la flor de la clase obrera europea
perseguida por la policía de todos los países, la gente que llena las tumbas en masa de los campos de
batalla españoles y que ahora, a millones, se pudren en campos de trabajos forzados.
Cuando se piensa en todos los que apoyan o han apoyado al fascismo, se asombra uno de su
diversidad. ¡Qué gente! ¡Piénsese en un programa que durante algún tiempo puede meter en el mismo
barco a Hitler, Pétain, Montagu, Norman, Pavelitch, William Randolph Hearst, Streicher, Buchman,
Ezra Pound, Juan March, Cocteau, Thyssen, el Padre Coughlin, el Mufti de Jerusalén, Arnold Lunn,
Antonescu, Spengler, Beverley Nichols, Lady Houston y Marinetti! Pero la clave es muy sencilla. Todos
ellos tienen algo que perder, o son personas que anhelan una sociedad jerárquica y temen la
perspectiva de un mundo de seres humanos libres e iguales. Detrás de todo el revuelo que se forma en
torno a la Rusia “sin Dios” y al “materialismo” de la clase obrera, está la sencilla intención de quienes
tienen dinero o privilegios, de no perderlos. E insisten en lo que lleva una parte de verdad: que de
nada vale la reconstrucción social si no va acompañado de un “cambio de mentalidad”. Los piadosos,
desde el Papa hasta los yoguis de California, dan gran

170

importancia al “cambio de corazón”, lo cual es mucho más tranquilizador desde su punto de vista que
un cambio en el sistema económico. Pétain atribuye la caída de Francia a la “inclinación al placer” que
pierde a la pobre gente. Uno ve esto en su exacta perspectiva si piensa cuánto placer contendría la
vida de un campesino o un obrero francés comparada con la del propio Pétain. ¡Qué condenada
impertinencia la de esos políticos, sacerdotes, escritores y demás que sermonean a los trabajadores
socialistas por su “materialismo” ! Todo lo que pretende el obrero es que aquéllos tengan en cuenta el
indispensable mínimo sin el cual no es posible la vida humana. Bastante comida, no estar
amenazados por el horror del desempleo, saber que a sus hijos se les dará una oportunidad, poder
bañarse una vez al día, ropa limpia con razonable frecuencia, un tejado sin goteras, y que las horas de
trabajo dejen alguna energía en el cuerpo terminada la jornada. Ninguno de los que predican contra el
“materialismo” considerarían vivible la vida sin esas cosas. ¡Y qué fácilmente podría lograrse ese
mínimo si le prestásemos atención sólo durante veinte años! ¡Elevar el nivel de vida en todo el mundo
no le resultaría a Gran Bretaña una empresa tan ardua como la guerra en que ahora tenemos que
luchar! No pretendo, ni conozco a nadie que aspire a eso, que con ello se resuelva nada. Se

171
trata sólo de que las privaciones y el trabajo embrutecedor han de ser suprimidos antes de abordar los
verdaderos problemas de la humanidad. Y el mayor de nuestro tiempo es cómo decae la creencia en
la inmortalidad personal, lo cual no podrá abordarse mientras el ser humano medio esté afanándose
como un buey o temblando de miedo por la policía secreta. ¡Qué razón tienen las clases trabajadores
para su “materialismo”! ¡Cuánta razón la de ellos para comprender que la barriga está antes que el
alma, no en la escala de valores sino como realidad inmediata! Si se comprende eso, el largo horror
que venimos padeciendo se hará por lo menos inteligible. Todas las consideraciones que pueden
hacerle vacilar a uno —las voces de sirena de un Pétain o un Gandhi, el innegable hecho de que para
luchar hay que degradarse, la equívoca posición moral de Gran Bretaña con sus frases demócratas y
su imperio de coolies, el siniestro desarrollo de la Rusia soviética, la escuálida farsa de la política
izquierdista— todo ello se desvanece y se ve sólo la lucha de las pobres gentes, que se van
despertando, contra los terratenientes y los mentirosos y holgazanes al servicio de éstos. La cuestión
es muy sencilla. ¿Podrá gente como el soldado italiano llevar la vida humana decente y plena que en
nuestro tiempo puede conseguirse técnicamente, o no podrá? ¿Será arrojado al fango el hombre co-

172

mún, o no? Creo, quizá sin base, que el hombre común ganará su batalla más pronto o más tarde,
pero espero que sea antes que después, quizá dentro de los futuros cien años, por ejemplo, y no en los
próximos diez mil años. Eso era lo que se pretendía conseguir en la guerra española y a lo que se
aspira con la actual, y quizá se pretenda eso en guerras futuras.

Nunca volví a ver al miliciano italiano ni llegué a saber cómo se llamaba. Puede darse por seguro que
ha muerto. Casi dos años después, cuando ya estaba claro que se perdería la guerra, escribí un poema
en memoria de aquel italiano. Terminaba así:

Me dio su mano el soldado italiano

En la mesa de la habitación de guardia

La mano fuerte y la mano delicada


Cuyas palmas sólo son capaces

De encontrar con el ruido de las armas

Pero ¡oh qué paz conocí entonces

Al contemplar su cara gastada

Más pura que la de una mujer!

Pues las palabras vacuas que me dan náuseas

A sus oídos eran aún sagradas

Y nació sabiendo lo que yo aprendí

De libros lentamente.

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Las armas traicioneras han dicho lo suyo

Y ambos lo creímos

Pero mi barra era de oro

¡Quién lo hubiera pensado!

¡Buena suerte por ti, soldado italiano!

Pero la suerte no es para los valientes;

Qué te devolvería el mundo,


Menos de lo que diste.

Entre la sombra y el fantasma,

Entre el blanco y el rojo,

Entre la bala y la mentira,

¿Dónde esconderías la cabeza?

¿Dónde está Manuel González,

Y dónde está Pedro Aguilar,

Y dónde está Ramón Fenollosa?

Los gusanos saben dónde están.

Tu nombre y tus hechos se olvidaron

Antes de que emblanquecieran tus huesos

y la mentira que te mata está enterrada

bajo una mentira mejor;

Pero lo que vi en tu cara

Ningún poder podrá borrar,

Ninguna explosión de bomba


Destruye el espíritu cristalino.

Escrito en otoño de 1943. Las partes I, II, III y VII se publicaron en New Road (¿junio?) 1943. Publicado
también en sus libros de ensayos Estas fueron las alegrías, Inglaterra mi Inglaterra y Ensayos reunidos.

DRAMATIS PERSONAE

Un Muchacho, que luego resultará ser la diosa Atenea.

Ulises.

Telémaco, hijo de Ulises.

Euríclea, aya de Ulises y de Telémaco.

Esta obra fue estrenada en julio de 1987, con el siguiente reparto:

Atenea: Enríe Benavent. Ulises: Manuel de Blas. Telémaco: Alberto Delgado. Euríclea: Mayrata
O'Wisiedo. Escenografía: Guillermo Pérez Villata. Música: Bernardo Bonezzi. Dirección: María Ruiz.

“Así que, amigo, muere tú también. ¿A qué te lamentas así? Ha muerto también Patroclo, que era
mucho mejor que tú. Y ¿no ves cuan grande y hermoso soy yo? Pues a mí también me llegará una
mañana, una tarde o un mediodía en que alguien...”

(Ilíada, XXI.)

ACTO ÚNICO

(La escena muestra una playa, cualquier día de finales de verano. Más tarde sabremos que se trata de
Itaca, pero como no conocemos a ciencia cierta cómo era Itaca este dato influirá poco en el decorado.
A la izquierda hay un chiringui-to de bebidas, atendido por un MUCHACHO en short y camiseta sin
mangas, en la que puede leerse el reclamo de algún club de vela. En la arena, en primer término, yace
dormido ULI-SES; lleva traje de baño y gafas de sol. A su lado hay una gran bolsa playera, muy
abultada. Transcurren algunos minutos antes de que el diálogo comience; mientras, el MUCHACHO
friega y seca vasos.) (Ruido de olas.)

ULISES.—(Medio en sueños.) Harto... harto de prodigios..., ¡no, no más embelecos! Esas rocas, allí a la
derecha... ¡Déjame en paz! Tú y tus cerdos... ¡Nos vamos contra los arrecifes! ¡Orza a babor!... Ya no
más, por favor, ya está bien, compréndelo... Mortal, desde luego que soy mortal,

18

FERNANDO SAVATER

no, gracias..., harto... ¡Volved, volved!... ¡Las rocas!... Madre, tienes sangre en la frente... ese ojo de
fuego... ¿No vas a perdonarme nunca?... Nadie puede lo que puede nadie... ¡Arcesilao!... ¡Que se lo
llevan!... ¡Llamadle otra vez!... ¡Maldita sea, juro que no puedo más!... ¡No puedo más!... ¡Las rocas! ¡Las
rocas!... (Despierta aterrorizado.) ¡Ah, qué horror! Ya pasó. Estoy a salvo otra vez. Dulcísima arena, seca
y caliente: a puñados la cojo y me la froto por el cuerpo, por el rostro. Así; no me importa que se me
llene la barba de arena. ¡Que me entre en los ojos y en la boca! Es mi amiga y la amo más que al oro: es
más caliente que el oro, más definitivamente seca... ¡Puah! Voy a escupirle al mar. ¡Mierda, mar!
¡Mierda para ti! ¡Sucio, idiota, obstinado, torpe! Brum, bruuuuumm... ¿No sabes hacer nada nuevo?
Porque eso ya no me asusta: otra vez me he escapado. Brum, bruuuuumm..., pero hasta aquí no
llegas. Ahora voy y te escupo, mira. Te echo arena, más arena. ¡Ojalá te vea un día convertido en el
más árido de los desiertos! ¡Sécate, viejo fósil! Cuando tu última ola haya sido chupada por las dunas,
prometo que iré a mearme sobre tu nostalgia polvorienta. ¡Cómo te odio! Antes, cuando aún me
tenias sobre tu lomo resbaladizo, no me atrevía a odiarte a gritos y de vez en cuando lloriqueaba
solicitando tu perdón. Un desvarío cobarde del que me avergüenzo ahora que estoy a salvo. ¡A ti no
hay que pedirte nada, a ti hay que maldecirte y echarte arena! ¡Toma, trá-

ÚLTIMO DESEMBARCO

19

gate este puñado, jódete, muérete! ¡Aquí no llegas, aquí no llegas...!

MUCHACHO.—¡Oiga, amigo! ¡Eh! ¿Quiere usted un sombrero de paja?


ULISES.—¿Es a mí?

MUCHACHO.—Que si quiere un sombrero de paja. Hoy es muy fuerte el sol.

ULISES.—Pues puede que no me venga mal ese sombrero. A ver.

MUCHACHO.—(Le enseña dos o tres modelos de cubrecabezas, que van desde lo llamativo a lo
discreto.) Mire, éste es muy práctico. O este otro tan gracioso. No, ése no, que es una pasada.

ULISES.—(Probándoselos.) Sí tuviera un par de agujeros para las orejas, diría que éste lo ha estrenado
algún burro de noria. ¡Iiiii-jau! ¡Iiiii-jau!

MUCHACHO.—¡Qué va! ¡Pero si le está la mar de elegante! Además, lo que importa es no pillar una
insolación. Antes, allí, me ha parecido...

ULISES.—Venga, dilo.

MUCHACHO.—Como ha estado usted tanto rato al sol y luego se ha puesto a hablar solo y a tirar
puñados de arena al mar...

ULISES.—¿He estado mucho tiempo al sol?

MUCHACHO.—Cuando he llegado esta mañana para abrir el chiringuito ya le he visto ahí tumbado,
creo que dormido. De eso hace lo menos tres horas, así que... Mire, tiene la piel colorada en los
hombros y en el pecho. Seguro que esta noche va a tener una buena escocedura y mañana se quedará
todo pelado. No debería haber toma-

20

FERNANDO SA VA TER

do tanto sol. Y luego esos gritos... Tuvo una pesadilla, ¿verdad?

Ulises.—Sí, muchas pesadillas. Quizá aún no estoy despierto del todo. Pero la culpa no la tiene el sol,
sino el mar. No son pesadillas de insolación, sino pesadillas de amargura. Mírame bien. (Se quita las
gafas negras:) ¿Ves rastros de insolación en estos ojos?
MUCHACHO.—No, nada de insolación. Pero tampoco amargura. Son los ojos de alguien que viene de
muy lejos.

ULISES.—Que no te quepa duda. (De pronto, cautamente.) Aunque quizá no tanto como pueda
parecerte al pronto. A veces se le ponen a uno ojos de viajero con sólo pasar una mala noche. Una
noche junto a un enfermo, en un hospital; o quizá velando a un muerto. Al día siguiente, tras toda una
noche de vigilia junto a un cadáver, el cadáver de alguien muy, muy querido, tiene uno mirada de
alucinado. Como alucinados parecen los viajeros que han recorrido demasiado mundo.

MUCHACHO.—Perdone. ¿Se le ha muerto a usted alguien?

ULISES.—¿A mí? Es mejor que no saques conclusiones apresuradas, chico. Por lo que veo te gusta
demasiado sacar conclusiones. Voy a quedarme con este sombrero. ¿Cuánto me cobras?

MUCHACHO.—¿Va a tomar usted algo?

Ulises.—¿Qué pasa? ¿Es que si tomo algo me rebajas el sombrero?

Muchacho.—No, pero le cobraré las dos

ÚLTIMO PESEMBARCO

21

cosas juntas después. Con este calor apetece algo fresco, ¿no?

ULISES.—Ya te he dicho que ni el calor ni el sol me molestan. Soy de secano, ¿sabes? Por fin me he
dado cuenta, aunque resulte un poco tarde. Bueno, tomaré una cerveza. Pero ahora que lo pienso...,
¡ni siquiera sé si tengo dinero!

MUCHACHO.—Vaya, hombre, no me diga. Ande, busque en la bolsa ésa. A los tipos como usted nunca
les falta dinero.

ULISES.—¿Qué es eso de los tipos como yo? ¿Otra vez haciendo conjeturas? Haz el favor de decirme
quién te parece que soy.
MUCHACHO.—Desde luego, alguien que tiene dinero o cosas que valen aún más que el dinero. No se
mueve usted como los pobres. Seguro que se le da mejor convencer que suplicar, ¿a que sí? Está usted
acostumbrado a que le echen de menos y a que le teman, atributos que no suele tener ningún
mendigo. ¡Ah, qué hermoso es ser fuerte! Y aún más saber parecerlo. ¿Me dejas que te tutee?

ULISES.—Venga de ahí.

MUCHACHO.—Seguro que eres alguien peligroso y rapaz. Pero a tu modo generoso, no te enfades. No
me extrañaría que fueras un bandido. O un seductor de viudas. O eí comerciante menos escrupuloso
del Mediterráneo. O un rey.

ULISES.—(Pasándole con cariñosa brusquedad la mano por el pelo.) ¡Y que no escarmientas! No te


conformas con inventarme una vida

22 FERNA NDO SA VA TER

sino que me propones cuatro alternativas. Pues no soy ni bandido, ni seductor, ni comerciante, ni rey.
Nada de eso, ¿me oyes? Yo no soy nadie, aunque te cueste creerlo. Soy Don Nadie. Llámame así, por
favor: Don Nadie.

MUCHACHO.—Bueno, Don Nadie, ¿buscamos el dinerito en la bolsa?

ULISES.—Pero, vamos a ver, ¿cómo sabes que esa bolsa es mía?

MUCHACHO.—Porque la tenias al lado.

ULISES.—¡Menuda razón! He podido tumbarme junto a ella sin darme cuenta o alguien quizá la dejó
cerca de mí cuando yo estaba dormido.

MUCHACHO.—¡Pero es que se te parece! Todas las cosas se parecen a su dueño. Se ve que ésa es una
bolsa de nadie...

ULISES.—Vamos a salir de dudas. Pero te advierto que yo no me acuerdo de ella en absoluto. Voy a
mirar dentro sólo por darte gusto. Si de pronto llega su dueño legítimo y cree que le estoy robando,
espero que hables en mi favor, porque después de todo se trata de buscar algo con que pagar tu
maldito sombrero y tu maldita cerveza. ¿De acuerdo?

MUCHACHO.—¡Ánimo, que no te va a morder!

ULISES.—(Abre la bolsa y rebusca dentro. Va sacando cosas de ella.) (Hablando para sí mismo.) Sí, se
han portado bien. No han tocado nada. Ciertamente se puede confiar en los fenicios. Y hay algunas
cosas de valor, aunque la mayoría no tengan otra importancia que la pura-

ULTIMO DESEMBARCO

23

mente sentimental. ¡Vaya, esto me puede venir bien! (Saca un albornoz y se lo pone.) Me está
estupendamente, pero ahora mismo no consigo recordar quién me lo regaló. ¡Ah, todavía le queda un
poco de fragancia! Tuvo que ser Calipso, porque Circe no es de las que dejan aromas delatores. Con
ella no puede uno fiarse ni del olfato, ni de la vista, ni del gusto y apenas del oído: hay que actuar con
mucho tacto. En cambio, Calipso... en el fondo es una niña. Una niña inmortal, claro; aunque ya he
notado antes que eso de la inmortalidad pueriliza bastante, sobre todo en sus manifestaciones
femeninas. Quien no puede envejecer no logra madurar. Pero tampoco basta envejecer para madurar.
¡Ay! En fin... ¡Cuántos cachivaches! Es admirable que los haya conservado después de tanto naufragio.
¡Pero si es el puñal de Ayax! La espada no quise ni tocarla y dejé que la enterraran con él, pero por lo
visto su alma no me agradeció la deferencia: cuando visité el infierno me volvió la espalda, con aquella
feroz arrogancia suya que en el fondo no era más que la inseguridad del que se sabe demasiado torpe
para todo lo que no sea repartir mandobles. ¡Qué odio despedía aquella sombra fúnebre! Seguro que
hubiera aceptado con gusto los peores tormentos eternos con tal de recibir por un instante un poco
de carne otra vez, para saltarme al cuello. ¡El odio! No quiero ni pensar en cuánto y cuántos me han
odiado. Por eso creo que Odioso es mi verdadero nombre. Me refiero a los hom-

24

FERNANDO SAVATER

bres, desde luego, porque en cambio las mujeres...


MUCHACHO,—¿Qué, encuentras la pasta?

UUSES: Pues sí, creo que sí, espera. Me parece que no hay tanta prisa. ¿Te gusta mi albornoz?

MUCHACHO.—Un poco llamativo, pero no está mal. Te servirá para protegerte del sol antes de que te
cuezas del todo. ¿Y esa bayoneta?

ÜLISES.—Es el recuerdo de un camarada: hicimos la guerra juntos, en la Legión Extranjera. (Vuelve a la


bolsa.) ¿Y esto qué es? Nada menos que una carta de Nausicaa. ¡Esa chiquilla! Me alegro de que no lo
sepa su padre. “Amado mío, aunque no vuelva a verte...” Y tal y cual y etcétera. “Has sido en mi vida
como el destello fugaz de una imprevista aurora...” Bueno, hay que disculparla, tiene dieciséis años
recién cumplidos. “Cuando estés lejos, acuérdate de esta palmera cuya gracia alabaste gentilmente
un día, recién llegado de la lucha contra el mar.” Sí, es muy linda. A su lado no se me despertaba
ningún deseo erótico, pero los ojos se me llenaban de lágrimas. ¡Cómo acongoja la belleza cuando es
auténtica, cuando lo ignora todo y nunca ha tenido ocasión consciente de ser usada! ¡Dioses! ¡Ojalá
no hubiera tanta belleza! ¡Maldita sea la voz de las sirenas! Luego la belleza aprende un empleo y ya
no conmueve tanto, aunque siga seduciendo.

MUCHACHO.—La cerveza va a empezar a hervir de un momento a otro.

ÚLTIMO DESEMBARCO

25

ULISES.—Entonces más vale que me la tome ya. Aquí está la cartera donde guardo el dinero. No te
vayas a aprovechar de un pobre náufrago, ¿eh?

MUCHACHO.—¡Qué guay! ¡Pero si tienes moneda de todas partes! Oye, estos doblones no los había
visto nunca. Te advierto que no sé a cuánto está el cambio.

ULISES.—Da igual. El dinero no es más que dinero en todas partes.

MUCHACHO.—¿Ves como no eres precisamente un mendigo?

ULISES.—¿Por qué? ¿Porque desprecio el dinero? Precisamente para ser mendigo es para lo que
menos dinero se necesita. Además yo nunca te he dicho que fuera un pordiosero.

MUCHACHO.—Entonces ¿quién eres?

ULISES.—Hagamos un trato. Yo te diré quién soy pero tú antes tienes que contestarme a otra
pregunta.

MUCHACHO.—Espero que no sea muy difícil.

ULISES.—Facilísima. ¿Dónde estamos?

MUCHACHO.—Ya lo ves, en la playa.

ULISES.—Me refiero a cómo se llama esta tierra.

MUCHACHO.—Un momentito; ¿quieres hacerme creer que no sabes en qué país estás? ¡Qué fuerte, tiol

ULISES.—Cuando te explique quién soy y de dónde vengo, comprenderás por qué ignoro ahora dónde
me encuentro. En cualquier caso, ésa es

26 FERNANDO SA VA TER

mi pregunta y si quieres saber algo más de mí tendrás que contestármela.

MUCHACHO.—No, si por mí no hay problema. Sólo que al pronto creí que te estabas quedando
conmigo. Pero ya veo que no. Pues bien, estás en una tierra rica y pobre a la vez, es decir, rica para
unos y pobre para otros. Una tierra también feliz y desdichada, en la que cada día la esperanza
peligrosa de lo nuevo se debate contra el fardo consolidado de lo antiguo. Una tierra en la que los
hombres tienen que fingir valor y responsabilidad mientras las mujeres deben representar abnegación
y decencia. Un país mal gobernado, según opinión de casi todos los ciudadanos, aunque ninguno
recuerde una época en que lo haya estado realmente bien ni haya una idea común y realizable de
cómo mejorar la administración. Mal sitio para poetas, mejor para militares, inmejorable para
traficantes y cambistas. Aquí se llora cuando no se baila y cuatro o cinco días al año, a toque de
calendario, hasta los suicidas sienten la obligación de ponerse contentos al unísono con el resto del
personal. A los de aquí nos gusta el amor y no sabemos padecerlo; a la caída de la tarde, soñamos
inmóviles con largos viajes de los que no podríamos volver y que por ello no emprendemos. Ésta es
una tierra como todas, forastero: ni mejor ni peor que aquella de la que provienes, sea cual fuere. Has
llegado a una isla que se llama Itaca.

ULJSES.—¿ítaca, por fin? Pero... ¡Pero si no

ÚLTIMO DESEMBARCO 27

se parece en nada! No recuerdo esos árboles grandes y sombríos, ni aquellas rocas casi
amenazadoras, ni esta playa en que estamos... ¡Esto no se parece a Itaca!

MUCHACHO.—¿Luego habías estado antes aquí?

ULISES.—No sé, aquí no creo... Es decir, hace muchos años pasé por una isla a la que llamaban Itaca,
pero que en nada se parecía a ésta.

MUCHACHO.—No hay más que una ítaca, forastero. Quizá el paso de los años haya enturbiado tu
recuerdo.

ULISES.—Quizá... Pero dime una cosa más...

MUCHACHO.—¿Otra cosa? Ya he contestado a tu pregunta. Ahora eres tú quien debe responder a la


mía.

ULISES.—¡No, aún no, por favor! Aclárame una última perplejidad. ¿Quién gobierna esta isla?

MUCHACHO.—Aquí gobiernan la avaricia, el miedo y la mediocridad. Ya te he dicho que es un país


como cualquier otro.

ULISES.—Pero ¿cuál es el nombre del rey?

MUCHACHO.—¿A qué viene tanta curiosidad por la situación política de un lugar del que hace poco
desconocías hasta el nombre?

ULISES.—Tengo razones... personales para este interés. Si hubieras rodado tanto por el mundo como
yo sabrías que los beneficios que pueden llegarnos de los gobiernos son idénticos y escasos, pero los
peligros múltiples y variados. En

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FERNANDO SA VA TER

lo bueno, todos los jefes se parecen, pero en lo malo hay mucha variedad. He sufrido ya demasiadas
tiranías y no quiero correr riesgos. Prefiero estar bien informado de lo que debo temer en esta nueva
tierra. Cuéntame, por favor.

MUCHACHO.—Tranquilo, que aquí no corres gran peligro. Nuestros amos están demasiado ocupados
en sus problemas internos como para fastidiarnos más de lo soportable. Mira, aquí teníamos un rey,
llamado Ulises. Hace casi veinte años se fue a la guerra de Troya y no hemos vuelto a saber de él.
Como esa guerra hace mucho que acabó, la mayoría supone que pereció en el retorno a Itaca. Otros
aún le esperan y le han convertido en una especie de mito; con el tiempo se han olvidado de todas sus
equivocaciones y desmanes, hasta el punto de creer que retornará para corregir las arbitrariedades
que ahora padecemos. Yo aún no había nacido cuando se fue, pero supongo que ni en virtudes ni en
vicios debía diferenciarse demasiado de cualquier otro rey.

ULISES.—Si el pueblo le añora es porque hoy debe sentirse más injustamente oprimido que antaño.

MUCHACHO.—De ese pueblo de que hablas no sé nada. Unos cuantos le echan de menos, ya te digo,
pero es que son más sensibles a los males presentes que al recuerdo algo desvaído de los pasados.
Bueno, sea como fuere supongo que efectivamente ha muerto, de modo que sus parti-

*i

ÚLTIMO DESEMBARCO

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darios ya no tendrán oportunidad de verse decepcionados.

ULISES.—Pero si el rey ha desaparecido, entonces el poder...


MUCHACHO.—Está en el limbo y por mí así podría quedarse. Nominalmente la regencia la desempeña
la reina Penélope, pero la verdad es que no puede ocuparse demasiado de la administración. Por lo
que cuentan, su principal tarea consiste en examinar cuidadosamente a todos los pretendientes que
Ja asedian para decidir cuáf debe sustituir a Ulises en el trono y en su cama.

Ulises.—¿Y el príncipe Telémaco?

MUCHACHO.—¿Cómo sabes su nombre?

ULISES.—He oído hablar de él... no recuerdo dónde. Según me contaron, debe tener más o menos tu
misma edad.

MUCHACHO.—Estás bien informado: es sólo un par de años mayor que yo.

ULJSES.—¿Cómo soporta el cortejo que todos esos buitres hacen a su madre?

MUCHACHO.—(Riendo.) ¡Llamas buitres a los vastagos de las más poderosas familias de íta-ca! Por lo
que veo, ya te has pasado al bando de Ulises. Como comprenderás, yo no puedo informarte de los
estados de ánimo del príncipe Telé-maco más que de oídas. Cuentan que a veces se irrita de cómo se
desperdicia su patrimonio en agasajos a descarados gorrones.

ULISES.—¡La reacción natural de una sangre noble!

30

FERNANDO SA VA TER

MUCHACHO.—Según dicen está deseando que su madre se case de una vez, antes de que entre unos y
otros le dejen en la miseria.

ULISES.—¡No puede ser!

MUCHACHO.—A mi así me lo han contado y me parece un punto de vista sumamente razonable. El


chico no quiere que le arruinen los caprichos de su mamá.

ULISES.—Pero... ¡pero no te das cuenta de que otro matrimonio puede traer nuevos herederos! Querer
que su madre vuelva a casarse antes de su mayoría de edad es como abdicar de su derecho al trono.

MUCHACHO.—Puede que tengas razón, pero él no da la impresión de estar demasiado preocupado


por la cuestión sucesoria. Por lo que yo sé, no se interesa en política.

UUSES.—¡Qué puedes saber tú de semejantes asuntos!

MUCHACHO.—Nada en absoluto y me alegro. Pero con el príncipe he charlado en alguna ocasión, para
que veas.

ULISES.—¿Conoces personalmente a Telé-maco?

MUCHACHO.—Sí, un poco. Es de trato llano, ¿sabes?, muy legal. Viene bastante a la playa
acompañado de su abuelo o de alguna dueña de la casa y siempre se toma aquí su cervecita. Una vez
le vendí un sombrero y se estuvo riendo y charlando conmigo un rato largo. Es muy guapo. No pierdas
la esperanza, que a lo mejor viene

ÚLTIMO DESEMBARCO

31

hoy por aquí y puedes preguntarle su opinión sobre esos temas que tanto te interesan...

ULISES.—Ya estás fantaseando otra vez sobre mí y mis intereses, de los que no puedes tener ni la
menor idea.

MUCHACHO.—Pues ilústrame tú. Me parece que ya es hora de que cumplas tu promesa y me digas
quién eres,

ULISES.—Es que no sé si debo.

MUCHACHO.—Hemos hecho un pacto y yo he cumplido mi palabra. ¿Qué te pasa, tío, es que no se


puede uno fiar de ti?

ULISES.—No creas que para mí es cosa fácil...


MUCHACHO.—(Intrigado.) ¿Acaso... temes algo?

Ulise s. —Precisamente.

MUCHACHO.—¿Te persiguen?

ULISES.—(Llevándose el dedo a los labios, mira receloso hacia todas direcciones.) ¡Chis! No me
busques más problemas de los que tengo.

MUCHACHO.—¿Cuál es tu nombre?

ULISES.—Ya te he dicho que te contentes con llamarme Nadie.

MUCHACHO.—Bueno, Don Nadie, cuéntame al menos de dónde vienes y quién te acosa. Te guardaré
bien el secreto, ya lo verás, y quizá hasta pueda echarte una mano. Después de todo, aquí no debes
tener muchos amigos más...

ULISES.—Es verdad, confío en ti. Pues has de saber que soy cretense y noble. En su día fui a la

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FERNANDO SA VA TER

guerra de Troya, acumulé un gran botín y después volví a mi patria. Allí tuve que enfrentarme con
Orsíloco, el hijo del rey Idomeneo, que por una antigua querella familiar intentó despojarme de lo que
había ganado con el esfuerzo de mi brazo. Por si no le conocías, Orsíloco era un majadero fanfarrón
sin otra preocupación seria que batir el récord de los cien metros lisos en las próximas olimpiadas y
acumular riquezas por las buenas o por las malas. Yo no estaba dispuesto a dejarme expoliar, así que
reñimos y le arrojé mi lanza. No soy pendenciero, pero cuando me provocan y tiro ía lanza, rara vez
necesito hacerlo una segunda vez; ¡pregunta, pregunta a quien me conozca!

MUCHACHO.— (Con respeto.) ¡Te lo cargaste!

ULISES.—Limpiamente, pero después consideré más prudente cambiar de aires. La justicia, no suele
ser demasiado imparcial cuando se trata de la muerte del heredero de una dinastía reinante. Me
embarqué por la noche en un barco fenicio y pagué espléndidamente mi pasaje. Dije al capitán que
me llevara hasta cualquier isla convenientemente lejana de Creta y aquí me tienes. Por lo visto me
desembarcaron de madrugada cuando yo aún dormía, agotado por las emociones de la huida, y me
dejaron en esta playa con la bolsa donde guardo las pertenencias que he podido rescatar.

Muchacho.—Así que... ¿eso es todo?

UUSES.— A grandes rasgos, en efecto, eso es

ULTIMO DESEMBARCO

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todo. Espero que seas discreto tal como me prometiste.

Muchacho.—Eres cretense..., te cargaste al príncipe Orsíloco..., huíste en una nave fenicia... ¡y, por
supuesto, quieres llamarte Nadie! (Se echa a reír.)

ULISES.—(Inquieto y molesto.) ¿Dónde está la gracia? Dímela para que pueda reírme yo también.

Muchacho.—(Riendo a más y mejor.) ¡Un cretense regicida! ¡Ja, ja! ¡Y los fenicios te dejaron en la playa
mientras dormías como un bebé! ¡Vaya suerte!

ULISES.—Ya empiezan a fastidiarme tus rebuznos. ¿Se puede saber qué te pasa? ¿De qué te ríes?

MUCHACHO.—De que no escarmientas. Siempre serás el mismo liante, estés ante las murallas de
Troya, luchando contra una tempestad o en las orillas de tu propia patria. ¡Siempre sacando mentiras
completas de medias verdades, sin fiarte jamás ni de la hermosura ni de la franqueza! Nunca serás
capaz de estrechar la mano que te tienden sin olfatearla antes buscando el truco. Tienes muchísima
gracia, de verdad.

ULISES.—¿De modo que no me crees?

MUCHACHO.—Salvo lo de que has estado en Troya, ni una palabra.

ULISES.—Mira que me estás llamando mentiroso y que no quiero enfadarme contigo...


MUCHACHO.—Pues sí, eres un mentiroso.

34

FERNANDO SA VATER

Pero seguro que no te enfadas conmigo. ¡Ah, qué pillo, ya le estás dando vueltas a la cabeza
intentando corregir las patrañas que me has contado con alguna otra nueva! Y mientras te preguntas:
¿qué sabrá este mocoso?, ¿qué no sabrá? Pues agárrate, porque lo sé todo.

ULISES.—¿Y se puede saber qué es lo que sabes?

MUCHACHO.—Traca, traca, traca, oigo cómo la máquina trapacera funciona a pleno rendimiento. En
estos casos se te mezclan a partes iguales el miedo y la curiosidad; como cuando te ataste al palo
mayor del barco para oír sin peligro el canto atroz de las sirenas..., ¿te acuerdas?

ULISES.—¿Qué es esta payasada? ¿Un jue-guecito nuevo que se ha puesto de moda entre los
badulaques de ítaca?

MUCHACHO.—(Ríe y aplaude.) ¡Bravo, qué naturalidad! Aunque eso de “badulaques” suena un poco
rebuscado. Pero va bien con tu tipo, eh. La verdad es que cada vez me gustas más.

ULISES.—Ya no te aguanto. ¡Eí que debe tener insolación eres tú y no yo!

Muchacho.—¿A dónde vas?

ULISES.—¡Ah, no! Sólo faltaría que tuviera que rendirte cuentas...

MUCHACHO.—¿Y te vas a ir sin enterarte de qué es lo que sé de tí?

ULISES.—Ya no me interesa.

Muchacho.—Pero por si acaso, te quedas. Pues ya te he dicho que lo sé todo, absolutamen-

■■"

KWi
ULTIMO DESEMBARCO

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te todo. ¿De qué quieres que hablemos, Ulises? ¿De Circe la maga? ¿De los lotófagos? ¿Te cuento
cómo tus compañeros fueron devorados por el Cíclope? ¡Anda, Ulises, vamos a hablar de Nau-sicaa!
¿O prefieres que charlemos de... Penélope?

ULISES.—¡Basta! ¡Otra vez! Comienza de nuevo la pesadilla. ¡Vuelta a los malditos milagros! Ya me lo
temía: resulta que todo es un espejismo. Ni estoy en ítaca ni tu eres un sencillo muchacho que vende
refrescos. Bueno, si te has divertido lo suficiente burlándote de mí, declárame al menos tu nombradla,
para que sepa qué prodigios sobrenaturales debo esperar.

MUCHACHO.—¡Así me gusta verte! ¡Mi héroe favorito! Pero baja la guardia y créeme, pues por mi parte
no te he dicho más que la verdad. Has llegado a tu Itaca, rey Ulises, para lo bueno y para lo malo has
vuelto a casa. En nada te he mentido. Sólo he callado mi nombre, es decir, el nombre que tú me has
dado en otras ocasiones.

ULISES.—Luego... ¿nos hemos encontrado antes?

MUCHACHO.—Muchas veces y nunca lo has lamentado. Te he protegido en el combate y te he


inspirado en la asamblea de los jefes. ¡Mi mano ha estado sobre tu hombro en tantas ocasiones, sin
que lo supieras! A veces fui el remolino de polvo que te ocultaba de tus enemigos, la invencible
pesadez en el brazo del lancero que se disponía a acuchillarte, el grito de ánimo de un ca-marada, la
exigencia de sosiego cuando te domi-

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FERKí-VUO SAVATER

naba la ira o la palabra certera en tus labios que zanjaba la disputa interminable. Yo soy Atenea,
Ulises: tu Atenea. Soy la diosa que te ha preferido por razones que tú nunca sabrás del todo y que a fin
de cuentas a mí poco me importan. Digamos que te quiero porque me diviertes: en los tiempos que
corren noes poco mérito.
ULISES.—Perdóname, diosa, pero cómo iba yo a... Es que viéndote así...

MUCHACHO.—¿Qué pasa? ¿Acaso no te gusto?

ULISES.—¡Naturalmente! Es decir, no se trata de eso... ¡Cambias tanto de figura! Vamos, me dejas sin
habla. Te agradezco lo que haces por mí, claro está, pero contigo nunca sabe uno a qué atenerse y yo
necesito saber a qué atenerme. Además, durante el asedio de Troya apenas te apartabas de mí; casi
cada día tenía un nuevo favor que agradecerte. Pero durante todo el viaje de retorno... ¿Dónde estabas
en mis naufragios, qué hacías cuando a mis compañeros los devoraban los monstruos marinos o
cuando la fatiga del amor me mantenía odiosamente atado a tierras aborrecibles?

MUCHACHO.—¡Vaya, ahora soy yo quien por lo visto debe rendir cuentas!

ULISES.—¡Años zarandeado como un borracho por ese maldito mar! ¡Maldito, maldito! ¡Ojalá lo ciegue
la arena del desierto! ¡Ese mar se ha tragado a mis pobres amigos y me ha dejado desnudo, miserable,
viejo! Ya soy viejo, ¿ves?, por culpa

IJ-J-UJ.J

ÜLl'IMO DESEMBARCO

37

del mar. Supongo que te acordarás de cómo era antes, ¿no? Pues mírame ahora. El mar me ha roído
hasta la médula de los huesos. Y mientras, tú ¿qué hacías? ¿Divertirte mirando mi odisea?

MUCHACHO.—¡Basta de lamentaciones! Los dioses podemos sentirlo todo menos lástima. Además, tu
gracia viene precisamente de que eres el mortal menos propenso a inspirar piedad. Espero que no
vayas ahora a ponerte patético, porque me marcho.

ULISES.—Procuraré seguir siendo gracioso y no me quejaré. Seré gracioso y agradecido: gracias por el
caso que me hiciste a veces y gracias también por haberme abandonado durante largas temporadas.
Gracias por no acudir a mis llamadas y por presentarte puntualmente cuando menos te esperaba.
Todo es signo de predilección, supongo. Con razón se ha dicho que cuando los dioses nos son
favorables ignoran nuestros deseos y cuando nos son hostiles los cumplen.

MUCHACHO.—Bueno, ya está bien. Como comprenderás, no hay tema que me aburra más que la
teología. ¿Qué piensas hacer? Estoy aquí para ayudarte.

ULISES.—¿Y me lo preguntas? Quiero recuperar mi trono, mi palacio, mi mujer, mi hijo, todo. Todo lo
que es mío. He vagado durante años por ese mar horrendo sin otro pensamiento que volver algún día
a ser dueño de lo que es mío.

MUCHACHO.—Según creo, no todo fueron vagabundeos marinos durante esos años. Hubo

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FERNANDO SA VA TER

oasis y bastante agradables, ¿no? La ninfa Calipso...

UuSES.—Nunca pensé más que en volver y he vuelto.

MUCHACHO.—Enhorabuena, enhorabuena. Bienvenido. Así que vas a emprender la reconquista de tu


reino. Temo que no sea demasiado fácil.

ULISES.—¿No fuiste tú quien me habló hace un momento de mis muchos partidarios?

MUCHACHO.—Sí, pero no recuerdo haberte dicho que fueran muchos. Los pretendientes han
prometido numerosos favores y cuentan con apoyos importantes.

ULISES.—Ya verás como todos se pasan a mi bando en cuanto sepan que estoy vivo y que he llegado.

Muchacho.—No estés del todo seguro. Hay quien guarda agravios contra ti. Recuerda que ya has
gobernado y que aunque en el mejor de los casos se puede gobernar sin crímenes, nunca se gobierna
sin injusticias. Dejaste llagas abiertas al partir.

ULISES.—Estoy convencido de que se trata de una minoría de resentidos. Además, la situación


presente no debe ser muy halagüeña. Es el momento oportuno para mi llegada: la memoria de los
errores se habrá debilitado en favor de la nostalgia.
MUCHACHO.—Pero, ¿por qué tienes tanto empeño en volver a ser amo?

ÚLTIMO DESEMBARCO

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ULISES.—No me entiendes. Dejemos aparte las obligaciones para con mi pueblo, aunque sean una
cuestión esencial. ¿Acaso quieres que abandone a mi mujer y a mi hijo?

MUCHACHO.—Hera no me perdonaría nunca que te aconsejara tal impiedad. Sin embargo, quizá no te
esperen con tanto celo como supones...

ULISES.—¡De eso si que no vas a convencerme! Si Penélope se ha decidido finalmente a contraer


nuevas nupcias con el menos malo de los que la asedian, estoy seguro de que es por no derrochar
inútilmente todo el patrimonio de Telé-maco. Y si éste acepta la vil componenda, será por el bien de
ítaca, amenazada de rencillas civiles. No olvides que todos me dan por muerto.

MUCHACHO.—¿Cómo olvidarlo? Pero el caso, y embarazoso caso, es que estás vivo. Y también
Penélope y Telémaco. Vivir es traicionar, bien lo sabes: sólo los muertos son definitivamente fieles. Los
vivos siempre tienden a apartarse de lo que exigimos de ellos, siempre difieren poco o mucho de la
identidad en que los tenemos aprisionados. ¡Qué voy a contarte a ti, que salvaste la vida ante Polifemo
haciéndote pasar por Nadie! Nada digo contra la virtud de tu mujer ni contra la piedad filial de tu hijo,
Hera me sirva de testigo: pero insisto en recordarte que están vivos, ni más ni menos que tú, y que
mientras dura la vida hay posibilidad de sorpresa... y decepción.

Ulises.—¿Sorpresa y decepción? ¡Ja! No

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FFRNANÜO SAVATER

vengas ahora a asustarme con eso. Para ti, que ni sabes ni puedes morir, tales decepciones y
sorpresas no son más que parte de un juego. Pero yo he aprendido a estar alerta, porque tras cada
sorpresa y cada decepción podía acecharme la muerte. Ya ves qué diferencia. En ese terreno, no tienes
lecciones que darme. Yo he visto cómo los arrecifes se transformaban en monstruos de muchos
brazos y cómo los hombres eran convertidos por obra de magia en cerdos. He hablado con espectros
que se animaban al beber la sangre vertida, profetizando luego acontecimientos que aún permanecen
remotos en el tiempo. Y he visto lo más asombroso de todo: la cólera arrogante, la ambición y el
orgullo, que pueden hacer que un campeón sin tacha se porte como un niño malcriado o que pase
toda una noche alanceando ovejas a las que toma por hostiles compañeros de armas. Conozco los
trucos del amor y las cegueras del odio, de modo que no me hace falta que me prevengas. Soy el
único superviviente, ¿sabes? Por algo será. Todos los que partieron conmigo de Troya han dejado sus
huesos y sus almas a lo largo de ese mar interminable. Cada noche, al embarcar, aunque sólo nos
hubiéramos detenido unas pocas horas en cualquier isla desconocida para recoger agua o comida,
echábamos en falta a varios amigos. Les llamábamos tres veces desde cubierta antes de partir,
agitando antorchas en la oscuridad: “¡Elpénor! ¡Elpénor! ¡Elpé-nor!”, “¡Eurípilo! ¡Eurípilo! ¡Eurípilo!”,
pero ya

ÚLTIMO DESEMBARCO

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no regresaban. Sólo yo no me perdí nunca del todo, floté y nadé en las aguas turbulentas, escuché la
voz de las sirenas, burlé a los endriagos y a los dioses adversos. ¿Sabes por qué? Porque yo quería
realmente volver. Tenía que volver. Los demás se dejaban arrebatar por la muerte con cualquier
excusa, como quien se echa a dormir. Pero yo no. Yo había decidido mi vuelta y la reconquista de lo
mío. No me hables ahora de sorpresas ni decepciones, por favor. Al fin he regresado.

MUCHACHO.—Está bien, te ayudaré en lo que intentes. Aunque sigue pareciéndome chocante tanto
empeño. Tú sabrás. Quizá muy pronto recibas alguna otra advertencia que haga tambalearse la
firmeza de tu propósito. Por mi parte no quiero hacerme antipática con más admoniciones. Pero mira
quién llega: tienes suerte, tu heredero ha decidido hoy broncearse un rato.

ULISES.—¡Por favor, no me denuncies con ninguna palabra imprudente!

MUCHACHO.—¡Ah, viejo enredador, de modo que no vas a darte a conocer!


ULISES.—Prefiero hablar con él antes un poco y aprender a conocerle. Date cuenta de que, aunque
sea hijo mío, para mí resulta un perfecto desconocido.

MUCHACHO.—Y yo que me esperaba una conmovedora y lacrimosa escena de reencuentro familiar...


Está visto que contigo todos los placeres han de ser aplazados, salvo el de intrigar.

ULISES.—Pero ¿ésa que viene con él no es mi

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FERNANDO SA VA TER

vieja aya Euríclea? Entonces estoy perdido. ¡Adiós mi anonimato! Euríclea es la persona que mejor me
conoce en el mundo desde que era niño y no podré engañarla mucho tiempo.

MUCHACHO.—Seguro que de todas formas lo intentarás, a ver si hay suerte. Como puedes ver, no
exageré cuando te decía que Telémaco es un buen mozo. ¡Puedes estar orgulloso del hijo que tienes!

(Durante la última parte de este diálogo, han entrado en escena TELÉMACO y EURÍCLEA. Eiprincipe es
un muchacho de unos veinte años, con atuendo playero, que lleva una toalla y varios libros bajo el
brazo. El aya es una anciana vivaz, pero más bien extravagante. El Muchacho —a partir de ahora ie
llamaremos ATENEA— ha vuelto tras su mostrador y ULISES, con sombrero de paja, albornoz y gafas
oscuras sorbe discretamente una cerveza en la barra. Los recién llegados buscan un sitio cómodo para
instalarse.)

EURÍCLEA.—Nada de a pleno sol, ¿eh?, nada de a pleno sol. Haz el favor de buscar un sí-es-no-es, una
semisombra. El solazo te sienta fatal y a mí no digamos. Yo esto de la playita no sé quién lo ha puesto
de moda, pero me sigue pare-

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ciendo una insensatez. ¡Sí, señor, una insensatez y una horterada! Dame el brazo que me voy a quitar
las sandalias. ¡Uy, concho, cómo quema la arena! No, si esto de la playa es lo que yo te digo.
TelÉMACO.—Bueno, ama, no empecemos. Siempre se queja usted de lo mismo y luego a la hora de
irnos me dice que un poquito más y que está tan a gusto. Por aquí mismo podemos instalarnos. Si
quiere le traigo algo de beber del chi-ringuito.

EÜRÍCLEA.—Pues cualquier cosilla, un vermut, unas aceitunas, no sé, lo que se te ocurra. Algo para
entretenerme un rato. ¡Las aceitunas sin hueso, si puede ser! ¡Ay, dioses, qué resol más inaguantable!
Esta tarde tendré jaqueca, como si lo viera.

TELÉMACO.—(Acercándose a la barra.) Buenos días. ¿Cómo va el negocio?

ATENEA.—No puedo quejarme, aunque entre semana ya se sabe que nunca hay demasiado
movimiento. ¿Qué va a ser?

TELÉMACO.—Dos vermuts y unas aceitunas. A uno de los vermuts ponle sifón, por favor. Así, ya está
bien. ¡Menudo calor!

Atenea.—Desde luego. Ai sol no hay dios que aguante más de diez minutos.

EÜRÍCLEA.—(Ya en pose de bronceado.) ¿Tienen patatas fritas?

TELÉMACO.—Sí, ama, pero...

EÜRÍCLEA.—¡Ah, pues eso!

ULISES.—(Mientras hojea uno de los libros

FERNANDO SAVATER

mozo.) ¡Caramba, Arquímedes de Siracusa! ibre el equilibrio y el centro de gravedad de planos”,


seguido de “La cuadratura de la pa-Ma”. No son las cosas que en mis tiempos n los jóvenes en la playa.
l"ELÉMACO.—Bueno, la verdad es que a Ar~ medes le traigo más bien como bibliografía de lerzo. Lo
que estudio ahora es este tratado de starco de Samos “Sobre la magnitud y distan-del Sol y de la
Luna”, que quizá resulte un o más paisajístico, ¿no? JLISES.—No me extrañaría. De modo que, lo visto,
te interesas mucho por las ciencias... rELÉMACO.—Me interesa lo que se puede aprender con exactitud
y comprobar con ri-. Aunque al principio cueste un poco de traba-;ntrar en ello.
JLISES.—Sí, debe resultar algo árido. Tanta ictitud, tanto rigor, tanta verificación... A mi parece que en
el mundo tiene que haber otras as. En mi juventud me gustaba oír poemas so-hazañas de los héroes
en batallas remotas y ibién las leyendas de los dioses, los mitos, o te gustan los mitos?

TELÉMACO.—Francamente, no. Lo arbitrario o inverosímil cansan antes que las matemáti-;, o por lo
menos es lo que a mí me pasa. Esos >ses eternamente caprichosos, supongo que r aburrimiento, y
esas diosas a las que siempre ae que darles o por el puterío o por la castidad al...

ÚLTIMO DESEMBARCO

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ATENEA.—Las aceitunas son para la señora, ¿verdad?

TELÉMACO.—Sí, y las patatas fritas también (ATENEA se acerca con una bandeja a EURÍ-CLEA.) A mí
me resulta más interesante la imaginación cuando calcula que cuando desvaría.

ULISES.—Quizá lo que parece desvarío sea en ciertas ocasiones una forma de cálculo superior.

EURÍCLEA.—¡Ay, gracias, hijo, déjalo ahí mismo! Mira, voy a empezar con el vermut antes de que se me
deshaga todo el hielo. Oye, chico, ¿cómo te las arreglas para tener esa preciosidad de piel tan blanca
estando todo el día en la playa? ¡Y qué ojazos verdes!

ATENEA.—¿Quiere usted algo más?

EURÍCLEA.—Nada, nada, descansar aquí un ratito. Si se me ocurre algo después, te llamo, ¿vale?

TELÉMACO.—Perdona...

ULISES.—Dime lo que quieras, joven amigo. Pero, ¿por qué me miras así? ¿Hay algo en mi semblante
que te desagrade o te asuste?

TELÉMACO.—No, en modo alguno, disculpa si mi curiosidad te resulta impertinente. Es que por un


lado comprendo que eres un forastero, alguien llegado recientemente de muy lejos, y sin embargo,
me pareces más próximo que si fueras un compatriota, casi familiar...
ULISES.—¿En qué notas que soy un extranjero llegado no hace mucho?

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FERNANDO SA VA TER

TELÉMACO-—En que no me has reconocido. Ni yo tampoco a ti, desde luego. Por aquí todos solemos
conocernos: ítaca es muy pequeña.

UUSES.—¿Puedo saber ahora con quién tengo el gusto de estar hablando?

TelÉMACO.—Claro que sí, hombre. Mi nombre es Telémaco.

ULISES.—¿El príncipe Telémaco?

TELÉMACO.—Soy el hijo de Ulises, que fue nuestro rey.

ULISES.—Alteza, perdonad mí descortesía, el trato excesivamente familiar...

TELÉMACO.—Nada de excusas, por favor, lo has hecho muy bien. ¿Ves? En esta reacción tuya se nota
también tu extranjería. Aquí todo el mundo me trata con absoluta llaneza y yo lo agradezco mucho. En
las presentes circunstancias, insistir demasiado en mi rango principesco pudiera ser de mal gusto... y
hasta peligroso.

Ulises.—¡Pero sois...!

TELÉMACO.—Tutéame, por favor. Los tratamientos empingorotados siempre son un poco fastidiosos,
pero en la playa y llevando bañador resultan perfectamente ridículos.

ULISES.—Como quieras. Entonces, dime: ¿eres o no eres el heredero del trono?

TELÉMACO.—Hace un momento observabas que mis lecturas no resultan demasiado congruentes con
la frivolidad playera. Pues permite que te diga que tampoco tu conversación acierta con temas
convenientemente... ligeros.

*m*Wr í#i
ÚLTIMO DESEMBARCO

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ULISES.—¿Debo entender que no quieres o no puedes responderme?

TELÉMACO.—Estoy indicándote que lo que me pides es algo más que una simple respuesta. Exiges
que zanje, aquí, sobre la arena,-mientras me tomo un vermut, una espinosa cuestión dinástica. Y la
verdad es que yo no soy precisamente un experto en alta política. Príncipe, lo que se dice príncipe...
pues sí, parece que puedo arriesgarme a decir que lo soy. Pero he aprendido a considerar esta
honrosa condición con cauto desapego. He nacido príncipe, pero nada más, príncipe sin mañana.
Seré siempre príncipe y nunca desembocaré en rey, lo mismo que algunos nacen sólo para novios y
jamás llegan a cumplir como esposos.

ULISES.—¡Luego hay una conspiración contra ti para impedirte el acceso al trono que te corresponde!
No me explico cómo te lo tomas con tanta frialdad.

TELÉMACO.—Si quieres que te diga la verdad, no estoy seguro que el trono me corresponda más a mí
que a cualquier otro que sea capaz de ganárselo. ¿Acaso forma el trono parte de mi sangre, o de mi
piel, o de mis huesos? ¿Es el trono una enfermedad hereditaria o una maldición que me atosiga por
culpa de algún pecado cometido por mis mayores? Dudo mucho que me apetezca reinar, pero estoy
seguro de que no quiero bregar para conseguir mi reino. Y, por otra paite, hay muchos a los que les
haría tanta ilusión...

48

FERNANDO SAVATER

Ulises.—¡Usurpadores!

TELÉMACO.—Con su pan se lo coman.

EURÍCLEA.—¿Qué dices, hijo, que ya es hora de comer?

TELÉMACO.—¡Pero ama, si acabamos de llegar!


EURÍCLEA.—¡Y yo que sé, hijo! A mí tanto mar y tanto sol me amodorran. ¡Vaya, ya se me acabó el
vermut!

ULISES.—A ver, otro vermut para la señora.

EURÍCLEA.—¡Cómo eres, Teíémaco! Parece mentira, con la educación que has tenido... ¿Por qué no
me presentas a tu amigo?

TELÉMACO.—Porque no sé quién es.

EURÍCLEA.—¡Un desconocido! ¡Huy, qué interesante! Y se ve que es un señor, pero que muy señor.

ULISES.—Si me permite...

EURÍCLEA.—¡No, no me diga nada! Déjeme adivinar. A ver, acerqúese. Le advierto que yo soy una
fisonomista estupenda. ¡Y tengo un olfato para la gente! Mi Telémaco ya lo sabe. Me basta mirar cinco
minutos a “¡guien y oírle hablar un poquito para saber a qué se dedica, de dónde viene y hasta el linaje
del que procede. Haga el favor de enseñarme las manos.

ULISES.—Espero que no me lea en ellas nada demasiado adverso.

EURÍCLEA.—Oiga, no me vaya a tomar usted por una pitonisa. Soy perspicaz, pero no adivina. ¿Acaso
tengo pinta de bruja?

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ULISES.—La última que conocí no se parecía en nada a usted, señora.

EURÍCLEA,—Bueno, por eso. ¡Ah, estas manos! Siento algo... Sus manos... ¡Caray, qué calientes tiene
usted las manos! Señal de un corazón ardiente.

ULISES.—Yo creí que eran las manos frías lo que indicaba un corazón ardiente.

EURÍCLEA.—Pues no se fíe, no se fíe. Si yo le contara... Vamos a ver: ¡ha llegado usted por mar!
TELÉMACO.—Naturalmente, ama. ¿No ve que estamos en una isla?

EURÍCLEA.—jMás a mi favor! jY además no te olvides de Pegaso, el caballo con alas, no podemos


echarlo en saco roto. Bueno, lo dicho: usted ha viajado mucho por mar.

ULISES.—Demasiado, sí, señora.

EURÍCLEA.—Sin embargo, no parece marino y le veo demasiado distinguido como para ser pirata. Ha
pasado penalidades, pero nunca ha trabajado en serio con sus manos. Ha sido más rico de lo que es
ahora y ciertamente volverá a serlo pronto mucho más. Tiene costumbre de hablar con la gente y sabe
persuadir y hasta engañar un poquito cuando hace falta. ¡Mucha mano para las mujeres! A ellas usted
les gusta más de lo que ellas le gustan a usted. Su deporte son... ¡los caballos! ¿A que hay en su pasado
un hermoso caballo que nunca podrá olvidar?

ULISES.—¡Es... es asombroso! ¡Sí, sí, de acuerdo en todo!

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FERNANDO SAVATER

EURÍCLEA.—No se extrañe por mis aciertos, querido. Lo sé realmente todo sobre usted. La verdad es
que le he reconocido nada más verle.

UnSES.—Por favor, señora, discreción...

EURÍCLEA.—¿Pero qué discreción ni que nada, hombre? ¡Déjame que te tutee, corazón! ¡Ya estarás
metido otra vez en algún lío de faldas! O tienes deudas de juego, como si lo viera. ¡Ay, maldita afición
al hipódromo! Pero descuida, que aquí ninguno le vamos a dar el soplo a tus acreedores. ¡Qué alegría
verte otra vez!

Ulises.—¡Ama Euríclea!

EURÍCLEA.—¿Ves qué fácil ha sido? En cuanto te puse la vista encima me dije: ¡pero si es mi Ascálafo, el
hijo de la Dione! En tantos años apenas has cambiado. Claro, estás un poco mayor, pero sigues siendo
el mismo buen mozo de siempre. ¿Te acuerdas de cuando me levantabas las faldas por detrás, en el
mercado, y luego echabas a correr gritando que había sido el viento? ¡Bribón, más que bribón! Y dime,
¿cómo otra vez de vuelta por aquí? ¿Qué fue de tu hermano Clodio, el que marchó contigo?

Ulises.—Señora, siento decirle que me confunde usted con otro.

ATENEA.—¿Hace otro vermut?

EURÍCLEA.—¡Vamos, Ascálafo, déjate de disimulos, que estás entre amigos! ¿Qué hiciste de aquel
caballo ruano que tenías, ese que siempre parecía cojo media hora antes de la carrera y lúe-

ÚLTIMO DESEMBARCO

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go ganaba milagrosamente? ¡Pues no le sacaste tú rendimiento al jaco ni nada!

ULISES.—Mire, doña Euríclea: yo no soy ese Ascálafo del que usted habla.

EURÍCLEA.—¡Ah, ya entiendo! Quieres decir que con el tiempo has cambiado y ya no eres aquel
Ascálafo bribonzuelo de antes...

UlíSES.—¡Lo que digo es que ni fui Ascálafo ni lo soy ahora!

EURÍCLEA.—Bueno, no hace falta que te pongas así. Por mi, como si no te hubiera reconocido: te
advierto que cuando quiero puedo ser muy discreta.

TELÉMACO.—Venga, ama, ya está bien. Si este señor dice que no se llama Ascálafo pues él lo sabrá
mejor que nadie. ¿Acaso no puede usted equivocarse?

EURÍCLEA.—¡Pero cómo me voy a equivocar, hijo! Le conozco tan estupendamente como él me


conoce a mí.

ULISES.—Es verdad que yo la conozco, ama Euríclea, pero eso no quiere decir que sea Ascálafo.

EURÍCLEA.—De modo que me conoces,., ¡luego es lógico que yo también te conozca a ti! A ver, chico,
otro vermut, que con todo este lío...
TELÉMACO.—No le vaya a sentar mal, que ya van tres.

ATENEA.—Las aceitunas y las patatitas las pone la casa.

ULISES.—¡Sí, usted también me conoce, tiene

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FERNANDO SA VA TER

que conocerme! Lo que pasa es que aún no ha logrado acordarse. Hace tanto tiempo... Y el tiempo le
va dejando a uno solo, al borrarnos de las memorias de quienes nos conocieron. Pero le aseguro que
yo he sido para usted mucho más que ese Ascálafo con quien me confunde. Por favor, míreme bien,
haga un esfuerzo.

EURÍCLEA.—En fin, no sé... Dame alguna pista.

ULISES.—Aquí, en la pantorrilla: ¡toque, toque!

EURÍCLEA.—¡Pero hombre!... A ver. Es una cicatriz, ¿no?

ULISES.—¡Claro! Producida por los colmillos de un jabalí en aquella cacería, cuando yo era todavía
casi un niño... ¿Cómo no va a recordar esta cicatriz, ama, con la de veces que antes la acarició entre
mimos?

EURÍCLEA.—Sí, me parece conocer esta herida, esta piel, el tacto de tu piel... ¡Ay, dioses! ¡Ay, que me
da algo! ¡No puede ser!

Ulises.—¡Sí, ama, sí!

EURÍCLEA.—¡Tú! ¿Será posible que hayas vuelto a ítaca?

ULISES.—¡Sí! ¡He vuelto, ama! ¡He vuelto a ítaca, pese a todo y pese a todos!

EURÍCLEA.—(Sollozando.) ¡Pero si es que no lo puedo creer! ¡Tantos años esperándote! ¡Gracias,


dioses, por haberme permitido verle de nuevo antes de morir!
UlíSES.—No llores, ama. ¡Ahora todo será otra vez como antes!

ÚLTIMO DESEMBARCO

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EURÍCLEA.—Hombre, como antes, como antes... El tiempo no pasa en balde.

UUSES.—¿Qué quieres decir? Vuelvo a por lo que sigue siendo mío, por mucho tiempo que haya
pasado.

EURÍCLEA.—¡Y qué más quisiera yo que poder dártelo, Persifronte mió! Pero ya ves que estoy muy
mayor, cariño. ¡Y además, me he casado!

ULISES.—Pero ¿quién es ése?

EURÍCLEA,—¡Huy, a mi marido tú no le conoces, no es de tu época! Llegó de Megara poco tiempo


después de irte tú y claro, como me habías dejado como me dejaste...

UUSES.—¡Lo que quiero saber es quién es ese Persifonte y por qué me llamas con ese nombre ridículo!

EURÍCLEA.—Ah, pero entonces no... Es que esa cicatriz me parecía que...

TELÉMACO.—¡Nada, que hoy no da usted una!

EURÍCLEA.—Ya te me hacías demasiado joven para ser mi Persifronte. Pero como los hombres soléis
conservaros mejor...

ULISES.—¡Qué disparate! ¡No es posible! De modo que no me reconoce.

EURÍCLEA.—Pues no, señor, no caigo. Y me extraña, porque a mí no se me suele despintar una cara.

UUSES.—(Riendo amargamente.) ¡Es formidable! Puedo ser Ascálafo, Persifronte o cual-

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FERNANDO SAVATER
quiera. Da lo mismo. Como si nunca hubiera existido antes, como si acabara de nacer al salir del mar.
¡Ahora sí que puedo decir que soy Nadie!

TelÉMACO.—La memoria es un mecanismo muy caprichoso, amigo mío. Y el ama Euríclea, aunque no
quiera reconocerlo, suele empinar el codo con frecuencia y cada vez se embarulla más con los
nombres y las personas. Veo que te lo has tomado muy a mal. ¿Tan seguro estás de que debería
haberte conocido?

ULISE S.—¡ Naturalmente!

TELÉMACO.—¿Y puede saberse por qué?

UL1SES.—Aunque... quién sabe. Quizá sea mejor así. Lo primero que debo ganar es mi propio nombre;
después de tantos desvelos, esta última exigencia heroica me parece más justa que recibir de la
perezosa memoria un título pasado. Voy a inventarme otra vez, Telémaco.

TELÉMACO.—Pero ¿quién eres? O, mejor: ¿quién has sido?

ULISES.—No importa. Lo único que cuenta es esta decisión que te comunico: voy a inventarme. La
próxima vez que nos veamos, me habré ganado ya el nombre que tú mismo me darás. Entonces seré
dueño de mi nombre y mi nombre será de dueño. Quiero llamarme otra vez como los amos; ahora,
aún me toca esperar.

Telémaco.—Dueño, amos... Antes le dijiste a Euríclea que querías recobrar lo que considerabas tuyo.
¿No estás un poco demasiado obsesionado con la posesión?

ÚLTIMO DESEMBARCO

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ULISES.—No se trata de poseer, sino de restablecer la justicia. A cada cual, lo que le corresponde. Esta
es una'máxima que ni siquieera los dioses se atreven a olvidar. ¿Qué sería del orden del mundo si la
usurpación prevaleciese? Pregunta a cualquiera, Telémaco. Díselo tú, muchacho.

ATENEA.—A mí me parece que es algo que ya ha ocurrido antes, ¿no?


ÍJLISES.—¡Y es algo que no ha traído nunca más que males!

ATENEA.—No lo sé. Me cuesta distinguir los males de las consecuencias de los bienes.

TELÉMACO.—Voy a hacerte la pregunta al revés. ¿Qué hubiera sido del orden del mundo si la
usurpación no hubiese prevalecido jamás?

ATENEA.—Por lo pronto, la palabra “amo” ya no tendría tanto énfasis.

ULISES.—¡Basta! ¿Vais a decirme que el derecho legítimo no es mejor que la rapiña?

Telémaco.—Yo diría nada más que la línea divisoria entre ambos no siempre es clara.

ULISES.—¿Y quién tiene la culpa, sino esos que renuncian a luchar por lo que se les debe y retroceden
cobardemente ante la ambición desvergonzada? La justicia es un fantasma impotente sin la firme
decisión de hacerla cumplir cueste lo que cueste. Ya sé que a veces es preciso actuar sin demasiados
escrúpulos, pero la rectitud de la propia causa marca una diferencia esencial, incluso entre
comportamientos aparentemente iguales.

56

FERNANDO SAVATER

TELÉMACO.—¿Y cuál es esa causa recta y justa?

ULISES.—¡Lo que tengo es mío mientras sea capaz de defenderlo o recobrarlo!

TELÉMACO.—Resulta un ideal algo estrecho, ¿no crees?

ULISES.—¡Vuelve a Arquímedes, entonces! ¡Escóndete tras los libros y renuncia a lo que es tuyo!
¡Regala a los desaprensivos todo aquello por lo que no estás dispuesto a luchar!

TELÉMACO.—Pero ¿no comprendes que precisamente así estoy peleando por lo más mío? Mira esto:
lee, si es que puedes descifrar esos números. (Le ofrece unos papeles que guarda entre los libros.) Son
mis apuntes sobre la obra de Aristarco. Los he hecho yo, ¿entiendes?, con mi esfuerzo y con mi
estudio. No me han tocado en ninguna lotería genealógica, sino que han brotado libremente de mi
afición. Son más auténticamente míos que cualquier corona que yo no he elegido ni necesito. No he
tenido que derramar sangre para conseguirlos, ni me he visto obligado a hacer esclavos o a pelear
contra monstruos marinos. Son el botín de una batalla conmigo mismo, pero de una batalla
placentera, in-te-li-gen-te. Y nadie puede arrebatarme esta posesión, porque aunque se lleven los
libros y los papeles, aquí mismo, en la arena, con un simple bastoncillo de madera, puedo volver a
trazar los círculos y los emblemas de la sabiduría. Este es mi reino y para disfrutar

ÚLTIMO DESEMBARCO

57

tranquilamente de él renuncio gustoso a los tronos de la intriga o la rapiña.

ULISES.—¿Dejarás que te despojen de tu herencia?

TELÉMACO.—Lo que tanto se empeñan en quitarme es sólo un fardo para mí. No me despojan, sino
que me descargan. Estoy deseando que ítaca vuelva a tener por fin rey para poder dedicarme a ser yo
mismo.

ULISES.—¡Y serás capaz de vivir bajo el dominio de quien ha usurpado tu puesto!

TELÉMACO.—El puesto que quiero me lo labraré yo y nadie podrá ocuparlo en mi lugar. Pero
probablemente no me quedaré en ítaca, ya que te interesa tanto saberlo. Pienso ir a Atenas o quizá a
Siracusa. Voy a estudiar con los mejores maestros, con los más asiduos en observar con paciencia y
perspicacia los fenómenos de la naturaleza. En cuanto mi madre vuelva a casarse, y ojalá se decida de
una vez, pediré permiso discretamente para hacer mutis. Que mande el que quiera sobre los otros,
mientras yo pueda mandar sobre mí.

ULISES.—¿Y Ulises? ¿Y tu padre, Telémaco? ¿Te has planteado siquiera qué pensaría tu padre de
semejante dimisión?

TELÉMACO.—No sé de qué dimisión hablas.

Ulises.—Vas a cambiar un reino por unos garabatos dibujados sobre la arena, que la marea borrará
dentro de pocas horas.

TelÉMACO.—¿Conoces algún reino capaz de sobrevivir a la geometría?

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FERNANDO SA VA TER

ULISES-—Pero ¿y tu padre? ¡Vamos, estudiante, intenta recordar de quién eres hijo!

TELÉMACO.—Por lo que me han contado, soy hijo de un pirata con suerte. ¡Y ojalá le dure todavía!

ULISES.—Entonces... ¿no crees que ha muerto?

TELÉMACO.—Pues fíjate, como nunca le he visto vivo, no logro imaginármelo muerto. Para mí siempre
será un cuento, inverosímil y eterno, algo para arroparme con vago orgullo por las noches mientras
era pequeño. Ahora he crecido. Ya no le imagino invencible, sólo irresponsable. Irresponsable y ágil:
un magnífico caradura. No le deseo nada malo, aunque tampoco quisiera conocerle. Que siga
felizmente su vida, pero que no enturbie ni quiera determinar la mía. Admito que soy de su estirpe,
pero es evidente que no pertenecemos al mismo tipo. Él es dé los que tienen más prisa para irse que
para volver. ¡Buen viaje, entonces! Mi camino va a ser otro y lo único que le agradezco es habérmelo
dejado expedito. Me marcharé también: en eso, voy a serle fiel. Sin embargo, mis conquistas nada
tendrán que ver con las suyas. Seguro que se hubiera aburrido entre mis libros y a mí me marearían
sus cruceros. Hemos tenido suerte en no conocernos. ¡Que siga bien... y que siga lejos!

ULISES.—¡Oh, qué fatalmente hostiles nos son los mejores deseos de nuestros parientes! No sé qué
decirte, joven: pero te advierto que quizá i

ULTIMO DESEMBARCO

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con los años llegues a arrepentirte de lo que hoy prefieres.

TELÉMACO.—¡Qué profecía tan irrefutable! Apuestas sobre seguro. Dime, ¿acaso él no puede también
haberse arrepentido mil veces desde que abandonó ítaca? Espero que los dos sepamos, sin embargo,
permanecer coherentes con nuestro carácter.

EURÍCLEA.—¡Oye, chico! ¿Por qué no traes la última copa? Se está haciendo tarde.

ATENEA.—Voy en seguida. ¿Ustedes quieren algo más?

TELÉMACO.—¿No ha bebido ya bastante, ama? Mire que luego la reina se enfada conmigo al ver que la
traigo medio piripi.

EURÍCLEA.—¡Pues que se enfade! Además, tú ni me traes ni me llevas. Estoy acostumbrada a ir sólita a


donde me mandan. ¡Euríclea, saca a pasear al principito! Y Euríclea va. ¡Euríclea, prepara las sábanas
limpias de la cama grande! Y yo las preparo, las sábanas del lecho nupcial de Uli-ses el Grande.
¡Euríclea, ayúdame a destejer la urdimbre del telar, ahora que nadie nos ve! Y destejo como una araña
saboteadora. ¡Sí, qué astuta es Penélope y qué lejos está Ulises! Ulises también dicen que es muy
astuto, pero está lejos; y Penélope tiene que guardar la casa. Desde la distancia nadie es capaz de
custodiar su casa. ¡A la salud de la reina! Euríclea hace lo que le mandan y guarda todos los secretos.
¡Qué sabrás tú de los secretos de las mujeres y de sus precaucio-

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FERNANDO SA VATER

nes y de su ambición! Eh, tú, chico... ¿Quieres brindar conmigo a la salud de la reina Penélope?

ATENEA.—¡Claro que sí! Voy a buscarme una limonada.

EURÍCLEA.—¿Una limonada? ¿Y qué es eso? Bueno, da igual. Pero no te olvides de traerme otra copa,
para acabar de una vez.

ATENEA.—¡Por la reina!

EURÍCLEA.—¡Por todas las reinas, guapo! ¡Y por los audaces bastardos con que sueñan las reinas
abandonadas!
ATENEA.—¡Por la bendita soledad de las reinas!

TELÉMACO.—Ya es hora de irse. Y, como siempre, precisamente ahora encuentra el ama un motivo
para quedarse.

ULISES.—Adiós, Telémaco. ¿Te importaría dejarme algunas de estas páginas que has escrito?

TELÉMACO.—¡No irás a decirme que te interesa la geometría!

ULISES.—Quizá llegue a interesarme, con el tiempo.

TELÉMACO.—Te regalo mis obras completas. Yo siempre podré empezar de nuevo.

ULISES.—Yo también quiero hacerte un obsequio. (Busca en la bolsa y saca el puñal) Aquí tienes. Me lo
dejó en herencia un amigo al que engañé diciendo la verdad. Era uno de esos locos orgullosos que
nunca renuncian a lo que creen suyo. Le hablé, ¿sabes?, le hablé, pero él no estaba dispuesto a
entender mis palabras razonables.

ULTIMO DESEMBARCO

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Se mató por no soportar unas cuantas palabras que le despojaban de lo que estaba seguro de
haberse ganado. No había otro mejor que él entre sus compañeros. Te lo digo yo, que luché junto a él
codo con codo y después me beneficié de su muerte voluntaria.

TELÉMACO.—Me da miedo este arma.

UUSES.—Antes de matarse tomó a su hijo pequeño en brazos y le sonrió ferozmente. Una diosa
ofendida fue quien le enloqueció.

TELÉMACO.—Lo guardaré sin miedo, porque no creo que vaya a hacerme falta. Gracias, extranjero.

ATENEA.—Venga, señora, que es hora de irse a casa.

EurÍCLEA.—Pues ¡hala!, a casita. Pero ayúdame: estoy un poco mareada. Es el solerín éste, que le
atonta a una. Dame tu brazo... tu hombro. Espera que me apoye un poquito más. ¡Así, qué gusto!
Anda, Telémaco, no te entretengas charlando con desconocidos. ¿Le has pagado ya a este muchacho
tan amable? ¡Ay, si no estuviera una en todo...! (Sale, ayudada por ATENEA y TELÉMACO.)

ULISES.—También sobrevivir es una forma de castigo. Cuando uno ve lo que conserva, puede medir
mejor lo que ha perdido. El mercurio es emblema privilegiado de la memoria: como el mercurio, la
memoria es plateada y huidiza, gotea, se encharca, pero no empapa las superficies sobre las que
discurre. No es realmente húmeda,

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FERNANDO SAVATER

generosamente húmeda: sólo líquida y brillante. Resbala sin calar. Cierta vez tuve en mi poder unas
gotas de mercurio y me puse a jugar con ellas, en el suelo. Fue ayer mismo, pero yo aún era niño. A
veces, el mercurio formaba una bolita compacta y gelatinosa, otras se disgregaba en lágrimas
resplandecientes, imposibles de atrapar. De pronto una de las lágrimas se deslizó por una rendija del
entarimado y se quedó allí, inalcanzable y fija; como un ojo metálico, blando, que decidiese lanzarme
su mirada imborrable desde una de esas cuevecitas llenas de pelusas que acechan bajo la alfombra.
No pude rescatarla, de modo que seguirá allí todavía, temblando en la tiniebla. El mercurio no se
reabsorbe, ni la memoria tampoco. Por nuestras fisuras se van filtrando gotas viscosas y ágiles de
recuerdos, que saben persistir fuera de nuestro alcance, inmunes al olvido. Nos siguen mirando ya
siempre desde sus evidentes escondrijos. No forman parte de nuestro tejido, saben conservar su
extrañeza, su yuxtaposición. En torno suyo se deposita el polvo de los años y las miguítas que caen de
la mesa del banquete, pero nada les afecta. Acechan nada más, acechan y acechan, sin perdonarnos
jamás el seguir viviendo.

ATENEA.—(Entrando de nuevo en escena.) Ya se han ido. No falla, la vieja siempre se toma alguna
copíta de más. Una mañana, después de haber pümplado bien a gusto, se quedó cerca de la orilla
como un leño y por poco se la lleva la ma-

ÚLTIMO DESEMBARCO
63

rea. ¡Menuda susto le dio a Telémaco, con lo responsable que es ese muchacho! Pero ¿qué te pasa? Te
noto preocupado; aún más, yo diría que hasta ofendido.

ULISES.—Tú ya sabías... todo esto, ¿verdad?

ATENEA.—Más o menos. Es mi oficio o mi carácter, como prefieras.

ULISES.—Ni yo logro recordar el rostro de ítaca ni ítaca se acuerda de mi rostro.

ATENEA.—Euríclea es muy vieja y está casi siempre medio borracha. No tiene nada de raro que no te
reconociese. Pero quizá otros sirvientes, o tu padre Laertes, o la propia Penélope...

ULISES.—Que por lo visto no sufre tanto en mi ausencia como yo creía..., como yo esperaba.

ATENEA.—No te extrañe. Lo mismo que los hombres sois profesionales de la huida, las mujeres son
expertas en olvido... y actúan en consecuencia. Consuélate suponiendo que te da por muerto y que su
posición política no es nada fácil.

ULISES.—Hubiera preferido que no se hubiera hecho con tanta... entereza a lo inevitable. Pero eso es
lo de menos. Sigo creyendo que nada más aparezca yo, las cosas volverán a su cauce. Puedes
llamarme presuntuoso si quieres, pero ahora no confío tanto en su cariño como en su interés. O
mucho ha cambiado la situación o debo seguir siendo la baza más segura de que dispone.

ATENEA.—Puede que tengas razón, aunque...

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FERNANDO SA VA VER

ULISES.—¡Anda, dame la mala noticia!

Atenea.—No dispongo de ninguna, ni buena ni mala. Pero han pasado más de veinte años y te
sorprendería saber la cantidad de mujeres de la edad de Penéiope que prefieren nuevos ardores a una
sabida seguridad.
ULISES.—Insisto en que eso es de todos modos lo que menos me preocupa.

ATENEA.—A ti quien te preocupa y de veras te ofende es Telémaco, ¿verdad?

ULISES.—Sabía que mi hijo me iba a resultar extraño, era inevitable. Pero no creí encontrarlo
convertido en un enemigo.

ATENEA.—¡Vamos, no exageres! ¡Un enemigo! ¡Con la de enemigos de verdad que tú has tenido... y
tienes! ¡El chico te ha salido estudioso, pero nada más!

ULISES.—¿No has oído decir que prefería que yo no volviese? ¡Resulta que soy un magnifico caradura,
ni más ni menos! ¡Renuncia con todo cinismo a su herencia..., a mi linaje!

ATENEA.—Pues ya ves, para no haberte conocido personalmente antes me pareció que ha- „ biaba de
ti con cierta... amabilidad. ¿Qué esperabas, encontrarte convertido en su héroe favoiito merced a
veinte años de ausencia?

ULISES.—¡Ahora debo reconquistar mi trono sabiendo de antemano que el único heredero de mi


sangre renuncia a él! No le exijo que me admire, pero no me parece demasiado pedir que me respete
un poco. Y, sobre todo, que esté dispues-

ÚLTIMO DESEMBARCO

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to a cumplir con sus obligaciones históricas. ¿Qué va a ser de Itaca en estas circunstancias?

Atenea.—No te preocupes, que sin rey no se quedará.

ULISES.—¿Acaso todos los reyes son iguales?

ATENEA.—Como nunca fui subdito, me resulta difícil contestarte. Quizá haya algunos peores que
otros, pero me da la impresión de que todos resultan, a la larga, a la vez insuficientes y peligrosos. Ni
son omnipotentes ni renuncian a fingir que lo son. En cualquier caso, si tanto te preocupaba Itaca,
¿por qué te fuiste?
ULISES.—Nunca creí que fuera a resultar una ausencia tan larga. Además, existen compromisos y
alianzas a las que no es posible renunciar. ¡Y el afán de hazañas y de gloria! ¡También mis proezas son
un servicio público, porque la gloria de Ulises es la gloria de ítaca! Pero tú no puedes comprender
estas cosas, como durar no te cuesta nada, no sabes la de esfuerzos que debemos hacer los humanos
para intentar inmortalizarnos un poco. Sobre todo, lo importante es que he vuelto. Un retorno que no
ha sido nada fácil, como no ignoras. ¿Qué otra prueba necesitas de mi preocupación por ítaca?

ATENEA.—Acepto sin mayor disputa tu enorme interés por ítaca y en especial por su gobierno. Sueñas
con ítaca, te desvives por ítaca, contra viento y marea has logrado volver a ítaca. Muy bien, Y ahora
dime; ¿por qué? ¿Qué se te

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FERNANDO SAVATEK

ha perdido a ti en ítacá. Ulises? ¿O qué pierdes tú sí pierdes Itaca?

ULISES.—Es inútil que intente explicártelo, porque no lo vas a entender. Perdona, no quiero ofenderte,
eres la inteligencia misma, pero esto, concretamente esto, no puedes comprenderlo. A este respecto
te pareces a Telémaco: él vive para lo intemporal y tú eres eterna. Itaca está en el tiempo, es un
pedazo de historia: Itaca es lo que se nos escapa. Itaca es mía, Atenea: ¡mía, mía! Y yo soy de Itaca. Las
cosas pequeñas son de quien primero les pone la mano encima, pero las grandes pertenecen a quien
se arriesga a ser poseído por ellas. Ser dueño de Itaca significa: Itaca se ha apoderado de mí. Y tengo
que hacerme digno de lo que me corresponde o no seré nada. Todos los obstáculos no son más que
pruebas para ver si merezco lo que por destino es mío, aquello a lo que me he entregado. Me fui lejos
de Itaca para saber con mayor certeza que a mí y sólo a mí me toca poseerla. Día tras día, año tras año,
he rein-ventado Itaca, suponiéndola, ordenándola desde lejos. Ahora he vuelto y, aunque apenas la
recuerdo físicamente, es más mía que nunca. Mi anhelo se ha convertido en la más fiable seña de
identidad, en el más indiscutible de los parecidos. La tengo por fin, contra toda duda. Aunque nadie
me recuerde, Itaca es ya mía; aunque la reina no me sea fiel, ítaca ya es mía; aunque mi hijo ignore mi
causa o aborrezca su propio principado, aunque el nombre de Ulises deba ser
ÚLTIMO DESEMBARCO

para siempre Nadie, iítaca es ya mía, definitivamente!

ATENEA.—En efecto, me cuesta entenderte. Como nunca he tenido nada mío, no comprendo esa
especie de orgullo salvaje que pones en poseer. Hablas de Itaca como si fuera una mujer a la que por
fin has sometido a tus deseos., cuando en realidad es un conjunto de familias, amores, traiciones y
proyectos. Itaca está hecha de Eurí-cleas y Telémacos, UHses, cada uno con su propio vicio y su propia
ambición. No es una majestuosa y sólida estatua que puedas abrazar, sino millares de imprevisibles
formas de resistirse a tu voluntad unificadora. La ítaca que tu posees es una alucinación privada, un
interminable monólogo tuyo y sólo tuyo; la Itaca en la que ellos viven es un coro discordante y plural,
un entrechocarse de apetitos y frustraciones cuya diversidad se recubre engañosamente con un
nombre único. De la Itaca que tú te has creado eres, por supuesto, el amo indiscutible, pero de la otra
Itaca, de la ítaca de todos, de ésa no podrías ser dueño de veras ni aunque volvieras a sentarte en el
trono.

ULISES.—Déjame intentarlo. ¿Me ayudarás?

ATENEA.—Sí, ya te he dicho que voy a ayudarte. Aunque me gustaría que me dejaras ayudarte mejor.
Yo te diría...

ULISES.—Quiero que colabores conmigo sólo en la realización: pero el proyecto ha de ser mío.

ATENEA.—No se trata de proponerte ningún

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FERNA NÜO SA VA TER

plan, sino de presentar una enmienda a la totalidad del tuyo.

ULISES.—Entonces no me interesa.

ATENEA.—Por favor, concédeme un momento.


ULISES.—No, no. Perdona, no te enfades conmigo, pero no.

ATENEA.—¿Tienes miedo de que te convenza?

ULISES.—Temo que me hagas renunciar.

ATENEA.—Pues quieras o no vas a escucharme. Óyeme y después haremos lo que tu decidas.

ULISES.—Pero es que ya estoy decidido...

ATENEA.—¡Calla, mortal! Empieza a fastidiarme este forcejeo. Nunca he tenido tantos miramientos
con nadie como contigo. He dicho que voy a hablar.

ULISES.—Pues entonces te escucho.

Atenea.—Así me gusta. Antes dijiste algo sobre la inmortalidad, a propósito de no sé qué


impertinencia. Te pregunto: ¿quieres realmente ser inmortal?

ULISES.—Bueno, verás, es algo que ya me han propuesto antes. La ninfa... y Circe también. Fueron
muy cariñosas conmigo. Pero creo que esas cosas no deben resultar bien a la larga. Además, ya sabes
que soy casado.

ATENEA.—¿Habráse visto? ¿Pero qué te imaginas, marrano? ¡Estás hablando con una virgen eterna,
que ha rechazado la hierogamia con el propio Apolo! ¿De dónde iba yo a proponerte a ti...? ¡A ti! ¿Vas a
compararme con esas brujas que has conocido?

ÚLTIMO DESEMBARCO

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ULISES.—Perdona, diosa, ha sido un malentendido, sin mala intención... Es que Calypso me dijo...

ATENEA.—¡No me vuelvas a hablar de ésa, que te fulmino! Está visto que en cuanto se os da un poco
de confianza perdéis los modales y hasta la decencia. ¡Qué humillación! ¡Pensar que suponías...!
Prefiero no recordarlo siquiera, porque si no te vas a enterar de quién soy.
ULÍSES.—¡Ay, qué torpeza! Te suplico... No, si ya me parecía a mí raro...

ATENEA.—¡Basta! ¡Ni una palabra más sobre este asunto! A ver, deja que me tranquilice un poco.
¿Dónde iba?

ULISES.—Me habías preguntado si yo deseaba ser inmortal y entonces, estúpido de mí, creí entender...

ATENEA.—¡Sssss! Repito: ¿quieres ser inmortal?

ULISES.—Detesto la muerte y el olvido.

ATENEA.—Todo tiene un precio, ¿lo sabes? También por conseguir la inmortalidad tendrás que pagar,
y quizá lo que más te cueste.

ULISES.—Eso es lo que temo.

Atenea.—Pero te estoy hablando de la verdadera inmortalidad, no de la fama, la gloria y esas


zarandajas. Me refiero a la vida, Ulises, a la juventud que no acaba, a los amaneceres de nueva fortuna,
a los amores dé paso, a seguir para siempre la ruta más larga. Tu nombre, en cambio, quizá deba ser
ya definitivamente Nadie.

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FERNANDO SA VA TER

ULISES.—Yo sé que soy Ulises, aunque de vez en cuando haya debido ocultarlo.

ATENEA.—¡Deja tu nombre a un lado! ¿Qué inmortalidad buscas, la tuya o la de tu título?

ULISES.—¿Pueden separarse?

Atenea.—Si no sabes hacer esa separación, estás perdido. Ulises, el rey Ulises, no tiene otro destino
que la muerte, aunque quizá su nombre se repita durante unas cuantas generaciones. Pero en
cambio, Nadie puede vivir sin límite.

ULISES.—Y ¿qué debo hacer para eso?


Atenea.—Aquello a lo que más te resistes. Debes volver al mar.

ULISES.—¿Al mar? ¡Nunca más!

ATENEA.—¡Recuerda la profecía de Tiresias!

ULISES.—Vertimos sangre en el suelo, allá en la Isla de los Muertos. Los vimos acercarse, temblorosos
y vanos, con una sed sin esperanza en los ojos borrosos. Mi pobre madre estaba entre ellos y yo aún
no sabía que había muerto. También Aquiles y Ayax, que me volvió la espalda, y el adivino Tiresias. Me
repugnaban sus voces quebradizas, como de niños jugando a lo lejos. Sentíamos frío y humedad: uno
de mis compañeros se desmayó.

ATENEA.—¿Has olvidado las palabras de Tiresias?

ULISES.—No he olvidado nada de aquella noche atroz. Tiresias profetizó que yo volvería a mi patria y
recuperaría mi reino.

Atenea.—Y luego...

ÚLTIMO DESEMBARCO

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ULISES.—Luego dijo que yo me apartaría de todas las orillas y que moriría lejos del mar, en una tierra
cuyos habitantes ignorasen lo que era un remo o una vela.

Atenea.—¿Comprendes ahora? ¡Morirás lejos del mar! ¡Volverás a ser dueño, esposo y aun rey, pero
morirás! En ese mar que crees odiar está tu juventud eterna, la peripecia que nunca se marchita. Serás
Nadie, no poseerás ya nada, ni siquiera el acuciante propósito de regresar, pero mantendrás a raya la
trama de la muerte. ¡Vuelve al mar, Ulises! ¡Vuelve al mar y sálvate!

ULISES.—¡El mar, otra vez! ¡La hostilidad del mar, la incertidumbre, la soledad del mar!

ATENEA.—Yo... iré contigo. Estaré siempre cerca. Jugaré al escondite con.tu ingenio a través de mil
disfraces. ¿Acaso no te basta? Te prometo que nunca estarás del todo solo.
Ulises.—Es imposible.

ATENEA.—¡Es la única salida! ¡La salvación!

Ulises.—No puede ser. Lo que dices me da miedo. Tengo miedo de esa inmortalidad, no la
comprendo, me parece... inhumana.

Atenea.—Es que lo humano es morir.

ULISES.—Será entonces que tengo miedo de no morir.

ATENEA.—Creí que los héroes sabíais vencer vuestro miedo.

ULISES,—No se puede vencer el miedo. Lo que hay que hacer es combatirlo con otro miedo mayor.

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FERNANDO SA VA TER

ATENEA.—¿No es el miedo a la muerte el mayor de todos para vosotros?

ULISES.—Eso es lo que nos gustaría creer, pero para los pocos que hemos podido elegir se revela aún
mayor el temor a una vida interminable.

ATENEA.—Me decepcionas, Ulises. Creí que eras diferente a los otros. Me pareció haber encontrado en
ti algo del mismo fuego sabio de que estoy hecha, pero por lo visto fue sólo un espejismo. ¡Ya ves,
también los dioses podemos hacernos ilusiones! ¿Sabes por qué me fijé en ti entre todos los demás
héroes? Porque se te notaba contento contigo mismo, inquieto pero contento, preocupado pero
contento, y porque exhibías un amor indecente hacia la vida. Tú mismo eres como la vida: audaz,
mentiroso, aprovechado, traicionero, rico en recursos y pobre en escrúpulos... ¡Siempre queriendo
probarlo todo, pero sin entregarte completamente a nada! Los restantes héroes que he conocido
parecían matarifes sudorosos y rebozados en sangre, buscando desde jo-vencitos, a través de las más
feroces proezas, la inmolación fin&í, su gran momento. Apenas hablaban más que para lanzar desafíos
y siempre tenían prisa en precipitarse de cabeza a su perdición. Lo único que en el fondo querían era
abolir-se cuanto antes y del modo más espectacular posible. Te suponía mejor avisado que ellos, más
duradero, más astuto..., pero compruebo que a fin de cuentas eres igual que cualquiera de tus
colegas.

ÚLTIMO DESEMBARCO

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UliSES.—Y, sin embargo, no. Atiende, déjame que te explique. Es muy cierto que los héroes no somos
todos iguales, pero quizá la diferencia esencial no estriba en lo que tú supones. Voy a recordarte un
momento de la guerra de Troya, que probablemente conoces aún mejor que yo. Sucedió en el último
año del asedio. Aquiles se había encolerizado con Agamenón por discrepancias a la hora de repartir el
botín y había abandonado el combate. Su amigo Patroclo, al que tanto amaba, le pidió prestadas sus
armas para ocupar su lugar en la batalla. Fue un gesto hermoso, pero inútil: pronto el gran Héctor dio
cuenta de Patroclo, y nosotros, en medio de una retirada desastrosa, nos vimos luchando por su
cadáver contra nubes de troyanos envalentonados. Yo peleaba codo con codo junto a Diomedes y
veía allí a mi derecha el enorme escudo vertical de Ayax, cribado de flechas. No queríamos abandonar
el cuerpo de Patroclo, pero la situación se hacía insostenible; recuerdo que miré un momento a los
ojos a Diomedes y leí en su rostro crispado, cubierto de sangre propia y ajena, que nuestro último
combate llegaba a su fin. Entonces sucedió algo y todo se detuvo, como en un sueño. Se oyó un grito.
No, no fue simplemente un grito. Era un clamor abrasador y potente, como la voz de un clarín
desesperado; allí estaba todo, el odio viril al enemigo y la certeza de la muerte próxima, el
desconsuelo por la pérdida del amigo y el lamento de la juventud traiciona-

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FE R NAND O SA VA TER

da, el desafío, el esplendor, la soledad, la noche. Cerca de nuestro campamento, sobre unas rocas
azules, vimos la silueta de Aquiles, limpio, desnudo, recortándose con dureza contra el llamear del sol.
Tenía el brazo en alto y volvió a gritar. Los caballos de los carros de guerra se encabritaron y
retrocedieron, atropellando a soldados despavoridos, mientras otros arrojaban al suelo las armas y
huían. Los troyanos se replegaron y nosotros, temblorosos, recogimos el cadáver del noble Patroclo.
Al retirarnos miré hacia Jas rocas y vi que allí seguía todavía Aquiles, terriblemente soío, ahora mudo,
pero aún con el brazo en alto.

ATENEA.—Esa tarde yo grité con Aquiles en la llanura de Troya.

ULISES.—Yo no soy el héroe con el brazo en alto, Atenea. No soy de esa clase. El mundo de Aquiles era
simple e intenso, quizá sin demasiados perfiles, pero insuperable. Nada le faltaba y nada tenía: podía
ir por la tierra desnudo y arrebatado, sin otra coraza que la fatalidad de su juventud. Todos sabíamos
que no duraría mucho y también sabíamos que era ya, por su propia virtud, eterno. Aquiles no podía
volver a casa, ni criar hijos ni planear su futuro. Estaba destinado a arrasarlo todo a su alrededor y en
sí mismo; tenía que bramar, regocijarse y sufrir, nada más, como una tormenta. Nadie dejó de temerle
ni de admirarle, pero nadie llegó a odiarle jamás. Mi caso es distinto. A mí no me basta con la celeridad
relampagueante del riesgo, ni me conformo

ULTIMO DESEMBARCO

75

con el vagabundeo mágico: necesito también la serenidad del triunfo y el remanso sagrado, llegado el
crepúsculo, cuando uno repasa sus tesoros y narra su historia. Quiero sobrevivir a mi momento
glorioso, no chisporrotear y consumirme en él. Yo no sé ir desnudo por el mundo: necesito objetos que
me confirmen y personas que me acompañen, una mujer que lleve mi nombre con discreción y
también hijos que lo perpetúen. Y todo un pueblo, ¿por qué no?, todo un pueblo que me necesite, que
me reclame, que me venere y que, en cualquier caso, me obedezca. Aquiles había nacido fugaz y
eterno, pero yo debo ganarme con paciencia, institucionalmente, mi perduración. Por eso he vuelto:
para que al fin tenga sentido todo lo demás.

ATENEA.—¿Sabes lo que te espera?

ULISES.—No me hago ilusiones sobre el recibimiento que voy a tener, pero ahora puedo decirte que a
fin de cuentas no he vuelto por nadie, sino por mí mismo. Y te pregunto por última vez si vas a
ayudarme.
ATENEA.—Ahora sí. Ya no queda nada más que decir.

ULISES.—Entonces, en marcha.

Atenea.—¿A dónde?

ULISES.—A palacio. A mi palacio.

ATENEA.—Espera. No puedes ir así. Aunque Euríclea no te haya reconocido, eso no quiere decir que
todos tus enemigos vayan a ser tan aturdidos como ella. Necesitas un buen disfraz.

76

FERNANDO SA VA TER

ULISES.—Me pongo en tus manos. ¿Qué se te ocurre?

ATENEA.—Lo más sencillo suele ser lo más eficaz. (Rebusca en la bolsa de Ulises y va sacando la
indumentaria que le parece más adecuada,) Como vas en búsqueda de lo que es tuyo, preséntate sin
nada, como un mendigo. Así nadie sospechará en ti la condición de propietario y te atribuirán el papel
de parásito, que para empezar es el más cómodo y seguro. Y ahora lo más importante: puesto que vas
a reconquistar el tiempo perdido, debes llegar convertido en un anciano. Que caigan tus cabellos, que
se vacíen tus encías, que tu piel se arrugue y tome un tono amarillento, que tus miembros se debiliten
y pesen a tu ánimo cansado. Eres un exiliado de los años y debes retornar marcado por ellos. (Sus
manos van acariciando a ULISES y robándole las apariencias de la madurez juvenil, para concederle
una prematura senilidad.) Envejece, Ulises: envejece, astuto Laertíada, detestado Odiseo, mi tenaz
amigo Nadie, envejece como te corresponde. Para ser de veras dueño hay que hacerse anciano. Ya
eres viejo, rey Ulises: ya puedes volver a casa.

ULISES.—Vuelvo a mi casa. Gracias, diosa, por ayudarme a darle definitivamente la espalda al mar.

(Sale lentamente, con paso cansino. Queda Atenea sola, inmóvil, de espaldas al público. Ruido de
olas.)

FIN
VENTE A SINAPIA

UNA REFLEXIÓN ESPAÑOLA SOBRE LA UTOPÍA

SINAPIA: POR QUE Y COMO

Desde hace bastante tiempo me vengo interesando por el pensamiento utópico, por sus promesas y
por sus miserias, por su peligrosa y quizá indispensable fascinación. He leído a muchos utopistas y
también a muchos adversarios de la utopía o profetas distópicos; he frecuentado a Bloch y a Marcuse,
pero también a Aldous Huxley (quien dijo que “lo peor de las utopías es que ya son efectivamente
realizables”) y a Cloran. Sin embargo, cuando José Luis Gómez me dio a leer la Sinapia _y me propuso
intentar un espectáculo teatral en base a ella, jamás había oído hablar de esta utopía española del
siglo de las luces. En España no hay literatura utópica (como tampoco, por otra parte, existe literatura
fantástica, salvo en esa rama demasiado especializada y abstrusa, la teología); las infrecuentes
menciones de temas utópicos son derogatorias o burlescas, por ejemplo, en el caso de las
desventuras y gozos de Sancho en la ínsula Barataría. La Sinapia es un producto único y, hasta el año
1976, cuando fue editada por Mi-

80

FERNANDO SA VATER

guel Aviles en Editora Nacional, prácticamente desconocido. El texto, atribuido al conde de


Campomanes, es literariamente pobre, miméti-co y del mínimo vuelo teórico imaginable: más que
desmentir la inexistencia del género utópico en España, sirve como párvula excepción que confirma la
regla. Pero ahí está, casi conmovedor en su pobreza, inversión antitópica —más que utópica— de la
Hispania dieciochesca hasta en las letras de su nombre. El reto para mí era ver qué podía hacerse
teatralmente hablando con semejante pie forzado.

En seguida comprendí que las posibilidades dramáticas de la Sinapia de Campomanes no son mucho
mayores que las musicales que pueda tener, por ejemplo, el Código Penal. Pero me tentó la idea de
utilizarla como pretexto para una reflexión “a la española” sobre la utopía; “a la española”, es decir,
que unos cuantos compatriotas nuestros de comienzos del siglo XIX le dieran vuelta a los temas
eternos de lo posible y lo necesario, de la confrontación del sueño de uno con la dispariad
convivencial de los muchos. Siguiendo mi impúdica costumbre, he tomado lo que necesitaba allí
donde pude hallarlo y utilizo sin remilgos a Donoso Cortés y al abate Marchena, a Cloran, a Conrady
hasta un popular responsorio de San Antonio. El resultado es una pieza dramática utópica en sí
misma, porque pretende cumplir un proyecto teatralmente imposible y porque no retrocede

VENTE A SJNAPIA

81

para ello ante el velado anacronismo o el disparate psicológico-histórico. Pero quizá por eso mismo
esjiel a su tema y digna de él, pues pretende respetar la capacidad de sueño (y, por tanto, de
innovación y desafio a lo real) que los hombres nunca podrán perder sin renunciar a serlo.

REPARTO

(Por orden de intervención)

Duque de Salsipuedes: Manuel Collado Álvarez. Antonio: Andréu Polo. ArgensolA: Juanjo Menéndez.
Germinal: José Antonio Correa.

Ayudante de Dirección: Andréu Polo. Iluminación: José Miguel López Sáez. Vestuario: Juan Antonio
Cidrón. Escenografía: Miguel Navarro. Dirección: María Ruiz.

Han colaborado en este montaje:

Realización Escenografía: Luis Ferrer. Realización Vestuario: Ana María Puerto (de la sastrería del
Teatro Español). Peluquería: Julipi. Fotografía: Ros Ribas. Diseño Cartel: Miguel Navarro. Diseño
Programa: Vicente Alberto Serrano.

BIBLIOGRAFÍA
Sinapia. Una utopía española del siglo de las luces, edición de Miguel Aviles, Editora Nacional, 1976.

Utopías y pensamiento utópico, de Frank E. Manuel, Espasa-Calpe, 1982.

El principio esperanza, de Emest Bloch, Aguilar.

Ideología y utopía, de Kari Manheim, Aguilar.

Le récit utopique, P. F. Moreau, PUF, 1982.

Arquitectura y utopía, J. A. Ramírez, Universidad de Málaga, 1981.

Histoire et utopie, de E. M. Cioran, Idees, Gallimard.

Vtopian tkought in the Western World, Manuel y Manuel, The Belknap Press of Harvard University
Press, USA, 1979 (traducción castellana de próxima aparición en Taurus ediciones).

fc—'

NOTA DEL AUTOR

Lo aquí publicado es el texto tal como se representó en el Teatro Español de Madrid. Eí original
completo de la obra, notablemente más extenso y diferente en algunos detalles, será objeto de una
edición definitiva posterior.

-^

“No merece ni siquiera una mirada un mapamundi en el que no encuentre el país Utopia.”

Óscar Wilde.

“No hay movimiento como tal que no contenga un ingrediente utópico. Incluso respirar sería un
suplicio sin el recuerdo o el presentimiento del paraíso, objeto supremo —y sin embargo inconsciente
— de nuestros deseos, esencia informulada de nuestra memoria y de nuestra espera.”
ClORAN.

“Finalmente se observa que, así en el sitio como en todo lo demás, es esta península perfectísima
antipode de nuestra Hispania.”

Descripción de “Sinapia”.

DRAMATIS PERSONAE

Germinal: El viajero que ha estado en Sinapia. Regenera-cionista, cientifísta, ingenuamente entusiasta


de la utopía. Su apariencia, indumentaria y algunas de sus manías recuerdan un poco a un sabio de
Julio Verne El Duque de Salsipuedes: Déspota ilustrado, mecenas y presidente vitalicio de la Real
Sociedad Científica de Amigos del País. Partidario intransigente de los usos católicos de la política y de
Jos usos políticos del catolicismo Argensola: Escéptico, burlón, latinista y afrancesado. También
irreverente e incluso volteriano, aunque dentro del orden que impone el Duque. No cree en las
colectivizaciones de la felicidad y hasta desconfía de la felicidad a secas.

Es secretario perpetuo de la Real Sociedad

Antonio: Bedel de la Real Sociedad Científica. Servicial

y discreto

ACTO ÚNICO

DUQUE.—Damas y caballeros, muy buenas tardes. La Sociedad Científica de Amigos del País se honra
recibiendo a tan docta y distinguida concurrencia. Están ustedes en su casa. Les estábamos
esperando. Señora, a sus pies; permítame decirle que está usted irresistible esta noche. Su marido es
sin duda un hombre muy afortunado... ¿el señor no es su marido?..., ¿aún está usted soltera?...,
¡caramba, no sé en qué piensan los jóvenes de hoy!, ¡si yo tuviera unos años menos!... A sus pies, a sus
pies. Señor doctor, me alegro mucho de que sus obligaciones no le hayan impedido visitarnos: ya sabe
usted cómo se le aprecia y se le admira en esta casa. ¡Vaya, pero si tenemos aquí nada menos que a
todo un señor diputado conservador! ¿Cómo vamos, amigo Orbaneja? ¿Le dan a usted mucha brega
los liberales en el Congreso? Tiempos difíciles, si señor: ¡pero tiempos de firmeza! ¡Usted firme,
Orbaneja! Pero no aquí, hombre de Dios, ¡El señor canónigo magistral! Permítame besar la mano de su
ilustrísi-ma; me congratulo de que piense usted, como yo, que la luz de la ciencia no está reñida con el
magisterio de nuestra madre la santa Iglesia Católi-

90

FERNANDO SA VALER

ca, Apostólica y Romana. Amén. Buenas, buenas. Ahora en seguidita les serviremos una taza de
chocolate. Pueden ir admirando ustedes entre tanto nuestras colecciones; les aseguro con legítima
satisfacción que nos las envidian los más importantes museos de Europa. Nuestra querida patria está
a la cabeza del auténtico conocimiento no reñido con la fe, digan lo que digan los ma-sonazos de
turno. ¿Qué me dicen ustedes de esta apabullante serie de minerales? Tiene de todo: su bauxita, su
pirita, su cinabrio, su oricalco y hasta su asbesto. ¡Ahí es nada! ¿Y nuestra exposición de animales
disecados? Allí pueden ustedes ver un águila imperial, un lince y un feroz jabalí; este bicho tan extraño
es nada menos que un lobo de Tasmania, una pieza realmente única. Y éste es el señor Argensola,
secretario perpetuo de nuestra Sociedad científica. Si hacen ei favor de prestarme su atención, les
mostraré nuevas maravillas. Nuestra sección cartográfica reúne mapas de todas las partes del mundo.
Nuestra biblioteca, que es una de las mejores del país, gracias a los desvelos del amigo Argensola... y
también a las larguezas de mi peculio, todo hay que decirlo. Pero el saber no es lo primero, tal es mi
lema. Aquí llegamos a lo que podríamos llamar nuestro sancta sanctomm. Fíjense qué máquinas
prodigiosas, qué instrumentos de precisión. Y ahora voy a enseñarles mi preferida... Fíjate, Antonio.
¿Atento? ANTONIO.—Sí, señor duque. No le quito ojo al chisme.

VENTE A SINAPIA

91

DUQUE.—Ahora le doy vuelta a este manubrio y... (Lo hace; todo se pone en funcionamiento.) ¡Fíjense
cómo responde la correa de transmisión y cómo por aquí pasa el movimiento a la biela, luego a este
émbolo, se dispara el pistón y da vueltas la rueda dentada! ¿Ves? El tornillo sin fin gira que te gira y
corre ese piñón y la charnela del engranaje... ¡Pero míralo, Antonio, míralo tú mismo!
ANTONIO.—Ya lo veo, señor duque. El martillo pilón también ha entrado en funcionamiento. Es una
pequeña maravilla muy instructiva, con el permiso de vuestra excelencia.

DUQUE.—No tan pequeña, amigo mío, no tan pequeña. ¿Te das cuenta de que si no fuera por la
fricción, o sea, en condiciones ideales, todos estos diversos movimientos continuarían
perpetuamente?

ANTONIO.—¡Ay, señor duque, qué no ocurriría si se diesen las condiciones ideales!

DUQUE.—Hablando de condiciones ideales. En esta santa casa hace un frío polar. ¿Se puede saber
qué pasa con la calefacción?

ANTONIO.—Pues voy a ver si la estufa ha vuelto a apagarse. (Suenan fuera una serie de explosiones y
regüeldos motorizados.)

DUQUE.—Pero ¿qué es eso?

ANTONIO.—(Va corriendo a mirar por la ventana.) ¡Válgame Dios!

DUQUE.—(Que sigue atento a la máquina.) ¿Qué pasa, hombre?

92

FERNANDO SAVATER

ANTONIO.—Ese pobre hombre que viene hecho un ecce homo ¿qué le habrá pasado? Voy a echarle
una mano al señor Argensola. (Sale.)

DUQUE.—¿Argensola dices? ¡Vaya, hombre! ¡Argensola tenía que ser! (Acude a la ventana.) ¡Y que
vienen hacia aquí! ¡Nada, que lo trae a la sociedad, como si lo viera! ¡Disparate tras disparate!

(Entran ARGENSOLA y ANTONIO, con GERMINAL apoyado en ambos y aspecto sumamente


desastrado.)

Argensola.—Así, así, con cuidadito... ¡Ánimo, hombre!


ANTONIO.—¡Menudo trastazo!

ARGENSOLA,—Pues yo creo que no tiene nada roto.

ANTONIO.—Milagro debe ser.

Argensola.—Ya se sabe que la providencia suele cuidar de los locos y los niños. Ha sido un accidente,
señor duque. Y como conozco la generosa hospitalidad de vuestra excelencia...

DUQUE.—Pero este buen hombre más que hospitalidad lo que necesita es un hospital. Estamos en la
Real Sociedad Científica de Amigos del País, Argensola, no en una casa de socorro y como usted
comprenderá...

ARGENSOLA.—Pero es que aquí el señor es un científico.

DUQUE.—¿Un científico? ¡Haber empezado por ahí! Entonces estamos entre colegas y no hay

VENTEA S1NAPÍA

93

más que hablar. Puede usted sentarlo aquí, que estará más cómodo.

Germinal.—(Entre gemidos y balbuceos.) Es usted muy amable, distinguido señor... Muy amable... Ya
vieron ustedes que empezaba a despegar... Perfectamente... aunque todavía no puede decirse que
esté del todo a punto. Aún faltan detalles, retoques... quizá el fleje del ala izquierda... de ese fleje
nunca estuve muy seguro... Mañana lo revisaré otra vez. Vieron ustedes cómo empezaba a despegar,
¿verdad? i Ay, mis ríñones! Son ustedes muy amables, señores. Germinal García, a su servicio.

ARGENSOLA.—Su excelencia el señor duque de Salsipuedes.

Duque.—Tanto gusto.

ARGENSOLA.—Martin Argensola, impresor y librero.

DUQUE.—Nada, hombre, eso no es nada. Que le traigan a usted algo de tomar y se pondrá como
nuevo. A ver, Antonio, un chocolate bien espeso para este señor.

ARGENSOLA.—¿No sería mejor un café?

DUQUE.—Nada de café, Argensola, que no estamos en París. Un chocolate a la española le sentará de


maravilla.

Germinal.—Y si puede también una copita de anís...

DUQUE.—¡Naturalmente! Así me gusta. Antonio, trae un chinchón dulce con el chocolate. Y date prisa,
que es una urgencia.

94

FERNANDO SAVATER

ANTONIO.—Ahora mismo, señor duque. Precisamente estaba preparando el chocolate de vuestra


excelencia.

DUQUE.—¡Ah, pues mucho mejor! Nos trae también una taza al señor Argensola y a mi, con anís
incluido. Y estos señores (Refiriéndose al público,), que pidan lo que quieran. Algo que les caliente
porque con este frío deben necesitarlo.

Argensola.—Es usted un auténtico mecenas, señor duque.

DUQUE.—Psché... Los científicos debemos formar una gran hermandad y ayudarnos unos a otros en lo
material y en lo espiritual. ¿No opina usted lo mismo, amigo...?

Germinal.—Llámeme Germinal, señor duque.

DUQUE.—No me parece un nombre muy católico. Suena a masón y afrancesado.

GERMINAL.—Mi padre era un gran admirador de la Convención y de Camilo Desmoulins.

DUQUE.—Y ése ¿quién fue?

ARGENSOLA.—El secretario de Danton y uno de los mejores oradores de Francia. Fueron sus
proclamas las que precipitaron la toma de la Bastilla.

DUQUE.—¡Un revolucionario! ¡Un partidario del terror!

ARGENSOLA.—Se opuso al terror jacobino y fue guillotinado junto con Danton.

DUQUE.—¡Bien empleado le estuvo! La revolución devora a sus hijos... Es más fácil desatar a la fiera
popular que convivir luego con ella. Pero

VENTE A SINAPIA

95

aquí tenemos ya el chocolate. (ANTONIO trae las tazas humeantes y las copas.) Y dígame usted,
Germinal, ¿qué es lo que se proponía hacer con esa ruidosa chatarra ahí en la plaza?

GERMINAL.—He inventado una máquina de volar, señor duque. Claro que todavía le faltan algunos
ajustes, pero son cosa de poca monta.

ARGENSOLA.—¡De poca monta, dice! Bueno ha quedado el cachivache...

Germinal.—Pero ustedes vieron que estuvo a punto de despegar...

ANTONIO.—Con el permiso de vuestra excelencia, yo vi cómo se levantaba un poquito.

DUQUE.—Se levantara poco o mucho, bien claro está en qué paró la cosa. Además, se trata de un
empeño absurdo y antinatural. Los hombres no estamos hechos para volar.

GERMINAL.—¡Pero usted no puede decir semejante cosa! Volar es uno de los sueños más antiguos d&l
hombre. Si soñamos con volar es que vamos a volar, es que debemos volar...

DUQUE.—SÍ soñamos con volar, es precisamente porque no podemos volar.

GERMINAL.—¿Quién tiene autoridad para establecer de antemano lo que pueden alcanzar nuestros
cuerpos y nuestras almas? De un modo u otro, nuestro deseo de volar logrará hacernos volar. Los
medios no faltan, aunque hay que encontrar el más adecuado. Se han propuesto tantas
extravagancias... (Murmurando como para sí y regañando a un interlocutor invisible, en

96

FERNANDO SA VA TER

ocasiones.) Desde luego, lo de Cyrano de Ber-gerac fue despropósito. ¡Atarse botellas de rocío a la
cintura para que el Sol las atrajera hacia sí! ¡Habráse visto! ¡No, señor mío, un poquito de sensatez, por
favor! Porque también lo de Leonardo... El gran Leonardo da Vinci quería construir un pájaro
mecánico, pero no encontró quién se lo financiara.

DUQUE.—¿Y por qué habría nadie de financiarle semejante locura?

GERMINAL.—Subido en su pájaro colosal, Leonardo esperaba llegar hasta la nieve que cubre la alta
cima de las montañas y recogerla para refrescar las calles de Florencia durante el estío.

DUQUE.—¡Un objetivo digno del medio propuesto para alcanzarlo!

ARGENSOLA.—También Don Quijote y Sancho creyeron volar montados en Clavileño, el mágico corcel
de madera. Y oían voces que les gritaban: “¡Ya, ya vais por esos aires, rompiéndolos con más velocidad
que una saeta! ¡Ya comenzáis a suspender y admirar a cuantos desde la tierra os están mirando! ¡Dios
te guíe, valeroso caballero! ¡Dios sea contigo, escudero intrépido!” Pero todo era una burla organizada
por los duques para divertir a sus invitados, una simple y triste chanza de señoritos...

DUQUE.—Más bien me parece que era el medio para dar gusto a Don Quijote en su locura.

GERMINAL.—Ni chanzas ni locuras. Estoy convencido de que volar es posible por medios ri-

VENTE A S1NAPIA

97

gurosamente científicos. Pero bueno, ¿acaso no estoy en una sociedad científica precisamente? ¿Qué
clase de científicos son ustedes, que pretenden imponer limitaciones a los logros de la ciencia?

DUQUE.—Sepa usted, señor mío, que yo soy un verdadero científico, no un quijote ni un tontiloco
soñador.

Germinal.—Pe... pero... ipero la ciencia existe para ayudar a los hombres a cumplir sus sueños y para
que consigan lo que por su condición natural parece estarles vedado!

DUQUE.—En modo alguno, señor mío, en modo alguno. La verdadera ciencia no sueña paganamente
con violentar a la naturaleza o con proporcionar al hombre lo que éste ambiciona en los delirios de su
soberbia, sino que se conforma humildemente con estudiar el orden admirable en que Dios ha
dispuesto las cosas de nuestro mundo. ¡No olvide usted el castigo de los impíos constructores de
Babel!

ARGENSOLA.— (Socarrón.) O el de los habitantes de Sodoma y Gomorra, que también eran propensos
a los experimentos antinaturales...

GERMINAL.—Pero ¿y las máquinas? ¿Para qué inventamos entonces máquinas?

DUQUE.—Aquí tiene usted todas las máquinas que quiera, caballero. Fíjese en ésta: sirve para estudiar
las transmisiones y transformaciones del movimiento. ¿Ve usted? ¡Todo se mueve: poleas, émbolos,
tornillos, pistones, bielas...! Y en condiciones ideales, todo seguiría moviéndose

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FERNANDO SA VA TF.R

perpetuamente. Así, fíjese bien. ¿Eh? ¿Qué me dice usted de esto?

GERMINAL.—Pues que me parece muy bonito, pero poco útil.

DUQUE.—Y no tiene por qué ser útil, faltaría más. Aquí estamos entre caballeros y estas máquinas son
para nuestra instrucción y solaz exclusivamente. Practicamos la ciencia re-crea-ti-va, ¿se entera
usted?, recreativa. ¡Pues bueno sería! ¿O es que quizá pretende usted quitar el pan de la boca a los
que se lo ganan con el sudor de su frente, sustituyéndolos por máquinas? ¡Vaya idea! ¿Acaso es usted
un anarquista, señor mío? A ver, Antonio, ¿qué te parece a ti lo que dice este señor?

ANTONIO.—Con el permiso de vuestra excelencia, no sabría qué decirle a vuestra excelencia. Voy a ver
lo que le pasa a la estufa, porque los señores se van a quedar helados a este paso.

GERMINAL.—(Levantándose.) Distinguidos caballeros: disculpen las molestias que les he causado.


Comprendo que nuestra forma de entender la ciencia es muy distinta y temo que la vehemencia de la
discusión me lleve a la descortesía con tan gentiles huéspedes. Será mejor que me marche. Además,
gracias a sus cuidados y a esta reconfortante colación me encuentro muy mejorado. Muchas gracias,
muchas gracias. Sólo quiero añadir una palabra más. No ha sido mi intención mostrarme
impertinente. Comprendan que vengo de la lejana Sínapía y allí las ideas que

VENTEA SIMARÍA

99

les acabo de expresar son moneda corriente. De ahí el inocente desparpajo con el que he expresado
opiniones que, por lo que veo, llegan a ofenderles. De nuevo mil disculpas, mis más rendidas gracias y
cordiaimente adiós. (Pretende salir.)

ARGENSOLA.—¡Vamos, vamos, amigo mío! ¿A qué viene esta precipitación? Creo hablar en nombre de
todos (Mira al duque de reojo.) cuando le digo que la principal norma de esta Real Sociedad es la
tolerancia y el ánimo dialogante. Añadiré a título personal que estoy muy a gusto en su compañía.

DUQUE.—Desde luego, me sorprende usted, querido amigo. ¿No querrá despedirse de nosotros a
¡afrancesa? Tal como le acaba de decir el señor Argensola, excelente secretario de esta Sociedad
Científica, aquí nos caracterizamos por nuestro talante tolerante, “i me perdona usted la picardía
verbal. Todo criterio tiene cabida entre estos doctos muros, salvo los excesos contrapuestos del
liberalismo y el socialismo, amén de cuanto ofenda al magisterio dignísimo de nuestra santa madre la
Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Fuera de esto y, naturalmente, de lo que conspire contra la
grandeza de la patria y contra la majestad de nuestro señor el Rey, caben los dictámenes más
variopintos y estamos dispuestos a debatir con firmeza, pero sin acritud, todas las extravagancias que
se nos propongan. Nuestra meta no es sino la verdad de la ciencia, pura y desnuda: podríamos decir
que nuestro reino no es

100
FER\. 'UPO SA VA TF.R

de este mundo. Le ruego, pues, que no nos abandone tan bruscamente. Hay algo, además, que me
intriga muy particularmente. Dice usted que hasta hace poco estaba en la inopia...

Germinal.—No, no, perdone usted: en Sinapia.

Duque.—Nunca había oído hablar de semejante país. ¿Y usted, Argensola?

ARGENSOLA.—Algo me parece recordar, señor duque. Hace tiempo tuve en mi librería el manuscrito
de un marinero holandés en el que se describía una península situada en la tierra austral. El nombre
de esa península creo que era Sinapia.

GERMINAL.—Tiene usted buena memoria, señor Argensola. Ese marinero se llamaba Abel Tasmán y la
península de Sinapia se halla a cuarenta grados de latitud austral y ciento noventa de longitud.

ARGENSOLA.—Pero yo supuse que se trataba de un apócrifo y que el furtivo autor, con ese fingimiento,
pretendía censurar ciertos malos usos de la sociedad española. Hasta reparé en que las letras de
Sinapia eran las mismas, pero en disposición inversa, que las de Hispania.

GERMINAL.—También tuve yo esa misma sospecha en un primer momento. Pero luego me decidí a
emprender el viaje y en efecto llegué a Sinapia. He pasado seis meses en esa afortunada nación y
vuelvo convencido de que las disposiciones que allí se han tomado para organizar la vida en común
son de lo más beneficiosas y po-

VENTEA SIN A PÍA

101

drían convertir cualquier país en algo muy parecido al paraíso terrenal.

DUQUE.—Me veo en la obligación de recordarle que los hombres perdimos el paraíso por una falta de
nuestros primeros padres y que no hemos de recuperarlo por medio de ninguna constitución política.

Germinal.—I^o que yo pretendo decir es que si todas las naciones estuvieran administradas según las
leyes de Sinapia, otro gallo nos cantara.

DUQUE.—No todas las naciones son iguales... Lo que constituye la grandeza de unas, a otras puede
resultarles fatal.

Germinal.—Pues a mí me parece que los hombres somos más o menos iguales en todas partes y que
tenemos necesidades similares. El hambre, la sed, el afán de afecto y cobijo... Y también el miedo, la
torpeza de nuestras facultades, lo desvalido de nuestra infancia, lo desastroso de nuestra vejez... Pero
sobre esta igualdad fundamental se edifican luego mil divergencias accesorias, se inventan fronteras y
se contraponen creencias o, mejor dicho, supersticiones. Lo que sabemos con certeza —que hemos de
nacer, mantenernos, procrear y morir— nos hermana con todos los seres humanos; es lo que no
sabemos, lo que conjeturamos, nuestros delirios arbitrarios y pendencieros, lo que nos enfrenta a los
otros y da origen a las banderas y las banderías.

DUQUE.—Esta doctrina me parece muy leja*

102

FERNANDO SA VA TER

na a la verdad de la ortodoxia. Si el propio Dios tuvo un pueblo elegido y Cristo encarnó un


determinado día y en un determinado paisaje histórico, ¿cómo vamos a considerar irrelevantes las
diferencias entre las naciones? Cada pueblo tiene su espíritu, cada nación es portadora de un irre-
nunciable destino. En el caso de España, por ejemplo, nuestra misión es esencialmente católica.

ARGENSOLA.—No cabe duda. Si Dios fuera cíclope, España sería su único ojo...

DUQUE.— (Secamente.) A veces no termina de gustarme su sentido del humor, amigo Argen-sola.

ARGENSOLA.—Ruego disculpas a vuestra excelencia si en algo he podido rnolesarle. Pero vamos a ver,
Germinal, nos estaba usted contando que viajó a Sinapia y allí encontró grandes maravillas...

GERMINAL.—Hallé una sola maravilla, pero que vale por todos los vanos portentos que comúnmente
reciben ese nombre. Hallé un orden social basado en la razón y cuya aplicación efectiva es armoniosa
y justa.

ARGENSOLA.—¡Sí que es notable prodigio! Un orden racional, armónico y justo para la comunidad...
¡ahí es nada! Desde el divino Platón y su República, todos los sabios políticos que en el mundo han
sido no han prometido otra cosa.

DUQUE.—Pero los resultados positivos de tales promesas no se han visto por ninguna parte, mientras
que algunas de sus consecuencias han

VENTEA SINAPIA

103

sido patentemente desastrosas. Ahí tenemos al funesto ejemplo de la Revolución francesa.

ARGENSOLA.—¡Pero, señor duque, determinados excesos de la plebe desmandada no pueden


condenar in toto los intentos populares de luchar contra el despotismo! Casualmente llevo encima
una epístola que me ha enviado desde París un amigo mío de gran valía, el abate don José Mar-chena.
Con la venia de vuestra excelencia, me gustaría leerles algunos párrafos.

DUQUE.—Tenéis mi venia, aunque no alcanzo a comprender por qué si ese amigo vuestro es tan
valioso tiene el extraño capricho de vivir en Francia.

ARGENSOLA.—Yo no lo llamaría capricho, sino más bien impertinencia histórica. Mi amigo Marchena
se halla exiliado por cierto malentendido político. Pero vamos a lo que nos importa. (Saca una larga
carta y lee.) A ver... os prevengo de que la epístola es rimada, pues mi amigo gusta de expresarse al
modo clásico. Sí, aquí está: (Declamando:)

“Con las horribles exageraciones de la revolución el despotismo perpetuamente asusta a las naciones.
Como si el más absurdo fanatismo de un vulgo vil fuera razón bastante para que en un profundo
parasismo los pueblos se durmiesen, y triunfante de los esfuerzos de animosos pechos,

104

FERNANDO SA VA TER
la soberbia opresión fuera arrogante. El hombre jamas pierde sus derechos; cobrar la libertad es
siempre justo; rompamos nuestros grillos; que deshechos al suelo caigan, y que pongan susto,
cayendo, a los tiranos macilentos que nos oprimen con su cetro injusto. Sofisma es confundir con los
violentos furores de la plebe arrebatada de una nación los grandes movimientos. Cuando la
propiedad es respetada, cuando la humanidad al pueblo guía, cuando toda opinión es tolerada,
¿puede nacer acaso la anarquía de una revolución sólo funesta a los fautores de la tiranía?”

Bueno, el estilo es un tanto retórico y exaltado, pero me parece que tiene bastante razón en lo que
dice.

DUQUE.—Después de oír los ripios de vuestro abate Marchena, pienso muy sinceramente que alguno
de los que os consideráis sus amigos debería aconsejarle que despachase su correspondencia en
prosa llana y simple. “Los tiranos macilentos...”, “la humanidad que al pueblo guía...” ¡por favor!
Antonio, ten la bondad de traernos otra copita de anís a ver si logramos reponernos de esta soflama.
La licencia métrica que se toma en uno de sus versos descubre a este épico frustrado: me parecer que
ve por todas par-

VENTEA SINAPIA

105

tes grilletes porque tiene la cabeza llena de grillos. (Reciben las copas que trae ANTONIO.) Gracias,
Antonio. Además, ¿qué revolución es ésa en la que se respeta a la propiedad y se tolera toda opinión?
Dígame, amigo Germinal, en su deslumbrante Sinapia, ¿se respeta celosamente ía propiedad?

GERMINAL.—Por supuesto que no, señor duque. En Sinapia no existe la fatal distinción entre lo tuyo y
lo mío, fuente de todos los males sociales.

DUQUE.—¡Ahí lo tiene usted, Argensola! Como diña un escolástico: quod erat demostrandum!

ARGENSOLA,—Con permiso de vuestra excelencia, yo no he defendido las perfecciones para mí


desconocidas todavía de Sinapia, ni siquiera las ventajas absolutas del procedimiento revolucionario.
Creo, sin embargo, que la gran conmoción francesa trajo a Europa algo más que masacres y
Napoleón.

DUQUE.—El resto de sus aportaciones fue igualmente indeseable e impío.

Argensola.—En este punto y dicho sea con todo respeto, me parece que discrepamos. Pero nuestra
interesante discusión y la lectura quizá inoportuna de la carta de mi amigo Marchena nos ha hecho
interrumpirle, querido Germinal.

DUQUE.—Muy bien. Tenga usted la bondad de proseguir su descripción de Sinapia.

GERMINAL.—La verdad es que me desconcierta este último giro de nuestro coloquio. Yo comenzaba a
hablarles de Sinapia y ustedes se

106

FERNANDO SAVATER

me han ido por los cerros de la revolución. Pero lo cierto es que no hay país más estable ni menos
propenso a las convulsiones subversivas que éste del que les hablo. El sistema político que allí está
vigente puede durar mil años sin cambios sustanciales, precisamente porque no existen ni motivos
para el descontento ni incentivos para la ambición. Han hablado ustedes de las relativas conquistas y
de los desafueros de la revolución francesa, pero no han mencionado lo que a mí más me interesa de
ella, su idea motriz: el derecho a la felicidad humana. Fue la reivindicación de la felicidad, esa idea
nueva en Europa según Saint-Just, la que movilizó a los mejores pensadores y puso en pie al pueblo.
Por mi parte, yo siempre he creído en el derecho a la felicidad de todos los hombres, sin excepciones
ni exclusiones de ningún tipo. A los hombres les roba su felicidad la pobreza, la envidia, la ignorancia,
el despotismo... El ser lo que no quieren, el querer lo que no pueden y el no saber lo que pueden
querer. Tiene que haber una fórmula de organización política que solvente estos ancestrales
impedimentos. Pero por ninguna parte logré encontrarla hasta llegar a Sinapia.

DUQUE.—Permítame una pregunta personal. Si estaba usted tan estupendamente en Sinapia, ¿por
qué se ha vuelto de allí?

GERMINAL.—¡Para proclamar por todas partes las excelencias del sistema sinápico! Soy un devoto de
la felicidad universal.

VENTEA SINAPIA

107

DUQUE.—Y para hacernos a todos felices, nos propone usted un sinapismo... Pues nada hombre, vaya
por la felicidad, i Antonio! ¿Se puede saber qué pasa con la estufa? Aquí no hay modo de ser felices
con esta tiritera.

ARGENSOLA.—Eso de la felicidad no lo tengo yo demasiado claro. Para ser del todo franco, me cuesta
mucho creer en semejante estado. Sospecho que el afán de felicidad es tan sólo la más tenaz de las
supersticiones.

DUQUE,—No estamos en este mundo para ser felices, sino para merecer la felicidad eterna del otro.

ARGENSOLA.—Tampoco voy yo tan lejos. Afición a la felicidad no me falta, pero lo que no consigo es
imaginármela. Usted, Germinal, parece creer que la situación de deleite permanente es fácilmente
definible; basta con satisfacer determinadas necesidades, como son ei alimento, el vestido, la
gratificación sexual, el recreo, la adecuada ordenación de las instituciones... Pero yo no acabo de
entender qué tiene que ver todo eso con la felicidad.

GERMINAL.—¿Acaso no cree usted que unos seres bien nutridos, ilustrados, sin temor a la autoridad m
envidia a sus vecinos no son más felices que los vasallos de un déspota o los miserables esclavos de
un sátrapa?

ARGENSOLA.—Solamente me atrevo a suponer que son menos infelices o, si prefiere usted, que su
desdicha es más refinada, menos brutal,

108

FERNANDO SA VA TÍCR

más lujosa... Lo cual, desde luego, no es poca cosa. Soy más modesto que usted, Germinal: yo no pido
un orden político que me haga feliz, me basta con uno que no se empeñe en hacerme desgraciado.
GERMINAL.—¿Y no viene a ser más o menos lo mismo?

ARGENSOLA.—En modo alguno. Porque si los gobernantes quieren a toda costa hacerme feliz,
considerarán mi felicidad poco menos que como una traición. Si alguien cree saber realmente qué se
necesita para ser feliz y se molesta en garantizármelo, no admitirá luego ninguna reserva melancólica
por mi parte, ni tampoco ningún afán innovador. Además, si fuese el deseo de felicidad lo que mueve
a los pueblos, como usted sugería antes, y si la felicidad consistiese en determinadas conquistas
concretas de orden social, entonces los países más prósperos y cultos serían inmunes al fermento
revolucionario. Pero no es eso lo que vemos a nuestro alrededor. Se diría más bien que nada produce
mayor descontento intelectual que el progreso material. La revolución no ocurrió en la empobrecida e
ignorante España, sino en la educada y próspera Francia... Me asusta la idea de que alguien llegue a
preocuparse tanto del bienestar como para considerar mis quejas fruto del morbo subversivo o de la
locura.

Duque.—¡Señor Argensola, mida bien lo que dice! España ha sido y es el país más sabio de Europa en
ciencia divina, que es la más importante.

VENTEA SIMA PÍA

109

ARGENSOLA.—Sí, puede que en la ciencia divina sí...

DUQUE.—Y nuestro relativo empobrecimiento —del que hoy, a Dios gracias, vamos ya saliendo por la
adecuada gestión de nuestros reyes-no se debió a la incuria, sino a la generosidad. Nuestra riqueza
fue gloriosa y nuestra pobreza ha sido santa.

ARGENSOLA.—Bueno, pues eso. Que la revolución ocurrió en Francia supongo que por falta de
teología y exceso de enciclopedias y bienes materiales.

DUQUE.—Ni más ni menos.

ARGENSOLA.—Dejemos la felicidad a los teólogos, querido Germinal. Es una exigencia demasiado


absoluta y peligrosa para ponerla en manos de los hombres de estado. Evitemos algunas desdichas
concretas y renunciemos sensatamente a la felicidad... (Mira de reojo al DUQUE.) En este mundo, se
entiende. Hay casi tantas formas de ser feliz, al menos tantas formas de añorar la felicidad, como seres
humanos. En el paraíso laborioso, igualitario y científicamente próspero que, si no me equivoco, va
usted a proponernos, podría ser discretamente dichoso un cierto tipo de hombre, mezcla afortunada
de lo mejor del epicúreo con lo mejor del estoico. Pero ¿estarían igualmente contentos en Sinapia el
romántico, el voluptuoso, el aventurero o el asceta que gusta de infligirse atroces penitencias? ¿Hasta
qué punto puede alguien disentir del modelo de

>l FrnnM

110 FERNANDO SAVATER

felicidad decretado? En nombre de la felicidad, sobre lodo de la felicidad pública, se pueden imponer
atrocidades a los individuos. ¡Y además se les echaría la culpa a ellos mismos, por no atreverse del
todo a ser felices!

GERMINAL.—Ningún diseño convincente de lo colectivo puede hacerse desde el capricho o el


desenfreno.

ARGENSOLA.—Usted tendrá, pues, razón si la felicidad resulta ser algo así como un servicio público
bien regulado. Pero ¿y si la felicidad fuese más bien una especie de extravagancia? ¡Ah, entonces...!

DUQUE.—Bueno, bueno, por lo visto a todos nos hace muy felices hablar de la felicidad, pero hemos
vuelto a desviarnos de la cuestión principal.

ARGENSOLA.—Pero ¿es que hay cuestión más principal que la felicidad?

DUQUE.—¡Y dale! Digo que a este paso nuestro amigo no terminará nunca de contarnos los gozos y
alborozos de Sinapia.

ARGENSOLA.—Es verdad, perdone usted, Germinal.

Germinal.—No, si por mí... El caso es que yo necesitaría para bien ser unos mapas que tengo de
Sinapia y varios libros y folletos. Todo eso me ayudaría a hacerles mejor la descripción que me
solicitan.

DUQUE.—Muy bien me parece. Y ¿dónde tiene usted esos complementos?

VENTE A SINAPIA

111

GERMINAL.—Pues los llevaba conmigo en la máquina voladora, de modo que estarán allí en la plaza,
aunque temo que un poco maltrechos y húmedos por culpa de la maldita fuente. Por cierto, ¿no les
parece a ustedes una solemne estupidez la manía de poner un charco sintético en medio de cada
plaza?

ARGENSOLA.—Pero si yo creí que a usted lo sintético era lo que más le gustaba...

DUQUE.—Vamos a ver si no nos enredamos ahora con una discusión sobre las fuentes, que íes veo
venir. ¿Por qué no va usted en buena hora, recoge sus bártulos y los trae aquí, para que podamos
examinarlos tranquilamente?

Germinal.—Pues eso haré, si me disculpan. Vuelvo en seguida.

DUQUE.—Antonio puede ir con usted para ayudarle.

Antonio.—A su servicio.

GERMINAL.—Muy amable. Vuelvo ahora mismo. ¿Eh? Ahora mismito. Ya verán ya las cosas estupendas
que... (Salen GERMINAL^ Antonio.)

DUQUE.—(Enciende un veguero.) ¿Quiere usted un veguero, Argensola...? Claro, nunca salvo después
de las comidas. Pues me parece muy bien. (Aspira.) ¡Vaya, vaya! ¿Qué le parece a usted el tipo,
Argensola?

ARGENSOLA.—Creo que es lo que los franceses llaman “un original”.

Duque.—Para decir eso, no hace falta hablar francés. Pero sí, creo que tiene usted razón. Aun-
112

FERNANDO SA VA TER

que no sé, ¿no le considera usted un poco mason-cete?

ARGÉN SOLA.—No, señor, no. Más bien ie supongo simpatizante de alguna forma de socialismo.

DUQUE.—Pues peor me lo pone. Ya me ha oído usted decir muchas veces que la fuerza del socialismo
le viene de que es una especie de teología satánica.

ARGENSOLA.—La verdad es que para llegar a Satán, este Germinal tiene que progresar todavía
bastante. No pasa por el momento de simple ángel caído... Lo suyo más bien me parece que es la
utopía, no el infierno. Es curioso. Puede decirse que ningún mapa del mundo está completo si no
figura en él la tierra de utopía. Y muchos viajeros nos llegan constantemente de ella con noticias
deslumbrantes y códigos infalibles, desde aquel Rafael Hythloday cuya crónica nos refirió Tomás
Moro, hace ya más de tres siglos.

Duque.—(Pasea por la habitación dándose golpes en los costados.) ¡Qué barbaridad, este frío no hay
quien lo aguante! ¿No podría usted hacer algo, Argensola?

ARGENSOLA.—¿Yo? ¿Y qué quiere usted que haga yo, señor duque?

Duque.—Hombre, podría usted mirar qué le pasa a la maldita estufa esa, o si falta leña, no sé, algo...

ARGENSOLA.—A mí me pasa como a vuestra excelencia, que no me dedico a la ciencia aplicada.

VENTEA S1NAPIA

113

DUQUE.—¡Pero la diferencia es que yo le pago a usted, señor mío, y no precisamente para escucharle
impertinencias!

ARGENSOLA.—Con todo respeto, tampoco creo que me pague por arreglar estufas, sino por organizar
la biblioteca de esta casa y proporcionarle orientaciones eruditas a vuestra excelencia y por...
DUQUE.—Bueno, bueno, no hace falta que me lo recuerde. Sé perfectamente por qué le pago y
cuánto. Lo que pasa es que como siga este frío tendremos que acabar quemando la dichosa
biblioteca para poder sobrevivir.

ARGENSOLA.—¡No lo dirá usted en serio!

DUQUE.—(Bonachón, Je pasa un brazo por los hombros.) No, hombre, no, descuide usted. ¿Acaso me
toma por el cura o el barbero del Quijote? Yo amo los libros. En todos hay algo de bueno..., salvo
naturalmente en los de Voltaire. Pero bueno, estábamos hablando de nuestro extravagante Germinal,
que por cierto ya comienza a retrasarse, ¿no? Dice usted que procede de Utopía, pero él nos dijo que
venía de Sinapia...

ARGENSOLA.—Las utopías tienen muchos nombres, las hay para todos los gustos, urbanas,
montaraces, plácidas, agitadas...

DUQUE.—La verdad es que sólo me acuerdo un poco de la que compuso aquel santo Tomás Moro,
mártir de la pérfida lujuria de cierto rey inglés. ¡Ah, qué conjunto de impiedades y abominaciones
hallamos en las historias de los reyes

114

FERNANDO SA VA TER

extranjeros! Crueldades de los ingleses, herejías de los alemanes, guarradas de los franceses... Si no
fuese por el ejemplo dignísimo de los reyes españoles sería como para dudar de la institución
monárquica... Vamos a ver, Argensola, ¿tenemos en esta biblioteca que usted con tanto acierto pilota
algún otro libro sobre utopías?

ARGENSOLA.—Muchos, excelencia. Me agrada poder servir a vuestra excelencia sin necesidad de tener
que meterme a deshollinador...

DUQUE.—(En tono de reconvención.) Argensola...

ARGENSOLA.— (Apresuradamente.) Pues sí, precisamente aquí veo algo interesante: La ciudad del Sol
de Tommaso Campanella; era un fraile, ¿sabe?, pero se pasó toda la vida en las cárceles de la
Inquisición.

Duque.—¡Algo habría hecho!

Argensola.—Y aquí está La nueva Atlan-tis de lord Bacon, una especie de paraíso dirigido por los
científicos. Y El nuevo mundo amoroso de Charles Fourier, donde el sistema social se organiza del
mejor modo para satisfacer todas nuestras pasiones...

DUQUE.—¡Francés tenia que ser!

ARGENSOLA.—Libros y más libros. Ni en diez años los leería usted todos. Cada uno habla de su
perfección soñada: los renacentistas italianos de la Cittá Felice, el rebelde Thomas Münt-zer del reino
de Dios en la tierra, Comenio de la Pansofía, Johann Valentín Andrae de Cristianó-

VENTE A SINAPIA

115

polis... ¡Mire, aquí tenemos un libro de Giordano Bruno, La expulsión de la bestia triunfante!

DUQUE.—¿Y de qué se trata, de zoología o de cinegética?

ARGENSOLA.—Nada de eso. Como todos los demás, habla de gloria y de inmortalidad. Siempre lo
mismo, aunque de mil modos distintos: el retorno a la Edad de Oro, al reino mitológico de Kronos.

DUQUE.—Haga el favor de aclararme este galimatías.

ARGENSOLA,—(Comienza a recitara Hesío-do en griego)...

Duque.—¡Pues sí que se las arregla usted bien para aclarar a la gente!

ARGENSOLA.—Disculpe, recitaba a Hesíodo, precisamente un trozo de ese libro de título tan hermoso,
Los trabajos y los días. Dice más o menos: “Al principio los inmortales que habitaban mansiones
olímpicas crearon una dorada estirpe de hombres mortales. Existieron en los tiempos en que Kronos
reinaba en los cielos; vivían como dioses con el corazón libre de preocupaciones, sin fatiga ni miseria;
y no se cernía sobre ellos la vejez despreciable, sino que, siempre, con igual vitalidad en piernas y
brazos, se recreaban con fiestas, ajenos a cualquier tipo de males. Morían como sumidos en un sueño;
poseían toda clase de alegrías, y el campo fértil producía espontáneamente abundantes y excelentes
frutos. Ellos contentos y tranquilos alternaban sus fae-

116

FERNANDO SA VA TER

ñas con sus deleites. Eran ricos en rebaños y entrañables a los dioses bienaventurados”...

DUQUE.—Todo eso me suena a embelecos paganos. Aún peor, a la tentación de la serpiente: “y seréis
como dioses”.

ARGENSOLA.—Sí, pero también los hay que llegaron a santos, como Tomás Moro. Además, aunque
todas las ciudades ideales con que soñaron guardan la nostalgia de la Edad de Oro, se conforman, por
lo general, con objetivos más modestos y menos blasfemos que alcanzar la divinidad propiamente
dicha.

DUQUE.—De todas formas, son proyectos y delirios que huelen bastante a azufre.

ARGENSOLA.—No le digo a vuestra excelencia que no. Pero más bien por exceso de parecido con el
proyecto cristiano que por olvido de éste. Uno de los mejores ejemplos de orden utópico lo dan
precisamente las órdenes monásticas de los primeros siglos del cristianismo. Aquellas cápsulas
sociales laboriosas y ascéticas que practicaban la comunidad de bienes y disfrutaban de una limpia
ausencia de envidias terrenales han debido inspirar a muchos de los visionarios que escandalizan a
vuestra excelencia, y todos ellos debieron también enfrentarse a las tentaciones del Enemigo Malo, a
la pezuña y cola escamosa que asoma bajo las sayas de la bella cuando se ofrece al anacoreta...

DUQUE.—No alcanzo a ver quién hace el papel de serpiente en el jardín de la utopía.

VENTE A SÍNAP1Á

117
ARGENSOLA.—Pues nosotros, es decir, usted y también yo, con el permiso de vuestra excelencia.
Nosotros, los que escuchamos o leemos la crónica de estas ciudades demasiado perfectas. Es como si
uno pensara: como todo ya está perfectamente sin mí, la única posibilidad de intervenir que me dejan
es introducir el mal.

DUQUE.—¡Bah!, todos los inventores de utopías son iguales.

ARGENSOLA.—¡Qué va! No sólo son distintos, sino que no se soportan unos a otros. No hay peor
enemigo de un utopista que otro utopista. A fin de cuentas, cada utopía es el sueño de uno sólo que se
propone como válido para muchos. De aquí proviene la incomodidad y hasta la asfixia que cada cual
siente en la utopía ajena.

DUQUE.—¡Brrr! Pues aquí no hay miedo de asfixiarse, no. ¿No conocerá usted alguna utopía polar que
pueda animarnos un poco, verdad?

ARGENSOLA.—Abundan más las tropicales.

DUQUE.—Pues guárdeselas, que no es momento para hablar de edenes tórridos. Por lo que veo,
conoce usted casi demasiado bien el tema. Se diría que la lectura de utopistas de todo pelaje es uno
de sus entretenimientos favoritos.

ARGENSOLA.—Puedo asegurar a vuestra excelencia que nada me produce mayor fastidio que todas
esas descripciones contrapuestas de mundos felices.

DUQUE,—Amigo Argensola, me sorprende

118 FERNANDO SAVATER

usted gratamente. Le creía más simpatizante de esos sofismas subversivos.

ARGENSOLA.—Intentaré explicar con la mayor claridad a vuestra excelencia hacia dónde se orientan
mis simpatías. Yo estoy de acuerdo con la negación de lo real que encierra toda utopia, pero me
aburre y me rebelo contra el cuadro edificante que presenta como alternativa.

DUQUE.—¡Bah! ¡Fantasías, mi querido Ar-gensola! ¡Divagaciones de la soberbia humana, de la


desobediencia, de los bajos apetitos! Ninguna persona decente tendría cabida en esos planes
delirantes; por eso quienes pretenden llevar a la práctica tales proyectos comienzan por iluminar a lo
mejor de la sociedad en que viven. Créame, no se trata más que de caprichos huecos y viciosos.

ARGENSOLA.—Se trata más bien de lo más digno del hombre, lo que en cada cual hay de sublevación
y de sueño. Nadie carece de vocación utópica, según creo. Todo hombre que nace cae a un sueño
como quien cae al mar.

DUQUE.—Pero muchos deben ahogarse en la aventura. Me alegra comprobar que en la nómina de los
utopistas faltan los españoles. Es una prueba de que nuestra raza es sensata, sufrida y que confía más
en los decretos de la providencia que en los planes delirantes de los revoltosos.

ARGENSOLA.—No seré yo quien se atreva a discutir la autorizada opinión que vuestra excelencia tiene
sobre nuestros compatriotas. Sin em-

VENTEA SINAPIA 119

bargo, creo que también pueden encontrarse esbozos utópicos en nuestra literatura política, aunque
sean menos abundantes que los que se hallan en otras naciones. Sucede, sin embargo, que aquí
solemos tomárnosla con cierta amarga broma, como ocurre con esa ínsula Barataría en la que Sancho
intentó gobernar con implacable buen sentido y poca suerte...

Duque.—Nada, Argensola, que los vapores utópicos no son para católicos pulmones hispanos.
Aunque por ahí viene nuestro exaltado Germinal dispuesto a convencernos de lo contrario. (Entran
GERMINAL y Antonio, cargados de mapas enrollados, libros, etc.)

Germinal.—Aquí me tienen ustedes otra vez. Espero no haber tardado tanto que hayan perdido
ustedes ya todo interés por Sinapia.

ARGENSOLA.—(Saliendo a su encuentro.) Descuide usted, que estamos en la mejor disposición de


espíritu para escucharle. Déjeme ayudarle con estos mamotretos... ¡Caramba, pues sí que pesa el
nuevo mundo!

Germinal.—Naturalmente todo esto es para que lo estudien ustedes luego despacio. Mapas,
maquetas, bibliografía sobre todos los temas esenciales... Yo sólo les haré una breve introducción
general.

ARGENSOLA.—Una sinopsis de Sinapia...

GERMINAL.—Exactamente. Pero aquí tienen todo lo demás para complementarla.

DUQUE.—(Mirando los títulos de algunos

120

FERNANDO SA VA TER

libros.) Vamos a ver qué nos trae usted aquí. Humm... Botánica general de la península de Sinapia,
Historia de Sinapia: del rey Sinaps hasta nuestros días. La Jilosojla de Si-Ang...

ARGENSOLA.—¿Quién es este Si-Ang?

Germinal.—Fue el más grande de los sabios de aquellas tierras. Un hombre en quien el raciocinio
metaftsico no mermó la capacidad práctica, que entendió a la vez de ciencias y de artes y que destacó
en todo, salvo en vanidad.

ARGENSOLA.—¿Y están seguros de que no era más que un hombre? Pues nada, éste es el primero de
los sinapios que quiero conocer a fondo.

DUQUE.—Yo me adjudico estos Comentarios sobre la religión persa a la luz del cristianismo por el
arzobispo de Sinapia José Codabend, pues veo que tienen el Imprimatur extendido por el Santo Oficio
en Roma. Y como lectura recreativa algo más ligerita éste de Cacerías de elefantes en las montañas de
Bel.

ARGENSOLA.—Pero ahora cuéntenos, por favor. Me intriga saber por dónde va usted a comenzar su
descripción de Sínapia.

Germinal.—No es cosa fácil, desde luego, abordar el tema, ni tampoco ha de ser breve concluirlo.
Quizá debamos dedicarle varias sesiones y temo abusar de su valioso tiempo.
Duque.—El tiempo sólo es valioso cuando se dedica a la piedad o a la ciencia, que es también una
forma de piedad. Así que no tema usted

VENTE A SINA PÍA

121

cansarnos ni tampoco se empeñe en decirlo todo deprisa y corriendo el primer día.

Germinal.—La venia generosa de vuestra excelencia me tranquiliza. Pasaré por alto las características
de sus pobladores, mezcla de malayos, peruanos, chinos y persas. No hablaré tampoco de sus
principales vecinos, de los negrillos zambales o de los feroces gigantes Merganos. De su lengua mi
ignorancia en gramática comparada sólo me autoriza a insinuar que me parece dotada de la dulzura y
simplicidad del chino junto a la elegancia del persa. ¡Ah, tiene usted razón, Ar-gensola, no sé
realmente por dónde empezar! Fíjense qué disparate, es de los peces de lo primero que me acuerdo
ahora. De los sollos, atunes o disformes ballenas de sus costas; de los manatíes, truchas y sampanos;
de los carpiones y anguilas, de unos pececillos diminutos de colores llamados schuy que los sinapios
cuidan en recipientes de porcelana. Y es que la riqueza de Si-napia está en su mayor parte derivada
del mar: su comercio se basa en el coral blanco o rojo, en el aljófar y las perlas. Claro que también son
importantes las minas de asbesto de los montes de Dasá y un cristal hermosísimo de tonos
cambiantes, rojo, amarillo y azul, que emplean frecuentemente en la ornamentación de sus edificios...
Pues ¿y qué les diré de las flores? Lo nunca visto en parte alguna del mundo. En Sinapia hay flores
verdes como la esmeralda y flores barnizadas como con el más perfecto charol y flores con manchas y

122

FERNANDO SA VA TER

perfiles de oro muy brillantes... Allí se cultivan el copal y el estoraque, y el ánima, la Jacaranda, el
benjí, el cochotl... Hay unas raras moscas coloradas que no pican y producen una finísima miel con
sabor a almíbar de limones...

Duque.—Estimado Germinal, permítame que le interrumpa. A este paso no vamos a enterarnos de


nada. Yo me mareo con tantas flores, pescados y razas que nos está usted propinando. Si me permite
una observación crítica, sospecho que no le ha llamado Dios por el camino de la exposición
pedagógica.

GERMINAL.—En efecto, desde luego... disculpen mi torpeza, pero ¡es que hay tanto que contar!

ARGENSOLA.—¿Y no cree usted que lo mejor será que se centre en la organización de la vida pública
de Sinapia? De mí sé decir que me pasa como a Sócrates: no me interesa tanto el árbol ni el astro ni la
fiera como el hombre habitando en la ciudad.

DUQUE.—Soy de lá misma opinión que nuestro señor secretario. Además, usted nos declaró que su
principal interés al volver de esas tierras envidiables era hacer prosélitos para el sinapismo político.

GERMINAL.—Tiene mucha razón. Debo hablarlo ante todo de su organización política. Recordarán que
hace poco tuvimos una pequeña discusión en torno a los logros y peligros de las revoluciones. Pues
bien, una de las cosas maravi-

VENTEA SI NA PÍA

123

llosas de Sinapia es que su sistema ejemplar no lo han establecido por medio de una revuelta
violenta, sino de un modo gradual y persuasivo. Los prudentes legisladores sinapios, siguiendo las
máximas del sabio Si-Ang, fueron introduciendo el nuevo orden poco a poco, primero en la familia,
luego en un barrio, después en una villa, en una ciudad, etc. Incluso una vez alcanzados los
fundamentos generales de su república han seguido añadiendo modificaciones y refinamientos,
algunos de no pequeña importancia. La Sinapia en que yo viví era ya bastante distinta y mejor que la
visitada por aquel marino Abel Tasmán cuya crónica conoció usted, señor Argensola. La esclavitud ha
sido abolida y la tolerancia en materia religiosa se ha acentuado aún más, respetándose ahora,
incluso, a aquellos que públicamente demuestran indiferencia hacia las formas establecidas de
piedad.

DUQUE.—No es ése un avance que me parezca digno de envidia o de emulación. Pero prosiga usted,
Germinal.

GERMINAL.—Veamos primero la división administrativa de la península. Síganme en este mapa, por


favor. (Despliega un mapa y señala las partes que va nombrando. Recita su cantinela con evidente
sonsonete escolar.) La península de Sinapia se divide en nueve cuadrados de cuarenta y nueve
lenguas sinapienses de lado. Y son: Pa-Sa, o Morada de Paz; Ay-Sá, o Morada Preciosa; Ka-Sá, o
Morada Serena; He-Sá, o Morada

124

FERNANDO SA VA TER

de Amistad; Ni-Sá, o Morada Feliz (donde está la capital); Da-Sá, Morada de la Fuerza; Re-Sá, o Morada
de la Sabiduría; Sé-Sá, o Morada Laboriosa, y Ba-Sá, o Morada de la Alegría. La división de las
provincias y las restantes que diremos se marcan por medio de una fosa o canal de bastante anchura y
profundidad, con agua donde sea posible, y una doble carrera de altísimos árboles plantados en
ambas orillas. En las esquinas del cuadrado que limita las provincias, y en ambos lados del camino
real que va de una capital a otra, se han erigido bellas pirámides de piedra o de ladrillo, así para señal
como para adorno. Cada una de estas provincias se vuelve a dividir en cuarenta y nueve cuadrados, de
una legua por lado, los cuales forman los términos de las villas, determinados cada uno con pequeños
canales, árboles y pirámides en proporción. De modo que tenemos nueve provincias, trescientas
cuarenta y una ciudades y seis mil setecientas nueve villas, sin contar los puertos de mar y las islas,
que algunos tienen sin más por villas y otros consideran en ocasiones ciudades.

DUQUE.—¡Qué regularidad tan notable!

GERMINAL.—En Sinapia se ha buscado y conseguido en todos los aspectos la uniformidad más


estricta. Lo que es bueno en un sitio debe serlo también en los demás, si no se quiere fomentar el
privilegio y su secuela de descontentos.

ARGENSOLA.—¿Y no hay descontentos de la uniformidad?

VENTEA SINAPIA
125

GERMINAL.—No los conozco. Si los hubiera, serían tomados por locos o por enemigos de la
humanidad. Cuando una reforma de cualquier tipo es aprobada, se aplica por igual en cada rincón del
país. Ningún sinapio puede sentirse maltratado por la suerte si debe vivir en tal provincia en lugar de
en tal otra.

DUQUE.—Supongo que, en último caso, podría mudarse a la zona que le pareciera más favorable.

GERMINAL.—Vuestra excelencia supone mal. Ningún sinapio tiene derecho a cambiar su lugar de
residencia, salvo en casos tan extraordinarios que no merecen apenas consideración.

ARGENSOLA.—Pero... ¡habrá quien prefiera una determinada ciudad a las otras, aunque no sea más
que por motivos estéticos!

Germinal.—Pues mire usted: en primer lugar, en Sinapia no se considera que los llamados “motivos
estéticos”, que son puramente caprichosos y subjetivos, deban interferir en la aplicación estricta de un
baremo igualitario, que es el único asidero objetivo con el que contrarrestar la inagotable
predisposición a la discordia que padecemos los humanos. Pero es que, además, no hay razón
estética alguna para preferir una ciudad a otra. Quien ha visto una villa, las ha visto todas, pues todas
son idénticas, y quien ha visto éstas, ha visto las ciudades, las metrópolis y la corte misma, pues sólo
se diferencian en el número de barrios, en la mejoría de los materiales y en

26

FERNANDO SA VA TER

;1 tamaño de los edificios públicos: en todo lo de-nás son uniformes. Vean, señores, vean. (Em-úeza a
señalarles las partes de una maqueta, nientras vuelve al tono de dómine con sonsone-e que utilizó
antes.) Cada familia sinapiense tie-íe una casa de dos viviendas, alta y baja, con dieciséis aposentos,
patio en medio con fuente o >ozo, puerta a la calle y al jardín, las casas de articulares son uniformes
en toda la península y ienen las mismas dependencias. Cada diez casas e agrupan formando un
cuadrado, con un amplio ardín común en el centro, y a este conjunto se le lama barrio o cuartel. La
villa sinapiense la for-nan ocho cuarteles y cuatro casas comunes: tolas sus calles son a cordel y tienen
pórticos córralos por los que se puede caminar a cubierto de la luvia en todas las direcciones. Cada
uno de los uarteles, según lo permite el terreno, se aplican ino a la siembra, otro a huerta, otro a
crianza ga-ladera, y otro a alguna industria. Las ciudades on poblaciones cuadradas con muralla y
foso, n todo semejantes a las villas, salvo que están livididas en parroquias y cada una centrada en u
templo. En el centro está el mayor de todos, as viviendas de los eclesiásticos y las casas del omún de
la ciudad.

Duque.—Vaya, por lo menos no es difícil dentarse en las urbes de Sinapia.

ARGENSOLA.—No, señor duque, desde lue-o. Lo que debe ser hazaña casi imposible es per-lerse... Por
lo que veo, estas ciudades sintéticas

VENTE A SINAPIA

127

renuncian gustosamente a cualquier concesión al pintoresquismo. Ni callejas sinuosas, ni plazas


recoletas, ni barrios malfamados. Sólo una utilización racional del espacio para el mejor
aprovechamiento social.

GERMINAL.—¿Y no es así como debe ser?

ARGENSOLA.—Quizá. Pero déjeme tiempo para acostumbrarme.

DUQUE.—Yo echo en falta algo.

Germinal.—Usted dirá.

DUQUE.—El pasado. Verá usted, pienso que las ciudades son un poco como rostros humanos, que van
adquiriendo su personalidad propia gracias a las huellas del tiempo. Nada significa tanto, incluso
nada puede llegar a embellecer tanto, como las arrugas y las canas. También en la ciudad la historia
vivida va dejando rastros, monumentos, anécdotas y va dando su sabor peculiar e inconfundible a
cada rincón. Por eso las ciudades son irregulares, porque reflejan el transcurso azaroso de las épocas.
Estas villas que usted nos muestra carecen de memoria y, por tanto, de misterio. Tienen la juventud
forzosa y agresiva de los hospicianos.

GERMINAL.—Pero ¿qué podemos recordar de los tiempos idos, salvo crímenes y locuras, el fracaso de
bienintencionadas quimeras y el éxito de empeños rapaces? ¿A qué antepasados suele celebrarse
salvo a los grandes matarifes o a los mayores ladrones de la tribu? La historia es una pesadilla de la
que más vale despertar. Sinapia

128 FERNANDO SA VA TER

quiere ser la permanente aurora que desvanece os viejos fantasmas soñados durante una noche
iemasiado larga.

DUQUE.—No blasfeme usted contra el pásalo. Sin él no hay orgullo justificado ni nobleza legítima.

Germinal.—Si se adora al pasado, se acaba ;sclavizado por él. Es un amo tiránico: no permi-e más que
repetir, según nuevas combinaciones, os errores eternos.

ARGENSOLA.—Y díganos, ¿cómo se rigen esas comunidades?

GERMINAL.—Sinapia es una república mo-íárquica, mezcla de aristocrática y democrática, ül monarca


son las leyes, los nobles son los magistrados y el pueblo son las familias. Los padres le familia de un
barrio eligen al padre de cuartel, :ncargado de mandar en su área y de hacer cum->lir en ella las
disposiciones comunes de la auto-idad superior. Del mismo modo se eligen tam->ién los padres de
villa, padres de la ciudad, ^ada una de estas urbes tiene cuatro padres luperiores, llamados padre de
la salud, padre de a vida, padre del trabajo y el padre general, que >reside el consejo de los otros tres.
Por encima le todos están los padres de Sinapia, que consti-uyen el senado de la nación, y el príncipe,
auio-idad suprema de ésta, que vigila, controla y dirige a todos los magistrados. Cada una de estas au-
oridades se reconoce por llevar una banda de leda ciñéndole la cabeza, dorada en los senado-

VENTE A SINAPIA

129
res, roja en los de ciudad, blanca en los de barrio y de color verde en los padres de familia.

DUQUE.—Me alegra ver por lo menos que la base de toda esta peculiar organización es la familia.

ARGENSOLA.—Pues a mí tanta abundancia de padres de esto y padres de lo otro admito que me


trastorna un poco. Me recuerda al internado de jesuítas donde tuve la desdicha de pasar mi
adolescencia. Pero, vamos a ver, ¿es que no hay solteros en Sinapia?

Germinal.—Solamente los religiosos, o algunos enfermos incurables que mostraron disposiciones


anómalas desde su nacimiento y que se hallan recluidos en hospitales al efecto.

ARGENSOLA.—Pues qué bien. Permítame usted una curiosidad un poco... picante. ¿Qué hacen los
jóvenes de Sinapia hasta llegar al matrimonio, aparte de pasear por sus cuarteles y trabajar en los
predios que se les confían? ¿Son todos y todas intachables? Quiero decir... sexual-mente intachables,
claro. ¿Y después? ¿Cómo va el asunto del adulterio en Sinapia? ¿Hay algún padre de esos tan
responsables que bajo su cinta verde o morada lleve unos cuernos de ciervo montaraz? ¿Se la pega ía
señora princesa al señor principe? ¿Y no hay algunos ciudadanos un poco... raritos, cuyos gustos
parezcan poco aptos para fundar una prolifera familia y llegar a ser padres de barrio?

DUQUE.—Señor Argensola, sus preguntas me

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FERNANDO SA VA TER

parecen impertinentes y casi, casi... ¡pues sí, casi cochinas, eso es!

tiranas y piao aiscuipas a vuestra excelencia, ino era mí intención...

GERMINAL.—No he prestado mucha atención a los aspectos de la vida cotidiana de los si-napios. Será
que mi carácter es más bien tímido y apacible en cuestiones tocantes al culto de Venus. Sin embargo,
opino que los abusos y extravíos a los que usted con tanta... ligereza se refiere abundan más bien en
sociedades gastadas a las que pervierte la molicie, no en un joven país idealista y laborioso.

ARGENSOLA.—(Murmurando.) ¡Oh, sancta simplicitas!


DUQUE.—Pero no faltarán en cualquier caso leyes que castiguen ejemplarmente a quienes atenten
contra las buenas costumbres y la santidad de la familia, ¿verdad?

GERMINAL.—He oído hablar de centros especiales donde se interna por razones terapéuticas a los
casos más agudos de libertinaje morboso.

Duque.—Me preocupa que se considere a los culpables como simples enfermos mentales o
desventurados. ¿Acaso ha desaparecido en Sina-pia la pena de muerte?

GERMINAL.—Sí, la han abolido recientemente.

DUQUE.—Me lo temía. Sepa usted que tengo al mantenimiento de la pena de muerte por piedra de
toque de los regímenes auténticamente sanos

VENTEA SI NA PÍA

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y seguros de su justicia. Mientras el crimen continúe su obra destructora, los gobiernos responsable
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\^S^^^^^^^^^^$^S^^^^^^ infalible que sólo en nombre de Dios pueden ser justos y fuertes. Cuando
comienzan a secularizarse o apartarse de Dios, aflojan en la penalidad como si sintieran que se les
disminuye su derecho. Las teorías laxas de los criminalistas modernos son contemporáneas de la
decadencia religiosa. El que ayer era llamado criminal, hoy pierde su nombre en el de excéntrico o en
el de loco. Los racionalistas modernos llaman al crimen desventura. ¡Día vendrá en que el gobierno
pase a los desventurados y entonces no habrá otro crimen sino la inocencia!

Germinal.—Pues por lo que yo sé, hay muchos menos delitos de toda clase en Sinapia que en las
sociedades que mantienen la pena capital y otros castigos atroces.

ARGENSOLA.—Por mi parte, os creo sin dificultad y celebro tal humanización de las costumbres. Pero
¿y la guerra? ¿Son bélicos los sina-pios? ¿Tendrán un ejército importante?

GERMINAL.—Sinapia ha renunciado a toda empresa de conquista. Tampoco teme ningún tipo de


revueltas. Y es sabido que las dos funciones principales de los ejércitos son la agresión contra los
vecinos y la represión de los descontentos, luego Sinapia... no necesita ejércitos.

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FERNANDO SAVATER

DUQUE.—Me pasma lo que os oigo decir. Siempre he creído que el ejército es la columna vertebral del
Estado. Temo que vuestra Sinapia sea una nación invertebrada...

ARGENSOLA.—Al menos a ellos ya no se les plantea la cuestión que intrigaba al viejo Juvenal: “Quis
custodiet ipsos custodes?”

DUQUE.—Últimamente os oigo farfullar en latín a todas horas.

ARGENSOLA.—Digo que ya no se les plantea el problema de quién guarda a los propios guardianes.

DUQUE.—Pero, ¿y la propiedad? ¿Quién defiende los bienes de los ciudadanos contra ladrones y
forajidos?

ARGENSOLA.—¿Acaso no recuerda vuestra excelencia que este señor nos dijo que en Sinapia no había
propiedad? Y la verdad es que no alcanzo a comprender cómo se las arreglan sin institución social tan
importante para no caer en la más arrebatada anarquía...

GERMINAL.—No estoy seguro, pero me parece que atisbo cierta ironía en sus palabras. Pues en efecto,
es por culpa de la propiedad por lo que alcanza la anarquía y el descontento a las sociedades. No hay
banda de salteadores tan insolida-ria, empedernida y rapaz como la asociación de propietarios bajo la
que viven la mayoría de los pueblos. De la república de Sinapia está desterrada la funesta distinción
entre lo tuyo y lo mío. Hay almacenes comunitarios donde se

VENTEA SINAPiA

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guarda todo lo necesario para la vida natural y política.


ARGENSOLA.—Lo que yo le decía, señor duque. Como en las órdenes de monjes medievales: omnia
sunt communia.

DUQUE.—Ni en latín logrará usted hacerme tragar semejante enormidad. La propiedad, señor mío, es
la recompensa natural de la laboriosidad y su transmisión a nuestros descendientes sirve de
fundamento a la bienandanza de las familias y también a la grandeza de las naciones. ¿Quién
trabajará con ahinco si sabe que no conseguirá para sí ni para los suyos más riquezas de las que
obtiene sin esfuerzo el incompetente o el vago? Además creo que hay un sofisma fundamental en su
teoría, señor Germinal, un sofisma que estoy seguro que vicia de uno u otro modo la idílica armonía de
Sinapia. La distinción entre lo tuyo y lo mío fue establecida para acabar de una vez con las disputas.
Por eso el divino Platón llamaba “sagrada” a la piedra que marca los límites de un campo, porque
sirve para separar la amistad de la enemistad. Ya ve usted, señor Argensola, que yo también he leído a
los clásicos. Ahora bien, lo que da lugar a una infinidad de divisiones y querellas es precisamente la
avidez de los hombres, que les lleva a no respetar las sabias fronteras de lo tuyo y lo mío que las leyes
establecen. De ahí viene el mal.

GERMINAL.—Puedo asegurarle que en Sinapia...

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FERNANDO SAVATER

DUQUE.—¿Puede usted asegurarme que en Sinapia ninguno de los padres de barrio, de cuartel o de lo
que sea no administra el almacén que >e le ha encargado en su propio beneficio? ¿Pue-ie asegurarme
que no son envidiados por quienes sufren su mando y que los mejores trabajadores ie Sinapia no se
sienten explotados por sus veci-ios haraganes o desaprensivos?

GERMINAL.—Sólo le diré que en Sinapia no ñ por ninguna parte la desesperación de la mise-ia ni el


derroche desalmado de la opulencia. Los íombres y las mujeres de ese país no se sienten lueños de
cosas, pero se saben dueños de sí mis-nos: renuncian a ser amos para perder definitiva-nente el temor
a convertirse en esclavos. Quizá únguno de los ricachos de por aquí se aviniera a cambiarse ni por el
príncipe de Sinapia, pero estoy ¡eguro de que cualquiera de los proletarios o ;ampesinos que
conocemos preferiría ser ciuda-lano de aquella república.

DUQUE.—Puede que no conozca usted sufi-;ientemente los secretos orgullos de la pobreza, ni


ingenuo amigo, ni, sobre todo, sus secretas co-licias.

ARGENSOLA.—A mí me parece que lo malo ie la propiedad no es el uso exclusivo de algo por tfguien,
sino la gestión abusiva. Vaya, que en ;uanto uno se siente autorizado a ser propietario le una finca,
nunca falta quien supone que su finía ha de ser el país entero.

Duque.—Vamos, vamos, Argensola, no me

VENTE A S1NAPIA

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diga que se siente usted dispuesto a repartir su magnífica biblioteca con los analfabetos de los
arrabales... Dios ha hecho el mundo desigual para que haya diversas formas de servirle y diversos
grados de mérito. A los que se nos dio más, también se nos demandará más, no lo olvidemos. Gracias
a que existen diferencias de fortuna, podemos practicar los ricos la caridad y los pobres la humildad y
la resignación. Ya me conoce usted: soy un humanista, pero cristiano. Acabar con la propiedad y
suprimir por decreto el lujo es matar el estimulo del trabajo y abolir esa posibilidad de ocio que da
origen a la ciencia. La vida se convertiría en un túnel monótono, más miserable que la propia miseria.

GERMINAL.—¿Y cómo cree usted que es la vida para los aparceros que laboran en sus tierras, señor
duque?

DUQUE.—Pues mire usted, por mala que sea al menos a ellos les queda la posibilidad de odiarme e
incluso de rebelarse contra mí. Pero usted les priva hasta de eso. No permite a su rebaño de
fastidiosos esclavos ni siquiera el alivio de tener un dueño. Como no podrán envidiar a nadie ni sabrán
renunciar a la envidia que es la hermana menor y contrahecha de la esperanza, se envidiarán todos
entre sí; como no podrán centrar su rencor en nadie, lo volverán contra sus vecinos o contra sí
mismos. En último extremo, detestarán al Dios que les hizo a todos idénticos, como estúpidas y
agobiantes espigas.
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Germinal.—Con esas espigas agobiantes y estúpidas se hace el pan que usted come, señor duque.

ARGENSOLA.—Bueno, sosiégúense, señores. Quizá hayamos abusado de la bondad del señor


Germinal.

Germinal.—(A margamente.) Bien claro veo que nada voy a conseguir de quienes están acrisolados en
sus privilegios y en sus prejuicios. (Mirando al duque que se encoge de hombros y le vuelve
ostentosamente la espalda.) Pero usted, señor Argensola, ha sentido en el alma la llama de la
revolución y del progreso, usted que también detesta este mundo corrompido... ¿tampoco puedo
contar con usted?

ARGENSOLA.—Verá usted, amigo mío... Mi sueño sería una revolución a la vez radical y pacífica, sin
sangre ni autoritarismo. Algo asi como aquella abadía de Theléme de la que nos habla Rabelais en su
Gcrgantúa, sobre cuya puerta estaba escrito como lema: “Haz lo que quieras.” Pero sospecho que los
hombres no merecemos tanto... Y como soy perezoso y ya no demasiado joven, prefiero resignarme.
No me juzgue usted demasiado duramente. Quizá a fin de cuentas resulte un poco excesivamente...
golfo para su severa república.

GERMINAL.—Ya. Usted se contentará siempre con satirizar a los hombres, con revelar sus debilidades y
sus escándalos, con acumular ejemplos de su idiotez o de su avaricia. Rodeado de

VENTE A SI NA PÍA

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basura y ramplonería por todas partes, se siente usted superior. Pero nunca irá al fondo de las cosas,
ni tratará de buscar las causas de la corrupción y ponerles remedio. Teme usted sentirse peor en
cuanto el mundo mejore. Siga, pues, detestando a los poderosos y burlándose discretamente de sus
ínfulas, siga compadeciendo inocuamente a los desdichados, pero reprochándoles su ignorante y
sumisa obcecación. No quiero privarle de sus pequeños placeres, señor Argensola; ni tampoco a
usted., señor duque. Comprendo que ninguno de ustedes tiene nada que hacer en Sinapia. Uno
echaría de menos la pompa de la corte y los rigores de la Inquisición; el otro, la licencia de los
burdeles. Pero tú, Antonio, amigo mío. Tú no tienes nada que perder ni nada puedes esperar de esta
pocilga de injusticias. ¡Vente conmigo a Sinapia, Antonio! Allí no serás menos que nadie y aprenderás
a no querer ser más que nadie.

ANTONIO.—Discúlpeme, señor, pero mis obligaciones están aquí.

GERMINAL.—¡Líbrate de ellas, hombre! ¡Sacúdete tu yugo y vente a Sinapia! ¿O es que acaso no deseas
algo mejor que lo que ahora tienes?

Antonio.—Sí, señor. Por desear, sí que deseo. Mi madre me enseñó a rezar al santo de mi nombre,
¿sabe usted?, a San Antonio de Padua, que es muy intercesor. Le rezo su responsorio y allá van todas
las cosas que uno puede desear en este mundo.

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FERNANDO SA VA TER

GERMINAL.—¡Vaya por Dios, hombre! ¿Y qué cosas son ésas?

Antonio:

“Si buscas milagros mira muerte y error desterrados, miseria y demonio huidos, leprosos y enfermos
sanos.

El peligro se retira, los pobres van remediados, díganlo los socorridos, cuéntenlo los paduanos.

El mar sosiega sus iras redímense encarcelados, miembros y bienes perdidos recobran mozos y
ancianos.

Ruega a Cristo por nosotros, Antonio divino y santo, para que dignos al fin de sus promesas seamos.”
GERMINAL.—¡Miserias y demonio huidos! Duque.—¡Redímense encarcelados! ARGENSOLA.—Y
recobrar lo perdido... Antonio.—Amén. Duque.—Amén. Germinal.—Amén.

ARGENSOLA.—Amén.

FIN DE LA OBRA

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