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ESCUELA DE FRANKFURT
ANTOLOGÍA
Algunos Antecedentes:
Sus Planteamientos:
4. Medios y fines.
Horkheimer, Max, Crítica de la razón instrumental, Trotta, Madrid, 2002.
5. El concepto de ilustración
Horkheimer, Max, y Adorno, Theodor, Dialéctica de la Ilustración, Trotta, Madrid, 2006.
6. La industria cultural
Horkheimer, Max, y Adorno, Theodor, Dialéctica de la Ilustración, Trotta, Madrid, 2006.
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Visión General:
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La Escuela de Frankfurt
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T.W. Adorno (1903-1969): filósofo y musicólogo, fue uno de los más significativos
representantes de la escuela de Francfort
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CAPÍTULO X X X I
LA ESCUELA DE FRANCFORT
«Existe una actitud humana que tiene por objeto la sociedad misma. No se
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halla dirigida a "algún inconveniente secundario", sino que se presenta en
necesaria conexión con la organización total de la estructura social.» Los
objetivos de esta actitud «van más allá de la praxis social predominante».
El teórico crítico es «aquel teórico cuya única preocupación consiste en un
desarrollo que lleve a una sociedad sin explotación». La teoría crítica de la
sociedad «persigue de modo plenamente consciente un interés por la orga-
nización racional de la actividad humana». La teoría crítica quiere ser
comprensión totalizante y dialéctica de la sociedad humana en su conjun-
to, y para ser más exactos, de los mecanicismos de la sociedad industrial
avanzada, con el fin de estimular una transformación racional que tenga
en cuenta al hombre, su libertad, su creatividad y su armonioso desarrollo
en una colaboración abierta y fecunda con los demás, en vez de que exista
un sistema opresor que se vaya perpetuando.
Para entenderlas correctamente, hay que enmarcar de forma adecuada
las teorías de la escuela de Francfort en el período histórico en el que
fueron elaboradas. Fue la época de posguerra de la primera conflagración
bélica mundial, el período que pasó por la experiencia del fascismo y del
nazismo en Occidente, y del estalinismo en la Unión Soviética; más tarde
conoció el vendaval de la segunda guerra mundial y asistió al desarrollo
generalizado e irrefrenable de la sociedad tecnológica avanzada. Por eso,
en el centro de las reflexiones de los miembros de la escuela de Francfort
hallamos tanto las cuestiones políticas más importantes como también
aquellos problemas teóricos sobre los cuales había reflexionado el marxis-
mo occidental (Lukács, Korsch), en contraste con pensadores como Dil-
they, Weber, Simmel, Husserl o los neokantianos, contraste que los
miembros de la escuela ampliarán hasta el existencialismo y el neopositi-
vismo. El fascismo, el nazismo, el estalinismo, la guerra fría, la sociedad
opulenta y la revolución pendiente, por una parte; y por la otra, la rela-
ción entre Hegel y el marxismo, y entre éste y las corrientes filosóficas
contemporáneas, así como también el arte de vanguardia, la tecnología, la
industria cultural, psicoanálisis y el problema del individuo en la sociedad
de hoy, son los diversos temas que se entrecruzan en el seno de la refle-
xión de la escuela de Francfort.
¿Quiénes son estos representantes de la escuela de Francfort? Los
primeros miembros del grupo fueron los economistas Friedrich Pollock
(autor de la Teoría marxiana del dinero, 1928, y de Situación actual del
capitalismo y perspectivas de un reordenamiento planificado de la econo-
mía, 1932) y Henryk Grossmann (autor de Ley de la acumulación y de la
quiebra en el sistema capitalista, 1929), el sociólogo Karl-August Wittfogel
(famoso autor de Economía y sociedad en China, 1931, y del escrito sobre
El despotismo oriental, 1957), el historiador Franz Borkenau y el filósofo
Max Horkheimer, al que poco después se unirá el filósofo, musicólogo y
sociólogo Theodor W. Adorno. A continuación entrarán el filósofo Her-
bert Marcuse, el sociólogo y psicoanalista Erich Fromm, el filósofo y
crítico literario Walter Benjamín (autor de El origen del drama barroco
alemán, 1928, y de La obra de arte en la época de su reproductibilidad
técnica, 1936), el sociólogo de la literatura Leo Lówenthal (autor de Sobre
la situación social de la literatura, 1932) y el politicólogo Franz Neumann.
Cuando Hitler tomó el poder, el grupo de Francfort se vio obligado a
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Adorno
York. A pesar de los desplazamientos y las dificultades, fue en aquellos
años cuando aparecieron algunos de los trabajos más relevantes de la
escuela de Francfort: por ejemplo, los Estudios sobre la autoridad y la
familia (París 1936) y La personalidad autoritaria (obra que fue acabada
en 1950). Este último trabajo colectivo -de Adorno y colaboradores- es
un desarrollo muy agudo de los Estudios sobre la autoridad y la familia.
Sin embargo, dado que la muestra de campo elegida sólo se componía de
estudiantes norteamericanos, resulta un trabajo bastante menos estimu-
lante que el anterior, donde la gama de temas característicos de la escuela
de Francfort halla un tratamiento muy preciso. Allí se debaten la centrali-
dad y la ambigüedad del concepto de autoridad; la familia como lugar
privilegiado para la reproducción social de consenso; la aceptación por los
seres humanos de condiciones insoportables, que son consideradas como
algo natural e inmodificable; la crítica de la racionalidad tecnológica; la
necesidad de un planteamiento metodológico que logre neutralizar los
defectos de las investigaciones sectoriales positivistas, etcétera.
Después de la segunda guerra mundial, Marcuse, Fromm, Lówenthal y
Wittfogel permanecieron en Estados Unidos, mientras que Adorno,
Horkheimer y Pollock regresaron a Francfort. En 1950 renació el Instituto
para la investigación social, donde han surgido sociólogos y filósofos como
Alfred Schmidt, Oskar Negt, y el más conocido de todos, Jürgen Haber-
mas (entre cuyas obras hay que recordar por lo menos La lógica de las
ciencias sociales, 1967, y Conocimiento e interés, 1968).
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«la filosofía, en la forma en que hoy se practica, sólo sirve para disfrazar la
realidad y para eternizar su estado actual», escribe Adorno. Sólo si se
defiende la no identidad entre ser y pensamiento puede garantizarse que
la realidad, que no se nos ofrece como algo armónico o dotado de sentido,
no quede camuflada: vivimos después de Auschwitz y «el texto que la
filosofía debe leer está incompleto, lleno de contradicciones y de lagunas,
y buena parte de él puede ser atribuido al hado ciego». Sólo afirmando la
no identidad de ser y pensamiento podemos aspirar a desenmascarar los
sistemas filosóficos que pretenden eternizar el estado presente de la reali-
dad y bloquear toda acción transformadora y revolucionaria. La dialéctica
es una lucha contra el dominio de lo idéntico, es la rebelión de los particu-
lares ante lo malo universal. En realidad, escribe Adorno en Tres estudios
sobre Hegel (1963), «la razón se vuelve impotente para aferrar lo real no
por su propia impotencia, sino porque lo real no es razón». Debido a ello,
la tarea de la «dialéctica negativa» consiste en sacudir las falsas segurida-
des de los sistemas filosóficos, poniendo de manifiesto lo no-idéntico que
reprimen, y prestando atención a lo individual y a lo diferente que dejan a
un lado. En Dialéctica negativa se puede leer lo siguiente: «lo singular es
algo más que su determinación universal»; lo singular no se deja apresar
dentro de las redes de un sistema: «lo que es, es siempre más que él
mismo». Para Adorno, en definitiva, «la filosofía tradicional se engaña al
conocer lo desemejante convirtiéndolo en semejante». Perq lo real no es
la razón y esto demuestra que «la crítica fomulada a la identidad va en
dirección al objeto». La dialéctica negativa, en otros términos, no es una
dialéctica idealista que disfraza la realidad con armónicos esquemas con-
ceptuales, sino más bien una dialéctica materialista para la cual la realidad
no es en absoluto racional y según la cual una realidad desgarrada, no
apaciguada e irreductible quiebra y desmitifica todos los intentos filosófi-
cos, cualquier «totalidad» tanto teórica como práctica, y por lo tanto,
política: «La primacía del objeto se ve demostrada por la impotencia del
espíritu en todos sus juicios, así como en la organización de la realidad. El
elemento negativo, que el espíritu no logre la conciliación junto con la
identificación, se convierte en motor de la propia desmitificación.» Ador-
no continúa: «Con el primado del objeto la dialéctica se convierte en
materialista.» Los idealistas -y no sólo .ellos- buscan acallar la realidad
mediante la prepotencia de las ideas. Adorno, en cambio, trata de que
hable la realidad contra la prepotencia de los sistemas filosóficos, contra su
cerrazón y su abstracción. Intenta modificar las categorías cognoscitivas e
invertir aquellas esquematizaciones que ya han decidido qué es lo impor-
tante y qué no lo es, qué es actual y qué no lo es. En Mínima Moralia
(1951) Adorno escribe: «La noción de lo importante se inspira en criterios
organizativos y la idea de lo actual se corresponde con la tendencia objeti-
va que es cada vez más poderosa. La esquematización en importante y
secundario repite formalmente la jerarquía de valores de la praxis domi-
nante [...]. La división del mundo en cosas principales y accesorias [...]
siempre ha contribuido a neutralizar -en cuanto meras excepciones- los
fenómenos en clave de la extremada injusticia social.» En pocas palabras,
la «dialéctica negativa» de Adorno trata de resquebrajar las «totalidades»
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pable y miserable», puesto que nadie puede ocultar el hecho de que -afir-
ma Adorno en Dialéctica negativa- «toda la cultura después de Auschwitz,
incluida la crítica urgente que se realiza contra ella, no es más que
escoria».
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de pensamiento que caracterizó la llamada época de las luces, sino que
piensan en e\ trayecto recorrido por la razón que, partiendo de Jenófanes;
ha tratado de racionalizar el mundo, convirtiéndolo en algo manipulable y
sometido a la dominación del hombre. «En este sentido más amplio de
pensamiento en continuo progreso, la ilustración ha perseguido desde
siempre el objetivo de quitar temor a los hombres y convertirlos en amos.
Sin embargo, la tierra completamente iluminada resplandece como símbo-
lo de triunfal desventura.» En efecto, la ilustración se opone a la autodes-
trucción y esto ocurre porque ha quedado «paralizada por el miedo a la
verdad». En ella ha prevalecido la idea de que el saber es más técnica que
crítica. Y el temor a alejarse de los hechos «se hace uno con el temor a la
desviación social». De esta manera se ha perdido la confianza en la razón
objetiva, lo que importa no es la verdad de las teorías sino su funcionali-
dad, en vista de los fines sobre los cuales la razón ha perdido todo dere-
cho. En otras palabras, la razón es pura razón instrumental. Es totalmente
incapaz de fundamentar o de poner en discusión los objetivos o finalida-
des que sirven para orientar la vida de los hombres. La razón es razón
instrumental porque únicamente puede individualizar, construir o perfec-
cionar los intrumentos o medios adecuados al logro de fines establecidos y
controlados por el sistema. Vivimos en una sociedad totalmente adminis-
trada, y en ésta «la condena natural de los hombres se muestra hoy insepa-
rable del progreso social». «El aumento de la productividad económica,
por una parte, genera las condiciones de un mundo más justo, pero por
otro lado otorga al aparato técnico y a los grupos sociales que disponen de
él una superioridad inmensa sobre el resto de la población. Ante las po-
tencias económicas, el individuo se ve reducido a cero. Al mismo tiempo,
dichos poderes llevan a un nivel jamás alcanzado antes el dominio de la
sociedad sobre la naturaleza. El individuo desaparece ante el aparato al
cual sirve, y éste le reabastece mejor que en ningún momento anterior. En
el estado injusto, la impotencia y la dirigibilidad de las masas crece al
mismo tiempo que la cantidad de bienes que se le asignan.»
4. LA INDUSTRIA CULTURAL
Para llegar a ser funcional, el sistema constituido por la sociedad tec-
nológica contemporánea ha puesto en funcionamiento -entre sus principa-
les instrumentos- un poderoso aparato: la industria cultural. Ésta se halla
formada esencialmente por medios de comunicación de masas (cine, tele-
visión, radio, discos, publicidad, revistas, etc.). A través de estos medios
de comunicación de masas el poder impone valores y modelos de conduc-
ta, crea necesidades y establece el lenguaje. Estos valores, necesidades,
conductas y lenguaje resultan uniformes porque deben estar vigentes para
todos; son amorfos, asépticos; no emancipan, no estimulan la creatividad;
al contrario, la obstaculizan porque acostumbran a que los mensajes se
reciban de manera pasiva. «La industria cultural ha realizado pérfidamen-
te al hombre como ser genérico. Cada uno es, cada vez más, sólo aquello
por lo cual puede sustituir a otro: algo perecedero, un mero ejemplar. Él
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recreo, de la libertad, la genialidad, la alegría auténtica. La industria
cultural es la que fija las diversiones y sus horarios. El individuo continúa
padeciendo. Al igual que padece las reglas del «tiempo libre», que es
tiempo programado por la industria cultural. «La apoteosis del individuo
medio pertenece al culto de aquello que se halla a buen precio.» De este
modo, la industria cultural no se limita a servir de vehículo a una ideolo-
gía, sino que ella misma se convierte en ideología: la ideología de la
aceptación de los fines establecidos por «otros», es decir, por el sistema.
De este modo, la ilustración se ha llegado a convertir en su opuesto.
Quería eliminar los mitos, pero, por el contrario, ha creado una cantidad
innumerable. En la definición de Kant, «la ilustración constituye el aban-
dono por parte del hombre de un estado de minoría de edad del cual él
mismo es culpable. La minoría consiste en la incapacidad de valerse del
propio intelecto sin ser guiado por otro». Hoy en día, el individuo está
reducido a la nada y es guiado por «otros». En determinado momento se
llegó a decir que el destino del individuo estaba escrito en el cielo; hoy
podemos decir que está fijado y establecido en el sistema. Así son las
cosas en opinión de Adorno y de Horkheimer, que no desesperan pero sí
advierten que «si la ilustración no acoge en su seno la conciencia de este
momento regresivo, firma su propia condena». Esto no debe suceder,
puesto que hay que «conservar, extender, desplegar la libertad, en vez de
acelerar [...] la carrera hacia el mundo de la organización».
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capitalismo de Estado, en este capitalismo el principio de la planificación
ha sustituido al del beneficio, pero los hombres continúan siendo objetos
de administración, de una administración centralizada y burocratizada. El
lucro, por un lado, y el control efectuado por la planificación por el otro,
generan una represión cada vez mayor. Por lo tanto, la sociedad industrial
se halla estructurada por una lógica cruel. La obra de Horkheimer titulada
Eclipse de la razón instrumental (1947) se propone «examinar el concepto
de racionalidad que se halla en la base de la cultura industrial moderna, y
tratar de establecer si dicho concepto contiene defectos que implican una
tara esencial». (Como ya hemos visto, este análisis continuará en la Dia-
léctica de la ilustración, donde se investiga la lógica con la que se ha
pensado el proceso histórico de la civilización occidental, y donde se ve
que el sueño de una humanidad emancipada e ilustrada ha llegado a inver-
tirse dentro de la nueva barbarie.)
en que nace -constata Horkheimer con amargura- «el individuo oye que
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se le repite continuamente la misma lección: sólo hay un modo de abrirse
camino en el mundo y consiste en renunciar a sí mismo. El éxito sólo se
consigue a través de las limitaciones [...]. Por lo tanto, el individuo debe la
salvación al más antiguo artificio biológico de supervivencia, al mimetis-
mo». La filosofía de la civilización industrial no es la filosofía de la razón
objetiva, según la cual «la razón es un principio inmanente a la realidad»,
se trata más bien de una filosofía de la razón subjetiva. Tal filosofía sostie-
ne que la razón es únicamente «la capacidad de calcular las probabilidades
y de coordinar los medios adecuados para determinado fin», y afirma
también que «ningún fin es razonable en sí mismo y que no tendría sentido
intentar establecer entre dos fines cuál será el más razonable». Según
dicha filosofía «el pensamiento puede servir para cualquier propósito,
bueno o malo. Es un instrumento para todas las acciones de la sociedad;
sin embargo, no debe tratar de establecer las normas de la vida social o
individual, que se suponen establecidas por otras fuerzas». La razón no
nos ofrece verdades objetivas y universales a las que poder aferrarse, sino
únicamente instrumentos para lograr objetivos ya establecidos. No es ella
lo que fundamenta y establece qué son el bien y el mal que sirven para
orientar nuestra vida; hoy en día es el sistema, es decir, el poder, quien
decide qué es lo bueno y lo malo. La razón se ha convertido en ancilla
administrationis y, «al renunciar a su autonomía, la razón se convierte en
instrumento. En el aspecto formalista de la razón subjetiva, subrayado
por el positivismo, se puso de relieve su independencia con respecto al
contenido objetivo; en el aspecto instrumental subrayado por el pragma-
tismo, se ha puesto de relieve su obediencia a contenidos heterónomos.
La razón se encuentra completamente sometida al proceso social; su valor
instrumental, su función de medio para dominar a los hombres y la natura-
leza se ha transformado en único criterio». De este modo, el sistema, la
administración, la civilización industrial coloca al hombre en una casilla y
allí circunscribe su destino. Transforma las ideas en cosas, a partir del
momento en que «la verdad ya no es un fin que se baste a sí mismo».
Degradada la naturaleza a pura materia, que «hay que dominar sin otro
propósito que no sea precisamente el de dominaría».
y de la vida, por dar una voz a todo lo que está mudo, por dotar a la
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mientos o, cabría decir, llamar a la realidad por su propio nombre. En la
actualidad a la naturaleza se le ha quitado la facultad de hablar. En una
época se creyó que cada frase, palabra, grito o gesto poseían un significa-
do intrínseco; hoy sólo se trata de un accidente.» Ni el arte ni las filosofías
como el neotomismo logran su .objetivo, pero tampoco lo hace el neopo-
sitivismo, puesto que la ciencia, que avanza victoriosa sobre las ruinas de
la filosofía, permanece en silencio acerca de los fines, y por lo tanto,
acerca de los temas que son más importantes para el hombre. Además, «al
igual que los demás credos, la ciencia puede ponerse al servicio de las
fuerzas sociales más diabólicas, y el cientificismo muestra perspectivas tan
restringidas como las de la religión militante». Las panaceas no son más
que panaceas. La realidad, en cambio, es que 1) «la naturaleza es concebi-
da, hoy más que nunca, como mero instrumento del hombre; es objeto de
una explotación total, a la que la razón no asigna ningún objetivo y por lo
tanto no conoce límites»; 2) «se considera como algo inútil y superfluo
aquel pensamiento que no sirve a los intereses de un grupo constituido a
los objetivos de la producción industrial»; 3) tal decadencia del pensa-
miento «fomenta la obediencia a los poderes establecidos, representados
por los grupos que controlan el capital o los que controlan el trabajo»; 4)
la cultura de masas «trata de vender a los hombres el género de vida que
ya llevan y que odian inconscientemente, aunque lo alaban de palabra»; 5)
«no sólo la fábrica adquiere la capacidad productiva del obrero y la subor-
dina a las exigencias de la técnica, sino que los dirigentes sindicales es-
tablecen sus dimensiones y la administran»; 6) «la deificación de la activi-
dad industrial no conoce fronteras. El ocio es considerado como una espe-
cie de vicio, cuando va más allá de la medida en que es necesario para
restaurar las fuerzas y permitirnos reemprender el trabajo con más efica-
cia»; 7) el significado de la productividad se mide «a través de su utilidad
con respecto a la estructura del poder, y no con respecto a las necesidades
de todos». En esta situación desesperada, «el favor más grande que la
razón podía hacerle a la humanidad» consiste en «la denuncia de lo que
habitualmente recibe el nombre de razón». Horkheimer continúa: «Los
verdaderos individuos de nuestro tiempo son los mártires que han pasado
a través de infiernos de sufrimiento y de degradación en su lucha contra la
conquista y la opresión; no se trata de los personajes de la cultura popular,
hinchados gracias á la publicidad. Aquellos héroes, a los que nadie ha
cantado, arriesgaron conscientemente su existencia individual a la des-
trucción que otros padecen sin ser conscientes de ellos, víctimas de los
procesos sociales. Los mártires anónimos de los campos de concentración
son los símbolos de una humanidad que lucha por llegar a la luz. La tarea
de la filosofía consiste en traducir lo que aquéllos han realizado a palabras
que los hombres puedan oír, aunque sus voces mortales hayan sido reduci-
das al silencio por la tiranía.»
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Max y Horkheimer
podemos absolutizar ni siquiera al marxismo. «Cualquier ser finito -y la
humanidad es finita- que se jacte de ser el valor último, supremo y único,
se transforma en un ídolo, que tiene sed de sacrificios de sangre.» Hork-
heimer escribió estas palabras en 1961. Pocos años más tarde, en 1970,
en una entrevista sobre la religión y la teología (publicada con el título
de La nostalgia de lo «completamente otro»), Horkheimer confiesa ha-
ber sido marxista y revolucionario «porque el peligro del nacionalsocia-
lismo era algo obvio. Creía que sólo a través de una revolución, y una
revolución de tipo marxista, podría eliminarse el nacionalsocialismo. Mi
marxismo y mi ser revolucionario eran una respuesta a la tiranía del totali-
tarismo de derecha». Sin embargo, Horkheimer ya en aquella época expe-
rimentaba ciertas dudas sobre el hecho de que «la solidaridad del proleta-
riado querida por Marx fuese de veras el camino para llegar a una socie-
dad justa». En realidad, las ilusiones de Marx pronto quedaron en
evidencia: «la situación social del proletariado mejoró sin revolución, y el
interés común ya no es el cambio radical de la sociedad, sino una mejor
estructura material de la vida». En opinión de Horkheimer, existe una
solidaridad que va más allá de la solidaridad de una clase determinada: es
la solidaridad entre todos los hombres, «la solidaridad que surge del hecho
de que todos los hombres deben sufrir, deben morir y son finitos». En
tales circunstancias, «todos tenemos en común un interés originariamente
humano, el de crear un mundo en el cual la vida de todos los hombres sea
más hermosa, más prolongada, más libre del dolor y, me atrevería a aña-
dir aunque no lo puedo creer demasiado, un mundo que sea más favorable
al desarrollo del espíritu». Ante el dolor del mundo, ante la injusticia no
se puede permanecer neutral. Sin embargo, los hombres somos finitos, y
por lo tanto, aunque no podamos resignarnos no podemos pensar tampo-
co que algo histórico -una política, una teoría, un Estado- sea algo abso-
luto. Nuestra finitud, nuestra precariedad no demuestra la existencia de
Dios. Sin embargo, existe la necesidad de una teología, entendido no
como ciencia de lo divino o de Dios, sino como «la conciencia de que el
mundo es algo fenoménico, no es la verdad absoluta, que es la única que
constituye la realidad última. La teología es -debo expresarme con mucha
precaución- la esperanza de que, a pesar de la injusticia que caracteriza al
mundo, no puede ser que la injusticia se convierta en la última palabra».
Para Horkheimer la teología es «expresión de una nostalgia, según la cual
el asesino no puede triunfar sobre su víctima inocente». Por lo tanto,
«nostalgia de una justicia perfecta y consumada». Según Horkheimer, ésta
jamás podrá realizarse en la historia. En efecto, «cuando la mejor socie-
dad logre sustituir el actual desorden social, no se reparará la pasada
injusticia y no se eliminará la miseria de la naturaleza circundante». Sin
embargo, esto no significa que debamos rendirnos ante los hechos, como
por ejemplo ante el hecho de que nuestra sociedad se vuelve más opresiva
cada día. Horkheimer afirma: «Todavía no vivimos en una sociedad auto-
matizada [...]. Todavía podemos hacer muchas cosas, aunque más adelan-
te se nos quitará esta posibilidad.» El filósofo debe criticar «el orden
constituido», para «impedir que los hombres se pierdan en aquellas ideas
y en aquellos modos de comportamiento que la sociedad les impone me-
diante su organización».
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6. HERBERT MARCUSE Y EL «GRAN RECHAZO»
6.1. ¿Es imposible una civilización ño represiva?
Eros y civilización (1955) desarrolla uno de los temas más importantes
del pensamiento de Freud: la teoría según la cual la civilización se basa en
la permanente represión de los instintos humanos. Freud escribió: «La
felicidad no es un valor cultural.» Marcuse (1898-1979) comenta que esto
es así en el sentido de que «la felicidad se halla subordinada a un trabajo
que ocupa toda la jornada, a la disciplina de la reproducción monogámica,
al sistema establecido de las leyes y del orden. El metódico sacrificio de la
libido, su desviación inexorablemente impuesta, hacia actividades y ex-
presiones útiles desde el punto de vista social, son la cultura». La historia
del hombre, en opinión de Freud, es la historia de su represión. La cultura
o civilización impone al individuo condicionantes sociales y biológicos,
pero tales condiciones son el requisito previo del progreso. Libres para
perseguir sus objetivos naturales, los instintos fundamentales del hombre
serían incompatibles con cualquier forma duradera de asociación: «Los
instintos, por lo tanto, deben ser desviados de su meta y ser apartados de
su objetivo. La civilización comienza cuando se ha renunciado con eficacia
al objetivo primario, a la satisfacción integral de las necesidades.» Tal
renuncia tiene lugar en la dirección de un desplazamiento
de a
satisfacción inmediata satisfacción diferida
placer limitación del placer
alegría (juego) fatiga (trabajo)
receptividad productividad
ausencia de represión seguridad
«Freud -dice Marcuse- describió este cambio como la transformación
del "principio de placer" en "principio de realidad"», y las vicisitudes de los
instintos son las vicisitudes del aparato psíquico dentro de la civilización.
«Al instituirse el principio de la realidad, el ser humano que bajo el princi-
pio de placer era poco más que una maraña de tendencias animales, se
convirtió en un "yo" organizado.» Para Freud, la modificación represiva
de los instintos es una consecuencia «de la eterna lucha primordial por la
existencia [...] que continúa hasta nuestros días». Sin modificar-o mejor
dicho, sin desviar los instintos- no se vence en la lucha por la existencia, y
no será posible ninguna sociedad humana duradera. Según Marcuse,
Freud «considera "eterna" la lucha primordial por la existencia» y cree en
un antagonismo perpetuo «entre el principio de placer y el principio de
realidad [...]. La convicción de que resulta imposible una civilización no
represiva es una piedra angular de la construcción teórica freudiana».
Precisamente contra esta eternización y absolutización de la oposición
entre el principio de placer y el principio de realidad van dirigidos los
ataques de Marcuse. En opinión de éste, no se trata de una oposición
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Herbert Marcuse
de una determinada organización histórico-social. Freud demostró que la
ausencia de libertad y la coacción fueron el precio que hubo que pagar por
lo que se ha realizado, por la civilización que se ha construido. Sin embar-
go, de ello no se deduce que este precio que hay que pagar sea algo
eterno. En la teoría del propio Freud -señala Marcuse- existen grietas que
resquebrajan la consistencia y la fuerza del carácter metafísico que otorga
a la oposición entre el principio de placer y el de realidad. En efecto, al
desvelar la amplitud y la profundidad de la coacción, Freud «defiende las
aspiraciones reprimidas de la humanidad» y las defiende a través de su
teoría de lo inconsciente. Lo inconsciente es la memoria donde se conser-
va «el impulso hacia una satisfacción integral que es ausencia de necesidad
y de represión». En lo inconsciente «el pasado continúa haciendo valer sus
propias exigencias de futuro y hace nacer el deseo de un paraíso recreado
con base en las conquistas de la civilización». En la teoría psicoanalítica la
memoria ocupa una posición central, y «la función terapéutica de la me-
moria procede del valor de verdad que posee. Éste reside en su función
específica de conservar promesas y potencialidades que han sido traiciona-
das o incluso declaradas fuera de la ley por el individuo maduro y civiliza-
do, pero que en un momento de su pasado nebuloso fueron llevadas a la
práctica y jamás han sido olvidadas del todo». Por lo tanto, retroceder en
la memoria, explorar lo inconsciente y sus productos, mirar a la cara a los
ensueños y a los frutos de la imaginación, significa descubrir verdades
rigurosas, cuyo peso «deberá acabar por romper los límites dentro de los
cuales fueron elaboradas y confinadas».
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reconcilia la naturaleza con la civilización y donde se afirma la felicidad
del Eros libertado. El Eros será una alegría de la praxis, que ya no se
perderá en el trabajo mercantilizado. El Eros se hallará a sí mismo como
poder creativo; absorberá en su seno el sexo, considerándolo como juego
y como fantasía. La actividad práctico-sensible del hombre manifestará
una tendencia a gozar libremente de sí misma. Y la imaginación y la
fantasía devolverán al hombre aquella dimensión estética, haciendo que
redescubra el gozo desinteresado que el principio de prestación había
rechazado y ocultado. En definitiva, el Eros significa la lógica de la satis-
facción contra la lógica de la represión.
Por lo tanto, en el progreso tecnológico se dan las condiciones objeti-
vas para una radical transformación de la sociedad. Sin embargo, el pro-
greso tecnológico no queda abandonado a sí mismo; es controlado y guia-
do. El poder, consciente de "las posibilidades que existen de hundimiento
del sistema, ahoga las potencialidades liberadoras y perpetúa un estado de
necesidad que ya no es necesario. De este modo, la utopía, que resulta
técnicamente posible, permanece inalcanzable. Esto justifica la importan-
cia de la filosofía que, aunque no dice cómo será el reino de utopía, lo
anuncia, al mismo tiempo que denuncia los obstáculos que aparecen en su
camino: los obstáculos que le plantea el poder, pero también los obstácu-
los que le ponen los revisionistas freudianos que, en vez de contemplar los
hechos sociales en clave psicológica, interpretan los hechos psicológicos
en términos sociológicos. No obstante, la ciencia -es decir, el psicoanáli-
sis- no ha logrado sofocar al Eros, y el sistema de la civilización ha creado
brechas a través de las cuales puede abrirse camino una civilización no
represiva, donde «la lucha por la existencia se convierte en cooperación
para un libre desarrollo y realización de las necesidades individuales, la
razón represiva cede el paso a una nueva racionalidad de la satisfacción,
en la que convergen razón y felicidad». A pesar de todo, escribe Marcuse,
«ni siquiera el advenimiento definitivo de la libertad puede redimir a
aquellos que han muerto sufriendo. El recuerdo de éstos, el cúmulo de
culpas de la humanidad contras sus víctimas, obscurece la perspectiva de
una civilización sin represiones».
ción, esto es, una sociedad que ha congelado la crítica mediante el estable-
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Herbert Marcuse
cimiento de un control total. La filosofía con una sola dimensión es la
filosofía de la racionalidad tecnológica y de la lógica del dominio; es la ne-
gación del pensamiento crítico, de la «lógica de la protesta», es la filosofía
positivista que justifica la racionalidad tecnológica.
En la sociedad tecnológica avanzada «el aparato productivo tiende a
convertirse en totalitario en la medida en que no sólo determina las ocupa-
ciones, las habilidades y las actitudes socialmente requeridas, sino tam-
bién las necesidades y las aspiraciones individuales». En cuanto universo
tecnológico, la sociedad industrial avanzada «es un universo político, el
último estadio de la realización de un proyecto histórico específico, esto
es, la experiencia, la transformación, la organización de la naturaleza
como mero objeto de dominio». Tal proyecto tuvo su inicio con la libertad
de pensamiento, de palabra, de conciencia y de libre iniciativa. Sin embar-
go, «una vez institucionalizados, estos derechos y libertades compartieron
el sino de aquella sociedad de la cual formaban parte. La realización
elimina las premisas». Resulta una realidad indiscutible el que la sociedad
industrial -con sus rasgos «de estado del bienestar y de estado beligeran-
te»- es una sociedad que «está organizada para conseguir un dominio cada
vez más eficaz sobre el hombre y sobre la naturaleza, para utilizar de un
modo cada vez más eficaz sus propios recursos». Alcanza la más elevada
productividad y la utiliza para perpetuar el trabajo y la fatiga, y en ella la
industrialización más eficiente puede servir para limitar y manipular las
necesidades. Marcurse escribe: «Al llegar a este punto, la dominación,
bajo el aspecto de opulencia y de libertad, se extiende a todas las esferas
de la existencia privada y pública, integra en sí toda auténtica oposición y
absorbe en su seno cualquier alternativa.» En resumen: la sociedad tecno-
lógica avanzada crea un verdadero universo totalitario; «en una sociedad
madura la mente y el cuerpo se mantienen en un estado de movilización
permanente para la defensa de este universo mismo». Esta sociedad, afir-
ma Marcuse, es capaz de reprimir cualquier cambio cualitativo durante el
tiempo que lo desee, y sus refinadas técnicas de control le dan al hombre
una ilusión de libertad: «En la civilización industrial avanzada prevalece
una confortable, tersa, razonable, democrática no libertad.» Por eso, la
sociedad industrial no crea en su interior las fuerzas que deberían superar-
la; anula la posibilidad del pensamiento negativo, esto es, del pensamien-
to crítico, y con ello deja en nada la posibilidad de cambio. Sin duda, en el
mundo capitalista continúan existiendo las clases sociales fundamentales.
Sin embargo, el desarrollo del capitalismo ha alterado la estructura y las
funciones de las clases, la clase trabajadora se halla integrada en el sistema
y ya no es un factor de la transformación histórica. Por todo ello, la lucha
en favor del cambio debe seguir otras sendas y ya no la indicada por Marx:
«Las tendencias totalitarias de la sociedad unidimensional convierten en
ineficaces los caminos y los medios tradicionales de protesta.» En todo
caso, sin embargo, la cuestión no se presenta como algo desesperado,
dado que «por debajo de la base popular conservadora se encuentra el
substrato de los marginados y los extranjeros, los explotados y los perse-
guidos de otras razas y de otros colores, de los sin empleo y los incapacita-
dos. Permanecen fuera del proceso democrático; su presencia demuestra,
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Escuela de Francfort
su conciencia no lo sea. Su oposición ataca al sistema desde fuera, y por lo
tanto el sistema no la desvía; se trata de una fuerza elemental que viola las
reglas del juego, y al hacerlo muestra que es un juego trucado. Cuando se
reúnen y avanzan por las calles, sin armas, sin protección, para exigir los
derechos civiles más elementales, saben que se están enfrentando con
perros, piedras y bombas, cárcel, campos de concentración, e incluso la
muerte [...]. El hecho de que comiencen a negarse a tomar parte en el
juego puede ser el hecho que señale el inicio del fin de un período». Esto
no quiere decir, en absoluto, que las cosas vayan a producirse así. Lo que
se quiere afirmar es que «el espectro se halla presente una vez más, dentro
y fuera de las fronteras de las sociedades avanzadas». Esto es todo lo que
puede hacer la teoría crítica de la sociedad: «no posee nociones que pue-
dan llenar la laguna que existe entre el presente y su futuro; al no tener
promesas que hacer ni éxitos que mostrar, permanece negativa. De este
modo, quiere mantenerse fiel a aquellos que, sin esperanza, dieron y dan
la vida por el Gran Rechazo».
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Erich Fromm
amar y de crear, por la liberación de los vínculos incestuosos con el clan y
con la propia tierra, por un sentido de identidad basado en la experiencia
que el individuo tiene de sí mismo en cuanto sujeto y agente de sus poten-
cias, por la capacidad de asir la realidad tanto dentro como fuera de
nosotros mismos, es decir, por el desarrollo de la objetividad y de la
razón».
Durante siglos los reyes, los sacerdotes, los señores feudales, los mag-
nates industriales y los progenitores han proclamado que la obediencia es
una virtud y que la desobediencia es un vicio, afirma Fromm en La des-
obediencia como problema psicológico y moral (1963). Sin embargo, a
esta actitud Fromm contrapone la perspectiva según la cual «la historia del
hombre comenzó con un acto de desobediencia y no es nada improbable
que concluya con un acto de obediencia». Adán y Eva «se hallaban dentro
de la naturaleza igual que el feto se encuentra en el seno de su madre». No
obstante, su acto de desobediencia cortó el vínculo originario con la natu-
raleza, convirtiéndolos en individuos: «El pecado original, lejos de co-
rromper al hombre, lo hizo libre; fue el comienzo de su historia. El hom-
bre tuvo que abandonar el paraíso terrenal y aprender a depender de sus
propias fuerzas, convirtiéndose en plenamente humano.» Como nos en-
seña el mesianismo de los profetas, el delito de Prometeo (que roba el
fuego a los dioses y echa las bases de la evolución humana) o la senda
histórica seguida por el hombre, «el ser humano ha continuado evolucio-
nando mendiante actos de desobediencia. No se trata sólo de que su
desarrollo espiritual haya sido posible por el hecho de que nuestros seme-
jantes osaron decir "no" a los poderes vigentes en nombre de su propia
conciencia o de su propia fe, sino que incluso su desarrollo intelectual ha
dependido de la capacidad de desobedecer: desobedecer a las autoridades
que trataban de reprimir las ideas nuevas y a las autoridades de creencias
subsistentes desde mucho tiempo atrás y según las cuales todo cambio
carecía de sentido». Una persona se vuelve libre y crece mediante actos de
desobediencia. En consecuencia, la capacidad de desobedecer es la condi-
ción de la libertad. Por otro lado, no obstante, la libertad representa la
capacidad de desobedecer: «Si tengo miedo a la libertad no me atreveré a
decir "no", no tendré valor para ser desobediente. En efecto, la libertad y
la papacidad de desobedecer son inseparables.» Están en la base del naci-
miento y del crecimiento del hombre en cuanto tal. Por otra parte «si la
humanidad se suicida, será por obedecer a quienes ordenen apretar los
botones fatales; por obedecer a las arcaicas pasiones del miedo, el odio y
el ansia de posesión; por obedecer a los obsoletos criterios de soberanía
estatal o de honor nacional». Resulta aterrador que el mundo contempo-
ráneo comparta el proyecto de oponerse a la capacidad de desobedecer:
«Los dirigentes soviéticos hablan mucho de revolución, y nosotros, en el
"mundo libre", de libertad. Pero tanto ellos como nosotros desalentamos
la desobediencia: en la Unión Soviética, de manera explícita y con el
recurso de la fuerza; en el "mundo libre", de forma implícita y mediante
los sutiles métodos de la persuasión.» La consecuencia es que «en la fase
histórica actual, la capacidad de dudar, de criticar y de desobedecer puede
ser lo único que se interpone entre un futuro para la humanidad y el final
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de la civilización».
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7.2. ¿Tener o ser?
Fromm dedicó uno de sus libros más conocidos, ¿Tercer o ser? (1976)
-donde examina las «dos modalidades básicas de existencia: la modalidad
del tener y la modalidad del ser»- al análisis de la crisis de la sociedad
contemporánea y la posibilidad de solucionarla. De acuerdo con la prime-
ra modalidad, se afirma que la verdadera esencia del ser es el tener, y «si
uno no tiene nada, no es nada». Basándose en esta idea los consumidores
modernos se etiquetan a sí mismos mediante la expresión siguiente: yo
soy = lo que tengo y lo que consumo. Frente a esta modalidad de existen-
cia individual y social, Fromm recuerda a Buda, quien enseñó que no
debemos aspirar a las posesiones; a Jesucristo, que afirma que al hombre
no le aprovecha ganar todo el mundo y luego perderse a sí mismo; al
maestro Eckhart, que enseñaba a no tener nada; a Marx, cuando afirma
que «el lujo es un vicio, exactamente igual que la pobreza, y hemos de
ponernos como objetivo el ser mucho y no el tener mucho. Hago referen-
cia aquí-advierte Fromm- al auténtico Marx, al humanista radical, no a la
vulgar caricatura representada por el "comunismo" soviético». Para la
modalidad de tener, un hombre es lo que tiene y lo que consume, mientras
que los requisitos previos de la modalidad del ser son «la independencia,
la libertad y la presencia de la razón crítica». La característica fundamen-
tal de la modalidad del ser consiste «en ser activo», que no hay que en-
tender en el sentido de una actividad externa, en afanarse mucho, sino en
el sentido de una actividad interna, que utilice de modo productivo nues-
tras potencias humanas. Ser activos significa dar un cauce de expresión a
las propias facultades y talentos, a la multiplicidad de dones que posee
cada ser humano, en grados diversos. Significa renovarse, crecer, expan-
dirse, amar, trascender la cárcel del propio «yo» aislado, estar interesado,
prestar atención, dar.
Después de bosquejar estas dos modalidades del tener y del ser,
Fromm afirma: «La cultura antigua y medieval tenía como centro motor la
visión de la Ciudad de Dios; la sociedad moderna se constituyó porque los
hombres se hallaban impulsados por la visión del desarrollo de la Ciudad
Terrena del Progreso. En nuestro siglo, sin embargo, esta visión ha ido
deteriorándose, hasta reducirse a la Torre de Babel, que ahora empieza a
derrumbarse y puede que hunda a todos entre sus ruinas. Si la Ciudad de
Dios y la Ciudad Terrena constituyen la tesis y la antítesis, la única alter-
nativa al caos está representada por una nueva síntesis: la síntesis entre el
núcleo espiritual del mundo tardomedieval y el desarrollo del pensamien-
to racional y de la ciencia, que tuvo lugar a partir del renacimiento. Tal
síntesis constituye la Ciudad del Ser.» Esta Ciudad del Ser será la ciudad
del hombre nuevo, cuya estructura caracterológica poseerá, entre otras, las
cualidades siguientes: «Disponibilidad a renunciar a todas las formas de
tener, para ser sin fisuras. Seguridad, sentimiento de identidad y de con-
fianza, fundadas en la fe en aquello que se es, en la necesidad de relacio-
nes, intereses, amor, solidaridad con el mundo circundante, y no en el
deseo de tener, de poseer, de controlar el mundo, haciéndose así esclavo
de nuestros propios intereses. Aceptación del hecho de que nadie, y nada,
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Adorno contra Popper
alegría que procede del dar y del compartir y no del acumular y del explo-
tar. Amor y respeto por la vida en todas sus manifestaciones, siendo
conscientes de que las cosas, el poder y todo lo que es muerte no posee un
carácter sagrado, sino que lo posee la vida y todo lo que pertenece a su
crecimiento [...]. Vivir sin adorar ídolos y sin falsas ilusiones [...]. Des-
arrollo de la propia identidad de amar, además de la capacidad de pensar
de manera crítica, sin abandonarse a sentimentalismos [...]. Convertir en
supremo objetivo de la existencia el pleno crecimiento de uno mismo y de
sus semejantes [...]. Desarrollar la propia fantasía, no como huida de
circunstancias insoportables, sino como una anticipación de posibilidades
concretas, como medio para superar circunstancias insoportables [...].
Darse cuenta de que el mal y la destrucción son consecuencias necesarias
del fracaso en el propósito de crecer.» La Ciudad del Ser es aquella socie-
dad que está «organizada de manera que la naturaleza social y amante del
hombre no queda separada de su existencia social, sino que se convierte
en una sola cosa, junto con ella», escribe Fromm en El arte de amar
(1956).
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Escuela de Francfort
1) Ante todo, Adorno señala tres cosas: a) en todos los casos, la socio-
logía debe recordar que «hasta ahora no ha construido un sistema de
leyes reconocidas, que puedan compararse a las de las ciencias naturales»;
b) «si se considera que la sociología comienza con Saint-Simon y no con su
padrino Comte, tiene ya más de 160 años. Por lo tanto, no es cuestión de
que siga actuando como una tímida jovencita»; c) sería vano pensar en
remediar esta separación entre ciencias sociales y ciencias físicas a través
de un avance de tipo metodológico.
2) Sería vano por un motivo muy sencillo: «el ideal cognoscitivo de la
explicación coherente, lo más simple posible, elegante desde un punto de
vista matemático, se manifiesta como algo inadecuado porque la cosa
misma, la sociedad, no es coherente, no es simple y tampoco es neutral,
no susceptible de cualquier estructuración categorial, sino que es distinta
de lo que el sistema de categorías de la lógica discursiva considera a priori
como sus objetos. La sociedad es contradictoria, y sin embargo determi-
nable; al mismo tiempo, es racional e irracional, sistemática e irregular, es
naturaleza ciega pero está vinculada a la conciencia. El método de la
sociología debe tener en cuenta esto. Si no es así, en virtud de un celo
purista contra la contradicción, acaba en la más fatal de las contradiccio-
nes: la que existe entre su estructura y la estructura de su objeto». En
substancia, según Adorno el método no es indiferente al objeto. «Los
métodos no dependen del ideal metodológico, sino de la cosa.»
3) «El momento especulativo no es una enfermedad de la conciencia
social.» Y «sin la anticipación del momento del todo, que casi nunca se
deja traducir mediante adecuadas observaciones particulares, ninguna
observación singular podría hallar su posición y su valor adecuados».
4) Adorno, al igual que Popper, es partidario de la crítica. Sin embar-
go, Adorno teme confiar la crítica a los hechos. Según él, en cambio, lo
que hay que criticar son los hechos, es decir, las contradicciones y la
sociedad. «En la sociedad, los hechos no son la realidad última, en la que
el conocimiento hallaría su propio fundamento y criterio, porque dichos
hechos no llegan a través de la sociedad. No todos los teoremas son hipó-
tesis; la teoría es el objetivo, no el vehículo de la sociología.» En definiti-
va, Adorno considera que «el camino crítico no sólo es formal, sino tam-
bién material; la sociología crítica -según su propia idea y en el caso de
que sus conceptos se ajusten a la verdad- es siempre y necesariamente
una crítica de la sociedad, como ha explicado Horkheimer en su trabajo
sobre la teoría tradicional y la crítica».
5) «La sociología del saber que elimina la distinción entre conciencia
verdadera y conciencia falsa se jacta de representar un avance en él senti-
do de la verdadera objetividad; en realidad, es un retroceso con respecto
al concepto totalmente objetivo de ciencia que propuso Marx. No se trata
de determinaciones objetivas, sino de simples charlatanería y neologismos
(por ejemplo, perspectivismo), que permiten al concepto total de ideolo-
gía distanciarse del relativismo vulgar, de sus frases hechas que se convier-
ten en concepciones del mundo. Esto explica el subjetivismo explícito o
implítico de la sociología del saber, que Popper denuncia y en cuya crítica
coinciden la gran filosofía y el trabajo científico concreto.»
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Habermas contra Albert
igual que los demás, sino que constituye la única probabilidad de la socio-
logía en general. La sociedad se convierte en problema (según la expre-
sión de Popper) sólo para aquel que pueda pensar una sociedad distinta de la
existente; sólo a través de lo que no es, se revelará tal como es, que sería
lo único que habría de interesar a una sociología cuyas finalidades no se
limiten a la administración pública y privada (como ocurre de hecho en la
mayoría de sus problemas).» En realidad, «la renuncia de la sociología a
una teoría de la sociedad tiene carácter de resignación; ya no se atreve a
pensar el todo porque desespera de transformarlo».
7) La sociología, según Adorno, no puede reducirse a una administrati-
va research, porque «toda visión de la sociedad en su totalidad trasciende
necesariamente a sus hechos dispersos». Por otro lado, Adorno está con-
vencido de que «con respecto al postulado de la comprensión de la esencia
de la sociedad moderna, las aportaciones empíricas no son más que gotas
de agua sobre un hierro candente». Las aportaciones de la sociología
empírica son investigaciones objetivas sobre opiniones subjetivas: se in-
teresan, porque el mercado así lo exige, por lo que piensa la gente, pero
no se preguntan por qué las personas piensan de un modo determinado.
De esta forma, mediante una arbitraria elección de sus objetos, se dejan a
un lado los problemas objetivos que presionan desde fuera.
8) «El núcleo de la crítica al positivismo, escribe Adorno, es la consi-
deración según la cual éste veda la experiencia de la totalidad ciegamente
dominante, así como también el impulso y la aspiración a que las cosas
puedan acabar cambiando, y se contenta con futilidades carentes de senti-
do, que continúan existendo después de la desaparición del idealismo, sin
buscar una interpretación de tal desaparición y de lo que ha desaparecido,
llevándolos a su verdad.»
9) Como se puede apreciar, el pensamiento de Adorno versa sobre los
conceptos de totalidad y de dialéctica. La totalidad es una dialéctica. Y la
dialéctica es una teoría descriptiva de las contradicciones objetivas, es
decir, reales, de la sociedad. La totalidad es una conciencia de la ciencia,
para que ésta no se reduzca a razón instrumental. La totalidad es concien-
cia de los infinitos aspectos de la sociedad y, por lo tanto, una noción
reguladora. La totalidad es también una categoría crítica, un ataque a las
prohibiciones que una metodología crasamente positivista le impone a la
fantasía. La totalidad, por último, es una teoría de las estructuras econó-
micas de la sociedad, estructuras objetivas que olvida intencionadamente
la mentalidad sociológica de investigación, debido a los intereses creados.
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Escuela de Francfort
ma Habermas, si las ciencias sociales se enfocan así, ya no podrán brindar-
nos puntos de vista normativos e ideas que sirvan como orientación prácti-
ca. La ciencia se reduce a ciencia de los medios. Nos indica cuáles son los
medios para alcanzar los fines, pero los fines siguen siéndole extraños. La
razón es impotente ante los fines: no puede fundamentarlos. «Una razón
desinfectada se ha visto purificada de todo momento de voluntad ilustra-
da; extraña a sí misma, ha alienado su propia vida. Y la vida privada del
espíritu lleva una existencia fantasmal, basada en el capricho, bajo el
nombre de "decisión".»
Los juicios científicos constituyen el conocimiento y los valorativos se
fundamentan en la decisión. «Al dualismo de hechos y decisiones le co-
rresponde la separación epistemológica entre el conocer y el valorar, y la
exigencia metodológica de limitar los análisis de las ciencias experimenta-
les a las uniformidades empíricas que se encuentran en los procesos natu-
rales e históricos. La ciencia no puede solucionar los problemas prácticos
que se refieren al sentido de las normas; los juicios valorativos jamás
pueden asumir legítimamente la forma de aserciones teóricas o unirse a
éstas mediante una conexión válida desde el punto de vista lógico.» De
este modo, afirma Habermas, «él dualismo de hechos y decisiones obliga a
reducir el conocimiento legítimo a las ciencias experimentales en sentido
estricto, y por lo tanto, a eliminar los problemas de la vida privada del
horizonte de las ciencias en general». Habermas concluye: «No obstante,
si hay que eliminar los problemas prácticos del conocimiento sometido a
un reduccionismo empirista, substrayéndolos del debate racional; si las
decisiones referentes a los problemas de la vida práctica deben quedar
dispensados de cualquier instancia que posea carácter racionalista, no
sorprenderá tampoco el último y desesperado intento: el intento de garan-
tizar institucionalmente una solución previa y socialmente vinculante de
los problemas prácticos, retornando al mundo cerrado de las imágenes y
las potencias míticas.» De este modo, al positivismo del conocimiento le
corresponde el decisionismo de las elecciones en el campo de la praxis.
«El precio de la economía en la elección de los medios es un decisionismo
absolutamente libre en la elección de los fines más elevados.» Se trata, por
tanto, de una racionalización de la técnica y de una «remitificación» del
reino de los fines.
Ante una situación de este tipo, el objetivo declarado de las indagacio-
nes de Habermas consiste en superar las limitaciones de las ciencias socia-
les, en la dirección de una orientación normativa, con la ayuda de un
análisis histórico global, cuyas intenciones prácticas puedan «liberarse del
puro arbitrio y legitimarse a su vez dialécticamente con base en el contex-
to objetivo». En otros términos «busca una justificación objetiva del
actuar práctico, en nombre del sentido de la historia, una justificación que
la sociología, que posee el carácter de ciencia real, no le puede suminis-
trar, por supuesto». En realidad, la finalidad explícita de los trabajos de
Habermas consiste precisamente en una «filosofía de la historia orientada
prácticamente». Es muy cierto que Habermas se halla persuadido de que
«la crítica del derecho natural ha demostrado sin duda que las normas
sociales no están fundadas, ni pueden fundarse, en la naturaleza, en aque-
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llo que es. Sin embargo, se pregunta ¿es ésta una razón suficiente para
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vida concreto del que surgió aquél y sobre el cual se refleja ideológica-
mente o reacciona críticamente?» El positivismo cae en la trampa de la
«mitología», de la cual sólo lo podrá liberar la «dialéctica», poniendo de
manifiesto su profunda ironía. La concepción dialéctica pretende eliminar
la dicotomía entre hechos y elecciones. Habermas escribe:
Las condiciones que definen las situaciones del actuar práctico se comportan como mo-
mentos de una totalidad, que no pueden subdividirse dicotómicamente en vivos y muertos,
en hechos y valores, en medios desprovistos de valor y fines dotados de valor, sin que
desaparezca esta totalidad en cuanto tal. Aquí hace valer sus propios derechos la dialéctica
hegeliana de medios y fines: dado que el contexto social es literariamente un conjunto vital,
en el que la partícula más insignificante es tan viviente e igualmente vulnerable como el todo,
los medios poseen una finalidad para determinados objetivos, así como en los objetivos
mismos se incluye una correspondencia con determinados medios. Por lo tanto, no es sufi-
ciente para resolver los problemas prácticos una elección racional de medios axiológicamen-
te neutros para llegar al objetivo. Los problemas prácticos exigen una guía teórica, que
indique cómo una situación puede convertirse en otra; exigen -tal como reza la propuesta de
Paul Streeten- no sólo un pronóstico sino también programas. Los programas aconsejan
estrategias que dan lugar a situaciones no problemáticas, y por lo tanto, de manera paulati-
na, a la conexión -que sin duda puede dividirse con propósitos analíticos, pero que es
indisoluble en la práctica- inherente a una determinada constelación de medios, objetivos, y
consecuencias secundarias.
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Algunos Antecedentes:
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Marx, Hegel y Freud
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I. FUENTES DE LA ESCUELA
DE FRANKFURT: INTRODUCCIÓN
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II. MARX
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34 LAS RAICES FILOSÓFICAS DE LA ESCUELA DE FRANKFURT
d e l siglo X X , e s t a m a n i f e s t a c i ó n s i n g u l a r h a b r í a s i d o e s c a s a m e n t e a d -
vertida.
Sin embargo, la prudencia no constituye una respuesta suficien-'
te a la cuestión de la denominación. A medida que la Alemania de
W e i m a r se acercaba a su fin, el instituto podría haber abandonado
su actitud de neutralidad sin demasiado riesgo. En W e i m a r se en-
salzaba, no se condenaba, lo novedoso y desaforado. Pero en lugar
de devenir progresivamente más radical, la Escuela de Erankfurt m a n ;
tuvo su nombre y su retórica moderados, rechazando el empleo de
la terminología marxista. A ú n en la década de los treinta, cuando
muchos de sus miembros residían en Francia y el Frente Popular
posibilitaba un marxismo manifiesto, la retórica del instituto se man-
tuvo diferenciada y neutral. Georg Lichtheim señaló:
N i n g ú n lector de la Zeitschrift für Sozialforschung p u d o d u d a r p o r un
m o m e n t o de la inspiración m a r x i s t a de los ensayos críticos sobre filo-
sofía c o n t e m p o r á n e a y sociología a p o r t a d o s p o r director del insti-
t u t o ( H o r k h e i m e r ) . P e r o , y ello constituye la peculiar fascinación de
la revista en la d é c a d a de los treinta, el m a r x i s m o no era el de M o s -
cú. En verdad, M a r x era mencionado raramente; Lenin, jamás 5
5
Lichtheim, From Marx to Hegel, p. 129.
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6
Horkheimer, Critica! Theory, p. 6.
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9
Benjamín, «Theses on the Philosophy of History», en Illuminations, p. 258.
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40 LAS RAICES FILOSÓFICAS DE LA ESCUELA DE FRANKFURT
16
Ello puede verse en la undécima y duodécima de las «Thcses on the Philosouhy
of History» de Benjamín, Illuminations, pp. 258-260 y en Essay on Liberation de M a r i
se, p. 10.
17
Marcuse, Soviet Marxism, p. 66.
18
Véase Marcuse, Eros and Civilization, pp. 118-156. T a m b i é n , la oscura exposi-
ción de Benjamín acerca de la cuestión en «Theologisch-politisches Fragment», en Zur
Kritik der Gewalt, pp. 95-96. Véase Adorno y Horkheimer, DiaUctic oj Enlightenment,
pp. 231-236, respecto de la necesidad de transformación sensible.
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22
Lichtheim expone este argumento con mayor claridad en From Marx to Hegel, pp.
67-69.
23
Avinari desarrolla este argumento y otros vinculados con él en Social and Political
Thought o/Karl Marx, pp. 151-162.
24
Marcuse, Reason r- ' Revolution, p. 317.
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25
Benjamín, «Thesis on the Philosophy of History», en Illuminations, p. 253.
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48 LAS RAICES FILOSÓFICAS DE LA ESCUELA DE FRANKFURT
Y:
H a s t a qué p u n t o el progreso y la regresión están entrelazados pue-
de verse hoy en la idea de las posibilidades técnicas. Los procesos me-
cánicos de r e p r o d u c c i ó n se han desarrollado i n d e p e n d i e n t e m e n t e de
lo q u e r e p r o d u c e n y se h a n vuelto a u t ó n o m o s . Se les considera pro-
gresivos y todo lo que no participa de ellos es reaccionario y artero 28 .
1,1
Marcuse, Eros and Civilization, p. 90.
31
Ibid., pp. 90-91.
3
- Marcuse, Soviet Marxism, pp. 63-76.
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50 LAS RAICES FILOSÓFICAS DE LA ESCUELA DE FRANKFURT
33
Adorno, Mínima Moralia, pp. 145-156; Marcuse, Essay on Liberation, pp. 23-48.
C a d a uno de ellos trata de la primacía de lo estético y de lo sensible sobre lo político
como acto de liberación.
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III. H E G E L Y EL H E G E L I A N I S M O
1
Esta postura es asumida por los miembros de la Escuela de Frankfurt y por mu-
chos de sus intérpretes: Marks, Meaning of Marcuse, p. 5; Maclntyre, Herbert Marcuse,
pp. 34-41; Cohén, «Critica] Theory», en New l.eft Revine 57 (Scp-Oct. 1969); pp. 42-43;
Berstein, «Herbert Marcuse», en Social Theory and Ptuctice, 1 (Fall, 1971): pp. 98-99;
Lichtheim, Frorn Marx to Hegel, pp. 21-23; Gay, It'timar Germany, pp. 30-31.
2
Lówith, Hegel to NieUsche, p. 134.
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HEGEL Y EI. HEGELIANISMO 53
3
Hegel, Philosophy of Hislory, p(>. 9-10.
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54 LAS RAICES FILOSÓFICAS DE LA ESCUELA DE FRANKFURT
23
Adorno, «Spengler after the Decline», en Prisms, pp. 53-54.
24
Brazill, Young Hegelians, p. 11.
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60 LAS RAICES FILOSÓFICAS DE LA ESCUELA DE FRANKFURT
25
Ibid., pp. 23-26.
26
Algunos ejemplos son: Horkheimer, « Theism and Atheism», Critique ofInstrumental
Reason, pp. 35-50; Marcuse, Erosand Cwihzalwn, pp. 107-12; Benjamín, «Theologisch-
politisches Fragmcnt», en Zur Kritik der Gewalt, pp. 95-96; y Dialectic of Enlightenment,
completa.
27
Brazill, The Young Hegelians, p. 2
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HEGEL Y EI. HEGELIANISMO 61
28
Ibid., p. 37.
29
Marx, Germán Ideology, pp. 3-4.
30
Marks, Meaning ofMarcuse, pp. 3-4; T h e r b o r n , Góran, «The Frankfurt School»,
en New Left Review 63 (Sept.- Oct.), pp. 85-87.
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62 LAS RAICES FILOSÓFICAS DE LA. ESCUELA DE FRANKFURT
tal manera que su doctrina formaría parte del edificio que lo supera-
ría, si dicho edificio pudiera construirse alguna vez.
Lo que en definitiva distingue a la Escuela de Frankfurt de los
jóvenes hegelianos es su falta de certidumbre y de optimismo. La
escuela estimó que el proyecto crítico todo era demasiado difícil y,
al fin y al cabo, el enemigo siempre demasiado poderoso y capaz de
asumir y superar las críticas. Peligro inconcebible para los jóvenes
hegelianos con su optimismo histórico y hermenéutico.
Además, existía u n a indudable claridad en la organización de los
jóvenes hegelianos; organizaron las facciones de su partido a lo lar-
go de la línea trazada por Hegel. Hegel había dicho: «Lo que es ra-
cional es real y lo que es real, racional» 3 1 . Los jóvenes hegelianos
dividieron el aforismo unificado y se organizaron en torno a los frag-
mentos. La derecha hegeliana sostenía que lo real es lo racional; la
izquierda hegeliana argüía que lo racional es lo real 3 2 . Así, la de-
recha admitió la cuestión relativa al cumplimiento teleológico de la
historia: el m u n d o se ha hecho racionalmente o, cuando menos, to-
do lo que en él acontece es racional en el sentido de ser histórica-
mente necesario. La izquierda, en cambio, admitió solamente la pri-
macía de la razón. Lo que no se conforma a la razón no es real —es
decir, es teóricamente abolido en espera de confirmación histórica
en lo que respecta a su inexistencia. Todos los jóvenes hegelianos
se unieron a uno u otro campo. Los que no podían ser clasificados
tan fácilmente (Kierkegaard, M a r x , Schopenhauer) no se pueden te-
ner por jóvenes hegelianos. La Escuela de Frankfurt nunca pudo en-
cajar dentro de los límites de un esquema tan claro.
Hay dos aspectos en la doctrina de la izquierda hegeliana que
afirman que lo racional es real. Está la fe en el poder de lo racional
de llegar a ser real y está también la certeza de que tal acontecimien-
to tendrá lugar. La Escuela de Frankfurt encontró problemáticas am-
bas afirmaciones. El triunfo de la racionalidad sobre la realidad no
le pareció una bendición absoluta. Le preocupaba la razón misma.
Ésta constituyó u n a especie de mitología que destruyó toda otra mi-
tología sin desempeñar convenientemente el papel humanamente ne-
cesario del mito 3 3 . Al mismo tiempo, antes que estar al servicio de
31
Hegel, Philosophy of Right, p. 10.
32
Lówith, From Hegel to Nietzsche, p. 68.
33
Adorno y Horkheimer, Dialectic of Enlightenment, pp. 8-13.
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HEGEL Y EI. HEGELIANISMO 63
34
Sobre «lo real es racional, lo racional es real», véase Horkheimer, Hegel und das
Problem dcr Mctaphysik, pp. 84-85.
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VII. FREUD
1
Adorno, «Sociology and Psychologie», New Lejt Review 46 (Nov.-Dic., 1967), p.
75.
2
Véase Marx, Germán Ideology, p. 7.
• . 90
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FREUD 91
3
J a y , Dialeclical Imagination, p. 87.
4
Horkheimer, «Geschichte und Psychologie», en Zeitschnjt Jür Sozialjorschung 1
(1932).
5
Freud, Civilizalion and Its Discontents, p. 22.
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FREUD 93
6
Freud, Outline of Psiychoanalysis, pp. 13-24.
7
Marcuse, Eros and Civilization, p. 3.
8 Ibid., pp.
9
Ibid., p. 119.
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dv 'UJ V &
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94 LAS RAICES FILOSÓFICAS DE LA ESCUELA DE FRANKFURT
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Planteamientos de la
Escuela de Frankfurt:
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3
Teoría tradicional y teoría crítica
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Indice general
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Teoría tradicional y teoría crítica
(1937)
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mismo aparato conceptual creado para la determinación de la
naturaleza inerte sirve para clasificar la naturaleza viva, y una
vez que se ha aprendido el manejo de ese aparato, es decir las
reglas de deducción, el sistema de signos, el procedimiento
de comparación de las proposiciones deducidas con los hechos
comprobados, es posible servirse de él en cualquier momento.
Todavía estamos lejos de esa situación.
Esta, a grandes rasgos, es la idea que hoy se tiene de la esencia
de la teoría. Suele referírsela a los comienzos de la filosofía
moderna. Como tercera máxima de su método científico, Des-
cartes enuncia la decisión de «conducir ordenadamente mis pen-
samientos, es decir, comenzar por los 'objetos más simples y
más fáciles de conocer, y poco a poco, gradualmente, por así
decir, ascender hasta el conocimiento de los más complejos,
con lo cual yo supongo un orden también en aquellos que no
se suceden unos a otros de un modo natural». La deducción,
tal como se la usa en las matemáticas, sería aplicable a la tota-
lidad de las ciencias. El orden del mundo se abre a una cone-
xión deductiva de pensamientos. «Esas largas cadenas de fun-
damentos racionales simplísimos y fácilmente intuibles, de
las que suelen valerse los geómetras para lograr las demostra-
ciones más difíciles, me indujeron a pensar que todas las cosas
que pueden ser objeto del conocimiento humano se hallan, unas
respecto de otras, en la misma relación, y que, si se tiene el
cuidado de no considerar verdadero lo que no lo es, y se guar-
da siempre el orden necesario para deducir una cosa de la otra,
no puede haber conocimientos tan lejanos que sean inalcanza-
bles ni tan ocultos que no se los pueda descubrir».2 Por lo de-
más, la posición filosófica del lógico hará que las proposiciones
más generales de donde parte la deducción sean consideradas
como juicios empíricos, como inducciones (tal el caso de John
Stuart Mili) o como intelecciones evidentes (en las corrientes
racionalistas y fenomenológicas), o bien como principios esta-
blecidos en forma totalmente arbitraria (por parte de la aro-
mática moderna).
En la lógica más avanzada de nuestros días, como la que ha
encontrado expresión representativa en las Investigaciones ló-
gicas de Husserl, se entiende por teoría el «sistema cerrado de
proposiciones de una ciencia».3 Teoría, en su exacto sentido, es
«un encadenamiento sistemático de proposiciones bajo la forma
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de una deducción sistemáticamente unitaria».4 Ciencia es «cier-
to universo de proposiciones ( . . . ) que surge de modo cons-
tante de la actividad teórica, y en cuyo orden sistemático un
cierto universo de objetos alcanza su determinación».5 El que
todas las partes, sin excepción y sin contradicciones, estén en-
cadenadas las unas con las otras, es la exigencia básica que debe
cumplir cualquier sistema teórico. La; armonía de las partes,
que excluye toda contradicción, así como la ausencia de com-
ponentes superfluos, puramente dogmáticos, que nada tienen
que ver con los fenómenos observables, son señaladas por Weyl
como condiciones imprescindibles.8
Si este concepto tradicional de teoría exhibe una tendencia,
ella es que apunta a un sistema de signos puramente matemá-
tico. Como elementos de la teoría, como partes de las conclu-
siones y de las proposiciones, fungen cada vez menos nombres
en el lugar de los objetos experimerttables; aparecen en cambio
símbolos matemáticos. Hasta las operaciones lógicas están ya
tan racionalizadas, que, por lo menos en una gran parte de la
ciencia natural, la formación de teorías se ha convertido en
una construcción matemática.
Las ciencias del hombre y de la sociedad se esfuerzan por imi-
tar el exitoso modelo de las ciencias naturales. La diferencia en-
tre escuelas que en materia de ciencias sociales se orientan
más hacia la investigación de hechos, o bien se concentran más
en los principios, nada tiene que ver con el concepto de teoría
como tal. En todas las especialidades que se ocupan de la vida
social, la prolija tarea de recolección, la reunión de enormes
cantidades de detalles sobre determinados problemas, las in-
vestigaciones empíricas realizadas mediante cuidadosas encues-
tas u otros medios auxiliares, como las que, desde Spencer, lle-
nan gran parte de las actividades universitarias, en especial en
los países anglosajones, ofrecen, por cierto, una imagen que
exteriormente parece más próxima a los otros aspectos de la
vida, propios del modo de producción industrial, que la for-
mulación de principios abstractos o que el examen de conceptos
básicos en la mesa de trabajo, como fueron característicos de
una parte de la sociología alemana. Pero esto no significa una
diferencia estructural en cuanto al pensamiento. En los últimos
períodos de la sociedad actual, las denominadas ciencias del
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espíritu tienen, por lo demás, un fluctuante valor de mercado;
deben limitarse a competir modestamente con las ciencias na-
turales, más afortunadas, cuya posibilidad de aplicación está
fuera de duda. De cualquier modo, el concepto de teoría que
prevalece en las distintas escuelas sociológicas, así como en las
ciencias naturales, es el mismo. Los empíricos no tienen una
idea diferente que los teóricos acerca de qué es una teoría bien
formada. Aquellos han llegado, simplemente, a la convicción
reflexiva de que, frente a la complejidad de los problemas so-
ciales y al estado actual de la ciencia, el ocuparse de principios
generales debe ser considerado como una tarea cómoda y ociosa.
Y cuando sea necesario el trabajo teórico, este ha de realizarse
en contacto constante con el material; por el momento no hay
que pensar en exposiciones teóricas generales. Los métodos de
formulación exacta, en particular los procedimientos matemá-
ticos, cuyo sentido se relaciona estrechamente con el concepto
de teoría esbozado, son muy apreciados por estos especialistas.
Ellos no cuestionan tanto la teoría en sí, cuanto la elaborada por
otros, «desde arriba» y sin auténtico contacto con los proble-
mas de una disciplina empírica. Las diferenciaciones entre so-
ciedad y comunidad (Tónnies), entre solidaridad mecánica y
orgánica (Durkheim) o entre cultura y civilización (A. We-
ber), como formas básicas de la socialización humana, mostra-
rían su carácter problemático apenas se intentara aplicarlas a
problemas concretos. El camino que debería tomar la sociología
en el estado actual de la investigación sería el difícil ascenso
desde la descripción de fenómenos sociales hasta la compara-
ción particularizada, y solo desde allí hasta la formación de
conceptos generales.
La antítesis aquí esbozada conduce finalmente a que los em-
piristas, de acuerdo con su tradición, solo acepten las induc-
ciones completas como proposiciones teóricas no derivadas, y
crean que aún estamos muy lejos de alcanzarlas. Sus adversa-
rios consideran válidos para la formación de las categorías y
principios primeros también otros procedimientos, que no de-
penden tanto del proceso de recolección de material. Durkheim,
por ejemplo, aunque en muchos aspectos coincida con las opi-
niones básicas de los empiristas, en lo que respecta a los prin-
cipios considera que el proceso de inducción puede ser abre-
viado. A su juicio, la clasificación de fenómenos sociales sobre
la base de un registro de hechos puramente empírico es impo-
sible; además, .no facilitaría la investigación en la medida en
que se espera que lo haga. «Su función es proporcionarnos
puntos de apoyo, que podemos relacionar con otras observa-
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ciones, diferentes de aquellas mediante las cuales hemos logra-
do esos puntos de apoyo. Para ese fin, la clasificación no ne-
cesita estar basada en un inventario completo de todos los
rasgos individuales, sino en un número reducido de ellos, cui-
dadosamente escogido ( . . . ) Puede ahorrarle muchos pasos al
observador, pues ella lo conducirá ( . . . ) Debemos, pues, se-
leccionar rasgos especialmente importantes para nuestra clasi-
ficación». 7 Pero el hecho de que los principios primeros sean
alcanzados por selección, por intuición de esencias o por mera
convención no importa diferencia alguna en cuanto a su función
en el sistema teórico ideal. Lo cierto es que el investigador uti-
liza sus proposiciones, más o menos generales, como hipótesis
para los nuevos hechos que se presentan. El sociólogo de orien-
tación fenomenológica asegurará, por cierto, que tras la com-
probación de una ley de esencia será absolutamente cierto que
cada caso particular ( E x e m p l a r ) se comportará de acuerdo con
ella. Pero el carácter hipotético de la ley de esencia se hará
notorio en el problema de saber si, en un caso aislado, estamos
frente a un ejemplar de la esencia correspondiente o de otra,
relacionada con ella, o bien si se trata de un mal ejemplar de
un género o de un buen ejemplar del otro. Siempre se encuen-
tran, por un lado, el saber formulado conceptualmente, y, por
el otro, una situación objetiva que debe ser incluida en aquel,
y este acto de subsumir, de establecer la relación entre la simple
percepción o comprobación del hecho y la estructura concep-
tual de nuestro saber, es su explicación teórica.
Sobre las diferentes formas de subsunción no hemos de exten-
dernos aquí demasiado. Sí nos referimos brevemente a cómo
se comporta este concepto tradicional de teoría respecto de la
explicación de acontecimientos históricos. Este problema apa-
rece claramente en la polémica entre Eduard Meyer y Max
Weber. Meyer consideraba inútil, e imposible de responder, la
pregunta de si, en caso de no haber existido una cierta decisión
voluntaria por parte de determinados personajes históricos, las
guerras desencadenadas por ellos habrían ocurrido igualmente
tarde o temprano. En oposición a ello, Weber señalaba que, así
planteada, la explicación histórica es imposible. Sobre la base
de las teorías del fisiólogo von Kries, y de juristas y economis-
tas como Merkel, Liefmann y Radbruch, desarrolló Weber la
«teoría de posibilidad objetiva». La explicación del historiador
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—como la del penalista— no consistiría en una enumeración
lo más completa posible de todas las circunstancias en juego,
sino, antes bien, en destacar la relación entre determinadas
partes de los acontecimientos, significativas para el decurso
histórico, y procesos aislados y determinantes. Esta relación,
el juicio, por ejemplo, de que una guerra es desencadenada
por la política de un hombre de Estado consciente de sus fines,
supone lógicamente que, en caso de no haberse llevado a cabo
esa política, no hubiera aparecido el efecto que por ella se
explica, sino otro. Postular una determinada causación históri-
ca implica siempre que, faltando ella y como consecuencia de
las. reglas empíricas conocidas, en las circunstancias dadas se
hubiera producido otro efecto. Las reglas empíricas no son
otra cosa que las formulaciones de nuestro saber acerca de las
relaciones económicas, sociales y psicológicas. Con la ayuda
de ellas construímos el proceso probable, eliminando o intro-
duciendo el acontecimiento que ha de servir para la explica-
ción.8 Se opera con proposiciones condicionales, aplicadas a
una situación dada. Si se dan las circunstancias a b c d, debe
esperarse un resultado q\ si desaparece d, resultará el aconte-
cimiento r; si se agrega g, el acontecimiento será s, y así suce-
sivamente. Un cálculo de esta índole es propio de la estructura
lógica del saber histórico así como de la ciencia natural. Es la
forma en que opera la teoría en el sentido tradicional.
Así, pues, lo qua el científico, en los más diversos campos,
considera la esencia de la teoría, es propio en realidad de su
tarea inmediata. El tratamiento de la naturaleza física, del mis-
mo modo como el de mecanismos sociales y económicos deter-
minados, exigen una conformación del material científico del
tipo de la proporcionada por una estructura jerárquica de hi-
pótesis. Los progresos técnicos de la época burguesa son inse-
parables de esta función del cultivo de la ciencia. Por una par-
te, mediante ella los hechos se vuelven fructíferos para el sa-
ber aplicable en la situación dada; por la otra, el saber de que
se dispone es aplicado a los hechos. No cabe duda de que ese
trabajo representa un momento de la subversión constante y
del desarrollo de los fundamentos materiales de la sociedad.
Pero en la medida en que el concepto de teoría es independi-
zado, como si se lo pudiera fundamentar a partir de la esencia
íntima del conocimiento, por ejemplo, o de alguna otra mane-
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ra ahistórica, se transforma en una categoría cosificada, ideo-
lógica.
Tanto la fructuosidad, para la transformación del conocimien-
to presente, de las conexiones empíricas que se van descu-
briendo, como su aplicación a los hechos, son determinaciones
que no se reducen a elementos puramente lógicos o metodoló-
gicos, sino que, en cada caso, solo pueden ser comprendidas
en su ligazón con procesos sociales reales. El hecho de que un
descubrimiento motive la restructuración de las tesis vigentes
hasta ese momento no se puede fundamentar exclusivamente
por medio de consideraciones lógicas, es decir mediante la con-
tradicción con determinadas partes de las ideas dominantes.
Siempre es posible imaginar hipótesis auxiliares, que permiti-
rían evitar una modificación de la teoría en su totalidad. El
que de todos modos se impongan nuevas tesis es fruto de re-
laciones históricas concretas, aunque, en rigor, para el cientí-
fico sólo son determinantes los motivos inmanentes. No niegan
esto los epistemólogos modernos, si bien ellos, ante los facto-
res extracientíficos decisivos, apelan más al genio o a la casua-
lidad que a las condiciones sociales. Si en el siglo xvn se co-
menzaron a solucionar las dificultades en que había caído el
conocimiento astronómico, ya no mediante construcciones ai
hoc, sino abrazando el sistema copernicano, ello no se debió
solamente a las cualidades lógicas de dicho sistema, como pot
ejemplo su mayor simplicidad. Antes bien, la preferencia por
esas cualidades nos remite a los fundamentos de la praxis so-
cial de aquella época. El camino por el cual el sistema coper-
nicano, apenas mencionado en el siglo xvi, llegó a ser una fuer-
za revolucionaria, forma parte del proceso histórico a cuyo
través el pensamiento mecanicista adquiere una posición do-
minante.9 Que la transformación de las estructuras científicas
dependa de la situación social respectiva, es algo que se puede
afirmar, no solo respecto de teorías tan generales como el sis-
tema copernicano, sino también respecto de los problemas es-
peciales de la investigación corriente. Que el hallar nuevas va-
riedades en dominios aislados de la naturaleza orgánica o inor-
gánica, ya sea en un laboratorio químico o en investigaciones
paleontológicas, constituya un motivo para la modificación de
viejas clasificaciones o para el surgimiento de otras nuevas,
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ello de ningún modo se puede deducir solamente de la situa-
ción lógica. Aquí los epistemólogos suelen apelar a un con-
cepto sólo en apariencia inmanente a su ciencia: el concepto
de «pertinencia» (Zweckmássigkeit). Si las nuevas definicio-
nes se introducen en el sentido de la pertinencia, y en qué me-
dida ello ocurre, no depende, en verdad, sólo de la simplicidad
o de la coherencia lógica del sistema, sino, entre otras cosas,
de la orientación y metas de la investigación, que no se pueden
explicar ni entender a partir de la investigación misma.
Y, así como la influencia del material sobre la teoría, tampoco
la aplicación de la teoría al material es sólo un proceso intra-
científico; es, al mismo tiempo, social. La relación entre las
hipótesis y los hechos, finalmente, no se cumple en la cabeza
del científico, sino en la industria. Reglas tales como las de que
el alquitrán de hulla, sometido a determinadas influencias, ad-
quiere tonalidades cromáticas, o que la nitroglicerina, la pól-
vora y otras sustancias tienen un alto poder explosivo, son
saber acumulado que es puesto realmente en práctica en los
establecimientos fabriles de las grandes industrias.
Entre las distintas escuelas filosóficas, los positivistas y los
pragmatistas parecen interesarse especialmente por la imbri-
cación del trabajo teórico en el proceso de vida de la sociedad.
Señalan como misión de la ciencia el predecir hechos y obtener
resultados útiles. Sin embargo, en la práctica es asunto privado
del científico concebir de este modo tal misión y el valor so-
cial de su labor. Puede creer en una ciencia independiente,
«suprasocial», desligada, o bien en la significación social de
su especialidad: esta diferencia de interpretación para nada
influye en su quehacer práctico. El científico y su ciencia están
sujetos al aparato social; sus logros son un momento de la auto-
conservación, de la constante reproducción de lo establecido,
sea lo que fuere lo que cada uno entienda por ello. Ambos de-
ben, sí, corresponder a su «concepto», es decir construir una
teoría en el sentido en que la hemos caracterizado. Dentro de
la división social del trabajo, el científico debe clasificar he-
chos en categorías conceptuales y disponerlos de tal manera,
que él mismo y todos quienes tengan que servirse de ellos pue-
dan dominar un campo táctico lo más amplio posible. Dentro
de la ciencia, el experimento tiene el sentido de comprobar los
hechos de una manera especialmente adecuada a la situación
correspondiente de la teoría. El material fáctico, la materia, es
proporcionado desde fuera. La ciencia se encarga de su formu-
lación clara e inteligible, a fin de que los conocimientos pue-
dan ser manejados como se desee. Para el científico, la recep-
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ción, transformación y racionalización del saber fáctico es su
modo peculiar de espontaneidad, constituye su actividad teó-
rica, lo mismo si se trata de una exposición lo más detallada
posible del material, como en la historia y en las ramas des-
criptivas de otras ciencias particulares, o si se trata de la re-
colección de datos globales y de la extracción de reglas genera-
les, como en la física. El dualismo entre pensar y ser, entre en-
tendimiento y percepción, es para él natural.
La idea tradicional de teoría es abstraída del cultivo de la cien-
cia tal como se cumple dentro de la división del trabajo en
una etapa dada. Corresponde a la actividad del científico tal
como se lleva a cabo en la sociedad junto con todas las otras
actividades, sin que se perciba directamente la relación entre
las actividades aisladas. De ahí que en esa idea no aparezca la
función social real de la ciencia, ni lo que significa la teoría en
la existencia humana, sino solo lo que ella es en esa esfera,
separada, dentro de la cual se la produce en ciertas condiciones
históricas. Pero, en realidad, la vida de la sociedad resulta del
trabajo conjunto de las distintas ramas de la producción, y si
la división del trabajo en el modo de producción capitalista
funciona mal, sus ramas, incluida la ciencia, no deben ser vis-
tas como autónomas o independientes. Son aspectos particula-
res del modo como la sociedad se enfrenta con la naturaleza y
se mantiene en su forma dada. Son momentos del proceso so-
cial de producción, aun cuando ellas mismas sean poco o nada
productivas en el verdadero sentido. Ni la estructura de la pro-
ducción, dividida en industrial y agraria, ni la separación entre
las llamadas funciones directivas y las ejecutivas, entre los ser-
vicios y los trabajos, las ocupaciones manuales y las intelectua-
les, son situaciones eternas o naturales; ellas proceden, por el
contrario, del modo de producción en determinadas formas de
sociedad. La ilusión de independencia que ofrecen procesos de
trabajo cuyo cumplimiento, según se pretende, derivaría de la
íntima esencia de su objeto, corresponde a la libertad aparente
de los sujetos económicos dentro de la sociedad burguesa. Es-
tos creen actuar de acuerdo con decisiones individuales, cuan-
do hasta en sus más complicadas especulaciones son exponen-
tes del inaprehensible mecanismo social.
La conciencia falsa que de sí mismo tiene el científico burgués
en la era del liberalismo se muestra en los más diversos siste-
mas filosóficos. De un modo especialmente significativo se ex-
presa, hacia principios de siglo, en el neokantismo del grupo
de Marburgo. Rasgos aislados de la actividad teórica del cientí-
fico son transformados en categorías universales, en momen-
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tos del espíritu universal, en cierto modo, del «logos» eterno,
o, más aún, rasgos decisivos ¿e la vida social son reducidos a
la actividad teórica del científico. El poder del conocimiento»
es llamado «poder originario». Por «producir» se entiende «la
soberanía creadora del pensamiento». En tanto algo aparece
como dado, tiene que ser posible constituir sus determinacio-
nes a partir de los sistemas teóricos, y, en última instancia, de
la matemática: todas las dimensiones finitas se pueden deducir,
mediante el cálculo infinitesimal, del concepto de lo infinita-
mente pequeño, y precisamente esto sería su «producción». El
ideal es alcanzar un sistema unitario de la ciencia, todopode-
rosa en este sentido. Y puesto que en el objeto todo se resuel-
ve en determinación conceptual, como resultado de este traba-
jo no se puede ofrecer nada consistente, nada material; la fun-
ción determinante, ordenadora, fundadora de unidad es lo úni-
co sobre lo cual todo reposa, a lo cual tiende todo esfuerzo
humano. La producción es producción de la unidad, y la pro-
ducción misma es el producto.10 El progreso en la conciencia
de la libertad consiste propiamente, según esta lógica, en que,
del mísero escorzo de mundo que se ofrece a la contemplación
del científico, una parte cada vez mayor sea expresable en la
forma del cociente diferencial. Mientras que, en realidad, la
profesión del científico es un momento no independiente den
tro del trabajo, de la actividad histórica del hombre, aquí es
puesta en el lugar de ellos En la medida en que la razón, en
una sociedad futura, debe efectivamente determinar los acon-
tecimientos, esta hipóstasis del logos en cuanto efectiva reali-
dad es también una utopía encubierta. El autoconocimiento
del hombre en el presente no consiste, sin embargo, en la cien-
cia matemática de la naturaleza, que aparece como logos eter-
no, sino en la teoría crítica de la sociedad establecida, presidi-
da por el interés de instaurar un estado de cosas racional.
El modo de consideración que aisla actividades y ramas de ac-
tividades, junto con sus contenidos y objetos, requiere, para ser
verdadero, la conciencia concreta de su propia limitación. Es
preciso traspasar a una concepción en que la unilateralidad,
que inevitablemente sobreviene cuando procesos intelectuales
parciales son aislados del conjunto de la praxis social, sea a su
vez suprimida y superada. En la idea de teoría, tal como ella
se presenta ineludiblemente al científico como resultado de su
propio trabajo, la relación entre los hechos y el ordenamiento
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conceptual ofrece un importante punto de partida para tal su-
peración. También la teoría del conocimiento dominante ha re-
conocido la problemática de esa relación. Siempre se vuelve a
insistir en el hecho de que los mismos objetos, que, en una
ciencia, constituyen problemas difícilmente resolubles dentro
de un tiempo previsible, en otra disciplina, en cambio, son
aceptados como simples hechos. Nexos que en física se plan-
tean como problema de la investigación, en biología se presu-
ponen como algo evidente. En biología ocurre lo propio con los
procesos fisiológicos en relación con los psicológicos. Las cien-
cias sociales aceptan la naturaleza humana y extrahumana en
su conjunto como algo dado y se interesan por la edificación
de las relaciones entre hombre y naturaleza y entre los hombres
unos con otros. Pero la profundización del desarrollo del con-
cepto de teoría no ha de realizarse sobre la base de esta refe-
rencia a la relatividad de la relación entre el pensamiento teó-
rico y los hechos, inmanente a la ciencia burguesa, sino me-
diante una consideración que atañe, no solo al científico, sino
al individuo cognoscente en general.
El mundo perceptible en su conjunto, tal como está presente
para un miembro de la sociedad burguesa, y tal como es inter-
pretado dentro de la concepción tradicional del mundo que se
halla en acción recíproca con él, representa para su sujeto una
suma de facticidades: el mundo existe y debe ser aceptado. El
pensamiento ordenador de cada individuo pertenece al conjun-
to de relaciones sociales, que tienden a adaptarse de una ma-
nera que responda lo mejor posible a las necesidades. Pero
aquí hay una diferencia esencial entre el individuo y la socie-
dad. El mismo mundo que, para el individuo, es algo en sí pre-
sente, que él debe aceptar y considerar, es también, en la for-
ma en que existe y persiste, producto de la praxis social gene-
ral. Lo que percibimos en torno de nosotros, las ciudades y
aldeas, los campos y bosques, lleva en sí el sello de la transfor-
mación. No solo en su vestimenta y modo de presentarse, en
su configuración y en su modo de sentir son los hombres un
resultado de la historia, sino que también el modo como ven
y oyen es inseparable del proceso de vida social que se ha desa-
rrollado a lo largo de milenios. Los hechos que nos entregan
nuestros sentidos están preformados socialmente de dos mo-
dos: por el carácter histórico del objeto percibido y por el ca-
rácter histórico del órgano percipiente. Ámbos no están cons-
tituidos solo naturalmente, sino que lo están también por la
actividad humana; no obstante, en la percepción el individuo
se experimenta a sí mismo como receptor y pasivo. La oposi-
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ción entre pasividad y actividad, que en la teoría del conoci-
miento se presenta como dualismo entre sensibilidad y enten-
dimiento, no representa para la sociedad lo mismo que para
el individuo. Donde este se siente pasivo y dependiente, aque-
lla, por más que se componga precisamente de individuos, es
un sujeto activo, si bien inconsciente y por lo tanto impropia-
mente tal. Esta diferencia entre la existencia del hombre y la
de la sociedad expresa la escisión propia, hasta ahora, de las
formas históricas de la vida social. La existencia de la sociedad
ha reposado en una represión directa, o bien es la ciega resul-
tante de fuerzas antagónicas, pero en ningún caso ha sido el
fruto de la espontaneidad consciente de los individuos libres.
De ahí que el significado de los conceptos de actividad y pa-
sividad cambie según se aplique al individuo o a la sociedad.
En el tipo de economía burguesa, la actividad de la sociedad
es ciega y concreta, la del individuo abstracta y consciente.
La producción humana contiene siempre también algo de siste-
mático. En la medida en que el hecho, que, para el individuo,
se agrega exteriormente a la teoría, es producido socialmente,
en ese hecho debe estar presente la razón, aunque sea en un
sentido restringido. La praxis social incluye siempre, en efec-
to, el saber disponible y aplicado; el hecho percibido está, por
ende, ya antes de su elaboración teórica consciente, llevada a
cabo por el individuo cognoscente, condicionado por ideas y
conceptos humanos. A este respecto no debe pensarse sola-
mente en el experimento, característico de las ciencias natu-
rales. La denominada «pureza» del proceso fáctico que debe
ser alcanzada por medio del procedimiento experimental, se
asocia por cierto a condicionamientos técnicos cuya relación
con el proceso de producción material es evidente. Pero aquí,
a la cuestión acerca del grado en que lo fáctico está mediado
por la praxis social como totalidad, se sumará muy posible-
mente otra, relativa a cómo es influido el objeto estudiado por
el instrumento de medición, es decir por aquel procedimiento
especial. Este último problema, que la física trata constante-
mente de resolver, se relaciona xon el que aquí planteamos no
menos estrechamente que el problema de la percepción en ge-
neral, incluida la percepción cotidiana. El aparato sensorial fi-
siológico del hombre trabaja desde hace ya tiempo, en gran
parte, en la misma dirección que los experimentos físicos. El
modo como, al observar receptivamente, se separan y se reúnen
fragmentos, como unas cosas son pasadas por alto y otras son
puestas de relieve, es resultado del modo de producción moder-
no en la misma medida en que la percepción de un hombre
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perteneciente a cualquier tribu primitiva de cazadores y pesca-
dores es resultado de sus condiciones de existencia y, por su-
puesto, también del objeto. En relación con esto, la afirmación
de que las herramientas serían prolongaciones de los órganos
humanos podría invertirse diciendo que los órganos son tam-
bién prolongaciones de los instrumentos. En etapas más altas
de la civilización, la praxis humana consciente determina in-
conscientemente, no solo la parte subjetiva de la percepción,
sino también y en mayor medida, el objeto. Lo que un miem-
bro de la sociedad industrial ve diariamente a su alrededor:
casas de departamentos, fábricas, algodón, reses, seres huma-
nos, y no solo los cuerpos, sino también el movimiento en el
que son percibidos desde trenes subterráneos, ascensores, auto-
móviles o aviones, este mundo sensible lleva en sí mismo los
rasgos del trabajo consciente, y la separación entre lo que per-
tenece a la naturaleza inconsciente y lo que es propio de la
praxis social no puede ser llevada a cabo realmente. Aun allí
donde se trate de la percepción de objetos naturales como ta-
les, la naturalidad de estos está determinada por el contraste
con el mundo social y, en esa medida, es dependiente de él.
No obstante, el individuo percibe la realidad sensible como
simple secuencia de hechos dentro de los ordenamientos con-
ceptuales. Por cierto que también estos se han desarrollado
en conexión recíproca con el proceso de vida de la sociedad.
Por eso, si la subsunción en el sistema del entendimiento y el
juicio acerca de los objetos se producen, por lo general, como
algo obvio y con notable coincidencia entre los miembros de
la sociedad dada, esta armonía, tanto entre percepción y pen-
samiento tradicional, como entre las mónadas, es decir los su-
jetos individuales cognoscentes, no es un azar metafísico. El
poder del sentido común, del common sense, para el cual no
existen secretos, así como la vigencia general de opiniones en
dominios que no se relacionan directamente con las luchas so-
ciales, como por ejemplo las ciencias naturales, están condicio-
nados por el hecho de que el mundo objetivo, acerca del cual
se han de emitir juicios, procede en gran medida de una acti-
vidad determinada por los mismos pensamientos mediante los
cuales ese mundo es reconocido y comprendido en el individuo.
En la filosofía de Kant este hecho es expresado en forma idea-
lista. Su doctrina, según la cual la sensibilidad es meramente
pasiva mientras que el entendimiento es activo, plantea a Kant
la siguiente cuestión: ¿cómo puede estar seguro el entendi-
miento de poder aprehender bajo sus reglas, en cualquier fu-
turo posible, eso diverso que le es dado en la sensibilidad? La
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tesis de una armonía preestablecida, de un «sistema de pre-
formación de la razón pura», tesis según la cual serían innatas
al pensamiento las mismas reglas por las que se regirían los
objetos, es expresamente impugnada por él. 11 He aquí la res-
puesta de Kant: los fenómenos sensibles están ya formados
por el sujeto trascendental —esto es, a través de una actividad
racional— cuando son captados por la percepción y juzgados
con conciencia.12 En los capítulos más importantes de la Crí-
tica de la razón pura, Kant trató de fundamentar con mayor
precisión esa «afinidad trascendental», esa determinación sub-
jetiva del material sensible, de la cual el individuo nada sabe.
La dificultad y oscuridad que suponen, según el mismo Kant,
los pasajes principales (relativos al problema que hemos seña-
lado ) de la deducción y del esquematismo de los conceptos pu-
ros del entendimiento se deben quizás, al hecho de que él con-
cibe esa actividad supraindividual, inconsciente, para el sujeto
empírico, solo en la forma idealista de una conciencia en sí,
de una instancia puramente espiritual. De acuerdo con la visión
teórica alcanzable en su época, Kant no concibe la realidad
como producto del trabajo, en una sociedad en la cual este es
caótico en el todo, pero orientado hacia una meta en cada una
de sus partes. Donde Hegel ya discierne la astucia de una ra-
zón objetiva, al menos en el plano de la historia universal,
Kant ve «un arte oculto en las profundidades del alma huma-
na, el secreto de cuyos mecanismos difícilmente podremos
arrancar a la naturaleza, poniéndolo en descubierto ante nues-
tros ojos». 13 En todo caso, comprendió que detrás de la dis-
crepancia entre hechos y teoría, que el científico experimenta
en su actividad de especialista, yace una profunda unidad: la
subjetividad general de la cual depende el conocer individual.
La actividad social aparece como fuerza trascendental, esto es,
como suma de factores espirituales. La afirmación de Kant de
que la acción de esa fuerza estaría rodeada de oscuridad, es
decir, que, pese a toda su racionalidad, sería irracional, no ca-
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rece de un fondo de verdad. La economía burguesa, por saga-
ces que sean los individuos que entran en competencia, no está
sometida a un plan, ni orientada conscientemente hacia una
meta general; la vida del todo se desenvuelve a partir de ella
a costa de enormes fricciones, agostada y, en cierto modo, co-
mo por azar. Las dificultades internas que aquejan a los con-
ceptos supremos de la filosofía kantiana, sobre todo al yo de
la subjetividad trascendental, a la apercepción pura u originaria,
a la conciencia en sí, testifican la profundidad y rectitud de su
pensamiento. El doble carácter de estos conceptos kantianos,
que por una parte señalan la unidad y racionalidad máximas,
y por la otra algo oscuro, inconsciente, impenetrable, refleja
exactamente la forma contradictoria de la actividad humana en
la época moderna. La acción conjunta de los hombres en la so-
ciedad es la forma de existencia de su razón; en ella emplean
sus fuerzas y afirman su esencia. Pero, al mismo tiempo, este
proceso y sus resultados son para ellos algo extraños; se les
aparecen, con todo su inútil sacrificio de fuerza de trabajo y
de vidas humanas, con sus estados de guerra y su absurda mi-
seria, como una fuerza natural inmutable, como un destino su-
prahumano. Dentro de la filosofía teórica de Kant, en su aná-
lisis del conocimiento, esta contradicción ha sido conservada.
La problemática no resuelta de la relación entre actividad y
pasividad, entre a priori y dato sensible, entre filosofía y psi-
cología, no es, entonces, una insuficiencia subjetiva, sino que
es realmente necesaria. Hegel puso en descubierto y desarrolló
estas contradicciones, pero finalmente las reconoció en el ele-
mento de una esfera espiritual más alta. La nebulosidad de
ese sujeto universal, al que Kant afirma pero al que no puede
caracterizar satisfactoriamente, es disipada por Hegel en cuan-
to pone el espíritu absoluto como lo eminentemente real (das
Allerrealste). Lo universal, según él, ya se ha desplegado ade-
cuadamente y es idéntico a lo que se concreta. La razón ya no
necesita ser simplemente crítica respecto de sí misma; en He-
gel ella se ha vuelto afirmativa; aun antes de que la realidad
deba ser afirmada como racional. Ante las contradicciones de
la existencia humana, que siguen teniendo existencia real, ante
la impotencia de los individuos frente a las condiciones creadas
por ellos mismos, esta solución aparece, de parte del filósofo,
como afirmación privada, como personal declaración de paz
con el mundo inhumano.
La inclusión de los hechos en sistemas conceptuales ya existen-
tes y su revisión mediante la simplificación o la eliminación
de contradicciones, es, como ya hemos expuesto, una parte de
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la praxis social general. En cuanto la sociedad se escinde en
grupos y clases, se comprende que esas construcciones teóricas
mantengan, según su pertenencia a una de esas clases o grupos,
también una relación diferente con esa praxis general. En la
medida en que la clase burguesa nació y creció en el seno de
una sociedad feudal, la teoría puramente científica que aque-
lla trajo consigo mostró, respecto de esa época, una tendencia
muy disolvente y agresiva hacia la vieja forma de la praxis. En
el liberalismo, caracterizó ella al tipo humano predominante.
Hoy el desarrollo está determinado mucho más por los antago-
nismos nacionales e internacionales de camarillas de dirigentes,
situadas en los puestos de comando de la economía y el Estado,
que por las personalidades comunes, que, en su mutua compe-
tencia, están destinadas a mejorar el aparato de producción y
los productos mismos. En la medida en que el pensamiento
teórico no se aplique a fines altamente especializados, en rela-
ción con estas luchas, principalmente la guerra y su industria,
el interés por él ha disminuido. Se emplean menos energías en
formar y hacer progresar la facultad de pensar prescindiendo
de su forma de aplicación.
Estas diferencias, a las cuales podríamos agregar aún muchas
otras, no impiden, sin embargo, que la teoría en su forma tra-
dicional, el juicio acerca de lo dado en virtud de un aparato de
conceptos y de juicios corriente, que rige también para la con-
ciencia más simple, además de la acción recíproca que media
entre los hechos y las formas teóricas como consecuencia de las
actividades profesionales, cotidianas, ejerza una función social
positiva. A este hacer intelectual se han incorporado las nece-
sidades y los fines, las experiencias y destrezas, las costumbres
y tendencias de la forma actual del ser del hombre. Tal como
un instrumento material de producción, él representa, como
posibilidad, un elemento perteneciente, no solo a la totalidad
cultural actual, sino también a un todo cultural más justo, más
diferenciado, más armónico. En la medida en que este pensa-
miento teórico no se acomoda conscientemente a intereses ex-
ternos, ajenos al objeto, sino que se atiene realmente a los pro-
blemas tal como ellos aparecen ante él como consecuencia del
desarrollo de las especialidades, y en la medida en que, en co-
nexión con esto, plantea nuevos problemas y modifica viejos
conceptos cuando ello parece necesario, puede entonces, con
derecho, considerar los logros de la época burguesa en mate-
ria de técnica e industria como su legitimación, y puede tam-
bién estar seguro de sí mismo. Por supuesto que se comprende
a sí mismo como hipótesis y no como certeza. Pero este carác-
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ter de hipótesis es compensado de muchas maneras. La insegu-
ridad no es mayor que lo que debe ser en virtud de los medios
intelectuales y técnicos con que se cuenta y que, en general,
han probado su utilidad, y la formulación de tales hipótesis,
en cuanto tal y por pequeña que sea su verosimilitud, vale
como un logro socialmente necesario y valioso que, en sí mismo,
en todo caso no es hipotético. La formación de hipótesis, el
trabajo teórico en general, es una actividad para la cual existe,
en la situación social presente, una fundamental posibilidad
de aplicación, es decir, una demanda. Si ella es pagada por de-
bajo de su valor, o incluso si no puede ser vendida, comparte
simplemente el destino de otros trabajos concretos y, quizás,
útiles, desechados por esta economía. No obstante, ellos la su-
ponen y forman parte del proceso económico en su totalidad,
tal como se cumple bajo determinadas condiciones históricas.
Esto nada tiene que ver con la pregunta sobre si los esfuerzos
científicos mismos son productivos en sentido estricto. En este
sistema hay demanda para una enorme cantidad de productos
llamados científicos; son apreciados de los más diversos mo-
dos, y una parte de los bienes que provienen realmente de un
trabajo productivo es gastada en ellos, sin que esto implique
nada respecto de su propia productividad. También la ociosi-
dad de ciertos sectores de la actividad universitaria, así como
la ingeniosidad vacía, la formación metafísica o no metafísica,
de ideologías, tienen, junto con otros requerimientos surgidos
de los antagonismos de la sociedad, su importancia social, sin
que en el período actual sean realmente adecuados a los inte-
reses de alguna mayoría notable de la sociedad. Una actividad
que contribuye a la existencia de la sociedad en su forma dada
no necesita, en modo alguno, ser productiva, es decir crear va-
lores para una empresa. No obstante ello, puede pertenecer a
ese sistema y contribuir a posibilitarlo; es lo que ocurre, en
verdad, con la ciencia especializada.
Ahora bien, hay un comportamiento humano u que tiene por
objeto la sociedad misma. No está dirigido solamente a subsa-
nar inconvenientes, pues para él estos dependen más bien de
la construcción de la sociedad en su conjunto. Si bien se origi-
na en la estructura social, no está empeñado, ni por su inten-
ción consciente ni por su significado objetivo, en que una cosa
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cualquiera funcione mejor en esa estructura. Las categorías de
mejor, útil, adecuado, productivo, valioso, tal como se las en-
tiende en este sistema, son, para tal comportamiento, sospe-
chosas en sí mismas y de ningún modo constituyen supuestos
extracientíficos con los cuales él nada tenga que hacer. Por
regla general, el individuo acepta naturalmente, como preesta-
blecidas, las destinaciones básicas de su existencia, esforzán-
dose por darles cumplimiento; además, encuentra su satisfac-
ción y pundonor en resolver, con todos los medios a su alcance,
las tareas inherentes a su puesto en la sociedad, y, a pesar de
la energía con que puede criticar cuestiones de detalle, en se-
guir haciendo afanosamente lo suyo; en cambio, el comporta-
miento crítico a que nos referíamos, de ninguna manera
acata esas orientaciones que la vida social, tal y como ella se
desenvuelve, pone en manos de cada uno. La separación entre
individuo y sociedad, en virtud de la cual el individuo acepta
como naturales los límites prefijados a su actividad, es relati-
vizada en la teoría crítica. Esta concibe el marco condicionado
por la ciega acción conjunta de las actividades aisladas, es de-
cir la división del trabajo dada y las diferencias de clase, como
una función que, puesto que surge del obrar humano, puede
estar subordinada también a la decisión planificada, a la per-
secución racional de fines.
El carácter escindido, propio del todo social en su configura-
ción actual, cobra la forma de contradicción consciente en los
sujetos del comportamiento crítico. En tanto reconocen ellos
la forma presente de economía, y toda la cultura fundada sobre
ella, como productos del trabajo humano, como la organiza-
ción que la humanidad se dio a sí misma en esta época y para
la cual estaba capacitada, se identifican con esta totalidad y
la entienden como voluntad y razón: es su propio mundo. Al
mismo tiempo, advierten que la sociedad es comparable con
procesos naturales extrahumanos, con puros mecanismos, pues-
to que las formas de cultura, fundadas en la lucha y la opre-
sión, no son testimonios de una voluntad unitaria, autocons-
ciente: este mundo no es el de ellos, sino el del capital. Lo que
va de la historia no puede, en rigor, ser comprendido; com-
prensibles solo son en ella individuos y grupos aislados, y
estos ni siquiera totalmente, pues, en virtud de su dependencia
interna respecto de una sociedad inhumana, ellos son, aun en
sus acciones conscientes, en gran medida funciones mecánicas.
Aquella identificación es por ello contradictoria, una contra-
dicción que caracteriza a todos los conceptos del pensamiento
crítico. Para este, las categorías económicas de «trabajo», «va-
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lor» y «productividad» significan exactamente lo que ellas sig-
nifican en este sistema, y toda otra explicación es vista como
un mal idealismo. Al mismo tiempo, el aceptar simplemente
ese significado implica la más torpe de las falsedades: el reco-
nocimiento crítico de las categorías que dominan la vida de la
sociedad contiene también la condena de aquellas. Este carác-
ter dialéctico de la autointerpretación del hombre actual deter-
mina también, en última instancia, la oscuridad de la crítica
kantiana de la razón. La razón no puede hacerse comprensible
a sí misma mientras los hombres actúen como miembros de un
organismo irracional. El organismo, como unidad que crece y
muere de manera natural, no es precisamente un modelo para
la sociedad, sino una sofocante forma de ser, de la cual debe
emanciparse. Un comportamiento que, orientado hacia esa
emancipación, tiene como meta la transformación de la totali-
dad, puede muy bien servirse del trabajo teórico, tal como él
se lleva a cabo dentro de los ordenamientos de la realidad es-
tablecida. Carece, sin embargo, del carácter pragmático que
es propio del pensamiento tradicional en cuanto trabajo pro-
fesional socialmente útil.
Para el pensamiento teórico corriente, tal como lo hemos ex-
puesto, tanto la génesis de las circunstancias dadas, como tam-
bién la aplicación práctica de los sistemas de conceptos con
que se las aprehende, y por consiguiente su papel en la praxis,
son considerados exteriores. Este extrañamiento, que en la ter-
minología filosófica se expresa como separación entre valor e
investigación, conocimiento y acción, así como en otros pares
de oposiciones, preserva al investigador de las contradicciones
señaladas y otorga un marco fijo a su actividad. A un pensa-
miento que no reconoce ese marco parece faltarle toda base
de apoyo. ¿Qué otra cosa podría representar un procedimien-
to teórico que, en última instancia, no se reduzca a la deter-
minación de hechos a partir de sistemas de conceptos lo más
simples y diferenciados que se pueda, sino un juego intelectual
y falto de dirección, mitad fantasía abstracta, mitad expresión
impotente de estados de ánimo? La indagación del condicio-
namiento social de hechos y de teorías puede constituir qui-
zás un problema de investigación, incluso todo un campo de
trabajo teórico, pero no se advierte en qué medida taies estu-
dios se diferenciarían básicamente de otros estudios especia-
lizados. La investigación de ideologías o la sociología del co-
nocimiento, que han sido extraídas de la teoría crítica y esta-
blecidas como disciplinas especiales, no están, ni por su esen-
cia ni por sus propósitos, en oposición con la actividad corrien-
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te de la ciencia ordenadora. En ellas, el conocimiento de sí del
pensamiento se reduce a descubrir relaciones entre posiciones
espirituales y situaciones sociales. La estructura del comporta-
miento crítico, cuyos propósitos sobrepasan los de la praxis
social dominante, no es, por cierto, más afín a estas disciplinas
que a las ciencias naturales. Su oposición al concepto tradicio-
nal de teoría no surge tanto de la diferencia de objetos cuanto
de sujetos. Para los representantes de este comportamiento,
los hechos, tal como ellos provienen del trabajo en la sociedad,
no son exteriores en el mismo sentido en que lo son para los
investigadores o los miembros de otras ramas profesionales,
que piensan como investigadores en pequeño. Para aquellos,
trátase de una reorganización del trabajo. Pero en la medida
en que las circunstancias que se ofrecen a la percepción son
entendidas como productos que están bajo el control del hom-
bre o, en todo caso, en el futuro han de caer bajo ese control,
dichas circunstancias pierden el carácter de mera facticidad.
Mientras que el especialista, «en cuanto» científico, ve la rea-
lidad social, junto con sus productos, como exterior, y, «en
cuanto» ciudadano, percibe su interés por ella a través de artícu-
los políticos, de la afiliación a partidos o a organizaciones de
beneficencia, y de su participación en las elecciones, sin unir
ambas cosas —y algunas otras formas de comportamiento—
en su persona de otro modo que, a lo sumo, mediante una in-
terpretación psicológica, hoy, en cambio, el pensamiento críti-
co está motivado por el intento de suprimir y superar real-
mente esa tensión, de suprimir la oposición entre la concien-
cia de fines, la espontaneidad y la racionalidad esbozadas en el
individuo y las relaciones del proceso de trabajo, fundamenta-
les para la sociedad. El pensamiento crítico contiene un con-
cepto del hombre que se opone a sí mismo en tanto no se pro-
duzca esa identidad. Si el actuar conforme a la razón es propio
del hombre, la praxis social dada, que forma la existencia has-
ta en sus mismos detalles, es inhumana, y este carácter de in-
humanidad repercute en todo lo que se realiza en la sociedad.
La actividad intelectual y material del hombre siempre seguirá
teniendo algo exterior: esto es, la naturaleza como suma de
los factores no dominados aún en cada época, y con los cuales
la sociedad está en relación. Pero si a ello se suman, como una
parte más de la naturaleza, las circunstancias que dependen
únicamente del hombre mismo, su relación en lo que respecta
al trabajo, la marcha de su propia historia, entonces esta exte-
rioridad no solo no es una categoría suprahistórica, eterna
—tampoco es pura naturaleza en el sentido señalado—, sino
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el signo de una lamentable impotencia cuya aceptación es anti-
humana y antinacional.
El pensamiento burgués está constituido de tal manera que, en
la reflexión sobre su propio sujeto, admite con necesidad ló-
gica el ego, el cual se cree autónomo. Por su esencia, es abstrac-
to, y su principio es la individualidad ajena al acontecer, la
individualidad que, en su pretensión, se eleva a causa última
del mundo o aun a mundo. Su opuesto inmediato es la convic-
ción que se tiene a sí misma por la expresión no problemática
de una comunidad ya existente, por ejemplo, la ideología de
la raza. El nosotros retórico es usado aquí en serio. El hablar
cree ser el instrumento de la generalidad. En la desgarrada so-
ciedad de hoy, este pensamiento es, al menos en cuestiones
sociales, armonicista e ilusionista. El pensamiento crítico y
su teoría se oponen a ambas actitudes. No son ni la función
de un individuo aislado ni la de una generalidad de individuos.
Tiene, en cambio, conscientemente por sujeto a un individuo
determinado, en sus relaciones reales con otros individuos y
grupos, y en su relación crítica con una determinada clase, y,
por último, en su trabazón, así mediada, con la totalidad social
y la naturaleza. No es un punto, como el yo de la filosofía
burguesa; su exposición consiste en la construcción del pre-
sente histórico. El sujeto pensante tampoco es el lugar en el
que confluyen conocimiento y objeto, lugar a partir del cual
se obtendría entonces un saber absoluto. Esta apariencia en la
que, desde Descartes, vive el idealismo, es ideología en sentido
estricto: la limitada libertad del individuo burgués aparece en
forma de libertad y autonomía perfectas. Pero el yo, sea que
actúe simplemente como pensante o de alguna otra manera, en
una sociedad impenetrable, inconsciente, tampoco tiene la cer-
teza de sí mismo. En el pensar acerca del hombre, sujeto y
objeto se separan el uno del otro; su identidad está puesta en
el futuro y no en el presente. El método que conduce a ello
puede llamarse, en la terminología cartesiana, clarificación;
pero esta, en el pensamiento realmente crítico, significa, no
solamente un proceso lógico, sino al mismo tiempo un proceso
histórico concreto. En su decurso se transforman, tanto la es-
tructura social en su totalidad, como la relación del teórico
con la sociedad, es decir, se transforma el sujeto así como el
papel del pensamiento. La aceptación de la invariabilidad esen-
cial de la relación entre sujeto, teoría y objeto, diferencia la
concepción cartesiana de cualquier lógica dialéctica.
Pero, ¿en qué conexión está el pensamiento crítico con la ex-
periencia? Si ese pensamiento no sólo debe ordenar, sino tam-
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bien extraer de sí mismo los fines trascendentes a ese ordenar,
su propia dirección, entonces siempre permanece simplemente
cabe sí ( b e i sich), como la filosofía idealista. Y, en la medida
en que no se exalte en fantasías utópicas, se hunde en espejis-
mos formalistas. El intento de determinar conceptualmente fi-
nes prácticos de un modo legítimo debería fracasar siempre.
Si el pensar no se conforma con el papel que se le ha adjudica-
do en la sociedad establecida, si no ejerce la teoría en el senti-
do tradicional, recae necesariamente en ilusiones superadas ya
hace tiempo. Esta reflexión, este regreso comete el error de
entender el pensar en forma separada, especializada y, por lo
mismo, espiritualista, tal como él se realiza bajo las condiciones
de la actual división del trabajo. En la realidad social, la acti-
vidad de pensar nunca ha permanecido cabe sí misma ( b e i
sich selbst), sino que, desde un principio, ha funcionado co-
mo momento independiente del proceso de trabajo, que tiene
una tendencia propia. Por medio del movimiento antagónico
de épocas y fuerzas progresivas y retrógradas, dicho proceso
conserva, eleva y desarrolla la vida humana. En las formas his-
tóricas de existencia de la sociedad, el excedente de bienes de
consumo producidos, en la etapa alcanzada en cada caso, bene-
fició directamente solo a un pequeño grupo de personas, y es-
tas condiciones de vida se manifestaron también en el pensa-
miento, imprimieron su sello en la filosofía y en la religión.
Sin embargo, en lo profundo alentó, desde el comienzo, el
anhelo de extender la posibilidad de consumo a la mayoría;
a pesar de la conveniencia material que ofrecía la organización
de la sociedad en clases, cada una de sus formas se reveló fi-
nalmente como inadecuada. Esclavos, siervos y ciudadanos se
sacudieron el yugo. Este anhelo también se plasmó en las for-
mas culturales. Y en la historia moderna, al exigirse de cada
individuo que haga suyos los fines de la totalidad y que los
reconozca nuevamente en ella, existe la posibilidad de que la
dirección del proceso social del trabajo, dirección que se esta-
blece sin una teoría determinada y como resultante de fuerzas
dispares, y en cuyos instantes críticos la desesperación de las
masas fue por momentos decisiva, penetre en la conciencia y
se transforme en una meta. El pensamiento no extrae esto de
sí mismo, más bien diríamos que descubre su propia función.
Los hombres llegan, en la marcha de la historia, al conocimien-
to de su hacer, y así comprenden la contradicción contenida
en su propia existencia. La economía burguesa estuvo dis-
puesta de tal modo que los individuos, en cuanto persiguiesen
su propia felicidad, mantendrían la vida social. Pero en tal es-
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tructura está implícita una dinámica en virtud de la cual, y en
una proporción que en definitiva hace pensar en las antiguas
dinastías asiáticas, de un lado se concentra un poder fabuloso,
y del otro una completa impotencia material e intelectual.
Aquello que, en esta organización del proceso de vida, resul-
taba originariamente fecundo, se transforma en infructuosidad
y en estorbo. Los hombres, con su mismo trabajo, renuevan
una realidad que, de un modo creciente, los esclaviza.
Y, efectivamente, con respecto al papel de la experiencia, exis-
te una diferencia entre la teoría tradicional y la teoría crítica.
Los puntos de vista que esta extrae del análisis histórico como
fines de la actividad humana, especialmente la idea de una or-
ganización social racional acorde con la generalidad, son inma-
nentes al trabajo humano, sin que los individuos o la concien-
cia pública los tengan presentes en su verdadera forma. El
experimentar y percibir estas tendencias responde a un interés
especial. De acuerdo con la doctrina de Marx y Engels, ese
interés se engendra necesariamente en el proletariado. En vir-
tud de su situación en la sociedad moderna, el proletariado
experimenta la relación entre un trabajo que pone en manos
de los hombres, en la lucha de estos con la naturaleza, medios
cada vez más poderosos, y la continua renovación de una or-
ganización social caduca. La desocupación, las crisis económi-
cas, la militarización, los gobiernos fundados sobre el terror,
el estado general de las masas, no se basan, precisamente, en
lo precario del potencial técnico, como pudo ocurrir en épocas
anteriores, sino en las condiciones en que se lleva a cabo la
producción, condiciones que ya no se adecúan al momento pre-
sente. El despliegue de todos los medios, físicos y espirituales,
para el dominio de la naturaleza, es coartado por el hecho de
que ellos están en manos de intereses particulares opuestos
los unos a los otros. La producción no está orientada hacia la
vida de la comunidad, contemplando además las exigencias de
los individuos, sino que se dirige en primer lugar a las exigen-
cias de poder de los individuos, contemplando también, en ca-
so de necesidad* la vida de la comunidad. Esto ha sido una
derivación forzosa del principio progresista de que es suficien-
te con que los individuos, bajo el sistema de propiedad esta-
blecido, se preocupen solo de sí mismos.
Pero en esta sociedad tampoco la situación del proletariado
constituye una garantía de conocimiento verdadero. Por más
que el proletariado experimente en sí mismo el absurdo como
continuidad y aumento de la miseria y la injusticia, la diferen-
ciación de su estructura social, que también es estimulada por
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los sectores dominantes, y la oposición entre intereses perso-
nales e intereses de clase, que solo en momentos excepcionales
se logra romper, impiden que esa conciencia se imponga de un
modo inmediato. También para el proletariado el mundo tiene,
en la superficie, una apariencia distinta. Una posición que no
fuera capaz de enfrentar al propio proletariado en nombre de
sus verdaderos intereses y, por ende, también en nombre de
los verdaderos intereses de la sociedad en su conjunto, y, por
el contrario, extrajera sus lincamientos de los pensamientos y
sentimientos de la masa, caería ella misma en una dependencia
esclavizadora respecto de lo establecido. El intelectual que se
limita a proclamar en actitud de extasiada veneración la fuer-
za creadora del proletariado, contentándose con adaptarse a él
y glorificarlo, pasa por alto el hecho de que la renuncia al es-
fuerzo teórico —esfuerzo que él elude con la pasividad de su
pensamiento— o la negativa a un eventual enfrentamiento con
las masas— a la que podría llevarlo su propio pensamiento—
vuelven a esas masas más ciegas y más débiles de lo que debe-
rían ser. El propio pensamiento del intelectual, en tanto ele-
mento crítico y propulsor, forma parte del desarrollo de las
masas. Que ese pensamiento se subordine por completo a la
situación psicológica de aquella clase que, en sí, representa la
fuerza transformadora, induce en ese intelectual el sentimiento
gratificador de estar ligado a un poder inmenso, instilándole
un optimismo profesional. Cuando este optimismo es desmen-
tido por períodos de fracaso profundo, muchos intelectuales
corren el peligro de caer en el nihilismo y en un pesimismo so-
cial tan extremo cuan exagerado era su anterior optimismo. No
soportan que justamente el pensamiento más actual, el que
abarca más profundamente la siutación histórica, el más pro-
misorio, en determinados períodos traiga como consecuencia
el aislamiento de sus portadores y la necesidad de nadar con-
tra la corriente.
Si la teoría crítica consistiera en esencia en formular los senti-
mientos e ideas de una clase en determinados momentos, no
ofrecería ninguna diferencia estructural respecto de la ciencia
especializada: en ese caso se trataría de la descripción de con-
tenidos psíquicos que son típicos de determinados grupos de la
sociedad, es decir, de una psicología social. La relación entre
ser y conciencia es diferente en las diversas clases de la socie-
dad. Las ideas con que la burguesía explica su propio sistema:
el intercambio equitativo, la libre competencia, la armonía de
los intereses, etc., revelan su contradicción interna y, con ello,
su antítesis respecto de ese sistema, apenas se las considera se-
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riamente y se las piensa, hasta sus últimas consecuencias, como
principio de la sociedad. Así, pues, la mera descripción de la
autoconciencia burguesa no proporciona por sí sola la verdad
acerca de esa clase. Tampoco la sistematización de los conte-
nidos de conciencia del proletariado puede proporcionarnos
una imagen verdadera de su existencia y de sus intereses. Ella
sería una teoría tradicional caracterizada por un planteamiento
peculiar de los problemas, y no el aspecto intelectual del pro-
ceso histórico de la emancipación del proletariado. Lo mismo
valdría si pretendiéramos limitarnos a registrar y publicar, no
las ideas del proletariado en general, sino las de una fracción
más avanzada de este, las de un partido o las de sus conduc-
tores. El registro y ordenamiento, dentro de un aparato con-
ceptual ajustado lo más posible a los hechos, constituiría, tam-
bién en este caso, la verdadera tarea, y la última meta del teó-
rico sería la previsión de datos sociopsicológicos futuros. El
pensar, el formular la teoría, por un lado, y su objeto, el pro-
letariado, por el otro, serían asunto aparte. Pero si el teórico
y su actividad específica son vistos como constituyentes de una
unidad dinámica con la clase dominada, de modo que su ex-
posición de las contradicciones sociales aparezca, en esa uni-
dad, no solo como expresión de la siutación histórica concreta,
sino, en igual medida, como factor estimulante, transformador,
entonces se hace patente su función. El proceso de confronta-
ción crítica entre los sectores avanzados de la clase social y los
individuos que declaran la verdad acerca de ella, así como en-
tre estos sectores más avanzados, junto con sus teóricos, y el
resto de la clase, debe ser entendido como un proceso de ac-
ción recíproca en el cual la conciencia desarrolla, al mismo
tiempo que sus fuerzas liberadoras, sus fuerzas propulsoras,
disciplinantes y agresivas. El vigor de dicho proceso se mani-
fiesta en la constante posibilidad de tensión entre el teórico y
la clase a la que se refiere su pensar. La unidad de las fuerzas
sociales de las que se espera la liberación es al mismo tiempo
—en el sentido de Hegel— su diferencia: solo existe como
conflicto, que amenaza constantemente a los sujetos compren-
didos en él. Esto se hace evidente en la persona del teórico: su
critica es agresiva, no solo frente a los apologistas conscientes
de lo establecido, sino en la misma medida frente a tendencias
discrepantes, conformistas o utopistas dentro de sus propias
filas.
La concepción tradicional de teoría, parte de la cual es captada
por la lógica formal, responde al proceso de producción según
la división del trabajo, tal como se da en la actualidad. Puesto
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que la sociedad tendrá que enfrentarse con la naturaleza tam-
bién en épocas futuras, esta técnica intelectual no será irrele-
vante sino que, por el contrario, deberá ser desarrollada al má-
ximo. Pero la teoría, como momento de una praxis orientada
hacia formas sociales nuevas, no es la rueda de un mecanismo
que se encuentre en movimiento. Si bien las victorias y derro-
tas presentan una vaga analogía con la verificación e invalida-
ción de hipótesis en el dominio de la ciencia, el teórico crítico
no puede apoyarse en ellas para cumplir sus tareas. Le sería
imposible alabar, como Poincaré, un avance enriquecedor lo-
grado a costa de desechar hipótesis.15 Su oficio es la lucha, de
la cual es parte su pensamiento, no el pensar como algo inde-
pendiente que debiera ser separado de ella. En su comporta-
miento tienen cabida, ciertamente, muchos elementos teóricos
en el sentido habitual: el conocimiento y pronóstico de hechos
relativamente aislados, juicios científicos, planteo de proble-
mas que, por sus intereses específicos, difieren de los corrien-
tes, pero presentan la misma forma lógica. Lo que la teoría
tradicional se permite admitir sin más como existente, su papel
positivo en una sociedad en funcionamiento, su relación, me-
diada y poco evidente por cierto, con la satisfacción de las
necesidades de la comunidad, su participación en el proceso de
vida de la totalidad que se renueva a sí misma, todas estas
pretensiones por las que la ciencia no suele preocuparse ya que
su cumplimiento es reconocido y asegurado por la posición so-
cial del científico, son cuestionadas por el pensamiento crítico.
La meta que este quiere alcanzar, es decir, una situación fun-
dada en la razón, se basa, es cierto, en la miseria presente;
pero esa miseria no ofrece por sí misma la imagen de su su-
presión. La teoría esbozada por el pensar crítico no obra al
servicio de una realidad ya existente: solo expresa su secreto.
Aunque en cada momento se puedan detectar con exactitud
equívocos y confusiones, aunque se pueda eliminar cualquier
error, sin embargo la tendencia general de tal empresa, el que-
hacer intelectual como tal, por más exitoso que prometa ser,
no obtiene ninguna sanción del sentido común, ninguna con-
sagración social. Por el contrario, las teorías que son suscepti-
bles de confirmación o rechazo en la construcción de máqui-
nas, en organizaciones militares, o en exitosas piezas cinema-
tográficas, terminan, aun cuando se las elabore en forma in-
dependiente de su aplicación, como la física teórica, en algún
consumo claramente descriptible, por más que este consista
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sólo en un manejo virtuosista de los signos matemáticos, re-
compensando el cual la buena sociedad deja traslucir su senti-
do de la humanidad.
Pero de cómo será consumido el futuro con el que tiene que
ver el pensar crítico, de eso no hay ejemplos semejantes. No
obstante, la idea de una sociedad futura como comunidad de
hombres libres, tal como ella sería posible con los medios téc-
nicos con que se cuenta, tiene un contenido al que es preciso
mantenerse fiel a través de todos los cambios. En cuanto es
la comprensión del modo en que el desmembramiento y la
irracionalidad pueden ser eliminados ahora, esa idea se repro-
duce de continuo en la situación imperante. Pero la facticidad
juzgada en esa idea, las tendencias que apuntan a una socie-
dad racional, no son creadas fuera de ese pensar crítico por
fuerzas exteriores a él en cuyo producto pudiera él reconocerse
luego, digamos, por simple casualidad, sino que el mismo su-
jeto que quiere imponer esns hechos, una realidad mejor, es
también quien los concibe. La problemática coincidencia entre
pensar y ser, entendimiento y sentidos, necesidades humanas y
su satisfacción dentro de la caótica economía de hoy, coinci-
dencia que, en la época burguesa, aparece como azar, debe de-
jar paso a la relación entre propósito racional y realización. La
lucha por el futuro es el imperfecto reflejo de esta relación, en
cuanto una voluntad orientada hacia la configuración de la so-
ciedad como un todo actúa ya conscientemente dentro de la
teoría y la praxis que deben conducir a ello. En la organiza-
ción y la comunidad de los combatientes aparece, más allá de
toda la disciplina basada en la necesidad de imponerse, algo de
la libertad y espontaneidad del futuro. Donde la unidad de
disciplina y espontaneidad ha desaparecido, el movimiento se
transforma en asunto de su propia burocracia, un espectáculo
que ya pertenece al repertorio de la historia moderna.
La vigencia en el presente de ese futuro anhelado no es, sin
embargo, ninguna certeza. El sistema conceptual del entendi-
miento ordenador, las categorías en las cuales son admitidos,
por lo común, lo caduco y lo vigente, así como procesos so-
ciales, psicológicos y físicos, la separación entre los objetos y
los juicios en las ramas de las ciencias particulares, todo esto
constituye el aparato conceptual tal como él se ha confirmado
y ajustado en conexión con el proceso real del trabajo. Este
mundo de conceptos constituye la conciencia general, posee
un fundamento al cual sus portadores se pueden remitir. Tam-
bién los intereses del pensar crítico son generales, pero no ge-
neralmente reconocidos. Los conceptos que surgen bajo su in-
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fluencia critican el presente. Las categorías marxistas de clase,
explotación, plusvalía, ganancia, pauperización, crisis, son mo-
mentos de una totalidad conceptual cuyo sentido ha de ser bus-
cado, no en la reproducción de la sociedad actual, sino en su
transformación en una sociedad justa. Aunque la teoría crí-
tica en ningún momento procede arbitrariamente o por azar,
para el modo dominante de juzgar ella aparece, justamente por
eso, como subjetiva y especulativa, parcial e inútil. Como fella
se opone a los hábitos dominantes de pensamiento, que con-
tribuyen a la sobrevivencia del pasado y cuidan de los negocios
de un orden perimido, como se opone a los responsables de
un mundo parcializado, impresiona como parcial e injusta.
Pero, por sobre todo, ella no puede exhibir un rendimiento
material. La transformación que trata de obrar la teoría crítica
no es algo que se imponga paulatinamente, de modo que su
éxito, aunque lento, fuese constante. El crecimiento del nú-
mero de partidarios más o menos esclarecidos, la influencia de
algunos de ellos sobre los gobiernos, la asunción del poder por
partidos que muestran una actitud positiva frente a la teoría
o, por lo menos, no la proscriben, todo esto pertenece a las
alternativas de la lucha por alcanzar una etapa superior de la
convivencia humana; no es el punto de partida de la teoría.
Tales logros pueden revelarse luego incluso como victorias apa-
rentes y errores. Una operación de abono en la agricultura o
la aplicación de una terapia médica pueden estar muy lejos aún
de la efectividad ideal y, no obstante, producir ya algún resul-
tado. Quizá las teorías que están en la base de tales ensayos
técnicos deban ser reajustadas, renovadas o invalidadas en re-
lación con la praxis especial y con los descubrimientos hechos
en otros campos; pero al menos se ahorró una cuota de tra-
bajo con relación a lo producido, y se curaron o atenuaron mu-
chas enfermedades.18 En cambio, la teoría que tiende a la
transformación de la totalidad social tiene, por lo pronto, co-
mo consecuencia que la lucha con la que está relacionada se
agudice. Aun cuando ciertas mejoras materiales, fruto de la
incrementada fuerza de resistencia de determinados grupos, re-
percuten indirectamente en la teoría, estos no son sectores de
la sociedad de cuya constante expansión vaya a originarse final-
mente la sociedad nueva. Tales ideas desvirtúan la fundamen-
tal diversidad de un todo social dividido, en el cual el poder
material e ideológico funciona con miras a la conservación de
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privilegios, por oposición a una asociación de hombres libres
en la cual cada uno tiene la posibilidad de desarrollarse. Esta
idea se diferencia de la utopía abstracta porque aduce como
prueba de s' posibilidad real el estado actual ríe las fuerzas
humanas de producción. Pero el número de tendencias que
pueden conducir a ella, el de las transiciones que se vayan
alcanzando, la medida en que las etapas previas aisladas pue-
dan ser deseables y valiosas en sí mismas —esto es, lo que
ellas signifiquen históricamente para esa idea—, todo eso se
define sólo cuando ella se realiza. Este pensar tiene algo en
común con la fantasía, a saber: que una imagen de futuro, que
surge por cierto desde la más profunda comprensión del pre-
sente, determina pensamientos y acciones, aun en los períodos
en que la marcha de las cosas parece descartarla y dar funda-
mento a cualquier doctrina antes que a la creencia en su cum-
plimiento. Pero no es propio de este pensar lo arbitrario y lo
sospechosamente independiente, sino la tenacidad de la fanta-
sía. Dentro de los grupos más avanzados, es el pensador teó-
rico quien debe implantar esa tenacidad. Tampoco en esta
situación predomina la armonía. Si el teórico de la clase do-
minante alcanza, tal vez luego de penosos comienzos, una po-
sición relativamente segura, para el bando contrario él pasa
por enemigo o delincuente o bien por un utopista ajeno al
mundo, y la discusión al respecto no queda decidida ni siquiera
después de su muerte. El significado histórico de su actividad
no es evidente de suyo; antes depende de que los hombres ha-
blen y actúen en favor de él. Ese significado no es el propio
de una figura histórica ya terminada.
La capacidad para actos de pensamiento tales como los que
exige la praxis cotidiana, tanto en la vida de los negocios co-
mo en las ciencias, ha sido desarrollada en los hombres a lo
largo de siglos de educación realista; una falla conduce aquí al
dolor, a la frustración y al castigo. Esta forma de comporta-
miento intelectual consiste esencialmente en que las condicio-
nes para la aparición de un efecto, que siempre ha aparecido
bajo los mismos supuestos, son reconocidas y, en determinadas
circunstancias, provocadas de manera autónoma. Hay un apren-
dizaje intuitivo, logrado a través de las buenas y malas expe-
riencias y del experimento organizado. Aquí está en juego la
supervivencia individual inmediata, y la humanidad ha tenido
en la sociedad burguesa la oportunidad de desarrollar el sen-
tido para ella. El conocimiento en esta acepción tradicional,
incluyendo toda clase de experiencias, está contenido en la
teoría y la praxis críticas. Pero, en lo que respecta a la trans-
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formación esencial a que ellas apuntan, falta la correspondien-
te percepción concreta en tanto esta no se dé en toda su reali-
dad. Si la prueba del pastel es comerlo, aquí, en todo caso, to-
davía está por cumplirse. La comparación con acontecimien-
tos históricos similares solo es posible de una manera muy
condicionada. Por ello el pensamiento constructivo tiene, en
la totalidad de esta teoría, una importancia mayor frente a lo
empírico que en la vida del sentido común. En esto reside una
de las causas por las cuales, en asuntos que conciernen a la
sociedad en su conjunto, personas que, en especialidades cien-
tíficas aisladas o en otras ramas profesionales, dan pruebas de
un enorme rendimiento, pueden mostrarse, a pesar de su bue-
na voluntad, limitadas e incapaces. En todas las épocas en las
cuales las transformaciones sociales estuvieron a la orden del
día, quienes, en oposición a ello, pensaban «demasiado», han
pasado por peligrosos. Esto nos lleva al problema general de
la inteligencia en su relación con la sociedad.
El teórico, cuya actividad consiste en apresurar un desarrollo
que conduzca a una sociedad sin injusticia, puede encontrarse
—como hemos expuesto— en oposición a opiniones que pre-
dominan, precisamente, entre el proletariado. Sin la posibili-
dad de este conflicto, no se requeriría ninguna teoría; ella se-
ría algo espontáneo en sus beneficiarios. Ese conflicto no está
necesariamente relacionado con la situación individual, de cla-
se, del teórico; ella no depende de la forma de sus ingresos.
Engels fue un busittessmun. En la sociología especializada, que
toma su concepto de clase, no de la crítica de la economía, sino
de sus propias observaciones, no es ni la fuente de ingresos ni
el contenido fáctico de la teoría del investigador lo que decide
acerca de su pertenencia social; lo decisivo es el elemento for-
mal de la educación. La posibilidad de una visión de conjunto
más amplia —no digamos la que es propia de los magnates de
la industria, que conocen el mercado mundial y dirigen entre
bambalinas Estados enteros, sino la que corresponde a profeso-
res universitarios y funcionarios medianos, médicos, abogados,
etc.— ha de ser constitutiva de la intelligentsia, es decir, una
especial clase social o, inclusive, suprasocial. Si la misión del
teórico crítico es reducir la discrepancia entre su comprensión
y la de la humanidad oprimida para la cual él piensa, en aquel
concepto sociológico el volar por encima de las clases llega a
ser el rasgo esencial de la intelligentsia, una especie de privile-
gio del cual ella se enorgullece.17 La neutralidad de esta cate-
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goría responde al autoconocimiento abstracto del científico. El
modo como el saber aparece en el consumo burgués del libera-
lismo, o sea como conocimiento útil en determinadas circuns-
tancias, sean cuales fueren, es compendiado también teórica-
mente por esta sociología. Marx y Mises, Lenin y Liefmann,
Jaurés y Jevons, todos ellos pertenecen a una clasificación so-
ciológica única, si es que no se deja de lado a los políticos, y,
en el papel de posibles discípulos, se los contrapone a los cien-
tíficos de la política, a los sociólogos y los filósofos, conside-
rados como los que saben. De estos deben aprender entonces
los políticos a aplicar «tal o cual medio» si asumen «tal o cual
posición»; deben aprender también si su posición práctica es
asumible «con coherencia interna».18 Entre los hombres que
influyen en las luchas sociales, luchas que se desarrollan en la
historia, y el diagnosticador sociológico que les asigna su pues-
to se constituye una división del trabajo.
La teoría crítica está en contradicción con el concepto forma-
lista de espíritu en que se basa dicha teoría de la intelligentsia.
Para ella solo existe una verdad, y los predicados positivos
de honestidad y coherencia interna, de racionalidad, de esfuer-
zo por la paz, libertad y felicidad no pueden atribuirse en el
mismo sentido a cualquier otra teoría o praxis. No hay una
teoría de la sociedad, ni siquiera la del sociólogo que genera-
liza, que no incluya intereses políticos acerca de cuya verdad
haya que decidir, ya no mediante una reflexión neutral en apa-
riencia, sino nuevamente actuando y pensando, es decir en la
actividad histórica concreta. Que el intelectual pretenda que
se requiere previamente un difícil esfuerzo de pensamiento,
que solo él puede llevar a cabo, a fin de poder decidir entre
fines y medios revolucionarios, liberales o fascistas, es algo
completamente inconcebible. Hace ya décadas que la situación
no es esa. La vanguardia necesita la perspicacia en la lucha po-
lítica, no la información académica acerca de su pretendida
posición. Precisamente en un momento en el que, en Europa,
las fuerzas liberadoras están desorientadas y tratan de reorga-
nizarse; en el que todo depende de matices dentro de sus pro-
pios movimientos; en el que la indiferencia frente al contenido
determinado, surgida de la derrota, de la desesperación y de
una burocracia corrupta, amenaza con destruir toda esponta-
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neidad, experiencia y conocimiento en las masas, a pesar del
heroísmo de algunos individuos, la concepción extrapartídaria
y por lo tanto abstracta de la intelligentsia implica una forma
de abordar los problemas que, sencillamente, encubre las cues-
tiones decisivas. El espíritu es liberal. No soporta ninguna
presión externa, ninguna adaptación de sus resultados a la vo-
luntad de un poder. Sin embargo, no está separado de la vida
de la sociedad, no la sobrevuela. En la medida en que tiende
a la autonomía, al dominio de los hombres sobre sus propias
vidas y sobre la naturaleza, puede reconocer esta tendencia co-
mo fuerza actuante en la historia. Considerada aisladamente,
la comprobación de tal tendencia se presenta como neutral;
pero, así como el espíritu no la puede reconocer sin interés,
tampoco puede, sin una lucha real, transformarla en concien-
cia general. En esa medida el espíritu no es liberal. Los esfuer-
zos conceptuales que, sin relación consciente con una praxis
determinada, se sitúan —siempre según una variable misión
académica o de otra especie, cuya promoción promete éxito—
ya aquí, ya allá, y tienen ya esto, ya aquello, por asunto propio,
pueden prestar servicios útiles a una u otra tendencia histórica;
no obstante, a pesar de su corrección formal (¡qué construcción
teórica totalmente equivocada no puede, al fin, cumplir con la
condición de corrección formal!) pueden coartar o desviar el
desarrollo espiritual. El concepto abstracto, mantenido como
categoría sociológica, de intelligentsia, la cual, además, debe
tener funciones de misionera, responde por su estructura a la
hipóstasis de la ciencia especializada. La teoría crítica no está ni
«arraigada», como la propaganda totalitaria, ni tiene la «libre
fluctuación» de la inteligencia liberal.
De la diversa función del pensar tradicional y del pensar crí-
tico surgen las diferencias de su estructura lógica. Las propo-
siciones primeras de la teoría tradicional definen conceptos
universales bajo los cuales deben ser comprendidos todos los
hechos de un campo determinado, por ejemplo el concepto de
un proceso físico en la física o del acontecer orgánico en la
biología. Entre ellas se establece la jerarquía de los géneros y
las especies, los que presentan las correspondientes relaciones
de subordinación. Los hechos son casos aislados, ejemplares
o materializaciones de los géneros. Diferencias temporales en-
tre las unidades del sistema no hay. La electricidad no existe
antes que un campo conductor y, a la inversa, tampoco el cam-
po antes que la electricidad, del mismo modo como el león
como tal no está antes o después que el león particular. Si en
el conocimiento individual puede existir una u otra sucesión
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temporal de estas relaciones, en todo caso ello no sucede en
el campo de los objetos. La física también se ha apartado de
la concepción para la cual los rasgos más generales actúan como
causas o fuerzas ocultas en los hechos concretos, y de la hipós-
tasis de estas relaciones lógicas; solo en la sociología existen
aún vacilaciones al respecto. Si se agregan al sistema géneros
aislados o se llevan a cabo otras modificaciones, esto, por lo
general, no es entendido en el sentido de que las determinacio-
nes son necesariamente demasiado rígidas, de que ellas tienen
que ser inadecuadas, ya que, o bien la relación con el objeto,
o bien el objeto mismo varían sin perder por ello su identidad.
En lugar de ello se considera que las variaciones se deben a
una carencia de nuestro conocimiento anterior o son el resulta-
do de reemplazar partes aisladas del objeto por otras, como,
por ejemplo, un mapa se desactualiza porque desaparecen bos-
ques, se agregan ciudades nuevas o surgen otros límites. Del
mismo modo es entendido también el desarrollo de la vida en
la lógica discursiva (o lógica del entendimiento). Este ser hu-
mano es ahora un niño, de modo que, según esta lógica, «adul-
to» sólo puede significar que hay un núcleo fijo que permanece
igual a sí mismo: «este ser humano»; a él se le aplican, una
después de la otra, las dos cualidades, el ser niño y el ser adulto.
Para el positivismo nada permanece idéntico, sino que primero
existe un niño, luego un adulto, ambos son dos complejos de
hechos diferentes. Esta lógica no puede comprender el hecho
de que el ser humano varía y, sin embargo, sigue siendo idén-
tico a sí mismo.
La teoría crítica de la sociedad comienza igualmente con de-
terminaciones abstractas, en la medida en que trata la época
actual caracterizándola como una economía basada en el cam-
bio. 19 Conceptos que aparecen en Marx, tales como mercan-
cía, valor y dinero, pueden hacer las veces de conceptos ge-
néricos, por ejemplo cuando las relaciones de la vida social
concreta son juzgadas como relaciones de cambio y se habla
del carácter de mercancía de los bienes. Pero la teoría no se
agota en relacionar con la realidad los conceptos hipotéticos.
El comienzo ya esboza el mecanismo por el cual la sociedad
burguesa, tras la supresión de los regímenes feudales, del sis-
tema gremial y de la servidumbre, no sucumbió inmediatamente
a su principio anárquico, sino que logró sobrevivir. Es mostra-
do el efecto regulador del cambio, sobre el que reposa la eco-
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nomía burguesa. La concepción del intercambio entre sociedad
y naturaleza, que ya entra aquí en juego; la idea de una época
unitaria de la sociedad, la de su autoconservación y otras, ya
surgen de ese análisis básico del transcurrir histórico, análisis
que está guiado por el interés en el futuro. La relación de los
primeros nexos conceptuales con el mundo fáctico no es esen-
cialmente la que media entre lo genérico y lo ejemplar. La re-
lación de cambio caracterizada por la teoría domina, como con-
secuencia de su dinámica, la realidad social, así como el meta-
bolismo, por ejemplo, domina en gran parte el organismo ve-
getal y animal. También en la teoría crítica hay que introducir
elementos específicos, para alcanzar, desde esta estructura bá-
sica, la realidad diferenciada. Pero esa introducción de deter-
minaciones —piénsese en la presencia de existencias de
oro, en la expansión hacia ámbitos aún precapitalistas de la
sociedad, en el comercio exterior— no ocurre por simple de-
ducción, como en aquella teoría encapsulada en sí misma como
especialidad. Antes bien, cada paso de la teoría crítica respon-
de a la noción de hombre y de naturaleza ya presente en las
ciencias y en la experiencia histórica. Esto se comprende por
sí solo en relación con el principio de la técnica industrial.
Pero la noción diferenciada de los modos humanos de reacción
se aplica también en otras direcciones en el desarrollo concep-
tual examinado en estas páginas. Así, la proposición de que
las clases inferiores de la sociedad son también, en determina-
das condiciones, las que más hijos tienen, juega un papel im-
portante en la demostración de cómo la sociedad mercantil
burguesa conduce necesariamente al capitalismo con ejército
industrial de reserva y con crisis. La fundamentación psicoló-
gica de esa proposición queda librada a las ciencias tradiciona-
les. La teoría crítica de la sociedad parte, pues, de una idea
del intercambio mercantil simple determinada por conceptos
relativamente generales; bajo el supuesto de la totalidad del
saber disponible, de la admisión de material tomado de inves-
tigaciones propias y extrañas, se muestra entonces cómo la
economía mercantil, dentro de la cambiante condición de hom-
bres y cosas ya dada —y cambiante por la influencia de esa
misma economía—, debe conducir necesariamente a la agudi-
zación de los antagonismos sociales —agudización que en el
momento histórico actual lleva a guerras y revoluciones— sin
que sus propios principios, expuestos por la economía política
como disciplina especializada, sufran transgresión alguna.
El sentido de la necesidad, tal como la entendemos aquí, es,
como el de la abstracción de los conceptos, al mismo tiempo
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semejante al de los rasgos correspondientes de la teoría tradi-
cional y diferente de ellos. En ambos tipos de teoría el rigor
de la deducción estriba en que esta aclara cómo afirmar la in-
herencia de determinaciones generales implica afirmar la inhe-
rencia de ciertas relaciones fácticas. Si se trata de un fenómeno
eléctrico, entonces debe ocurrir, puesto que tal o cual caracte-
rística corresponde al concepto de electricidad, tal o cual suceso.
En la medida en que la teoría crítica de la sociedad explica el
estado de cosas presente a partir del concepto del intercambio
simple, contiene, de hecho, ese tipo de necesidad, solo que la
forma hipotética general posee en ella una importancia relati-
va. El acento no recae en el hecho de que, en cualquier parte
donde domine la sociedad mercantil simple, tiene que haber
un desarrollo capitalista —si bien esto es verdadero—; antes
bien, el acento recae en el hecho de que esta sociedad capita-
lista real, que, originada en Europa, se extiende por toda la
tierra, sociedad para la cual la teoría afirma ser válida, es de-
ducida a partir de la relación básica del cambio en general.
Mientras que los juicios categóricos de las ciencias especializa-
das poseen, en el fondo, carácter hipotético, y los juicios de
existencia, cuando los hay, solo tienen cabida en capítulos es-
peciales, en partes descriptivas o prácticas,20 la teoría crítica
de la sociedad es en su totalidad un único juicio de existencia
desarrollado. Este juicio afirma, dicho en términos generales,
que la forma básica de la economía de mercancías históricamen-
te dada, sobre la cual reposa la historia moderna, encierra en
sí misma los antagonismos internos y externos de la época, los
renueva constantemente de una manera agudizada, y que, tras
un período de ascenso, de desarrollo de fuerzas humanas, de
emancipación del individuo, tras una fabulosa expansión del
poder del hombre sobre la naturaleza, termina impidiendo la
continuación de ese desarrollo y lleva a la humanidad hacia
una nueva barbarie. Dentro de esta teoría, cada uno de los
pasos especulativos posee, por lo menos según su intención,
el mismo rigor que las deducciones dentro de una teoría cien-
tífica especializada; pero, por otra parte, cada uno de esos pasos
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es un momento en la constitución de aquel vasto juicio de exis-
tencia. Las partes aisladas pueden ser transformadas en juicios
universales o particulares hipotéticos y utilizadas en el sentido
del concepto tradicional de teoría, como, por ejemplo, el prin-
cipio de que a una productividad creciente corresponde regu-
larmente una desvalorización del capital. De este modo surgen
en algunas partes de la teoría proposiciones cuya relación con la
realidad resulta difícil. Del hecho de que la exposición de un
objeto unitario sea verdadera en su totalidad, solo en determi-
nadas condiciones se puede deducir si partes aisladas, extraídas
de esa exposición, corresponden, en su aislamiento, a partes ais-
ladas del objeto. La problemática que surge tan pronto como
proposiciones parciales de la teoría crítica se pueden aplicar
a procesos, únicos o repetibles, de la sociedad actual, tiene que
ver con la capacidad de rendimiento de dicha teoría en el cam-
po del pensamiento tradicional, y en cuanto se oriente hacia
metas progresistas, no con su verdad misma. La incapacidad
de las ciencias especializadas, en particular de la economía po-
lítica contemporánea, para sacar provecho del planteamiento
parcial de problemas, característica de su modo de operar, no
reside solo en ellas mismas ni en la teoría crítica, sino en el
papel específico que ellas tienen en la realidad.
También la teoría crítica y oposicionista, según lo hemos ex-
puesto, deduce sus enunciados acerca de las situaciones reales
de conceptos universales básicos, y precisamente por ello hace
que esas situaciones aparezcan como necesarias. Si con res-
pecto a la necesidad en sentido lógico ambos tipos de estruc-
tura teórica son semejantes, existe, no obstante, oposición ape-
nas se habla, ya no simplemente de necesidad lógica, sino de
necesidad concreta, de lo que es propio del acontecer fáctico.
El enunciado del biólogo, a saber, que en virtud de procesos
inmanentes una planta tiene que secarse, o aun que ciertos
procesos inherentes al organismo humano lo conducen necesa-
riamente a su muerte, no responde a la pregunta de si una
influencia cualquiera puede alterar este proceso en su carácter
o transformarlo totalmente. Aun si una enfermedad es carac-
terizada como curable, la circunstancia de si las medidas corres-
pondientes son efectivamente tomadas es vista como un orden
de hechos externo a la cuestión, perteneciente a la técnica y
por lo tanto inesencial para la teoría como tal. En este sentido,
la necesidad que rige a la sociedad podría ser considerada bio-
lógica, y el carácter de la teoría crítica podría ser puesto enton-
ces en duda, porque en la biología, como en otras ciencias
naturales, procesos aislados son teóricamente construidos de
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manera semejante a como esto ocurre, de acuerdo con lo ex-
puesto antes, en la teoría crítica de la sociedad. Con ello, el
desarrollo de la sociedad pasaría por ser un determinado orden
de hechos para cuya exposición se recurriría a resultados de
diferentes dominios, del mismo modo como un médico, respec-
to de la evolución de una enfermedad, o un geólogo, respecto
de la prehistoria de la tierra, han tenido que aplicar diferentes
ramas del saber. La sociedad aparece aquí como un individuo
que es juzgado sobre la base de teorías científicas especializadas.
Por muchas que sean las analogías entre estos esfuerzos inte-
lectuales, en cuanto a la relación de sujeto y objeto, y, por
ende, a la necesidad del acontecer sobre el cual se juzga, existe
una diferencia decisiva. El asunto con el que tiene que ver la
ciencia especializada de ningún modo es afectado por su pro-
pia teoría. Sujeto y objeto están estrictamente separados, aun
cuando debería ser evidente que, en un momento posterior,
el acontecer objetivo será influido por la intervención del hom-
bre: esta debe ser vista en la ciencia igualmente como un fac-
tum. El acontecer objetivo es trascendente con relación a la
teoría, y la independencia respecto de ella forma parte de su
necesidad: el observador como tal nada puede cambiar en él.
Pero el comportamiento conscientemente crítico es inherente
al desarrollo de la sociedad. La construcción del acontecer his-
tórico como el producto necesario de un mecanismo económico
contiene, al mismo tiempo, la protesta contra ese orden, origi-
nada justamente en ese mecanismo, y la idea de la autodeter-
minación del género humano, es decir, la idea de un estado
tal que, en él, las acciones de los hombres ya no emanen de
un mecanismo, sino de sus mismas decisiones. El juicio acerca
de la necesidad del acontecer, tal como este último se ha dado
hasta ahora, implica aquí la lucha por transformar una necesi-
dad ciega en otra plena de sentido. Pensar el objeto de la teo-
ría como separado de ella falsea la imagen y conduce a un
quietismo o conformismo. Cada parte de la teoría supone la
crítica y la lucha contra lo establecido, dentro de la línea tra-
zada por ella misma.
No sin razón, aunque tampoco con todo derecho, los teóricos
del conocimiento que parten de la física han condenado la con-
fusión de las causas con el obrar de fuerzas y, finalmente, cam-
biado el concepto de causa por el de condición o función. Al
pensar que se limita al mero registro siempre se le ofrecen,
en efecto, solamente series de fenómenos, nunca fuerzas y
contrafuerzas, lo cual no reside, por cierto, en la naturaleza
misma, sino en la esencia de ese pensar. Cuando este procedi-
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miento se aplica a la sociedad, entonces resultan la estadística
y la sociología descriptiva, que pueden ser importantes para
cualquier fin, incluso para la teoría crítica. Para la ciencia tra-
dicional, necesario puede ser todo o bien nada; ello depende,
en cada caso, de si por necesidad se quiere entender la inde-
pendencia respecto del observador o la posibilidad de pronós-
ticos absolutamente ciertos. Pero en la medida en que el sujeto,
en tanto pensante, no se aisla radicalmente de las luchas so-
ciales en las que participa; en la medida en que no considera
el conocer y el actuar como conceptos separados, la necesidad
tiene otro sentido. Mientras ella, no siendo dominada por el
hombre, se enfrenta a él, equivale por una parte al reino natu-
ral, que, a pesar de los extensos dominios que aún pueden ser
conquistados, nunca desaparecerá del todo, y por otra parte a la
impotencia que ha caracterizado a la sociedad hasta este mo-
mento: la impotencia para encauzar la lucha con esa naturale-
za en una organización consciente y adecuada. Aquí aludimos
a aquellas fuerzas y contrafuerzas. Ambos momentos de este
concepto de necesidad, que se relacionan mutuamente: poder
de la naturaleza e impotencia de los hombres, reposan sobre el
mismo esfuerzo vivido por estos para liberarse de la presión
de la naturaleza y de las formas de la vida social que han lle-
gado a encadenarlos, las formas del orden jurídico, político y
cultural. Esos momentos responden al anhelo real de un estado
en el que lo que los hombres quieren es también lo necesario,
en el que la necesidad de la cosa misma se transforma en la de
un acontecer racionalmente dominado. La aplicabilidad y hasta
la intelección de estos y de otros conceptos del modo de pensar
crítico están unidas a la actividad propia y al esfuerzo, a una
voluntad en el sujeto cognoscente. El intento de compensar
una insuficiente comprensión de tales ideas, y del modo en
que ellas se encadenan, aumentando simplemente su coherencia
lógica o produciendo definiciones más exactas en apariencia o
aun un «lenguaje unificado», debe fracasar. No se trata sola-
mente de un malentendido, sino de la oposición real de modos
de comportamiento diferentes. El concepto de necesidad es él
mismo, en la teoría crítica, un concepto crítico; supone el de
libertad, si bien no como una libertad existente. La idea de
una libertad que siempre existe, aun cuando los hombres estén
cargados de cadenas, es decir, una libertad puramente interior,
es propia del modo de pensar idealista. La tendencia de esta
idea, no del todo falsa, pero sí equívoca, se manifestó con no-
table claridad en el Fichte de la primera época: «Ahora estoy
totalmente convencido de que la voluntad humana es libre, y
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de que la meta de nuestra existencia no es la felicidad sino el
ser digno de ella». 21 Aquí se evidencia la ominosa identidad
de escuelas radicalmente opuestas en el plano metafísico. Afir-
mar la necesidad absoluta del acontecer significa, en última ins-
tancia, lo mismo que afirmar la libertad real en el presente:
la resignación en la praxis.
La incapacidad para pensar la unidad de teoría y praxis, y la
limitación del concepto de necesidad a un acontecer fatalista,
se basan, desde el punto de vista de la teoría del conocimiento,
en la hipóstasis del dualismo cartesiano de pensar y ser. Tal
dualismo es adecuado tanto a la naturaleza como a la sociedad
burguesa, en la medida en que esta se parece a un mecanismo
natural. La teoría, en cuanto se trueca en fuerza real, la auto-
conciencia de los sujetos de una gran revolución histórica, va
más allá de aquella mentalidad de la cual es característico ese
dualismo. Los científicos, en la medida en que no solo lo pien-
san sino son consecuentes con él, no pueden actuar con auto-
nomía. Entonces, de acuerdo con su propio pensamiento, ellos
en el plano práctico ejecutan sólo aquello a lo cual los determina
la cerrada trabazón causal de la realidad, o entran en conside-
ración como unidades individuales de magnitudes estadísticas,
en las cuales, precisamente, la unidad individual carece de im-
portancia. Como seres racionales son impotentes y aislados. El
conocimiento de este hecho constituyó un paso hacia su supe-
ración, pero en la conciencia burguesa solo se expresa en forma
metafísica, ahistórica. Como creencia en el carácter inmutable
de la forma de la sociedad, ese hecho domina el presente. Los
hombres, en su reflexión, se ven a sí mismos como simples
espectadores, participantes pasivos de un acontecer violento
que quizá se puede prever, pero al que, en todo caso, es impo-
sible dominar. Conocen la necesidad, pero no en el sentido de
acontecimientos que ellos pueden determinar, sino solo en el
de la posibilidad de prevenirlos con verosimilitud. Y cuando
se admite la trabazón de voluntad y pensamiento, de contem-
plación y acción, tal como ocurre en muchas partes de la noví-
sima sociología, ello es sólo bajo el aspecto de una complejidad
del objeto, a la que es preciso tener en cuenta. Todas las teorías
que surgen deben ser adjudicadas a las tomas de posición
prácticas, a las clases sociales que tienen relación con ellas. El
sujeto, así, se desentiende; no tiene otro interés que el de la
ciencia.
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La hostilidad contra lo teórico en general, reinante hoy en la
vida pública, apunta en verdad a la actividad transformadora
ligada con el pensar crítico. Este despierta resistencias en el
mismo momento en que ya no se limita a comprobar y a orde-
nar según categorías, en lo posible neutrales, es decir indispen-
sables para la praxis de vida dentro de las formas dadas. En una
considerable mayoría de los sometidos se abre camino el temor
inconsciente de que el pensamiento teórico pueda hacer apare-
cer como equivocada y superflua esa adaptación a la realidad,
conseguida con tanto esfuerzo; y, por otro lado, entre los bene-
ficiarios de la situación cunde la sospecha contra cualquier au-
tonomía intelectual. La tendencia a concebir la teoría como
opuesta a la positividad es tan fuerte, que hasta la inofensiva
teoría tradicional resulta víctima a veces de ella. Puesto que
la figura de pensamiento más /avanzada es, en el presente, la
teoría crítica de la sociedad, v puesto que cualquier esfuerzo
intelectual consecuente que cuide de los hombres desemboca
por sí mismo en ella, la teoría en general es sospechada. Tam-
bién a cualquier enunciado científico que no especifique hechos
incluyéndolos en las categorías más usuales, y en la más neu-
tral de las formas posibles, la matemática, por ejemplo, se le
reprocha en seguida el ser demasiado teórico. Esta actitud po-
sitivista no es necesariamente enemiga del progreso. Si bien
en medio de los redoblados antagonismos de clase producidos
en las últimas décadas, el poder se ve obligado a recurrir cada
vez más al aparato real de dominación, la ideología constituye
un factor aglutinante no despreciable para un edificio social
que ha empezado a agrietarse. En la consigna de atenerse a los
hechos y abandonar toda ilusión se esconde, aún hoy, una suer-
te de reacción contra el pacto entre opresión y metafísica. No
obstante, sería un error ignorar la diferencia esencial que media
entre la Ilustración empirista del siglo xvm y la actual. En
aquella época se había desarrollado ya, en el marco de la vieja
sociedad, una nueva. Tratábase de liberar a la economía bur-
guesa ya existente de las trabas feudales; simplemente, de «de-
jarla hacer». Del mismo modo el pensamiento científico es-
pecializado correspondiente a ella sólo necesitaba, en lo esencial,
desprenderse de los viejos lazos dogmáticos a fin de seguir el
camino ya reconocido. En cambio, para pasar de la forma de
sociedad actual a una futura la humanidad debe constituirse,
primero, como sujeto consciente, y determinar de manera activa
sus propias formas de vida. Si bien los elementos de la cultu-
ra futura están ya presentes, se requiere una reconstrucción
consciente de las relaciones económicas. La hostilidad indis-
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criminada contra la teoría significa hoy, por lo tanto, un obs-
táculo. Si el esfuerzo teórico que, en interés de una sociedad
futura racionalmente organizada, ilumina de manera crítica
la sociedad presente, y realiza sus construcciones con la ayuda
de las teorías tradicionales formadas en las disciplinas científi-
cas, no es continuado, no queda lugar para la esperanza de
mejorar fundamentalmente la existencia humana. La exigencia
de positividad y subordinación, que aun en los grupos avanza-
dos de la sociedad amenaza con privar de sentido a la teoría, no
afecta necesariamente solo a esta: afecta también a la praxis
liberadora.
Las partes aisladas de aquella teoría que se propone deducir
las complejas relaciones del capitalismo liberal, y aun del ca-
pitalismo de los monopolios, a partir del esquema de la econo-
mía mercantil simple, no se comportan de manera tan indife-
rente respecto del tiempo como las etapas de un razonamiento
deductivo. Así como la función digestiva —también importan-
te en el hombre—, dentro de la escala de los organismos, co-
mo forma genérica, se presenta en estado prácticamente ele-
mental en los «animales celenterados», del mismo modo hay
formas de la sociedad que al menos se aproximan a la econo-
mía mercantil simple. La evolución del pensamiento, aunque
no es paralela al desarrollo histórico, mantiene, sí, una relación
comprobable con este. La esencial conexión de la teoría con el
tiempo no reside, sin embargo, en la correspondencia de partes
aisladas de la construcción con tramos de la historia —princi-
pio en el que coinciden la Fenomenología del espíritu y la Lógi-
ca de Hegel, así como El capital de Marx, como exponentes
del mismo método—, sino en la constante transformación del
juicio de existencia teórico acerca de la sociedad, juicio que
está condicionado por su relación consciente con la praxis his-
tórica. Esto nada tiene que ver con aquel otro principio, que
exige «cuestionar radicalmente» y en forma constante cual-
quier contenido teórico determinado a fin de volver a empezar
siempre desde el comienzo, principio mediante el cual la me-
tafísica moderna y la filosofía de la religión han combatido
toda construcción teórica consecuente. La teoría crítica no tiene
hoy este contenido y mañana este otro. Sus transformaciones
no condicionan ningún vuelco hacia posiciones totalmente nue-
vas, mientras la época no cambie. La fijeza de la teoría con-
siste en que, a pesar de sus cambios, la sociedad, en cuanto a
su estructura económica básica, a las relaciones de clase en su
forma más simple y, con ello, también a la idea de su supre-
sión, permanece idéntica. Los rasgos decisivos de su contenido,
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condicionados por este hecho, no pueden cambiar antes de que
se produzca la transformación histórica. Pero, por otra parte,
la historia entretanto no permanece quieta. El desarrollo his-
tórico de los opuestos, en el que el pensar crítico está envuelto,
modifica la importancia de los momentos aislados de este, con-
duce obligadamente a diferenciaciones y altera la significación
que los conocimientos científicos especializados tienen para la
teoría y la praxis críticas.
Debemos precisar mejor el significado del concepto de «clase
social que dispone de los medios de producción». En el pe-
ríodo liberal, el dominio económico estaba estrechamente uni-
do a la propiedad jurídica de los medios de producción. La
clase de los propietarios regía la sociedad, y la cultura de ese
tiempo, en su conjunto, estuvo signada por esa relación. La
industria se dividía aún en un gran número de empresas que,
desde el punto de vista actual, eran más pequeñas y más in-
dependientes. La dirección, acorde con esta etapa del desarrollo
técnico, estaba en manos de uno o más propietarios o de perso-
nas directamente comisionadas por ellos. Con el rápido avance
de la concentración y centralización del capital, acaecido en
el último siglo por virtud del desarrollo de la técnica, se con-
sumó en gran medida un divorcio entre los propietarios nomi-
nales y la dirección de las gigantescas empresas que se van for-
mando y que absorben sus fábricas. De este modo, la dirección
se independiza respecto de los propietarios de derecho. Surgen
los magnates de la industria, los caudillos de la economía. En
muchísimos casos, estos conservan, al principio, la parte mayor
de la propiedad de sus empresas. Hoy esta situación ya ha de-
jado de ser esencial, y aparecen poderosos empresarios que
dominan sectores enteros de la industria y poseen, jurídicamen-
te, una parte cada vez menor de las organizaciones que dirigen.
Este proceso económico trae consigo un cambio de función del
aparato jurídico y político, así como de las ideologías. Sin que
se modifique, entre otras cosas, la definición jurídica de propie-
dad, los propietarios se vuelven cada vez más impotentes fren-
te a los directores y sus equipos. En un juicio que los propie-
tarios eventualmente entablaren, digamos por una divergencia
de opiniones, la directa disponibilidad de los recursos de las
grandes empresas confiere a los directores un predominio tal,
que, en principio, la victoria de sus enemigos es impensable.
La influencia de la dirección, que al comienzo sólo puede ex-
tenderse a las instancias inferiores, jurídicas o administrativas,
abarca luego instancias superiores y alcanza, por último, al Es-
tado y a su organización del poder. Debido a su divorcio res-
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pecto de la producción real y a su decreciente influencia, eí
horizonte de los meros poseedores de títulos de propiedad se
estrecha; sus condiciones de vida y su actitud se vuelven cada
vez más inapropiadas para posiciones socialmente decisivas, y,
por último, la participación en la propiedad, que todavía man-
tienen sin poder hacer nada efectivo para que aumente, aparece
como socialmente inútil y moralmente dudosa. Surgen así ideo-
logías relacionadas estrechamente con estas y otras transforma-
ciones; por ejemplo, la que exalta la gran personalidad, o bien
la diferencia entre capitalistas productivos y parasitarios. La
idea de un derecho provisto de un contenido fijo, independien-
te respecto de toda la comunidad, pierde importancia. Desde el
mismo sector que mantiene brutalmente la disponibilidad del
poder sobre los medios de producción, esa instancia esencial del
orden social, brotan las doctrinas políticas acerca de que la pro-
piedad y las rentas parasitarias deberían desaparecer. Al estre-
charse el círculo de los poderosos, crece la posibilidad de for-
mación consciente de ideologías, y de que se establezca una
doble verdad: el saber de quienes están dentro de ese círculo
y la versión para el pueblo; al mismo tiempo, se extiende una
actitud cínica hacia la verdad y el pensamiento en general. Al
final de este proceso se encuentra una sociedad dominada ya
no por propietarios independientes, sino por camarillas de di-
rigentes de la industria y la política.
Estas transformaciones no dejan de afectar la estructura de la
teoría crítica. Ella no cede a la ilusión cuidadosamente cultivada
por las ciencias sociales, de que la propiedad y la ganancia ya
no tienen el papel decisivo. Por un lado, ella ha considerado
desde antes que las relaciones jurídicas no son lo esencial sino
la superficie de la circunstancia social, y advierte que la dispo-
sición sobre hombres y cosas sigue estando en manos de un
determinado grupo social, que compite, no tanto dentro de
cada país, sino en el nivel mundial y en forma mucho más
encarnizada, con otros grupos económicos de poder. La ganan-
cia surge de las mismas fuentes sociales, y, en definitiva, para
acrecentarla es preciso recurrir a idénticos métodos. Por otro
lado, según lo entiende la teoría crítica, junto con la supresión
de todo derecho determinado en su contenido, supresión con-
dicionada por la concentración del poder económico y que se
cumple en los Establos autoritarios, desaparece, al mismo tiem-
po que una ideología, un factor cultural cuya significación en
modo alguno fue solo negativa, sino que también tuvo un as-
pecto positivo. En la medida en que ella tiene en cuenta estas
transformaciones de la estructura interna de la clase empresa-
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ría, también otros de sus conceptos sufren una especificación.
La dependencia de la cultura respecto de las relaciones sociales
debe cambiar, junto con estas, hasta en sus detalles, si es que
la sociedad es un todo. También en el período liberal, ciertas
concepciones políticas y morales de los individuos pueden ser
derivadas de su situación en la economía. El respeto por la
integridad de carácter, por el mantenimiento de la palabra em-
peñada, por la independencia del juicio y por otras cualidades es
resultado de una sociedad compuesta de sujetos económicos
relativamente independientes, que entran en relación mutua por
medio de contratos. Pero esa independencia estuvo en buena
parte mediada por vía psicológica y la moral misma adquirió,
como consecuencia de su función en el individuo, una suerte
de fijeza. (La verdad de que también esa moral estaba deter-
minada por la economía se hizo evidente, sin duda, cuando,
sintiendo amenazadas sus posiciones económicas, hacia comien-
zos del siglo, la burguesía liberal echó por la borda las ideas
de libertad.) En las circunstancias del capitalismo monopolista,
desapareció hasta esa relativa independencia del individuo.
Este ya no tiene un solo pensamiento propio. El contenido de
las creencias de masas, en las que nadie cree mucho, es un pro-
ducto directo de la burocracia reinante en la economía y en el
Estado, y los partidarios de tales creencias persiguen, sin con-
fesárselo, solo sus intereses atomizados y, por lo tanto, no ver-
daderos; actúan como simples funciones del mecanismo econó-
mico. De ahí que el concepto de independencia de lo cultural
respecto de lo económico haya variado. Con la destrucción del
individuo típico, ese concepto debe ser entendido, por así decir,
de modo materialista vulgar en mayor medida que antes. Las
explicaciones de los fenómenos sociales se vuelven más sim-
ples y, al mismo tiempo, más complejas. Más simples, porque
lo económico determina más directa y conscientemente a los
hombres, y porque la fuerza de resistencia y la sustancialidad
de las esferas culturales son aprehendidas en su desaparición;
más complicadas, porque la desenfrenada dinámica económica,
que ha rebajado a la mayoría de los hombres a la condición de
simples medios, produce constantemente y a un ritmo vertigino-
so nuevas figuras y nuevos destinos. Aun los sectores más
avanzados de la sociedad, en su desánimo, caen presa del des-
concierto general. También la verdad, con toda su consisten-
cia, está unida a constelaciones de la realidad. En la Francia
del siglo xviii, tenía tras sí una burguesía ya desarrollada eco-
nómicamente. En las circunstancias del capitalismo tardío y de
la impotencia de los trabajadores frente al aparato represivo de
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los Estados autoritarios, la verdad ha huido hacia pequeños
grupos dignos de admiración, que, diezmados por el terror,
tienen poco tiempo para profundizar en la teoría. Con ello se
benefician los charlatanes, y el estado intelectual general de las
grandes masas involuciona rápidamente.
Lo dicho pretende evidenciar el hecho de que la subversión
continua de las relaciones sociales, que resulta directamente de
desarrollos económicos y alcanza su expresión más cercana en
el surgimiento de la clase dominante, no afecta solo a ramas ais-
ladas de la cultura, sino también al sentido de la dependencia
de esta respecto de la economía y, así, a los conceptos decisi-
vos de toda la concepción. Esta influencia del desarrollo so-
cial sobre la estructura de la teoría responde a su propia índole
doctrinaria. Por eso los nuevos contenidos no se agregan me-
cánicamente a partes ya dadas. Puesto que la teoría constituye
un todo unitario, que solo alcanza su peculiar significado en
relación con la situación actual, ella se encuentra en una evo-
lución que no invalida sus fundamentos, así como tampoco el
objeto reflejado por ella, la sociedad actual, se transforma en
algo distinto en virtud de sus recientes transformaciones. Aun
los conceptos aparentemente más alejados se hallan incluidos
en el proceso. Las dificultades lógicas que el entendimiento
descubre en cada pensamiento que refleja un todo viviente,
derivan principalmente de esa propiedad. Si se separan de la
teoría conceptos y juicios aislados, y se los compara con con-
ceptos y juicios extraídos de una concepción anterior, surgen
entonces contradicciones. Esto vale tanto para las etapas del
desarrollo histórico de la teoría —considerada como un todo—,
en su relación mutua, cuanto para los pasos lógicos que se
dan dentro de ella. En los conceptos de empresa y de empresa-
rio hay, a pesar de su identidad, una diferencia, según se los
extraiga de la representación de la primera forma de economía
burguesa o del principio del capitalismo desarrollado, y según
provengan de la crítica de la economía política del siglo xix, la
economía de los empresarios liberales, o de la del siglo xx, que
tiene ante sí a los empresarios monopolistas. La idea de empre-
sario pasa, como los empresarios mismos, por todo un desarro-
llo. Las contradicciones de las partes de la teoría tomadas por
separado no se originan, pues, en errores o en definiciones de-
fectuosas, sino en el hecho de que la teoría tiene un objeto
que se transforma históricamente y que, sin embargo, perma-
nece uno frente a todo desmembramiento. La teoría no acumu-
la hipótesis acerca de la marcha de acontecimientos sociales ais-
lados, sino que construye la imagen en desarrollo de la tota-
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lidad, el juicio de existencia implícito en la historia. Lo que
ha sido el empresario o, digamos, el hombre burgués en gene-
ral, por ejemplo el hecho de que en su carácter estén conteni-
dos, junto al rasgo racionalista, también esas características
irracionales que predominan hoy en los movimientos de masas
de las clases medias, se remonta a la situación originaria de la
burguesía y se cuenta entre los conceptos básicos de la teoría.
Pero tal origen sólo se revela, en esa forma diferenciada, en
las luchas del presente; y esto no se debe solamente a los cam-
bios experimentados hoy por la burguesía, sino a que, en re-
lación con esto, los intereses y la atención dei sujeto teórico
destacan otros aspectos. La clasificación y confrontación de las
diversas formas de dependencia, de mercancía, de clase o de
empresarios, tal como ellas aparecen en las fases lógicas e his-
tóricas de la teoría, pueden responder a un interés de tipo siste-
mático, y quizá no carezcan de utilidad. Pero puesto que el
sentido, en primer lugar, solo se vuelve claro en relación con
toda la construcción conceptual, que siempre tiene que adap-
tarse a situaciones nuevas, tales sistemas de clases y subclases,
definiciones y especificaciones de conceptos tomados de la teo-
ría crítica, por lo general ni siquiera poseen el valor de los
inventarios de conceptos de otras ciencias especializadas, que,
por lo menos, son usados en la praxis relativamente uniforme
de la vida diaria. Transformar la teoría crítica en sociología es,
en suma, una empresa problemática.
La pregunta, aquí apenas esbozada, por la relación entre pensa-
miento y tiempo se encuentra, por cierto, unida a una dificul-
tad especial. En efecto, es imposible hablar en sentido propio
de mudanzas de una teoría correcta. Antes bien, expresar tales
mudanzas ya supone una teoría ligada con el problema mismo.
Nadie puede convertirse en un sujeto que no sea el del momen-
to histórico. En términos estrictos, solo polémicamente tiene
sentido hablar de constancia o de variabilidad de la verdad. Ello
se opone a la aceptación de un sujeto absoluto, suprahistórico,
o bien a la tesis de la intercambiabilidad de los sujetos, como
si en verdad fuese posible trasladarse a capricho desde el mo-
mento histórico actual hasta cualquier otro. No hemos de tra-
tar aquí en qué medida ello se pueda lograr o no. En todo caso,
es incompatible con la teoría crítica la creencia idealista de
que ella representaría algo que trasciende a los hombres y que
posee algo así como un crecimiento. Los documentos tienen
una historia, pero la teoría no sufre vicisitudes. El enunciado
de que se han agregado a ella determinados momentos, de que
en el futuro tendrá que adecuarse a nuevas situaciones, sin que
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se transforme su contenido esencial, todo esto pertenece a la
teoría misma, tal como ella existe hoy y trata de determinar la
praxis. Los hombres que la piensan la conciben como un todo
y actúan de acuerdo con ese todo. El constante crecimiento de
una verdad independiente respecto de los sujetos, la confianza
en el progreso de las ciencias, solo pueden relacionarse, en su
limitada validez, con aquella función del saber que seguirá sien-
do necesaria en una sociedad futura, el dominio de la naturale-
za. También este saber pertenece, claro está, a la totalidad so-
cial presente. La premisa de los enunciados sobre la duración y
transformación de ese saber, es decir el desarrollo de la produc-
ción y reproducción económica en las formas conocidas, equi-
vale de hecho aquí, en cierto sentido, a la intercambiabilidad
de los sujetos. La circunstancia de que la sociedad esté dividi-
da en clases no impide la identificación de los sujetos humanos.
El saber es aquí, en sí mismo, algo que una generación traspasa
a las otras; y estas, en la medida en que deben vivir, necesitan
de él. También en este aspecto puede estar tranquilo el cientí-
fico tradicional.
La construcción de la sociedad según la imagen de una transfor-
mación radical que aún no ha pasado la prueba de su posibi-
lidad real carece, por el' contrario, de la ventaja de ser común
a muchos sujetos. El anhelo de un estado de cosas sin explo-
tación ni opresión, en el cual exista un sujeto abarcador, la
humanidad autoconsciente, y se pueda hablar de una forma-
ción unitaria de teorías, de un pensar que trascienda a los su-
jetos, ese anhelo no es todavía su realización. Transmitir la teo-
ría crítica de la manera más estricta posible es, por cierto,
condición de su éxito histórico; pero ello no se cumple sobre
la base firme de una praxis ya probada y de un modo de com-
portamiento establecido, sino por medio del interés en la trans-
formación, interés que, en medio de la injusticia reinante, se
reproduce necesariamente, pero que debe ser formado y orien-
tado por la teoría, y que, al mismo tiempo, repercute de nuevo
en ella. El círculo de los portadores de esta tradición no se de-
limita y renueva mediante una legalidad orgánica o sociológica.
No se constituye y sostiene por herencia biológica ni testamen-
taria, sino por medio del conocimiento vinculante, y este sólo
garantiza su comunidad presente, no su comunidad futura.
Provista de todos los criterios lógicos, ella carece, no obstante,
hasta el fin del período, de la confirmación que proporciona
la victoria. Hasta entonces dura también la lucha por su com-
prensión y aplicación correctas. La versión que cuenta con el
aparato de la propaganda y con la mayoría, no es tampoco, por
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ello, la mejor. Antes del vuelco general de la historia, la verdad
puede refugiarse en unidades numéricamente reducidas. La his-
toria muestra que aquellos grupos proscriptos, pero impertur-
bables, apenas considerados aun por los sectores oposicionistas
de la sociedad, en el momento decisivo pueden, en virtud de su
visión más profunda llegar a ponerse a la cabeza. En nuestros
días, puesto que el poder del sistema establecido marcha hacia
el abandono de toda cultura y hacia la más oscura barbarie, el
círculo de la verdadera solidaridad se halla, por lo demás, harto
restringido. Por cierto que los enemigos, los señores de este
período de decadencia, carecen de lealtad y solidaridad. Tales
conceptos constituyen momentos de la teoría y la praxis correc-
tas. Separados de esta, transforman su significado como todas
las partes de una conexión viviente. Sin duda, en una banda
de maleantes se pueden desarrollar los rasgos positivos de
una comunidad humana, pero esta posibilidad es siempre tes-
timonio de una carencia en la sociedad mayor, dentro de la
cual existe esa banda. En una sociedad injusta, los criminales
no tienen que ser necesariamente inferiores también como seres
humanos; en una sociedad enteramente justa sí serían al mis-
mo tiempo inhumanos. Los juicios aislados sobre lo humano
solo adquieren verdadero sentido en su relación con el todo.
No existen criterios generales para la teoría crítica como tota-
lidad, pues ellos se basan siempre en la repetición de aconte-
cimientos y, por lo tanto, en una totalidad que se reproduce a
sí misma. Por ello tampoco existe una clase social a cuyo con-
senso nos podamos atener. En las circunstancias actuales, la
conciencia de cualquier clase social puede volverse ideológica-
mente limitada y corrupta, aun cuando por su situación ella
esté orientada hacia la verdad. La teoría crítica, pese a toda su
profunda comprensión de los pasos aislados y a la coincidencia
de sus elementos con las teorías tradicionales más progresistas,
no posee otra instancia específica que el interés, ínsito en ella,
por la supresión de la injusticia social. Esta formulación ne-
gativa constituye, llevada a expresión abstracta, el contenido
materialista del concepto idealista de razón. En un período his-
tórico como el actual la verdadera teoría no es tanto afirmativa
cuanto crítica, del mismo modo como tampoco la acción adecua-
da a ella puede ser «productiva». El futuro de la humanidad
depende hoy del comportamiento crítico, que, claro está, en-
cierra en sí elementos de las teorías tradicionales y de esta
cultura decadente. Una ciencia que, en una independencia
imaginaria, ve la formación de la praxis, a la cual sirve y es
inherente, como a'go que está más allá de ella, y que se satis-
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face con la separación del pensar y el actuar, ya ha renunciado
a la humanidad. Determinar lo que ella misma puede rendir,
para qué puede servir, y esto no en sus partes aisladas sino en
su totalidad, he ahí la característica principal de la actividad del
pensar. Su propia condición la remite, por lo tanto, a la trans-
formación histórica, a la realización de un estado de justicia
entre los hombres. Bajo Ja vocinglería de] «espíritu social» y
de la «comunidad nacional» se acrecienta cada día la oposición
entre individuo y sociedad. La autodeterminación de la ciencia
se vuelve cada vez más abstracta. El conformismo del pensa-
miento, el aferrarse al principio de que este es una actividad
fija, un reino cerrado en sí mismo dentro de la totalidad social,
renuncia a la esencia misma del pensar.
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Medios y fines
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Crítica
de la razón
instrumental
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Crítica
de la razón
instrumental
Max
Horkheimer
Versión castellana de
H. A. MURENA y
D. J. VOGELMANN
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ÍNDICE
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MEDIOS Y FINES
Cuando se pide al hombre común que explique qué significa el concepto razón, reacciona
casi siempre con vacilación y embarazo. Sería falso interpretar esto como índice de una
sabiduría demasiado profunda o de un pensamiento demasiado abstruso como para expresarlo
con palabras. Lo que ello revela en realidad es la sensación de que ahí no hay nada que
explorar, que la noción de la razón se explica por sí misma, que la pregunta es de por sí
superflua. Urgido a dar una respuesta, el hombre medio dirá que, evidentemente, las cosas
razonables son las cosas útiles y que todo hombre razonable debe estar en condiciones de
discernir lo que le es útil. Desde luego, habría que tomar en consideración las circunstancias de
cualquier situación dada, como asimismo las leyes, costumbres y tradiciones. Pero el poder
que, en última instancia, posibilita los actos razonables, es la capacidad de clasificación, de
conclusión y deducción, sin reparar en qué consiste en cada caso el contenido específico, o
sea el funcionamiento abstracto del mecanismo pensante. Esta especie de razón puede
designarse como razón subjetiva. Ella tiene que habérselas esencialmente con medios y fines,
con la adecuación de modos de procedimiento a fines que son más o menos aceptados y que
presuntamente se sobreentienden. Poca importancia tiene para ella la cuestión de si los
objetivos como tales son razonables o no, Si de todos modos se ocupa de fines, da por
descontado que también éstos son racionales en un sentido subjetivo, es decir, que sirven a los
intereses del [16] sujeto con miras a su autoconservación, ya se trate de la autoconservación
del individuo solo o de la comunidad, de cuya perdurabilidad depende la del individuo. La idea
de un objetivo capaz de ser racional por sí mismo —en razón de excelencias contenidas en el
objetivo según lo señala la comprensión—, sin referirse a ninguna especie de ventaja o
ganancia subjetiva, le resulta a la razón subjetiva profundamente ajena, aun allí donde se eleva
por encima de la consideración de valores inmediatamente útiles, para dedicarse a reflexiones
sobre el orden social contemplado como un todo.
Por más ingenua o superficial que pueda parecer esta definición de la razón, ella constituye
un importante síntoma de un cambio de profundos alcances en el modo de concebir, que se
produjo en el pensamiento occidental a lo largo de los últimos siglos. Durante mucho tiempo
predominó una visión de la razón diametralmente opuesta. Tal visión afirmaba la existencia de
la razón como fuerza contenida no sólo en la conciencia individual, sino también en el mundo
objetivo: en las relaciones entre los hombres y entre clases sociales, en instituciones sociales,
en la naturaleza y sus manifestaciones. Grandes sistemas filosóficos, tales como los de Platón
y Aristóteles, la escolástica y el idealismo alemán, se basaban sobre una teoría objetiva de la
razón. Esta aspiraba a desarrollar un sistema vasto o una jerarquía de todo lo que es, incluido
el hombre y sus fines. El grado de racionalidad de la vida de un hombre podía determinarse
conforme a su armonía con esa totalidad. La estructura objetiva de ésta —y no sólo el hombre
y sus fines— debía servir de pauta para los pensamientos y las acciones individuales. Tal
concepto de la razón no excluía jamás a la razón subjetiva, sino que la consideraba una
expresión limitada y parcial de una racionalidad abarcadora, vasta, de la cual se deducían
criterios aplicables a todas las cosas y a todos los seres vivientes. El énfasis recaía más en los
fines que en los medios. La ambición más alta de este modo de pensar consistía en conciliar el
orden objetivo de lo "racional" tal como lo entendía la [17] filosofía, con la existencia humana,
incluyendo el interés y la autoconservación: Así Platón, en su República, quiere demostrar que
el que vive bajo la luz de la razón objetiva es también afortunado y feliz en su vida. En el foco
central de la teoría de la razón objetiva no se situaba la correspondencia entre conducta y
meta, sino las nociones —por mitológicas que puedan antojársenos hoy— que trataban de la
idea del bien supremo, del problema del designio humano y de la manera de cómo realizar las
metas supremas.
Hay una diferencia fundamental entre esta teoría, conforme a la cual la razón es un principio
inherente a la realidad, y la enseñanza que nos dice que es una capacidad subjetiva del
intelecto. Según esta última, únicamente el sujeto puede poseer razón en un sentido genuino;
cuando decimos que una institución o alguna otra realidad es racional, usualmente queremos
dar a entender que los hombres la han organizado de un modo racional, que han aplicado en
su caso, de manera más o menos técnica, su facultad lógica, calculadora. En última instancia la
razón subjetiva resulta ser la capacidad de calcular probabilidades y de adecuar así los medios
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correctos a un fin dado. Esta definición parece coincidir con las ideas de muchos filósofos
eminentes, en especial de los pensadores ingleses desde los días de John Locke. Desde
luego, Locke no pasó por alto otras funciones intelectivas que podrían entrar en la misma
categoría, por ejemplo la facultad discriminatoria y la reflexión. Pero también estas funciones
ayudan sin lugar a dudas en la adecuación de medios a fines, la que, al fin y al cabo, constituye
el interés social de la ciencia y, en cierto modo, la raison d'étre de toda teoría dentro del
proceso de producción social.
En la concepción subjetivista, en la cual "razón" se utiliza más bien para designar una cosa o
un pensamiento y no un acto, ella se refiere exclusivamente a la relación que tal objeto o
concepto guarda con un fin, y no al propio objeto o concepto. Esto significa que la cosa o el
pensamiento sirve para alguna otra cosa. No existe [18] ninguna meta racional en sí, y no tiene
sentido entonces discutir la superioridad de una meta frente a otras con referencia a la razón.
Desde el punto de partida subjetivo, semejante discusión sólo es posible cuando ambas metas
se ven puestas al servicio de otra tercera y superior, vale decir, cuando son medios y no fines. 1
La relación entre estos dos conceptos de la razón no es sólo una relación de antagonismo.
Vistos históricamente, ambos aspectos de la razón, tanto el subjetivo como el objetivo, han
existido desde un principio, y el predominio del primero sobre el segundo fue estableciéndose
en el transcurso de un largo proceso. La razón en su sentido estricto, en cuanto logos o ratio,
se refería siempre esencialmente al sujeto, a su facultad de pensar. Todos los términos que la
designan fueron alguna vez expresiones subjetivas; así el término griego deriva del AéyELv,
"decir", y designaba la facultad subjetiva del ha- [19] bla. La facultad de pensar subjetiva era el
agente crítico que disolvía la superstición. Pero al denunciar la mitología como falsa
objetividad, esto es, como producto del sujeto, tuvo que utilizar conceptos que reconocía como
adecuados. De este modo fue desarrollando siempre su propia objetividad. En el platonismo, la
doctrina pitagórica de los números que procedía de la mitología astral fue transformada en la
doctrina de las ideas que intenta definir el contenido más alto del pensar como una objetividad
absoluta, aun cuando ésta, si bien unida a ese contenido, se sitúa en última instancia más allá
de la facultad de pensar. La actual crisis de la razón consiste fundamentalmente en el hecho de
que el pensamiento, llegado a cierta etapa, o bien ha perdido la facultad de concebir, en
general, una objetividad semejante o bien comenzó a combatirla como ilusión. Este proceso se
extendió paulatinamente, abarcando el contenido objetivo de todo concepto racional.
Finalmente, ninguna realidad en particular puede aparecer per se como racional; vaciadas de
su contenido, todas las nociones fundamentales se han convertido en meros envoltorios
formales. Al subjetivizarse, la razón también se formaliza.
La formalización de la razón tiene consecuencias teóricas y prácticas de vasto alcance. Si la
concepción subjetivista es fundada y válida, entonces el pensar no sirve para determinar si
algún objetivo es de por sí deseable. La aceptabilidad de ideales, los criterios para nuestros
actos y nuestras convicciones, los principios conductores de la ética y de la política, todas
nuestras decisiones últimas, llegan a depender de otros factores que no son la razón. Han de
ser asunto de elección y de predilección, y pierde sentido el hablar de la verdad cuando se trata
de decisiones prácticas, morales o estéticas. "Un juicio de hechos —dice Rusell,3uno de los
pensadores [20] más objetivistas entre los subjetivistas— es capaz de poseer un atributo que
se llama 'verdad' y que éste le pertenezca o no le pertenezca, de un modo totalmente
independiente de lo que uno pueda pensar al respecto... Empero... yo no veo ningún atributo
1
La diferencia entre este significado de la razón y la concepción objetivista se asemeja hasta cierto punto a la
diferencia entre racionalidad funcional y substancial, tal como se usan estas palabras en la escuela de Max Weber. Sin
embargo, Max Weber se adhirió tan decididamente a la tendencia subjetivista que no imaginaba ninguna clase de
racionalidad —ni siquiera una racionalidad "substancial"— gracias a la cual el hombre fuese capaz de discernir entre un
fin y otro. Si nuestros impulsos, nuestras intenciones y finalmente nuestras decisiones últimas han de ser irracionales a
priori, entonces la razón substancial se convierte en un instrumento de correlación y es por lo tanto esencialmente
"funcional". A pesar de que las descripciones del propio Weber y las de sus discípulos referentes a la burocratización y
monopolización del conocimiento esclarecieron en gran medida el aspecto social de la transición de la razón objetiva a
la subjetiva (cf. especialmente los análisis de Karl Mannheim en Man and Society, Londres 1940; íd. Mensch und
Gesellschaft im Zeitalter des Umbaus, Darmstadt 1958), el pesimismo de Max Weber acerca de la posibilidad de una
comprensión racional y una actuación racional, tal como se expresa en su filosofía (cf. p. ej. "Wissenschaft als Beruf",
en: Gesammelte Aufsátze Zur Wissenschaftslehre, Tübingen 1922), constituye en sí mismo un mojón en el camino de
la abdicación de la filosofía y la ciencia en cuanto a su aspiración a determinar la meta del hombre.
2
Aun cuando los términos subjetivización y formalización en muchos casos no tienen el mismo significado, los
usamos aquí, en general, prácticamente como sinónimos.
3
"Reply to Criticisms", en: The Philosophy of Bertrand Russell, Chicago, 1944, pág, 723
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análogo a la 'verdad' que formara parte o no de un juicio ético. Debe concederse que la ética
atribuye esto a una categoría distinta de la ciencia." Pero Russell conoce mejor que otros las
dificultades con las que necesariamente tropieza semejante teoría. "Un sistema inconsecuente
puede sin duda contener menos falsedades que uno consecuente."4 A pesar de su filosofía,
que afirma que "los valores morales supremos son subjetivos",5 parece distinguir las cualidades
morales objetivas de los actos humanos y nuestra manera de percibirlos: "lo que es terrible,
quiero verlo como terrible". Tiene el coraje de asumir la inconsecuencia y así, desviándose de
ciertos aspectos de su lógica antidialéctica, sigue siendo de hecho al mismo tiempo filósofo y
humanista. Si quisiera aferrarse consecuentemente a su teoría cientificista, tendría que admitir
que no existen ni actos terribles ni condiciones inhumanas y que los males que ve son pura
imaginación.
Según tales teorías, el pensamiento sirve a cualquier aspiración particular, ya sea buena o
mala. Es un instrumento para todas las empresas de la sociedad, pero no ha de intentar
determinar las estructuras de la vida social e individual, que deben ser determinadas por otras
fuerzas. En la discusión, tanto en la científica como en la profana, se ha llegado al punto de ver
por lo general en la razón, una facultad intelectual de coordinación, cuya eficiencia puede ser
aumentada mediante el uso metódico y la exclusión de factores no intelectuales, tales como
emociones conscientes e inconscientes. La razón jamás dirigió verdaderamente la realidad
social, pero en la actualidad se la ha limpiado tan a fondo, quitándosele toda tendencia o
inclinación específica que, final- [21] mente, hasta ha renunciado a su tarea de juzgar los actos
y el modo de vivir del hombre. La razón ha dejado estas cosas, para su definitiva sanción, a
merced de los intereses contradictorios: un conflicto al que de hecho nuestro mundo parece
enteramente entregado.
Atribuirle así a la razón una posición subordinada es cosa que se opone en forma aguda a las
ideas de los adalides de la civilización burguesa, de los representantes espirituales y políticos
de la ascendente clase media, que unánimemente habían declarado que la razón desempeña
un papel directivo en el comportamiento humano, acaso hasta el papel preeminente,
protagónico. Tales adalides consideraron sabia toda legislación cuyas leyes coincidieran con la
razón; las políticas nacionales e internacionales se juzgaban según la medida en que seguían
las pautas indicadas por la razón. La razón había de regular nuestras decisiones y nuestras
relaciones con los otros hombres y con la naturaleza. Se la concebía como a un ente, como
una potencia espiritual que mora en cada hombre. Se declaró que esa potencia era instancia
suprema, más aun, que era la fuerza creadora que regía las ideas y las cosas a las cuales
debíamos dedicar nuestra vida.
Si en nuestros días citan a alguien a un juzgado por una cuestión de tránsito y el juez le
pregunta si ha manejado de un modo razonable, lo que quiere decir es esto: ¿hizo usted todo
lo que estuvo en su poder a fin de proteger su vida y su propiedad y la de otros, y a fin de
obedecer la ley? El juez supone tácitamente que estos valores deben ser respetados. De lo
que duda es simplemente de si el comportamiento ha correspondido a tales pautas
reconocidas en general.
En la mayoría de los casos, ser razonable significa no ser testarudo, lo cual señala
nuevamente una coincidencia con la realidad tal cual es. El principio de la adaptación se
considera como cosa obvia. Cuando se concibió la idea de razón, ésta había de cumplir mucho
más que una mera regulación de la relación entre medios y fines: se la consideraba como el
instrumento destinado [22] a comprender los fines, a determinarlos. Sócrates murió por el
hecho de subordinar las ideas más sagradas y familiares de su comunidad y de su tierra a la
crítica del daimon, o pensamiento dialéctico, como lo llamaba Platón. Con ello luchó tanto
contra el conservadorismo ideológico como contra el relativismo que se disfrazaba de progreso,
pero que en verdad se subordinaba a intereses personales y de clase. Dicho con otras
palabras: luchaba contra la razón subjetiva, formalista, en cuyo nombre hablaban los demás
sofistas. Sócrates socavó la sagrada tradición de Grecia, el estilo de vivir ateniense, y preparó
así el terreno para formas radicalmente distintas de la vida individual y social. Sócrates tenía
por cierto que la razón, entendida como comprensión universal, debía determinar las
convicciones y regular las relaciones entre los hombres y entre el hombre y la naturaleza.
4
Ibid., pág. 720.
5
Ibid.
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Pese a que su doctrina podría considerarse como origen filosófico de la noción del sujeto
como juez supremo respecto al bien y el mal, Sócrates no hablaba de la razón y sus juicios
como de meros nombres o convenciones, sino como si reflejasen la verdadera naturaleza de
las cosas. Por negativistas que pudieran haber sido sus enseñanzas, implicaban la noción de
verdad absoluta y se presentaban como intuiciones objetivas, casi como revelaciones. Su
daimon era un dios espiritual, mas no era menos real que los otros dioses, tal como se los
concebía. Su nombre había de designar una fuerza viviente. En la filosofía de Platón, la
potencia socrática del conocimiento inmediato o de la conciencia moral, el nuevo dios dentro
del sujeto individual, destronó a sus rivales de la mitología griega o por lo menos los
transformó. Se convirtieron en ideas. De ningún modo podría decirse que son simplemente
criaturas, productos o contenidos humanos similares a las impresiones sensoriales del sujeto,
tal como lo enseña la teoría del idealismo subjetivo. Por el contrario, conservan todavía algunas
de las prerrogativas de los antiguos dioses: conforman una esfera superior y más noble que la
de los seres humanos, son mode [23] los, sin inmortales. El daimon a su vez se ha
transformado en el alma, y el alma en el ojo capaz de percibir las ideas. El alma se manifiesta
como contemplación de la verdad o como capacidad del sujeto individual de advertir
hondamente el orden eterno de las cosas y, por lo tanto, como pauta directiva del actuar, que
ha de seguirse dentro del orden temporal.
El concepto "razón objetiva" denuncia así que su esencia es por un lado una estructura
inherente a la realidad, que requiere por sí misma un determinado comportamiento práctico o
teórico en cada caso dado. Esta estructura es accesible a todo el que asume el esfuerzo del
pensar dialéctico o —lo que es lo mismo— a todo aquel capaz de asumir el Eros. Por otro lado,
el concepto "razón objetiva" puede caracterizar precisamente ese esfuerzo y esa capacidad de
reflejar semejante orden objetivo. Todos conocen situaciones que por sí mismas,
independientemente de los intereses del sujeto, imponen una determinada pauta al actuar; por
ejemplo, un niño o un animal en peligro de ahogarse, un pueblo que sufre hambre, o una
enfermedad individual. Cada una de esas situaciones habla, por así decirlo, su propio idioma.
Pero puesto que sólo son segmentos de la realidad, es posible que se haga necesario
descuidar a cada una de ellas, por el hecho de que existan estructuras más amplias que exigen
pautas de actuación diferentes y asimismo independientes de los deseos e intereses
personales.
Los sistemas filosóficos de la razón objetiva implicaban la convicción de que es posible
descubrir una estructura del ser fundamental o universal y deducir de ella una concepción del
designio humano. Entendían que la ciencia, si era digna de ese nombre, hacía de esa reflexión
o especulación su tarea. Se oponían a toda teoría epistemológica que redujera la base objetiva
de nuestra comprensión a un caos de datos descoordinados y que convirtiese el trabajo
científico en mera organización, clasificación o cálculo de tales datos. Según los sistemas
clásicos, esas tareas —en las que la razón subjetiva tiende a ver la función principal de la
ciencia— se subordinan a [24] la razón objetiva de la especulación. La razón objetiva aspira a
sustituir la religión tradicional por el pensar filosófico metódico y por la comprensión y a
convertirse así en fuente de la tradición. Puede que su ataque a la mitología sea más serio que
el de la razón subjetiva, la cual —abstracta y formalista tal como se concibe a sí misma — se
inclina a desistir de la lucha con la religión, estableciendo dos rubros diferentes, uno destinado
a la ciencia y a la filosofía y otro a la mitología institucionalizada, con lo que reconoce a ambos.
Para la filosofía de la razón objetiva no es posible una salida semejante. Puesto que se aferra
al concepto de verdad objetiva, se ve obligada a tomar una posición, positiva o negativa,
respecto al contenido de la religión establecida. Por eso la crítica acerca de opiniones sociales
hecha en nombre de la razón objetiva alcanza una repercusión mucho más penetrante —aun
cuando a veces es menos directa y agresiva— que aquella que se pronuncia en nombre de la
razón subjetiva. En los tiempos modernos la razón ha desarrollado la tendencia a disolver su
propio contenido objetivo. Cierto es que en la Francia del siglo XVI volvió a hacer progresos la
noción de una vida dominada por la razón como ideal supremo. Montaigne adaptó esa noción a
la vida individual, Bodin a la de los pueblos y De l'Hopital la puso en práctica en la política.
Pese a ciertas declaraciones escépticas, la obra de estos pensadores estimuló la abdicación de
la religión en favor de la razón como suprema autoridad espiritual. Pero en aquellos tiempos la
razón cobró un nuevo significado que halló su más alta expresión en la literatura francesa y que
en cierta medida todavía puede encontrarse en el lenguaje coloquial moderno: poco a poco el
término vino a designar una actitud conciliatoria. Ya no se tomaban en serio las divergencias de
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opinión en materia religiosa —que con el ocaso de la iglesia medieval se habían convertido en
campo predilecto para las disputas de tendencias políticas contrarias— y se creía que ninguna
fe, ninguna ideología merecía ser defendida hasta la muerte. Este concepto de razón era sin
duda más huma- [25] no, pero al mismo tiempo más débil que el concepto religioso de la
verdad; era más condescendiente ante los intereses dominantes, más dócil y adaptable a la
realidad tal cual es, y corría por lo tanto el riesgo, desde un comienzo, de capitular ante lo
"irracional". El término "razón" designaba ahora el punto de vista de sabios, estadistas y
humanistas que consideraban los conflictos dentro del dogmatismo religioso en sí como
cuestiones más o menos insignificantes, simples manifestaciones de consignas y recursos de
propaganda de diferentes partidismos políticos. Para los humanistas no había contradicción
alguna en el hecho de que diversos hombres que vivían bajo un mismo gobierno, dentro de las
mismas fronteras profesasen sin embargo diferentes religiones. A un gobierno semejante le
incumbían fines puramente seculares. No era su deber, como pensaba Lutero, disciplinar y
domesticar a la bestia humana, sino crear condiciones favorables para el comercio y la
industria, afirmar la ley y el orden y asegurar a sus ciudadanos la paz dentro de su territorio y la
protección fuera de él. En lo referente al individuo, la razón desempeñó entonces el mismo
papel que le correspondía al Estado soberano, encargado del bienestar del pueblo y de
combatir el fanatismo y la guerra civil.
La separación entre la razón y la religión señaló un paso más en el debilitamiento del aspecto
objetivo de ésta y un grado mayor de su formalización, tal como se hizo patente luego, durante
el periodo del iluminismo. Pero en el siglo XVII aún prevalecía el aspecto objetivo de la razón,
ya que la aspiración principal de la filosofía racionalista consistió en formular una doctrina del
hombre y la naturaleza capaz de cumplir esa función espiritual —al menos para el sector
privilegiado de la sociedad— que anteriormente cumplía la religión. Desde el Renacimiento los
hombres trataron de idear una doctrina autónomamente humana tan amplia como la teología,
en lugar de aceptar metas y valores que les imponla una autoridad espiritual. La filosofía
empeñó todo su orgullo en ser el instrumento de la deducción, explicación y [26] revelación del
contenido de la razón en cuanto imagen refleja de la verdadera naturaleza de las cosas y de la
recta conducción de la vida. Spinoza, por ejemplo, pensaba que la percepción de la esencia de
la realidad, de la estructura armoniosa del universo eterno, engendraba necesariamente amor
por ese universo. Para Spinoza la conducta moral se ve enteramente determinada por
semejante percepción de la naturaleza, así como nuestra dedicación a una persona puede ser
determinada por la percepción de su grandeza o de su genio. Según Spinoza, las angustias y
las pequeñas pasiones, ajenas al gran amor hacia el universo que es el logos mismo,
desaparecerán no bien sea suficientemente profunda nuestra comprensión de la realidad.
También los otros grandes sistemas racionalistas del pasado hacen hincapié en el principio
de que la razón se reconoce a sí misma en la naturaleza de las cosas y en que la correcta
conducta humana surge de tal reconocimiento. Esa conducta no es necesariamente la misma
para cada individuo, ya que la situación de cada uno es singular y única. Hay diferencias
geográficas e históricas, diferencias de edad, de sexo, de aptitud, de estado social y cosas por
el estilo. Sin embargo, ese entendimiento es general por cuanto su nexo lógico con la actitud
moral resulta evidente a todo sujeto imaginable dotado de inteligencia. Así, por ejemplo, para la
filosofía de la razón, el reconocimiento de la grave situación de un pueblo esclavizado podría
mover a un hombre joven a luchar por su liberación, pero permitiría a su padre permanecer en
su casa y cultivar la tierra. A pesar de tales diferencias en sus consecuencias, la naturaleza
lógica de ese entendimiento se siente como generalmente accesible a todos los hombres. Aun
cuando estos sistemas filosóficos racionalistas no exigían una sumisión tan vasta como la que
había pretendido la religión, fueron apreciados como esfuerzos para registrar el significado y
los requerimientos de la realidad y para exponer verdades válidas para todos. Sus autores
creían que el lumen naturale, el entendimiento natural o la luz de la razón, [27] bastaba para
penetrar tan hondamente en la creación que de ello surgiese una clave que sirviera para
armonizar la vida humana con la naturaleza tanto en el mundo externo como en el ser del
hombre en sí. Conservaron a Dios, pero no así la Gracia; abrigaban la creencia de que el
hombre podía prescindir de lumen supernaturale de cualquier índole para todos los fines del
conocimiento teórico y de la decisión práctica. Sus reconstrucciones especulativas del
universo, aunque no sus teorías epistemológicas sensualistas —Giordano Bruno y no Telesio,
Spinoza y no Locke—, chocaban directamente con la religión tradicional, puesto que los
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esfuerzos intelectuales de los metafísicos tenían que habérselas mucho más que las teorías de
los empiristas con las hipótesis acerca de Dios, la creación y el sentido de la vida.
En los sistemas filosóficos y políticos del racionalismo la ética cristiana fue secularizada. Los
objetivos perseguidos a través de las tareas individuales y sociales eran deducidos de la
convicción respecto a la existencia de determinadas ideas innatas o de conocimientos
inmediatamente evidentes, y se los relacionaba así con el concepto de verdad objetiva, aun
cuando esa verdad ya no era considerada algo garantizado por un dogma ajeno a las
exigencias del pensamiento. Ni la Iglesia ni los sistemas filosóficos surgentes establecían
separación entre la sabiduría, la ética, la religión y la política. Pero la unidad fundamental de
todas las convicciones humanas, arraigada en una ontología cristiana común a todas, se vio
paulatinamente destrozada, y las tendencias relativistas que se habían destacado nítidamente
en los paladines de la ideología burguesa, tales como Montaigne —pero que luego se habían
visto temporariamente eclipsadas por la metafísica racionalista—, lograron triunfar en todas las
actividades culturales.
Desde luego, al comenzar a suplantar la religión, la filosofía no tenía el propósito —como se
señaló anteriormente— de eliminar la verdad objetiva; intentaba sólo darle una nueva base
racional. La polémica respecto a la naturaleza de lo absoluto no fue el motivo principal [28] por
el que se acosó y rechazó a los metafísicos. En realidad, se trataba de establecer si la
revelación o la razón, la teología o la filosofía constituían el medio de determinar y de expresar
la verdad suprema. Así como la Iglesia defendía el poder, el derecho y el deber de la religión
de enseñar al pueblo cómo había sido creado el mundo, en qué consistía su finalidad y cómo
había que comportarse, la filosofía defendía el poder, el derecho y el deber del espíritu de
revelar la naturaleza de las cosas y de deducir de tal entendimiento las maneras del recto
actuar. El catolicismo y la filosofía racionalista europea concordaban plenamente respecto a la
existencia de una realidad acerca de la cual podía obtenerse semejante entendimiento; es más,
la suposición de esa realidad era el terreno común sobre el cual libraban sus conflictos.
Las dos fuerzas espirituales que no estaban de acuerdo con esta premisa especial eran el
calvinismo, con su doctrina del deus absconditus, y el empirismo con su opinión, primero
implícita y luego explícita, de que la metafísica se ocupaba exclusivamente de
pseudosproblemas. Pero la Iglesia católica se oponía a la filosofía precisamente porque los
nuevos sistemas metafísicos afirmaban la posibilidad de una comprensión que autónomamente
había de determinar las decisiones morales y religiosas del hombre.
Por último, la activa controversia entre la religión y la filosofía terminó en un callejón sin
salida, porque se consideró a ambas como dominios culturales separados. Los hombres se
reconciliaron poco a poco con la idea de que ambas llevan su vida propia entre las paredes de
su celda cultural y se toleran mutuamente. La neutralización de la religión, reducida ahora al
status de un bien cultural entre otros, se opuso a su pretensión "totalitaria" de encarnar la
verdad objetiva, y al mismo tiempo la debilita. A pesar de que la religión haya continuado
siendo superficialmente estimada, su neutralización allanó el camino para que fuese eliminada
como medio de objetividad espiritual y para que finalmente dejase [29] de existir la noción de
tal objetividad, que de por si se guiaba por el modelo de la idea de lo absoluto de la revelación
religiosa.
En realidad, tanto el contenido de la filosofía como el de la religión se vieron profundamente
perjudicados por este arreglo aparentemente pacífico de su conflicto original. Los filósofos de la
Ilustración atacaron a la religión en nombre de la razón; en última instancia a quien vencieron
no fue a la Iglesia, sino a la metafísica y al concepto objetivo de razón mismo: la fuente de
poder de sus propios esfuerzos. Por último la razón, en cuanto órgano para la comprensión de
la verdadera naturaleza de las cosas y para el establecimiento de los principios directivos de
nuestra vida, terminó por ser considerada anacrónica. Especulación es sinónimo de metafísica,
y metafísica lo es de mitología y superstición. Bien podría decirse que la historia de la razón y
del iluminismo, desde sus comienzos en Grecia hasta la actualidad, ha conducido a un estado
en que se desconfía incluso de la palabra razón, pues se le atribuye la posibilidad de designar
al mismo tiempo a algún ente mitológico. La razón se autoliquidó en cuanto medio de
comprensión ética, moral y religiosa. El obispo Berkeley —hijo legítimo del nominalismo,
protestante entusiasta y esclarecedor positivista en una sola persona— dirigió hace doscientos
años un ataque contra tales nociones generales, incluso contra la noción de noción general. Tal
campaña ha triunfado en la práctica totalmente, Berkeley, en parcial contradicción con su
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propia teoría, conservó unas pocas nociones generales, como ser espíritu, alma, y causa. Pero
éstas fueron eliminadas a fondo por Hume, el padre del positivismo moderno.
La religión sacó de esa evolución una aparente ventaja. La formalización de la razón la
preservó de todo ataque serio por parte de la metafísica o teoría filosófica, y esa seguridad
parecería hacer de ella un instrumento social sumamente práctico. Pero al mismo tiempo su
neutralidad significa que va desvaneciéndose su verdadero espíritu, es decir, la convicción de
su estar rela- [30] cionado con ser la depositaria de una verdad a la que antaño se atribuía
vigencia sobre la ciencia, el arte y la política y toda la humanidad. La muerte de la razón
especulativa, primero servidora de la religión y luego su contrincante, puede resultar funesta
para la religión misma.
Todas estas consecuencias se hallaban ya contenidas en germen en la idea burguesa de
tolerancia, idea ambivalente. Por un lado, tolerancia significa libertad frente al dominio de la
autoridad dogmática; por el otro, fomenta una posición de neutralidad frente a cualquier
contenido espiritual y, por consiguiente, fomenta el relativismo. Todo dominio cultural conserva
su "soberanía" con relación a la verdad general. El sistema de la división social del trabajo se
transfiere automáticamente a la vida del intelecto, y esta subdivisión de la esfera cultural surge
del hecho de que la verdad general, objetiva, se ve reemplazada por la razón formalizada,
profundamente relativista.
Las implicaciones políticas de la metafísica racionalista se destacaron en el siglo XV cuando,
a raíz de las revoluciones norteamericana y francesa, el concepto de nación se tomó principio
directivo. En la historia moderna esta noción tendió a desplazar a la religión en cuanto motivo
supremo, supraindividual, de la vida humana. La nación extrae su autoridad más de la razón
que de la revelación, extendiéndose aquí razón como conglomerado de intelecciones
fundamentales, ya sean innatas o desarrolladas mediante la especulación, y no como
capacidad que sólo tiene que habérselas con los medios destinados a producir el efecto de
tales intelecciones.
El interés egoísta en el que hacían hincapié determinadas doctrinas de derecho natural y
filosofías hedonistas constituía sólo una de tales intelecciones y se lo consideró como algo
arraigado en la estructura objetiva del universo que así formaba parte de todo el sistema de
categorías. En la edad industrial la idea del interés egoísta fue ganando paulatinamente
supremacía abso- [31] luta y terminó por sofocar a los otros motivos, antaño considerados
fundamentales para el funcionamiento de la sociedad; esta actitud prevaleció en las principales
escuelas del pensamiento y, durante el período liberal, también en la conciencia pública. Pero
el mismo proceso reveló las contradicciones entre la teoría del interés egoísta y la idea de
nación. La filosofía enfrentó entonces la alternativa de aceptar las consecuencias anarquistas
de esta teoría o caer víctima de un nacionalismo irracional y mucho más contagiado de
romanticismo que las teorías de las ideas innatas que predominaban durante el período
mercantilista.
El imperialismo intelectual del principio abstracto del interés egoísta —núcleo central de la
ideología oficial del liberalismo— puso de manifiesto la creciente discrepancia entre esta
ideología y las condiciones sociales reinantes en las naciones industrializadas. Una vez que se
afirma esta escisión de la conciencia pública no queda ningún principio racional eficaz para
sostener la cohesión social. La idea de la comunidad popular * nacional, erigida al principio
como ídolo, sólo puede luego ser sostenida mediante el terror. Esto explica la tendencia del
liberalismo a transformarse en fascismo, y la de los representantes espirituales y políticos del
liberalismo a hacer las paces con sus adversarios. Esta tendencia, que tan frecuentemente ha
surgido en la historia europea más reciente, puede deberse, aparte de sus causas económicas,
a la contradicción interna entre el principio subjetivista del interés egoísta y la idea de la razón
que presuntamente lo expresa. Originariamente la constitución política se concebía como
expresión de principios concretos fundados en la razón objetiva; las ideas de justicia, igualdad,
felicidad, democracia, propiedad, todas ellas debían estar en concordancia con la razón,
debían emanar de la razón.
[32] Más tarde el contenido de la razón se ve voluntariamente reducido al contorno de sólo
una parte de ese contenido, al marco de uno solo de sus principios; lo particular viene a ocupar
el sitio de lo general. Semejante tour de force en el ámbito intelectual va preparando el terreno
para el dominio de la violencia en el ámbito de lo político. Al abandonar su autonomía, la razón
6
A Study of History, vol. 1, 2da Ed., Londres 1935, pág 7.
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mágica, más aceptada que experimentada espiritualmente. ¿Cuáles son las consecuencias de
la formalización de la razón? Nociones como las de justicia, igualdad, felicidad, tolerancia que,
según dijimos, en siglos anteriores son consideradas inherentes a la razón o de pendientes de
ella, han perdido sus raíces espirituales. Son todavía metas y fines, pero no hay ninguna
instancia racional autorizada a otorgarles un valor y a vincularlas con una realidad objetiva.
Aprobadas por venerables documentos históricos, pueden disfrutar todavía de cierto prestigio y
algunas de ellas están contenidas en la leyes fundamentales de los países más grandes.
Carecen, no obstante, de una confirmación por parte de la razón en su sentido moderno.
¿Quién podrá decir que alguno de estos ideales guarda un vínculo más estrecho con la verdad
que contrario? Según la filosofía del [35] intelectual moderno promedio, existe una sola
autoridad, es decir, la ciencia, concebida como clasificación de hechos y cálculo de
probabilidades. La afirmación de que la justicia y la libertad son de por sí mejores que la
injusticia y la opresión, no es científicamente verificable y, por lo tanto, resulta inútil. En sí
misma, suena tan desprovista de sentido como la afirmación de que el rojo es más bello que el
azul o el huevo mejor que la leche.
Cuanto más pierde su fuerza el concepto de razón, tanto más fácilmente queda a merced de
manejos ideo lógicos y de la difusión de las mentiras más descaradas. El iluminismo disuelve la
idea de razón objetiva, disipa el dogmatismo y la superstición; pero a menudo la reacción y el
oscurantismo sacan ventajas máximas de esta evolución. Intereses creados, opuestos a los
valores humanitarios tradicionales, suelen respaldarse, en nombre del "sano sentido común",
en la razón impotente, neutralizada. Puede seguirse esta desubstancialización de los
conceptos fundamentales a lo largo de la historia política. En la Constitutional Convention
americana de 1787, John Dickinson, de Pensilvania, opuso a la razón la experiencia, cuando
dijo: "La experiencia debe ser nuestro único indicador de caminos. La razón puede hacer que
nos extraviemos."7 Su intención era formular una advertencia ante un idealismo excesivamente
radical. Luego las nociones quedaron a tal punto desprovistas de toda substancia que podía
usárselas al mismo tiempo para abogar por la opresión. Charles O'Conor, famoso jurisconsulto
del período anterior a la Guerra Civil, proclamado en una oportunidad por un sector del Partido
Demócrata como candidato a la presidencia, pronunció (luego de esbozar las bendiciones de la
esclavitud forzosa) la siguiente argumentación: "Insisto en que la esclavitud de los negros no es
injusta; es justa, sabia y benéfica... Insisto en que la esclavitud de los n e g r o s . está prescrita
por la naturaleza. Al inclinarnos [36] ante el evidente decreto de la naturaleza y el
mandamiento de una sana filosofía, hemos de declarar que esa institución es justa, benéfica,
legal y adecuada."8 Aun cuando O'Conor emplea todavía las palabras naturaleza, filosofía y
justicia, éstas se hallan enteramente formalizadas y no pueden mantenerse frente a lo que él
considera como experiencia y como hechos. La razón subjetiva se somete a todo. Se entrega
tanto a los fines de los adversarios de los valores humanitarios tradicionales como a sus
defensores. Es proveedora, como en el caso de O'Conor, tanto de la ideología de la reacción y
el provecho como de la ideología del progreso y la revolución.
Otro portavoz de la esclavitud, Fitzhugh, autor de Sociology for the South, parecería
acordarse de que la filosofía había nacido otrora destinada a ideas y principios concretos, y los
ataca por lo tanto en nombre del buen sentido común. Expresa así, si bien de un modo
deformado, el antagonismo entre los conceptos subjetivo y objetivo de la razón.
"Las personas con buen criterio aducen por lo común motivos falsos en apoyo de sus
opiniones porque no son pensadores abstractos,.. En la argumentación la filosofía los derrota
con toda facilidad; sin embargo, tienen razón el instinto y el buen sentido común, y no tiene
razón la filosofía. La filosofía carece de razón siempre, el instinto y el sentido común tienen
siempre razón, puesto que la filosofía es negligente y deduce sus conclusiones partiendo de
premisas estrechas e insuficientes."9
Por miedo a los principios idealistas, por miedo al pensar como tal, a los intelectuales y a los
utopistas, el autor enarbola con orgullo su buen sentido común, que no ve injusticia alguna en
la esclavitud.
[37] Los ideales y conceptos fundamentales de la metafísica racionalista arraigaban en la
noción de lo humano en general, de la humanidad: su formalización implica la pérdida de su
7
Cf. Morrison and Commager, The Growth of the American Republic, New York 1942, vol I, pág. 281.
8
A Speech at the Union Meeting — at the Academy of Music, New York City, el 19 de diciembre de 1859, bajo el
título "Negro Slavery Not Unjust" reproducido en el "New York Herald Tribune".
9
George Fitihugh, Sociology for the South or the Failure of Free Society, Richmoud, Va. 1854, p 118 y sig.
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contenido humano. El punto hasta el cual esta deshumanización del pensar perjudica los
fundamentos más hondos de nuestra civilización puede ponerse de manifiesto mediante un
análisis del principio de mayoría, inseparable del principio de democracia. A los ojos del
hombre medio el principio de mayoría constituye a menudo no sólo un sustituto de la razón
objetiva sino hasta un progreso frente a ésta: puesto que los hombres, al fin y al cabo, son los
que mejor pueden juzgar sus propios intereses, las resoluciones de una mayoría —así se
piensa— son con toda seguridad tan valiosas para una comunidad como las instituciones de
una así llamada razón superior. Pero la antítesis entre la institución y el principio democrático,
cuando se la formula en conceptos tan crudos, es sólo imaginaria. Pues ¿qué significa en
verdad que "un hombre conoce mejor sus propios intereses"?; ¿cómo obtiene ese saber, qué
demuestra que su saber es correcto? La afirmación de que "un hombre es quien conoce
mejor... "contiene implícitamente la referencia a una instancia que no es totalmente arbitraria y
forma parte de una especie de razón que existe no sólo como medio sino también como fin. Si
esta instancia resultara ser, una vez más, meramente la mayoría, todo el argumento constituiría
una tautología.
La gran tradición filosófica que contribuyó al establecimiento de la democracia moderna no
incurrió en esa tautología; tal tradición fundamentó los principios de gobierno sobre supuestos
más o menos especulativos, así, por ejemplo, el supuesto de que la misma substancia
intelectual o la misma conciencia moral se halla presente en todo ser humano. Dicho con otras
palabras, la estimación de la mayoría se basaba en una convicción que no dependía a su vez
de resoluciones de la mayoría. Locke, todavía afirmaba que la razón natural coincidía con la
revelación, en cuanto se refiere a los derechos [38] humanos.10 Su teoría del gobierno se
relaciona tanto con los enunciados de la razón como con los de la revelación. Éstos deben
enseñar que los hombres son todos "libres, iguales e independientes por naturaleza".11
La teoría del conocimiento de Locke es un ejemplo de esa engañosa lucidez de estilo que
concilia los contrarios borrando sencillamente los matices. Locke no se tomó el trabajo de
discriminar con demasiado rigor entre la experiencia sensual y la racional, entre la atomista y la
estructurada; tampoco indicó si el estado natural del que derivaba el derecho natural, se
deducía de procesos lógicos o bien se percibía intuitivamente. Pero parece suficientemente
claro que la libertad "por naturaleza" no es idéntica a la libertad real. Su doctrina política se
funda más en la intelección racional y en deducciones que en la investigación empírica.
Lo mismo puede afirmarse del discípulo de Locke, Rousseau. Cuando éste declaró que
renunciar a la libertad era algo que se oponía a la naturaleza del hombre, puesto que con ello
se privaba "a sus actos de toda moralidad, a su voluntad de toda libertad",12 sabía
perfectamente que el renunciar a la libertad no se contradecía con la naturaleza empírica del
hombre; él mismo criticaba duramente a individuos, grupos o pueblos por haber renunciado a
su libertad. Se refería más a la substancia espiritual del hombre que a un comportamiento
psicológico. Su teoría del contrato social se deriva de una teoría filosófica del hombre según la
cual el principio de mayoría corresponde más a la naturaleza humana que el principio de poder,
tal como describe esa naturaleza el pensamiento especulativo. En la historia de la filosofía
social, incluso el término "buen sentido común" se [39] ve inseparablemente unido a la idea de
la verdad evidente en sí misma. Fue Thomas Reid quien, doce años antes del famoso volante
de Paine y de la Declaración de la Independencia, identificó los principios del buen sentido
común con las verdades autoevidentes, reconciliando así el empirismo con la metafísica
racionalista.
Desposeído de su fundamento racional, el principio democrático se hace exclusivamente
dependiente de los así llamados intereses del pueblo, y éstos son funciones de potencias
económicas ciegas o demasiado conscientes. No ofrecen garantía alguna contra la tiranía.13 En
1 0
Locke, On Civil Government. Second Treatise, Cap. V, Everyman's Library, pág. 129.
1 1
Ibid., Cap. VIII, pág. 164.
1 2
Contrat social, vol. 1, pág. 4. En la traducción de Kurt Weigand, en: Jean Jacques Rousseau, Staat und
Gesellschaft, Munich 1959, pág. 14.
1 3
El temor del editor de Tocqueville de hablar acerca de los aspectos negativos del principio de mayoría era superfluo
(cf. Democracy in American, New York 1898, vol. 1, pág. 334 y sigs., nota al pie). El editor declara que sólo se trata de
"un modo de decir, cuando se afirma que la mayoría del pueblo hace las leyes", y nos recuerda entre otras cosas que
esto se cumple en la práctica por medio de delegados. Podría haber agregado que, si Tocqueville hablaba de la tiranía
de la mayoría, Jefferson, en una carta citada por Tocqueville, habla de la "tiranía de las asambleas legislativas". En:
The Writings of Thomas Jefferson, Definitive Edition, Washington, D. C 1905, vol. VII, pág. 312. Jefferson desconfiaba
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el período del sistema del mercado libre, por ejemplo, las instituciones basadas en la idea de
los Derechos Humanos eran aceptadas por muchos como instrumento adecuado para controlar
al gobierno y preservar la paz. Pero cuando la situación se modifica, cuando poderosos grupos
económicos encuentran que es útil establecer una dictadura y destituyen al gobierno de la
mayoría, ningún reparo fundado en la razón puede oponerse a su acción. Si tienen una
verdadera posibilidad de triunfo serían sin duda necios en caso de no aprovecharla. La única
consideración que podría disuadirnos sería la de la posibilidad de riesgo para sus propios
intereses, y no el temor a lesionar una verdad o la razón. Una vez derrumbada la base de la
democracia, la afirmación de [40] que la dictadura es mala sólo tiene validez para quienes no la
usufructúan, y no existe obstáculo teórico alguno capaz de convertir esta afirmación en su
contrario.
Los hombres que crearon la Constitución de los Estados Unidos consideraban "la lex maioris
14
partis como la ley fundamental de toda sociedad", pero estaban muy lejos de reemplazar
mediante decisiones de la mayoría las de la razón. Al dejar anclado dentro de la estructura del
gobierno un sistema de controles inteligentemente dispuestos, opinaban, tal como lo expresa
Noah Webster, que "los poderes conferidos al Congreso son amplios, pero se supone que no
son demasiado amplios".15 Webster habló del principio de mayoría como de "una doctrina tan
generalmente reconocida como toda verdad intuitiva"16 y vio en esta doctrina una idea entre
otras ideas naturales de similar dignidad. Para esos hombres no existía ningún principio que no
debiese su autoridad a alguna fuente metafísica o religiosa. Dickinson consideraba que el
gobierno y su mandato "se fundaban en la naturaleza del hombre, vale decir en la vol untad de
su creador... y son por lo tanto sagrados. Constituye, pues, un delito contra el cielo lesionar
este mandato".17
No cabe duda que no se consideraba que el principio de mayoría implicase alguna garantía
de justicia. "La mayoría —dice John Adams1 — ha triunfado por toda la eternidad y sin
excepción alguna sobre los derechos de la minoría." Tales derechos y todos los demás
principios fundamentales se tenían por verdades intuitivas, Se los heredaba directa o
indirectamente de una tradición filosófica que en aquella época aún permanecía viva. Es [41]
posible seguir sus huellas, a través de la historia del pensamiento occidental, hasta sus raíces
religiosas y mitológicas, y en virtud de esos orígenes habían conservado la "venerabilidad" que
menciona Dickinson.
La razón subjetiva no encuentra aplicación alguna para semejante herencia. Tal razón
manifiesta que la verdad es la costumbre y la despoja con ello de su autoridad espiritual. Hoy la
idea de mayoría, despojada de sus fundamentos racionales, ha cobrado un sentido
enteramente irracional. Toda idea filosófica, ética o política —cortado el lazo que la unía a sus
orígenes históricos— muestra una tendencia a convertirse en núcleo de una nueva mitología, y
esta es una de las causas por las cuales en determinadas etapas el avance progresivo de la
Ilustración tiende a dar un salto hacia atrás, cayendo en la superstición y la locura. El principio
de mayoría, al adoptar la forma de juicios generales sobre todo y todas las cosas, tal como
entran en funcionamiento mediante toda clase de votaciones y de técnicas modernas de
comunicación, se ha convertido en un poder soberano ante el cual el pensamiento debe
inclinarse. Es un nuevo dios, no en el sentido en que lo concibieron los heraldos de las grandes
revoluciones, es decir como una fuerza de resistencia contra la injusticia existente, sino como
una fuerza que se resiste a todo lo que no manifiesta su conformidad. El juicio de los hombres,
cuanto más manejado se ve por toda clase de intereses, tanto más acude a la mayoría como
árbitro en la vida cultural. La mayoría tiene la misión de justificar los sustitutos de la cultura en
todas sus ramas hasta descender a los productos de engaño masivo del arte popular y la
literatura popular. Cuanto mayor es la medida en que la propaganda científica hace de la
opinión pública un mero instrumento de poderes tenebrosos, tanto más se presenta la opinión
tanto de cualquier poder gubernamental en una democracia, "ya fue se legislativo o ejecutivo", que se oponía al
mantenimiento de un ejército permanente. Cf. ibid., pág. 323.
1 4
Ibid., pag. 324.
1 5
"An Examination into the Leading Principles of the Federal Constitution..." en: Pamphlets on the Constitution of the
United States. Edit. por Paul L Ford, Brooklyn, New York 1888, pag. 45.
1 6
Ibid., pág 30.
1 7
Ibid., "Letters of Fabius", pág. 181.
1 8
Citado por Charles Beard, en Economic Origins of Jeffersoman Democracy, New York 1915, pág. 305
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pública como un sustituto de la razón. Este aparente triunfo del progreso democrático va
devorando la substancia espiritual que dio sustento a la democracia.
Esta disociación de las aspiraciones y potencialidades humanas respecto a la idea de verdad
objetiva afecta no [42] sólo a las nociones conductoras de la ética y la política, tales como las
de libertad, igualdad y justicia, sino también a todos los fines y objetivos específicos en todos
los terrenos de la vida. Conforme a las pautas corrientes, los buenos artistas no le son más
útiles a la verdad que los buenos carceleros o banqueros o criadas. Si intentáramos aducir que
la profesión de un artista es más noble, se nos diría que tal disputa carece de sentido: mientras
que la eficiencia de una criada puede compararse con la de otra sobre la base de su eventual
limpieza, honradez, habilidad, etc., no existe ninguna posibilidad de establecer la comparación
entre una criada y un artista. Sin embargo, un análisis escrupuloso demostraría que en la
sociedad moderna existe una pauta implícita para el arte tanto como para la labor no
aprendida, y que esta pauta es el tiempo; pues la bondad, en el sentido del resultado de un
trabajo específico, es una función del tiempo.
Del mismo modo, puede carecer de sentido afirmar que determinada manera de vivir,
determinada religión o filosofía es mejor o superior o más verdadera que otras. Puesto que los
fines ya no se determinan a la luz de la razón, resulta también imposible afirmar que un sistema
económico o político, por cruel y despótico que resulte, es menos racional que otro. De acuerdo
con la razón formalizada, el despotismo, la crueldad, la opresión, no son malos en sí mismos;
ninguna instancia sensata aprobaría un veredicto contra la dictadura si éste pudiese servir para
que se aprovecharan de él los propulsores de la dictadura. Modos de decir tales como "la
dignidad del hombre" implican un avance dialéctico con el cual se conserva y se trasciende la
idea del derecho divino o se convierten en consignas trilladas cuya vacuidad se revelará no
bien se intente escrutar su significado específico. La vida de tales consignas depende, por así
decirlo, de recuerdos inconscientes. Aun si un grupo de hombres esclarecidos se dispusiera a
luchar contra el mayor mal imaginable, la razón subjetiva tornaría casi imposible señalar la
naturaleza del mal y la naturaleza de la [43] humanidad que exigen perentoriamente la lucha.
Muchos preguntarían inmediatamente cuáles son los verdaderos motivos. Habría que aseverar
que los motivos son realistas, esto es, que responden a los intereses personales, aun cuando
éstos sean más difíciles de captar por la masa del pueblo que el tácito llamado de la situación
misma.
El hecho de que el hombre medio aún parezca estar atado a los viejos ideales podría ser
aportado como dato que contradice este análisis. Si se formulase la objeción en términos
generales, se podría alegar que existe un poder que compensa los efectos destructivos de la
razón formalizada: la conformidad respecto a valores y comportamientos generalmente
aceptados. Al fin y al cabo, hay muchísimas ideas que deben respetarse y enaltecerse, como
nos han enseñado desde nuestra más temprana infancia. Puesto que tales ideas y todas las
concepciones teóricas que con ellas se vinculan, no sólo se justifican por la razón sino también
por una aprobación casi universal, parecería que no puede afectarlas la transformación de la
razón en mero instrumento. Esas ideas sacan su fuerza de nuestra veneración por la
comunidad en la que vivimos, de hombres que han dado su vida por ellas, del respeto que
debemos a los fundadores de las pocas naciones esclarecidas de nuestro tiempo. Pero de
hecho este reparo expresa la debilidad de la justificación, de un contenido presuntamente
objetivo, mediante el prestigio pasado y presente de tales ideas. Cuando en la historia científica
y política moderna se invoca ahora una tradición —de las que tan a menudo han sido
denunciadas— como medida de alguna verdad ética o religiosa, esa verdad ya se ve lacerada
y condenada a sufrir una disminución de verosimilitud, no menos agudamente que el principio
que ella debería justificar. Durante los siglos en que a la tradición le cabía toda vía el papel de
recurso probatorio, la fe en ella misma derivaba de la fe en la verdad objetiva. En cambio hoy
remitirse a la tradición parece haber conservado una sola de las funciones que esa apelación
amplía en los [44] viejos tiempos: indica que el consenso posee —tras el principio que trata de
confirmar una vez más— poder económico y político. Quien comete una transgresión contra él
queda de antemano advertido.
Durante el siglo XVII la convicción de que al hombre le correspondían determinados derechos
no constituía una repetición de dogmas heredados de los antepasados. Por el contrario, esa
convicción reflejaba la situación de los hombres que proclamaron tales derechos; era expresión
de una crítica de condiciones que reclamaban perentoriamente un cambio, y esta exigencia era
comprendida por el pensamiento filosófico y por las acciones históricas, y se convertía en
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éstas. Los promotores del pensamiento moderno no deducían lo que es bueno de la ley —
hasta infringían la ley—, sino que intentaban reconciliar la ley con el bien. Su papel en la
historia no consistió en adaptar sus palabras y sus actos al texto de antiguos documentos o de
doctrinas generalmente aceptadas, sino que crearon ellos mismos los documentos y
consiguieron que sus teorías fuesen aceptadas. Quienes aprecian hoy esas enseñanzas y
están desprovistos de una filosofía adecuada pueden considerarlas expresión de deseos
puramente subjetivos o un modelo establecido que debe su autoridad a una cantidad de
hombres que creen en él y en la perduración inconmovible de su existencia. Precisamente el
hecho de que sea hoy necesario invocar la tradición, prueba que esta ha perdido su poder
sobre los hombres. No es extraño entonces que naciones enteras —ciertamente Alemania no
es en este sentido un caso aislado— despierten un buen día para descubrir que los ideales que
en mayor estima habían tenido no eran más que pompas de jabón.
Es cierto que hasta hoy la sociedad civilizada se ha nutrido de los restos de esas ideas, aun
cuando el progreso de la razón subjetiva destruía la base teórica de las ideas mitológicas,
religiosas y racionalistas. Y éstas tienden a convertirse más que nunca en mero saldo y pierden
así paulatinamente su poder de convicción. Cuando estaban vivas las grandes concepciones
religio- [45] sa y filosóficas, los hombres pensantes alababan la humanidad y el amor fraterno,
la justicia y el sentimiento humanitario, no porque fuese realista mantener tales principios, y en
cambio riesgoso y desacertado desviarse de ellos, o porque tales máximas coincidieran mejor
con su gusto, presuntamente libre. Se atenían a tales ideas porque percibían en ellas
elementos de la verdad, por que las hacían armonizar con la idea del logos, bajo la forma de
Dios, de espíritu trascendente o de la naturaleza como principio eterno. No sólo se entendía así
a las metas supremas, atribuyéndoles un sentido objetivo, una significación inmanente, sino
que hasta las ocupaciones e inclinaciones más modestas dependían de una creencia en la
deseabilidad general y en el valor inherente de sus objetos o temas.
Los orígenes mitológicos, objetivos, que la razón subjetiva va destruyendo, no sólo se
refieren a los grandes conceptos generales, sino que evidentemente forman también la base de
comportamientos y actos personales y enteramente psicológicos. Todos ellos —hasta llegar a
los sentimientos más oscuros— se desvanecen al verse despojados de ese contenido objetivo,
de ese vínculo con la verdad supuestamente objetiva. Así como los juegos de los niños y las
quimeras de los adultos tienen su origen en la mitología, toda alegría vejase otrora ligada a la
creencia en una verdad suprema.
Thorstein Veblen develó los deformados motivos medievales de la arquitectura del siglo
XIX.19 En la búsqueda de pompa y ornamentación vio un remanente de actitudes feudales. El
análisis del así llamado honorifie waste conduce, empero, al descubrimiento no sólo de ciertos
aspectos de opresión bárbara preservados en la vida social moderna y en la psicología
individual, sino también de aspectos de la continuada acción de comportamientos de
veneración, temor y superstición olvidados hace tiempo. Se manifiestan en preferencias y
antipatías [46] "naturalísimas" y la civilización los presupone como obvios. Debido a la evidente
carencia de una motivación racional, se los racionaliza de acuerdo con la razón subjetiva. El
hecho de que en cualquier cultura moderna haya una diferencia de jerarquía entre "alto" y
"bajo", de que lo limpio resulte atractivo y lo sucio repulsivo, de que se experimenten
determinados olores como buenos y otros como repelentes, de que se tenga en gran estima a
ciertos manjares y se deteste a otros, debe atribuirse más a antiguos tabúes, mitos y
devociones y al destino de éstos en el transcurso de la historia, que a los motivos higiénicos o
a otras causas pragmáticas que puedan tratar de exponer algunos individuos ilustrados o
religiones liberales.
Estas antiguas formas de vivir que arden lentamente debajo de la superficie de la civilización
moderna proporcionan aun en muchos casos el calor inherente a todo encantamiento, a toda
manifestación de amor hacia alguna cosa por la cosa misma y no corno medio para obtener
otra. El placer de cultivar un jardín se remonta a épocas antiguas en que los jardines
pertenecían a los dioses y se cultivaban para ellos. La sensibilidad ante la belleza, tanto en la
naturaleza como en el arte, se anuda mediante mil tenues hilos a esas representaciones
supersticiosas.20 Cuando el hombre moderno corta esos hilos, ya sea burlándose de ellos, ya
1 9
Cf. Th. W. Adorno: "Veblens Angriff auf die Kultur" en; Prismen, Frankfuit del Main 1955, pags. 82-111.
2 0
Aun la tendencia a la pulcritud, gusto moderno por excelencia, parece estar arraigado en creencias mágicas. Sir
James Frazer (The Golden Bough, vol. I, parte I, pág. 175) cita un informe sobre los nativos de Nueva Bretaña, que
concluye diciendo que "la limpieza usual en las casas, que consiste en el cuidadoso barrido diario del piso, no se basa
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sea ostentándolos, podrá conservar todavía por un rato el placer, pero su vida interior se habrá
extinguido.
La alegría que sentirnos en presencia de una flor o por la atmósfera de un cuarto, no
podemos atribuirla a [47] un instinto estético autónomo. La receptividad estética del hombre se
ve ligada en su prehistoria con diversas formas de idolatría; la creencia en la bondad o santidad
de una cosa precede a la alegría por su belleza. Esto no vale menos respecto a nociones tales
como las de libertad y humanidad. Lo que dijimos acerca de la noción de la dignidad humana
es sin duda aplicable a las nociones de justicia e igualdad. Semejantes ideas deben conservar
el elemento negativo, en cuanto negación de la antigua etapa de injusticia o desigualdad, y
preservar al mismo tiempo la significación originaria, absoluta, arraigada en sus tenebrosos
orígenes. De otro modo, no sólo se tornan indiferentes, sino también falaces.
Todas estas ideas veneradas, todas las fuerzas que, agregadas al poder físico y al interés
material, mantienen la cohesión de la sociedad, existen todavía, pero han sido socavadas por
la formalización de la razón. Como hemos visto, este proceso aparece unido a la convicción de
que nuestras metas, sean cuales fueren, dependen de predilecciones y aversiones que de por
sí carecen de sentido. Supongamos que esta convicción penetre realmente en los detalles de
la vida cotidiana; lo cierto es que ya ha penetrado más hondo de lo que pueda tener conciencia
la mayor parte de nosotros. Cada vez hacemos menos una cosa por amor a ella misma. Una
caminata destinada a conducir a un hombre desde la ciudad hasta las orillas de un río o a la
cima de una montaña, si la juzgamos conforme a pautas de utilidad, sería contraria a la razón e
idiota; la gente se dedica a distracciones necias o destructivas. En opinión de la razón
formalizada, una actividad es racional únicamente cuando sirve a otra finalidad, por ejemplo a
la salud o al relajamiento que ayudan a refrescar nuevamente la energía de trabajo. Dicho con
otras palabras, la actividad no es más que una herramienta, pues sólo cobra sentido mediante
su vinculación con otros fines.
No es posible afirmar que el placer que un hombre experimenta al contemplar, por ejemplo,
un paisaje, duraría mucho tiempo si a priori estuviese persuadido de [48] que las formas y los
colores que ve no son más que formas y colores; que todas las estructuras en que formas y
colores desempeñan algún papel son puramente subjetivas y no guardan relación alguna con
un orden o una totalidad cualquiera plena de sentido; que, sencilla y necesariamente, no
expresan nada. Si tales placeres se han hecho costumbre, podrá uno seguir sintiéndolos por el
resto de su vida o bien jamás podrá cobrar conciencia plena de la falta de significación de las
cosas que le son muy queridas. Las inclinaciones de nuestro gusto van formándose en la
temprana infancia; lo que aprendemos luego influye menos en nosotros. Acaso los hijos imiten
al padre que tenía propensión a dar largos paseos, pero una vez suficientemente avanzada la
formalización de la razón, pensarán haber cumplido con el deber para con su cuerpo al seguir
un curso de gimnasia obedeciendo los comandos de una voz radiofónica. Un paseo a través
del paisaje ya no será necesario; y así la noción misma de paisaje como puede experimentarla
el caminante, se vuelve absurda y arbitraria. El paisaje se pierde totalmente en una experiencia
de touring.
Los simbolistas franceses disponían de una noción particular para expresar su amor a las
cosas que habían perdido su significación objetiva: la palabra spleen. La arbitrariedad
consciente, desafiante, en la elección de los objetos, su "absurdo", su "perversidad", descubre
con gesto silencioso, por así decirlo, la irracionalidad de la lógica utilitarista a la que golpea en
pleno rostro a fin de demostrar su inadecuación a la experiencia humana. Y, al traer ese gesto
a la conciencia, gracias a ese choque, el hecho de que aquella lógica olvida al sujeto expresa
al mismo tiempo el dolor del sujeto por su incapacidad de lograr un orden objetivo.
La sociedad del siglo XX ya no se inquieta a causa de semejantes incongruencias. Para ella
existe una sola manera de alcanzar un sentido: servir a un fin. Las predilecciones y las
aversiones que en la cultura de las masas han perdido su significado son puestas en el rubro
de esparcimientos, recreo para horas libres, contactos so- [49] ciales etc., o abandonadas al
destino de una paulatina extinción. El spleen, la protesta del no conformismo, del individuo,
también quedó reglamentado: la obsesión del dandy transformándose en el hobby de Babbitt,
El sentido del hobby: de que a uno le "va bien", de que uno "se divierte", no deja surgir ningún
pesar frente al desvanecimiento de la razón objetiva y a la desaparición de todo "sentido"
de ningún modo en un deseo de limpieza y orden, sino exclusivamente en el afán de eliminar todo lo que pudiese seivir
para un hechizo a alguien que le deseara a uno el mal"
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interior de la realidad. La persona que se dedica a un hobby ya ni siquiera pretende hacer creer
que éste conserva alguna relación con la verdad suprema. Cuando en el cuestionario de una
en- cuesta se pide a alguien que indique su hobby, anota: golf, libros, fotografías o cosas por el
estilo, sin pensarlo dos veces, tal como si anotara su peso. En carácter de predilecciones
racionalizadas reconocidas, que se consideran necesarias para mantener a la gente de buen
humor, los hobbies se han convertido en una institución. Aun el buen humor estereotipado, que
no es otra cosa que una condición psicológica previa para la capacidad productora, puede
desvanecerse junto con todas las otras emociones si perdemos el último vestigio del recuerdo
de que otrora el buen humor estaba ligado a la idea de divinidad. La gente del "keep smiling"
comienza a presentar un aspecto triste y acaso hasta desesperado.
Lo que queda dicho respecto a las alegrías menores vale asimismo en cuanto a las
aspiraciones más elevadas de alcanzar lo bueno y lo bello. Una rápida percepción de hechos
reemplaza a la penetración espiritual de los fenómenos de la experiencia. El niño que reconoce
en Papá Noel a un empleado de la tienda y percibe la relación entre la Navidad y el monto de
las ventas, puede considerar como cosa sobreentendida la existencia, en general, de un efecto
recíproco entre religión y negocio. Ya en su tiempo Emerson observó con gran amargura ese
efecto recíproco: "Las instituciones religiosas... ya han alcanzado un valor de mercado en
cuanto protectoras de la propiedad; si los sacerdotes y los feligreses no estuviesen en
condiciones de sostenerlas, las Cámaras de Comercio y los presidentes de bancos, hasta [50]
los propietarios de tabernas y los latifundistas organizarían con diligencia una colecta para
subvencionarlas."21 Hoy día se aceptan como obvias tales relaciones recíprocas, al igual que la
diversidad entre verdad y religión. El niño aprende temprano a no ser un aguafiestas; puede
que siga desempeñando su papel de niño ingenuo, pero desde luego, al mismo tiempo, pondrá
en evidencia su comprensión más perspicaz al hallarse a solas con otros chicos. Esta especie
de pluralismo, tal como resulta de la educación moderna referente a todos los principios ideales
democráticos o religiosos, introduce un rasgo esquizofrénico en la vida moderna, debido a que
tales principios se adaptan rigurosamente a ocasiones específicas, por universal que pueda ser
su significado.
Otrora una obra de arte aspiraba a decir al mundo cómo es el mundo: aspiraba a pronunciar
un juicio definitivo. Hoy se ve enteramente neutralizada. Tómese, por ejemplo, la Heroica de
Beethoven. El oyente medio de conciertos es incapaz de experimentar hoy su significado
objetivo. La escucha como si se la hubiese compuesto para ilustrar las observaciones del
comentarista del programa. Ahí todo está dicho con letras de imprenta: la tensión entre el
postulado moral y la realidad social, el hecho de que contrariamente a lo que ocurría en
Francia, la vida intelectual no podía manifestarse políticamente en Alemania, sino que debía
buscar una salida en el arte y en la música. La composición ha sido cosificada, convertida en
una pieza de museo, y su representación se ha vuelto una ocupación de recreo, un
acontecimiento, una oportunidad favorable para la presentación de estrellas, o para una
reunión social a la que debe acudirse cuando se forma parte de determinado grupo. Pero ya no
queda ninguna relación viviente con la obra, ninguna comprensión directa, espontánea, de su
función en cuanto expresión, ninguna vivencia de su totalidad en cuanto imagen de aquello que
alguna vez se llamaba [51] Verdad. Tal cosificación es típica de la subjetivación y formalización
de la razón. Ella transmuta obras de arte en mercancías culturales y su consumo es una serie
de sensaciones casuales separadas de nuestras intenciones y aspiraciones verdaderas. El arte
se ve tan disociado de la verdad como la política o la religión.
La cosificación es un proceso que puede ser observado remontándose hasta los comienzos
de la sociedad organizada o del empleo de herramientas. Sin embargo, la transmutación de
todos los productos de la actividad humana en mercancías sólo puede llevarse a cabo con el
advenimiento de la sociedad industrial. Las funciones ejercidas otrora por la razón objetiva, por
la religión autoritaria o por la metafísica han sido adoptadas por los mecanismos cosificantes
del aparato económico anónimo. Lo que determina la colocabilidad de la mercancía comercial
es el precio que se paga en el mercado y así se determina también la productividad de una
forma específica de trabajo. Se estigmatiza como carentes de sentido o superfluas, como lujo,
a las actividades que no son útiles o no contribuyen, como en tiempos de guerra, al
mantenimiento y la seguridad de las condiciones generales necesarias para que prospere la
industria. El trabajo productivo, ya sea manual o intelectual, se ha vuelto honorable, de hecho
2 1
The Complete Works of Ralph Waldo Emerson, Centenary Edition, Boston y New York 1903, vol I, pág. 321.
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se ha convertido en la única manera aceptada de pasar la vida, y toda ocupación, la
persecución de todo objetivo que finalmente arroja algún ingreso, es designada como
productiva.
Los grandes teóricos de la sociedad burguesa, Maquiavelo, Hobbes y otros, llamaron
parásitos a los barones feudales y a los clérigos medievales porque su modo de vivir no
contribuía inmediatamente a la producción de la que ellos dependían. El clero y los aristócratas
debían dedicar su vida a Dios, a la caballerosidad o a los amoríos. Con su mera existencia y
sus actividades crearon símbolos que las masas admiraban y respetaban. Maquiavelo y sus
discípulos advirtieron que los tiempos habían cambiado y mostraron cuán ilusorio era el valor
de las cosas a las que los viejos señores habían dedicado [52] su tiempo. Las adhesiones que
logró Maquiavelo llegan incluso hasta la teoría de Veblen. El lujo no está hoy mal visto, por lo
menos por parte de los productores de artículos de lujo. Pero ya no encuentra justificación en sí
mismo, sino en las posibilidades que crea para el comercio y la industria, Los artículos de lujo
son adquiridos por las masas por necesidad o se los considera recursos de recreo. Nada, ni
siquiera el bienestar material que presuntamente ha reemplazado la salvación del alma como
meta suprema del hombre, tiene valor en sí mismo y por sí mismo; ninguna meta es por si
mejor que otra.
El pensamiento moderno ha intentado convertir este modo de ver las cosas en una filosofía,
tal como la presenta el pragmatismo.22 Constituye el núcleo de esta filosofía la opinión de que
una idea, un concepto o una teoría no son más que un esquema o un plan para la acción, y de
que por lo tanto la verdad no es sino el éxito de la idea.
En un análisis de Pragmatismo, de William James, John Dewey comenta los conceptos de
verdad y significado. Cita a James y dice: "Las ideas verdaderas nos conducen en direcciones
verbales y conceptuales útiles, así como directamente hacia términos útiles y razonables.
Conducen a la consecuencia, la estabilidad y el trafico fluido." Una idea, explica Dewey, "es un
bosquejo de las cosas existentes y una intención de actuar [53] de tal modo que queden
dispuestas en una forma determinar. De lo cual surge que la idea es verdadera cuando se
honra al bosquejo, cuando las realidades que siguen a los actos se reordenan tal como fue la
intención de la idea".23 Si no existiese el fundador de la escuela, Charles S. Peirce, quien nos
24
comunicó que aprendió "filosofía estudiando a Kant" nos sentiríamos tentados a negar toda
procedencia filosófica a una doctrina que afirma no que nuestras esperanzas se ven cumplidas
y nuestras acciones obtienen éxito porque nuestras ideas son verdaderas, sino que nuestras
ideas son verdaderas porque se cumplen nuestras esperanzas y nuestras acciones son
exitosas. En verdad sería cometer una injusticia con Kant si se lo quisiera hacer responsable
de semejante evolución. Kant hacía depender la intelección científica de funciones
trascendentales y no de funciones empíricas. No liquidó a la verdad equiparándola a las
acciones prácticas de la verificación, ni tampoco enseñando que significado y efecto son
idénticos. En última instancia, intentó establecer la validez absoluta de determinadas ideas per
se, por sí mismas El estrechamiento pragmático del campo de visión redujo el significado de
toda idea a la de un plano o bosquejo. Desde sus comienzos, el pragmatismo justificó
implícitamente la sustitución de la lógica de la verdad por la de la probabilidad, que desde
entonces se ha convertido en la que prevalece. Pues si un concepto o una idea son
significativos sólo en razón de sus consecuencias, todo enunciado expresa una esperanza con
mayor o menor grado de probabilidad. En enunciados relativos al pasado, los sucesos
esperados consisten en el proceso de la confirmación, en el aporte de pruebas procedentes de
testimonios humanos o de documentos. La diferencia entre la confirmación de un juicio dada,
por una parte, [54] por los hechos que predice y, por otra parte, por los pasos de la
investigación que puede requerir, se hunde en el concepto de verificación. La dimensión del
pasado, absorbida por el futuro, se ve expulsada de la lógica. "El conocimiento —dice
2
El pragmatismo ha sido críticamente examinado por muchas escuelas filosóficas, por ejemplo desde el punto de
vista del '"voluntarismo" de Hugo Münsterberg en su Filosofía de los valores (Philosophie der Werte, Leipzig 1921);
desde el punto de vista de la fenomenología objetiva en el ensayo minucioso de Max Scheler, "Erkenntnis und Arbeit"
en Die Wissensformen und die Gesellschaft, Leipzig 1926 (cf. especialmente págs. 259-324); desde el punto de vista
de una filosofía dialéctica por Max Horkheimer, en "Der neueste Angriff auf die Metaphysik", en Zeitschrift für
Sozialforschung,1937, vol. VI, págs. 4-53, y en "Traditionelle und kritische Theorie", Ibid., págs. 245-294. Las
observaciones en el texto solo están destinadas a describir el papel del pragmatismo en el proceso de subjetivación de
la razón.
2 3
Essays in Experimental Logic, Chicago 1916, pags 310 y 317.
2 4
Collected Papers of Charles Sanders Peirce, Cambridge. Mass 1934, vol V, pág. 274.
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Dewey — es siempre asunto del uso que se haga de los acontecimientos naturales que se
experimentan; un uso en el cual las cosas dadas se toman como índices de aquello que se
experimentará bajo condiciones distintas".26
Para esta clase de filosofía la predicción es lo esencial no sólo del cálculo sino de todo
pensar. No discrimina suficientemente entre juicios que en efecto expresan un pronóstico —
verbigracia "mañana lloverá"—, y aquellos que sólo pueden verificarse luego de haber sido
formulados, cosa que naturalmente es válida respecto a cualquier juicio. El significado actual y
la verificación futura de una sentencia no son la misma cosa. El juicio que dice que un hombre
está enfermo o que la humanidad se debate en angustias mortales, no constituye un
pronóstico, aun cuando sea verificable en un proceso que sigue a su formulación. Tal juicio no
es pragmático, ni siquiera si es capaz de provocar un restablecimiento.
El pragmatismo refleja una sociedad que no tiene tiempo de recordar ni de reflexionar.
The world is weary of the past,
Oh, might it die or rest at last.*
Al igual que la ciencia, la filosofía misma se convierte "no en una visión contemplativa del
existir o un análisis de lo que pasó y está liquidado, sino en una perspec- [55] tiva de
posibilidades futuras que tiende al logro de lo mejor ya la prevención de lo peor".27 La
probabilidad o, mejor dicho, la calculabilidad sustituye a la verdad, y el proceso histórico que
dentro de la sociedad tiende a convertir la verdad en una frase huera recoge, por así decirlo, la
bendición del pragmatismo que hace de ella una frase huera dentro de la filosofía.
Dewey explica qué es según James el sentido de un objeto, o sea, el significado que debiera
contener nuestra representación de una definición. "Para obtener plena claridad en nuestros
pensamientos respecto a un objeto, sólo hemos de ponderar cuáles son los efectos
imaginables de orden práctico que el objeto puede involucrar, cuáles son las percepciones que
hemos de esperar de él y las reacciones que hemos de preparar" o, dicho más brevemente,
como lo expresa Wilhelm Ostwald: "todas las realidades influyen en nuestra praxis, y en ese
influjo consiste para nosotros su significado".
Dewey no entiende cómo alguien puede poner en duda el alcance de esta teoría "o. . .
acusarla de subjetivismo o idealismo. puesto que se presupone la existencia del objeto con su
poder de provocar efectos".28 No obstante, el subjetivismo de esta escuela radica en el papel
que atribuye a "nuestras" prácticas, acciones e intereses en su teoría del conocimiento y no en
su suposición de una teoría fenomenalista.29 Si los juicios verdaderos sobre los objetos y con
ello el concepto del objeto mismo consisten únicamente en "efectos" ejercidos sobre la
actuación del sujeto, es difícil comprender qué significado podría atribuírsele todavía al
concepto "objeto". De acuer- [56] do con el pragmatismo, la verdad es deseable no por ella
misma, sino en la medida en que funciona mejor, en que nos conduce a algo ajeno a la verdad
o al menos diferente a ella.
Cuando James se quejaba de que los críticos del pragmatismo suponen "sencillamente que
ningún pragmatista es capaz de admitir un interés verdaderamente teórico",30 tenía sin duda
razón respecto de la existencia psicológica de un interés semejante, pero cuando se sigue su
consejo —"de atenerse más al espíritu que a la letra"31— resulta claro que el pragmatismo,
tanto como la tecnocracia, contribuyó sin duda alguna en gran medida al desprestigio de
aquella "contemplación sedentaria"32 en que consistió otrora la aspiración más alta del hombre.
Toda idea acerca de la verdad, e incluso de la totalidad dialéctica del pensamiento, podría ser
llamada "contemplación sedentaria" en la medida en que se la procura como fin en sí misma y
2 5
"The Need for a Recovery of Philosophy", en CreativeIntelligence Essays in the Pragmatic Attitude, New York 1947,
pág. 47.
26
Yo diría cuando menos bajo condiciones iguales o similares.
* Al mundo lo fatiga el pasado / Oh, si muriera o descansase por fin. (N de los T.)
2 7
Ibid., pág. 53.
2 8
Ibid., pág. 308 y sigs.
2 9
El positivismo y el pragmatismo identifican la filosofía con el cientificismo. Por tal motivo consideramos al
pragmatismo en el presente contexto como una expresión genuina del movimiento positivista. Ambas filosofías se
diferencian únicamente en que el positivismo de la primera época era representante de un fenomenalismo, esto es, de
un idealismo sensualista.
3 0
The Meaning of Truth, New York 1910, pág. 208.
3 1
Ibid, pág. 180.
3 2
James, Some Problems of Philosophy, New York 1924, pag. 59.
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no como medio para lograr "consecuencia, estabilidad y tráfico fluido". Tanto el ataque a la
contemplación como el elogio del trabajador manual expresan el triunfo del medio sobre el fin.
Aun mucho después de la época de Platón la noción de las ideas encarnó el
ensimismamiento, la independencia, y en cierto sentido hasta incluso la libertad; avaló una
objetividad no sometida a "nuestros" intereses. La filosofía, al aferrarse a la idea de verdad
objetiva bajo el nombre de absoluto o en alguna otra forma espiritualizada, logró la
relativización de la subjetividad. La filosofía insistía en la diferencia de principio entre el mundus
sensibilis y el mundus intelligibilis, entre la imagen de la realidad tal como la estructuran los
instrumentos de gobierno intelectuales y físicos del hombre, sus intereses y actos, o una
organización técnica cual- [57] quiera, y el concepto de un orden o jerarquía, de estructura
estática o dinámica, que hiciera plena justicia a la naturaleza. En el pragmatismo, por pluralista
que pueda aparecer, todo se convierte en mero objeto y por ello en última instancia en una sola
y la misma cosa, en un elemento en la cadena de medios y efectos. "Examínese cada concepto
mediante la pregunta: ¿su verdad significará una modificación sensible para alguien? y se
estará en óptima situación para comprender qué significa ese concepto, y para discutir su
importancia".33 Aun haciendo caso omiso de los problemas que encierra la expresión "alguien",
se sigue de esta regla que es la actitud de hombres lo que decide acerca del significado de un
concepto. El sentido de conceptos tales como Dios, causa, número, substancia o alma no
consiste en otra cosa, según asevera James, que en la tendencia de la noción dada a
inducirnos a actuar o a pensar. Si el mundo llegara a una etapa en la que no sólo dejase de
preocuparse por tales entidades metafísicas, sino también por los asesinatos que se
cometieran tras de fronteras cerradas o simplemente bajo la protección de la oscuridad, habría
de concluir que los conceptos acerca de tales asesinatos no significan nada, que no
representan "ideas definidas" o verdades, puesto que "no modifican sensiblemente" nada para
nadie. ¿Cómo habría de reaccionar alguien notoriamente contra tales conceptos si diera por
establecido que su único significado consistiría en esa reacción suya?
Lo que el pragmatista tiene por reacción es algo que prácticamente ha sido transferido del
dominio de las ciencias naturales a la filosofía. Empeña su orgullo en "pensarlo todo tal como
se piensa en el laboratorio, vale decir como un problema de experimentación".34
Peirce, que fue quien acuñó el nombre de la escuela, declara que el procedimiento del
pragmatista "no es otro sino aquel método experimental por el que todas las [58] ciencias
exitosas (entre las que, en su concepto, nadie incluiría la metafísica) alcanzaron los grados de
certidumbre que hoy les son propias en lo particular; no siendo ese método experimental en sí
otra cosa sino una aplicación especial de una regla lógica más antigua: 'por sus frutos los
reconoceréis' ".35
Esta declaración se torna más complicada cuando Peirce afirma que "una concepción, es
decir, el sentido racional de una palabra o de otra expresión reside exclusivamente en su influjo
imaginable sobre la conducta" y que "nada que no pudiese ser resultado de un experimento
puede tener influencia directa alguna sobre el comportamiento, siempre que puedan
determinarse con exactitud todos los fenómenos experimentales imaginables implicados por la
afirmación o la negación de un concepto". El procedimiento por él recomendado rendirá "una
plena definición del concepto y no hay absolutamente nada más en él".36 Trata de resolver la
paradoja contenida en la aseveración presuntamente cierta de que sólo los resultados posibles
de experimentos pueden ejercer un influjo directo sobre la conducta humana, mediante la
sentencia condicional que hace depender esa opinión, en cada caso particular, de la definición
exacta "de todos los fenómenos experimentales imaginables". Pero puesto que la pregunta ¿en
qué pueden consistir los fenómenos imaginables? debe ser nuevamente respondida por el
experimento, esas terminantes comprobaciones acerca de la metodología parecerían hacernos
caer en serias dificultades lógicas. ¿Cómo es posible subordinar la experimentación al criterio
de "ser imaginable", si todo concepto —vale decir todo lo que pudiese ser imaginable—
depende esencialmente de la experimentación?
Mientras que la filosofía, en su etapa objetivista, aspiraba a ser aquella fuerza que conduciría
la conducta humana, incluyendo sus empresas científicas, a la más alta [59] comprensión de
su propio fondo y de su justificación, el pragmatismo trata de retraducir toda comprensión a
3 3
Ibid., pág. 82.
3 4
Peirce, ibid., pág. 272.
3 5
Ibid., pág. 317.
3 6
Ibid., pág. 273.
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mero comportamiento. Empeña su amor propio en no ser en sí mismo nada más que una
actividad práctica que se diferencia de la intelección teórica, la cual, según las enseñanzas
pragmatistas, o es sólo un nombre dado a sucesos físicos o no significa sencillamente nada.
Pero una doctrina que emprende seriamente la tarea de disolver las categorías espirituales —
como ser verdad, sentido o concepciones— en modos de comportamiento prácticos, no puede
esperar que se la conciba a ella misma en el sentido espiritual de la palabra; sólo puede tratar
de funcionar a fuer de mecanismo que pone en movimiento determinadas series de sucesos.
Según Dewey, cuya filosofía representa la forma más radical y consecuente del pragmatismo,
su propia teoría significa "que el saber es literalmente algo que hacemos; que el análisis es en
última instancia algo físico y activo; que los significados son, conforme a su calidad lógica,
puntos de vista, actitudes y métodos de comportamiento frente a hechos, y que la
experimentación activa es esencial para la verificación".37 Esto por lo menos es consecuente,
pero destituye al pensar filosófico mientras sigue siendo pensar filosófico. El filósofo
pragmatista ideal seria, según lo define el proverbio latino, aquel que callara.
De acuerdo con la veneración del pragmatista por las ciencias naturales, existe una sola
clase de experiencia que cuenta, vale decir, el experimento. El proceso que tiende a sustituir
los diversos caminos teóricos hacia la verdad objetiva con la poderosa maquinaria de la
investigación organizada, es sancionado por la filosofía o más bien identificado con ella. Todas
las cosas en la naturaleza llegan a identificarse con los fenómenos que representan cuando se
las somete a las prácticas de nuestros laboratorios cuyos problemas expresan a su vez, no
menos que sus aparatos, los problemas e intereses de la [60] sociedad tal cual es. Esta
opinión puede compararse con la de un criminólogo que afirmara que el conocimiento fidedigno
de una persona sólo puede obtenerse mediante los métodos de investigación modernos y
perfectamente probados que se emplean para con un sospechoso en poder de la policía
urbana. Francis Bacon, el gran precursor del experimentalismo, describió este método con su
juvenil franqueza: "Quemadmodum enim ingeniumalicuius haud bene norís aut probaris, nisi
eum irritaveris; ñeque Proteus se in varias rerum fades verteresolitus est, nisi manicis arete
comprehensus; similiter etiam Natura arte irritata et vexata se clarius prodit, quam cum sibi
libera permittitur. '38
El "experimentar activo" produce efectivamente respuestas concretas para preguntas
concretas, tal como las plantean los intereses de individuos, grupos o la comunidad. No
siempre el físico se adhiere a esa identificación subjetivista por la cual las respuestas,
condicionadas por la división social del trabajo, se convierten en verdades en sí mismas, El
papel reconocido del físico en la sociedad moderna consiste en tratar todas las cosas como si
fuesen objetos. No le incumbe a él decidir acerca del significado de ese papel que desempeña.
No está obligado a interpretar los llamados conceptos espirituales como sucesos puramente
físicos ni a hipostasiar su propio método como único comportamiento intelectual lícito. Incluso
puede abrigar la esperanza de que sus propios descubrimientos sean parte de una verdad que
no se define en el laboratorio. Por otra parte, puede dudar de que la experimentación sea la
parte esencial de su empeño. Es más bien el profesor de filosofía —que [61] trata de imitar al
físico a fin de encuadrar el dominio de su actividad dentro de "todas esas ciencias de éxito"—,
quien procede con los pensamientos como si fuesen cosas y elimina toda idea acerca de la
verdad, salvo aquella que pueda deducirse de los métodos que hacen posible en la actualidad
el dominio sobre la naturaleza.
El pragmatismo, al intentar la conversión de la física experimental en el prototipo de toda
ciencia y el modelamiento de todas las esferas de la vida espiritual según las técnicas de
laboratorio, forma pareja con el industrialismo moderno, para el que la fábrica es el prototipo
del existir humano, y que modela todos los ámbitos culturales según el ejemplo de la
producción en cadena sobre una cinta sin fin o según una organización oficinesca
racionalizada. Todo pensamiento, para demostrar que se lo piensa con razón, debe tener su
coartada, debe poder garantizar su utilidad respecto de un fin. Aun cuando su uso directo sea
"teórico", es sometido en última instancia a un examen mediante la aplicación práctica de la
teoría en la cual funciona. El pensar debe medirse con algo que no es pensar; por su efecto
3 7
Essays in Experimental Logic, pág 330.
8
3 "De augmentis scientiarum". lib. 11, Cap. II, en: The Works of Francis Bacon, Edit, por Basil Montague, Londres
1827, tomo VIII, pág. 96. [Así como ciertamente no puede conocerse o probarse bien la mentalidad de nadie sin irritarlo
—Proteo siempre adoptaba figuras diferentes sólo cuando era firmemente cogido con los brazos— también la
Naturaleza artificialmente irritada y maltratada se exhibe con mayor claridad que cuando puede brindarse libremente]
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sobre la producción o por su influjo sobre el comportamiento social, así como hoy día el arte se
mide, en última instancia y en todos sus detalles, por algo que no es arte, ya se trate del
bordereaux, o de su valor propagandístico. Hay sin embargo, una diferencia notable entre el
comportamiento del científico y el del artista por una parte, y el del filósofo por otra. Aquéllos
todavía rechazan a veces los extraños "frutos" de sus afanes, por los cuales se los juzga en la
sociedad industrial y rompen con el conformismo. El filósofo se ha dedicado a justificar los
criterios fácticos, sosteniéndolos como superiores. Personalmente, a fuer de reformista social o
político, de hombre de buen gusto, puede oponerse a las consecuencias prácticas de
organizaciones científicas, artísticas o religiosas en el mundo tal cual es; pero su filosofía
destruye cualquier otro principio al que podría apelar.
Esto se pone en evidencia en muchas discusiones éti- [62] cas o religiosas que presentan los
escritos pragmatistas: se muestran liberales, tolerantes, optimistas y enteramente incapaces de
ocuparse del desastre cultural de nuestros días. Refiriéndose a una secta de su época que
designa como "movimiento destinado a la curación espiritual" (mind-cure movement), James
dice:
"Constituye un resultado evidente de toda nuestra experiencia el que se pueda manejar el
mundo según múltiples sistemas de pensamiento, y así es como diversos hombres lo tratan; y
en cada caso brindarán a quien lo maneje un beneficio característico que mucho le importa,
mientras que al mismo tiempo necesariamente se pierden o se postergan beneficios de otra
clase. La ciencia nos da, a todos nosotros, la telegrafía, la luz eléctrica y los diagnósticos, y
hasta cierto punto logra la profilaxis y la curación de enfermedades. La religión, en su forma de
cura espiritual, brinda a algunos de nosotros serenidad, equilibrio moral y felicidad y logra
prevenir, exactamente como la ciencia o aun mejor, determinadas formas de enfermedad en
determinada clase de gente. Por lo visto ambas, la ciencia y la religión, constituyen para quien
sepa servirse prácticamente de ambas, verdaderas llaves para abrir la cámara de tesoros del
mundo."39
En vista de la idea de que la verdad puede brindar lo contrario de satisfacción y de que
incluso en un momento histórico dado podría resultar intolerable y ser rechazada por todos, los
padres del pragmatismo convirtieron la satisfacción del sujeto en criterio de verdad. Para
semejante doctrina no existe posibilidad alguna de rechazar o aun tan sólo de criticar cualquier
especie de creencia con la cual sus adeptos pudieran regocijarse. El pragmatismo puede ser
utilizado con todo derecho como defensa aun por aquellas sectas que tratan de emplear tanto
la ciencia como la religión, en un sentido más literal que lo que puede haber imaginado James,
[63] en calidad de "verdaderas llaves para abrir la cámara de tesoros del mundo".
Tanto Peirce como James escribían en una época en que parecían aseguradas la
prosperidad y la armonía entre los diferentes grupos sociales y entre los pueblos y en que no
se esperaban catástrofes mayores. Su filosofía refleja —con sinceridad que casi nos
desarma— el espíritu de la cultura mercantil, de esa actitud precisamente que recomendaba
"ser práctico", respecto a la que la meditación filosófica como tal era considerada la fuerza
adversa. Desde las alturas de los éxitos contemporáneos de la ciencia, podían reírse de Platón
que, luego de la exposición de su teoría de los colores, continúa diciendo: "Empero, si alguien
quisiera probar esto mediante ensayos prácticos, desconocería la diferencia entre la naturaleza
humana y la divina: pues Dios posee el conocimiento y el poder para reunir lo mucho en lo Uno
y volver a disolver lo Uno en lo mucho, y en cambio el hombre es incapaz de realizar ninguna
de estas dos cosas y nunca podrá hacerlo."40
No puede concebirse una refutación de una predicción más drástica producida por la historia
que esta que sufrió Platón. Sin embargo, el triunfo del experimento no es más que un aspecto
del proceso. El pragmatismo que adjudica a todos y cada cosa el papel de instrumento —no en
nombre de Dios o de una verdad objetiva, sino en nombre de aquello que en cada caso se
logra así prácticamente— pregunta en tono despectivo qué significan en realidad expresiones
tales como la "verdad misma" o el bien, que Platón y sus seguidores objetivistas dejaron sin
definición. Podría contestarse que tales expresiones conservaron, por lo menos, la conciencia
de distinciones para cuya negación fue lucubrado el pragmatismo: la distinción entre el
pensamiento de laboratorio y el de la filosofía y, por consiguiente, la distinción entre el destino
de la humanidad y su camino actual.
3 9
The Varieties of Religious Experience, New York 1902, pág. 120.
4 0
Timaios, 68, Ed Diedenchs, Jena 1925, pág. 90.
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[64] Dewey identifica el cumplimiento de los deseos de los hombres tales como son con las
más altas aspiraciones de la humanidad:
"La confianza en el poder de la inteligencia capaz de representarse un porvenir que sea la
proyección de lo actualmente deseable y de encontrar los medios para su realización, es
nuestra salvación. Y se trata de una confianza que debe ser alimentada y claramente
pronunciada; he ahí sin duda una tarea suficientemente amplia para nuestra filosofía."41
La "proyección de lo actualmente deseable" no es una solución. Dos interpretaciones del
concepto son posibles. En primer lugar puede ser comprendido como refiriéndose a los deseos
de los hombres tales como estos realmente son, condicionados por el sistema social bajo el
cual viven, sistema que admite muy fuertes dudas acerca de si sus deseos son realmente los
de ellos. Si tales deseos se aceptan de un modo no crítico y sin trasponer su alcance inmediato
y subjetivo, las investigaciones de mercado y las encuestas Gallup serían medios más
adecuados que la filosofía para establecer cuáles son. O bien, en segundo lugar, Dewey está
de algún modo de acuerdo en que se acepte una especie de distinción entre deseo subjetivo y
deseabilidad objetiva. Semejante concesión sólo señalaría el comienzo de un análisis filosófico
crítico, siempre que el pragmatismo —al enfrentarse con esta crisis— no esté dispuesto a
capitular y a recaer en la razón objetiva y la mitología.
La reducción de la razón a mero instrumento perjudica en último caso incluso su mismo
carácter instrumental. El espíritu antifilosófico que no puede ser separado de la noción
subjetiva de razón y que culminó en Europa con las persecuciones del totalitarismo a los
intelectuales, ya fuesen sus pioneros o no, es sintomático de la degradación de la razón. Los
críticos tradicionalistas, conservadores, de la civilización cometen un [65] error fundamental al
atacar la intelectualización moderna, sin atacar al mismo tiempo también la estupidización, que
es sólo otro aspecto del mismo proceso. El intelecto humano, que tiene orígenes biológicos y
sociales, no es una entidad absoluta, aislada e independiente. Sólo fue declarado como tal a
raíz de la división social del trabajo, a fin de justificar esta división sobre la base de la
constitución natural del hombre. Las funciones directivas de la producción —dar órdenes,
planificar, organizar— fueron colocadas como intelecto puro frente a las funciones manuales de
la producción como forma más impura, más baja del trabajo, un trabajo de esclavos. No es una
casualidad que la llamada psicología platónica, en la que el intelecto se enfrentó por vez
primera con otras "capacidades" humanas, especialmente con la vida instintiva, haya sido
concebida según el modelo de la división de poderes en un Estado rigurosamente jerárquico.
Dewey42 tiene plena conciencia de este origen sospechoso de la noción del intelecto puro, pero
acepta la consecuencia que le hace reinterpretar el trabajo intelectual como trabajo práctico,
elevando así al trabajo físico y rehabilitando los instintos. Toda facultad especulativa de la
razón lo tiene sin cuidado cuando disiente con la ciencia establecida. En realidad, la
emancipación del intelecto de la vida instintiva no modificó en absoluto el hecho de que su
riqueza y su fuerza sigan dependiendo de su contenido concreto, y de que se atrofia y se
extingue cuando corta sus relaciones con ese contenido. Un hombre inteligente no es aquel
que sólo sabe sacar conclusiones correctas, sino aquel cuyo espíritu se halla abierto a la
percepción de contenidos objetivos, aquel que es capaz de dejar que actúen sobre él sus
estructuras esenciales y de conferirles un lenguaje humano; esto vale también en cuanto a la
naturaleza del pensar como tal y de su contenido de verdad. La neutralización de la razón, que
la priva de toda relación [66] con los contenidos objetivos y de la fuerza de juzgarlos y la
degrada a una capacidad ejecutiva que se ocupa más del cómo que del qué, va
transformándola en medida siempre creciente en un mero aparato estólido, destinado a
registrar hechos. La razón subjetiva pierde toda espontaneidad, toda productividad, toda fuerza
para descubrir contenidos de una especie nueva y de hacerlos valer: pierde lo que comporta su
subjetividad. Al igual que una hoja de afeitar afilada con demasiada frecuencia, este
"instrumento" se torna demasiado delgado y finalmente hasta se vuelve incapaz de afrontar con
éxito las tareas puramente formalistas a las que se ve reducido. Esto marcha paralelamente a
la tendencia social generalizada hacia la destrucción de las fuerzas productoras, precisamente
en un período de crecimiento enorme de tales fuerzas.
La utopía negativa de Aldous Huxley ilustra este aspecto de la formalización de la razón, vale
decir, su transformación en estupidez. En ella se presentan las técnicas del "nuevo mundo feliz"
4 1
"The Need for a Recovery of Philosophy", en ibid., pág. 68 y sigs.
4 2
Human Nature or Conduct, New York 1938, pág. 58 y sigs.
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y los procesos intelectuales que van unidos a ellas, como extremadamente refinados. Pero los
objetivos a los que sirven —los estúpidos "cinematógrafos sensoriales", que le permiten a uno
"sentir" un abrigo de pieles proyectado sobre la pantalla; la "hipnopedia" que inculca a niños
dormidos las consignas todopoderosas; los métodos artificiales de reproducción que
homogeneizan y clasifican a los seres humanos aun antes de que nazcan— son reflejo de un
proceso que tiene lugar en el pensar mismo, y conduce a un sistema de prohibición del
pensamiento que finalmente ha de terminar en la estupidez subjetiva cuyo modelo es la
imbecilidad objetiva de todo contenido vital. El pensar en sí tiende a ser reemplazado por ideas
estereotipadas. Éstas, por un lado, son tratadas como instrumentos puramente utilitarios que
se toman o se dejan en su oportunidad y, por otro, se las trata como objetos de devoción
fanática.
Huxley ataca una organización universal monopolista, de capitalismo estatal, puesta bajo la
égida de una razón [67] subjetiva en proceso de autodisolución, a la que se concibe como algo
absoluto. Pero al mismo tiempo, esta novela pareciera oponer al ideal de este sistema que va
imbecilizándose, un individualismo metafísico heroico, que condena sin discriminación el
fascismo y la ilustración, el psicoanálisis y los films espectaculares, la desmitologización y las
crudas mitologías, y alaba ante todo al hombre cultivado que permanece inmaculado al margen
de la civilización totalitaria y seguro de sus instintos, o acaso al escéptico. Con ello Huxley se
une involuntariamente al conservadorismo cultural reaccionario que en todas partes —y
especialmente en Alemania— vino a allanar el camino para ese mismo colectivismo
monopolista al que critica en nombre del alma, opuesta al intelecto. Con otras palabras:
mientras que el aferrarse ingenuamente a la razón subjetiva ha producido realmente síntomas43
que no dejan de asemejarse a los que describe Huxley, el rechazo ingenuo de esa razón en
nombre de una noción ilusoria de cultura e individualidad, históricamente anticuada, conduce al
desprecio de las masas, al cinismo, a la confianza en el poder ciego; y estos factores a su vez
sirven a la tendencia repudiada. La filosofía debe hoy enfrentarse con la pregunta sobre si en
ese dilema el pensar puede conservar su autonomía y preparar así su solución teórica, o si ha
de conformarse con desempeñar el papel de una [68] hueca metodología, de una apologética
que se nutre de ilusiones, o el de una receta garantizada como la que ofrece la novísima
mística popular de Huxley, tan adecuada para el "nuevo mundo feliz" como cualquier ideología
lista para el uso.
4 3
Daremos un ejemplo extremo. Huxley inventó la death conditioning, esto quiere decir que los niños son traídos a
presencia de personas agonizantes, se les dan golosinas y se los induce a jugar sus juegos mientras observan el
proceso de la muerte. Así son llevados a asociar con la muerte pensamientos agradables y a perder el terror ante ella.
La entrega de Octubre de 1944 de Parents' Magazine contiene un artículo titulado "Interview with a Skeleton". Describe
cómo niños de cinco años jugaban con un esqueleto "a fin de trabar conocimiento con el funcionamiento interno del
cuerpo humano" "—Los huesos son necesarios para sostener la piel —dijo Johnny examinando el esqueleto. — É l no
sabe que está muerto —dijo Martudi."
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El concepto de ilustración
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rismos sobre la interpretación de la naturaleza y el reino del hombre, Orbis, Barcelona, 1 9 8 5 , 27).
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nocimiento es lasciva para Bacon tanto como para Lutero. Lo que im-
porta no es aquella satisfacción que los hombres llaman verdad, sino
la operación, el procedimiento eficaz. «El verdadero fin y la función
de la ciencia» residen no «en discursos plausibles, divertidos, memo-
rables o llenos de efecto, o en supuestos argumentos evidentes, sino en
el obrar y trabajar, y en el descubrimiento de datos hasta ahora
desconocidos para un mejor equipamiento y ayuda en la vida» 4 . No
debe existir ningún misterio, pero tampoco el deseo de su revelación.
El desencantamiento del mundo es la liquidación del animismo. Je-
nófanes ridiculiza la multiplicidad de los dioses porque se asemejan a
los hombres, sus creadores, con todos sus accidentes y defectos, y la
lógica más reciente denuncia las palabras acuñadas del lenguaje como
falsas monedas que deberían ser sustituidas por fichas neutrales. El
mundo se convierte en caos y la síntesis en salvación. Ninguna dife-
rencia debe haber entre el animal totémico, los sueños del visionario *
y la idea absoluta. En el camino hacia la ciencia moderna los hombres
renuncian al sentido. Sustituyen el concepto por la fórmula, la causa
por la regla y la probabilidad. La causa ha sido sólo el último con-
cepto filosófico con el que se ha medido la crítica científica, en cierto
modo porque era la única de las viejas ideas que se le enfrentaba, la
secularización más tardía del principio creador. Definir oportuna-
mente sustancia y cualidad, actividad y pasión, ser y existencia, ha
sido desde Bacon un objetivo de la filosofía; pero la ciencia pasaba ya
sin estas categorías. Habían sobrevivido como idola theatri de la vieja
metafísica, y ya en tiempos de ésta eran monumentos de entidades y
poderes de la prehistoria, cuya vida y muerte habían sido interpretadas
y entretejidas en los mitos. Las categorías mediante las cuales la filo-
sofía occidental definía el orden eterno de la naturaleza indicaban los
lugares anteriormente ocupados por Ocno y Perséfone, Ariadna y
Nereo. Las cosmologías presocráticas fijan el momento del tránsito.
Lo húmedo, lo informe, el aire, el fuego, que aparecen en ellas como
materia prima de la naturaleza, son precipitados apenas racionalizados
de la concepción mítica. Del mismo modo que las imágenes de la ge-
neración a partir del río y de la tierra, que desde el Nilo llegaron a los
griegos, se convirtieron allí en principios hilozoicos, es decir, en ele-
mentos, así la exuberante ambigüedad de los demonios míticos se
espiritualizó enteramente en la pura forma de las entidades ontológi-
cast, l.os sueños de un visionario explicados por los sueños de la metafísica, Alianza, Madrid, 1987).
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cas. Mediante las Ideas de Platón, finalmente, también los dioses pa-
triarcales del Olimpo fueron absorbidos por el logos filosófico. Pero la
Ilustración reconoció en la herencia platónica y aristotélica de la me-
tafísica a los antiguos poderes y persiguió como superstición la pre-
tensión de verdad de los universales. En la autoridad de los conceptos
universales cree aún descubrir el miedo a los demonios, con cuyas
imágenes los hombres trataban de influir sobre la naturaleza en el ri-
tual mágico. A partir de ahora la materia debe ser dominada por fin
sin la ilusión de fuerzas superiores o inmanentes, de cualidades ocul-
tas. Lo que no se doblega al criterio del cálculo y la utilidad es sospe-
choso para la Ilustración. Y cuando ésta puede desarrollarse sin per-
turbaciones de coacción externa, entonces no existe ya contención
alguna. Sus propias ideas de los derechos humanos corren en ese caso
la misma suerte que los viejos universales. Ante cada resistencia espi-
ritual que encuentra, su fuerza no hace sino aumentar 5 . Lo cual deri-
va del hecho de que la Ilustración se reconoce a sí misma incluso en
los mitos. Cualesquiera que sean los mitos que ofrecen resistencia, por
el solo hecho de convertirse en argumentos en tal conflicto, esos mitos
se adhieren al principio de la racionalidad analítica, que ellos mismos
reprochan a la Ilustración. La Ilustración es totalitaria.
En la base del mito la Ilustración ha visto siempre antropofor-
mismo: la proyección de lo subjetivo en la naturaleza 6. Lo sobre-
natural, espíritus y demonios, es reflejo de los hombres que se dejan
aterrorizar por la naturaleza. Las diversas figuras míticas pueden re-
ducirse todas, según la Ilustración, al mismo denominador: al sujeto.
La respuesta de Edipo al enigma de la Esfinge: «Es el hombre» se re-
pite indiscriminadamente como explicación estereotipada de la Ilus-
tración, tanto si se trata de un fragmento de significado objetivo,
como del perfil de un ordenamiento, del miedo a los poderes malignos
o de la esperanza de salvación. La Ilustración reconoce en principio
como ser y acontecer sólo aquello que puede reducirse a la unidad; su
ideal es el sistema, del cual derivan todas y cada una de las cosas. En
ese punto no hay distinción entre sus versiones racionalista y empi-
rista. Aunque las diferentes escuelas podían interpretar diversamente
los axiomas, la estructura de la ciencia unitaria era siempre la misma.
El postulado baconiano de Una scientia universalis7 es, a pesar del
5. Cf. G. W. F. Hegel, Phanomenologie des Geistes. Werke, vol. II, 4 1 0 s. (trad. case, de
W. Roces, Fenomenología del espíritu, FCE, México 1 9 8 8 , 319).
6. Jenófanes, Montaigne, Hume, Feuerbach y Salomon Reinach coinciden en este punto.
Sobre S. Reinach, cf. su obra Orpheus, trad. ingl. de F. Simmons, London y New York, 1909, 6 s.
(trad. cast. Orfeo, Istmo, Madrid, 1985).
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8. Les Soirées de Saint-Pétersbourg. Siéme entretien, en Oeuvres completes. Lyon, 1891, vol.
IV, 3 5 6 (trad. cast. Las veladas de San Petersburgo, Espasa-Calpe, Madrid, sin fecha).
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10. Gn 1,26.
11. Arquíloco, fragm. 87, cir. según Deussen, Allgemeinc Geschicbte der Pbilosophie, vol. II,
Sección I, Leipzig 1911, 18.
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12. Solón, fragm. 13, vers. 25 s, citado según Deussen, o. c., 20.
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antaño aparece como dúctil, puesto que aún sustituía lo uno por lo
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13. Cf. por ejemplo, R. H. Lowie, An Introduction to Cultural Anthropology, New York,
1940, 3 4 4 s.
14. S. Freud, Tótem und Tabú, en Gesammelte Werke, vol. IX, 106 s. (trad. cast.. Tótem y
Tabú, en Obras completas, rrad. de L. López-Ballesreros, vol. V, Biblioteca Nueva, Madrid, 1972,
1802 s.).
15. Ib id., 110 (trad. cast., ¡bid., 1804).
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* (Alusión al reproche de falta de corrección, honestidad y buena fe que los positivistas ele-
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van contra los filósofos metafísicos, y, en general, todo pensamiento «ilustrado» contra los sistemas
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20. «L'un est le tout, tout est dans l'un, la nature triomphe de la nature»: de esre modo des-
criben Hubert y Mauss el contenido representativo de la «simpatía», de la mimesis, en H. Hubert y
M. Mauss, «Théorie génerale de la Magie», en L'Année Sociologtque, 1902-3, 100.
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24. ¡bid., 6 2 6 s.
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terializado por los hombres. Pronto los magos pueblan cada lugar con
emanaciones y ordenan la multiplicidad de los ritos sagrados a la de
los ámbitos sagrados. Ellos desarrollan, junto con el mundo de los es-
píritus y sus peculiaridades, su propio saber gremial y su poder. La
esencia sagrada se transfiere a los magos que se relacionan con ella.
En las primeras fases nómadas, los miembros de la tribu participan
aún autónomamente en la acción influyente sobre el curso natural. El
animal salvaje es rastreado por los varones; las mujeres se encargan
del trabajo que puede realizarse sin un comando rígido. Es imposible
establecer cuánta violencia precedió hasta habituarse a un ordena-
miento tan sencillo. En éste, el mundo se halla ya dividido en un ám-
bito de poder y en uno profano. En él, el curso natural se encuentra
ya, como emanación del mana, elevado a norma que exige sumisión.
Pero si el salvaje nómada tomaba aún parte, a pesar de toda sumisión,
en el encantamiento que limitaba a ésta y se disfrazaba de animal sal-
vaje para sorprenderlo, en etapas posteriores la comunicación con los
espíritus y la sumisión se hallan repartidos entre diferentes clases de la
humanidad: el poder en un lado, la obediencia en el otro. Los proce-
sos naturales, eternamente iguales y recurrentes, son inculcados a los
súbditos, bien por tribus extranjeras, bien por las propias camarillas
dirigentes, como ritmo de trabajo al compás de las porras y el garro-
te, que resuena en todo tambor bárbaro, en todo ritual monótono.
Los símbolos toman el aspecto de fetiches. Su contenido, la repetición
de la naturaleza, se revela a continuación siempre como la perma-
nencia, por ellos representada, de la coacción social. El estremeci-
miento objetivado en una imagen consistente se convierte en signo del
dominio consolidado de los privilegiados *. Pero lo mismo vienen a
ser también los conceptos universales, incluso cuando se han liberado
de todo contenido figurativo. La misma forma deductiva de la ciencia
refleja jerarquía y coacción. Lo mismo que las primeras categorías re-
presentaban la tribu organizada y su poder sobre el individuo singu-
lar, así el entero orden lógico —dependencia, conexión, extensión y
combinación de los conceptos— está fundado en las correspondientes
relaciones de la realidad social, en la división del trabajo 2 5 . Ahora
bien, este carácter social de las formas de pensamiento no es, como
enseña Durkheim, expresión de solidaridad social, sino signo de la
impenetrable unidad de sociedad y dominio. El dominio confiere a la
totalidad social en la que se establece mayor fuerza y consistencia. La
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26. G. Vico, Die Neue Wissenschaft über die gemeinschaftliche Natur der Vólker, München,
1924 (trad. cast., Principios de una ciencia nueva sobre la naturaleza común de las naciones,
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* « v a l o r » / 1 9 4 4 : «palabra».
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30. E. Husserl, «Die Krisis der europáischen Wissenschaften und die transzendentale Phá-
nomenologie», en Philosophia, Belgrado, 1 9 3 6 , 95 s. (trad. cast. de J. Muñoz, La crisis de las cien-
cias europeas y la fenomenología transcendental, Crítica, Barcelona, 1 9 9 0 , 21 s.).
31. Cf. A. Schopenhauer, Parerga und Paralipomena, vol. II, apart. 3 5 6 , en Werke, Ed.
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Deussen, vol. V, 6 7 1 .
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pueda ser penetrado por la ciencia, pero lo que puede ser penetrado
por la ciencia no es el ser. El juicio filosófico tiende a lo nuevo, y sin
embargo no conoce nada nuevo, puesto que siempre repite sólo aque-
llo que la razón ha puesto ya en el objeto. Pero a este pensamiento,
asegurado en los ámbitos de la ciencia ante los sueños de un visiona-
rio *, le es presentada la cuenta: el dominio universal sobre la natura-
leza se vuelve contra el mismo sujeto pensante, del cual no queda más
que aquel «yo pienso» eternamente igual, que debe poder acompañar
todas mis representaciones. Sujeto y objeto quedan, ambos, anulados.
El sí mismo abstracto, el derecho a registrar y sistematizar, no tiene
frente a sí más que el material abstracto, que no posee ninguna otra
propiedad que la de ser substrato para semejante posesión. La ecua-
ción de espíritu y mundo se disuelve finalmente, pero sólo de tal
modo que ambos términos se reducen recíprocamente. En la reduc-
ción del pensamiento a operación matemática se halla implícita la san-
ción del mundo como su propia medida. Lo que parece un triunfo de
la racionalidad objetiva, la sumisión de todo lo que existe al forma-
lismo lógico, es pagado mediante la dócil sumisión de la razón a los
datos inmediatos. Comprender los datos en cuanto tales, no limitarse
a leer en ellos sus abstractas relaciones espaciotemporales, gracias a
las cuales pueden ser captados y manejados, sino, al contrario, pensar
esas relaciones como lo superficial, como momentos mediatizados
del concepto que se realizan sólo en la explicitación de su sentido so-
cial, histórico y humano: la entera pretensión del conocimiento es
abandonada. Ella no consiste sólo en percibir, clasificar y calcular,
sino justamente en la negación determinada de lo inmediato. Por el
contrario, el formalismo matemático, cuyo instrumento es el número,
la figura más abstracta de lo inmediato, mantiene al pensamiento en la
pura inmediatez. Lo que existe de hecho es justificado, el conoci-
miento se limita a su repetición, el pensamiento se reduce a mera
tautología. Cuanto más domina el aparato teórico todo cuanto existe,
tanto más ciegamente se limita a repetirlo. De este modo, la Ilustra-
ción recae en la mitología, de la que nunca supo escapar. Pues la mi-
tología había reproducido en sus figuras la esencia de lo existente:
ciclo, destino, dominio del mundo, como la verdad, y con ello había
renunciado a la esperanza. En la pregnancia de la imagen mítica,
como en la claridad de la fórmula científica, se halla confirmada la
eternidad de lo existente, y el hecho bruto es proclamado como el sen-
tido que él mismo oculta. El mundo como gigantesco juicio analítico,
el único que ha sobrevivido de todos los sueños de la ciencia, es de la
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* ( C f . la a n o t a c i ó n * en la p á g i n a 6 1 ) .
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misma índole que el mito cósmico, que asociaba los cambios de pri-
mavera y otoño con el rapto de Perséfone. La unicidad del aconteci-
miento mítico, que debía legitimar al fáctico, es un engaño. Origina-
riamente, el rapto de la diosa formaba una unidad inmediata con la
muerte de la naturaleza. Se repetía cada otoño, e incluso la repetición
no era secuencia de lo separado, sino lo mismo todas las veces. Al
consolidarse la conciencia del tiempo, el acontecimiento quedó fijado
como único en el pasado, y se trató de mitigar ritualmente, recu-
rriendo a lo sucedido hace tiempo, el horror a la muerte en cada
ciclo estacional. Pero la separación es impotente. Una vez establecido
aquel pasado único, el ciclo adquiere el carácter de inevitable, y el ho-
rror se irradia desde lo antiguo sobre el entero acontecer como su re-
petición pura y simple. La asunción de lo que existe de hecho, sea
bajo la prehistoria fabulosa, sea bajo el formalismo matemático; la re-
lación simbólica de lo presente con el acontecimiento mítico en el rito
o con la categoría abstracta en la ciencia, hace aparecer lo nuevo
como predeterminado, que es así, en verdad, lo viejo. No es lo exis-
tente lo que carece de esperanza, sino el saber, que, en el símbolo plás-
tico o matemático, se apropia de ello en cuanto esquema y así lo
perpetúa.
En el mundo ilustrado la mitología se ha disuelto en la profanidad.
La realidad completamente depurada de demonios y de sus descen-
dientes conceptuales adquiere, en su limpia naturalidad, el carácter nu-
minoso que la prehistoria asignaba a los demonios. Bajo la etiqueta de
los hechos brutos, la injusticia social, de la que éstos proceden, es
consagrada hoy como algo inmutable, de la misma manera que era sa-
crosanto el mago bajo la protección de sus dioses. El dominio no se
paga sólo con la alienación de los hombres respecto de los objetos do-
minados: con la reificación del espíritu fueron hechizadas las mismas
relaciones entre los hombres, incluso las relaciones de cada indivi-
duo consigo mismo. Este se convierte en un nudo de reacciones y
comportamientos convencionales, que objetivamente se esperan de
él. El animismo había vivificado las cosas; el industrialismo reifica las
almas *. Aún antes de la planificación total, el aparato económico ad-
judica automáticamente a las mercancías valores que deciden sobre el
comportamiento de los hombres. Desde que las mercancías perdieron,
con el fin del libre intercambio, sus cualidades económicas, hasta in-
cluso su carácter de fetiche, se expande éste como una máscara petri-
* «el industrialismo... las almas»/1944: «la industria cosifica las almas. El dominio de los
monopolistas, como antes el de los capitalistas individuales, no se expresa directamente en el co-
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ficada sobre la vida social en todos sus aspectos. A través de las innu-
merables agencias de la producción de masas y de su cultura * se in-
culcan al individuo los modos normativos de conducta, presentándo-
los como los únicos naturales, decentes y razonables. El individuo
queda ya determinado sólo como cosa, como elemento estadístico,
como éxito o fracaso. Su norma es la autoconservación, la acomoda-
ción lograda o no a la objetividad de su función y a los modelos que le
son fijados. Todo lo demás, la idea y la criminalidad, experimenta la
fuerza de lo colectivo, que ejerce su vigilancia desde la escuela hasta el
sindicato. Pero incluso el colectivo amenazador forma parte sólo de la
superficie engañosa bajo la que se esconden los poderes que lo mani-
pulan en su acción violenta. Su brutalidad, que mantiene a los indivi-
duos en su lugar, representa tan poco la verdadera cualidad de los
hombres como el valor ** la de los objetos de consumo. El aspecto sa-
tánicamente deformado que las cosas y los hombres han adquirido a la
luz del conocimiento sin prejuicios remite al dominio, al principio
que llevó a cabo la especificación del mana en los espíritus y las divi-
nidades y apresaba la mirada en la ilusión de los magos y hechiceros.
La fatalidad con la que la prehistoria sancionaba la muerte incom-
prensible se diluye en la realidad totalmente comprensible. El terror
meridiano en el que los hombres tomaron conciencia súbitamente de la
naturaleza en cuanto totalidad ha encontrado su correspondencia en el
pánico que hoy está listo para estallar en cualquier instante: los hom-
bres esperan que el mundo, carente de salida, sea convertido en llamas
por una totalidad que ellos mismos son y sobre la cual nada pueden.
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racistas, que iba a compañada de la superación de determinados tabúes respecto a la vida sexual pri-
vada [por ejemplo: «Al poder por el placer»]. Cf. F. Pollock, «Is National Socialism a New
Order?», en Studies y Philosophie and Social Science, vol. I X , 1941, 4 4 8 s.)
* «Los... alemanes... mutilado»/1944: «El placer que los nuevos paganos y los administra-
dores del ánimo de guerra quieren liberar de nuevo ha introyectado como autodesprecio, en el ca-
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mino hacia su emancipación totalitaria, la maldad a la que lo ha reducido la disciplina del trabajo».
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tito debe liberar el momento presente del poder del pasado, mante-
niendo a éste detrás del límite absoluto de lo irrecuperable y ponién-
dolo, como saber utilizable, a disposición del instante presente. El im-
pulso de salvar el pasado como viviente, en lugar de utilizarlo como
material de progreso, se satisfizo sólo en el arte, al que pertenece
también la historia como representación de la vida pasada. Mien-
tras el arte renuncie a valer como conocimiento y se aisle de ese
modo de la praxis, es tolerado por la praxis social, lo mismo que el
placer. Pero el canto de las sirenas no ha sido aún depotenciado y re-
ducido a arte. Las sirenas conocen «aun aquello que ocurre doquier
en la tierra fecunda» 33 , sobre todo aquello en lo que Odiseo tomó
parte, «los trabajos que allá por la Tróade y sus campos de los dioses
impuso el poder a troyanos y argivos» 34 . Al evocar directamente el
pasado más reciente, amenazan con la irresistible promesa de placer,
como su canto es percibido, el orden patriarcal que restituye a cada
uno su vida sólo a cambio de su entera duración temporal. Quien cede
a sus juegos prestidigitadores está perdido, cuando únicamente una
constante presencia de espíritu arranca a la naturaleza la existencia. Si
las sirenas conocen todo lo que sucede, exigen a cambio el futuro
como precio, y la promesa del alegre retorno es el engaño con el que
el pasado se adueña de los nostálgicos. Odiseo es puesto en guardia
por Circe, la diosa de la reconversión de los hombres en animales, a la
cual él supo resistir; y ella, a cambio, le hace fuerte para poder resistir
a otras fuerzas de la disolución. Pero la seducción de las sirenas per-
manece irresistible. Nadie que escuche su canto puede sustraerse a
ella. La humanidad ha debido someterse a cosas terribles hasta cons-
tituirse el sí mismo, el carácter idéntico, instrumental y viril del hom-
bre, y algo de ello se repite en cada infancia. El esfuerzo para dar con-
sistencia al yo queda marcado en él en todos sus estadios, y la
tentación de perderlo ha estado siempre acompañada por la ciega
decisión de conservarlo. La embriaguez neurótica, que hace expiar la
euforia en la que el sí mismo se encuentra suspendido con un sueño si-
milar a la muerte, es una de las instituciones sociales más antiguas que
sirven de mediadoras entre la autoconservación y el autoaniquila-
miento, un intento del sí mismo de sobrevivirse a sí mismo. El temor
de perder el sí mismo, y con él la frontera entre sí y el resto de la vida,
el miedo a la muerte y a la destrucción, se halla estrechamente ligado
a una promesa de felicidad por la que la civilización se ha visto ame-
33. Odyssee, XII, 191 (trad. cast. de José M. Pabón, Odisea, Credos, Madrid, 1982, 291. De
la traducción castellana se indicará, en cada caso, la página de la edición citada. N. d. T.).
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dos, sino también para el polo social opuesto. Los superiores experi-
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35. G. W. F. Hegel, Phánomenologie, cir., 146 (rrad. cast., Fenomenología, cit., 118).
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«dirigentes»/1944: «detentadores».
«de la injusticia»/l944: «de la explotación».
*** «de las camarillas... encarna»/]944: «del monopolio, última encarnación de la ne-
cesidad económica».
(«Intuiciones», «concepción dinámica del mundo», «misión» y «destino» eran ex-
presiones frecuentemente usadas en la fraseología «culta» del nacionalsocialismo.)
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«de los que aún»/1944: «de las manos empleadas en el manejo del creciente capi-
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* (Los autores parafrasean aquí la conocida fórmula escolástica verum Índex suí et falsi. N.
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d. T. it.).
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» (Cf. K. Marx, Das Kapital, vol. III, M E W , vol. 25, Berlín I 959, 829; trad. cast. de P. Sea-
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* «Los»/1944: «El pabellón alemán y el ruso de la Exposición universal de París de 1937 pa-
recían de la misma esencia y los».
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* (Operetas o composiciones de trozos musicales de efectos baratos, que eran emitidas du-
rante las horas en que las amas de hogar acostumbraban a realizar sus tareas domésticas, sobre todo
el lavado de ropa: de ahí su nombre).
** «selección»/1944: «selección. El funcionamiento de los grandes estudios, c o m o tam-
bién la cualidad del material humano altamente pagado que los habita, es un producto del mono-
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polio al que se a c o m o d a n » .
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cuyo tipo específico de mercancía tiene aún, con todo, mucho que ver
con el liberalismo cordial y los intelectuales judíos, no sea sometida a
una serie de acciones depuradoras *. La dependencia de la más pode-
rosa compañía radiofónica de la industria eléctrica, o la del cine res-
pecto de los bancos, define el entero sector, cuyas ramas particulares
están a su vez económicamente coimplicadas entre sí. Todo está tan
estrechamente próximo que la concentración del espíritu alcanza un
volumen que le permite traspasar la línea divisoria de las diversas em-
presas y de los sectores técnicos. La desconsiderada unidad de la in-
dustria cultural da testimonio de la que se cierne sobre la vida políti-
ca. Distinciones enfáticas, como aquellas entre películas de tipo a y b
o entre historias de semanarios de diferentes precios, más que proce-
der de la cosa misma, sirven para clasificar, organizar y manipular a
los consumidores. Para todos hay algo previsto, a fin de que ninguno
pueda escapar; las diferencias son acuñadas y propagadas artificial-
mente. El abastecimiento del público con una jerarquía de cualidades
en serie sirve sólo a una cuantificación tanto más compacta. Cada uno
debe comportarse, por así decirlo, espontáneamente de acuerdo con su
«nivel», que le ha sido asignado previamente sobre la base de índices
estadísticos, y echar mano de la categoría de productos de masa que
ha sido fabricada para su tipo. Reducidos a material estadístico, los
consumidores son distribuidos sobre el mapa geográfico de las ofici-
nas de investigación de mercado, que ya no se diferencian práctica-
mente de las de propaganda, en grupos según ingresos, en campos
rojos, verdes y azules.
El esquematismo del procedimiento se manifiesta en que, final-
mente, los productos mecánicamente diferenciados se revelan como lo
mismo. El que las diferencias entre la serie Chrysler y la General
Motors son en el fondo ilusorias, es algo que saben incluso los niños
que se entusiasman por ellas. Lo que los conocedores discuten como
méritos o desventajas sirve sólo para mantener la apariencia de com-
petencia y de posibilidad de elección. Lo mismo sucede con las pre-
sentaciones de la Warner Brothers y de la Metro Goldwin Mayer.
Pero incluso entre los tipos más caros y los más baratos de la colec-
ción de modelos de una misma firma, las diferencias tienden a redu-
cirse cada vez más: en los automóviles, a diferencias de cilindrada, de
volumen y de fechas de las patentes de los gadgets **; en el cine, a di-
ferencias de número de estrellas, de riqueza en el despliegue de medios
técnicos, de mano de obra y decoración, y a diferencias en el empleo
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industrial * actúa en los hombres de una vez por todas. Los productos
de la industria cultural pueden contar con ser consumidos alegre-
mente incluso en un estado de dispersión. Pero cada uno de ellos es
un modelo de la gigantesca maquinaria económica * * que mantiene a
todos desde el principio en vilo: en el trabajo y en el descanso que se
le asemeja. De cada película sonora, de cada emisión de radio, se
puede deducir aquello que no podría atribuirse como efecto a ningu-
no de ellos tomado aisladamente, sino al conjunto de todos ellos en la
sociedad. Inevitablemente, cada manifestación particular de la in-
dustria cultural hace de los hombres aquello en lo que dicha industria
en su totalidad los ha convertido ya. Y todos los agentes de ésta,
desde el productor hasta las asociaciones femeninas, velan para que el
proceso de la reproducción simple del espíritu no lleve en modo al-
guno a una reproducción ampliada.
Las quejas de los historiadores de arte y de los abogados de la cul-
tura con respecto a la extinción de la fuerza estilística en Occidente
son pavorosamente infundadas. La traducción estereotipada de todo,
incluso de aquello que aún no ha sido pensado, en el esquema de la
reproductibilidad mecánica supera el rigor y la validez de todo ver-
dadero estilo, con cuyo concepto los amigos de la cultura idealizan
como «orgánico» el pasado precapitalista. Ningún Palestrina habría
podido perseguir la disonancia no preparada y no resuelta con el pu-
rismo con el que un arrangeur de música de jazz elimina hoy toda ca-
dencia que no se adecúe perfectamente a su jerga. Si hace una adap-
tación de Mozart al jazz, no se limita a modificarlo allí donde es
excesivamente difícil o serio, sino también donde armonizaba la me-
lodía de forma diversa, incluso sólo de forma más simple, de lo que se
usa hoy. Ningún constructor medieval hubiera revisado los temas de
las vidrieras de las iglesias y de las esculturas con la desconfianza con
la que la jerarquía de los estudios cinematográficos examina un ma-
terial de Balzac o Víctor Hugo antes de que éste obtenga el imprima-
tur que le permita seguir adelante. Ningún capítulo habría asignado a
las figuras diabólicas y a las penas de los condenados su justo puesto
en el orden del supremo amor con el escrúpulo con el que la dirección
de producción se lo asigna a la tortura del héroe o a la falda arre-
mangada de la artista principal en la letanía de la película de éxito. El
catálogo expreso e implícito, exotérico y esotérico, de lo prohibido y
lo tolerado * * * , llega tan lejos que no sólo delimita el ámbito libre,
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Con todo, esta caricatura del estilo dice algo sobre el «estilo au-
téntico» del pasado. El concepto de «estilo auténtico» se revela en la
industria cultural como equivalente estético del dominio. La idea del
estilo como coherencia puramente estética es una fantasía retrospec-
tiva de los románticos. En la unidad del estilo, no sólo del Medievo
cristiano sino también del Renacimiento, se expresa la estructura di-
versa de la violencia social, no la oscura experiencia de los domina-
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mismo que antaño, cuando aún había viviendas y tardes de fiesta, pa-
saba horas enteras mirando por la ventana. Los desocupados de los
grandes centros encuentran fresco en verano y calor en invierno en los
locales con temperatura regulada. Pero, fuera de esto, el abultado
aparato de la industria de la diversión no hace, ni siquiera en la me-
dida de lo existente, más humana la vida de los hombres. La idea de
«agotar» las posibilidades * técnicas dadas, de utilizar plenamente las
capacidades existentes para el consumo estético de masas, forma
parte del mismo sistema económico que rechaza la utilización de esas
capacidades cuando se trata de eliminar el hambre.
La industria cultural defrauda continuamente a sus consumidores
respecto de aquello que continuamente les promete. La letra sobre el
placer, emitida por la acción y la escenificación, es prorrogada inde-
finidamente: la promesa en la que consiste, en último término, el es-
pectáculo deja entender maliciosamente que no se llega jamás a la cosa
misma, que el huésped debe contentarse con la lectura de la carta de
menús. Al deseo suscitado por los espléndidos nombres e imágenes se
le sirve al final sólo el elogio de la rutina cotidiana, de la que aquél de-
seaba escapar. Tampoco las obras de arte consistían en exihibiciones
sexuales. Pero, al representar la privación como algo negativo, revo-
caban, por así decir, la mortificación del instinto y salvaban —me-
diatizado— lo que había sido negado. Tal es el secreto de la sublima-
ción estética: representar la plenitud a través de su misma negación. La
industria cultural * * , al contrario, no sublima, reprime. Al exponer
siempre de nuevo el objeto de deseo, el seno en el jersey y el torso des-
nudo del héroe deportivo, no hacé más que excitar el placer preliminar
no sublimado que, por el hábito de la privación, ha quedado desde
hace tiempo deformado y reducido a placer masoquista. No hay nin-
guna situación erótica en la que no vaya unida, a la alusión y la exci-
tación, la advertencia precisa de que no se debe jamás y en ningún
caso llegar a ese punto. El Hays Office * * * no hace más que confirmar
el ritual que la industria cultural ha instituido ya por su cuenta: el de
Tántalo. Las obras de arte son ascéticas y sin pudor; la industria cul-
tural es pornográfica y ñoña. Así, ella reduce el amor al romance; y de
este modo, reducidas, se dejan pasar muchas cosas, incluso el liberti-
naje como especialidad corriente, en pequeñas dosis y con la etiqueta
de «atrevido». La producción en serie del sexo opera automática-
mente su represión. La estrella de cine de la que uno debería enamo-
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nuncia jovial en el lugar del dolor, que está presente tanto en la ebrie-
dad como en la ascesis. La ley suprema es que los que disfrutan de ella
no alcancen jamás lo que desean, y justamente con ello deben reír y
contentarse. La permanente renuncia que impone la civilización es
nuevamente infligida y demostrada a sus víctimas, de modo claro e in-
defectible, en toda exhibición de la industria cultural. Ofrecer a tales
víctimas algo y privarlas de ello es, en realidad, una y la misma cosa.
Éste es el efecto de todo el aparato erótico. Justamente porque no
puede cumplirse jamás, todo gira en torno al coito. Admitir en una pe-
lícula una relación ilegítima sin que los culpables reciban el justo cas-
tigo está marcado por un tabú piás rígido que el que el futuro yerno
del millonario desarrolle una/áctividad en el movimiento obrero. En
contraste con la era liberal/la cultura industrializada puede, como la
fascista, permitirse la indignación frente al capitalismo, pero no la re-
nuncia a la amenzaza de castración. Esta última constituye toda su
esencia *. Ella sobrevive a la relajación organizada de las costumbres
frente a los hombres de uniforme en las películas alegres producidas
para ellos y finalmente también en la realidad. Lo decisivo hoy no es
ya el puritanismo, aun cuando éste continúe haciéndose valer a través
de las asociaciones femeninas, sino la necesidad intrínseca al siste-
ma ** de no dejar en paz al consumidor, de no darle ni un solo ins-
tante la sensación de que es posible oponer resistencia. El principio del
sistema impone presentarle todas las necesidades como susceptibles de
ser satisfechas por la industria cultural, pero, de otra parte, organizar
con antelación esas mismas necesidades de tal forma que en ellas se
experimente a sí mismo sólo como eterno consumidor, como objeto de
la industria cultural. Esta no sólo le hace comprender que su engaño es
el cumplimiento de lo prometido, sino que además debe contentarse,
en cualquier caso, con lo que se le afrece. La huida de la vida cotidia-
na que la industria cultural, en todas sus ramas, promete procurar es
como el rapto de la hija en la historieta americana: el padre mismo
sostiene la escalera en la oscuridad. La industria cultural ofrece como
paraíso la misma vida cotidiana de la que se quería escapar. Huida y
evasión están destinadas por principio a reconducir al punto de par-
tida. La diversión promueve la resignación que se quisiera olvidar
precisamente en ella.
La diversión, liberada enteramente, sería no sólo la antítesis del
arte, sino también el extremo que lo toca. El absurdo a la manera de
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(Ver nota ** en p. 1 8 0 ) .
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la existencia de Dios).
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* "Konzern gigantesco»/1944: « m o n o p o l i o » .
** «al sujeto p e n s a n t e » / l 9 4 4 : «al liberalismo».
*** (Hans Sonnenstóssers Hóllenfahrt. Ein heiteres Traumspiel. Guión radiofónico de Paul
Apel ] 1 9 3 1 J , reedición de Gustaf Gründgens [ 1 9 3 7 ] ) .
**** (Apreciada serie radiofónica familiar americana, inspirada en la pieza teatral de Cla-
rence Day).
** * ** «sociedad más reciente»/!944: «sociedad del m o n o p o l i o » .
*»»»»» „|a übertad formal... rendir cuentas»/1944: «La democracia burguesa garantiza la li-
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bertad formal de cada uno. Nadie debe rendir cuentas al gobierno sobre».
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* « t a m b i é n » / l 9 4 4 : «también b a j o el monopolio».
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* (Cf. nota * en p. 1 8 8 ) .
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* (Cf. nota * * * * en p. 9 1 ) .
" (De Alfred Dóblin).
*** (De Hans Fallada).
**** «Sistema»/1944: « m o n o p o l i o » .
4. Nietzsche, Gótzendammerung, en Werke, cit., vol. VIII, 1 3 6 (trad. cast. de A. Sánchez
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* (Cf. I. Kant, Kritik der Urteilskraft, en Werke, cit., vol. V, 2 2 0 (trad. cast., Crítica del jui-
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ratos receptores. Por doquier la radio, como fruto tardío y más avan-
zado de la cultura de masas, extrae consecuencias que le están provi-
sionalmente vedadas al cine por su pseudomercado. La estructura
técnica del sistema comercial radiofónico * lo inmuniza contra des-
viaciones liberales como las que los industriales del cine pueden aún
permitirse en su ámbito. Es una empresa privada que representa ya la
totalidad soberana * * , adelantando en ello a los otros consorcios ** *
industriales. Chesterfield es sólo el cigarrillo de la nación, pero la
radio es su portavoz. Al incorporar totalmente los productos cultu-
rales a la esfera de la mercancía, la radio renuncia a colocar como
mercancía sus productos culturales. En Estados Unidos no reclama
ninguna tasa del público y asume así el carácter engañoso de autori-
dad desinteresada e imparcial, que parece hecha a medida para el fas-
cismo. En éste, la radio se convierte en la boca universal del Fübrer; y
su voz se mezcla, mediante los altavoces de las calles, en el aullido de
las sirenas que anuncian el pánico, de las cuales difícilmente puede
distinguirse la propaganda moderna. Los nazis sabían que la radio
daba forma a su causa, lo mismo que la imprenta se la dio a la Re-
forma. El carisma metafísico del Fübrer inventado por la sociología de
la religión * * * * ha revelado ser al fin como la simple omnipresencia
de sus discrusos en la radio, que parodia demoníacamente la omni-
presencia del espíritu divino. El hecho gigantesco de que el discurso
penetra por doquier sustituye su contenido, del mismo modo que la
oferta de aquella retransmisión de Toscanini desplazaba a su conte-
nido, la sinfonía. Ninguno de los oyentes está ya en condiciones de
captar su verdadero contexto, mientras que el discurso del Fübrer es
ya de por sí la mentira. Establecer la palabra humana como absoluta,
el falso mandamiento, es la tendencia inmanente de la radio. La re-
comendación se convierte en orden. La apología de las mercancías
siempre iguales bajo etiquetas diferentes, el elogio científicamente
fundado del laxante a través de la voz relamida del locutor, entre la
obertura de la Traviata y la de Rienzi, se ha hecho insostenible por su
propia ridiculez. Finalmente, el dictado de la producción, el anuncio
publicitario específico, enmascarado bajo la apariencia de la posibili-
dad de elección, puede convertirse en la orden abierta del Fübrer. En
una sociedad de grandes Rackets fascistas, que lograran ponerse de
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acuerdo sobre qué parte del producto social hay que asignar a las ne-
cesidades del pueblo, resultaría finalmente anacrónico exhortar al
uso de un determinado detergente. Más modernamente, sin tantos
cumplimientos, el Führer ordena tanto el camino del sacrificio como
la compra de la mercancía de desecho.
Ya hoy, las obras de arte son preparadas oportunamente, como
máximas políticas, por la industria cultural, inculcadas a precios re-
ducidos a un público resistente, y su disfrute se hace accesible al pue-
blo como los parques. Pero la disolución de su auténtico carácter de
mercancía no significa que estén custodiadas y salvadas en la vida de
una sociedad libre, sino que ahora ha desaparecido incluso la última
garantía contra su degradación al nivel de bienes culturales. La abo-
lición del privilegio cultural por liquidación no introduce a las masas
en ámbitos que les estaban vedados; más bien contribuye, en las ac-
tuales condiciones sociales, justamente al desmoronamiento de la cul-
tura, al progreso de la bárbara ausencia de toda relación. Quien en el
siglo pasado o a comienzos de éste gastaba su dinero para ver un
drama o escuchar un concierto, tributaba al espectáculo por lo menos
tanto respeto como al dinero invertido en él. El burgués que quería ex-
traer algo para él podía, a veces, buscar una relación más personal con
la obra. La llamada literatura introductiva a los dramas musicales de
Wagner, por ejemplo, y los comentarios al Fausto dan testimonio de
ello. Y no eran aún más que una forma de tránsito al barnizado bio-
gráfico y a las otras prácticas a las que se ve sometida hoy la obra de
arte. Incluso en los primeros tiempos del actual sistema económico, el
valor de cambio * no arrastraba tras de sí al valor de uso como un
mero apéndice, sino que también contribuyó a desarrollarlo como su
propia premisa, y esto fue socialmente ventajoso para las obras de
arte. El arte ha mantenido al burgués dentro de ciertos límites mien-
tras era caro. Pero eso se ha terminado. Su cercanía absoluta, no me-
diada ya más por el dinero, a aquellos que están expuestos a su ac-
ción, lleva a término la alienación y asimila a ambos bajo el signo de
una triunfal reificación. En la industria cultural desaparece tanto la
crítica como el respeto: a la crítica le sucede el juicio pericial mecáni-
co, y al respeto, el culto efímero de la celebridad. No hay ya nada
caro para los consumidores. Y sin embargo, éstos intuyen a la vez que
cuanto menos cuesta una cosa, menos les es regalado. La doble des-
confianza hacia la cultura tradicional como ideología se mezcla con la
desconfianza hacia la cultura industrializada como fraude. Reducidas
a mera añadidura, las obras de arte pervertidas son secretamente re-
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* (Breves concursos entre los espectadores, que se desarrollan en los intervalos entre las
proyecciones. N. d. T. it.).
** (Cuando los autores escribían este texto, la televisión se hallaba aún en sus comienzos).
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LA INDUSTRIA CULTURAL
* «tiempo de trabajo... del sistema»/1944: «del tiempo de trabajo social. Ahora, que el
mercado libre ha llegado a su fin, se atrinchera en ella el m o n o p o l i o » .
** "Konzern"/1944: «del monopolio».
*** «Sólo indirectamente sirve... medios de comunicación ideológicos»/l944: «Su suspensión
por parte de una firma particular significa una pérdida de prestigio, en realidad una violación de la
disciplina de clase que el monopolio impone a los suyos. Durante la guerra se continúa haciendo pu-
blicidad de mercancías que no se hallan ya disponibles en el mercado, sólo para seguir mantenien-
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LA INDUSTRIA CULTURAL
* (Designación de los fascistas según la camisa negra de su uniforme, sobre todo en Italia,
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lista».
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LA INDUSTRIA CULTURAL
* (La expresión Scbriftleiter era preferida por los nazis frente al término extranjero Re-
dakteur. N. d. T. ¡t.).
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Introducción
Y
Las nuevas Formas de control
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HERBERT MARCUSE
EL HOMBRE
UNIDIMENSIONAL
ENSAYO SOBRE LA IDEOLOGÍA DE LA SOCIEDAD
INDUSTRIAL AVANZADA
PLANETA-AGOSTINI
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EL HOMBRE UNIDIMENSIONAL
Prefacio a la edición francesa 7
Reconocimientos 17
Introducción 19
LA SOCIEDAD UNIDIMENSIONAL
1. Las nuevas formas de control 31
2. El cierre del universo político 49
3. La conquista de la conciencia desgraciada:
Una desublimación represiva 86
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El hecho de que la gran mayoría de la población acepte, y sea
obligada a aceptar, esta sociedad, no la hace menos irracional y
menos reprobable. La distinción entre conciencia falsa y verdadera,
interés real e inmediato todavía está llena de sentido. Pero esta dis-
tinción misma ha de ser validada. Los hombres deben llegar a verla y
encontrar su camino desde la falsa hacia la verdadera conciencia,
desde su interés inmediato al real. Pero sólo pueden hacerlo si
experimentan la necesidad de cambiar su forma de vida, de negar lo
positivo, de rechazar. Es precisamente esta necesidad la que la
sociedad establecida consigue reprimir en la medida en que es capaz de
«repartir los bienes» en una escala cada vez mayor, y de usar la
conquista científica de la naturaleza para la conquista científica del
hombre.
Enfrentada con el carácter total de los logros de la sociedad
industrial avanzada, la teoría crítica se encuentra sin los elementos
racionales necesarios para trascender esta sociedad. El vacío alcanza a
la misma estructura teorética, porque las categorías de una teoría social
crítica fueron desarrolladas durante el período en el que la necesidad
de) rechazo y la subversión estaba comprendida en la acción de
fuerzas sociales efectivas. Estas categorías eran conceptos
esencialmente negativos y oposicionales, que definían las contradic-
ciones reales en la sociedad europea en el siglo XIX. La misma
categoría de «sociedad» expresaba el agudo conflicto entre la esfera
social y la política; la sociedad como antagonista del Estado.
Igualmente, «individuo», «clase», «privado», «familia» denotaban
esferas y fuerzas que no estaban integradas todavía con las condicio-
nes establecidas; eran esferas de tensión y contradicción. Con la
creciente integración de la sociedad industrial, estas categorías están
perdiendo su connotación crítica y tienden a hacerse términos
descriptivos, falaces u operacionales.
El propósito de recuperar la intención crítica de estas categorías, y
de comprender cómo el intento fue anulado por la realidad social,
parece ser, desde el ex-
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EL HOMBRE UNIDIMENSIONAL
terior, un regreso de una teoría unida con la práctica histórica al
pensamiento abstracto y especulativo, de la crítica de la economía
política a la filosofía. Este carácter ideológico de la crítica es el
resultado del hecho de que el análisis es obligado a partir de una
posición «fuera» de lo positivo tanto como de lo negativo, de las
tendencias productivas de la sociedad como de las destructivas. La
sociedad industrial moderna es la identidad total de estos opuestos;
es la totalidad lo que está en cuestión. Al mismo tiempo, la posición
de la teoría no puede ser la de la mera especulación. Debe ser una
posición histórica en el sentido de que debe estar basada en las
capacidades de la sociedad dada.
Esta ambigua situación envuelve una ambigüedad todavía más
fundamental. El hombre unidimensional oscilará continuamente entre
dos hipótesis contradictorias: 1) que la sociedad industrial avanzada
es capaz de contener la posibilidad de un cambio cualitativo para el
futuro previsible; 2) que existen fuerzas y tendencias que pueden
romper esta contención y hacer estallar la sociedad. Yo no creo que
pueda darse una respuesta clara. Las dos tendencias están ahí, una al
lado de otra, e incluso una en la otra. La primera tendencia domina, y
todas las precondiciones que puedan existir para una reversión están
siendo empleadas para evitarlo. Quizá un accidente pueda alterar la
situación, pero a no ser que el reconocimiento de lo que se está
haciendo y lo que se está evitando subvierta la conciencia y la
conducta del hombre, ni siquiera una catástrofe provocará el cambio.
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Mi análisis está centrado en tendencias que se dan en las
sociedades contemporáneas más altamente desarrolladas. Hay amplias
zonas dentro y fuera de estas sociedades en las que las tendencias
descritas no prevalecen, o mejor, no prevalecen todavía. Yo proyecto
estas tendencias y ofrezco algunas hipótesis, nada más.
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1. LAS NUEVAS FORMAS DE CONTROL
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1. Verpág. 73.
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quier experiencia que no acepte el interés social predominante como
ley suprema del pensamiento y de la conducta, el universo establecido
de necesidades y satisfacciones es un hecho que se debe poner en
cuestión en términos de verdad y mentira. Estos términos son ente-
ramente históricos, y su objetividad es histórica. El juicio sobre las
necesidades y su satisfacción bajo las condiciones dadas, implica
normas de prioridad; normas que se refieren al desarrollo óptimo del
individuo, de todos los individuos, bajo la utilización óptima de los
recursos materiales e intelectuales al alcance del hombre. Los recursos
son calculables. La «verdad» y la «falsedad» de las necesidades
designan condiciones objetivas en la medida en que la satisfacción
universal de las necesidades vitales y, más allá de ella, la progresiva
mitigación del trabajo y la miseria, son normas umversalmente válidas.
Pero en tanto que normas históricas, no sólo varían de acuerdo con el
área y el estado de desarrollo, sino que también sólo se pueden definir
en (mayor o menor) contradicción con las normas predominantes. ¿Y
qué tribunal puede reivindicar legítimamente la autoridad de decidir?
En última instancia, la pregunta sobre cuáles son las necesidades
verdaderas o falsas sólo puede ser resuelta por los mismos individuos,
pero sólo en última instancia; esto es, siempre y cuando tengan la
libertad para dar su propia respuesta. Mientras se les mantenga en la
incapacidad de ser autónomos, mientras sean adoctrinados y
manipulados (hasta en sus mismos instintos), su respuesta a esta
pregunta no puede considerarse propia de ellos. Por lo mismo, sin
embargo, ningún tribunal puede adjudicarse en justicia el derecho de
decidir cuáles necesidades se deben desarrollar y satisfacer. Tal
tribunal sería censurable, aunque nuestra repulsa no podría eliminar
la pregunta: ¿cómo pueden hombres que han sido objeto de una
dominación efectiva y productiva crear por sí mismos las condiciones
de la libertad? 2
2. Verpág. 64.
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The Validation of Scientific Theories [Boston: Beacon Press, 1954], Cap. II). El
impulso principal sigue siendo el mismo: es «deseable» que las operaciones de papel y
lápiz «sean capaces de un contacto eventual, aunque quizá indirectamente, con las
operaciones instrumentales».
6. P. W. Bridgman, The Logic of Modern Physics, loe. cit.,pág. 31.
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ser empiristas) proporciona de esta manera la justificación
metodológica para que los intelectuales bajen a la mente de su
pedestal: positivismo que, en su negación de los elementos
trascendentes de la Razón, forma la réplica académica de la conducta
socialmente requerida.
Fuera del establishment académico, el «cambio de largo alcance
en todos nuestros hábitos de pensar» es más serio. Sirve para
coordinar ideas y objetivos con los requeridos por el sistema
predominante para incluirlos dentro del sistema y rechazar aquellos que
no son reconciliables con él. El dominio de tal realidad unidimensional
no significa que reine el materialismo y que desaparezcan las
ocupaciones espirituales, metafísicas y bohemias. Por el contrario, hay
mucho de «Oremos juntos esta semana», « ¿Por qué no pruebas a
Dios?», Zen, existencialismo y modos beat de vida. Pero estos modos
de protesta y trascendencia ya no son contradictorios del statu quo y
tampoco negativos. Son más bien la parte ceremonial del
behaviorismo práctico, su inocua negación, y el statu quo los digiere
prontamente como parte de su saludable dieta
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ción de la existencia» quiere decir el desarrollo de la lucha del
hombre con el hombre y con la naturaleza, bajo condiciones en que
las necesidades, los deseos y las aspiraciones competitivas no estén
ya organizados por intereses creados de dominación y escasez, en una
organización que perpetúa las formas destructivas de esta lucha.
La presente lucha contra esta alternativa histórica encuentra una
firme base en la población subyacente, y su ideología en la rígida
orientación de pensamiento y conducta hacia el universo dado de los
hechos. Justificado por las realizaciones de la ciencia y la tecnología,
por su creciente productividad, el statu quo desafía toda trascendencia.
Ante la posibilidad de pacificación en base a sus logros técnicos e
intelectuales, la sociedad industrial madura se cierra contra esta
alternativa. El operacionalismo en teoría y práctica, se convierte en
la teoría y la práctica de la contención. Por debajo de su dinámica
aparente, esta sociedad es un sistema de vida completamente estático:
se auto-impulsa en su productividad opresiva y su coordinación
provechosa. La contención del progreso técnico va del brazo con su
crecimiento en la dirección establecida. A pesar de las cadenas
políticas impuestas por el statu quo, mientras más capaz parezca la
tecnología de crear las condiciones para la pacificación, más se
organizan el espíritu y el cuerpo del hombre en contra de esta
alternativa.
Las áreas más avanzadas de la sociedad industrial muestran estas
dos características: una tendencia hacia la consumación de la
racionalidad tecnológica y esfuerzos intensos para contener esta
tendencia dentro de las instituciones establecidas. Aquí reside la
contradicción interna de esta civilización: el elemento irracional en
su racionalidad. Es el signo de sus realizaciones. La sociedad
industrial que hace suya la tecnología y la ciencia se organiza para el
cada vez más efectivo dominio del hombre y la naturaleza, para la
cada vez más efectiva utilización de sus recursos. Se vuelve
irracional cuando el éxito de estos esfuerzos abre nuevas dimensiones
para la realización del hombre. La organización
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para la paz es diferente de la organización para la guerra; las
instituciones que prestaron ayuda en la lucha por la existencia no
pueden servir para la pacificación de la existencia. La vida como fin
difiere cualitativamente de la vida como medio.
Nunca se podría imaginar tal modo cualitativamente nuevo de
existencia como un simple derivado de cambios políticos y
económicos, como efecto más o menos espontáneo de las nuevas
instituciones que constituyen el requisito necesario. El cambio
cualitativo implica también un cambio en la base técnica sobre la que
reposa esta sociedad; un cambio que sirva de base a las instituciones
políticas y económicas a través de las cuales se estabiliza la
«segunda naturaleza» del hombre como objeto agresivo de la
industrialización. Las técnicas de la industrialización son técnicas
políticas; como tales, prejuzgan las posibilidades de la Razón y de la
Libertad.
Es claro que el trabajo debe preceder a la reducción del trabajo, y
que la industrialización debe preceder al desarrollo de las necesidades y
satisfacciones humanas. Pero así como toda libertad depende de la
conquista de la necesidad ajena, también la realización de la libertad
depende de las técnicas de esta conquista. La productividad más alta
del trabajo puede utilizarse para la perpetuación del trabajo, la
industrialización más efectiva puede servir para la restricción y la
manipulación de las necesidades.
Al llegar a este punto, la dominación —disfrazada de opulencia y
libertad— se extiende a todas las esferas de la existencia pública y
privada, integra toda oposición auténtica, absorbe todas las
alternativas. La racionalidad tecnológica revela su carácter político a
medida que se convierte en el gran vehículo de una dominación más
acabada, creando un universo verdaderamente totalitario en el que
sociedad y naturaleza, espíritu y cuerpo, se mantienen en un estado de
permanente movilización para la defensa de este universo.
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Introducción
I. La tendencia oculta en el psicoanálisis
II. El origen del individuo reprimido
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Herbert
Marcuse
Eros y Civilización
•
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sarpe
sarpe
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DlreccJOn R B A Proyectos
Dirección
Edltonales, S A
Editoriales,
TItulo original
Titulo ongmal Eros and civilization
clvlhzatlon
ph!losophlcal inquiry
A philosophical mqmry into
mto Freud
TraducclOn Juan García
Traducción Gama Ponce
©
© 1953
1953 Bacon Press, Boston
©
© 1965
1965 Joaqum
Joaquín Mortlz
Mortiz
©
© 1968
1968 Edltonal
Editorial Selx
Seix Barral, S A
© 1981
© 1981 Anel,
Ariel, S A
© Por
© Por la
la presente
presente edlclon
edición SARPE
SARPE S SA
A ,, 1983
1983
Pedro Teixeira,
Pedro Telxelra, 88 Madrid
Madnd
Indice
índice
Pnmera parte BAJO EL DOMINIO DEL PRINCIPIO DE LA
Primera
REALIDAD 25
I La tendenCia
tendencia oculta en el pSlcoanahm
psicoanálisis 27
11 ongen del individuo
II El origen mdlVlduo reprimido
repnm/do (Ontogenesls)
(Ontogenesis) 37
III El origen
ni ongen de la civilización
clVlhzaclOn represiva (Fllogenesls)
(Filogénesis) 65
IV La
IV La dialéctica
dialéctica de
de la
la civilización
clVlhzaclOn 83
V InterludIO
V Interludio fllosoflco
filosófico 105
1 ÖQÖ Nacimiento
Nacimiento de de Herbert
Herbert Marcuse,
Marcuse, enen Berlín,
Berlín,
1898
__
J^Q^O el 19
19 de
de julio.
julio, en
en elel seno
seno de
de una
una familia
familia judía
judía
alemana.
Abandona el Partido Socialdemócrata tras el
1 0 1 0 Abandona
1919
LZJ^ asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebk-
necht.
1 0 0 0 Concluye sus estudios filosóficos en la Uni-
1922
ly^^ ver~idad de Friburgo, donde ha sido alumno
versidad
Hus~erl y de
de Husserl de Heidegger.
Heidegger.
1930 Participa en lala fundación
1 Q'^n Participa fundación deldel Instituto
Instituto de
de In-
In-
- - - vestigación Social de Frankfurt, donde tendrá
^L^-^y
por colegas a Max Horkheimer, Frederick Pollock, Leo
Lowenthal, Erich Fromm, Franz Neumann y Theodor
Adorno.
Publica su
1 0 ^ 0 Publica su primer libro: Ontología
primer libro: OntologíadedeHegel Hegel yy
1932
\LZAA teoría
teoríadedelala historicidad.
historicidad.
Tras la
1 Q'l.^ Tras la subida
subida de de Hitler
Hitler alal poder
poder sese exilia
exiüa en
1933
-kZí¿!? Ginebra primero y luego luego en
en Francia.
Francia.
1 QO/- Aparece
Aparece en París Estudios
en París Estudiossobresobrela la
autoridad
autoridad
1936
-kZ^y y la la familia, libro editado bajo la dirección dede
familia, libro editado bajo la dirección
Max Horkheimer y en el que Marcuse ha colaborado.
19 37
1 0 ^ 7 Junto
Juntocon Theodor Adorno se establece en
\iZAl Estados Unidos. Lee profundamente profundamente a
Freud.
1Qzl1 Después de adquirir la nacionalidad nortea-
1941
J^y^^ mericana, publica Razón Razón yy revolución.
revolución.HegelHegel
B.
y el
el nacimiento
nacimientodede la teoría social.
la teoría social.
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Herber! Marcuu
Herbert Marcuie
1 0/19 Ingresa
Ingresa enen lala Oficina
Oficina de
de Investigación
Investigación de de In-
In-
1942
L^LiA teligencia del gobierno norteamericano, cuya
sección europea pasará a dirigir.
1 0 ^ 1 Es ^^ contratado
contratado comocomo profesor
profesor de
de filosofía
filosofía por
1951
lyJi- la Universidad de Columbia.
1 0 ^ 1 Publica Eros Eros yycivilización.
civilización.EsEs contratado
contratado porpor
1953
íy^-J la Universidad de Harvard, donde permane-
cerá durante un curso impartiendo clases de filosofía.filosofía.
l O ^ Q Escribe El marxismo soviético,donde
marxismo soviético, donde critica
critica
1958
íy^JQ
_ _ la desnaturalización del pensamiento de Marx
en la Unión Soviética.
P^ttli'^^ El
1 ü^/l Publica ^' hombre
hombre unidimensional.
unidimensional.Ensayo Ensayo
1964 sobre la
i-yO^ sobre la ideología
ideologíadedelalasociedad
sociedadindustrial
industrial
avanzada.
avanzada.
1 0 ^ ^ Enseña filosofía política en la Universidad de
1965
íyO-J California, en San Diego. Entre sus discí- disCÍ-
pulos figura la activista de color Angela Davis.Davis. El nom-
bre de Marcuse se asociará a partir de este año al de los
más conspicuos ideólogos del movimiento estudiantil
americano y europeo.
amencano europeo.
10/^7 Escribe El final
final dedelalautopía,
utopía,ensayo
ensayosobre
sobreelel
1967
i Z y j _ poder de contestación de las minorías en las
sociedades de capitalismo avanzado.
Ideas para
Publica Ideas
1 0/^0 Publica para una
una teoría
teoríacrítica
críticade de
la so-
la so-
1969
__ ciedad, a alalaque
íy^¿_ ~. ciedad, queseguirá
seguirátres
tresaños
añosmásmástarde
tarde
Contrarrevolución
Contrarrevolución y revuelta, balance
y revuelta, de ladeexperiencia
balance la experiencia
política desarrollada por los movimientos estudiantiles.
El 29
1 0 7 0 ^El 29 dede julio,
julio, muere
muere Herbert
Herbert Marcuse,
Marcuse, en en
1979
_
íy'y_ Starnberg, República Federal Alemana.
B.
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Eros y civilización
La reflexión sobre la obra de Freud ocupa un lugar
central en el pensamiento de Herbert Marcuse, que, se-
gún confesión propia, llegó a interesarse por el psicoa-
nálisis a finales de los años treinta, en la época en que
la guerra civil española, las aberraciones del estali-
nismo y el auge de los totalitarismos en Europa le con-
dujeron, como a tantos otros intelectuales europeos de
izquierda, a una constatación de las insuficiencias de las
teorías de Marx. Pero los avatares de la emigración yy
de la segunda guerra mundial retardaron esta «investi-
civiliza-
filosófica sobre Freud» que es Eros y civiliza-
gación filosófica
ción, la cual apareció en su primera edición en 1953.
ción,
Existen en el psicoanálisis dos vertientes que Freud
separó siempre cuidadosamente; una es la vertiente te-
ba~e científica, destinada a la curación de
rapéutica, de base
las neurosis, que conlleva una metodología y una teoría
filosófica, que
psicológicas; la otra es una vertiente filosófica,
comprende las hipótesis que Freud derivó de su expe-
riencia clínica y que las erigió como tentativas de un
análisis de la cultura. Esta última vertiente creció en
importancia en los últimos años de la vida del fundador
fundador
del psicoanálisis, y suele denominarse «metapsicología
freudiana». Su riqueza es tal en cuanto a capacidad crí-
tica de la cultura (o de la civilización, términos que
Marcuse utiliza indistintamente), que algunos de los
más importantes proyectos de revisión de la teoría psi-
coanalítica posteriores a la muerte de Freud se han de-
B.
su
SU lógica la contradicción. El hombre y la naturaleza
existen en condiciones diferentes de lo que realmente
son y esta alienación sólo puede ser entendida desde un
pensamiento negativo. Esto es lo que inicialmente hizo
Hegel. pero traicionó su propia dialéctica al identificar
Hegel,
razón y realidad. Marx reorientó, en cambio, este filo-
sofar negativo, condición esencial para descubrir el
drama de la existencia humana. De ahí que Marx se si-
túe en el centro del pensamiento de Marcuse y de que
éste se considerara continuador de sus tesis.
influencia de Freud, plasmada como se ha visto
La influencia
civilización, es el último de los eslabones cul-
en Eros y civilización,
turales en que se engarza la figura de Marcuse. Si
Freud, por un lado, venía a prolongar la crítica mar-
xista de la sociedad, poi"por otro ofrecía
ofrecía un núcleo dialéc-
tico en sus teorías que se adaptaba perfectamente
perfectamente a las
características del pensamiento de Marcuse.
Su época
S u é n O C r l ^''^ Las, !esis conte~idas en Eros y civili-
^^^'^ contenidas civili-
~~ __J~_ l zaClOn, en
zación, partIcular la
en particular la del
del aumento
aumento
de la
de la capacidad
capacidad destructiva
destructiva dede la
la Humanidad,
Humanidad, surgieron
como reflexión
como reflexión sobre la la barbarie
barbarie del xx. La
del siglo XX. La vida
vida
de Marcuse
de Marcuse estuvo
estuvo enmarcada en en dos
dos guerras
guerras mun-
mun-
diales, las más mortíferas de la Historia. El poder de
Tánatos, además, acrecentó con el fracaso de las revo-
luciones: la alemana, que el joven Marcuse vivió de
cerca como
cerca como miembro
miembro del del Partido
Partido socialdemócrata,
Socialdemócrata, y la la
rusa, que derivó hacia un régimen político que trai-
cionó la herencia de Marx (aspecto éste puesto de re-
lieve en El marxismo soviético).
heve
La actitud de Marcuse frente a estos acontecimientos
fue militante; no en vano se distinguió por ello entre
B.
ro
De Marcuse
La agresividad
agresividad en enlalasociedad
sociedadindustrial
industrialavanzada.
avanzada. Ma-
Ma-
drid, Alianza Editorial, 1971.
I' Calas
Calasenennuestro
nuestrotiempo.
tiempo.Marxismo
Marxismoyyfeminismo.
feminismo. Teoría
Teoría
praxis. La nueva
y praxis. nueva izquierda.
izquierda. Barcelona,
Barcelona, Icaria,
1976.
La dimensió
dimensió esterica.
estética. Barcelona,
Barcelona,Edicions
Edicions62, 1982.
62,1982.
Ensayos sobre política y cultura.
Ensayos cultura. Barcelona, Editorial
Ariel, 1970.
Etica de
Etica de lalarevolución.
revolución.Madrid,
Madrid, Taurus,
Taurus, 1969.
1969.
Filosofia iipolítica.
Filosofía política.Barcelona,
Barcelona, Edicions
Edicions62, 1971.
62,1971.
El final de
de la la utopía.
utopía. Barcelona, Ediciones Ariel, 1968.
El hombre unidimensional.
£/ unidimensional. Barcelona, Seix Barral,
1969.
soviético. Madrid, Alianza Editorial,
El marxismo soviético.
1969.
Ontología
Ontología de Hegel Hegel y teoría la historicidad.
teoría de la historicidad. Barce-
lona, Ediciones Martínez Roca, 1976.
Per una nova definido
Per definició de cultura.
cultura. Barcelona, Edicions
62, 1971.
62,1971.
Psicoanálisis yypolítica.
Psicoanálisis política.Barcelona,
Barcelona,Península,
Península,1969.
1969.
Razón yy revolución.
revolución. Madrid, Alianza Editorial, 1971. 1971.
B.
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Herbert Marcuse
Marcuse
Sobre Marcuse
ADORNO,
ADORNO, TH.,
TH., Yy DIRKS, W . : Freud
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B.
ro
de
or
C
E.
is
Lu
En memoria de
SOPHIE MARCUSE
1901-1951
1901-1951
B.
ro
de
or
C
E.
is
Lu
PRIMERA PARTE
BAJO EL DOMINIO
DEL PRINCIPIO DE LA
REALIDAD
REALIDAD
B.
ro
de
or
C
E.
is
Lu
I.ros yy civi!Lzación
"-ros civilización 27
27
1.
I. LA TENDENCIA
TENDENCIA OCULTA
OCULTA
EN EL PSICOANALISIS
PSICOANÁLISIS
de:
satisfacción
satisfacción inmediata
placer
gozo (juego)
(juego)
receptividad
ausencia de repre~ión
represión
a:
satisfacción
satisfacción retardada
re~tricción del placer
restricción
fatiga (trabajo)
(trabajo)
productividad
productividad
segundad
seguridad
pucde provocar
puede provocjlr desagrado ('dolor')
('dolor') la actividad mental re-
tlocede» (l)/'Pero
liocede» (l){'Pero el principio del placer irrestringido entra
cu conflicto con el ambiente natural y humano. El individuo
ell conflicto
llega
lIl'ga a la traumática comprensión
comprensión de que la gratificación
gratificación to-
la)
tal y sin dolor de sus necesidades es imposible. Y después
dl' esta experiencia
de experiencia de frustración,
frustración, un nuevo principio de
funcionamiento mental gana ascendencia.
(uncionamiento ascendenciá. El principio de la
1Icalidad invalida elel principio
calidad invalida principio del
del placer:
placer: elel hombre
hombre aprende
aprende
a ~ustituir
sustituir el placer momentáneo, incierto y destructivo, por
i-l
el placer
placer retardado, restringido, pero «seguro» (2), (2). De
al'uerdo con Freud, a través de esta perpetua
acuerdo perpetua conciliación'
por medio de la renunciación y la restricción, el principio de
la realidad «protege más que «destrona», modifica modifica antes que
IIcgarlo, el principio del placer.
negarlo,
Sin interpretación psicoanalítica
.Sin embargo, la interpretación psicoanalítica revela que el
pi mcipio de la realidad provoca un cambio no sólo en la
piincipio
forma y duración del placer, sino en su misma sustancia. El
lorina
.ijustamiento del placer al principio de la realidad implica -la
.I)u\tamiento la
subyugación
\uhyugación y desviación de las fuerzas destructivas de la la·
l'.iatificación instintiva, de su incompatibilidad
¡'.ratificación incompatibilidad con las
normas
IIormas y relaciones sociales establecidas, y, por lo mismo,
implica
IllIplica la/transustanciación del placer mismo.
lattransustanciación -del
Con la institución del principio de la realidad, el ser hu-
mano que, bajo bajo el principio del placer, ha sido apenas un
poco más que un conjunto conjunto de impulsos animales, ha llegado
a.1 \er
ser un ego organizado)
organizados Luch¡tpqr
Lucha^por «lo que es útil» útil» y lo que
puede ser obtenido sin daño para sí mismo y su ambiente vi-
tal. Bajo Bajo el principio de la realidad, el ser humano desarro-
razón: aprende a «probar» la realidad, a
función de la razón:
lla la función
dr~tmguir entre bueno y malo, verdadero y falso, útil y no-
distinguir
l'IVO. El hombre adquiere las facultades de atención, memo-
civo.
iia
lIa y juicio,
juicio. Llega a ser un sujeto
sujeto consciente, pensante, en-
gl añado a una racionalidad que le es impuesta desde afuera:
).:1 anado afuera;
.Sólo una forma
Sólo forma de actividad
actividad de pensamiento
pensamiento es «dejada«dejada
lucra»
fuera)' de la nueva organización
organización del aparato mental y perma-
nece
IIece libre del mando del principio de la realidad: la fantasía fantasía
l'~,tá "protegida
está culturale~» y permanece
«protegida de las alteraciones culturales»
IV.14
IV. 14
ro
C)
(e) Ibid.... p 18
¡bul
de
or
C
E.
is
Lu
30 Herberr Marcuse
Herbert
(3) ¡hi(t
lb"i.. p. 16
ló
ro
de
or
C
E.
is
Lu
!• tinyyCivilización
"mI civilización 31
31
'l<,Iente hasta
sistente hasta la aactualidad». escasez {Lebfll5l1of
c t u a l i d a d » . La escasez {Lebensnot..
ro
•aiianke)
lIlanke) le enseña
ensei1a al hombre que no puede gratificar gratiticdr libre-
hbre-
de
or
C
E.
is
Lu
32
32 JlerbertAlarcuse
Herbert Marcuse
manda
manda por por un estado
estado en el que la libertad
libertad y la necesidad
t'oincidan. Cualquiera
voincidan. tualquiera que sea sea la libertad
libertad que existe en en el
i.impo
1 dmpo de la conciencia
conciencia desarrollada,
desarrollada, y en el mundo mundo que ha
ucado,
llcado, es sólo derivativa, es una una libertad
libertad comprometida,
obtenida
ohlcnida a expensas
expensas de la total satisfacción
satisfacción de las necesi-
d.ides.rY
d,ldes.ry en tanto que la total satisfacción
satisfacción de las necesidades
es
1'\ la felicidad, la libertad
libertad en la civilización
civilización es esencialmente
,"¡Iagónica de la felicidad: envuelve la modificación
.iiitagónica modificación repre-
siva (sublimación) de la felicidad.'Recíprocamente,
\lva (sublimación) felicidad.' Recíprocamente, el in-
loiisciente,
('oll\ciente, el más profundo
profundo y antiguo lecho de la pt:rsonali-
personali-
il.id
ddd mental, es n el impulso hacia una gratificación integral,
gratificación integraL
que au~encia de la privación
'1"C es la ausencia privación y la represión. Como tal
<-s Inmediata identificación
('\ la inmediata identificación entre necesidad
necesidad y libertad. De
.Kuerdo
,Ilucrdo con la concepción
concepción de Freud
Freud la ecuación
ecuación de libertad
V Iclicidad convertida
v felicidad convertida enen tabú
tabú por
por por
por elel consciente,
consciente, es es sos-
sos-
liiiida
tl'llida por el inconsciente. Su verdad,
verdad. aunque rechazada
rechazada por
i'l
1'1 consciente,
consciente. sigue fascinando
fascinando a la mente;
mente: preserva
preserva el re-
cuerdo
l'ucrdo de estados pasadospa~ados del desarrollo individual en los
iliic
quc la gratificación
gratificación integral es obtenida.
obtenida, Y el pasado sigue
imponiendo exigencia~ sobre
Imponiendo exigencias ~obre e(
el futuro: genera eí el deseo de
c|iic
qllc el paraíso sea ~ea creado obra vez sobre la base de los lo- 10-
f'.ios de la civilización,
1'.10\ civilización.
Si
,Si la memoria se mueve hacia el centro del psicoanálisis psicc)análisis
ionio una forma de conocimiento
«1I1l0 conocimiento decisiva,
deci\iva. es por algo mu-
i(holio má~
más importante que un mero recurso terapéutica: terapéutico; el va-
len terapéutico de la memoria se deriva del veniadet-o
101 verdadero valor
dc la memoria.
(le memoria, Su verdadero valor yace en la específica específica fun-
fun-
ción
\'Ion de la memoria de preservar preservar promesas y potenci'llidade~
potenciíaiidades
quc son
i|iic ~on traicionadas
tralcionada~ e inclusive proscritas por el individuo
maduro, civilizado, pero que han sido satisfechas satisfechas alguna vez
l'll su
i-ii pa~ado y nunca son olvidadas por completo.
\u tenue pasado completo, El
piincipio de la realidad restringe la función cogno~citiva
pllncipio cognoscitiva de
i.I memoria -su
1.1 —su relación con la pasada experiencia ete de la fe-
licidad que de~pierta
liCidad despierta el deseo de su recreación consc1ente-
consciente—
II a liberación psicoanalítica de la memoria hace e~t<¡Jlar estallar la
Ilacionalidad reprimido. En tanto el conoci-
aClonalidad del individuo reprimido,
miento da lugar al re-conocimiento.
Ilucnto re-conocimiento, las prohibidas imágenes irhágenes
l'c Impulsos
impulsos de la niñez empiezan a decir la verdad que la,ra- la,ra-
/on niega. La regresión asume una función progre~iva,:
Ion progresiva.[,ElEl
pasado redescubierto proporciona nivele,s
lla\ado niveles críticos que han
B.
(5) Véabc
Véa.e infra,
infra. capítulo XI. El ensayo de Ernest G. Schachtel
Schachtcl «On Me-Me-
mory and Childhood
Ch,ldhood Amnesia»
Amne.ia» da la única mtcrprctacirtn
mterpretación psicoanalitica
psicoanalí\lca ade-
cuada de la función
funcitln de la memoria,
memona. tanto en un nivel individual como en uno
social.
wcial. El ensayo está centrado
een/rado por completo en la fuerza explosiva
explo.iva de la me-
me-
moria,
moria. y su control y «convencionalización»
«convencionalizacitln» por la sociedad. Es,E •. desde
de.de mi
mi
punto de vista,
vi,ta, una de las pocas
poca, contribuciones
contribucione, reales
realc, a la filosofía
filo,ofía del psicoa-
p,icoa-
B.
nálisis.
nálisi,. El estudio
e./udio de Schachtel
Schachtcl está
e.tá en A Study
Srudy of
of Inierpersonal Relmions.
Inrerper.wna/ Re/ariolls.
ro
B.
ro
de
or
C
E.
is
Lu
'-ros civilización
¡.ros yy civilización 37
37
II.
11. EL ORIGEN DEL INDIVIDUO
REPRIMIDO (ONTOGENESIS)
Development
I>ndopment and Problems of of the Theory of the Instmcts»,
Instmet,». en InternatlOlla/
International
ro
lournul of of Psychoanalysis,
P'ychollnlll.\"Iil. vol XXI. 1941.
de
'o"mal
or
C
E.
is
Lu
38 Herberl Marcuse
Herbert
,s (2)
(2) Más l/l/á
Mú.1 allád"IIJf/l1(/pW
del primipiodelplm<'r. p <;1.
del ¡timer, p SI.
de
or
C
E.
is
Lu
Eros yy civilización
Eros civilización 39
39
la sexualidad infantil
infantil y de las ilimitadas zonas erógenas del
cuerpo anticipa el subsecuente reconocimiento de los com-
autopreservación y
ponentes libidinales de los intintos de autopreservación
re interpretación final de la sexuali-
prepara el terreno a la reinterpretación
dad en términos del instinto de la vida (Eros).
formulación final de la teoría de los instintos, los
En la formulación
Instintos de autopreservación
instintos autopreservación --el —el protegido santuario del
mdividuo y su justificación
individuo justificación en la «lucha por la existencia)>--
existencia»—
son disueltos: su labor se inscribe ahora dentro de la de los
,on
instintos sexuales genéricos, o en tanto que la autopreserva-
autopreserva-
ción se logra a través de la agresión socialmente útil, como
la labor de los instintos destructivos. Eros y el instinto de la
muerte son ahora los dos instintos básicos. Pero es muy im-
introducir los dos componentes,
portante advertir que, al introducir
Freud subraya una y otra vez la naturaleza
naturaleza común de los
In~tintos, anterior a su diferenciación. El suceso sorpren-
instintos, sorpren-1 I
dente y perturbador
perturbador es el descubrimiento de la fundamental
fundamental
tendencia regresiva o «conservadora» de toda la vida instin-
tiva.
tlya. Freud no puede evitar la sospecha de que él ha llegado
a un «atributo universal de los instintos y quizá de la vida
orgánica en general»,
gencral», inadvertido hasta entonces, esto es,
«una compulsión inherente a la vida orgánica que tiende a
restaurar
re,taurar un estado
e,tado anterior de cosas que la entidad
entidad viviente
ha sido obligada
ohligada a abandonar
abandonar bajo bajo la presión de fuerzas
fuerzas ex-
lernas
lerna~ y perturbadoras» —una especie de «elasticidad
perturbadoras» -una «elasticidad orgá-
nica»
I11ca" o "inercia
«inercia inherente a la vida orgánica»—
orgánica»-- (3). Este
será el contenido último o la sustancia de aquellos «procesos
,crá
primarios»
primario~» que FreudFreud reconoció desde el principio, ope-
lando
I,mdo en el inconsciente.
incon~ciente. Primero fueron
fueron designados como
el impulso hacia «el libre
lihre flujo
flujo de las cantidades de excita-
ción»
ción» provocado por el impacto de la realidad exteriorexterior en el
organismo
nrgani,mo (4); el flujo enteramente
enteramente libre sería la completa
gratificación. Ahora, veinte años después, Freud Freud empieza
con esta suposición:
e~ta ,uposición:
(1) ¡hld.
C!) Ibid . p 47 Ver también Nueva\ aporlaciones
tambIén Nuevas psicoanáltsis, pp.'
apor/auones al psicoanálisis, pp.'
B.
, '')·146.
ro
(4) La
La interpretación lo~ sueños,
lIl/erpre/aclÓlI de los sueño~. p. 534
de
or
C
E.
is
Lu
40 Herbar Marcase
Herbert Marcuse
Io~ eslucrzos
....los c~llIerzo~ por reducir, por conservar
con~crvar constante
c()n~tante o por elimi-
tCIl~ióll interna debida a los
llar la tensión
nar lo~ estímulos
e~tímulo~ (el «Principio de
Nirvana'»...)
NIrvana" ... ) .. . encuentran cxprc~iún en el principio del placer; y
cncuentran expresión
el reconocimiento de este e~te hecho es
e~ una de nuestras
nue~tras más
má~ fuerte,
fuertes
razones
raLOnc~ para creer en la existencia
cxi,tcncia de
dc instintos
in,tint()~ de
dc la muerte (H).
(8).
I-.{ Yo
(7) h.l Yo y el Ello. p. 66.
ro
(K)
(ti) Má\ allá del principio placer. p. 76.
princIpio del placer,
de
or
C
E.
is
Lu
civilización
Eros y civilización 41
m
(lJ) El Yo \ el Ello. p. 66.
(10)
utn M'ÍI alia
.VÍ(H alla del prmdpio placer. pp. 52·53.
prrnciplO del placer, 52-53.
II IJIJ)) Esquema
Esquema del psicoanálisis,
pSlcoallá/¡sis. p. 20
(I1J~)
2) .Vííis allá del principio
Más "lIá placer. p. 53.
prllldplO del placer,
(J 1)
IH) Ibid.
Ihid.
It lI~)
4) Ihid..
Ibld .. p. 80.
8\1.
B.
( J")
(IM Ibul .. pp. 50·5
Ihid.. J.
50-51.
ro
(Ilh)
Kl) El Yo y el Ello. p. 88. S8. El malestar 1U2.
cultura. p. 102.
males/ar en la cultura,
de
or
C
E.
is
Lu
42 Herbert Marcuse
Herbert Marcuse
B.lmng. "The
I:dw..rd liibring,
(17) fcdw.ird Ikvclopmenl ,ind
-The Dcvclisprnenl I'mhlem\ »f
,,"d Priiblcms oi Ihc
Ihe 1eory
Tcury ofof
the
thc Inslincls»,
In"tll1Cl ... ", tin
[oc til ltl Ver lambicn
t(lmhlén llcín/
IlclOl lliirlm;inn, (c('ommcnh on the P..,y-
Itlrtmann. «CDnimenls l'sy-
choan.ilylic Theory (»I
chodn.llytlC 1heory 01 lnstinelu<)l Dnvc,,,, en l^svihounufylti
In,tmetu.11 Orives», Quarícríy, volú-
P,y,h(}{malyll< Quartcr/v. volu-
men XVII. n ".., lJ.. I'llJ4X
mcn XVII, MX
B.
(IX) Mus
(18) M", "11,,alia íti't pnmipio dí'l
dellJf1/1<1IJ/o del pltucr. p 73
pl(/('r. \i
ro
(19)
(1'1) U /,/ Yo V v ('1el Ulo,
l.lti). Pp 66
6()
de
or
C
E.
is
Lu
hros
/:ros yy civilización
civilización 43
43
'211) Fenichel.
Olí) Fcmchcl. "Zur Kntlk des
«Zur Kritik de, Todeslricbes».
Todc.tncbe, ... en Imago,
[mago. volumen XXI.
1') \, P 4óJ
B.
til) TIJe
(21) The Piychoíinahtic Theon ofofNeuroSIS.
P'VellO<lnllhuf Tlleon Neurosis,Nuc\a
NuevaYork.
York.W.W.WWNorlan.
Norton.
ro
I'MS
I'll' p 59
de
or
C
E.
is
Lu
44
44 lIerbertAlarcuse
Herbert Marcuse
ducto» del id. En relación con el id, los procesos del ego
ducto»
permanecen como procesos
permanecen secundarios. Nada aclara mejor
procesos secundarios.
funciones dependientes del ego que la primera formula-
las funciones formula-
ción de Freud en el sentido de que todo pensamiento «es
gratificación ... a la
meramente un rodeo del recuerdo de la gratificación...
idéntica catexis de la misma memoria, a la que se debe lle-
gar una vez más mús pp.f experiencias mo-
ppt el camino de las experiencias
tora~» (26).
toras» (2ó). El recuerdo de la gratificación
gratificación está en el origen
recuperar la gratifica-
de todo pensamiento, y el impulso de recuperar gratifica-
ción pasada es el poder impulsor oculto detrás del proceso
del pensamiento. Debido a que el principio de la realidad
hace de este proceso una interminable serie de «rodeos», el
ego experimenta
experimenta la realidad como predominantemente
predominantemente hos-
predominantemente de «defensa».
til, y la actitud del ego es predominantemente
Pero, por otro lado, puesto que la realidad, a través de
gratificación (aunque sólo una grati-
estos rodeos, provee la gratificación
ficación «modificada»), el ego tiene que rechazar aquellos
fueran gratificados, destruirían su vida. La
impulsos que, si fueran
defensa del ego es, así, una lucha con dos frentes.
defensa frentes.
desar!ollo del ego se levanta otra «enti-
En el curso del desarrollo
dad» mental: el superego.
dad» superego. Este se origina en la larga depen-
infante a sus padres: la influencia
dencia del infante influencia paternal perma-
nece en el centro del superego. Subsecuentemente, cierto
número de influjos
niimero influjos sociales y culturales son asimilados por
el superego, hasta que éste se afirmaafirma como el poderoso re-
establecida y «lo
presentante de la moral establecida <do que la gente llama
las cosas 'mas importantes' en e'n la vida humana». Ahora, las
restricciones externas que, primero los padres y luego otros
cuerpos sociales, han impuesto sobre ei el individuo son «in-
troyectadas» en el ego y llegan a ser su «conciencia»: de ahí
troyectadas»
en adelante, el sentido de culpa -la —la necesidad de ser casti-
generada por las transgresiones
gado generada transgresiones o por por el deseo de
transgredir estas restricciones (especialmente en la situación
edipiana)-- atraviesa la vida mental. «Como regla, el ego
edipiana)—
desarrolla represiones al servicio y por mandato de su supe-
rego»
rego» (27). Sin embargo, las represiones llegan a ser pronto
(26) La inierprelacióii
interpretación de los sueños, p, 535.
suelios. p. 535, En el desarrollo
de,arrollo posterior
po,terior del
psicoanáJi~js, el papel
psicoanálisis, pape) del cgo con~idcrado como más
ego se ha considerado má't «positivo»,
",ubrayándosc ~u~ funciones
subrayándose sus funcionc~ «sinlclicas» «intcgradoras)~. Sobre
«sintéticas» ce «integradoras». Sohrc el significado
significado
B.
Ello, p,
(27) El Yo y el Ello. 75,
p. 75.
de
or
C
E.
is
Lu
46 lIerbert A1arcuse
Herbert Marcuse
conceptos freudianos
freudianos contiene, así, los elementos de su
ro
opuesto: su su sustancia
sustancia histórica debe ser ser recapturada, peropero
de
or
C
E.
is
Lu
48 Herberr Marcuse
Herbert Marcuse
*.. Surplus-Rcprc"~lOn
Surplus-Rcprcsbion
ro
•• Performance
** Perform,mcc principie
pnnclplc (N del T )
de
or
C
E.
is
Lu
civilización
Eros y civilización 49
,'-
Sin embargo, este argumento, que aparece mucho en la
metapsicología
metapsicología de Freud, es e~ falaz en tanto que se ~e aplica al
hecho bruto de la escasez, cuando en realidad es consecuen-
hecho
cia de una organización
organización específica
específica de la escasez, y de una
exi~tencial específica,
actitud existencial específica, reforzada
reforzada por estae~ta organiza-
ción. e~casez prevaleciente ha sido
ción, La escasez ~ido organizada, a través'
través-
de la civilización (aunque de muy diferentesdifcrentes maneras), de
tal modo que no ha sido ~ido distribuida
distribuida colectivamente
colectivamente de
nece~idades individuales, ni la obtención de
acuerdo con las necesidades
bienes ha sido
~Ido organizada
orgamzada para satisfacer
satisfacer mejor
mejor las necesi-
dade~ que se desarrollan en el individuo.
dades individuo, En lugar de esto,
la distribución
distribución de la escasez, lo mismo que el esfuerzo esfuerzo por
superarla
~uperarla (la forma de trabajo), ha sido impuesta impuesta sobre los
individuos -primero
—primero por medio de la mera violencia, subse-
cuentemente
cuente mente por una utilización del poder más racional-, racional—.
Sin embargo, sin que importe cuan
Sm cuán útil haya sido para el
progreso
progre~o del conjunto,
conjunto, estaesta racionalización permaneció
racionalización permaneció
como la razón de la dominación, y la conquista gradual de
la escasez estaba inextricablemente
inextricablemente unida con el interés de
la dominación y conformada
conformada por él. éL La dominación difiere
difiere
del ejercicio racional de la autoridad. El último, que es in-
herente a toda división social del trabajo, se deriva del co-
nocimiento y está confinado
confinado a la administración
administración de funciones
funciones
y arreglos necesarios para el desarrollo del conjunto. En
contraste, la dominación
dominaCIón es ejercida
ejercida por un grupo o un indi-
viduo particular
particular para sostenerse y afirmarse
afirmarse a sí mismo en
una posición
po~ición privilegiada. Esta dominación
dominación no excluye el
progreso técnico, material e intelectual, pero sólo lo concibe
como un producto inevitable de las circunstancias, mientras
busca preservar
preservar la escasez, la necesidad y la restricción irra·irra-
cionales.
cionales,
orientada
orientada por el consumo individual o por la ganancia; al
ro
(31) Sobre
SoíyreWltluiuidegradac/ólI general
degradación de lade\"Ida
general eróllca.
la vida C. P..C.IV.215.
erótica. P.. IV. 215.
(32) Ernest
Ernesl Schachtel.
Schachlc1 ...«On
On Memory and Childhood Amnesia»,Amnesia». loc. cit..
loe. cit..
B.
p. 24,
p.24.
ro
(34)
(.34) El male.ltar en
f,7mafa^M^ ell ¡a
la íuliura,
cultura. p. 74.
de
or
C
E.
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Lu
civilización
Eros y civilización 53
cuantitativa de
tativa y cuantitativa dc la !>cxualidad: unificación de los
sexualidad: la unificación
instintos parciales y su subyuga¡;ión función procrea
subyugación a la función ti va
procreativa
altera la naturaleza misma de la !>exualidad:
sexualidad: de un «princi-
pio» autónomo que gobierna todo el organismo es conver-
función temporaria
tida en una función temporaria especializada, en un medio
en lugar de un fin. Dentro de dc los términos en que el princi-
pio del placer gobierna los instintos sexuale!>
sexuales «sin organizan>,
organizar»,
reproducción es meramente un «producto casual». El con-
la reproducción
tenido primario de la sexualidad es la «función
«función de ootener
obtener
placer de las zonas del cuerpo»; esta función sólo «subse-
cuentemente es puesta al servicio de la reproducción»
cuentemente reproducción» (35).
Freud subraya una y otra vez que sin su organización
organización para
tal servicio, la sexualidad
sexualidad impediría todas las relaciones no
sexuales y por tanto todas las relaciones sociales civilizadas
-inclusive en el nivel de la genitalidad
—inclusive genitalidad heterosexual ma-
dura:
...El
... El conflicto entre la civilización y la sexualidad es provocado
por la circunstancia de que el amor sexual es una relación entre
dos
do~ personas, en las que una tercera sólo puede ser ~er superflua
superflua o
perturbadora,
perturhadora, y en cambio
camhio la civilización está fundada en las re-
laciones entre grupos de personas más vastos. Cuando una rela-
ción amorosa está en su máxima altura no deja espacio para nin-
gún otro interés en el mundo de alrededor; la pareja de amantes
es suficiente en sí misma, ni siquiera
~iquiera necesita al niño que tengan
en común para ser ~er felices (36).
Es innegable
innegahle que el ejercicio de esta función no siempre trae
ventajas al individuo,
Individuo, como lo hacen sus otras actividades, sino
que por el gusto de un grado de placer excepcionalmente alto,
él se ve envuelto por esta función en peligros que exponen su
vida y muy a menudo se la exigen (37).
flicto
flicto con la civilización la definición de Eros como el es-
fuerzo «para combinar sustancias orgánicas dentro de más
largas unidades» (38). para «establecer unidades cada vez
más grandes y preservarlas así -en ^ e n una palabra, «reu-
nidas»—?
nirlas>>------? (39). ¿Cómo puede la sexualidad llegar a ser el
probable «sustituto» del «instinto hacia la perfección» (40),
el poder que «mantiene unido todo en el mundo»? (41).
¿Cómo puede unirse la noción del carácter asocial de la
sexualidad con la «suposición de que las relaciones amorosas
(o para usar una expresión más neutral, los lazos emocio-
nales) también constituyen la esencia de la voluntad de aso-
ciarse»? (42). La contradicción aparente no se resuelve atri-
buyendo las connotaciones
connotacione~ explosivas al primer concepto de
sexualidad y las constructivas a Eros -porque —porque este último
incluye a ambas—.
ambas-o En El malestar
malestar en
en la
la cultura,
cultura, inmediata-
mente después del pasaje, citado antes, Freud une los dos do~
aspectos. «En ningún otro caso Eros revela el centro de su ~u
ser, su propósito de hacer uno a partir de muchos; pero
cuando lo ha alcanzado del modo proverbial, a través del
amor de dos do~ seres humanos, no desea ir más allá.» Ni tam-
poco puede eliminarse la contradicción localizando la fuerza
cultural constructiva de Eros sólo en las formas sublimadas
de sexualidad: de acuerdo con Freud, el impulso hacia uni-
dades cada vez mayores pertenece a la naturaleza biológica
orgánica de Eros Ero~ mismo.
mi~mo.
A esta altura de nuestra interpretación, antes que tratar
de reconciliar los dos do~ aspectos
a~pecto~ contradictorios de la sexuali-
~exuali
dad, sugerimos que ellos reflejanreflejan la irreconciliada tensión
ten\ión in-
terior en la teoría de Freud; contra esta c~ta noción del conflicto
«biológico» inevitable entre el principio del placer y el prin-
cipio de la realidad, entre la sexualidad y la civilización, mi-
lita la idea del unificante y gratificador
gratificador poder de Eros, enca-
denado y consumido en una civilización enferma. Esta idea
implicaría que el Eros libre libre no impide la existencia de rela-
ciones sociales civilizadas
civilizada~ duraderas; que repele sólo la orga-
nización sobre-represiva de relaciones sociales bajo un prin-
(38)
(3M) \fá\
Má.\ allá del principio
prme/plO (íel plUler. rp .'57.
del placer, >7.
(39) del p\lwanáll\/\. rp 20
bqul'ma ílelpsunanálisi',.
esquema
(40) Má\ allá ílel
Más delprll/<lp/O del placer, rp 57.
pniuipio ítel
B.
(42) lhu!'
Ihid.
de
or
C
E.
is
Lu
Eros
Eros yy civilización
civilización 55
55
cipio que es la negación del principio del placer. Freud se„ se~
permitió a sí mismo la imagen de una civilización que con- con^
sistiera en parejas
parejas de individuos «libidinalmente
«libidinalmente satisfechos
satisfechos
en el otro, y ligados a todos los demás por el trabajo trabajo y los
intereses comunes» (43). Pero agrega que un nivel tan «de-
seable» no existe y nunca ha existido; que la cultura «exige
una pesada tasa de libido voluntariamente
voluntariamente inhibida, y que
las pesadas restricciones sobre la vida sexual son inevita-
Encuentra la razón del «antagonismo contra la sexua-
bles». Encuentra
lidad» de la cultura en los instintos agresivos profundamente
profundamente
unidos a la sexualidad, que tratan una y otra vez de destruir
la civilización y obligan a la cultura «a llamar a todo posible
refuerzo»
refuerzo» contra ellos. «De ahí el sistema de métodos por
medio de ¡os los cuales la humanidad
humanidad debe ser llevada a las
identificaciones
identificaciones y las relaciones amorosas inhibidas con un
propósito; de ahí las restricciones de la vida sexual>, sexual» (44).
Pero, nuevamente, Freud demuestra
demuestra que este sistema repre-
sivo no resuelve realmente el conflicto. La civilización se
sumerge en una dialéctica destructiva: las perpetuas restric-
ciones de Eros debilitan finalmente
finalmente los instintos de la vida y
así fortalecen
fortalecen y liberan a las mismas fuerzas contra las que
fueron
fueron llamadas a luchar -las—las fuerzas de la destrucción-o
destrucción—.
Esta dialéctica, que constituye el centro todavía inexplorado
e inclusive convertido en tabú de la metapsicología de Freud
será explorada más adelante; ahora, usaremos la concepción
antagónica de Eros de Freud para dilucidar las formas de re-
presión específicamente históricas
presión específicamente históricas impuestas
impuestas por el principio
por el principio
de la realidad establecido.
introducir el término represión
Al introducir represión excedente
excedente hemos enfo-
cado la discusión en las instituciones y relaciones que consti-
tuyen el «cuerpo» social del principio de la realidad. Este no
sólo representa
representa las diversas manifestaciones
manifestaciones externas de un
único e inalterable principio de la realidad, sino que trans-
forman el principio de la realidad en sí mismo. Consecuen-
temente, en nuestro intento de elucidar la magnitud y los lí-
represión pprevaleciente
mites de la represión r e v a l e c i e n t e en la civilización
civilización
contemporánea, tendremos que describirla en términos espe-
(44) El
El malestar cultura, pp. 86-87.
malestar en la cultura,
de
or
C
E.
is
Lu
56 Herbert Marcuse
Marcuse
cer,
cer. contra su distribución en pequeñas dosis separadas. Una
ro
discutida
discutIda más adelante.
ro
(48) lntroduedón
(41\) illpsuoíinálisn,
IlIIrodllcUól/ 111 P 282.
pll((J{[/[áli\ll. p 21\2.
de
or
C
E.
is
Lu
60
60 Herbert Marcu.\e
Herbert Marcuse
(.51)
(51) IJ>\
(.(JI íias
dOI ¡tniuí¡>to\
I'rtf'U/I/OI (U'í ¡)\íquu<>,e C.1'../^.IVIVrppp 16·17.
Mtivdcr p,í"""o.
del IIleeder (6-t7.
ro
(52) R:mk.
H;lI1k. .SciiiiililM iintl Schiililfti'/iihl.
Sl'Xlllllillillll/d Sehll/tll'l'fllil/. pp. 14-15.
de
or
C
E.
is
Lu
civilización
Eros y civilización 61
exi~tcncia hu-
Instinto de la muerte, precaria inclusive en la existencia
instinto
condicione~ más allá
mana normal, parece separarse en esas condiciones
del punto de peligro, Y la separación de la fusión fu~ión hace ma-
nifiesto el componente erótico del instinto de la muerte y el
componente fatal en el instinto
componente in~tinto sexual. Las perversione~
perversiones
sugieren
\ugieren la identidad
identidad última de Eros y el instinto imtinto de la
muerte, o la sumisión de Eros al instinto de la muerte. muerte, La
tarea cultural (¿la vital'1) de la libido -o
(¡,la tarea vital?) —o sea,
sea. hacer el
"instinto inofen~ivo>>-- (33)
«instinto destructivo inofensivo»— (53) llega a ser aquí to-
talmente inútil: el impulso instintivo, en busca de una última
e integral ~ati~facción,
satisfacción, regresa del principio del placer al
principio del Nirvana. La civilización ha reconocido y san-
e~te surpremo
ci(mado este
cionado ~urpremo peligro: admira la convergencia
convergencia del
instinto
Instinto de la muerte yv Eros Ero~ en las creaciones altamente
,ublimada~ (y monogámicas)
sublimadas monogáñlica~) de la Liebestod,
Liebestod, y en cambio
expre~ione~ menos completas, pero más rea-
proscribe las expresiones
listas de Eros como un fin en sí mismo.%
mismo .•
organización social del instinto de la muerte
No existe una organización
profundidad en la que el ins-
paralela a la de Eros: la misma profundidad
tinto opera lo protege de tal organización sistemática y me-
tódica: sólo algunas de sus manifestaciones
manifestaciones derivadas son
susceptibles de ser controladas. Como un componente de la
gratificación sadomasoquista, cae dentro de los estrictos ta-
gratificación
embargo. el progreso total
búes sobre las perversiones. Sin embargo,
de la civilización es hecho posible sólo mediante la transfor-transfor-
mación y utilización del instinto de la muerte y sus deri-
destructividad original del ego al
vados. La desviación de la destructividad
mundo exterior alimenta el progreso técnico, té~nico, y el uso del
instinto de la muerte para la formación
formación del superego logra la
~umisión punitiva del ego del placer al principio de la reali-
sumisión
dad y asegura la moral civilizada. En esta transformación,
transformación, el
instinto de la muerte es puesto al servicio de Eros; los im-
agre~ivos proveen energía para la continua alteración,
pulsos agresivos
dominio y explotación de la naturaleza para el provecho de
la humanidad,
humanidad. Al atacar, dividir,dividir. cambiar,
cambiar. pulverizar
pulverizar las
cosas y los animales (y, periódicamente, también a los hom-
bre~). el hombre extiende su dominación sobre el mundo y
bres), v
avanza a niveles aún más ricos de civilización. Pero la civili- civil[-
zación
¿ación conserva la marca de su mortal componente:
B.
ro
(53)
(.^3) Frcud. El problema
Freud. problema económico
económico del míisoquismo,
masoquismo. C. P.,
P.. II. 260
de
or
C
E.
is
Lu
62
62 lIerbert Alarcuse
Herbert Marcuse
...nos
... nos vemos casi obligados a aceptar la horrible hipótesis de
que en la misma estructura y sustancia de todos los esfuerzos
humanos constructivos y sociales está envuelto el principio de la
muerte, que no hay impulsos progresivos sin límites de fatiga,
que en el intelecto no puede proveer ninguna defensa perma-
nente contra un vigoroso barbarismo (54).
La destructividad socialmente canalizada revela una y otra
vez su origen en un impulso que vence toda utilización. De-
trás de los múltiples motivos racionales y racionalizados a
favor de la guerra contra naciones y grupos enemigos, a fa-
vor de la destructiva conquista del tiempo, el espacio y el
hombre, el mortal compañero de Eros se manifiesta
manifiesta en la
persistente aprobación y participación de las víctimas (55).
«En la construcción de la personalidad el instinto de des-
trucción se manifiesta
manifiesta a sí mismo con mayor claridad en la
formación del superego» (56). Con toda seguridad, por su
papel defensivo contra los impulsos «irrealistas» del id, por
su función en la duradera conquista del complejo de Edipo,
el superego construye y protege la unidad del ego, asegura
su desarrolo bajo el principio de la realidad y trabaja
trabaja así al
servicio de Eros. Sin embargo, el superego consigue estos
objetivos dirigiendo al ego contra su id, volviendo una parte
de los impulsos destructivos contra una parte de la persona-
lidad" ^^«aividiendo» la
lidair -=-«divldiendo» la unidad de
de la personalidad como
como to-
to-
talidad mediante la destrucción—;
destrucción-; así, trabaja
trabaja al servicio del
antagonista del instinto de la vida. La destructividad inte-
riormente dirigida, sin embargo, constituye el centro moral
de la personalidad madura. La conciencia, la más apreciada
institución moral del individuo civilizado, sale a la luz atra-
vesada por el instinto de la muerte; el imperativo categó-
rico, que el superego refuerza, permanece como un impera-
tivo de autodestrucción,
autodestrucción, al tiempo que construye la la
existencia social de la personalidad. La obra de la represión
pertenece tanto al instinto de la muerte como al de la vida.
Normalmente su fusión es saludable, pero la prolongada se-
¿Por qué
(55) Ver Freud. ¿Por quélalaguerra? P, PV,,V,
guerra?C.C. 273273
ss. ss.
ro
...liberación
... Iiberación dcde los
ios instintos agresivos en el el ~uperego.
superego, su
su lucha
contra la la libido e~tá
está cxpue~ta
expuesta a loslos peligros del
del maltratado y la
muerte. Al Al ~ufrir
sufrir baJO
bajo los
los ataques del
del superego.
superego, oo quizá inclu-
ellos, el
sive sucumbir a ellos. el ego
ego se
se enfrenta
enfrenta a unun destino semejante
semejante
de los
al de los protozoarios que que son
son destruidos por los los productos de
desintegración que que ellos mismos hanhan creado (59).
(59).
(57) El Yo V l' el
el Ello.
Ello. pp.
pp. 79.
79.80
80
B.
(58) Ibid..
Ibld .. pp. 77.79.
n.19.
ro
(59) Ibid..
[bid .. p. 84.
84.
de
or
C
E.
is
Lu