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UNIVERSIDAD DEL SALVADOR

PROGRAMA DE DOCTORADO EN HISTORIA

Memoria, ensayo e historia en Lucio Mansilla

J. Ramiro Podetti
(Ingreso al programa: Marzo 2008
Entrega monografía: 7 de diciembre de 2009)

Seminario “Las Letras y las Armas”


Curso 2008
Docente: Prof. Dr. Miguel Ángel De Marco
La cuestión de las fronteras es la primera cuestión de todas,
hablamos incesantemente de ella aunque no la nombremos.
Es el principio y el fin, el alfa y el omega.
Nicolás Avellaneda1

1. Introducción

1.1 Definición de propósitos

De acuerdo al objetivo propuesto para el seminario –el estudio del género memorístico
como recurso historiográfico, sus posibilidades y sus riesgos, y aplicado en especial a
hombres de armas- el trabajo se propone analizar un aspecto de la obra memorística del
General Lucio Victorio Mansilla, aquella ligada a la situación de las fronteras interiores
de la República hacia 1870. La precisión es necesaria habida cuenta de la amplitud de la
obra autobiográfica de Mansilla, que abarca también otros momentos y circunstancias,
tales como Retratos y recuerdos (1894), referido a sus años en la ciudad de Paraná; De
Adén a Suez (1855) y Recuerdos de Egipto (1863), que se ocupan de su largo viaje
juvenil, o Mis memorias. Infancia. Adolescencia (1904), que recuperan sus primeros
años.

Más allá de su actividad militar, política, diplomática y periodística, Mansilla fue un


prolífico escritor, con varios opúsculos sobre temas militares, breves ensayos políticos e
incluso dos obras de teatro, pero lo principal de toda su obra, no solo por la calidad
literaria sino por su extensión, es la producción autobiográfica.2 A los efectos del
presente trabajo, pues, el objeto de análisis será Una excursión a los indios ranqueles
(1870). Se tomarán en cuenta en primer lugar los propósitos de la obra, tal como son
explicitados por el propio autor; en segundo lugar su estructura; luego los principales
asuntos tratados, y finalmente se la confrontará con dos obras de asunto similar y
cronológicamente próximas: las memorias de Santiago Avendaño3 y el relato y estudio

1
En carta al Cnl. Álvaro Barros. BARROS (1975), p. 137.
2
Se ha juzgado que Entre-nos “resulta una experiencia única en la literatura argentina de genuino
confesionalismo”. AIRA, C.: Diccionario de Autores Latinoamericanos. Buenos Aires, Emecé, p. 339.
3
Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño, recopilación del P. Meinrado Hux. Buenos Aires, Elefante
Blanco, 2004.

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de los malones que asolaron el sur de Córdoba entre 1864 y 1866, con amplias
referencias documentales, incluido en la investigación del Dr. P. Juan Guillermo
Durán.4

1. 2 Contexto histórico de la obra

El tratado con los ranqueles, como el conjunto de acciones llevadas a cabo por Mansilla
durante el breve período de su subcomandancia, acontece en los prolegómenos de la
etapa final de la ocupación del territorio pampeano y patagónico, hasta entonces en gran
parte bajo jurisdicción nominal argentina pero controlado por tribus indias. Tal etapa
final puede considerarse obra de la presidencia de Nicolás Avellaneda, ejecutada por sus
ministros de Guerra, Adolfo Alsina y Julio A. Roca, cuya expedición (1879-1880),
resultó definitoria para la ocupación efectiva de los territorios pampeanos y patagónicos.

Acerca de las razones que llevaron a acometer esta tarea en un período relativamente
breve, después de décadas, e incluso siglos –y teniendo en cuenta que el objetivo de
extender la frontera hasta el río Negro, por ejemplo, ya había sido la meta de la campaña
de 1833- ha tenido distintas interpretaciones. Roberto Cortés Conde encuentra una
razón económica cuantificable, y es la necesidad de tierras para la expansión ganadera.5
Hay otras opiniones coincidentes,6 atribuyéndole siempre no un carácter excluyente,
sino una importancia mayor que las restantes causas.

4
DURÁN, Juan Guillermo (1998): El Padre José María Salvaire y la familia Lazos de Villa Nueva. Un
episodio de cautivos en Leubucó y Salinas Grandes. En los orígenes de la basílica de Luján (1866-1875).
Buenos Aires, Paulinas-Universidad Católica Argentina.
5
CORTÉS CONDE, R. (1979), p. 57. Después de advertir que la ocupación territorial argentina a partir de
1880 no se debió a presión demográfica o a reclamos de tierras por campesinos, el autor reconoce otras
dos hipótesis (la pretensión chilena sobre la Patagonia y la constante sangría de ganado hacia Chile) pero
le da preferencia a las cifras de crecimiento de los rodeos en las décadas anteriores a 1880. También
acepta que la especulación sobre tierras haya operado, pero relativiza su impacto. No trata de dar una
razón excluyente, sino de ordenar la importancia de todas de distinto modo, pero hay cierta
incompatibilidad entre la exigencia ganadera de tierras y las pérdidas anuales por obra de los malones,
que Álvaro Barros estimó por entonces en 200.000 cabezas. Cabe aclarar que las cifras en que se basa
Cortés Conde son principalmente de ganado ovino.
6
Ver por ejemplo LEWIS, C. (1980), p. 470.

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Ahora bien, las fuentes son coincidentes en señalar que la década entre 1865 y 1875, es
decir, el momento inmediatamente anterior, marcó el cenit de las penetraciones indias
(Lewis, p. 470). Se trata de la culminación del período que un autor ha llamado de los
“grandes cacicazgos” pampeanos (Martínez Sarasola, 1992), desarrollado a partir de la
llegada del cacique araucano chileno Calfucurá a la pampa (1834), coincidente con el
predominio araucano sobre los tehuelches y otras tribus pampeanas (pehuenches,
ranqueles y vorogas, también de origen araucano, pero instaladas en la pampa con
anterioridad a la llegada de Calfucurá). En particular, el período 1850-1870 puede
considerarse el de mayor poderío indígena, con una serie continua de ataques en toda la
línea de la frontera.

La división del Estado de Buenos Aires y los conflictos consecuentes con el gobierno de
Paraná, dificultaron por una década la articulación no solo de un frente único a lo largo
de la frontera, sino sobre todo de una única política, ya que las tribus indias operaban en
conexión con las disidencias civiles. La Guerra del Paraguay y las rebeliones en La
Rioja y Entre Ríos con conexiones en otras provincias, influyeron también en que a
partir de 1865 el gasto militar no pudiera incrementarse en la medida suficiente como
para contrarrestar el desafío indígena. De este modo, frente a las incursiones crecientes
sobre la frontera solo tendió a continuarse con la política de los tratados, aplicada
regularmente desde la campaña de 1833. Las crecientes demandas de un cambio de
política sólo obtuvieron por entonces una respuesta legislativa: en 1867 el Congreso
sancionó la Ley Nº 215 sobre la ocupación de la frontera hasta el río Negro, que
obligaba a la Nación a tales efectos una vez concluida la Guerra del Paraguay.

En este momento, caracterizado como el apogeo de las incursiones indígenas, en 1869,


Lucio Mansilla, por entonces Coronel del Ejército Nacional, fue destinado como
segundo comandante del sector centro oeste de la frontera, con sede en la ciudad de Río
Cuarto.7 Al asumir la cartera de Guerra y Marina del presidente Sarmiento, el coronel
Martín Gainza había fijado nuevos objetivos en las relaciones con los indígenas
pampeanos: en lo que atañe al sector centro oeste, había en primer lugar que trasladar
desde el río Cuarto al río Quinto la línea de la frontera sur y sudoeste de Córdoba.

7
No acorde a sus expectativas de integrar el gabinete de Sarmiento, de quien se consideraba promotor
fundamental de su candidatura desde el Ejército Nacional en operaciones, en el frente del Paraguay.

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Mansilla cumplió esta misión en mayo de 1869, fundando los fuertes Pringles,
Sarmiento, Necochea y otros intermedios. Poco después, junto a fuerzas de la frontera
sur de Santa Fe, extendió la línea, en el límite de Córdoba y Santa Fe, hasta Laguna
Amarga.

Pero simultáneamente con estas acciones, debía continuar las negociaciones tal como se
habían llevado hasta entonces, la ya aludida “política de los tratados”. Estos tratados se
reducían a entregar a los indios mercaderías y ganado a cambio de que se mantuvieran
en sus tierras y no atacaran estancias y poblaciones. Un testimonio del carácter y la
inspiración de estos tratados puede apreciarse en el siguiente texto, recogido por Walter
y extraído del Archivo Mitre:

Usando de la autorización de V.E., he regalado a todos los caciques que han


venido, los que se han retirado muy satisfechos y esperan la aprobación de V.E. al
Tratado de Huincal, para hacer los suyos, bajo las mismas bases. Los principales de
ellos son Quitraillán, Saihueque y Reique. No sé si en los regalos que les he hecho,
que ascienden a sesenta y tres mil pesos, me habré excedido de la idea de V. E. al
darme esa autorización; pero puedo asegurarle a V. E. que la conservación de la
paz con estos caciques, que representan una fuerza de dos mil o más indios, nunca
costará menos anualmente que lo que he gastado hoy.8

Estas negociaciones no implicaban verdaderos ceses de hostilidades, entre otras cosas


por la carencia de un poder central en las tribus que pudiera garantizarlo. Por ejemplo,
mientras Mansilla negociaba con los ranqueles, en 1870, Calfucurá atacó con grandes
malones -más de mil indios- a Tres Arroyos y a Bahía Blanca. Poco después, ya retirado
Mansilla de Río Cuarto, nuevas incursiones ranqueles se sucedieron sobre el sur de
Córdoba y San Luis.

Cumpliendo esta segunda parte de sus instrucciones, Mansilla llevó adelante tratativas
con diversos mediadores –en especial el cacique Achauentrú, pero donde jugó un papel
significativo la intérprete ranquel Carmen, luego amiga y comadre de Mansilla-, hasta
alcanzar un tratado con Mariano Rosas, en su carácter de cacique general de los
ranqueles. El tratado fue corregido en persona por el Presidente Sarmiento, según

8
WALTER (1973), p. 318. De la carta del TCnel. J. Murga a Mitre, el 30 de julio de 1863.

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destaca Mansilla en la nota adjunta a su elevación, el 5 de febrero de 1870, y refrendado
por los principales caciques ranqueles. Aparentemente Mansilla no tuvo en cuenta la
necesidad del refrendo legislativo, con las consecuentes demoras, lo que significaba
también retraso en la ejecución del tratado; es decir, de la entrega de yeguas y
mercaderías de acuerdo a lo estipulado, con el riesgo consecuente de que todo se echara
a perder. Mansilla había invitado varias veces a Mariano Rosas a reunirse con él,
convite que fue invariablemente excusado por el cacique, que desde su retorno a la
toldería, tras escapar de su cautiverio en Buenos Aires, nunca más volvió a cruzar la
frontera. En esta situación, Mansilla decidió arriesgar el viaje a la toldería de Mariano
Rosas como una manera de asegurar el tiempo necesario para que el tratado fuera
ratificado por el Congreso y pudiera procederse a entregar lo acordado.

La obra describe entonces el viaje a caballo que realizó, con una comitiva de dieciocho
personas, incluidos dos frailes franciscanos, desde el Fuerte Sarmiento, sobre el río
Quinto, al sur de la actual ciudad de Río Cuarto, hasta la toldería de Mariano Rosas, en
la Laguna de Leubucó, contando alternativas del recorrido y de la estadía. El viaje, de
alrededor de 800 kilómetros entre ida y vuelta, se cumplió entre el 18 de marzo y el 6 de
abril de 1870. A su regreso, y debido al fusilamiento de un desertor, Mansilla fue
relevado de su mando. Alejado de la frontera, las hostilidades con Mariano Rosas
continuaron, llegando a ser desbaratada la toldería de Leubucó en mayo de 1871, por
una expedición de ochocientos soldados al mando del coronel Antonio Baigorria
(sobrino del cacique Baigorria) (Walter, p. 350).

2. Análisis de la obra

2.1 Los propósitos

Mansilla alude a los propósitos de la obra en diversos momentos del relato, ofreciendo
varios motivos, en contextos temáticos distintos y bajo perspectivas diferentes, de modo
que no es sencilla su presentación. Con estas salvedades, podrían resumirse estos
propósitos en estos dos puntos:
1) Tratamiento pormenorizado de la problemática de la frontera interior, que en lo
sustancial se remite a la integración de los indios a la economía, la sociedad y la política

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nacionales; es decir, en definitiva, a la desaparición de esa frontera interior y a la
ocupación y dominio efectivo del conjunto del territorio nacional.
2) Descripción geográfica orientada por el interés económico: productividad de las
tierras, régimen de suelos, aguas y temperaturas; topografía a los efectos de fundación
de ciudades y de creación de caminería y vías ferroviarias.

Tales propósitos de la obra se corresponden en minúscula parte con los cometidos


explícitos de la expedición, que en principio respondía al objetivo de asegurar el éxito
del tratado negociado con los ranqueles. Baste señalar que el parlamento ranquel en
donde se debate el tratado y las conversaciones entre Mansilla y Mariano Rosas sobre el
mismo, ocupan apenas dos capítulos sobre sesenta y ocho –más un epílogo- que tiene la
obra.

En este sentido, los propósitos de la obra se vinculan más bien con las aspiraciones
políticas del autor y con las inquietudes e intereses de un integrante de una antigua
familia de la provincia de Buenos Aires, muy conciente del significado económico,
social y político que tenía superar la frontera interior. También esos propósitos se
revelan muy oportunos, porque es el momento en que el país se plantea, culminadas las
guerras civiles y la Guerra del Paraguay, la definición completa de sus límites y la
colonización íntegra de su territorio. Al explicar a su interlocutor imaginario Santiago
Arcos el establecimiento de la nueva línea de fronteras de Córdoba en el río Quinto,
Mansilla dice clara y simplemente: “Muchos miles de leguas cuadradas se han
conquistado”.9 Y tras elogiar el potencial ganadero de esos campos, añade:
Tengo en borrador el croquis topográfico, levantado por mí, de ese territorio
inmenso, desierto, que convida a la labor, y no tardaré en publicarlo,
ofreciéndoselo con una memoria a la industria rural. [I, 10]

Es decir, el viaje a las tolderías de Mariano Rosas, más allá del juicio acerca de su valor
como estrategia para asegurar el nuevo tratado, se inscribe también en el propósito de
conocer en profundidad el territorio existente más allá de la frontera interior. Así,

9
Todas las citas corresponden a MANSILLA, L. V.: Una excursión a los indios ranqueles. Buenos Aires,
Biblioteca de La Nación, 1907, 2 tomos. En lo sucesivo citado en el texto. En este caso, I, 10.

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afirma: “Más de seis mil leguas he galopado en año y medio para conocerlo y
estudiarlo”.

Ahora bien, este objetivo económico mediato no desconoce ni desmerece un objetivo


militar inmediato, si las circunstancias así lo determinaran –entre otras cosas, por
fracaso de su tratado con los ranqueles, y el eventual fracaso de la “política de los
tratados”:
No hay un arroyo, no hay un manantial, no hay una laguna, no hay un monte, no
hay un médano donde no haya estado personalmente para determinar yo mismo su
posición aproximada y hacerme baqueano, comprendiendo que el primer deber de
un soldado es conocer palmo a palmo el terreno donde algún día ha de tener
necesidad de operar. [I, 10]
La exploración tuvo pues en primer lugar un sentido militar. Así, afirma Mansilla:
“¿Puede haber papel más triste que el de un jefe con responsabilidad, librado a un pobre
paisano, que lo guiará bien, pero que no le sugerirá pensamiento estratégico alguno?”.
Por otra parte, tal exploración resulta necesaria para el establecimiento de la nueva línea
fronteriza y su seguridad:
Siguiendo el juicioso plan de los españoles, yo establecí esta frontera colocando los
fuertes principales en la banda sur del Río Quinto. En una frontera internacional
esto habría sido un error militar, pues los obstáculos deben siempre dejarse a
vanguardia para que el enemigo sea quien los supere primero. Pero en la guerra con
los indios el problema cambia de aspecto, lo que hay que aumentarle a este
enemigo no son los obstáculos para entrar, sino los obstáculos para salir. [I, 11]

Teniendo en cuenta la distinción entre la expedición y su relato, podría concluirse que la


acción del coronel Mansilla al frente de la subcomandancia centro oeste de la frontera
interior, tal como es retratada en Una excursión a los indios ranqueles, supuso 1) una
labor militar, que culminó en la ocupación de varios miles de kilómetros cuadrados y el
establecimiento de una nueva línea fronteriza; 2) una labor diplomática que culminó con
un nuevo tratado con los ranqueles; y 3) una labor preparatoria de la futura colonización
del desierto, a partir de la información pormenorizada del terreno que pudo realizar una
expedición que se internó en el desierto 400 km. Ahora bien, desde el punto de vista del
desarrollo de la obra, como se verá enseguida, la presencia relativa de cada uno de esos
aspectos es por completo disímil.

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2.2 Estructura de la obra

La obra tiene la forma de cartas (una por capítulo) a Santiago Arcos, amigo chileno de
Mansilla, compañero de alguna de sus aventuras viajeras, y residente por entonces en
París.10 El recurso justifica el estilo coloquial, llano y sin pretensiones literarias. Fue
publicado por entregas en La Tribuna; la serie se inició al mes siguiente del regreso de
Mansilla de las tolderías ranquelinas, el 20 de mayo de 1870, y concluyó el 7 de
noviembre. Luego fue editado como libro, mereciendo numerosas ediciones y
traducciones (inglés, francés, alemán e italiano). Una muestra del interés que suscitó
como descripción de territorios no civilizados fue el premio que se le concedió en el II
Congreso que la Unión Internacional de Geografía realizó en París en 1875.11 Tal vez
ello influyó para la temprana traducción de la obra a otros idiomas.

El texto tiene dos tipos de narración: el relato del viaje propiamente dicho y las
reiteradas digresiones del autor sobre muy variados asuntos. El relato, pese a seguir un
ordenamiento temporal determinado por el viaje, incluye tan variados tópicos que
termina primando en la obra el valor descriptivo general (geográfico, incluida la
geografía humana) por sobre el episodio histórico circunstancial que se propone relatar.
Atendiendo a este valor descriptivo, la estructura del libro puede presentarse del
siguiente modo:

I) Relato del viaje o “excursión”


I.1 Alternativas del viaje
a) Etapas cumplidas
b) Desempeño de la expedición (personas y animales)

10
El interlocutor elegido por Mansilla, conocedor de las fronteras interiores en Argentina y Chile, y de
territorios ocupados por tribus indígenas, había publicado en 1860 el opúsculo Cuestión de indios. Las
fronteras y los indios (Buenos Aires, Bernheim), abogando por una ofensiva general contra el poder indio
en la pampa (Nacach y Navarro Floria, 2004), de modo que la obra de Mansilla podría verse no solo
como un diálogo de amigos sino también como un intercambio de enfoques sobre la cuestión.
11
El hecho de que la obra de Mansilla pudiera llamar la atención en este Congreso no es de desdeñar.
Durante sus sesiones, Ferdinand de Lesseps y Armand Reclus presentaron el primer proyecto del Canal
de Panamá, logrando apoyo para la expedición al istmo del año siguiente, promovida por la Sociedad
Civil del Canal Interoceánico y la Sociedad Geográfica Francesa.

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c) Encuentros sucesivos con gauchos, indios y cautivos.
I.2 Relevamiento geográfico
a) Descripciones topográficas (tipo de suelos, alturas, bajos, lagunas, etc.)
b) Descripciones de la flora y fauna
c) Descripciones del clima
I.3 Relevamiento etnográfico
a) La toldería: elementos que la componen, organización, diferencias entre
ellas.
b) Sus personajes: caciques principales, caciques secundarios, capitanejos,
indios del común, indias, chinas, cautivos y cautivas y sus funciones;
“agregados” en general: gauchos, negros, indios gauchos12; y visitantes:
indios de otros toldos, sacerdotes, civiles.
c) Costumbres: la vida dentro del toldo, su disposición física, muebles y
enseres, vestimenta, culinaria, rutinas diarias, faenas del campo y trabajos
dentro de la toldería.
d) Otros aspectos: organización familiar, relaciones de autoridad, propiedad y
comercio, aspectos morales (honor, confianza, traición, vicios, costumbres
amorosas, etc.).
I.4 Conversaciones en torno al Tratado de Paz. El objeto propiamente dicho del
viaje de Mansilla ocupa solo dos capítulos (XVI y XVII de la segunda parte).

II. Digresiones
a) Retratos de personajes populares.
b) Reflexiones políticas y sociales sobre diversos asuntos: el problema del
indio, situación política del país, contraste entre civilización y barbarie, etc.
c) Reflexiones mundanas. Referencias a sus viajes, comparaciones con lugares,
países, costumbres.

El esquema propuesto no se corresponde con secciones o partes del libro, pero se


justifica en función del análisis del texto. Es decir, la obra no se presenta como una

12
En la galería de personajes de la frontera entre el área civilizada y Tierra Adentro, Mansilla incluye al
“indio gaucho”, aludiendo al indio que reniega de la vida en la toldería –por la razón que fuere- y vive
vagabundo en el desierto.

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memoria descriptiva de la frontera o de Tierra Adentro, sino como un relato
autobiográfico, y que en algunos momentos adquiere un fuerte tono confesional.
También por ello el tono general de la obra es digresivo, más allá que se indiquen
especialmente algunas partes como digresiones. Mansilla es conciente de este carácter
del texto: “Si estoy de humor mañana y no te vas fastidiando de las digresiones y no te
urge llegar a Leubucó, te la contaré”.

El tono confesional y digresivo no se ajusta muy bien con el propósito descriptivo, y el


resultado es una cierta tensión permanente entre ambos modos del texto. Pero al autor
protesta en varias ocasiones la veracidad de todo lo que escribe: “Creerán algunos que a
medida que corre la pluma voy fraguando cosas imaginarias, por llenar papel y
aumentar el efecto artificial de estas mal zurcidas cartas. Y sin embargo todo es cierto”
[I, 52]. Pese a esta afirmación, el autor hace de inmediato una defensa de la veracidad
de la imaginación que hace dudar de lo anterior:
Los abismos entre el mundo real y el mundo imaginario no son tan profundos. La
visión puede convertirse en una amable o en una espantosa realidad. Las ideas son
precursoras de hechos. Hay más posibilidad de que lo que yo pienso sea, que
seguridad de que un acontecimiento cualquiera se repita. Las viejas escuelas
filosóficas discurrían al revés. El pasado no prueba nada. Puede servir de ejemplo,
de enseñanza no. [I, 52/53]

Por otra parte, el autor usa a veces técnicas y recursos narrativos más propios de la
ficción que del ensayo. Un ejemplo es cuando juega cruzando los tiempos del relato con
los de lo relatado: “Y como sigue lloviendo y estoy mojado hasta la camisa, me despido
hasta mañana” [I, 81]. Los cuentos, historias y anécdotas intercalados son el eje de la
narración, más que el propio itinerario de la expedición. Por eso uno de los escenarios
frecuentes del relato es el fogón. El fogón es el marco apropiado para el ejercicio de la
memoria y la construcción de relatos populares, y también es apreciado porque
posibilita relaciones humanas espontáneas, liberadas circunstancialmente de las
jerarquías:
Ya lo he dicho: el fogón es la tribuna democrática de nuestro ejército. El fogón
argentino no es como el fogón de otras naciones. Es un fogón especial. [I, 109]

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2.3 Principales asuntos tratados

Si debiera resumirse el variado conjunto de temas y personajes que llenan sus páginas
en solo tópico, el más apropiado sería la frontera. De allí la conveniencia de presidir un
trabajo sobre esta obra con la frase citada de Nicolás Avellaneda. Y el autor justifica la
variedad de asuntos y el desorden del relato en función del objetivo de conocer la
realidad argentina:
Sí, el mundo no se aprende en los libros, se aprende observando, estudiando los
hombres y las costumbres sociales. Yo he aprendido más de mi tierra yendo a los
indios ranqueles, que en diez años de despestañarme, leyendo opúsculos, folletos,
gacetillas, revistas y libros especiales. Oyendo a los paisanos referir sus aventuras,
he sabido cómo se administra justicia, cómo se gobierna, qué piensan nuestros
criollos de nuestros mandatarios y de nuestras leyes. Por eso me detengo más de lo
necesario quizá en relatar ciertas anécdotas, que parecerán cuentos forjados para
alargar estas páginas y entretener al lector. [I, 292]

A los efectos de ofrecer un cuadro sintético del abigarrado conjunto de temas, se


seleccionaron aquellos que por su reiteración y extensión resultan predominantes, y que
permitirán luego extraer algunas conclusiones sobre el valor historiográfico del texto.

Retrato de personajes
El primer asunto que debe señalarse es el retrato de personajes, que cumple un papel
muy significativo en la obra, convirtiéndola en una verdadera “galería de la frontera y
del desierto”. Es uno de los atractivos de la narración, por la vivacidad de los retratos y
los detalles, a veces minuciosos, que se ofrecen. Mansilla atribuye a los retratos
personales un gran valor. Frente a una historia que va a escuchar, reflexiona así:
Tomó la palabra Crisóstomo,13 y dijo: -Mi Coronel, el hombre ha nacido para
trabajar como el buey y padecer toda la vida.
Este introito en labios de un hombre inculto llamó la atención de los interlocutores.
Me acomodé lo mejor que pude en el suelo para escucharle con atención,
convencido de que los dramas reales tienen más mérito que las novelas de la
imaginación. […] La historia de cualquier hombre de esos que nos estorban el
paso, es más complicada e interesante que muchos romances ideales que todos los

13
Criollo que vive en la toldería de Mariano Rosas.

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días leemos con avidez; así como hay más chiste y más gracia circulando en este
momento en el más humilde café, que en esos libros forrados en marroquín dorado,
con que especula el ingenio humano.” [I, 171]
La idea de que la historia de cualquier hombre es más interesante que muchas novelas
podría considerarse como un precepto de la prosa de Mansilla en Una excursión a los
indios ranqueles. La galería incluye a los propios integrantes de la expedición, donde
hay personajes tan singulares como el ranquel Angelito, destacado por Achauentrú junto
a Mansilla, o Francisco Mora, su lenguaraz chileno, mestizo araucano. Dos personajes
relevantes de la expedición son los padres franciscanos Marcos Donati y Moisés
Álvarez, cuya presencia tenía que ver con un aspecto del tratado, el referido a la
educación religiosa de los ranqueles. El espacio que les concedía Mansilla puede
apreciarse en el primer encuentro con Mariano Rosas:
Después que fui saludado, cumplimentado y felicitado, me pidieron permiso para
hacerlo con los franciscanos, que por el hecho de andar a mi lado, de ver mis
atenciones con ellos y, sobre todo, porque llevaban corona, eran reputados mis
segundos en jerarquía”. [I, 229].

Por supuesto está la larga galería de personajes ranqueles, muchos de ellos retratados
con lujo de detalles, físicos y de carácter, desde el propio Mariano Rosas al agresivo
Epumer, o Caniupán, cuyo toldo reluce por el orden y limpieza, o a mujeres como la
china Carmen o la mujer del indio Villarreal y su cuñada, que Mansilla se detiene en
describir:
Una china magnífica, que también ha estado en Buenos Aires; me habló de
Manuelita Rosas; tendrá treinta años. Su hermana tendrá dieciocho, y era soltera.
Ambas vestían con lujo, llevando brazaletes de oro y plata, el colorado pilquén (la
manta), prendida con un hermoso alfiler de plata como de una cuarta de diámetro,
aros en forma de triángulo, muy grandes, y las piernas ceñidas a la altura del tobillo
con anchas ligas de cuentas. La cuñada de Villarreal es muy bonita y vestida con
miriñaque y otras yerbas, sería una morocha como para dar dolor de cabeza a más
de cuatro. [I, 177]
Llama la atención la cantidad de personajes mestizos que pululan en las tolderías, desde
caciques principales a capitanejos o indios del común, como el cacique Ramón, mestizo
que tiene un taller de platería en medio del desierto, o el citado Villarreal, que viste
como “un paisano rico” y al que Mansilla llama “caballero”, o Bustos, cuñado del
cacique Ramón, o Baigorrita, hijo de una cautiva puntana y ahijado del coronel Manuel

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Baigorria, largos años asimilado a los ranqueles, y que tiene un medio hermano,
Caiomuta, que a pesar de ser indio puro no heredó el cacicazgo.

También están los personajes indefinibles, como el singular indio Blanco –del tipo de
los “indios gauchos”-, o Peñaloza –personaje que vive solo en el desierto y de quien no
se sabe si es indio, criollo o mestizo-, o Uchaimañé, un criollo que ha olvidado hasta su
nombre cristiano, o José, el lenguaraz mendocino de Mariano Rosas, de quien afirma
Mansilla: “casado entre los indios, cuyos hábitos y costumbres ha adoptado hasta el
extremo de hacer dudar sea cristiano” [II, 13].

Finalmente los criollos o cristianos que viven en las tolderías, como Crisóstomo, un
simple gaucho, o el Mayor Hilarión Nicolai y el teniente Camargo, oficiales puntanos
refugiados en Tierra Adentro, en su momento integrantes de las fuerzas de Juan Sáa; o
Jorge Macías, antiguo condiscípulo que Mansilla encuentra como cautivo y que
finalmente logra rescatar. Tampoco faltan los visitantes, como el padre Moisés Vicente
Burela, sacerdote dominico que Mansilla encuentra en la toldería.14

Topografía y toponimia
La obra hace una prolija descripción del territorio que atraviesa la expedición, desde el
Fuerte Sarmiento hasta la laguna de Leubucó. Ello incluye los accidentes topográficos -
lagunas, médanos, bajos, montes, etc.- y también las “rutas” del desierto, principales
como el “camino del Cuero” o secundarias, como las sendas que unen distintas
tolderías, pero todas trazadas y afirmadas por el mero tránsito de los caballos, y que
reciben en Tierra Adentro el nombre de “rastrilladas”.

Hay descripciones de detalle, lugar por lugar, y caracterizaciones amplias, que permiten
distinguir grandes espacios, y los sitios que los dividen, como Coli-Mula, desde donde
ya se divisan “los primeros montes de Tierra Adentro” [I, 87]; o Ralicó, donde “los

14
El padre Burela, superior del convento dominico de Mendoza entre 1860 y 1872, suscribió en 1869 un
acuerdo con el gobierno para tratar con los ranqueles y recuperar cautivos, viajando a Leubucó, donde se
encontró con Mansilla. “Dicho encuentro motivó”, sostiene Durán, “meses después, una fuerte polémica
periodística entre ambos, mediante cartas y artículos en La Nación y en La Tribuna, a raíz de la
publicación de Una excursión a los indios ranqueles”. [Durán, 460]. La polémica estaría relacionada con
la afirmación de que el cargamento que llevaba el P. Burela para el canje de cautivos era de aguardiente.

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campos comienzan a cambiar de fisonomía y la vista no se cansa tanto espaciándose por
la sabana inmensa del desierto solitario, triste, imponente, pero monótona como el mar
en calma” [I, 87]; o la Laguna del Cuero,
situada en un gran bajo. A pocas cuadras de allí el terreno se dobla ex abrupto, y
sobre médanos elevados comienzan los grandes bosques del desierto, o lo que
propiamente hablando se llama Tierra Adentro. […] Estos montes del Cuero se
extienden por muchísimas leguas de norte a sur y de naciente a poniente; llegan al
río Chalileo, lo cruzan, y con estas interrupciones van a dar hasta el pie de la
cordillera de los Andes. [I, 97] […]
Hermosos, seculares algarrobos, caldenes, chañares, espinillos, bajo cuya sombra
inaccesible a los rayos del sol crece frondosa y fresca la verdosa gramilla,
constituyen estos montes, que no tienen la belleza de los de Corrientes, del Chaco o
Paraguay. [I, 105]

En general se explica el origen de la toponimia, y también otros nombres de uso entre


los baqueanos –que Mansilla llama la “jerga de la tierra”- como la sustitución habitual
de los nombres “oeste” por “arriba” y “este” por abajo (de modo que la orientación del
camino del Cuero, por ejemplo, es “sudabajo”). A veces se consignan los distintos
nombres, ranqueles y criollos, que recibe un paraje, como los desagües del río Quinto,
en la frontera sur entre Córdoba y Santa Fe, que son llamados Trapalcó o La Amarga, y
que Mansilla por su parte bautiza como Ramada Nueva; o Fuerte Sarmiento, que será el
nuevo nombre del paraje antes denominado Paso de las Arganas.

Flora y fauna
No tienen tanta importancia como las topográficas, pero ocupan también a Mansilla.
Muchas veces quedan integradas a referencias sobre el paisaje, con connotaciones
bucólicas, que en general reiteran un tópico que sobrevuela toda la obra: el daño que las
personas urbanas sufren por la pérdida de contacto con la naturaleza.

Las descripciones de la flora incluyen el tipo de pastos y el tipo de árboles


fundamentalmente. Hay por ejemplo muy poco de herboristería, a pesar de su
significación en la vida rural. La selección corrobora la mirada colonizadora que
predomina en Mansilla.

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La descripción de la fauna se limita a consignar los animales de caza (ñandú, guanaco,
venado, y los menores, como la mulita), y al puma como principal predador. No hay
escenas de significación literaria y emotiva como en algunos paisajes, con una sola
excepción, la descripción de una gigantesca escena de boleo de guanacos por los indios,
y que vista a la distancia, desafía a los miembros de la expedición por largo rato a
entender el extraño comportamiento de la nube de polvo que tal boleo levanta. [I, 208-
209].

La toldería
La toldería es descripta con detalle en numerosos pasajes del texto: en sus
características físicas, en sus variantes, y también en los hábitos de vida de sus
moradores. La más importante en el relato es naturalmente la de Mariano Rosas, que
además de los diversos toldos, correspondientes a los núcleos familiares con sus
agregados, cautivos o forasteros, y de los corrales para encierro del ganado, cuenta con
ranchos, construidos por los criollos refugiados, y una pulpería, para atención de los
forasteros que regularmente pasan por allí. La toldería del cacique Ramón incluye un
gran galpón en donde tiene instalado su taller de platería. La vivienda ranquel es
definida de este modo:
Todo toldo está dividido en dos secciones de nichos a derecha e izquierda, como
los camarotes de un buque. En cada nicho hay un catre de madera, con colchones y
almohadas de pieles de carnero; y unos sacos de cuero de potro colgados en los
pilares de la cama. En ellos guardan los indios sus cosas. En cada nicho pernocta
una persona. De las teorías de Balzac sobre los lechos matrimoniales, los indios
creen que la mejor para la conservación de la paz doméstica es la que aconseja
cama separada. [I, 347]
Mansilla alaba este diseño frente al del rancho del gaucho, donde toda la familia vive en
un solo ambiente, y contrasta las costumbres que derivan:
En el toldo de un indio hay divisiones para evitar la promiscuidad de los sexos:
camas cómodas, asientos, ollas, platos, cubiertos, una porción de utensilios que
revelan costumbres, necesidades. En el rancho de un gaucho falta todo. El marido,
la mujer, los hijos, los hermanos, los parientes, los allegados, viven todos juntos y
duermen revueltos. ¡Qué escena aquélla para la moral! En el rancho del gaucho, no
hay generalmente puerta. Se sientan en el suelo, en duros pedazos de palo, o en
cabezas de vaca disecadas. No usan tenedores, ni cucharas, ni platos. Rara vez
hacen puchero, porque no tienen olla. Cuando lo hacen, beben el caldo en ella,

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pasándosela unos a otros. No tienen jarro, un cuerno de buey lo suple. A veces ni
esto hay. Una caldera no falta jamás, porque hay que calentar agua para tomar
mate. Nunca tiene tapa. Es un trabajo taparla y destaparla. La pereza se la arranca y
la bota. El asado se asa en un asador de hierro, o de palo, y se come con el mismo
cuchillo con que se mata al prójimo, quemándose los dedos. [I, 348]

Al frente del toldo hay siempre una gran enramada, a modo de galería, donde transcurre
gran parte de la sociabilidad ranquel. Hay abundantes referencias a la hospitalidad que
ofrece el indio, dentro de su rusticidad y sencillez. Se pone en boca de Mariano Rosas,
por ejemplo:
-Hermano -me dijo, más o menos-, aquí en mi toldo puede entrar a la hora que
guste, con confianza, de día o de noche es lo mismo. Está en su casa. Los indios
somos gente franca y sencilla, no hacemos ceremonia con los amigos, damos lo
que tenemos, y cuando no tenemos pedimos. No sabemos trabajar, porque no nos
han enseñado. Si fuéramos como los cristianos, seríamos ricos, pero no somos
como ellos y somos pobres. Ya ve cómo vivimos. Yo no he querido aceptar su
ofrecimiento de hacerme una casa de ladrillo, no porque desconozca que es mejor
vivir bajo un buen techo que como vivo, sino porque, ¿qué dirían los que no
tuviesen las mismas comodidades que yo? Que ya no vivía como vivió mi padre,
que me había hecho hombre delicado, que soy un flojo. [I, 355-56]

El hombre ranquel
Las descripciones del hombre ranquel son numerosas, cubren los distintos tipos y las
variadas situaciones. Hay abundantes referencias, por ejemplo, a la vestimenta, que
sorprende por su variedad: desde los que se ajustan al estereotipo del hombre
semidesnudo con que la iconografía los ha retratado generalmente, hasta los que se
arreglan cuidadosamente:
Rápidos como una exhalación, varios pelotones de indios estuvieron encima de mí.
[…] Vestían trajes los más caprichosos, los unos tenían sombrero, los otros la
cabeza atada con un pañuelo limpio o sucio. Estos, vinchas de tejido pampa,
aquéllos, ponchos, algunos, apenas se cubrían como nuestro primer padre Adán,
con una jerga; muchos estaban ebrios; la mayor parte tenían la cara pintada de
colorado, los pómulos y el labio inferior… [I, 141]

Otra imagen corresponde cuando no se trata de un grupo encontrado al azar por el


campo sino una delegación que viene a saludarlo:

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Presentóse por fin Caniupán con unos cuarenta individuos vestidos de parada, es
decir, montando briosos corceles enjaezados con todo el lujo pampeano, con
grandes testeras, coleras, pretales, estribos y cabezadas de plata, todo ello de gusto
chileno. Los jinetes se habían puesto sus mejores ponchos y sombreros, llevando
algunos bota fuerte, otros de potro y muchos la espuela sobre el pie pelado. [I, 186]

Finalmente, otra cosa es cuando se trata de un cacique, de quienes dice Mansilla que
Ni la pirámide de la plaza de la Victoria, cuando se viste de gala, gastando más en
traje de lienzo y cartón que en un forro de mármol eterno, emplea tanto tiempo en
adornarse como todo un cacique de las tribus ranquelinas. [I, 224]

Y ofrece la siguiente descripción de Mariano Rosas cuando lo recibe en su toldo:


Mariano Rosas se viste como un gaucho paquete pero sin lujo. A mí me recibió con
camiseta de Crimea morderé, adornada con trencilla negra, pañuelo de seda al
cuello, chiripá de poncho inglés, calzoncillo con fleco, bota de becerro, tirador con
cuatro botones de plata y sombrero de castor fino, con ancha cinta colorada. [I,
327]

Largo espacio y numerosas reflexiones, algunas de carácter puramente militar, dedica el


texto a las relaciones entre el hombre ranquel y el caballo. Tal es la importancia que el
asunto juega en la vida cotidiana, que Mansilla descubre sin asombro que los ranqueles
no conservaban memoria de que sus ancestros andaban a pie, y que el caballo es una
introducción europea.

En otros pasajes Mansilla expone los hábitos sociales, el trato con la mujer, el valor del
compadrazgo, los usos en la sucesión de los cacicazgos, las costumbres de higiene. Su
retrato no es siempre benigno, como cuando se refiere a la actitud pedigüeña:
Mi comitiva, asediada por los indios, que pedían cuanto sus ojos veían, repartía
cigarros, yerba, fósforos, pañuelos, camisas, calzoncillos, corbatas, todo lo que
cada uno llevaba encima y le era menos indispensable. [I, 148]
Tal conducta de “limosneo” permanente se hacía con toda naturalidad, primero con
buenos modales y finalmente con agresividad y amenazas de todo tipo. Frente al relato,
por el cabo Mendoza -uno de los integrantes de la expedición- de cómo el indio
Wenceslao le había quitado algo de su carga, Mansilla dramatiza su reacción para
impresionar a los indios presentes. El mestizo Villarreal emprende entonces una defensa

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de los indios, sosteniendo la necesidad de distinguir al indio trabajador y al indio ladrón:
“Siguió rogándome que me calmara y yo contestando, y, después de escucharle una
larga explicación sobre cómo eran los indios, la diferencia que había entre uno
trabajador y uno ladrón, nos quedamos muy amigos.” [I, 185] Con respecto no ya al
limosneo, sino al robo liso y llano como hábito, dice en un momento, aludiendo a uno
de los hijos pequeños de Mariano Rosas:
Mariano, queriendo ponderarme a uno de sus hijos, me dijo:
-Éste es muy gaucho.
Después me explicaron la frase. El indiecito ya robaba maneas y bozales. Más
tarde completaría su educación robando ovejas, después vacas. Es la escala.
En seguida me presentó otro. [I, 351]

La mujer ranquel
De modo similar al de los hombres, hay varias y detalladas descripciones, entre los
fragmentos dedicados a la mujer ranquel, de sus vestidos, adornos y cosmética.
También se presentan las costumbres amorosas, las formas y condiciones del
matrimonio, haciendo un significativo contraste entre la situación de la mujer soltera y
la mujer casada:
Siguió hablando y me explicó, que entre los indios no existe la prostitución de la
mujer soltera. Esta se entrega al hombre de su predilección. El que quiere penetrar
en un toldo de noche, se acerca a la cama de la china que le gusta y le habla.
Ni el padre, ni la madre, ni los hermanos le dicen una palabra. No es asunto de
ellos, sino de la china. Ella es dueña de su voluntad y de su cuerpo, puede hacer de
él lo que quiera. Si cede, no se deshonra, no es criticada, ni mal mirada. […] Al
lado de la mujer soltera, la mujer casada es una esclava, entre los indios.
La mujer soltera tiene una gran libertad de acción; sale cuando quiere, va donde
quiere, habla con quien quiere, hace lo que quiere. La mujer casada depende de su
marido para todo. Nada puede hacer sin permiso de éste. Por una simple sospecha,
por haberla visto hablando con otro hombre, puede matarla. [I, 356]
Hay también varias referencias al rol de las brujas, en general ancianas a las que se
atribuyen poderes y que son consultadas acerca del futuro, o sobre diverso tipo de
problemas y enfermedades. Las tareas habituales de la mujer en la toldería ocupan su
espacio, sus hábitos en el esparcimiento, y su situación frente al varón, que más allá de
las diferencias indicadas, a veces sorprende a Mansilla. Tal el caso suscitado a corta
distancia de las tolderías de Mariano Rosas y del cacique Ramón, en las proximidades

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de la laguna Aillancó, donde la expedición hizo un alto. Mientras Mansilla conversaba
con el mestizo Bustos, unas indias, curiosamente montadas de a tres, se acercaron; al
rato llegó un grupo de indios que sin bajar de sus caballos amenazaron a Mansilla con
sus lanzas, con gran griterío. Entonces sucede la siguiente escena:
Los bárbaros estaban ya encima. Habloles Bustos y mi lenguaraz en su lengua, y
echándose sobre ellos las chinas, sin temor de ser pisoteadas por los caballos,
asiéndose vigorosamente de sus lanzas se las arrancaron de las manos. Los indios
bramaban de coraje. Felizmente, el incidente no pasó de ahí. [144]
Resulta muy llamativo que tres mujeres desarmen a indios de pelea delante de un
blanco, pero no es el único relato que muestra a mujeres enfrentando a los hombres en
diversas situaciones.

La culinaria
Mansilla alaba mucho la comida en el desierto, y es un tema que aparece desde la
primera página del libro. Destaca también la manera en que sus invitados ranqueles se
manejaban en la mesa, en Río Cuarto. Sin embargo, es una culinaria que no tiene gran
variación: puchero y asado son sus platos principales, algarroba pisada y maíz tostado
los postres. Y por supuesto, se pone de manifiesto la preferencia del indio por la carne
de yegua, aun cruda. Así la escena en que el capitanejo Caniupán le pide con insistencia
una yegua a Mansilla:
Le entregaron la yegua, la carnearon en un santiamén y se la comieron cruda,
chupando hasta la sangre caliente del suelo. En el sitio del banquete no quedaron
más residuos que las panzas, en las que se cebaron después algunos caranchos
famélicos. [I, 156-157]
Otro detalle insistente de la narración es la costumbre de beber hasta emborracharse que
reina en la toldería, principalmente entre los hombres pero también entre mujeres.

Las creencias
No es un tema sobre el que se extienda mucho, pero hay una descripción de las
creencias religiosas ranqueles, que el autor pone en boca de su comadre Carmen:
No se congregan jamás para adorar a Dios; le adoran a solas, ocultándose en los
bosques. No es ni el sol, ni la luna, ni las estrellas, ni la universalidad de los seres
vivientes. Por manera que no son idólatras, ni panteístas. Son uniteístas y
antropomorfistas. Dios -Cuchauentrú, el Hombre grande, o Chachao, el Padre de
todos- tiene la forma humana y está en todas partes; es invisible e indivisible; es

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inmensamente bueno y hay que quererle. A quien hay que temerle es al diablo,
Gualicho… es indivisible e invisible, y está en todas partes, lo mismo que
Cuchauentrú… es muy enemigo de las viejas, sobre todo de las viejas feas: se les
introduce quién sabe por dónde y en dónde y las maleficia. ¡Ay de aquella que está
engualichada! La matan. Es la manera de conjurar el espíritu maligno. Las pobres
viejas sufren extraordinariamente por esta causa. Cuando no están sentenciadas,
andan por sentenciarlas. Basta que en el toldo donde vive una suceda algo, que se
enferme un indio, o se muera un caballo; la vieja tiene la culpa; le ha hecho daño;
Gualicho no se irá de la casa hasta que la infeliz no muera. Estos sacrificios no se
hacen públicamente, ni con ceremonias. El indio que tiene dominio sobre la vieja la
inmola a la sordina. En cuanto a los muertos, tienen por ellos el más profundo
respeto. Una sepultura es lo más sagrado. No hay herejía comparable al hecho de
desenterrar un cadáver.
Como los hindúes, los egipcios y los pitagóricos, creen en la metempsicosis, que el
alma abandona la carne después de la muerte, transmigrando en un tiempo más o
menos largo a otros países y dándole vida a otros cuerpos racionales o irracionales.
Los ricos resucitan generalmente al sur del Río Negro, y de allí han de volver,
aunque no hay memoria de que hasta ahora haya vuelto ninguno. Por esta razón los
entierran junto con el mejor caballo y las prendas de plata más valiosas que
tuvieron; y alrededor de la sepultura les sacrifican caballos, vacas, yeguas, cabras y
ovejas, según la riqueza que dejan, o la que poseen sus deudos o amigos. El caballo
y las prendas enterradas son para que tengan en qué andar en la tierra ésa, donde
deben resucitar; los demás animales son para que tengan qué comer durante el viaje
de ida y vuelta. Las mujeres también resucitan, no se crea que no. [II, 31-34]

Los parlamentos
Las costumbres de cortesía y de intercambio en el desierto ocupan bastante a Mansilla;
define por ejemplo sus formas de conversación del siguiente modo:
Los indios ranqueles tienen tres modos y formas de conversar: La conversación
familiar, la conversación en parlamento, la conversación en junta. La conversación
familiar es como la nuestra, llana, fácil, sin ceremonias, sin figuras, con
interrupciones del o de los interlocutores, animada, vehemente, según el tópico o
las pasiones excitadas. La conversación en parlamento está sujeta a ciertas reglas;
es metódica, los interlocutores no pueden, ni deben interrumpirse: es en forma de
preguntas y respuestas. Tiene un todo, un compás determinado, su estribillo y
actitudes académicas, por decirlo así. [I, 197]

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Hay varias descripciones de los parlamentos ranqueles, desde una general al principio
de la obra [I, 16 y ss.] o el parlamento con el cacique Ramón, hasta los cuatro
parlamentos que tienen lugar durante la estadía en Leubucó, incluidas las deliberaciones
finales sobre el tratado, a las que concurren delegados de todas las tribus ranqueles, unas
doscientas personas, y que dura nueve horas consecutivas [II, 179]. La retórica
parlamentaria es totalmente ceremonial, es decir, debe cumplir un rígido protocolo que
por momentos parece más importante que lo que contiene propiamente de deliberación.
Vaya como ejemplo el diálogo que Mansilla sostiene con un anciano ranquel, luego de
una de las juntas: “Así estuvimos larguísimo rato. Nueve veces dijo él lo mismo, nueve
veces le contesté yo lo mismo también. Cedió el viejo” [II, 180]. Se presentan también
las costumbres de saludo, incluido el abrazo pampa, o el hábito del manoseo cuando el
alcohol anima las demostraciones de simpatía o afecto.

Ideas étnicas
En algunos pasajes, Mansilla ofrece reflexiones de carácter étnico, en particular sobre el
tipo criollo. En general son elogiosas, aunque contrasten con otras observaciones que a
veces intercala sobre hábitos del gaucho. Por momentos irrumpe un afán reivindicativo,
como en el siguiente pasaje, escrito dos años antes de la aparición del Martín Fierro:
El aire libre, el ejercicio varonil del caballo, los campos abiertos como el mar, las
montañas empinadas hasta las nubes, la lucha, el combate diario, la ignorancia, la
pobreza, la privación de la dulce libertad, el respeto por la fuerza; la aspiración
inconsciente de una suerte mejor -la contemplación del panorama físico y social de
esta patria-, produce un tipo generoso, que nuestros políticos han perseguido y
estigmatizado, que nuestros bardos no han tenido el valor de cantar, sino para
hacer su caricatura. [I, 282, las cursivas no pertenecen al original]

O en otro pasaje: “Somos una raza privilegiada, sana y sólida, susceptible de todas las
enseñanzas útiles y de todos los progresos adaptables a nuestro genio y a nuestra
índole”. [I, 24]. Aunque por otra parte, Mansilla se sienta lejos de los juicios raciales, y
confiese haber mudado de opinión sobre ellos:
Sobre este tópico, Santiago amigo, mis opiniones han cambiado mucho desde la
época en que con tanto furor discutíamos, a tres mil leguas, la unidad de la especie
humana y la fatalidad histórica de las razas. […] Hoy pienso de distinta manera.
Creo en la unidad de la especie humana y en la influencia de los malos gobiernos.
La política cría y modifica insensiblemente las costumbres, es un resorte poderoso

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de las acciones de los hombres, prepara y consuma las grandes revoluciones que
levantan el edificio con cimientos perdurables o lo minan por su base. Las fuerzas
morales dominan constantemente las físicas y dan la explicación y la clave de los
fenómenos sociales. [I, 24]

Civilización y barbarie
En estrecha conexión con las ideas precedentes, Mansilla intercala a lo largo de la obra
muchas reflexiones sobre la “civilización” y la “barbarie”. La referencia al tópico es
comprensible desde el momento en que su incursión a “Tierra Adentro” representaba el
ingreso al lugar por antonomasia de la “barbarie”. Por otra parte, el tipo mismo de
Mansilla, con su perfil de caballero elegante y personaje de mundo, sentado en un toldo
ranquel, representa la personificación misma del contraste entre civilización y barbarie,
tópico generalizado en el ensayo argentino desde el Facundo de Sarmiento. Pero a
diferencia del enfoque sarmientino, las referencias de Mansilla a la civilización están en
general cargadas de ironía:
Es indudable que la civilización tiene sus ventajas sobre la barbarie; pero no tantas
como aseguran los que se dicen civilizados. La civilización consiste, si yo me hago
una idea exacta de ella, en varias cosas. […] En que haya muchos médicos y
muchos enfermos, muchos abogados y muchos pleitos, muchos soldados y muchas
guerras, muchos ricos y muchos pobres. En que se impriman muchos periódicos y
circulen muchas mentiras. […] En que funcione un gobierno compuesto de muchas
personas como presidente, ministros, congresales, y en que se gobierne lo menos
posible. [I, 84-85]

Ironías que llegan a veces a desdibujar sus diferencias con la barbarie: “alguien ha dicho
que nuestra pretendida civilización no es muchas veces más que un estado de barbarie
refinada” [I, 323] o “la civilización y la barbarie se dan la mano; la humanidad se
salvará porque los extremos se tocan” [I, 201].

Política indígena
Como no podía ser de otro modo, las cuestiones ligadas a la política a seguir con los
indios aparecen a lo largo de toda la obra, a veces como meras acotaciones a algún
hecho relatado, otras como disquisiciones que tienen la manifiesta intención de
explicitar las ideas que al respecto profesa Mansilla. Por la obra sobrevuela la idea, a
veces como esperanza, a veces como mera fantasía, de una integración pacífica de los

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ranqueles dentro de los planes de colonización de la pampa. Así por ejemplo esta idea
puede adquirir la forma de un sueño:
Saboreaba el suave beleño; soñaba que yo era el conquistador del desierto; que los
aguerridos ranqueles, magnetizados por los ecos de la civilización, habían depuesto
sus armas; que se habían reconcentrado formando aldeas; que la iglesia y la escuela
habían arraigado sus cimientos en aquellas comarcas desheredadas; que la voz del
Evangelio ahogaba las preocupaciones de la idolatría; que el arado, arrancándole
sus frutos óptimos a la tierra, regada con fecundo sudor, producía abundantes
cosechas; que el estrépito de los malones invasores había cesado, pensando sólo,
aquellos bárbaros infelices, en multiplicarse y crecer, en aprovechar las estaciones
propicias, en acumular y guardar, para tener una vejez tranquila y legarles a sus
hijos un patrimonio pingüe; que yo era el patriarca respetado y venerado, el
benefactor de todos… [I, 310-311]

Otras veces asume un tono polémico, y discute con adversarios que no nombra, con
respecto a lo que debe hacerse:
¿No hay quien sostiene que es mejor exterminarlos, en vez de cristianizarlos y
utilizar sus brazos para la industria, el trabajo y la defensa común, ya que tanto se
grita que estamos amenazados por el exceso de inmigración espontánea? [I, 89]
Y frente a las voces que recogen las quejas de los pobladores acosados por los malones,
asume lisa y llanamente el rol de abogado del indígena:
¿Qué más podían hacer aquellos bárbaros, sino lo que hacían? ¿Les hemos
enseñado algo nosotros, que revele la disposición generosa, humanitaria, cristiana
de los gobiernos que rigen los destinos sociales? Nos roban, nos cautivan, nos
incendian las poblaciones, es cierto. ¿Pero qué han de hacer, si no tienen hábito de
trabajo? ¿Los primeros albores de la humanidad presentan acaso otro cuadro? ¿Qué
era Roma un día? Una gavilla de bandoleros, rapaces, sanguinarios, crueles,
traidores. ¿Y entonces, qué tiene que decir nuestra decantada civilización?
Quejarnos de que los indios nos asuelen, es lo mismo que quejarnos de que los
gauchos sean ignorantes, viciosos, atrasados. ¿A quién la culpa, sino a nosotros
mismos? [I, 244]

Este tipo de consideraciones se mantienen siempre en un plano de definiciones


genéricas, sin entrar en los temas concretos que debían abordarse para el caso de una
política de integración efectiva, tales como la incorporación al trabajo rural. No hay
tampoco referencias a las situaciones que de hecho ayudaban a mantener el statu quo

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pampeano, como el contrabando de ganado a Chile, que por otra parte es materia de un
informe que el mismo Mansilla envía desde Río Cuarto a su superior:
Para conseguir estos fines [civilizar a los indios] es necesario cortar el comercio
con los indios chilenos, y con los chilenos mismos, que se hace anualmente en
caravanas que no bajan de cincuenta individuos, y cuyo comercio es fomentado por
los estancieros del sur de Chile. Este comercio es el que por muchísimos años ha
influido en la repetición de los malones. Juzgue V. S. los beneficios que él
representa para los que lo hacen por el solo siguiente dato: los chilenos venden una
cuarta por cinco vacas, y un par de espuelas de plata de veinte onzas por veinte
vacas. Los indios tienen dos grandes pasiones: la embriaguez y la chafalonía.15

En un mismo tenor, la obra abunda en observaciones sobre la riqueza de algunos suelos


para la agricultura, de las pasturas de otros para la cría de ganado, de la existencia de
aguas subterráneas, de la ubicación e importancia de los bosques para proveer los
durmientes del ferrocarril al Pacífico, etc. Es decir, la colonización del desierto, triunfo
final de la civilización, es otro de los temas que sobrevuela la obra y ocupa la
imaginación del autor.
Los campos entre el Río Quinto y el Cuero son diferentes. Ricos pastos,
abundantes y variados; gramilla, porotillo, trébol, cuanto se quiera. Agua
inagotable, leña, montes inmensos. Un estanciero entendido y laborioso allí haría
fortuna en pocos años. [I, 90]
Y como siempre que bajo ciertas impresiones levantamos nuestro espíritu, la visión
de la Patria se presenta, pensé un instante en el porvenir de la República Argentina
el día en que la civilización, que vendrá con la libertad, con la paz, con la riqueza,
invada aquellas comarcas desiertas, destituidas de belleza, sin interés artístico, pero
adecuadas a la cría de ganados y a la agricultura. Allí hay pastos abundantes, leña
para toda la vida, y agua la que se quiera sin gran trabajo, como que inagotables
corrientes artesianas surcan las Pampas convidando a la labor. [I, 106]

Conversaciones en torno al Tratado


La situación en que se encuentra la gestión del Tratado es ambigua. Los caciques ya lo
habían firmado hacía varios meses, y sabían que el Presidente Sarmiento también lo
había rubricado, pero pasaba el tiempo y no se cumplían las entregas pactadas. El

15
CAILLET-BOIS, Julio: “La relación militar de Una excursión a los indios ranqueles”. Logos, V, 8
(1946). La cita de Mansilla proviene de un parte al General Arredondo del 18 de abril de 1870 (doce días
después de su regreso de las tolderías de Mariano Rosas).

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problema de Mansilla era explicar que no se trataba de falta de buena fe por parte del
gobierno, ni siquiera de una dilación arbitraria, sino “que el tratado de paz debiendo ser
sometido a la aprobación del Congreso, no podía ser puesto en ejercicio
inmediatamente” [II, 8]. Para sortear el problema, ensayó una larga argumentación
frente a Mariano Rosas, mediante la cual intentó explicar el significado del Congreso y
la necesidad de que el Tratado fuera aprobado por las cámaras para que entrara en vigor.
Luego de su larga exposición, llena de circunloquios y repeticiones al modo indígena,
Mansilla interrogó al cacique, obteniendo la siguiente respuesta:
-¿Y qué le parece, hermano, lo que le he dicho?
-¡Qué me ha de parecer! que estando firmado el tratado por el Presidente que es el
que manda, nos costará mucho hacerles entender a los otros indios eso que usted
me ha estado explicando. Haremos una junta grande, y en ella entre usted y yo,
diremos lo que hay. [II, 9]

Pero a lo dicho se agregó otra dificultad. Mariano Rosas aprovecha la circunstancia para
intentar introducir enmiendas sobre las cantidades ya fijadas, y de hecho el parlamento
con los representantes de todas las tribus termina siendo escenario de nuevas demandas
por parte de los caciques. Finalmente Mansilla consigue superar la situación, que de
todos modos le ha resultado útil a Mariano Rosas para asegurar y reconfirmar, en
presencia del representante gubernamental, las cuotas que a cada parcialidad van a
corresponder de los ganados y mercaderías que entregará el gobierno, reduciendo las
desconfianzas de sus pares.

2.3 Las Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño

Como otro elemento de análisis de la obra de Mansilla, se efectuó un cotejo con el


relato del ex cautivo Santiago Avendaño, y con documentación y referencias sobre la
frontera, los indígenas y los cautivos, para la misma zona y época –sur de Córdoba
hacia 1866- de la biografía del P. José María Salvaire escrita por José Guillermo Durán.

Las memorias de Santiago Avendaño, escritas alrededor de quince años antes que Una
excursión a los indios ranqueles, relatan el cautiverio de su autor en los toldos de Caniú,
un cacique ranquel, entre 1842 y 1849. Más allá que dos fragmentos de esta obra fueron

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publicados en la época –en la Revista de Buenos Aires, 1867 y 1868,16 dos años antes de
la publicación en La Tribuna de la obra de Mansilla- la misma fue solo conocida
entonces por Estanislao Zeballos –que la utilizó ampliamente para su saga literaria sobre
araucanos y ranqueles- hasta su redescubrimiento reciente por el P. Meinrado Hux,
miembro de la comunidad benedictina fundadora del monasterio de Los Toldos (Hux,
2004). La obra sobre el padre Salvaire es bastante más extensa que el asunto que
particularmente se tuvo en cuenta, ya que abarca la vida completa de este sacerdote,
muy ligado a la historia del santuario de la Virgen de Luján, y donde la parte más
amplia, en lo que tiene que ver con los indios, está relacionada con la excursión del P.
Salvaire a las tolderías de Calfucurá en Salinas Grandes; lo que se tomó en cuenta, por
sus amplias transcripciones documentales, es el relato y estudio de los malones que
asolaron el sur de Córdoba entre 1864 y 1866 (Durán, 1998).

El relato de Santiago Avendaño tiene el valor del amplio conocimiento sobre la vida en
las tolderías que pudo tener quien permaneció cautivo en ellas por casi ocho años. Por
otra parte, su menor exposición pública –no fue una figura de relieve y proyección
nacional, ni con aspiraciones políticas del nivel de la de Mansilla- expone menos su
relato a los ajustes y retoques que las necesidades o intereses imponen a una figura
pública de gran relieve.

Fue hecho cautivo en 1842 por un malón ranquel, presumiblemente dirigido por el
coronel Manuel Baigorria, por entonces asimilado a las tolderías, y quien va a tener
mucho que ver con su huida, casi ocho años después. Fue destinado al toldo del cacique
Caniú, sobrino del cacique principal Pichún, que según Avendaño lo acogió como hijo,
y él le corresponde en el relato aludiéndolo como “mi padre”. Posteriormente se dedicó
a tareas rurales, pero fue en numerosas oportunidades un mediador importante en las
negociaciones con las tribus pampeanas. Ostentó sucesivamente el rol de “intérprete de
la Provincia”, “intérprete de lenguas indígenas y jefe de baqueanos de la I División del
Ejército de Operaciones del Sur”, “intendente de los indios amigos de Catriel” y
finalmente consejero y secretario del cacique Catriel, junto con quien murió lanceado
debido a las alternativas de la revolución de 1874, en la que participó del lado de Mitre.

16
Revista de Buenos Aires. Historia Americana, Literatura y Derecho (1863-1871), dirigida por Miguel
Navarro Viola y Vicente G. Quesada. “Fuga de un cautivo de los indios, narrado por él mismo” (1867) y
“La muerte del cacique Painé por un testigo ocular” (1868). Hux (2004), p. 10.

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La obra exhibe una apreciable erudición histórica, porque ubica el contexto de los
indígenas de la época a partir del papel central que en la región pampeana jugó Juan
Calfú-Curá –que él escribe inicialmente de este modo-, relatando su vida y sus
incursiones desde Chile hasta el ataque al cacique Rondeau y su instalación como
cacique principal en la región de Salinas Grandes. Avendaño le atribuye a Calfucurá el
carácter de fundador de un nuevo pueblo, Llailma-Mapú:
Rosas reconoció a Calfucurá como jefe de una nueva nación. Nueva, porque
habiéndose dispersado la antigua borohue-che, por la emigración de unos y el
exterminio de los otros, Calfucurá formó un nuevo pueblo con los sometidos y con
aquellos que habían venido con él, ayudándole en su empresa. Y desde entonces le
dio un nombre nuevo a su patria: Llailma-mapú.17

La obra de Avendaño ofrece naturalmente mucha más información sobre los ranqueles
que Una excursión…de modo que es una fuente útil para el contraste con las
descripciones de Mansilla. En los aspectos en que se puede efectivamente hacer la
confrontación, no aparecen discrepancias que lo desmientan o corrijan.

Un caso particularmente importante como los parlamentos ranqueles, por la importancia


del tema para la misión principal de Mansilla, confirma lo dicho. La descripción de los
hábitos y formas de la negociación, los usos retóricos del diálogo en contexto
deliberativo, etc., son coincidentes. Avendaño dedica varias páginas por ejemplo al
relato de las negociaciones entre Calfucurá y los caciques representantes de distintas
parcialidades, que fueron convocados de inmediato tras la derrota de los vorogas [52-
54], pero en varias oportunidades alude a la forma de negociación de los indios en el
ámbito deliberativo que denominan thraun (congreso) [64, 66, 79, 122 y ss., 179].
También hay descripciones de negociaciones individuales, por ejemplo la que realizan
los caciques Pichuiñ y Painé –por intermedio de representantes- a raíz de una decisión
del coronel Baigorria [139-140], que muestran actitudes y retóricas muy similares a las
descriptas en diversas ocasiones por Mansilla.

Lo mismo puede decirse en lo que hace a matrimonio, repudio o dote [77 y 93]; al papel
y trato que reciben las brujas [94]; al tema del nombre, en indios, cautivos y mestizos
(su duplicación, su ambigüedad, etc.) [91, 139]; a las variedades tipológicas, fruto de los

17
Hux (2004), p. 49. En lo sucesivo, citado en el texto con número de página.

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cruzamientos humanos y culturales propios de la frontera y que también se expresan en
las tolderías, muy similares a las ofrecidas por Mansilla, como “indios alzados” [169], o
cautivos “más indios que cristianos” [186]; o la poligamia entre criollos avencidados en
las tolderías [179], que hace recordar a lo que Mansilla afirma de Baigorria.

Tampoco son divergentes las numerosas y variadas referencias a toldos [116, 121, 123,
157, 186]; las alusiones a la forma de la toldería [133, 137 y ss.], que admiten variantes
como la “aldea” de Baigorria [135, 137]; o el tema del valor y variedades del caballo
pampeano, como los caballos de marcha y los caballos de pelea [201].

Un punto especial merecen las numerosas consideraciones que hace Avendaño


referidas, directa o indirectamente, a la contraposición entre civilización y barbarie.
Tema insoslayable, del mismo modo que en Mansilla, por tratarse de relatos que
involucran a ambos lados de la frontera. Así, afirma Avendaño en un tono que recuerda
algunas reflexiones de Mansilla:
¡Desgraciadas e inocentes víctimas de la barbarie! ¿Cuándo llegará hasta ustedes la
luz de la civilización? ¿Cuándo consagrarán los gobiernos un poco de atención y
piedad humana, procurando que ustedes y sus hijos puedan participar de los bienes
que derrama a torrentes la cultura sobre todo el universo? Pero no; los gobiernos no
quieren comprender que es necesario redimir a una parte de la humanidad, de
nuestra carne y de nuestra sangre. No les duele que nuestros hermanos sufran tanto
infortunio. […] Según ellos, no tienen más deberes para con los indios que
mantenerlos en estado de embrutecimiento hasta poder exterminarlos. [95]
Por otra parte, al relatar las masacres recíprocas que se infligieron los caciques
Guzmané y Purrán, reflexiona Avendaño: “Todo se hizo, cuanto se puede esperar de
escandalosos bárbaros y rencorosos” [117].

La “barbarie” también puede extenderse a ciertos criollos, fruto de su aislamiento rural,


lo cual representa un detalle valioso a la hora de justipreciar las relaciones entre
ranqueles y criollos dentro de la toldería:
Había un crecido número de cautivos de todas las edades; regularmente eran
arrastrados de las fronteras gente con muy escaso contacto con los centros de
población, de manera que eran tan ignorantes, tan estúpidos casi como los mismos
indios [162]

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Hay interesantes reflexiones en torno al papel de la lengua, de los lenguaraces y otros
aspectos vinculados, como el peso que tiene en caciques e indios principales el no
comprender la escritura, que se corresponden con observaciones similares de Mansilla,
o como la ventaja decisiva que representa en los toldos –y para la frontera en general- el
ser alfabetizado y hablar la lengua pampa [158], el valor del “indio castellano” [110], o
la sorpresa de los indios ante el acto de lectura, que llaman quim-chillacatulú (hablar
con el papel) [162].

Otra coincidencia significativa entre Mansilla y Avendaño, y que recoge sin duda el
sentir de la época, es que la distinción entre “Tierra Adentro” y el resto del país, cuando
se refiere a las personas, se hace con frecuencia con la contraposición “indio”-
“cristiano”, colocando a la fe como el calificativo principal para definir las diferencias
[214, 224, 229, 233, 241]; Avendaño usa incluso el término “cristiandad” para definir el
lugar de su retorno: “… es el camino para volver a la cristiandad y al seno de mi
familia” [208].

Otra coincidencia, tal vez de menor valor desde el punto de vista temático, pero útil en
cuanto correspondencia entre las miradas de Avendaño y de Mansilla, es la valoración
de la naturaleza en el desierto; en ambos se expresa con elocuencia, en diversos pasajes,
la sorpresa producida por ciertos paisajes que contradicen estereotipos urbanos sobre la
realidad de “Tierra Adentro”. La descripción que sigue pertenece al tramo inicial de la
huida de Avendaño, mientras fue acompañado por el coronel Baigorria, hasta que éste
retorna hacia su toldería:
Nada más precioso, más poético, ni más sublime, que la perspectiva de aquellos
lugares desérticos pero bendecidos por la naturaleza. Allí vagan grandes grupos de
guanacos en forma de manadas de baguales, seguidos de sus crías, tan hermosas
como los padres. Vimos cuatro cuadrillas de avestruces, alimentándose con flores
de diferentes colores y tamaños. El campo todo se veía alfombrado de varios
matices, ya verdes, ya amarillos o rosados. Se divisaban tunales que producen
higos de varios colores, cuya planta espinosa no permite caminar por encima. Era
eso, sin exageración, la hermosura completa, que vimos en aquellos campos
vírgenes. [186]
La descripción sigue con las lagunas, los flamencos, los patos, chañarales, algarrobales,
molles, piquillines, todos florecidos.

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Los documentos tomados en cuenta de la obra de Durán son de distinto tipo, ya que
incluyen partes militares, datos de prensa de la época y correspondencia privada. En
todos los casos, provienen de testigos directos de los hechos relatados (hacendados y
sus familiares, oficiales destacados en la frontera, correspondencia de familiares
afectados por los malones) o indirectas pero cuya información es recabada
inmediatamente después de los hechos (un corresponsal de un diario de Córdoba que
viajó especialmente para cubrir la noticia de un gran malón). La información utilizable
en este caso, habida cuenta del distinto carácter de las situaciones relatadas, que refiere
concretamente la acción de malones en el sur de la provincia de Córdoba, es bastante
menor. Abarca descripciones del comportamiento de los indios, de su vestimenta, sus
caballadas, sus armas, su lengua, y otros detalles menores. En todos los casos en que fue
posible establecer un contraste resulta también coincidente con las descripciones de
Mansilla.

3. Conclusión

Si se toman en cuenta los propósitos de la obra, tal como los define el propio Mansilla –
dejando a salvo la dificultad de definirlos con claridad, tal como fue indicado- resulta
claro que el componente de Historia que posee Una excursión a los indios ranqueles no
es principal dentro de la obra. En efecto, la presentación de los múltiples asuntos que
involucra la frontera interior se ajusta a una perspectiva ensayística, donde el autor
vuelca sus opiniones libremente sobre sus aspectos sociales, económicos, políticos y
culturales: es más ensayo que Historia.

Las descripciones geográficas, en el más amplio sentido del término, son también de
tipo ensayístico. Muchas de ellas podrían integrar una “memoria descriptiva” si no
estuvieran incluidas en un relato de carácter literario autobiográfico, y de hecho no
puede soslayarse el hecho de que la obra fuera premiada en un congreso internacional
de Geografía.

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Por otra parte, existe sin duda un valor historiográfico en la obra, más allá de los
propósitos explícitos del autor, en la medida en que el relato es una fuente importante
para el estudio de las tribus ranqueles, para un cierto momento de la historia de las
fronteras interiores y otros aspectos conexos.

Finalmente, no solo el marco general del relato sino numerosos fragmentos del mismo
corresponden estrictamente al género autobiográfico. De allí la idea de definir a este
análisis conjugando la triple dimensión de “memoria, ensayo e historia” que contiene la
obra.

Con respecto a su valor historiográfico, cabe agregar que la importancia relativa que
tienen los distintos temas abordados, le confiere mayor interés como historia social y tal
vez como etnohistoria que como capítulo –aunque brevísimo- de la historia de la
frontera interior alrededor de 1870. En efecto, el lector no termina de conocer las
alternativas del propio tratado que firmó Mansilla, ni sus antecedentes, ni su resultado
final. Desde ese punto de vista, la obra deja más interrogantes que lo que efectivamente
cuenta. En rigor, tal circunstancia debe considerarse una consecuencia natural del poco
valor que desde el punto de vista de la historia de la frontera, o de la historia de las
relaciones con los ranqueles, tuvo la propia expedición de Mansilla. Él mismo lo señala
al pasar, al formularle una pregunta retórica a su interlocutor literario:
En efecto, querido Santiago, mirando con sangre fría mi viaje a los toldos, ¿no te
parece que ha sido perder tiempo? … ¡Cuánto mejor hubiera sido que mi jefe
inmediato me negara la licencia” [I, 222]

La obra tampoco alude a la historia de los ranqueles, ni siquiera a la más reciente, ni a


las alternativas que contemporáneamente sufre el resto de la frontera. Aparecen
referencias al contexto histórico argentino –como la Guerra del Paraguay o la rebelión
de López Jordán- pero a propósito de distintos personajes que irrumpen con sus
historias en el relato; es decir, de modo anecdótico y no como contexto de los conflictos
y negociaciones en la frontera.

El cotejo de varios aspectos de la narración, como las costumbres de la toldería, los


tipos humanos, las formas y condiciones de vida, etc., con la información proporcionada
por el ex cautivo Santiago Avendaño ofrecen un elemento de juicio favorable a la

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fidelidad de las descripciones de Mansilla. Desde este punto de vista, puede
considerarse que gran parte del relato es una fuente útil para la historia.

En síntesis, puede afirmarse que Una excursión a los indios ranqueles, pese a sus
limitaciones en cuanto a lo que efectivamente implicaría una historia del tratado de paz
con los ranqueles que su autor firmó, pese a su forma notoriamente digresiva y a la
fuerte impronta personal que impregna el relato, mantiene su valor como fuente para los
estudios históricos de la frontera interior, aunque su valor principal debe considerarse
desde la perspectiva de la historia del género ensayístico.

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SCHOO LASTRA, Dionisio (1977): El indio del desierto; 1553-1879. Buenos Aires, Goncourt.
SEYMOUR, Richard Arthur (1947): Un poblador de las pampas. Vida de un estanciero de la frontera
sudeste de Córdoba entre los años 1865 y 1868. Buenos Aires, Del Plata.
WALTER, Juan Carlos (1973): La conquista del desierto. Síntesis histórica de los principales sucesos
ocurridos y operaciones militares realizadas en La Pampa y Patagonia, contra los indios (1527-1885).
Buenos Aires, Eudeba, 2ª edición.

Memoria, ensayo e historia en Lucio Mansilla


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