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La naturaleza humana es el concepto filosófico, según el cual los

seres humanos tienden a compartir una serie de características distintivas


inherentes, que incluyen formas de pensar, sentir y actuar en el medio en el
cual se desenvuelven.

Los pensamientos y acciones del ser humano están moldeados por dos
naturalezas siempre presentes: la espiritual y la material. La naturaleza
material del hombre es fruto de su evolución física y, aunque es
indispensable para la existencia en este mundo, si se le permite que rija la
consciencia, el resultado serán la injusticia, la crueldad y el egoísmo. De otra
parte, la naturaleza espiritual del hombre se caracteriza por cualidades
como el amor, la bondad, la amabilidad, la generosidad y la justicia. Los
individuos logran realizarse como seres humanos cuando fortalecen su
naturaleza espiritual, al grado en que esta sea la que domine su existencia.
Bahá’u’lláh afirma que cada persona tiene el potencial de reflejar los
atributos divinos, pues sobre la realidad del ser humano, Dios “…ha
concentrado el esplendor de todos Sus nombres y atributos y ha hecho de
ésta un espejo de Su propio Ser. De todas las cosas creadas sólo el hombre
ha sido distinguido con tan grande favor y tan perdurable generosidad.” 1
Así como la llama está oculta dentro de la vela y los rayos de luz están
potencialmente presentes en la lámpara, los atributos divinos se encuentran
latentes en el ser humano. Si la realidad de nuestro ser se asemejara a un
espejo, todas sus potencialidades se revelarían solamente cuando el espejo
se encontrara libre de mancha y orientado hacia la Fuente de Luz. El espejo
de nuestro ser se pule por medio de la oración, el estudio y la aplicación de
las sagradas escrituras, la adquisición de conocimiento, los esfuerzos por
mejorar nuestra conducta y el servicio a la humanidad.
Entre las fuerzas que ayudan a cultivar las cualidades espirituales latentes en
el ser humano – tales como la bondad, la justicia, la veracidad y la
confiabilidad – se encuentran el amor de Dios, la atracción hacia la belleza
y la sed de conocimiento. La operación de estas y otras fuerzas edificantes
contribuye a fortalecer nuestro sentido de propósito, impulsándonos a
nuestra propia transformación y a la transformación de la sociedad.
Todos tenemos la capacidad de reconocer el amor de Dios y de reflejarlo
hacia Su creación. “¡Qué poder es el amor!” dijo ‘Abdu’l-Bahá. “En el mundo
de la existencia no existe un poder mayor que el poder del amor. Cuando el
corazón de una persona se enciende con la llama del amor, está dispuesta
a sacrificarlo todo, hasta su vida”. 2
Íntimamente relacionada con el amor está la atracción hacia la belleza. En
un nivel, esta atracción se manifiesta en el amor por la majestuosidad y
diversidad en la naturaleza, en el impulso a expresar lo bello a través de las
artes y la música, y en el aprecio que se siente por la elegancia de una idea
o una teoría científica. En otro nivel, la atracción por lo bello subyace en la
búsqueda del orden, significado y trascendencia en el universo.

La sed de conocimiento nos impulsa a buscar una comprensión más


profunda de los misterios del universo y de la infinita variedad de los
fenómenos, en los planos tanto visibles como invisibles. Dirige también la
mente a lograr una comprensión más completa de los misterios del propio
ser. Orientado por una visión de belleza y perfección, el individuo que esté
motivado por una sed de conocimiento se aproximará a la vida como un
investigador de la realidad y un buscador de la verdad.
Tomado de: http://www.bahai.org.co/naturaleza-del-ser-humano.php

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