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Acerca de la conciencia

Hay veces que las palabras, la sonoridad y color que les son propios, nos seducen más allá de toda
instancia intelectiva. Cuando eso sucede comenzamos a pavonearnos en nuestras conversaciones con tal
término, enorgulleciéndonos de esas palabras que repetimos una y mil veces como argumento simbólico,
como sentencia y condena para todos aquéllos que aún desconocen los beneficios de tenerlas por
compañeras de viaje. Tales cosas nos suceden con términos tales como “revolucionario”, “militancia” o
“conciencia”. Es prácticamente de rigor escuchar de un “marxista” –otro término del que muchos se
enorgullecen, aunque –muchas veces precisamente porque- los demás se los enrostren como una
verdadera condena infamante- expresiones tales como “su conciencia es la de un pequeño-burgués” o
“tiene la conciencia atrasada”. Ahora bien, ¿somos concientes de lo que significa “tener conciencia”?,
¿podemos señalar desde qué momento comenzamos a tener verdadera conciencia?¿son las concepciones
no marxistas sobre la conciencia explicaciones plausibles acerca del alcance y sentido del término?.
Veamos un análisis, el de Habermas, y saquemos conclusiones.
Aunque coincidimos con algunos de los postulados que plantea Habermas no creemos por cierto que la
adquisición de conciencia1 sea únicamente fruto de una constante acumulación de conocimientos
teóricos e informaciones acerca de la realidad social –Habermas no se expresa tan categóricamente (en
sus nebulosos laberintos retóricos, Borón dixit, no hay cabida para definiciones concretas) pero es una
idea fuerza que se puede rastrear a lo largo de sus obras-; a pesar que particularmente consideremos
fundamental semejante esfuerzo.
Conciencia no sólo es la capacidad de percibir y explicitar en su real dimensión la esencia que se
esconde/es escondida atrás de la apariencia, es también la asunción del compromiso de constituirse en
agente para la modificación de semejante esencia (y todo esto no es más que una reformulación de la
onceava tesis sobre Feuerbach de Marx).
Si se entendiese la conciencia en términos meramente habermasianos, cada vez que nos encontrásemos
frente a un individuo culto e informado tendríamos que afirmar que nos hemos topado con un ser
“conciente”. Ahora bien, siguiendo dicha línea argumental podríamos reflexionar correctamente sobre la
necesidad que tienen los regímenes de excepción2 de disminuir y obturar el acceso pleno a la educación
1
Aclaramos que no equiparamos los términos “conciencia” a “conciencia de clase” debido a que este último concepto no
es trabajado por Habermas, pues asevera que los capitalismos tardíos han congelado las contradicciones de clase al integrar
a las masas asalariadas a la lógica del capital mediante compensaciones (fundamentalmente por medio de los servicios que
les brinda el estado en salud, educación, asistencia social, etc.). Además, Habermas postula en Teoría de la acción
comunicativa que la teoría de la conciencia de clase debería ser sustituida por el análisis de la modernidad cultural. En
lugar de centrarse en criticar la ideología como causa de la alienación, se tendría que analizar el proceso de deterioro
cultural, y de la fragmentación de la conciencia corriente. Por lo que la posición central que ocupa la falsa conciencia en la
teoría de la alienación, debería ser sustituida por la conciencia fragmentada.
2
Recordemos que Habermas (en obras tales como Facticidad y validez; La inclusión del otro, etc.) se aparta del rol que él
cree que Marx asigna al estado (salvo una genérica referencia a los Manuscritos del ´44 nunca explicita en que trabajos
abreva para su crítica), al considerar al intervencionismo estatal como el subsistema que opera en el mercado a fin de
preservar los riesgos que generan las inversiones privadas, ya que otra injerencia implicaría quebrar la lógica capitalista
porque el medio poder -es decir el principio de control- se convertiría en determinante del proceso productivo. Enfatiza que el
estado no puede tener sino un carácter regulatorio del sistema económico, dado que su condición fundamental es
precisamente la improductividad. En este orden de ideas, Habermas distingue tres modos de intervención del estado: el
aseguramiento militar y jurídico institucional de las condiciones de existencia de las relaciones de producción, el influjo
sobre la coyuntura económica y una política de infraestructura que asegure el capital. De modo que su rol es administrativo
ya que organiza las leyes, la seguridad, el funcionamiento e incluso el éxito de la economía de mercado y que en
consecuencia, se ocupa de supervisar las decisiones empresariales y sus impactos en el sistema económico en su conjunto,
pudiendo a veces evitarlos. Esta tarea es lo que lo convierte en subsistema, pues actúa como un aparato capaz de afrontar
tanto los conflictos emergentes del sistema productivo como los derivados de la coyuntura o la infraestructura política,
para el pueblo, censurar todo tipo de prensa independiente o crítica, publicaciones bibliográficas,
manifestaciones artísticas “incompatibles con el ser nacional”, etc. De más está decir que los estados de
excepción buscan mantener a raya la adquisición de conciencia por parte del pueblo, por lo que la
reflexión habermasiana explica satisfactoriamente semejante ataque a estas instancias de producción
cultural-intelectual, ya que si no se es culto e informado no se es conciente.
Pero, sin volvemos con mayor detenimiento sobre nuestros pasos, advertiremos un espacio gris en este
marco teórico: explica satisfactoriamente un comportamiento de los gobiernos de fuerza respecto a la
evitación de la adquisición de conciencia, pero no todos sus comportamientos tendientes a dicho fin.
Tomemos como ejemplo cualquiera de las abundantes dictaduras que sufrieron los pueblos y, entre otras
constantes, veremos permanentes proscripciones a lo que no es más que una consecuencia del
gregarismo del ser humano; encontraremos en todas ellas verdaderos anatemas conminados con
excomunión (rectius, criminal asesinato) reservada a su santidad (rectius: que en todo caso podrá juzgar
dios paro jamás hombre alguno) contra las organizaciones (sindicales, estudiantiles, etc) que no
demuestren genuflexión hacia el gobierno. Y en todas las proclamas, bandos y discursos de autoridades
que se ocupan de semejante prohibición se alude –retórica más, retórica menos- al espíritu nocivo para
la tranquilidad ciudadana y seguro desenvolvimiento de las instituciones3 que estos foros perturbadores
inculcan a sus miembros al hacerse eco de ideas políticas (si se puede hacer una peyorativa referencia al
pudiendo resolver problemas como el endeudamiento estatal o la burocratización. Muy distinta es la posición de Marx y
Engels en La ideología alemana, pues en dicho trabajo enseñan que “esta consolidación de nuestros propios productos en un
poder material erigido sobre nosotros, sustraído a nuestro control, que levanta una barrera ante nuestra expectativa y
destruye nuestros cálculos, es uno de los momentos fundamentales que se destacan en todo el desarrollo histórico anterior, y
precisamente por virtud de esta contradicción entre el interés particular y el interés común, en cuanto Estado, una forma
propia e independiente, separada de los reales intereses particulares y colectivos y, al mismo tiempo, como una comunidad
ilusoria, pero siempre sobre la base real de los vínculos existentes, dentro de cada conglomerado familiar y tribal, tales
como la carne y la sangre, la lengua, la división del trabajo en mayor escala y otros intereses y, sobre todo, (…), a base de
las clases, ya condicionadas por la división del trabajo, que se forman y diferencian en cada uno de estos conglomerados
humanos y entre las cuales hay una que domina sobre todas las demás”. “De donde se desprende que todas las luchas que
se libran dentro del Estado, la lucha entre la democracia, la aristocracia y la monarquía, la lucha por el derecho de
sufragio, etc., no son sino la forma ilusoria bajo la que se ventilan las luchas reales entre las diversas clases”. [MARX,
Karl; ENGELS, Friedich 2005 La ideología alemana (Buenos Aires, Santiago Rueda Editores), págs. 34-35]. Es este punto
de partida el que permitirá a los autores ver en las tácticas protectoras o prohibicionistas del Estado sobre el mercado, la única
acción política de que es capaz -refractariamente- el capitalismo, pero esto no los induce a creer, como sospecha Habermas,
que ello obstaculice la persistencia del conflicto entre clases, ya que una u otra medida de las señaladas provocan crisis en la
acumulación del capital y las relaciones que éste entabla con los trabajadores. Ahora bien, hemos expuesto sendas nociones
del estado muy diferentes, y si sostenemos la veracidad de una sobre la otra es porque debemos estar persuadidos de que los
presupuestos epistemológicos y ontológicos de una de las elucubraciones son deficitarios. Si se revisa con detenimiento la
concepción habermasiana del estado vemos que hay mucha correspondencia con lo que sostiene Miliband -ambos hablan de
los estados capitalistas contemporáneos- en El estado en la sociedad capitalista, donde afirma que habría una instancia
exterior al poder de clase, ejercido por funcionarios del estado. Sería este poder particular que asume la burocracia el que
permitiría una cierta autonomía del Estado con respecto a la instancia económica y a la lucha de clases. Y si para Miliband el
estado tiende a defender los intereses de la clase económicamente dominante, se debe a que los funcionarios estatales
pertenecen a esta clase, y al defender sus propios intereses defienden, a través de sus políticas de estado, el interés de la clase
toda. De todas formas, donde falla Miliband (quien analiza datos empíricos de Francia, Alemania, Inglaterra, EE.UU. y
Japón) se cae a pedazos la vacua prosa habermasiana (que se basa en … ¿en qué se basa este chico?); concretamente, refutar
un postulado teórico mediante una ingenua y neutra lectura de los datos de la realidad, siendo que toda la epistemología
moderna señala que dicha lectura supone una carga teórica que se impone al sujeto observador. Es que no se pueden
corroborar o refutar teorías hipotéticas mediante comparación con los hechos, considerados como datos que se describen en
un lenguaje exento de teoría o, como indica Poulantzas en su debate con Miliband, “nunca es posible oponerse simplemente
con “hechos concretos” a conceptos, sino que estos deben combatirse con otros conceptos paralelos situados en una
problemática diferente”[POULANTZAS, Nicos 1969 El problema del Estado capitalista en TARCUS, Horacio 1991-comp.-
Debates sobre el Estado Capitalista/1 (Buenos Aires, Imago Mundi) pág. 76]. De todas formas esto merece mucho más
desarrollo.
marxismo, mejor) y pensamientos foráneos (si se los puede atribuir al “sionismo internacional” –cosa
rara mezclar una concepción de derecha con un postulado de la izquierda-, tanto mejor) que,
adelantando el apocalipsis4, se oponen al “sentir del pueblo” -siendo pueblo el coágulo de vermes que se
apropiaron de la soberanía popular- y el “espíritu nacional” (al que si se lo puede definir como
excluyentemente “occidental y cristiano”, mucho mejor)
Ahora bien, ¿por qué semejantes condenas?, evidentemente porque estos regimenes se basan en la
supresión de toda manifestación de pensamiento diverso (y la supresión incluye a quienes pueden
pensar, desde luego5), pero ello no es totalmente correcto porque ni la más opresiva de las dictaduras ha
podido evitar que los individuos (utilizamos deliberadamente el término “individuos”) tengan
pensamiento independiente. Por lo que la pregunta vuelve a acudir a nuestras mentes cual insistente eco,
¿por qué?.
¿Por qué?
En realidad la respuesta está en las mismas declaraciones, proclamas y bandos a los que hicimos
referencia: en estas organizaciones el intercambio de experiencias, conocimientos y reflexiones entre sus
integrantes6 logra no sólo que sus miembros se desengañen sobre la esencia tras la apariencia, también
los incita a hacer uso de la sumatoria de sus esfuerzos para cambiar la situación, y la acción organizada
para cambiar y superar un sistema, si se masifica, es lo peor que le puede pasar a los corifeos y acólitos
de dicho sistema. A los dictadores les puede molestar la proliferación de individuos informados sobre la
realidad del sistema en que viven; pero a lo que realmente le temen es la organización independiente de
los sujetos, pues dichas agrupaciones los deslegitimarán y denunciarán ante todo el pueblo; les
disputarán (y, llegado el caso, les quitarán) porciones de poder: Como la configuración de las personas
en tanto individuos los condiciona a tener como horizonte superaciones personales, es su configuración
como integrantes de un agregado superior a sus unicidades, desde un estrato a una clase, la que
realmente desean proscribir los dictadores en sus maniobras para suprimir el surgimiento de la
conciencia.
Recordemos el onganiato –primer régimen dictatorial argentino que quería hacerse con el poder estatal
por lo menos durante 20 años (véase el primer tomo de La voluntad)-, ¿fueron acaso las reflexiones de
un grupo de despiertos intelectuales las que frustraron sus planes? No, fue el esfuerzo organizado de las
movilizaciones obreras y populares, fue el trabajo conjunto de personas que jamás habían oído hablar de
Marx, Trotsky o la “escuela de Frankfurt”, que incluso podían ser totalmente analfabetas, el que
dinamitó los cimientos del régimen. Derrotaron la dictadura no por ser pozos de cultura, sino por

3
Como correctamente señala Manzanos Bilbao en su artículo Apuntes sobre la llamada “sociedad del riesgo, la fabricación
del miedo y la industrialización del control, “Si la seguridad ante “los riesgos” viene vinculada a la defensa de intereses
generales, a la garantía de convivencia, a facilitar las condiciones y calidad de vida imprescindibles para la paz social o a
cualquier otro enunciado más o menos generalista, en función de que entendamos por interés general, convivencia o paz
social, en función de preguntas tales como por ejemplo la de quién, dónde, para qué, o en qué condiciones, podemos
identificar riesgos bien distintos y entender por seguridad cosas muy diversas e incluso contrapuestas puesto que a menudo
la seguridad de unos sujetos sociales se fundamenta en la inseguridad de otros”.
4
Cuando en realidad, como señala Manzanos Bilbao, “el Apocalipsis está servido de sobra y tiene nombres propios. Son los
de aquellas personas o mayorías sociales que diariamente agonizan y mueren como consecuencia de este modelo de orden
fundamentado en parámetros de explotación y desigualdad, y algo que denominaremos exclusión como algo como principio
básico de la construcción simbólica y material de las no relaciones sociales, del desorden social institucionalizado a que
lleva el intento de control total que caracteriza las tendencias estructurales de nuestros modelos de integración social y que
si algo está demostrado empíricamente es que conducen a la extinción”.
5
Como Maquiavelo sienta en El príncipe: “Es menester, pues, que sepáis que hay dos modos de defenderse: el uno con las
leyes y el otro con la fuerza. El primero es el que conviene a los hombres; el segundo pertenece esencialmente a los
animales; pero, como a menudo no basta con aquél, es preciso recurrir al segundo”.
6
Véase MARX y ENGELS La ideología… cit. págs. 31-32.
empezar a ser concientes de que la realidad nacional estaba mal (muy mal), y que con sus esfuerzos
todos los argentinos podían aspirar a una vida mejor y más inclusiva.
Sepultaron al onganiato porque habían comenzado a adquirir conciencia de lo que esta dictadura
significaba.
Pensemos en nuestro último gobierno de facto. No recuerdo que durante el terror Strassera haya
pronunciado su famoso “nunca más”, no recuerdo un “pero” de muchos de los intelectuales que
adornaron los almuerzos de Videla, pero sí recuerdo a un grupo de sufridas mujeres, muchas de las
cuales habían elegido por todo proyecto de vida ser madres, caminar en círculos y en silencio en plaza
de mayo, pidiendo por sus hijos y nietos, organizándose para clamar verdad y justicia, Fueron ellas 7 (no
Strassera, no los intelectuales) quienes, junto a cantidades de otras organizaciones, con sangre, sudor y
lágrimas permitieron que quien esto escribe no sepa lo que es una dictadura.
Como que la zona gris habermasiana se transforma en una fisura.
Ahora veamos el desempeño de esta postura en una instancia no extrema. Pensemos no ya en un
régimen de excepción, sino en un gobierno de derecha antes que de derecho, un régimen que se presente
como respetuosos de la institucionalidad democrática, pero que se esfuerza en manipular y dirigir toda
institucionalidad posible a sus intereses. Pensemos, por ejemplo, en el patético gobierno de Mauricio
Macri8 y su deliberadamente desastrosa –en tanto causa desastres- política educativa (jugosos subsidios
para la educación privada –convenientemente impartida en colegios católicos apostólicos romanos- y
liso y llano abandono de la educación pública9 –muy PRO... Chile-). Cuando alguien pisotea con zapatos
de hierro la dignidad de un sujeto colectivo joven –por tanto, dispuesto a la acción directa- que no
7
Desde luego que nos referimos al espíritu que en ese momento cultivaban, no al deleznable rol pro K al que ahora adhieren
tan acríticamente. Pareciese que, conocedoras ahora de los secretos de Flamel –se ve que transmutaron sangre y dolor en
monedas, prebendas y privilegios-, se han olvidado que este gobierno instrumentaliza todo el capital simbólico que supieron
forjar para asentar su pretendida diarquía; se olvidan que este gobierno posee las siete llaves que pueden abrir los archivos
confidenciales de la SIDE referidos al período 1976-1983; se olvidan que este gobierno sigue empleando a miles de trasgos
represores en los organismos gubernamentales de seguridad y defensa; se olvidan que se sigue desconociendo en la judicatura
el macabro genocidio practicado por el estado (lo poco que se pune es a título individual, por delitos a los que no se reconoce
la funcionalidad sistémica que agradeció la oligarquía nacional y extranjera). Se olvidan de mucho, muchísimo; se han
convertido en una difusa versión espectral y lotófaga de sí mismas, y si quieren hacerlo allá ellas, pero es indignante que ante
tanta ceguera sigan presentándose como lo hacían en aquellos duros años. Es vomitivo que apoyen a un gobierno que
absolutamente nada hizo, hace ni hará para que se encuentren o identifiquen los hijos desaparecidos y los nietos apropiados.
No se arrían las banderas de los derechos humanos, las de la memoria, la verdad y la justicia por unos miserables peniques,
porque la sangre nunca se cambia por monedas, bienes o posición, y es conociendo esa verdad que sus hijos padecieron la
dictadura. Es muy doloroso ver el homenaje que a ellos rinden madres y abuelas hoy.
8
Aunque, fuerza es reconocerlo, no todo en su gestión es negativo. Si hay algo que la gestión macrista se ha empeñado en
hacer es escuchar.
9
En la sesión del 30 de agosto del corriente, en la audiencia celebrada en la legislatura porteña con motivo de la gesta de los
secundarios, el inmundo acólito macrista Esteban Bullrich –como corresponde a todo gobierno de derecha, los energúmenos
abiertamente facistoides habrán de ocupar la cartera de educación- entregó a los legisladores una carpeta con un nuevo plan
de obras educativas. Luego de afirmar que en los dos últimos años y medio el macrismo había invertido un 50% más que en
los cuatro años anteriores a la actual gestión, comenzó a alabar el nuevo plan de infraestructura al afirmar que de esta manera
finalmente se podrían cubrir ¡1324 vacantes de las más de 6500 que hay en el distrito educativo con mayores recursos del
país!, ¡y todo esto luego de la mayor movilización del estudiantado desde la vuelta de la democracia!. Desde luego, todo esto
no era más que nauseabundos vahos a los que se podrían prestar importancia si se encuentra en coma alcohólico.
Convenientemente apuntó el legislador K Francisco Nenna (este conflicto pretendió ser capitalizado por el ejecutivo nacional
para deslegitimar a Macri a la vez que fortalecerse ante el estudiantado, lo cual no resultó –ver ROMANO, Manolo A la
izquierda de los K, los estudiantes en La verdad obrera, núm. 392 del 16 de septiembre de 2010-) que el presupuesto que
insumiría el hipotético cumplimiento de este plan (hasta septiembre de este año sólo se había ejecutado un 7,36% del
presupuesto educativo pactado para este ejercicio) sería tomado del que originalmente estaban destinados para la ampliación
de la red de subterráneos, y recién comenzarían las obras a finales de este año. Más precisiones en RODRÍGUEZ, Carlos El
plan en carpeta, en Página/12, núm. 7849 de 1 de septiembre de 2010.
registra derrotas en su memoria y que ya posee elementos fogoneados en una lucha obrera (recordemos
la actitud del estudiantado porteño durante el conflicto de Kraft), como que el agua hierve a cien grados
centígrados que ese sujeto responderá. Y el estudiantado respondió10.
Macri, vos nos tomás el pelo, nosotros te tomamos las escuelas
Recapitulemos lo apuntado respecto a la noción habermasiana de conciencia: ¿se podría decir que el
estudiantado11 es un sujeto conciente, capaz de hacer escuchar sus propuestas comunicativamente? A
menos que creamos que nuestros secundarios forman por sí mismos intelectuales de nivel al tiempo que
constituyen foros de permanente análisis crítico de la realidad, la respuesta negativa se impone. De igual
modo considerar un acto de fuerza –plenamente justificado, desde luego, pero acto de fuerza al fin-
como un ejemplo de racionalidad comunicativa es brindar demasiada plasticidad al concepto. En
definitiva, no nos encontraríamos frente a personas concientes. ¿Es acaso así? ¡todo lo contrario!.
Los estudiantes se encuentran persuadidos de la esencia (aniquilación de la educación pública como
paso previo a la mercantilización de la misma, es decir, convertir a la educación en un privilegio para las
clases acomodadas, tal cual sucede en Chile) que se oculta tras las maniobras gubernamentales del
macrismo, a la vez que han asumido el compromiso de evitar que semejante designio se cumpla. Han
comenzado a ser concientes. Y la mayor prueba de ello es la tenebrosa reedición de “la segunda
Peugeot12” en un memorándum del ministro Bullrich que “sugería” a los directivos de las escuelas
tomadas que elaboraran un listado de los estudiantes que participasen en las tomas para luego girarlo a la
comisaría correspondiente. Un verdadero ejemplo de democracia13 que haría llorar al Capitán Álvaro
Alsogaray.

10
No haremos mención a las tomas efectuadas por los estudiantes universitarios porque excede los límites del ejemplo del
que nos servimos.
11
En verdad, resulta muy difícil sostener que las teorizaciones habermasianas puedan dar cabida a sujetos colectivos. De su
obra fundamental (Teoría de la acción comunicativa) lo que se desprende es una injustificada aspiración de comunicación
estrictamente intersubjetiva –entre individuos- basados en un amplio conocimiento e información sobre la realidad (por eso
su insistencia en el espacio público como foro máximo de discusión). Sin embargo, resulta harto difícil explicar cómo es
posible que los individuos puedan llegar a reemplazar la razón instrumental actualmente imperante –y su más preciado hijo,
el poder punitivo que detentan los estado- por su tan preciada razón comunicativa (y no por nada Habermas explica su punto
de llegada pero jamás dijo, dice y dirá cómo llegar a semejante meta).
12
Con este nombre se conoció a la directiva 504/77, firmada por Jorge Rafael Videla en el marco de la lucha “antisubversiva”
13
Si bien es cierto que Habermas ¡acertadamente al fin! nos habla del estado democrático como un proceso en evolución
constante (desafortunadamente no puede dar cuenta dialécticamente de dicho proceso evolutivo por ser el frankfortiano que
más se ha alejado del empleo de la dialéctica) ni siquiera su oblicua retórica podría explicar este proceder en una democracia
–más si se tiene en cuenta nuestro pasado dictatorial- como una evolución en la razón comunicativa.
¿Por qué una democracia –en la concepción que Habermas tiene de la democracia de masas 14- reacciona
de semejante manera?. La respuesta es más que evidente: si hay diferencias entre una democracia
representativa y con mandato libre (es decir, una democracia nominal) y un gobierno autoritario las
mismas serán del orden cuantitativo; concretamente, cuánto y en qué cantidad se precisa convertir al
pueblo en una medrosa sumatoria de ovejas, desde que en sociedades totalmente demediadas como las
capitalistas –más aún en caso de semicolonias como nuestro país- los estratos de la burguesía media y
alta acaparan la inmensa mayoría de los oficios del estado como método para perpetuar, normalizar y
legitimar las relaciones de propiedad de los de su clase al tiempo que harán uso de todos los medios a su
alcance para resignar a las clases explotadas a gozar de su miseria, su barbarie y exclusión. Para que las
14
En su crítica a Marx, Habermas señala que es insuficiente el “funcionalismo marxista” (idéntica caracterización hace
Castoriadis) para explicar la relación entre dinero y poder como medios de control sistémicos, ya que el poder requiere una
institucionalización mayor que el dinero porque debe atravesar todos los ámbitos de la estructura y la superestructura,
quedando sujeto en el mundo de la vida a través del derecho privado que explicita el contrato social entre trabajadores y
capitalistas, mediado por el salario. En esta línea de análisis, señala que Marx, no ofrece una problemática mayor porque solo
expone los fundamentos del derecho público sin enfatizar la legitimación del régimen de dominación política ni el papel
retardatario de la emancipación proletaria (concepción más propios de un apropiador –rectius, empresario- que de un teórico
de la ¿escuela crítica?) debido a las nuevas formas de reflexión y comunicación que acontecen en el mundo de la vida, cada
vez más racionalizado. En este sentido, considera que sus demandas al sistema político no se diferencian de los movimientos
de emancipación burguesa, porque ambos reclaman, apelando a la libertad de asociación y expresión, políticas ciudadanas,
mediante la organización partidaria, el voto libre, etc., es decir, un reconocimiento formal y jurídico. Siguiendo a Offe,
Habermas sostiene que capitalismo y democracia compiten por la primacía de dos principios opuestos de integración:
diferenciación y privatización de la producción y su socialización y politización. De modo que su conclusión es que
cualquiera sea el partido político que ascienda al poder de gobernar, debe equilibrar su confianza en el mercado y las masas.
Habermas ve en los procesos de legitimación política cierta independencia respecto del papel administrativo del estado ante
el mercado. En esos términos explica las formas de insatisfacción presentes en el mundo de la vida, que mediante el
desenvolvimiento de un programa del estado social –vía positiva- y excluyendo temas y problemas del ámbito de la discusión
pública –vía selectiva -, restringe el ingreso ciudadano a la esfera de la opinión pública o política o por medio de un control
de la información. Esto significa que las relaciones sociales están mediadas por reglas técnicas o acciones instrumentales. Es
así como Habermas ve en las posibilidades emancipatorias que Marx reconoce en el movimiento obrero organizado, posible
merced a los intersticios jurídicos de la democracia de masas, un factor que impide la autoreflexión de los sujetos y el
cuestionamiento del orden normativo que la sostiene, pues la libertad de asociación y de expresión que invocan están
regulados y limitados por el propio Estado. Reconocemos que es una tarea bastante desagradable esforzarse en retirar tanto
ornato para no encontrar más que fango, máxime cuando dicho fango demuestra tan palmarias dosis de desconocimiento
(usted ha leído bien, quien esto escribe está tratando a Habermas de ignorante). Preliminarmente debe destacarse que son
precisas industriales cantidades de imaginación –corolario, mínimas cantidades de lectura adecuada- para hallar en Marx una
teoría posibilista de la democracia (en el sentido de un modelo político con carácter autónomo respecto de la estructura y a la
vez capaz de ofrecer contradicciones distintas de las que aparecen en el mismo). Marx expuso precisamente que la
producción de ideas y las relaciones políticas y legales condicionan el desarrollo de las fuerzas productivas, determinando
que la clase que domina los medios de producción material controle los medios de producción mental para justificar y
mantener las relaciones de propiedad, es decir, la superestructura. Esto expresa que tanto la satisfacción de las demandas
ciudadanas como el control de la información y de la opinión públicas, son otras formas de dominación que fortalecen la
aceptación de las relaciones materiales de la sociedad. En consecuencia, Marx no ignora -ni simula hacerlo- que los recursos
que el aparato ideológico y administrativo que la democracia burguesa mantiene no son en sí mismos sino instrumentos que
la conciencia de clase puede transformar en recursos de lucha política. Si Habermas ha caído en semejantes errores (algunos
de ellos baratas reediciones de los cometidos por ciertos liberalistas hace más de 150 años) es porque no ha leído siquiera los
principales textos en los que Marx ha trabajado el tema de la democracia; y estamos plenamente convencidos de que no los
leyó porque, además de no citarlos jamás, expone ideas sobradamente refutadas por su compatriota en la Crítica de la
filosofía del derecho en Hegel, en sus trabajos publicados en la Gaceta renana, en los Anales Franco-Alemanes, en los
Manuscritos del ´44, en El 18 brumario…, en la Crítica del programa de Gotha, en la Contribución a la crítica de la
economía política y en El capital. Como se puede colegir de esta parcial enumeración (que abarca prácticamente la totalidad
de la vida intelectual del autor, desde su juventud hasta su alta madurez), hace falta transitar muchas medulosas páginas para
enmendar la plana a la teoría de la democracia en Marx. Y es evidente que Habermas ya tiene bastante con tratar de descifrar
lo que él mismo escribe. Lo que Marx supo advertir es que las condiciones históricas de los intereses de clase se presentan
democracias sigan cumpliendo semejantes funciones sin ser cuestionadas, su leitmotiv profundo debe
permanecer oculto, y para ello no hay nada mejor que convertirse en sicarios de la conciencia. Por eso
tantas condenas contra las tomas en los colegios secundarios, por eso hay tanta premura en criminalizar
todo acto organizado de protesta, porque los titiriteros de la democracia nominal saben que el poder
descansa en sus manos sólo y en la medida en que el sujeto colectivo siga teniendo por acompañante a
Morfeo. En definitiva, dictadura, oligarquía o democracia, la meta es una sola: acallar la voz de los
explotados a cualquier trance15.
Como que la fisura se ha convertido en una descomunal grieta.
Pero dejemos de perder el tiempo con Habermas y sus salinos castillos teóricos con cimientos de flogisto
y volvamos al punto que nos interesa. ¿Es plausible sostener que el elemento organización prime sobre
el elemento preparación intelectual a la hora de la adquisición de conciencia política?.
En verdad hasta el momento hemos señalado con insistencia la necesidad de organización de los
individuos en un actor colectivo para comenzar a avanzar desde el individuo informado al sujeto
conciente, pero ello de ninguna manera implica creer que la conciencia surgirá partenogenéticamente
con la organización (y este es el gran defecto gran del POrquería de partido, solo así se explicarían las
expectativas depositadas en el movimiento piquetero16). Es necesaria la unidad para no ser derrotados a
asimétricamente, y es la más completa ignorancia de este dato de la historia el que permite a Habermas hablar de un estado
“reflexivo” que busca una democracia social que neutralice los efectos no deseados del mercado capitalista, al tiempo que
pensar la democracia participativa como el mecanismo de regulación del proceso consensual de la vida social
15
En palabras de Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte: “comprenderemos que , en medio de esta confusión indecible y
estrepitosa de fusión, revisión, prórroga de poderes, Constitución, conspiración, coalición, emigración, usurpación y
revolución, el burgués, jadeante, gritase como loco a su república parlamentaria: Antes un final terrible que un terror sin
fin””.
16
Debemos tener presente que el movimiento piquetero es un movimiento lumpenproletario, por lo tanto su efectividad en la
lucha contra el sujeto explotador es sumamente reducida. Veámoslo más detenidamente. El lumpenproletariado es una suerte
de categoría residual, en la que se encuentran desde desempleados estructurales hasta individuos dedicados a la “economía
informal” (conforme la academicísticamente aséptica fraseología de Wacqant). Son personas sometidas a las más extremas
formas de exclusión social, verdaderos parias del capitalismo usados como primer blanco de las policías, personas que en
muchos casos ni saben si podrán probar bocado al final del día. Aún asumiendo que los individuos menos degradados en sus
condiciones materiales de existencia son los integrantes del piqueterismo, su conciencia –al estar condicionada por su
existencia- se encuentra notoriamente erosionada y tiene como norte niveles muy elementales de inmediatez (casi siempre
traducidos en ruegos por migajas de la ayuda social del estado). Y esto es lo determinante. Pensemos una vez más en los
reclamos obreros y estudiantiles y su interpretación y aceptación por parte de los demás sectores de la ciudadanía –burgueses
y proletarios en condiciones de elegir representantes-. No es sencillo (aunque a algunos dinosaurios como Gustavo Tobi nada
les cueste) deslegitimar reclamos por mejoras en el presupuesto educativo o en los edificios destinados a tal fin, criticar la
acción de empleados ante el cierre o vaciamiento de sus fábricas, objetar la protesta por aumentos de salarios de hambre, etc.
Muchos de estos reclamos generan, siempre dentro de ciertos cotos, activa simpatía y apoyo ciudadano y político. Aún más,
en condiciones adecuadas habrá colectivos que, viendo que el origen del conflicto también les incumbe, se solidarizarán y
sumarán al conflicto como medio de llevar a la pública palestra sus reclamos. Tengamos presente ahora los reclamos más
conocidos del movimiento piquetero (planes trabajar y viviendas). Mientras que en el primer caso (obreros y estudiantes) hay
aceptación porque a fin de cuentas se trata de reclamos por las condiciones de personas con actividad legitimada en la
sociedad (trabajan y estudian) con las que las “personas de bien” fácilmente se identifican; en el caso de los piqueteros la
reacción dominante es la del rechazo (obvio en cierta manera, se está visualizando una situación de exclusión a la que se le
tiene pavor); rechazo que se magnifica debido a la tendencia a asimilar sus reclamos como una forma de parasitismo (vagos
de m… que quieren vivir sin trabajar y cosas similares), por lo que no lograrán sumar adhesiones. Y en una sociedad masiva,
con alto nivel de diferenciación del trabajo, los reclamos piqueteros (en tanto reclamos de outcasts) no pueden trascender su
especificidad estando condenados a ser, en el mejor de los casos, furgón de cola de de luchas que sí puedan adquirir una
dinámica masiva al cuestionar y denunciar la inhumanidad de las relaciones de producción. Aún más, conceder al
piqueterismo un sitial privilegiado en la dinámica de las luchas contrahegemónicas, desde que no se encuentran en relación
directa con medio de producción alguno (ergo, estando estructuralmente sus fuerzas productivas “paradas”,les es imposibles
detener ciclo de producción alguna) es confundir un colectivo contingencial (en cuanto consiguen trabajo genuino, los
la hora de prestar batalla, pero toda batalla se debe plantear con inteligencia; sabiendo cuándo, cómo,
contra quién y -fundamentalmente- por qué y para qué se lucha. Caso contrario el sujeto colectivo se
expone a un estéril luchismo, funcional a los intereses del adversario desde que es el mejor método para
acumular derrotas desmovilizadoras y desmoralizantes.
Ahora bien, la experiencia sin dudas alguna enseña a plantear un correcto “orden de batalla”, pero
esperar todo de la experiencia resulta altamente desaconsejable en tiempos de quietud (aunque el sujeto
colectivo permanece, la vida de sus componentes individuales no se mide en décadas) y absolutamente
reaccionario en épocas de movilización. Corolario, resulta imprescindible la preparación teórica, el
estudio constante (para aprender de los aciertos y errores de quienes nos precedieron en las arenas del
tiempo) y la correcta asunción de un marco teórico revolucionario. Verdad que esto parece un remate de
folleto, pero es una verdad incontrovertible.
Pensemos otra vez en los ejemplos que hemos traído a colación. Trabajadores, estudiantes y madres y
abuelas de víctimas del terror de estado. Hagamos de momento abstracción de sus desenvolvimientos
históricos. Supongamos que en un momento dado algunos de estos colectivos consigue formidables
niveles de organización y logística, logra plegar un importante caudal de personas a sus movilizaciones
y finalmente se encuentra en la posibilidad de imponer sus reivindicaciones. ¿Qué creen que sucedería
si, ante tan promisorio panorama, levantasen banderas políticas incorrectas?. Si estos colectivos17,
debido a que se unieron por las necesidades del estómago, de las lágrimas o de las mochilas, no logran
avizorar que hay algo más allá de sus intereses inmediatos y sectoriales, sus conquistas no tendrán más
que el efímero gusto del reformismo, por tanto destinado prontamente a diluirse18 en la dialéctica de los
estados contemporáneos.
Sobran ejemplos en nuestro país (algunos tan emblemáticos como la reforma universitaria) que
corroboran lo expuesto. Y ello sucede por dos motivos fundamentales: el primero es la identificación de
estos colectivos en un estrato contingencial antes que en el agregado estructural del modo capitalista de
producción –la clase- sobre el que se basan todos los estados capitalistas contemporáneos19. El segundo,
íntimamente relacionado con el anterior, es la asunción de un marco de análisis erróneo. Volviendo a
Habermas, tomar como perspectiva política la teoría de la acción comunicativa equivale a creer que la
razón instrumental –esencialmente opresora- de alguna manera (todas son admisibles, incluso la
abducción por extraterrestres) desaparecerá de la faz de la tierra para dar lugar a un entendimiento
pacífico vía comunicación constante y fluida. Si el siglo XX no fue suficiente demostración de que
Habermas teorizó montado en un platillo volador (ni Alemania se inclina hacia sus elucubraciones)
transcribimos los siguientes versos de Los coros de la piedra de T. S. Eliot:
individuos piqueteros ingresan a otra dinámica de condiciones materiales de existencia, por lo que su conciencia piquetera –
en caso de que exista- se diluye hasta desaparecer) con un sujeto histórico. Es por ello que señalar al movimiento piquetero
como el colectivo movilizado más importante de los últimos tiempos (como hace Altamira) y volcar tantas energías
partidarias hacia su captación por sobre los trabajadores y estudiantes (como hace PO) equivale a confundir una flatulencia
con un oboe por el simple hecho de que el principio activo en ambos casos es el aire.
17
A propósito no utilizamos el concepto “clase” ya que en este folleto –salvo ineludibles menciones incidentales- no tratamos
de la “conciencia de clase” (a nuestro entender la forma más acabada de conciencia) por ser un trabajo introductorio que, una
vez más, busca iniciar una fructífera discusión.
18
Pensemos (entre tantos ejemplos posibles) en la jornada de 8 horas o el 50% de participación de los asalariados en el PBI.
Parecen lejanos cuentos de hadas cuando eran realidades hace 36 años.
19
Esto es gravísimo. Al identificarse antes en un estrato que en la clase resulta del todo imposible llevar adelante una política
revolucionaria. Si se tiene en cuenta que la revolución tiene por finalidad liberar al sujeto histórico oprimido, identificarse
con un estrato es lo mismo que negarse como integrante del sujeto histórico desde que sus necesidades, perspectivas y roles
son en muchos casos absolutamente diversos y hasta irreductibles a los de la clase –por dar un ejemplo, en el estrato
“estudiantes” conviven cotidianamente asalariados y burgueses-. En definitiva, anteponer el estrato o, como hacen los
progresismos tibios, negar el componente clasista a la hora de elaborar los reclamos y políticas equivale a caer en el
reformismo.
Ellos tratan constantemente de escapar
De las tinieblas de fuera y de dentro
A fuerza de soñar sistemas tan perfectos que nadie necesitará
Ser bueno
Pero el hombre que es seguirá como una sombra
Al hombre que finge ser

Como se ve, la única perspectiva teórica que puede sortear estos escollos es aquella que explique por
qué hemos llegado a esta antropófaga explotación del hombre por el hombre y cómo es posible
superarla. Aquella perspectiva teórica que nos demuestra que no hay que conformarnos con ganar más o
pagar menos, sino que debemos luchar por nada menos que la abolición de la dinámica de las relaciones
de explotación y de las clases explotadoras. Aquella perspectiva que no nos endulce los oídos con
poéticas afirmaciones sobre las bondades de mayores derechos formales sino que nos enseña la
necesidad de alcanzar todos los derechos reales. Aquella perspectiva que no restringe el imperativo
categórico a los varones europeos y propietarios, sino que lucha por lograr que todos los seres humanos
puedan ser humanamente dignos; que no nos esperanza con hipotéticos paraísos ultraterrenos mientras
justifica en aras del ingreso a ese reino todos los vejámenes posibles aquí y ahora Sobre todo, aquella
perspectiva que, articulándose con lo empírico, ha demostrado elevar la calidad de vida de los seres
humanos aún en experiencias deformantes de su télesis. ¿Hace falta decir algo más?.

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