William Davies, “El nuevo liberalismo”, New Left Review 101.
Madrid, Traficantes de Sueños, noviembre - diciembre 2016, 15 pp.
William Davies es un sociólogo y economista político, cuyos intereses son
particularmente el neoliberalismo, la historia de la economía y la sociología económica. Su trabajo investiga los modos en que la economía condiciona nuestra comprensión de la política, la sociedad y nosotros mismos. En este artículo se refiere a las tres fases que identificó en el neoliberalismo y sus respectivas características, poniendo énfasis en la última de ellas (2008-actualidad), denominada ‘neoliberalismo punitivo’. El autor comienza citando una frase de Yanis Varoufakis (“Era como si no hubieses dicho nada”), que denota la actitud neoliberal de absoluta indiferencia y fingida incomprensión frente a cualquier tipo de crítica a los sistemas de regulación económica dominantes, sin importar las evidencias, evaluación o méritos de las posibles alternativas. Hay una irracionalidad, un sinsentido presente tanto en los medios de comunicación como en la opinión pública e incluso en las políticas de los poderes gobernantes -que desde 2008 han destacado por actuar fuera de las normas de evaluación y apelación pública-. Si antes el neoliberalismo era criticado por anteponer la ‘eficacia’ y ‘competitividad’ a la moral, los gobiernos de hoy parecen completamente desligados de las normas del juicio. Es interesante este punto -de la incomprensión e irracionalidad del sistema- que el autor desarrolla a lo largo del artículo, ya que es una característica clave para comprender la situación en la que se encuentra el nuevo neoliberalismo, aquel que Davies denominó como ‘punitivo’. No es coincidencia que los gobiernos actúen de modo opuesto a la razón y que no escuchen ningún tipo de argumento que lo reafirme. Esta actitud de “hacer oídos sordos” es una consecuencia de su propia capacidad autodestructiva. Davies sugiere que el neoliberalismo actual dejó de buscar la hegemonía en el sentido ético gramsciano (como una voluntad colectiva de unión por medio de la ideología, que se debe legitimar constantemente con el propósito de alcanzar nuevos consensos, alianzas y productividad cultural) y que el sistema se ordena ahora en torno a valores y castigos que vienen a ocupar el lugar del discurso razonado. El abandono de la racionalidad va enlazado con un nuevo orden punitivo, un sistema de castigos que impide cualquier tipo de crítica o cuestionamiento. Al neoliberalismo actual no le interesa la voluntad popular ni el consenso, solo pretende mantenerse a sí mismo en el poder. A continuación, se expone la división de las fases del neoliberalismo que realiza el autor, la cual está dada por las distintas éticas filosóficas que orientan a los Estados neoliberales en cada una de ellas: -Neoliberalismo combativo (1979-1989): Su origen como proyecto político e intelectual se encuentra particularmente en Mises, cuyo aporte principal fue sostener que el sistema de precios era el único medio conmensurable para calcular los valores, con lo cual sentó las bases para la posterior elección binaria entre racionalidad (sistema de precios) e irracionalidad (todo lo demás). Este sistema tiene una dimensión schmittiana, ya que introduce la distinción amigo- enemigo en el terreno político-económico, convirtiendo al socialismo en el enemigo necesario para dar identidad política al neoliberalismo. Su telos era destruir cualquier senda política no capitalista, de modo que el capitalismo fuese el único sistema económico posible. Posicionarse como única posibilidad económica y política real resultó una estrategia infalible para reafirmarse en el poder, adelantándose y coartando cualquier intento de generar un sistema alternativo. No valía la pena buscar nuevas formas políticas si de antemano estaban todas descartadas como imposibles. -Neoliberalismo normativo (1989-2008): Una vez conseguido tal objetivo, lo siguiente era que el sistema fuera concebido como ‘justo’. El telos pasó a ser constructivista: los instrumentos y las métricas del mercado se convirtieron en medidas de valor humano en todos los ámbitos. Todas las esferas de la vida habían de reconstituirse según los criterios de la competencia, haciendo explícita la distinción entre ‘ganadores’ y ‘perdedores’, además de lograr que esa disputa se percibiera como justa. Uno de los ejemplos que Davies entrega eran las técnicas de auditoría, las cuales servían para clasificar la competitividad entre naciones, ciudades o regiones y eran vistas como un medio que proporcionaba las bases legítimas para conseguir más financiación. La meritocracia era considerada el ideal, la recompensa ‘legítimamente ganada’. Cabe destacar a estas alturas hasta qué punto llegó a incidir esta extrapolación de los valores de mercado fuera de la esfera económico-política. Pensemos que las instituciones educativas de nuestro país actualmente también se organizan en torno a calificaciones numéricas, las becas universitarias se dan acorde a los méritos que tenga cada cual, incluso la forma de poder acceder a una educación superior de calidad se decide de acuerdo con una competencia de puntajes, la cual es considerada como un medio legítimo para establecer el conocimiento que ha adquirido cada estudiante a lo largo de su vida. Aquellos que tienen el privilegio de lograr entrar a una institución de prestigio son considerados ‘ganadores’ por la sociedad, mientras que el resto pasan a ser ‘perdedores’ dentro de la competencia educativa. -Neoliberalismo punitivo (2008-¿?): Las fases anteriores tenían en común la acumulación de deuda; aumento de la pública la primera, aumento de la deuda privada la segunda. Esta tercera fase opera con valores de castigo moralizado (diferente del castigo utilitario) y se distingue por entremezclar en la deuda la dependencia económica y el fracaso moral, generando una afección melancólica que ocasiona que los gobiernos y sociedades descarguen su violencia y odio unos contra otros. Cuando se combina la deuda con debilidad política, se genera la condición para aumentar el castigo. Los estudios sobre personas que viven en la pobreza con grandes deudas encontraron la presencia de una melancolía generalizada, con lo cual se tiene que la deuda aumenta la autorrecriminación y la expectativa de un nuevo castigo. Esto sumado a la actitud pública que refuerza la interiorización de la moral financiera y la sensación de que ‘merecemos’ castigo y sufrir por él. En la práctica se dan políticas semejantes a algunas pertenecientes a las primeras fases del neoliberalismo, tales como el anti-sindicalismo o las auditorías. En palabras de Davies, “Las técnicas asociadas con el neoliberalismo normativo adoptan también una nueva cualidad punitiva. En los tiempos de crecimiento, la difusión de las auditorías al sector público y al cultural se experimentó como un criterio semiconsensual en función del cual distribuir más fondos. En tiempos de austeridad, las mismas técnicas se convierten en herramientas con las que retirarlos, produciendo multitud de daños en el proceso. (…) La expectativa gubernamental de que la productividad del sector público pueda aliviar las pérdidas relacionadas con la austeridad hace que la declinante salud mental y física de los trabajadores del sector público sea ahora uno de los índices más significativos de la reducción fiscal”. Me interesa recalcar este punto, puesto que nuestra sociedad neoliberal actual tiene como característica primordial precisamente a lo que el autor refiere aquí: niveles altísimos de estrés y enfermedades mentales de distintos niveles y naturalezas, todas ellas relacionadas con el ritmo de vida capitalista de producción incansable y las inalcanzables imposiciones que el sistema exige a sus trabajadores. Sin embargo, a pesar de las similitudes que pueda haber entre esta fase y las anteriores, dice Davies, existe una diferencia radical entre el neoliberalismo punitivo y los otros: ya no existe un motivo claro para instaurar estas medidas. La perspectiva schmittiana de los primeros neoliberales (libre mercado versus todo lo demás) se volvió autodestructiva; el enemigo ya no es el socialismo, ‘los enemigos’ están inmersos en el sistema neoliberal y en general carecen de poder. Son personas ya sumidas en la pobreza, en las deudas y en las redes de seguridad social, ya fueron destruidas como fuerza política autónoma, pero por algún motivo las siguen castigando. Otro punto que cabe destacar del hilo conductor de lo expresado por el autor es esta visión a través de una lente schmittiana de las relaciones políticas que se dan dentro del sistema neoliberal. Tal parece que éste no puede darse sin implicar necesariamente una distinción entre amigo-enemigo, como si la enemistad fuese una pieza fundamental para el buen funcionamiento de éste o para su edificación. En un comienzo afirmaba su identidad estando absolutamente en contra del socialismo, destruyendo cualquier destello de posibilidad de su existencia; hoy reafirma su poderío imponiéndose sobre los únicos enemigos que puede tener una vez eliminada la amenaza del socialismo, aquellos que dentro del sistema son los más vulnerables. Sin embargo, esta violencia declarada contra los pobres es tácita, se muestra como algo incoherente, irracional, absurdo, no como un pilar del neoliberalismo. La propuesta de Davies es simple: lo que debemos hacer es interpretar esta violencia aparentemente absurda del neoliberalismo punitivo, como una estrategia que está enfocada en rodear la crisis y evitar la crítica al mismo tiempo. En lugar de un conocimiento crítico que represente las falencias del presente, se repiten afirmaciones vacías como “la austeridad traerá crecimiento económico”, “mis únicos límites son los que me pongo a mí mismo”, que no declaran ninguna verdad sobre la realidad, sino que simplemente le sirven de refuerzo y corresponden a lo que Boltanski llamó ‘sistemas de confirmación’, es decir, expresiones que refuerzan el statu quo y evitan que surjan en el espacio discursivo preguntas o críticas sobre la realidad. Ante la imposibilidad de lograr un modelo viable y rentable del capitalismo, la función de las aparentes irracionalidades del sistema neoliberal es la de ocultar o evadir aquella comprensión. El neoliberalismo punitivo no busca legitimarse como antes, sea mediante consenso o por medio de normas, su soberanía se extiende hoy a políticas, castigos, recortes y cálculos que se repiten, puesto que son su única condición de realidad. En otras palabras, el argumento del autor es que el neoliberalismo actual se sostiene no mediante un consenso colectivo ni a través de normas que son consideradas justas, sino que lo único que le da su condición de realidad es su propio carácter represivo y ofensivo, se sostiene por medio de castigos y políticas que tienen la intención de repetir la realidad (mantenerla inmutable) en vez de permitir representarla críticamente. El autor finaliza diciendo que “Las coerciones de las políticas aplicadas después de 2008 son las de un sistema en retirada tanto de la ideología como de la realidad del diálogo público racional, y las restricciones epistemológicas que ello supone. Podemos ofrecer una crítica económica detallada, movilizar una amplia masa del país o cantar el himno nacional sueco, gritar o parodiar, pero todas las formas de disensión se tratarán como equivalentes. Esto, al menos, es algo que la sátira puede demostrar.” (p.144) ¿Qué significa esto en la práctica? Que la actitud de incomprensión e indiferencia condensada en la frase de Varoufakis al comienzo del texto viene a representar la realidad que se encuentra sosteniendo el sistema actual, a saber, que la crítica bien fundamentada no está siendo escuchada sino más bien puesta al mismo nivel de cualquier balbuceo, porque el neoliberalismo punitivo no desea ser entendido ni validado, ni siquiera actuar en concordancia con la razón. Su intención actual es mantenerse en el poder, infundiendo el miedo a ser castigados junto a la aceptación de este castigo como algo merecido. Puesto que se quedó sin herramientas razonables para validarse a sí mismo, solo le queda distraer la atención, eludir la posibilidad de crítica, que no noten su incapacidad de ser un modelo rentable y viable para poder seguir manteniéndose a flote. Hay que decir que este método ha funcionado bastante bien, los individuos e individuas en la actualidad están tan centrados en sus propios errores, en recriminarse su endeudamiento, en culparse a sí mismos por aquellos castigos impuestos por el neoliberalismo, que no se toman el tiempo de evaluar si tal vez es el funcionamiento interno del sistema el que condiciona sus formas de vida, que quizá no merecen el castigo que habían internalizado como merecido y que a lo mejor existen alternativas más sostenibles y justas que la que se nos ha presentado como única posibilidad.