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Ciencia, ideología y género

Jimena RODRÍGUEZ CARREÑO

Resumen

Partiendo del presupuesto de que el conocimiento científico está determinado


por intereses, valores y prejuicios sociales, aunque sin aceptar un relativismo abso-
luto al respecto, en este artículo se analiza cómo desde ciertas disciplinas se ha jus-
tificado, con argumentos supuestamente científicos, la posición subordinada de las
mujeres en la sociedad. Concretamente, nos centraremos en algunas de las teorías
sobre la inteligencia humana propias de la psicología; en la idea, procedente de la
sociobiología, de que los genes determinan el comportamiento; y en la hipótesis de
la caza como motor principal del proceso de evolución, presente en la teoría de la
evolución humana.

Palabras clave: ciencia, género, determinismo biológico, prejuicio, ideología.

Abstract

Starting from the premises that scientific knowledge is determined by social


interests, values and prejudices, though without accepting an absolute relativism on
this matter, in this essay it’s analyzed how women’s subordinated position in soci-
ety has been justified by certain disciplines by means of supposedly scientific argu-
ments. With this object, the essay focuses on three different kind of argument: first,
certain psychological theories on human intelligence; second, the sociobiological
concept that human behaviour is determined by genetics; and, in third place, the
hypothesis of hunting as the driving force of human evolution, a feature in the
human evolution theory.

Keywords: science, gender, biological determinism, prejudice, ideology.

NEXO. Revista de Filosofía 109 ISSN: 1695-7334


Núm. 3 (2005): 109-125
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La cuestión de hasta qué punto la ciencia es objetiva o es el reflejo de las ideas,


valores y prejuicios que imperan en una sociedad constituye un problema funda-
mental en torno al cual ha habido y sigue habiendo intensas discusiones. En princi-
pio, resulta al menos ingenua la creencia de que el conocimiento científico es algo
objetivo y neutral que avanza hacia la verdad. Aunque, por otro lado, tampoco pare-
ce muy adecuado concebirlo como un mero reflejo de los acontecimientos que se
dan en la esfera social y política.
Con respecto a la primera idea, la de la ciencia como conjunto de teorías neu-
trales y objetivas, indiferentes respecto del uso que de ellas se pueda hacer poste-
riormente, cabe objetar que, en general, el conocimiento científico tiene su origen
en diversas técnicas que existen ya de hecho en la sociedad y que se intentan dilu-
cidar. De este modo, la ciencia, en cuanto que nace unida a ciertas técnicas social-
mente útiles, presenta desde el primer momento un estrecho vínculo con los intere-
ses de una determinada sociedad.1
El conocimiento científico, por tanto, se encuentra desde su nacimiento conta-
minado por lo social, no es un conjunto de teorías puras, no está constituido por algo
semejante a las formas platónicas, sino que está determinado por intereses, valores
y prejuicios sociales. Por otra parte, tampoco se puede reducir la ciencia al mero
reflejo de los acontecimientos sociales. Un claro ejemplo de por qué no debemos
ser relativistas puros lo tenemos en Galileo, cuyos descubrimientos astronómicos
contradecían creencias fundamentales de la sociedad de su momento y amenazaban
incluso su estabilidad.
En este artículo, a pesar de no aceptar un relativismo absoluto en lo que a la
ciencia se refiere, nos centraremos en la faceta no objetiva del conocimiento cientí-
fico. Lo que nos interesa es comprobar cómo dicho conocimiento ha sido utilizado
muy a menudo para justificar situaciones existentes de hecho en la sociedad que se
pretenden perpetuar. Se hará especial hincapié en cómo se ha intentado mantener el
statu quo en lo que a las diferencias de género se refiere.

1. La ciencia como legitimadora del statu quo

En algunas disciplinas concretas ha sido especialmente notoria la justificación


que se ha hecho del statu quo, legitimando, a partir de conclusiones aparentemente
científicas, que cada cual ocupe socialmente un determinado lugar en función de su
raza, sexo, inteligencia y otros rasgos supuestamente biológicos. En general, quie-
nes afirman que la división de la sociedad en clases es consecuencia de los caracte-
res innatos de los que configuran cada escalafón, o hablan de la inferioridad de unas
razas frente a otras, justifican también la existencia del patriarcado. Negros, pobres,
1 Cf. Sanmartín, J.: Los nuevos redentores, Barcelona, Anthropos, 1987.

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retrasados y mujeres, entre otros, tienen en común ocupar el lugar que merecen por
estar dotados por nacimiento de unas características y no de otras. Incluso, por per-
tenecer todos ellos a una categoría semejante, inferior a la del varón blanco de clase
media, presentan en ocasiones rasgos innatos similares, como se verá más adelan-
te.
Entre las disciplinas científicas a las que me he referido, destaca ante todo la
biología y otras ciencias vinculadas a ella. Para establecer un cierto orden en la
exposición, trataremos en primer lugar la teoría de la evolución humana, para pasar
después a hablar de la psicología, y terminar refiriéndonos a la sociobiología. La
sociobiología forma parte de la biología, mientras que la psicología se encuentra, al
menos en el aspecto en que aquí la vamos a tratar, fuertemente vinculada a esa
misma disciplina. En la teoría de la evolución humana son relevantes también otras
ciencias, pero la biología tiene un lugar destacado. Nos referiremos, por tanto, a la
sociobiología, a la teoría de la evolución humana y a la psicología por separado con
el único fin de facilitar la exposición, pero, realmente, no son siempre divisibles,
pues la hipótesis de que el hombre cazador fue el fundamento de la evolución de
nuestra especie, por ejemplo, está fuertemente relacionada con la idea de la socio-
biología de que el ser humano es esencialmente agresivo. Tanto los planteamientos
propios del evolucionismo, como los de la sociobiología parecen partir de la creen-
cia de que el ser humano es tal y como lo describió Hobbes, es decir, egoísta y agre-
sivo por naturaleza.2 Por otro lado, la psicología, según la vamos a plantear aquí,
coincide con la sociobiología en que ambas disciplinas se refieren a características
que han llegado hasta nuestros días gracias a la selección natural y a la herencia.
Todos éstos son, así, planteamientos biologistas.

1.1. La teoría de la evolución humana

La idea de que la caza fue algo esencial para la evolución humana se remonta a
Darwin. Pero es en los años 40 del siglo XX cuando empieza a estudiarse sistemá-
ticamente el proceso evolutivo humano. En ese momento sigue siendo la hipótesis
fundamental la de la caza como motor principal de dicho desarrollo. El modelo
explicativo del cazador se consolida y no recibe las primeras críticas serias hasta
los años setenta.3
La caza, según este planteamiento, trajo una serie de cambios que fueron trans-
formando gradualmente a los homínidos del pasado hasta llegar al homo sapiens.

2 Cf. Lewontin, R. C.; Rose, S.; Kamin, L. J.: No está en los genes: Crítica al racismo biológico,
Barcelona, Grijalbo Mondadori, 1996.
3 Cf. Martínez Pulido, C.: El papel de la mujer en la evolución humana, Madrid, Biblioteca
Nueva, 2003.

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Fue gracias a la necesidad de cazar como se dieron alteraciones tan importantes


como el bipedismo. La fabricación de armas y el manejo de las mismas desarrolló
el cerebro y la confección de estrategias de caza fomentó la cooperación entre los
machos y la organización social. La necesidad de colaboración dio pie a una comu-
nicación más precisa y eficaz. Además se fue dando paso a la división sexual del
trabajo, pues las hembras, teniendo en cuenta la fuerte dependencia de las crías res-
pecto de ellas, no podían abandonar a su prole para acompañar a los machos en la
caza. El establecimiento de fuertes lazos entre una hembra y un macho se hizo tam-
bién necesario, pues suponía que la hembra tenía quien la abasteciera a ella y a su
cría y que el macho tenía asegurada la fidelidad de su compañera, con lo que podía
salir a cazar tranquilamente; además este compromiso disminuía la rivalidad entre
los machos por las hembras, dejando lugar para una mayor cooperación en la caza.
El zoólogo D. Morris, uno de los defensores de esta hipótesis, la expresa de un
modo muy claro y sintético cuando afirma: “El mono de los bosques, convertido
sucesivamente en mono a ras de tierra, en mono cazador y en mono sedentario, se
ha transformado en mono cultural.”4 Es la presión evolutiva, afirma el autor, lo que
hace que el mono que vive de los frutos que le ofrece el bosque se convierta, por
causa de la desaparición de su antiguo hábitat, en el mono cazador. A partir de
entonces se generan en él todos los cambios anatómicos, comportamentales, tecno-
lógicos y sociales a los que nos hemos referido.
Como hemos dicho, el papel de las hembras, según los defensores de esta teo-
ría, consistía únicamente en cuidar de las crías mientras los machos salían a cazar
en grupos. Al no intervenir las hembras en la actividad de la caza, no tomaron
entonces parte en los avances del proceso evolutivo. De este modo, las hembras no
sólo quedan al margen de la evolución humana, sino que además quedan relegadas
desde muy pronto al ámbito doméstico. Así es como tiene su origen la división
sexual del trabajo5. Entre los defensores de la hipótesis del cazador parece, por
tanto, evidente la conexión directa que se da entre la caza y dicha división. “La
segregación sexual dentro de la sociedad se convirtió en la norma cuando nos hici-
mos dependientes de la carne”6, afirma categóricamente R. Ardrey (uno de los más
fervientes defensores de esta teoría) en 1976, momento en que ya se han puesto en
cuestión estas ideas y se está desarrollando una polémica en torno a ellas.
En la década de los años setenta, como acabamos de señalar, empieza a poner-
se en duda la hipótesis del cazador como la más adecuada para explicar el proceso
de evolución humana. Gracias al aumento de mujeres científicas en disciplinas
como la paleoantropología, la primatología y la antropología se fueron constituyen-
do modelos alternativos en los que las mujeres ocupaban un lugar importante en el

4 Morris, D.: El mono desnudo, Barcelona, Plaza y Janés, 2000, p. 24.


5 Cf. Martínez Pulido, C.: El papel de la mujer en la evolución humana, op. cit.
6 Ardrey, R.: La evolución del hombre: la hipótesis del cazador, Madrid, Alianza, 1983, p. 104.

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desarrollo evolutivo. Comenzó a reconocerse que la recolección, que siempre había


sido considerada por los expertos como una actividad predominantemente femeni-
na, conllevaba no pocas complejidades y habilidades. Por ejemplo, era necesario
saber en qué época del año y dónde se podían encontrar los distintos alimentos, ade-
más había que conseguir orientarse en los campos abiertos en los que a menudo se
llevaba a cabo la recolección. Por otra parte, se reconocía que la dieta de los prime-
ros homínidos se componía más de vegetales que de carne, pues ésta se obtenía
solamente cada cierto tiempo. Fue en este contexto y concretamente en el año 1975
en el que surgió el modelo de la mujer recolectora de N. Tanner y A. Zihlman. Estas
científicas sostuvieron una nueva tesis según la cual “durante el proceso de la evo-
lución las hembras habían sido las principales contribuyentes a la dieta, activas par-
ticipantes en la subsistencia y en varias dimensiones de la vida social, además de su
papel central en la reproducción. De hecho, las hembras junto a sus crías formaban
el centro de la unidad social y, además, en muchas de sus actividades fueron verda-
deras creadoras.” Asimismo estas científicas “negaban la existencia de una división
sexual del trabajo rígida en los estadios primitivos de la evolución humana y tam-
poco creían en un comportamiento monógamo. De manera alternativa, sostenían la
importancia de los alimentos de origen vegetal en la dieta de los primeros homíni-
dos.”7 Los primeros inventos surgieron en el contexto de la recolección, por lo que
fueron una creación femenina. La recolección, en definitiva, afirmaron estas auto-
ras, fue anterior a la caza, que se apoyó en los cimientos tecnológicos y sociales a
los que aquélla dio lugar.
Ni qué decir tiene que se calificó este modelo de ginocéntrico. Algunos cientí-
ficos dieron a entender que no era más que la respuesta de unas feministas ofendi-
das a la hipótesis del cazador, a la cual, por cierto, no tachaban de androcéntrica. La
polémica en torno a la cuestión fue intensa. En 1978 G. Isaac formuló la hipótesis
del alimento compartido, según la cual fue fundamental para la evolución humana
que se compartieran los alimentos en un campamento base. En este sentido, la caza
y la recolección eran igualmente relevantes.
A pesar de este relativo reconocimiento del papel de las hembras en la evolu-
ción humana dado en la década de los setenta, en los años ochenta hubo una cierta
retracción. Siendo evidente ya por los datos científicos que la caza no tuvo lugar
hasta bastante avanzado el proceso evolutivo, comenzó a darse gran relevancia al
carroñeo, restando así importancia a la recolección. En esta época hubo también un
cierto resurgimiento de la hipótesis del cazador. Pero lo que realmente llama la aten-
ción es que algunos científicos del momento que insistían en que la alimentación a
base de productos vegetales había sido esencial, llegaron a sostener que la recolec-
ción era una actividad masculina y no femenina, como tradicionalmente se había
afirmado.
7 Martínez Pulido, C.: El papel de la mujer en la evolución humana, op. cit., pp. 485-486.

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Esta última hipótesis nos resulta realmente chocante, pues parece que los cien-
tíficos que la propugnaban dieron la vuelta a los planteamientos tradicionales para
que no resultaran incompatibles con sus creencias. Fueron capaces de aceptar la
importancia de la dieta vegetal en la evolución humana, dejando así de lado las
acostumbradas ideas acerca de la alimentación carnívora como la fundamental, pero
no estaban dispuestos a admitir que las hembras hubieran sido las protagonistas de
una actividad esencial. Éste constituye un claro ejemplo de cómo los prejuicios y
las creencias pueden determinar las conclusiones científicas obtenidas a partir de
datos en principio objetivos. En el ámbito de la teoría de la evolución humana este
hecho ha sido muy frecuente. Los paleoantropólogos recogen datos y los interpre-
tan reconstruyendo no sólo la morfología de los antiguos homínidos, sino también
su comportamiento, y es aquí donde entran en juego de manera evidente elementos
sociales y culturales propios del observador. Así es como surgen supuestos descu-
brimientos científicos que no sólo son el reflejo de situaciones actuales, sino que
además las legitiman. “De hecho, desde siempre ha existido un perpetuo anhelo en
justificar el presente por alusión al pasado y, en lo que se refiere a la evolución
humana, la interpretación de nuestra historia evolutiva se ha usado, y se usa, para
justificar situaciones presentes: al considerarlas «naturales» se vuelven inevitables.
Valga como ejemplo los ingentes esfuerzos dirigidos a definir la familia monógama
como algo «natural», considerando su existencia desde el principio de nuestro lina-
je y una base permanente de la organización humana. En la familia monógama los
roles sexuales están claros y delimitados, son naturales y por tanto indiscutibles.”8
Para mostrar el acierto de esta afirmación de C. Martínez Pulido, podemos men-
cionar nuevamente a Morris, para quien el ser humano actual no deja ser un mono,
por lo que conserva aún características y modos de actuar propios de los tiempos
ancestrales. De este modo, Morris da a entender que lo que hoy denominamos tra-
bajar, equivale a la actividad de cazar propia de nuestros antecesores. Hemos de
entender, entonces, que el trabajo es algo propiamente masculino, aunque algunas
mujeres, como indica el autor, se sumen ahora a la actividad masculina de la caza.
“Las normas básicas de comportamiento establecidas en nuestros primeros tiempos
de monos cazadores siguen manifestándose en nuestros asuntos, por muy elevados
que sean.” Por ello, no hemos de olvidar que “nuestras civilizaciones, increíblemen-
te complicadas, podrán prosperar únicamente si las orientamos de manera que no
choquen con nuestras básicas exigencias animales ni tiendan a suprimirlas.”9 Con
estas declaraciones Morris legitima la división sexual del trabajo y la separación
entre la esfera pública y la doméstica.
Para terminar con este apartado, es interesante señalar que, según Martínez
Pulido, las sucesivas hipótesis sobre la importancia de la recolección o de la caza

8 Ibid., p. 470.
9 Morris, D.: El mono desnudo, op.cit., p. 43.

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estaban en ocasiones en función de las diversas circunstancias sociales. De este


modo, afirma la autora siguiendo a L. Hager, no es extraño que “la interpretación
de la vida en el pasado sostenida por los defensores del modelo del «hombre caza-
dor» fuese paralela con los acontecimientos que tenían lugar en la cultura occiden-
tal, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial. Las mujeres permanecen
en casa teniendo y criando a sus hijos, y los hombres salen a «cazar» el alimento.”10

1.2. La psicología

La inteligencia ha sido un factor fundamental para clasificar a las personas y


justificar su posición social. Los modos de medirla han ido variando con el tiempo.
Así, en el siglo XIX se la evaluaba en función del tamaño del cráneo y del volumen
del cerebro. Durante el siglo XX se modificó el método, empezando a aplicarse los
tests de inteligencia. Lo que subyace a estas técnicas, según S. J. Gould, es el plan-
teamiento erróneo de que la inteligencia es propiamente una entidad, una cosa uni-
taria. Una vez reificada la inteligencia, se comete una segunda falacia, explica el
autor, que consiste en establecer una gradación numérica. De este modo, a cada
individuo se le adjudica un número y se lo coloca en un lugar de la escala. Este pro-
cedimiento lleva siempre a descubrir que los grupos humanos (razas, clases o sexos)
oprimidos y menos favorecidos son naturalmente inferiores y deben ocupar esa
posición. Se concibe, entonces, la inteligencia como algo separado, medible, here-
ditario y, como tal, innato. Continuamos tratando aquí, por tanto, con planteamien-
tos biologistas.
En el siglo XIX, como acabamos de señalar, se llevaron a cabo una serie de
mediciones para calcular el grado de inteligencia de distintos grupos humanos. En
estas investigaciones destacó P. Broca, con el que la craneometría se fue convirtien-
do en una ciencia rigurosa y respetable. Según esta supuesta ciencia, el tamaño del
cráneo y, con él, el del cerebro, estaba directamente relacionado con el nivel de inte-
ligencia de cada persona. Broca se documentó muy bien acerca de la diferencia de
tamaño entre el cerebro masculino y el femenino, llegando a la conclusión de que
el segundo era notablemente más pequeño. Era consciente de que había que tener
en cuenta que los varones tenían en general un mayor tamaño corporal que las muje-
res, pero, según decía, era evidente que éstas eran menos inteligentes. Por tanto, la
distinta constitución física de las mujeres respecto de los hombres por sí sola no
podía dar cuenta de las variaciones en el tamaño del cerebro. Sin embargo, Broca sí
consideró el correctivo de la talla para mostrar que los alemanes no eran superiores
a los franceses. 11

10 Martínez Pulido, C.: El papel de la mujer en la evolución humana, op. cit., p. 483.
11 Cf. Gould, S. J.: La falsa medida del hombre, Barcelona, Antoni Bosch editor, 1984.

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G. Le Bon, discípulo de Broca, fue especialmente misógino. Según sus estudios,


el volumen del cerebro de una mujer de raza blanca era semejante al de un varón
negro. Como dijimos más arriba, los deterministas biológicos tienden a adjudicar
rasgos semejantes a los diversos grupos humanos que consideran inferiores, justifi-
cando con ello que sus miembros ocupen escalafones bajos en la sociedad. Lo que
llama la atención especialmente es que Le Bon, en su Estudio de las civilizaciones
y de las razas, que publica en 1894, llega incluso a reconocer que si los hombres
tienen unas dotes intelectuales superiores a las de las mujeres, ello se debe a que han
recibido educación y, posteriormente, se han ido transmitiendo hereditariamente de
varón a varón estos avances adquiridos gracias a la instrucción. De ahí que en las
razas inferiores las diferencias de tamaño entre cerebros según el sexo sean poco
importantes. Esto se explica además porque en estos grupos las mujeres comparten
los trabajos de los hombres, lo cual aumenta el volumen de sus cerebros y, con ello,
su inteligencia. La mujer de raza blanca recibe, sin embargo, una educación que en
lugar de desarrollar su inteligencia, la restringe. Pero esto ha de continuar siendo
así, afirma el científico, pues de lo contrario se pone en peligro la estabilidad social.
“El día que las mujeres, olvidando las ocupaciones inferiores que les ha asignado la
naturaleza, abandonen el hogar para participar en nuestras luchas, ese día comenza-
rá una revolución social, y desaparecerá todo aquello que mantiene unidos los
sagrados vínculos de la familia.”12
Los datos recogidos por estos científicos eran interpretados según sus creencias
y conveniencias, pues si hubieran introducido los correctivos necesarios, ni siquie-
ra hubieran podido afirmar con fundamento que el cerebro de los hombres es mayor
que el de las mujeres. Una muestra de que existió un gran sesgo en la valoración de
esos datos lo tenemos en las conclusiones que sacó de ellos M. Montessori, quien
apoyó muchas de las tesis de Broca, pero no aceptaba las que se referían a la menor
inteligencia de las mujeres. Según los cálculos hechos por ella, para los que tuvo en
cuenta ciertos correctivos, los cerebros femeninos eran un poco mayores que los
masculinos, por lo que las mujeres eran intelectualmente superiores a los hombres,
que habían prevalecido únicamente por su fuerza física. De este modo, Montessori,
al igual que los otros estudiosos, llegó a las conclusiones más acordes con sus pro-
pios deseos.13
Además de investigar el volumen del cerebro en función del sexo, Broca loca-
lizó el centro del lenguaje en el hemisferio izquierdo, dando lugar con ello a poste-
riores estudios sobre la localización de las diferentes aptitudes. Se empezó a hablar
entonces de dominancia hemisférica y de lateralización haciendo referencia a este
fenómeno. Los nuevos descubrimientos que fueron apareciendo ya en el siglo XX
iban mostrando que el cerebro del varón estaba más lateralizado que el de la mujer.

12 Le Bon, G.: Estudio de las civilizaciones y de las razas, Madrid, Aguilar, (s. a.), p. 106.
13 Cf. Gould, S. J.: La falsa medida del hombre, op. cit.

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Teniendo en cuenta que el fenómeno de la asimetría entre los dos hemisferios no se


daba en los animales, se concluyó que el hombre estaba más evolucionado en ese
sentido que las mujeres y que, por lo tanto, ejecutaba mejor las tareas intelectuales.
Se calificó el hemisferio izquierdo como racional y consciente y el derecho como
emocional e intuitivo. Considerando que la conexión entre ambos era mayor en las
mujeres que en los varones, se dijo que éstas eran más irracionales, pues la parte
emocional de su cerebro impregnaba la racional.14
También durante el pasado siglo se llevaron a cabo investigaciones científicas
que se centraban en las hormonas como responsables de estas diferencias. Las hor-
monas, se afirmó entonces, en diversos momentos del desarrollo del feto, masculi-
nizan o feminizan el cerebro. El neuroendocrinólogo S. Goldberg en su obra La
inevitabilidad del patriarcado, publicada por primera vez en 1974, explica que los
hombres muestran desde muy pronto una fuerte tendencia agresiva y dominante y
sitúa la causa de este fenómeno en la hormona propiamente masculina, es decir, en
la testosterona. De este modo, el patriarcado se convierte en una estructura natural
e inevitable en cualquier tipo de sociedad humana. Las mujeres tienen, sin embar-
go, una “tendencia más nutricia” y su papel fundamental es el de “directoras de los
recursos emocionales de la sociedad”. Los varones sienten el deber de protegerlas
a ellas y a los niños. “Pero las feministas no pueden disfrutar de ambas cosas: si
quieren sacrificar todo esto, lo único que conseguirán a cambio será el derecho a
hacer frente a los hombres bajo los términos de éstos. Ellas perderán.”15
De todo lo dicho hasta ahora, podemos deducir que la división de tareas según
el sexo en la sociedad es, para los deterministas biológicos que estamos viendo en
este apartado, no sólo inevitable, pues las hormonas así lo ordenan, sino también
socialmente funcional, como demuestra la cita de Le Bon que hemos reproducido
más arriba.
En la actualidad las investigaciones científicas parecen apuntar que, efectiva-
mente, el cerebro es fuertemente influido por las hormonas sexuales (estrógenos y
andrógenos) durante el período de gestación, lo que determina su estructura. De ahí,
se afirma, que hombres y mujeres presenten diversas aptitudes. En este sentido, es
ya un tópico señalar que las mujeres poseen más fluidez verbal que los varones,
mientras que éstos son más aptos para determinadas tareas espaciales. No se detec-
tan diferencias en el nivel de inteligencia global, simplemente hombres y mujeres
resuelven los problemas de distinta manera y activan zonas diversas del cerebro
para realizar una misma función. Estas disimilitudes se justifican apelando a la

14 Cf. Barral, M. J. y Delgado, I.: «Dimorfismos sexuales del cerebro: una revisión crítica», en
Barral, M. J. y otros (eds.), Interacciones ciencia y género: Discursos y prácticas científicas de muje-
res, Barcelona, Icaria, 1999, pp. 129-159.
15 Goldberg, S. Citado por Lewontin, R. C.; Rose, S.; Kamin, L .J.: No está en los genes. Crítica
del racismo biológico, op. cit., pp. 181-182.

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selección natural: la mujer, como recolectora, desarrolló ciertas habilidades diferen-


tes de las de los varones, cuyas aptitudes se configuraron en torno a la actividad de
la caza. Estos estudios parecen ser mucho más serios y científicos que los que veni-
mos mencionando hasta ahora. Sin embargo, M. J. Barral e I. Delgado, al tratar
estas cuestiones, explican que, según una investigación publicada en 1998 “las dife-
rencias entre mujeres y hombres en ciertas capacidades cognitivas específicas han
ido reduciéndose a lo largo de los últimos cincuenta años. Esta disminución de las
diferencias estaría relacionada con una situación más igualitaria entre mujeres y
hombres en el acceso a estudios, actividades laborales y actitudes sociales.”16
Al igual que, como hemos visto anteriormente, hubo investigadoras que dedu-
jeron, a partir de los datos del volumen del cerebro en los diversos grupos humanos,
que las mujeres eran más inteligentes, algunas feministas actuales infieren de los
últimos estudios sobre las diferentes estructuras cerebrales según el sexo, un buen
futuro para las mujeres. Tal es el caso de H. Fisher, quien, tras explicar que varones
y mujeres se encuentran dotados de manera innata de diferentes capacidades y habi-
lidades, afirma que “a medida que las mujeres afluyen a la población activa remu-
nerada en todas las culturas del mundo aplicarán sus aptitudes naturales a muchos
sectores de la sociedad, influyendo de forma decisiva en el ámbito comercial, en las
relaciones sexuales y en la vida familiar del siglo XXI. En algunos sectores impor-
tantes de la economía llegarán incluso a predominar, convirtiéndose así en el primer
sexo. ¿Por qué? Porque las actuales tendencias en los negocios, comunicaciones,
educación, derecho, medicina, gobierno y el sector sin ánimo de lucro, lo que se
llama sociedad civil, indican que el mundo del mañana va a necesitar del espíritu
femenino.”17

1.3. La sociobiología

Como acabamos de ver, recientes investigaciones científicas concluyen que los


cerebros de los varones y de las mujeres difieren por su constitución, lo que conlle-
va que los dos géneros destaquen en aptitudes distintas. Las hormonas son funda-
mentales a este respecto, pues configuran el cerebro durante la gestación. Pero son
los genes los responsables en último término de esa diferencia, pues son los deter-
minantes del sexo. Esta idea concuerda con el protagonismo que en las últimas
décadas del siglo XX adquirieron los genes. Incluso se configuró una nueva disci-
plina en los que éstos cumplían un papel central: la sociobiología. Lo que más inte-
resa aquí de este nuevo tipo de biologismo es que concibe como innatos no ya sólo

16 Barral, M. J. y Delgado I.: «Dimorfismos sexuales del cerebro: una revisión crítica», loc. cit.,
p. 150.
17 Fisher, H.: El primer sexo, Madrid, Taurus, 2000, p. 15.

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ciertos caracteres morfológicos, como sería el de la diferencia de estructuras cere-


brales, sino también muchos rasgos comportamentales. Éstos fueron naturalmente
seleccionados y, al estar inscritos en nuestros genes, han llegado hasta nuestros días.
Es por esta razón por la que se explican, por ejemplo, las diversas actitudes sexua-
les de hombres y mujeres que podemos observar en nuestras actuales sociedades.
Del mismo modo que en los años setenta algunos científicos, como ya hemos
visto, explicaban la existencia del patriarcado a partir de la testosterona, en la
misma época, E. O. Wilson lo justificaba por ser útil, funcional. Si se da, ha de ser
porque es adaptativamente ventajoso y, como tal, ha sido reforzado por la selección
natural y transmitidas hereditariamente las actitudes que lo constituyen. Su surgi-
miento en épocas ancestrales tenía que ver con la menesterosidad de las crías de los
homínidos, con el largo período de dependencia de éstas respecto de sus madres.
Con el tiempo, se afirmaba, la división sexual del trabajo derivada de este hecho
quedó fijada genéticamente18. Como vemos, los argumentos se repiten en las diver-
sas teorías, pues ya nos hemos referido a estas mismas ideas al tratar el tema de la
evolución humana.
La sociobiología, por tanto, defiende que en los seres humanos se manifiestan
actitudes y conductas que han sido heredaras genéticamente y que constituyen algo
así como la naturaleza humana. A partir de los genes los sociobiólogos dan cuenta
de muchas actitudes que podemos observar en nuestros días, incluso logran hacer
coherente la idea del ser humano como esencialmente egoísta con la existencia del
altruismo. El truco está en elegir el gen como unidad de selección, en lugar del indi-
viduo. El altruismo supone, entonces, una especie de egoísmo genético. Esta idea
es propuesta por R. Dawkins en su obra El gen egoísta, publicada a mediados de los
años setenta. En ella desarrolla algunos argumentos que nos pueden resultar intere-
santes. En un capítulo que titula «La batalla de los sexos» se refiere a conductas típi-
camente masculinas y femeninas, existentes en la sociedad de su momento, y afir-
ma que han sido objeto de la selección natural, siendo transmitidas de generación
en generación hasta nuestros días. Sus comentarios en este capítulo acerca de las
diferencias entre los sexos no son tan rudimentarios como muchos de los que hemos
estado analizando, pero tampoco es muy difícil descubrir su parcialidad.
Dawkins parte de la idea de que el óvulo es mucho más costoso de producir que
los espermatozoides, por lo que la hembra deberá tener gran tiento al elegir a su
pareja. Para ella reproducirse constituye una inversión mucho mayor que para el
macho, de ahí que cada sexo haya desarrollado diferentes estrategias reproductivas.
A los machos les compensa ser promiscuos, a las hembras ser exigentes. La presión
evolutiva ha llevado a que los ellos inviertan menos en los hijos y sean más promis-
cuos. Lo contrario ocurre en el caso de la hembra. “Puesto que ella empieza a inver-

18 Cf. Lewontin, R.C.; Rose, S.; Kamin, L. J.: No está en los genes: Crítica del racismo bioló-
gico, op. cit.

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tir más que el macho, en la forma de su óvulo grande y rico en alimentos, una madre
se encuentra, a partir del mismo instante de la concepción, más «comprometida»,
de manera más profunda, con cada hijo que el padre.”19 La hembra, siendo así las
cosas, deberá intentar elegir un macho que no vaya a abandonarla, se hará, enton-
ces, la difícil para descubrir si él le será o no fiel y le exigirá un largo período de
compromiso para ponerlo a prueba.
Estas actitudes nos resultan familiares, pues han sido las que tradicionalmente
han seguido hombres y mujeres en nuestra cultura, al menos hasta hace relativa-
mente poco tiempo. De este modo, Dawkins parece estar naturalizando los compor-
tamientos que predominan en su contexto social, podemos decir que esencializa
tópicos referidos a los dos sexos. Parte del presente para explicar el más remoto
pasado. La parcialidad de sus conclusiones se deja ver incluso en el vocabulario que
utiliza, pues cuando se refiere a las hembras, afirma que éstas tienen dos estrategias
reproductivas a su alcance, ser esquivas o ser fáciles, mientras que los machos pue-
den ser fieles o galanteadores. No hace falta reflexionar mucho sobre estos térmi-
nos para darse cuenta de que los que conciernen a las hembras tienen una cierta
carga peyorativa de la que carecen los que se refieren a los machos. También resul-
ta chocante que hable de la estrategia de la felicidad conyugal como típica de las
hembras.
Podemos pensar que, al fin y al cabo, estas ideas fueron formuladas en la déca-
da de los setenta y que actualmente la sociobiología no puede seguir siendo tan sim-
plista. Efectivamente, esta disciplina ha ido evolucionando y dejando atrás algunas
explicaciones demasiado elementales. Sin embargo, podemos encontrar publicacio-
nes recientes de sociobiólogos que mantienen que el varón es naturalmente promis-
cuo y la mujer selectiva. Así, en un artículo que trata de indagar en los motivos que
llevan a un hombre a violar, R. Thornhill y C. T. Palmer afirman que la selección
natural ha premiado la promiscuidad masculina y ha favorecido a las hembras que
eligen con cuidado a sus parejas. Pero el macho que no es elegido por ninguna hem-
bra, explican estos autores, buscará otra estrategia para reproducirse: la violación.
Después esta actitud se transmitirá genéticamente hasta llegar a nuestros días. La
violación tiene así orígenes evolutivos y, por tanto, genéticos. De aquí se deduce
que la selección natural no sólo ha determinado las características de nuestros cuer-
pos, sino que también ha influido en nuestros rasgos psicológicos y en nuestras con-
ductas. Los autores no justifican con este discurso la violación, sino que argumen-
tan que ha de ser concebida del modo como ellos la explican para poder evitarla.
Los científicos sociales, afirman, están equivocados al situar las causas de la viola-
ción únicamente en factores sociales. Pero lo realmente grave de las declaraciones
de estos sociobiólogos no es lo que acabamos de exponer, sino la afirmación que

19 Dawkins, R.: El gen egoísta, Barcelona, Labor, 1979, p. 217.

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hacen acerca de la indudable cientificidad de sus conclusiones. Al final del artículo


dicen de modo contundente que la elección entre su concepción de la violación y la
de los científicos sociales equivale a una elección entre ciencia e ideología.20
Lo que más se le critica a la sociobiología es la idea nada novedosa, como
hemos estado viendo, de que nuestros rasgos de carácter están en buena parte deter-
minados por los genes. Pero son aún más inquietantes las conclusiones de algunos
científicos acerca de genes concretos que determinan conductas específicas. Así,
recientemente se ha hablado del “gen de la homosexualidad”. “La confusión está
servida desde el momento que se habla del «gen de» como si eso fuera una unión
indisoluble y específica, es decir, como si ese gen no contribuyera además a otras
funciones, u otros genes, incluso localizados en otros cromosomas, no pudieran
contribuir a la regulación de la misma función, sobre todo cuando se trata de com-
portamientos complejos, a lo que se añade que no se tienen en cuenta otros factores
que participan en esa regulación, como el medio ambiente.”21
Como acabamos de señalar, la genética del comportamiento no es un plantea-
miento nuevo. La idea de que las conductas nocivas se transmiten por herencia dio
lugar a principios del siglo XX al movimiento eugenista, que suponía que la espe-
cie humana podía mejorarse gracias a la manipulación de sus caracteres heredita-
rios. Cabe preguntarse ahora por qué se ha dado ese resurgir de la genética del com-
portamiento a finales del siglo XX. Es evidente que son fundamentales a este res-
pecto los factores políticos, ideológicos. El determinismo biológico es muy útil para
la nueva derecha, pues legitima las desigualdades sociales que genera el capitalis-
mo al responsabilizar al individuo de su posición en la sociedad.22
La vinculación del biologismo con la ideología del capitalismo nos resulta
obvia, pero vale la pena atender a otras críticas de la sociobiología que tienen en
cuenta otros factores. Así, J. Sanmartín afirma que esta disciplina es útil porque
acoge y legitima las teorías científicas conformadas en torno a la moderna ingenie-
ría genética. Dichas teorías surgieron a partir de técnicas previamente existentes en
la sociedad, como, por ejemplo, la técnica de la fermentación, que se pretendían
dilucidar y mejorar. Pero la manipulación genética puede conllevar problemas éti-
cos y no ser del todo aceptada socialmente. Aquí entra en juego la sociobiología,
que se califica de ciencia para hacerse respetar y ejerce una labor propagandística
con el fin de legitimar la ingeniería genética. Los sociobiólogos nos hablan de una
supuesta naturaleza humana esencialmente agresiva que cabe mejorar con la mani-
pulación genética. A su vez, la sociobiología se inserta en una teoría mucho mayor
20 Cf. Thornhill, R. and Palmer, C. T.: «Why men rape?» The Sciences, January/February 2000,
pp. 30-36.
21 Barral, M. J. y Delgado, I.: «Dimorfismos sexuales del cerebro: una revisión crítica», loc. cit.,
p. 140.
22 Cf. Lewontin, R.C.; Rose, S.; Kamin, L. J.: No está en los genes: Crítica del racismo biológi-
co, op. cit.

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que goza de gran prestigio y de cuya cientificidad nadie se atreve a dudar: la teoría
de la selección natural. De este modo, poner en entredicho las conclusiones de
sociobiología supone, según los científicos que la apoyan, dudar de la teoría de la
selección natural y, consecuentemente, estar haciendo ideología en lugar de cien-
cia23.
Estas ideas de Sanmartín nos ayudan a encontrar un modo de combatir la inge-
nua creencia de que la ciencia es neutral y objetiva sin apelar a la ideología, pues
este tipo de planteamientos se pueden volver en contra de nosotros, se nos puede
acusar de no estar siendo objetivos, de criticar las conclusiones científicas por no
ser acordes con nuestros valores y concepciones políticas. Pero la idea del autor de
que la ciencia nace contaminada por intereses sociales, pues parte de técnicas usa-
das en una sociedad, es más difícil de rebatir.

2. Conclusiones

Una de las conclusiones más obvias que podemos sacar de todo lo expuesto es
que el conocimiento científico no se encuentra al margen de la sociedad ni de la
política, sino que está contaminado por intereses, prejuicios y valores. Ya hemos
hablado de diversas ciencias y teorías que sirvieron en su momento, y algunas aún
en la actualidad, para legitimar el orden social existente. Si buscamos el origen de
éste en la biología, es evidente que nuestra sociedad se convierte en un reflejo del
orden natural. De este modo, la búsqueda de otros modos de organización social
diferentes al presente sería algo casi imposible, utópico en el peor de los sentidos y
hasta dañino. Si lo que tenemos ahora es fruto de la selección natural, intentar cam-
biarlo es arriesgado. Así, si el patriarcado ha sobrevivido hasta nuestros tiempos
será porque es funcional, una forma de organización alternativa haría nuestra socie-
dad menos eficaz. Una buena sociedad ha de ser acorde con las características de la
naturaleza humana, que conlleva egoísmo y competitividad entre los individuos.
Éstos han de estar situados en el lugar que les corresponda según su capacidad para
competir en la lucha por la existencia y esta capacidad deriva, sobre todo, de rasgos
innatos.
Como muy bien señala Gould, ya Sócrates, con la invención del mito de una
República en la que cada cual ocupaba un lugar según su naturaleza, buscaba argu-
mentos que justificaran la jerarquía. “Desde entonces, el mismo cuento, en diferen-
tes versiones, no ha dejado de propalarse y ser creído. Según los flujos y reflujos de
la historia de Occidente, las razones aducidas para establecer una jerarquía entre los
grupos basándose en sus valores innatos han ido variando. Platón se apoyó en la
dialéctica; la Iglesia en el dogma. Durante los dos últimos siglos, las afirmaciones

23 Cf. Sanmartín, J.: Los nuevos redentores, op. cit.

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científicas se han convertido en el principal recurso para justificar el mito platóni-


co.”24
Pero además de calificar ciertas teorías científicas como ideológicas, podemos
ir un poco más allá en nuestra crítica y hacer un análisis algo más profundo. Una
observación muy interesante en este sentido es la que hacen R. C. Lewontin, S.
Rose y L. J. Kamin. Para estos autores, un rasgo esencial del biologismo es que es
reduccionista, pues explica las características de conjuntos complejos, como es el
caso de la sociedad, a partir de sus unidades elementales. De este modo, “las pro-
piedades de una sociedad humana son […] la suma de los comportamientos y ten-
dencias individuales de los seres humanos de que se compone esa sociedad […]
Dicho en lenguaje formal, el reduccionismo sostiene que las unidades que compo-
nen un conjunto son ontológicamente previas al conjunto que componen esas uni-
dades. Es decir, las unidades y sus propiedades existen antes que el conjunto y hay
una cadena de causalidad que va de las unidades al conjunto.”25 A su vez, el com-
portamiento individual está determinado por los rasgos innatos de cada persona.
Lo que podemos deducir de esta cita es que el reduccionismo propio del biolo-
gismo consigue disolver la dimensión social en lo individual. De esta manera, la
sociedad como conjunto pierde su responsabilidad respecto de los sujetos que la
componen. Estas concepciones reduccionistas son propias de la ideología de la
nueva derecha y tienen que ver con el progresivo desmantelamiento del Estado del
bienestar que se viene dando desde la década de los años setenta.
A lo largo de este artículo hemos ido viendo cómo muchos científicos se han
referido constantemente a las características innatas de los individuos y han deses-
timado la influencia del ambiente. Se centraban, por tanto, en los rasgos de cada
persona y dejaban de lado los factores sociales, no considerados demasiado relevan-
tes. En el caso de la psicología puede verse claramente cómo los tests de inteligen-
cia han adjudicado a cada sujeto una cifra concreta que lo distingue de los demás
y lo sitúa en un lugar de la escala creada a tal efecto. De esta manera, lo social se
va diluyendo en lo individual, que acapara el protagonismo.
En este sentido, resulta interesante la crítica que el profesor J. B. Fuentes reali-
za de la psicología. Esta disciplina cumple en nuestra sociedad la función de disol-
ver, no resolver, los conflictos sociales. Los diversos grupos o clases de las socie-
dades capitalistas tuvieron en principio proyectos éticos y políticos enfrentados.
Pero la psicología ofrece a los sujetos diversas alternativas de acción individuales.
De este modo, frente al conflicto de partida entre proyectos de acción de diferentes
grupos dado en el seno de una sociedad, se genera como solución sustitutoria una
red de alternativas de acción por las que los individuos podrán ir circulando26.
24 Gould, S. J.: La falsa medida del hombre, op. cit., pp. 1-2.
25 Lewontin, R. C.; Rose, S.; Kamin, J. L.: No está en los genes: Critica del racismo biológico,
op. cit., p. 16.
26 Cf. Fuentes, J. B.: «El carácter equívoco de la institución psicológica», Psicothema, vol. 14, nº
3, 2002, pp. 608-622.

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Como se puede suponer, la teoría de Fuentes es mucho más compleja en su argu-


mentación que esta idea sumamente sintética, pero dicha idea, si no he malinterpre-
tado sus complejos textos, resulta muy oportuna para este trabajo.
Después de todos estos comentarios podemos preguntarnos qué hemos de pen-
sar acerca de las actuales conclusiones científicas referidas a las diferencias entre
los sexos. Ya hemos visto que la sociobiología habla de comportamientos hereda-
dos y derivados de la selección natural. Sus hipótesis son en ocasiones poco favo-
rables para las mujeres, tal es el caso de los argumentos que hemos expuesto sobre
la violación. Rebatir la afirmación de que muchas de las actitudes que observamos
en la sociedad son producto de factores genéticos no parece muy complicado desde
los mismos supuestos de la selección natural. Si tenemos en cuenta que la flexibili-
dad característica del ser humano fue un factor clave de su adaptación, entonces no
parece coherente que estemos programados rígidamente para comportarnos de una
forma concreta. Según planteamientos de científicos no deterministas, aunque tam-
poco ambientalistas puros (como es el caso de Gould y otros que hemos menciona-
do aquí), los factores biológicos, que indudablemente nos constituyen y condicio-
nan hasta cierto punto, no tienen, ni mucho menos, un efecto unívoco. Éste depen-
de del ambiente en que nos desenvolvamos. De ahí que no pueda decirse que el ser
humano es, por ejemplo, esencialmente agresivo, pues la agresividad está en nos-
otros de manera potencial y depende de factores externos que se manifieste o no.27
Además, el ambiente influye en lo biológico, pudiendo, por ejemplo, producir cam-
bios hormonales. Por tanto, los factores ambientales interactúan con los biológicos,
por lo que nuestro comportamiento es algo sumamente complejo que requiere visio-
nes holistas y no reduccionistas. También el comportamiento animal es, en general,
más complejo de lo que los sociobiólogos hacen ver.28
Sin embargo, no todas las argumentaciones sobre las diferencias entre varones
y mujeres son simplistas y, como tales, relativamente fáciles de desmontar. Las
investigaciones acerca de las diversas estructuras cerebrales según los sexos pare-
cen tomarse como algo bastante serio y objetivo. Por mi parte, carezco de la sufi-
ciente formación científica para juzgarlas. Pero, ¿qué podemos pensar de la pro-
puesta de Fisher?, ¿y de la idea de L. Leakey de encargar a mujeres el estudio de
primates en su hábitat natural confiando en su mayor paciencia, habilidad para aten-
der a los detalles y capacidad de empatía?29 Algunas feministas de la igualdad son
reticentes a aceptar que se den esas diferencias por considerarlas contrarias a sus
supuestos básicos. Cabe preguntarse, entonces, si tal actitud es objetivamente justi-
ficable o equivale a negarse a mirar por el telescopio de Galileo. Científica o no,

27 Cf. Gould, S. J.: La falsa medida del hombre, op. cit.


28 Cf. Lewontin, R. C.; Rose, S.; Kamin, L. J.: No está en los genes: Crítica del racismo biológi-
co, op. cit.
29 Cf. Jahme, C.: Bellas y bestias, Madrid, Ateles Editores, 2002.

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esa postura es al menos comprensible, pues los planteamientos esencialistas no han


favorecido precisamente a las mujeres a lo largo de la historia. Pero, seguramente,
la clave de la cuestión no esté concretamente en esos supuestos hechos objetivos
descubiertos por la ciencia, sino en la interpretación que de ellos pueda hacerse. Por
ese motivo, será precisamente a tales interpretaciones a lo que deberemos prestar
una gran atención.

Bibliografía

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THORNHILL, R. and Palmer, C. T.: «Why men rape?»,The Sciences,
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