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Resumen
Abstract
retrasados y mujeres, entre otros, tienen en común ocupar el lugar que merecen por
estar dotados por nacimiento de unas características y no de otras. Incluso, por per-
tenecer todos ellos a una categoría semejante, inferior a la del varón blanco de clase
media, presentan en ocasiones rasgos innatos similares, como se verá más adelan-
te.
Entre las disciplinas científicas a las que me he referido, destaca ante todo la
biología y otras ciencias vinculadas a ella. Para establecer un cierto orden en la
exposición, trataremos en primer lugar la teoría de la evolución humana, para pasar
después a hablar de la psicología, y terminar refiriéndonos a la sociobiología. La
sociobiología forma parte de la biología, mientras que la psicología se encuentra, al
menos en el aspecto en que aquí la vamos a tratar, fuertemente vinculada a esa
misma disciplina. En la teoría de la evolución humana son relevantes también otras
ciencias, pero la biología tiene un lugar destacado. Nos referiremos, por tanto, a la
sociobiología, a la teoría de la evolución humana y a la psicología por separado con
el único fin de facilitar la exposición, pero, realmente, no son siempre divisibles,
pues la hipótesis de que el hombre cazador fue el fundamento de la evolución de
nuestra especie, por ejemplo, está fuertemente relacionada con la idea de la socio-
biología de que el ser humano es esencialmente agresivo. Tanto los planteamientos
propios del evolucionismo, como los de la sociobiología parecen partir de la creen-
cia de que el ser humano es tal y como lo describió Hobbes, es decir, egoísta y agre-
sivo por naturaleza.2 Por otro lado, la psicología, según la vamos a plantear aquí,
coincide con la sociobiología en que ambas disciplinas se refieren a características
que han llegado hasta nuestros días gracias a la selección natural y a la herencia.
Todos éstos son, así, planteamientos biologistas.
La idea de que la caza fue algo esencial para la evolución humana se remonta a
Darwin. Pero es en los años 40 del siglo XX cuando empieza a estudiarse sistemá-
ticamente el proceso evolutivo humano. En ese momento sigue siendo la hipótesis
fundamental la de la caza como motor principal de dicho desarrollo. El modelo
explicativo del cazador se consolida y no recibe las primeras críticas serias hasta
los años setenta.3
La caza, según este planteamiento, trajo una serie de cambios que fueron trans-
formando gradualmente a los homínidos del pasado hasta llegar al homo sapiens.
2 Cf. Lewontin, R. C.; Rose, S.; Kamin, L. J.: No está en los genes: Crítica al racismo biológico,
Barcelona, Grijalbo Mondadori, 1996.
3 Cf. Martínez Pulido, C.: El papel de la mujer en la evolución humana, Madrid, Biblioteca
Nueva, 2003.
Esta última hipótesis nos resulta realmente chocante, pues parece que los cien-
tíficos que la propugnaban dieron la vuelta a los planteamientos tradicionales para
que no resultaran incompatibles con sus creencias. Fueron capaces de aceptar la
importancia de la dieta vegetal en la evolución humana, dejando así de lado las
acostumbradas ideas acerca de la alimentación carnívora como la fundamental, pero
no estaban dispuestos a admitir que las hembras hubieran sido las protagonistas de
una actividad esencial. Éste constituye un claro ejemplo de cómo los prejuicios y
las creencias pueden determinar las conclusiones científicas obtenidas a partir de
datos en principio objetivos. En el ámbito de la teoría de la evolución humana este
hecho ha sido muy frecuente. Los paleoantropólogos recogen datos y los interpre-
tan reconstruyendo no sólo la morfología de los antiguos homínidos, sino también
su comportamiento, y es aquí donde entran en juego de manera evidente elementos
sociales y culturales propios del observador. Así es como surgen supuestos descu-
brimientos científicos que no sólo son el reflejo de situaciones actuales, sino que
además las legitiman. “De hecho, desde siempre ha existido un perpetuo anhelo en
justificar el presente por alusión al pasado y, en lo que se refiere a la evolución
humana, la interpretación de nuestra historia evolutiva se ha usado, y se usa, para
justificar situaciones presentes: al considerarlas «naturales» se vuelven inevitables.
Valga como ejemplo los ingentes esfuerzos dirigidos a definir la familia monógama
como algo «natural», considerando su existencia desde el principio de nuestro lina-
je y una base permanente de la organización humana. En la familia monógama los
roles sexuales están claros y delimitados, son naturales y por tanto indiscutibles.”8
Para mostrar el acierto de esta afirmación de C. Martínez Pulido, podemos men-
cionar nuevamente a Morris, para quien el ser humano actual no deja ser un mono,
por lo que conserva aún características y modos de actuar propios de los tiempos
ancestrales. De este modo, Morris da a entender que lo que hoy denominamos tra-
bajar, equivale a la actividad de cazar propia de nuestros antecesores. Hemos de
entender, entonces, que el trabajo es algo propiamente masculino, aunque algunas
mujeres, como indica el autor, se sumen ahora a la actividad masculina de la caza.
“Las normas básicas de comportamiento establecidas en nuestros primeros tiempos
de monos cazadores siguen manifestándose en nuestros asuntos, por muy elevados
que sean.” Por ello, no hemos de olvidar que “nuestras civilizaciones, increíblemen-
te complicadas, podrán prosperar únicamente si las orientamos de manera que no
choquen con nuestras básicas exigencias animales ni tiendan a suprimirlas.”9 Con
estas declaraciones Morris legitima la división sexual del trabajo y la separación
entre la esfera pública y la doméstica.
Para terminar con este apartado, es interesante señalar que, según Martínez
Pulido, las sucesivas hipótesis sobre la importancia de la recolección o de la caza
8 Ibid., p. 470.
9 Morris, D.: El mono desnudo, op.cit., p. 43.
1.2. La psicología
10 Martínez Pulido, C.: El papel de la mujer en la evolución humana, op. cit., p. 483.
11 Cf. Gould, S. J.: La falsa medida del hombre, Barcelona, Antoni Bosch editor, 1984.
12 Le Bon, G.: Estudio de las civilizaciones y de las razas, Madrid, Aguilar, (s. a.), p. 106.
13 Cf. Gould, S. J.: La falsa medida del hombre, op. cit.
14 Cf. Barral, M. J. y Delgado, I.: «Dimorfismos sexuales del cerebro: una revisión crítica», en
Barral, M. J. y otros (eds.), Interacciones ciencia y género: Discursos y prácticas científicas de muje-
res, Barcelona, Icaria, 1999, pp. 129-159.
15 Goldberg, S. Citado por Lewontin, R. C.; Rose, S.; Kamin, L .J.: No está en los genes. Crítica
del racismo biológico, op. cit., pp. 181-182.
1.3. La sociobiología
16 Barral, M. J. y Delgado I.: «Dimorfismos sexuales del cerebro: una revisión crítica», loc. cit.,
p. 150.
17 Fisher, H.: El primer sexo, Madrid, Taurus, 2000, p. 15.
18 Cf. Lewontin, R.C.; Rose, S.; Kamin, L. J.: No está en los genes: Crítica del racismo bioló-
gico, op. cit.
tir más que el macho, en la forma de su óvulo grande y rico en alimentos, una madre
se encuentra, a partir del mismo instante de la concepción, más «comprometida»,
de manera más profunda, con cada hijo que el padre.”19 La hembra, siendo así las
cosas, deberá intentar elegir un macho que no vaya a abandonarla, se hará, enton-
ces, la difícil para descubrir si él le será o no fiel y le exigirá un largo período de
compromiso para ponerlo a prueba.
Estas actitudes nos resultan familiares, pues han sido las que tradicionalmente
han seguido hombres y mujeres en nuestra cultura, al menos hasta hace relativa-
mente poco tiempo. De este modo, Dawkins parece estar naturalizando los compor-
tamientos que predominan en su contexto social, podemos decir que esencializa
tópicos referidos a los dos sexos. Parte del presente para explicar el más remoto
pasado. La parcialidad de sus conclusiones se deja ver incluso en el vocabulario que
utiliza, pues cuando se refiere a las hembras, afirma que éstas tienen dos estrategias
reproductivas a su alcance, ser esquivas o ser fáciles, mientras que los machos pue-
den ser fieles o galanteadores. No hace falta reflexionar mucho sobre estos térmi-
nos para darse cuenta de que los que conciernen a las hembras tienen una cierta
carga peyorativa de la que carecen los que se refieren a los machos. También resul-
ta chocante que hable de la estrategia de la felicidad conyugal como típica de las
hembras.
Podemos pensar que, al fin y al cabo, estas ideas fueron formuladas en la déca-
da de los setenta y que actualmente la sociobiología no puede seguir siendo tan sim-
plista. Efectivamente, esta disciplina ha ido evolucionando y dejando atrás algunas
explicaciones demasiado elementales. Sin embargo, podemos encontrar publicacio-
nes recientes de sociobiólogos que mantienen que el varón es naturalmente promis-
cuo y la mujer selectiva. Así, en un artículo que trata de indagar en los motivos que
llevan a un hombre a violar, R. Thornhill y C. T. Palmer afirman que la selección
natural ha premiado la promiscuidad masculina y ha favorecido a las hembras que
eligen con cuidado a sus parejas. Pero el macho que no es elegido por ninguna hem-
bra, explican estos autores, buscará otra estrategia para reproducirse: la violación.
Después esta actitud se transmitirá genéticamente hasta llegar a nuestros días. La
violación tiene así orígenes evolutivos y, por tanto, genéticos. De aquí se deduce
que la selección natural no sólo ha determinado las características de nuestros cuer-
pos, sino que también ha influido en nuestros rasgos psicológicos y en nuestras con-
ductas. Los autores no justifican con este discurso la violación, sino que argumen-
tan que ha de ser concebida del modo como ellos la explican para poder evitarla.
Los científicos sociales, afirman, están equivocados al situar las causas de la viola-
ción únicamente en factores sociales. Pero lo realmente grave de las declaraciones
de estos sociobiólogos no es lo que acabamos de exponer, sino la afirmación que
que goza de gran prestigio y de cuya cientificidad nadie se atreve a dudar: la teoría
de la selección natural. De este modo, poner en entredicho las conclusiones de
sociobiología supone, según los científicos que la apoyan, dudar de la teoría de la
selección natural y, consecuentemente, estar haciendo ideología en lugar de cien-
cia23.
Estas ideas de Sanmartín nos ayudan a encontrar un modo de combatir la inge-
nua creencia de que la ciencia es neutral y objetiva sin apelar a la ideología, pues
este tipo de planteamientos se pueden volver en contra de nosotros, se nos puede
acusar de no estar siendo objetivos, de criticar las conclusiones científicas por no
ser acordes con nuestros valores y concepciones políticas. Pero la idea del autor de
que la ciencia nace contaminada por intereses sociales, pues parte de técnicas usa-
das en una sociedad, es más difícil de rebatir.
2. Conclusiones
Una de las conclusiones más obvias que podemos sacar de todo lo expuesto es
que el conocimiento científico no se encuentra al margen de la sociedad ni de la
política, sino que está contaminado por intereses, prejuicios y valores. Ya hemos
hablado de diversas ciencias y teorías que sirvieron en su momento, y algunas aún
en la actualidad, para legitimar el orden social existente. Si buscamos el origen de
éste en la biología, es evidente que nuestra sociedad se convierte en un reflejo del
orden natural. De este modo, la búsqueda de otros modos de organización social
diferentes al presente sería algo casi imposible, utópico en el peor de los sentidos y
hasta dañino. Si lo que tenemos ahora es fruto de la selección natural, intentar cam-
biarlo es arriesgado. Así, si el patriarcado ha sobrevivido hasta nuestros tiempos
será porque es funcional, una forma de organización alternativa haría nuestra socie-
dad menos eficaz. Una buena sociedad ha de ser acorde con las características de la
naturaleza humana, que conlleva egoísmo y competitividad entre los individuos.
Éstos han de estar situados en el lugar que les corresponda según su capacidad para
competir en la lucha por la existencia y esta capacidad deriva, sobre todo, de rasgos
innatos.
Como muy bien señala Gould, ya Sócrates, con la invención del mito de una
República en la que cada cual ocupaba un lugar según su naturaleza, buscaba argu-
mentos que justificaran la jerarquía. “Desde entonces, el mismo cuento, en diferen-
tes versiones, no ha dejado de propalarse y ser creído. Según los flujos y reflujos de
la historia de Occidente, las razones aducidas para establecer una jerarquía entre los
grupos basándose en sus valores innatos han ido variando. Platón se apoyó en la
dialéctica; la Iglesia en el dogma. Durante los dos últimos siglos, las afirmaciones
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