LARGO CAMINO

Antes de terminar la guerra, el destino de Polonia ya quedó comprometido

por la presión soviética. Le esperaban cuatro decenios hasta la transición.
ENRIQUE SERBETO, PERIODISTA

A
l comienzo de la Segunda Gue-
rra Mundial, Polonia había
vuelto a desaparecer del mapa
en virtud del pacto-germano
soviético de 1939 por el que
Hitler y Stalin se repartieron su suelo. Des-
pués del conflicto, la URSS no estaba dis-
puesta a renunciar a esa conquista terri-
torial, y consintió la enésima resurrección
de este atormentado país a costa de áreas
de las que se despojó a la Alemania venci-
da, por lo que sus contornos se movieron
considerablemente hacia el oeste. Y, pues-
to que Stalin podía definir las fronteras de
Polonia, también le impuso un gobierno
y una Constitución a su medida, para con-
vertirlo en una pieza clave de su sistema
de satélites en el este de Europa.
Teniendo en cuenta que los polacos no
estaban en la lista de los que se habían
aliado con Hitler, al acabar la guerra, las
potencias occidentales hicieron un somero
intento de hacer reconocer al gobierno en
el exilio en Londres, presidido por Stanislaw
Mikolajczyk. Pero, en los hechos, la URSS
ya había tomado el control del país. A fi-
nales del mes de julio de 1944, pocos días

88 H I STO R I A Y V I DA
A LA LIBERTAD
antes de que se desencadenase el Levan-
tamiento de Varsovia, Moscú reconoció
como autoridad legítima al Comité de Li-
beración Nacional, formado por comunis-
tas en la ciudad oriental de Lubin. En la
Conferencia de Yalta, los aliados occiden-
tales pidieron que el comité de Lubin fuese
ampliado con los dirigentes exiliados para
formar un gobierno de unión nacional,
aunque, a medida que los soviéticos avan-
zaban, los comunistas ya se habían apode-
rado de la administración local, y tenían
17 de las 21 carteras de aquel gobierno.
Terminada la guerra, Polonia había perdi-
do más del 20% de sus habitantes y tenía
casi tres millones de desplazados, la ma-
yoría expulsados de las provincias del este
que debían ser trasladados a los territorios
arrancados a Alemania. Las primeras elec-
ciones no se pudieron celebrar hasta enero
de 1947, mientras el Partido Obrero Polaco
(comunista) se organizaba y el gobierno
boicoteaba la actividad de todos los demás.
Bajo la engañosa denominación de Bloque
Democrático, los comunistas se atribuyeron
el 90% de los votos y 394 escaños, aunque
dejaron un resquicio para que la presen-
H I STO R I A Y V I DA 89
POLONIA

Desde el este hacia el oeste

FRONTERAS DESPLA- Polonia en 1939
ZADAS. Tras la Segunda Gue- A partir de 1945 LITUANIA
rra Mundial, Polonia cambió de
Gdynia Vilna
fronteras y adquirió sus actua-
Gdansk
les dimensiones. En el este per-

URSS
Szczecin
ALEMANIA
dió una franja de territorio a
favor de la Unión Soviética, con
lo que sus límites quedaron es- Poznan Varsovia
tablecidos en la línea Curzon, Línea Curzon
POLONIA
llamada así por el diplomático SI Lublin
LE
británico que la propuso como SI Kielce
A
separación tras la guerra ruso- Línea Katowice
polaca de 1919-20. Al oeste, en Óder-Neisse Cracovia
cambio, ganó territorios arre- CH
EC
batados a Alemania. Su fronte- OS L
OVAQ U I A
ra pasó a estar fijada por los
ríos Óder y Neisse. AUSTRIA
0 150 km
HUNGRÍA

cia de un puñado de diputados (27) del
Partido Campesino de Mikolajczyk legi-
timase la maniobra. En todo el espacio
controlado por el Ejército Rojo se repitie-
ron esquemas similares, incluyendo, por
supuesto, las purgas masivas, que en
Polonia comenzaron inmediatamente
después de acabada la guerra.
En septiembre de 1948, incluso el líder del
Partido Obrero, Wladislaw Gomulka, fue
acusado de “desviación derechista”, y sus-
tituido por el fervoroso estalinista Boleslaw
Bierut. Gomulka y muchos otros presos
políticos (comunistas y disidentes) no fue-
ron puestos en libertad hasta después de
la muerte de Stalin el 5 de marzo de 1953.
Sin embargo, el cardenal Stefan Wyszyns-
ki siguió en régimen de detención domi-
ciliaria hasta finales de 1956. La figura de
Wyszynski fue crucial en este período,
porque asoció a la religión católica con la
oposición al régimen comunista y convir-
tió a la Iglesia en parte esencial del núcleo
del sentimiento nacional polaco.
Vanas esperanzas
Como ocurría en los demás países de la
órbita soviética, los polacos esperaban una
clara apertura del régimen en la etapa de
la desestalinización. Fueron los primeros
en conocer (y difundir) el discurso secreto
de Nikita Jruschov en el XX Congreso del
PCUS. De hecho, Bierut murió en Moscú
en extrañas circunstancias mientras asistía
a ese congreso y fue sustituido por Edward
Ochab, que emprendió tímidos pasos de
apaciguamiento hacia los represaliados.
Sin embargo, no logró mejorar la situación
económica, y, en el verano de 1956, el
descontento entre los obreros provocó las
primeras manifestaciones de protesta en
un país comunista, que fueron violenta-
mente reprimidas por el Ejército. Pese a
ello, ese mismo año los polacos aprove-
charon la peregrinación al santuario de la
Virgen de Czestochowa para seguir mos-
trando su descontento y para pedir la li-
beración de Wyszynski.
El comité central del Partido Obrero cedió
y llamó a Gomulka, que tenía el prestigio
de haber sido víctima del estalinismo, pa-
NINGUNO DE LOS LÍDERES APROBADOS POR MOSCÚ
LOGRÓ SACAR AL PAÍS DE LA ESPIRAL DE LA CRISIS
ra dirigir el país, bajo la atenta mirada de
los principales dirigentes soviéticos. Estos
se desplazaron a Varsovia resueltos a ob-
tener garantías de que Polonia mantendría
el régimen socialista y su alianza con la
URSS. Gomulka dirigió el país durante
catorce años con la aureola de haber evi-
tado una invasión soviética como las que
sufrieron húngaros y checos. Intentó nor-
malizar la situación de la Iglesia, pero tam-
poco pudo resolver los problemas econó-
micos y las protestas se reactivaron. Para
DISCURSO público del rehabilitado Wladyslaw
Gomulka en Varsovia el 24 de octubre de 1956.
sustituirle, el partido designó a Edward
Gierek, un comunista que había sido mi-
nero en Francia y Bélgica antes de la gue-
rra y que desde finales de los setenta era
primer secretario de la formación, aunque
tampoco disponía de recetas para sacar al
país de la espiral de crisis y deuda.
Mientras el descontento crecía, en la so-
ciedad arraigaron los gérmenes de dos
movimientos que acabarían destruyendo
la dictadura comunista: el activismo de la
Iglesia, reforzado por la elección de un
papa polaco (Juan Pablo II), y el sindica-
lismo independiente, aliado por primera
vez en un país socialista con la inteligentsia.
Ello desembocaría en el nacimiento de
Solidaridad, bajo la dirección de un elec-
tricista de los astilleros de Gdansk llamado
Lech Walesa, cuyo papel sería determinan-

90 H I STO R I A Y V I DA

te en los cambios que sacudieron al país
durante años. La alarma en Moscú era
cada vez más manifiesta, dado que la si-
tuación en Polonia empeoraba constante-
mente y en todos los sentidos.
En el verano de 1980 estallaron las huelgas
masivas de trabajadores reclamando una
vida digna, lo que provocó la caída de Gie-
rek y su sustitución por Stanislaw Kania,
que intentó negociar con Solidaridad bajo
la vigilancia del general Wojciech Jaru-
zelski, al que se nombró jefe de gobierno.
El régimen reconoció el derecho de huel-
ga y la existencia de los sindicatos, algo
inédito en un país comunista. Al menos en
dos ocasiones, a fines de 1980 y en marzo
de 1981, la invasión del país por las tropas
soviéticas parecía inminente. En junio,
poco después del atentado contra Juan
Pablo II, la URSS envió una clara amones-
tación a los dirigentes polacos advirtiendo
del “peligro contrarrevolucionario” que
encarnaba Solidaridad y exigiendo que
“las fuerzas sanas de la sociedad reviertan
la situación”. La proclamación de que la
URSS “no abandonará a un país hermano
en problemas” fue interpretada como una
clara amenaza de intervención.
Varsovia y Moscú
Lo cierto es que Solidaridad era ya una
auténtica maquinaria de agitación, con
diez millones de militantes, que podía de-
safiar sin el menor complejo al partido
desprestigiado socialmente. Fueron meses
en los que ya nadie podía detener el colosal
pulso entre un régimen totalitario que se
proclamaba defensor universal de los tra-
bajadores y un sindicato cuya mera exis-
tencia era la denuncia más obvia de su
fracaso en todos los aspectos, ante la evi-
dente descomposición del Partido Obrero.
En el otoño de 1981, la Iglesia intentó una
mediación in extremis. El 21 de octubre,
el cardenal Józef Glemp, el sustituto de
Wyszynski, volvió de Roma después de
haber sido instruido por Juan Pablo II, y
se reunió sucesivamente con Jaruzelski
TRANSICIÓN
y con Walesa con la propuesta de alcanzar
un pacto de unidad nacional para hacer
frente a la situación. Solidaridad logró
contener todas las huelgas, y el régimen
respondió con algunas señales cosméticas
de apaciguamiento, como permitir que se
celebrase el aniversario de la recuperación
de la independencia en 1918,aunque en
realidad el Partido Obrero se preparaba
en secreto para dar un golpe de timón.
El 28 de noviembre, Jaruzelski anunció
que se disponía a proclamar una ley que
le otorgase poderes extraordinarios “para
oponerse a las amenazas contra el estado
socialista”. Solidaridad reaccionó dando
por muertos los proyectos de un pacto
nacional y (en contra del criterio del pro-
pio Walesa) amenazando con una huelga
general si esos poderes extraordinarios
eran aprobados. La Iglesia tomó partido
abiertamente a favor del sindicato, y
Glemp pidió que esa ley no fuera aproba-
da, pero los dirigentes soviéticos hicieron
saber con una carta a sus homólogos po-
H I STO R I A Y V I DA 91
POLONIA
JARUZELSKI anuncia la ley marcial el 13 de diciembre de 1981. A la dcha., Walesa recibe a Juan Pablo II en 1991.
lacos que consideraban que había llegado
la hora de acabar con Solidaridad.
Walesa y los demás dirigentes del sindi-
cato ya no podían ceder. Respondieron
convocando un referéndum para que la
población se pronunciase directamente
sobre si estaba o no de acuerdo con el
sistema, algo que el régimen comunista
no podía permitir en ningún caso. El 11
de diciembre, la agencia oficial soviética
Tass publicó un comentario acusando a
Solidaridad de “intentar destituir al poder
ejecutivo de la Polonia socialista” y ga-
rantizando el apoyo de la URSS a las ac-
ciones de Jaruzelski para enderezar la
situación. Ese teletipo, en el ambiente
particular que rodeaba los hechos, fue
para muchos la advertencia última que
anticipaba una invasión inminente.
En la noche del 12 al 13 de diciembre,
Jaruzelski sacó al Ejército a la calle y pro-
92 H I STO R I A Y V I DA
clamó la ley marcial. Siempre sostuvo que
lo hizo precisamente para evitar que lo
hicieran los soviéticos, aunque, teniendo
en cuenta que la URSS ya se había embar-
cado en la desastrosa aventura de Afga-
nistán y que Leonid Brezhnev era un líder
moribundo, hay razones para pensar que
la URSS difícilmente hubiese podido in-
vadir Polonia. Sin embargo, consideran-
do los antecedentes históricos del país, el
riesgo de volver a verse invadidos por los
rusos podía resultar inaceptable hasta
para un comunista. En todo caso, la cues-
tión sigue siendo uno de los debates pre-
feridos de los historiadores polacos.
Decenas de sindicalistas fueron deteni-
dos. También Walesa, con quien los mi-
litares intentaron pactar para evitar más
disturbios en las fábricas. El golpe de
Estado, el “autogolpe” de Jaruzelski, fue
recibido con alivio por todos los países
de la órbita soviética, y los sucesivos cam-
bios en el Kremlin favorecieron cierta
distensión. El papel mediador del carde-
nal Glemp, respaldado desde el Vaticano,
contribuyó a suavizar la represión, pese
a que frecuentemente las posiciones pú-
blicas de Juan Pablo II eran netamente
favorables a Solidaridad.
El papa tenía previsto haber visitado por
segunda vez Polonia (la primera fue en
1979, justo antes del comienzo de las
movilizaciones sindicales), pero solo pu-
do cumplir su deseo en junio de 1983,
cuando Jaruzelski se sentía fuerte y había
decretado el fin de la ley marcial y la li-
beración de todos los detenidos. Este
viaje permitió al pontífice reivindicar
ante una sociedad desmoralizada el pa-
pel de Solidaridad como defensor de los
derechos de los trabajadores y “patrimo-
nio no solo de Polonia, sino de toda la
humanidad”. El dramático asesinato de
un sacerdote comprometido con las pro-
testas como era el padre Jerzy Popieluszko
indicaba que los sectores más radicales
FRECUENTEMENTE, LAS
POSICIONES PÚBLICAS
DEL PAPA JUAN PABLO II
ERAN FAVORABLES
A SOLIDARIDAD
del régimen habían comprendido bien en
qué trinchera estaba la Iglesia.
La mesa redonda
Por encima de las disputas políticas y geo-
estratégicas estaba, sin embargo, el pro-
blema que había originado la inestabilidad.
La economía polaca no funcionaba ni
podía atender las necesidades de una po-
blación que había aumentado a gran ritmo
después de la guerra. Los recursos natu-
rales se agotaban, la deuda externa era
insostenible y el retraso tecnológico resul-
taba innegable. La llegada al poder en
Moscú en 1985 de un dirigente tan hete-
rodoxo como Mijaíl Gorbachov iba a su-
poner un cambio drástico en la orientación
de la política polaca. Jaruzelski tenía todo
el apoyo político de la URSS, pero necesi-
taba el dinero de Occidente, que pasaba
por la rehabilitación de Walesa y de So-

lidaridad. En octubre de 1987, el propio
Comité Central del Partido Obrero redac-
tó un informe en el que proponía abierta-
mente reformas democráticas “que no
dañen los compromisos diplomáticos y
militares de Polonia”, es decir, sin poner
en cuestión su alineamiento con la URSS.
La reforma política se sometió a referén-
dum junto a un paquete de medidas eco-
nómicas tan impopulares como subidas
masivas de precios o tan necesarias co-
mo la autonomía de las empresas. El
resultado fue ambiguo, porque Jaruzels-
ki podía considerar que había ganado el
referéndum, pero Walesa le invitó a “es-
cuchar el mensaje” de la sociedad. La
participación fue muy baja, teniendo en
cuenta que el voto era obligatorio.
En 1989, el gobierno no tuvo más remedio
que legalizar a Solidaridad y considerar a
Lech Walesa como principal interlocutor
de la oposición para negociar con él la
construcción de un nuevo sistema político,
en lo que se llamó “la mesa redonda”. Al
contrario de lo que había pasado hasta
entonces, desde la Unión Soviética de Mi-
jaíl Gorbachov no solo se veía el proceso
sin hostilidad, sino, más bien al contrario,
con simpatía y curiosidad. Y en las prime-
ras elecciones bajo las nuevas reglas, el 4
de junio de aquel año, ambos se repartie-
ron los cargos: el general Jaruzelski actua-
ría como presidente de la República y
Tadeusz Mazowiecki, el principal asesor
de Walesa, como primer ministro.
Polonia había hecho el tránsito desde
una dictadura comunista a una demo-
cracia posibilista con sus propias fuerzas
y siguiendo su propio camino. Los pro-
blemas económicos no empezarían a
resolverse hasta que se completó su in-
greso en la Unión Europea, quince años
TRANSICIÓN
después. En ese tiempo, el propio Wale-
sa llegó a ser presidente de la República
durante una legislatura, el papa Juan
Pablo II visitó su país hasta en nueve oca-
siones y la Unión Soviética y el Pacto de
Varsovia se disolvieron como un terrón
de azúcar en el agua de la historia. Aho-
ra, Polonia vive el período más próspero
y libre de su trayectoria reciente.
PARA SABER MÁS
ENSAYO
BOGDAN, Henry. Histoire des pays de
l’Est. Des origines à nos jours. París: Pe-
rrin, 2008. En francés.
BUHLER, Pierre. Histoire de la Pologne
communiste. Autopsie d’une imposture.
París: Karthala, 1997. En francés.
LUKOWSKI, Jerzy y ZAWADZKI, Hubert. His-
toria de Polonia. Madrid: Cambridge Uni-
versity Press, 2002.
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