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DEPARTAMENTO DE HISTORIA
FACULTAD DE LETRAS
CIUDAD REAL
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Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
3ª parte
La acción colectiva en las prisiones y el cambio social:
Los presos comunes como sujetos históricos 401
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Pedro Oliver Olmo
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PROYECTO DE INVESTIGACIÓN:
ACCIÓN COLECTIVA EN LAS PRISIONES Y CAMBIO SOCIAL
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Soy consciente de que en cierta medida al final ha resultado ser más im-
portante la propia formulación de nuestras intenciones que los resultados obte-
nidos (los cuales son lógicamente provisionales). Pero igualmente caigo en la
cuenta de que, precisamente, lo que más me ha ayudado es haber formulado
con coherencia esa pretensión ambiciosa. Al menos me ha servido para
aproximarme a la meta integradora de la parte académica y la parte investiga-
dora de toda la propuesta. Sinceramente ha sido decisivo para mí contar con
una voluntad que habiendo sido ahora cuando ha empezado a esbozarse no
terminará aquí, porque comparto con muchos colegas que a fin de cuentas lo
que hacemos y cómo lo hacemos es lo que verdaderamente nos define como
historiadores.
Entiendo que la historiografía es aquello que explicamos y escribimos los
historiadores y sobre lo que también reflexionamos. Por eso, más allá de infor-
mar detalladamente acerca de las posibilidades de unas hipótesis y unas in-
formaciones históricas pasadas y presentes, en realidad, esta proyectada in-
vestigación a la vez que define y concreta su objeto de estudio, funcionalmente
informa de algo más profundo: nos habla de cómo nos planteamos los historia-
dores la otra importante función del universitario que en este caso quiere ser
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J.L. Gaddis, El paisaje de la historia…
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La información se encuentra en el Leg. 3º, C. 60 (1790) de la Sección Casa Galera,
Cárceles… del Archivo General de Navarra (AGN). Se puede leer el relato completo de los
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hechos en: P. Oliver Olmo, Cárcel y sociedad represora…, más exactamente en el apartado
titulado “Quejas de presos y refutación judicial del sistema de alcaidías en 1790. Los orígenes
de un asociacionismo filantrópico, «para-penal» y de gestión carcelaria”.
3
Esta información fue obtenida en el Archivo de la Audiencia Provincial de Pamplona
dentro del Libro de Actas de las juntas locales de prisiones (1/10/1888-21/4/1894), L. 591, visita
del día (29/11/1888). El relato completo de los hechos también aparece en: P. Oliver Olmo,
Cárcel y sociedad represora…, más concretamente en el capítulo titulado “Socorro y justicia:
«voces» de súplica, queja y protesta de las personas encarceladas ante los jueces visitadores”.
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J. Kocka, Historia social y conciencia histórica. Madrid, 2001.
5
De la abundante bibliografía destacamos: R. Chartier y “De la historia social de la cul-
tura a la historia cultural de lo social”, en Historia Social, 17 (1993), pp. 97-103; J.W. Scott
(Gender and the Politics of History, Nueva York, 1999); y F. Thébaud, “Le temps du gender “,
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en Ecrire l´histoire des femmes (Fontenay-aux- Roses, ENS, Éditions Fontenay/Saint Cloud
collection Societés, Espaces, Temps, 1998, pp. 109-161).
6
Anthony Giddens, The Constitution of Society, Cambridge, Polity Press, 1984.
7
P. Sztompka, Sociología del cambio social, Alianza, Madrid, 1995, pp. 125-256.
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8
D. Garland, Punishment and welfare. A history of penal strategies, Aldershot, 1985.
9
P. Spierenburg, The Prison experience. Disciplinary Institutions and Their Inmates in
Early Modern Europe, Rutgers University Press, 1991.
10
J. Pratt, Punishment and Civilization: Penal Tolerance and Intolerance in Modern So-
ciety, London, 2002. Véase también: J. Pratt, “The disappearance of the prison: an episode in
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Con esos modelos por referencia, más algunos otros que no se citan
ahora (pero irán saliendo a propósito de la sociología del encarcelamiento y las
herramientas de análisis de las acciones colectivas de los presos), tenemos la
base teórica plural para una perspectiva socioestructural de la historia del con-
trol y el castigo, lo cual conlleva consecuencias metodológicas evidentes. En
efecto, cuando abordábamos la cuestión de la generalización o la particulariza-
ción vimos la validez del método comparativo para el estudio de los procesos
sociales. J. Kocka lo explica desde varias ópticas: una visión heurística de la
comparación nos explica su utilidad para partir de lo micro y plantearnos gene-
ralizaciones de procesos macro; desde otra perspectiva más puramente des-
criptiva el método comparativo sirve para definir mejor el perfil de los casos in-
dividuales; y con un punto de vista paradigmático se entiende que la compara-
ción posibilita el diálogo con otras ciencias sociales.
Si ahora nos acercamos a nuestro objeto de estudio vemos la utilidad
que tiene para nosotros el método comparativo. Comparamos, claro está, por-
que tenemos hipótesis previas que nos hacen arrancar y después dirigir nues-
tra investigación así como la posterior explicación histórica:
the civilising process”, en C. Strange y A. Bashford, Isolation. Places and Practices of Exclu-
sion, London, 2003.
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D. Clemmer, The Prison community, Nueva York, 1940.
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Por nuestra parte ya ha quedado dicho que los estudios sobre la historia
de la prisión, fundamentalmente los que se han realizado con motivo de nues-
tra tesis doctoral, pretenden aprehender el devenir cambiante de la conforma-
ción dinámica de un orden social represor. En la estructuración de ese orden
cumple un papel relevante la prisión, una institución que responde bien a las
necesidades punitivas de las sociedades capitalistas, pero cuyas formas eran
más antiguas, porque el hecho mismo de que unos hombres encerraran a otros
se estructuraba en una larga cadena histórica de formas carcelarias y de con-
formación de actitudes socioculturales favorables hacia el encarcelamiento12.
Para ello hay que abarcar un tiempo largo que nos permita percibir los
cambios en los procesos sociales de criminalización y punición. Así, arranca-
mos de la Baja Edad Media para detenernos en el período de edificación de un
modelo de Estado liberal-autoritario en el que podemos visualizar sus comple-
jas (y no pocas veces cuasi-invisibilizadas) estructuras de dominación, desde
hace ya dos siglos y hasta el presente, ese tiempo social y cultural que quizás
también podríamos llamar el de la era penal de la civilización capitalista, cuyas
racionalidades punitivas se han ido universalizando y proyectando de una for-
ma cada vez más globalizada: desde la prisión moderna a los últimos modelos
criminológicos basados en la emergencia, la excepcionalidad y la intolerancia
penal.
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P. Oliver Olmo, Cárcel y sociedad represora…
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P. Oliver Olmo, “El concepto de control social en la historia social: estructuración del
orden y respuestas al desorden”, Historia Social, nº 51, 2005, pp. 73-91.
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14
D. Garland y P. Young, The Power to Punish. Contemporary Penalty and Social
Analysis, 1983.
15
I. Rivera Beiras, La cárcel en el sistema penal. Un análisis estructural, Barcelona,
1995.
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16
A. Baratta, Criminología crítica y crítica del derecho penal. Introducción a la sociolo-
gía jurídico-penal, Madrid, 1993, pp. 55-66, 81.
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E. Goffman, Estigma. La identidad deteriorada, Buenos Aires, 1995.
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Estas preguntas y otras muchas, claro está, también conectan con aque-
llas otras que suelen hacerse los actores del control social (y los ciudadanos
que quieren cambiar su residencia o llegan por primera vez a una ciudad):
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E.H. Sutherland, White collar crime, Nueva York, 1949 (en castellano: Ladrones Pro-
fesionales, 1993).
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otra manera, esa población es la que más abulta en nuestros objetos de estu-
dio como historiadores o sociólogos del encarcelamiento. Lógico.
Pues bien, si lo que aquí pretendemos es preguntarnos acerca del papel
de los presos en las acciones colectivas que protagonizan, a todas luces nos
conviene saber algo de sus características personales. Por eso seguimos acu-
diendo a lo que se plantea desde las sociología (y otras ciencias sociales como
la psicología) acerca de los cambios que sufren las personas que acaban en
prisión sabiendo que provienen en su gran mayoría de sectores marginados de
la sociedad que arrastran crisis crónicas de empobrecimiento y situaciones de
desestructuración en sus familias con consecuencias desocializadoras para los
menores.
Todo indica que la pena de prisión provoca el desarraigo y la desvincu-
lación familiar por lo que retroalimenta las circunstancias sociales que en gran
medida ampliaban las causas para cometer delitos e ingresar en prisión (ésa
sería la función de autorreproducción del sistema penal-penitenciario).
Pero yendo al corazón mismo de la cotidianidad de los presos lo que ge-
nera el propio encierro (con sus tratamientos premial-punitivos) es una repre-
sentación cultural de lo que podríamos llamar el estatus social de preso, es de-
cir, lo que D. Clemmer denominó prisionización:
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D. Clemmer, The Prison community…
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Hay estudios concretos que en España han aplicado a territorios concretos esta idea
de sociología de la prisión en su relación con la marginación social: C. Manzanos Bilbao, Cár-
cel y marginación social, Donostia, 1991.
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P. Sztompka, Sociología del cambio social…
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Resulta muy útil, eso sí, conocer la conceptualización que hoy por hoy más se
está aplicando en el estudio de los movimientos sociales22:
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D. McAdam, John D. McCarthy y Mayer N. Zald (eds), Movimientos sociales: pers-
pectivas comparadas, Madrid, 1999.
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Estos conceptos no son siempre válidos, incluso para analizar el surgimiento de nue-
vos movimientos sociales que después sí han ido provocando la ampliación de la estructura de
oportunidades políticas, como es el caso del movimiento de defensa de los derechos de los
homosexuales en EEUU, originado por el llamado Stonewall Riot de julio de 1969, cuando los
dueños de un bar gay del Greenwich Village se hicieron fuertes y lucharon contra una redada
de la policía. A partir de ese momento fortuito el movimiento gay creció rápidamente. Véase
Doug McAdam, “Oportunidades políticas: Orígenes terminológicos, problemas actuales, futuras
líneas de investigación”, en D. McAdam, John D. McCarthy y Mayer N. Zald (eds), Movimientos
sociales…
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Un desarrollo de la idea de los consensos punitivos en: P. Oliver Olmo, Cárcel y so-
ciedad represora….
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Esto -afirma Garland matizando a Foucault- es coherente con la idea del fracaso his-
tórico de la prisión moderna, porque (a diferencia de la escuela y de otras instituciones discipli-
narias) la cárcel fracasa en su intención de imponer en el preso un proceso de regeneración y
disciplinamiento social con el que el preso no se siente ni identificado y no quiere ser parte
activa (algo que sería lógico para Durkheim, pues el delincuente ya ha dado muestras de su
anomia y ha disipado en su personalidad el orgullo y el respeto moral que requiere toda auto-
disciplina). Véase: D. Garland, Castigo y sociedad moderna…, p. 204.
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institución, pero, eso sí, interiorizando el sentimiento de estar contra algo . Los
estudios de Patricia O`Brien sobre las cárceles francesas del siglo XIX demues-
tran que las señales de la resistencia no eran (como dice Foucault en Vigilar y
Castigar) esos cuerpos resistentes de reos que se enfrentan al cuerpo institu-
cional de la prisión, sino formas alternativas de lenguaje e identidad cultural
además de conductas diferenciadas respecto de la institución, todo lo cual ayu-
daba a constituir subculturas penitenciarias27.
Conviene tener en cuenta todos estos postulados para profundizar en el
origen y más aún en los cambios de los comportamientos –digamos- prisioni-
zados. Porque a su vez van a incidir también en la creación de tradiciones cul-
turales en las formas individuales de resistencia y las expresiones colectivas de
la protesta de los presos. En efecto, se detectan formas comunes de amotinar-
se que han acabado por constituirse como tradición cultural identitaria de los
presos comunes: plantes, automutilaciones, toma de rehenes, quema de ense-
res, etcétera.
De nuevo metidos en el asunto que nos ocupa, el de las respuestas co-
lectivas, consideremos una experiencia histórica prisional que va a ser crucial:
aunque la construcción histórica de la distinción entre presos políticos y presos
comunes haya sido a la vez negada y promovida por las políticas penales y las
instituciones carcelarias, el contacto entre esos dos grupos de reclusos siempre
ha generado percepciones y autopercepciones identitarias contrapuestas, lo
cual aunque ahondaba la separación en ocasiones también propiciaba aprendi-
zajes mutuos. Así se explican ciertos procesos de politización en el caso de los
presos comunes, un horizonte que los sistemas penitenciarios procuran evitar
(volveremos sobre esto cuando hablemos de las acciones colectivas en los
años setenta del siglo XX, porque el contacto de políticos y comunes en las
prisiones explica en parte tanto los fundamentos como las formas de algunas
protestas de presos comunes).
26
E. Goffman, Internados... Un análisis riguroso sobre las consecuencias psico-
sociológicas del encarcelamiento en: J. Valverde, La cárcel y sus consecuencias, 1991.
27
P. O`Brien, The promise of punishment: Prisons in nineteenth century France, Prince-
ton, 1982.
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y/o solidaria con las personas encarceladas, a veces promovidas por los pro-
pios reclusos y otras veces dinamizadas por gente que apoya a los presos
desde ámbitos sociales, políticos, académicos e incluso judiciales: “organiza-
ciones de presos en lucha” (a veces por motivos de acciones puntuales: “pre-
sos en huelga”, por ejemplo), “apoyo a presos”, pro-derechos humanos en las
prisiones”, “por la abolición de las cárceles”, etcétera.
Estas formas de denominarse suelen ir precedidas por los sustantivos
propios del movimentismo contemporáneo: “coordinadoras”, “organizaciones”,
“asociaciones·”, “colectivos”, “asambleas” y, por supuesto “movimientos”. En
ocasiones indican que se trata de acciones colectivas específicas y puntuales
(por ejemplo, “apoyo a la huelga de hambre de los presos”). Y no pocas veces
introducen un componente relacional y afectivo que parece añadir un plus de
legitimidad al movimentismo de los grupos que actúan fuera de la prisión (“fa-
miliares y amigos de presos…”).
Hay otro reto igualmente imprescindible pero acaso más polémico y pe-
liagudo (quizás porque su naturaleza es teorética y busca convertirse en
herramienta analítica). Se trata de formalizar todo lo posible en este campo de
estudio común a varias ciencias sociales algunos conceptos descriptivos y va-
lorativos de la acción colectiva tales como resistencia y lucha de presos. En
este sentido se usan determinadas acuñaciones culturalistas del tipo cultura de
29
resistencia y cultura de protesta .
Con ellas se quiere expresar (y de hecho lo hacen cuando surgen del
propio movimentismo) la afirmación e identificación positiva de un rosario de
acciones muy variadas que cabría ubicar en el campo semántico de la resis-
tencia entendida como rebeldía, desde los actos de solidaridad al desarrollo de
motines, plantes, huelgas de brazos caídos y las temibles automutilaciones (los
cortes en brazos y barriga o los cosidos de boca, además de relacionar simbó-
licamente la tortura de los cuerpos encarcelados y el sacrificio del preso que
protesta –para Foucault el cuerpo del reo que se arroja contra el cuerpo institu-
cional-, son recursos protestatarios extremos que de una u otra forma tratan de
29
I. Rivera Beiras, “Cárcel y cultura de resistencia: los movimientos de defensa de los
derechos fundamentales de los reclusos en Europa occidental”, Delito y Sociedad. Revista de
Ciencias Sociales nº 8, 1996, pp. 73-102.
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M. C. Rubano, Comunicación y cárcel (1976-1983), Universidad Nacional de Entre
Ríos, 1994.
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podido realizar gracias a la acción de los grupos de solidaridad con los presos y
a la participación consciente de estos (por ejemplo, en el caso de los cientos de
encuestas que contestaron los presos para elaborar el libro Mil voces presas,
uno de los informes más demoledores de la realidad de las prisiones españolas
en la época democrática: los cuestionarios fueron prohibidos por la Dirección
General de Instituciones Penitenciarias pero entraron y salieron clandestina-
mente de las prisiones españolas gracias a la complicidad de asociaciones y
32
personas comprometidas con la defensa de los derechos de los reclusos) .
Por eso creemos que cuando encontramos en las fuentes expresiones
de solidaridad aparentemente individualizada por las condiciones que impone
la clandestinización de algunas resistencias, o formas de resistencia pasiva
colectiva, o resistencias que usando la vía legal individual en realidad respon-
den a estrategias coordinadas, entonces, en esos casos, deberíamos usar ca-
tegorías diferentes, conceptos que indiquen más claramente la persistencia en
la acción para cambiar el estado de cosas: debemos hablar de intentos, estra-
tegias o experiencias de lucha de los presos comunes en el interior de las pri-
siones. Y de luchas que inciden desde fuera.
En efecto, al margen de las formas de la acción colectiva, creo que la ca-
tegorización de lucha de presos comunes es más pertinente para ser aplicada
a los episodios de protesta y a su preparación, incluyendo aquellas acciones
que aunque se expresen individualmente persiguen de una forma pro-activa la
dinamización de las repuestas colectivas.
Verdaderamente, todo lo que acabamos de decir suele ser estudiado por
la historiografía que se ocupa de los colectivos de presos y represaliados políti-
cos (el repertorio que acabamos de ver acerca de las formas de resistencia y
lucha suele aparecer asociado a colectivos de presos políticos capaces de or-
ganizarse incluso en situaciones de extrema coacción y terror, como ocurrió en
33
ciertas experiencias prisionales y concentracionarias del siglo XX) . Pero en
32
J. C. Ríos, Mil voces presas, Universidad Pontificia de Salamanca, Madrid, 1998; con
parecidas técnicas se valieron después y J.C. Ríos y P. J. Cabrera para escribir Mirando el
abismo: el régimen cerrado, Universidad Pontificia de Salamanca, Madrid, 2001.
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En el caso español hay varias líneas de investigación abiertas que están ofreciendo
muy interesantes resultados sobre el mundo concentracionario y penitenciario del franquismo.
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Entre las últimas aportaciones cabe destacar: J. Rodrigo, Cautivos. Campos de concentración
en la España franquista, 1936-1947, Barcelona, Crítica, 2005; y ya en prensa: E. Beaumont y
F. Mendiola, Esclavos del franquismo en el Pirineo, Tafalla, 2006 (en prensa). Véase también:
C. Molinero, M. Sala, M y J. Sobrequés (eds.), Una inmensa prisión. Los campos de concentra-
ción y las prisiones durante la guerra civil y el franquismo, Barcelona, Crítica, 2003; F. Hernán-
dez Holgado, Mujeres encarceladas. La prisión de Ventas: de la República al franquismo, 1931-
1941, Marcial Pons. Madrid, 2003; Ricard Vinyes, Irredentas. Las presas políticas y sus hijos en
las cárceles franquistas, Temas De Hoy, Madrid, 2002.
34
M. D. Jociles, “Las técnicas de investigación en antropología. Mirada antropológica y
proceso etnográfico”, en: http://www.ugr.es/~pwlac/G15_01MariaIsabel_Jociles_Rubio.html
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ros de las prisiones sean menos opacos y que la sociedad o los poderes insti-
tuidos escuchen sus voces.
Así o en parecidos términos es como nos podemos plantear la meta re-
politizadora de una historiografía que analice la textura (por supuesto cambian-
te) de la acción colectiva de los mal nombrados presos comunes, a los que sal-
ta a la vista que al llamarlos así desde la propia óptica del investigador se les
está prisionizando también en el campo de las interpretaciones científicas y las
representaciones históricas.
Los historiadores sabemos que conviene pasar de la teoría a los estu-
dios empírico-históricos. Eso es lo que se va a empezar a esbozar en el si-
guiente capítulo analizando las noticias históricas que ya conocemos sobre ac-
ciones colectivas de presos en los siglos XVIII, XIX y XX.
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D. Garland, Castigo y sociedad moderna…, p. 157.
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Acerca de estos cambios en la noción de policía véase: Fraile, P., La otra ciudad del
Rey. Ciencia de policía y organización urbana en España. Madrid, Celeste, 1997.
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¿Quiénes eran “las personas zelosas” que dan a conocer la queja co-
lectiva de los presos? ¿Qué les movía? ¿Qué imagen proyectaban
entre la gente corriente y hacia las estructuras de poder? ¿Qué legi-
timidad tenían? ¿O qué relación mantenían con el poder y con qué
recursos organizativos contaban?
En todo caso, considerando que el sistema de alcaidías permane-
cía intacto desde al menos desde el siglo XVI, se puede decir que en
esta ocasión hay algo parecido a un espíritu ilustrado que ha calado
hondo y sirve de estructura de oportunidad. Así se entiende que el
poder político pida un informe del alcaide previo a una investigación
que llevará a cabo una comisión independiente formada por miem-
bros de la Corte, los jueces y… los que han transmitido la denuncia,
los reformadores.
Es decir, que el poder político asume la responsabilidad al reco-
nocer que los malos tratos y la corrupción del sistema de alcaidías
quedaban impunes por la desidia judicial (fuera por acción o por omi-
sión). La influencia de los factores exógenos que antes se comenta-
ban está clara porque se alude indirectamente al reformador J.
Howard y a los sistemas penitenciarios que se están poniendo ya en
práctica en EEUU (“los políticos, aunque protestantes, que se han
39
acercado á tratar esta materia”) .
La Real Corte parece disculparse diciendo que no se ha podido
enterar de ese tipo de sucesos porque si bien es cierto que los jueces
dicen visitar y preguntar a los presos, al hacerlo “en presencia del al-
caide”, los supuestos entrevistados “no tienen libertad” para protes-
tar. Se están admitiendo criterios garantistas. Se acepta que el con-
trol jurisdiccional falla porque se asienta sobre unas prácticas coacti-
vas. Han sabido o han tenido que reconocer un secreto inconfesa-
blemente antiguo: que en el fondo los jueces no recorren la cárcel ni
hablan con los presos.
39
Otra cosa es valorar la diferencia entre lo que pedían los reformadores y lo que fi-
nalmente resultó: en Vigilar y Castigar Foucault afirma que se trataba de una discrepancia más
tecnológica que legal y teórica.
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Si seguimos algunas de las tesis de Rothman e Ignatieff podemos plantearnos tam-
bién aquí que el discurso religioso de los reformadores les hizo ser críticos con la vieja penali-
dad que torturaba los cuerpos (de ahí que resultara inadmisible, por ejemplo, pegar a los en-
fermos o mantener a los presos sin ventilación), a la vez que promotores de soluciones del
crimen y del resto de desórdenes que provocaba la crisis social, es decir, todo lo que acabó
preocupando al poder y al vecindario (la sanidad, la higiene, la alimentación, el gasto, etcétera):
D. Rothman, The discovery of the asylum…; M. Ignatieff, A just measure of pain…
41
Como suele ocurrir con otro tipo de acciones sociales, a veces la actuación de los
movimientos de solidaridad con los presos acarrea consecuencias no deseadas por ellos mis-
mos, como puede ser el desencadenamiento de determinados procesos de burocratización del
sistema penitenciario: véase D. Garland, Castigo y sociedad moderna…, p. 215.
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• Por otro lado, la segunda noticia que conocemos -presos que tiran la
comida avinagrada y consiguen que en parte se les dé la razón- se
refiere a una protesta colectiva ciertamente más airada, acaecida a
finales del siglo XIX, precisamente, en un contexto general de refor-
42
ma penitenciaria en España . En efecto, los hechos ocurrieron en
una época especialmente sensible al cambio prisional en España y
en muchos otros países occidentales, porque –una vez más- conflu-
yen en el campo interactivo del cambio social las acciones de varios
proyectos sociales y científicos (desde la criminología a las nuevas
labores de policía, el movimiento obrero, el anarquismo y el socialis-
mo más la preocupación oficial, eclesial y patronal por la cuestión so-
cial y las propuestas de reformas sociales y laborales)
Por aquel entonces ya había triunfado el sistema prisional y se
implementaba con nuevas normas el modelo correccional premial-
punitivo, aunque no dejaba de ser relevante el impacto de los ajusti-
43
ciamientos públicos . En realidad había más procesados y penados
que nunca pero hacinados en los mismos edificios que cien años an-
tes, tal y como acabamos de ver, ya habían sido objeto de protesta y
de proyectada reforma.
Desde mediados del siglo XIX ha aparecido una figura nueva en-
tre la población reclusa: el “preso político” o los “quejosos” y las “que-
josas”, una forma muy significativa de denominar a quienes, muchas
42
De entre las obras que abordan ese período o el inmediatamente anterior destaca-
ríamos: P. Fraile, Un espacio para castigar. La cárcel y la ciencia penitenciaria en España (si-
glos XVIII-XIX), 1987; J., Serna Alonso, J., Presos y pobres en la España del siglo XIX, 1988;
H. Roldán Barbero, Historia de la prisión en España, 1988; P. Trinidad, La defensa de la socie-
dad. Cárcel y delincuencia en España (siglos XVIII-XX), 1991; F.J. Burillo Albacete, F.J., El
nacimiento de la pena privativa de libertad, 1999; P. Oliver Olmo, Cárcel y sociedad represo-
ra…, 2001; G. Martínez Galindo, G., Galerianas, corrigendas y presas. Nacimiento y consolida-
ción de las cárceles de mujeres en España (1608-1913), 2002; G. Gómez Bravo, G., Cárceles,
delito y violencia en la España del siglo XIX, 2003; E. Almeda, Corregir y castigar. El ayer y hoy
de las cárceles de mujeres, 2003.
43
P. Oliver Olmo, “Pena de muerte y procesos de criminalización (Navarra, siglos XVII-
XX), Historia Contemporánea, nº 26, 2003, pp. 269-292.
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M. Foucault, El ojo del poder, Madrid, 1989, p. 26.
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D. Garland, Castigo y sociedad moderna…, p. 288.
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L. Wacquant, Las cárceles de la miseria, Madrid, 2000.
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Véase S. Cohen, Visiones de control social, Barcelona, 1988; D. Garland, Castigo y
sociedad moderna…
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Real Decreto Ley de 30 de julio de 1976 y Ley de 15 de octubre de 1977.
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Desde el campo del derecho y la sociología penal el profesor Iñaki Rivera prepara un
estudio específico sobre esta temática y ya ha publicado un breve análisis de la experiencia
española en el contexto de otros movimientos de presos y de apoyo a presos: I. Rivera Beiras,
“Cárcel y cultura de resistencia: los movimientos de defensa de los derechos fundamentales de
los reclusos en Europas occidental”, Delito y Sociedad. Revista de Ciencias Sociales nº 8,
1996, pp. 73-102. Además, el Centre de Documentación Col-lectiu Arran-Sant viene publicando
en la revista Panoptico comentarios sobre documentos producidos por la COPEL.
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Lo cierto es que los presos comunes, los que empezaron a ser llamados
y en muchos casos a autodenominarse presos sociales se expresaban de for-
ma política. Se organizaban. Y se coordinaban desde dentro y hacia fuera, por
todo el Estado.
El movimiento promovía la acción y el debate para conseguir una autén-
tica transformación de la realidad carcelaria. Decían haber sido víctimas de una
sociedad injusta que favorece el delito y haber sido castigados por unas estruc-
turas y unas leyes dictatoriales muy duras que dictaban condenas largas e in-
humanas. El discurso continuaba reclamando la participación democrática de
los presos sociales en la construcción de la nueva sociedad y por eso solicita-
ban que la amnistía también llegara a ellos.
Las acciones colectivas comenzaron a extenderse por toda la geografía
prisional española (desde el penal de Córdoba hasta la Modelo de Barcelona
pasando por Cartagena, Carabanchel y otras muchas prisiones). Se diversifica-
ron las formas de la protesta e hizo aparición la violencia: motines, autolesio-
nes, plantes, sabotajes en instalaciones penitenciarias, etcétera. El movimiento
espontáneo fue creciendo durante ese año 1976. Era un rosario de organiza-
ciones, plataformas, coordinadoras y comités locales de apoyo a los presos,
con sus propios mensajes grupales, aunque destacaba el grito exigente de una
amnistía para todos. Al fin, a finales de 1976 se creó la Coordinadora de Orga-
nizaciones de Presos en Lucha (COPEL) y con ella una estructura de recursos
que permitía la actuación estatal de todo el movimiento50.
Los presos comunes organizados demostraron que habían entendido
cuán importante empezaba a ser por aquel entonces llegar a la opinión pública.
Fue el 23 de febrero de 1977 cuando la COPEL hizo público un comunicado en
50
Además de la COPEL también se creó la Asociación para el Estudio de los Proble-
mas de los Presos (AEPPE) y la Asociación de Familiares y Amigos de Presos y Ex-Presos
(AFAPE).
454
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
51
El Viejo Topo nº 13 (octubre de 1977), p. 43.
455
Pedro Oliver Olmo
• La abolición total de las celdas de castigo, que con el paso del tiempo
llega a atronar la mente de la persona recluida en ellas.
• La libre comunicación con los familiares y demás amigos y allegados,
así como la comunicación oral y escrita con el abogado defensor.
• La reforma y climatización en lo posible de las celdas donde se habi-
ta. La implantación de los adecuados servicios y duchas con la más
absoluta higiene que requiere el lugar donde se ha de permanecer
durante bastante tiempo.
• La adecuada instalación de utensilios deportivos, y el libre acceso a
la práctica de cualquier deporte. La necesidad de abolir la censura te-
levisiva, en telediarios y demás programas informativos, así como en
el cine”.
52
Lurra, Rebelión en las cárceles, pp. 301-306).
456
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
53
Citado por I. Rivera Beiras, “ Cárcel y cultura de resistencia”, p. 91.
457
Pedro Oliver Olmo
Desde los años ochenta las acciones colectivas han sido muy esporádicas y no
han contado con una red de apoyo tan importante como la que se tejió en torno
a la COPEL. Hubo algunos motines que reproducían las formas de expresión
que utilizaba la COPEL. Pero a veces los presos decidieron tomar rehenes. Los
motines acabaron siendo muy violentos y fueron sofocados con tremenda du-
reza (además, en cierto sentido sirvieron de pretexto para la puesta en marcha
de políticas penitenciarias excepcionales, como la creación extralegal de los
llamados FIES -Ficheros de Internos de Especial Seguimiento-, y la implemen-
tación de medidas de aislamiento, control y dispersión de presos y colectivos
de presos considerados peligrosos o de difícil adaptación al régimen prisional).
Desde un punto de vista organizativo, además de las experiencias pro-
tagonizadas por los objetores insumisos (que se consideraban presos de con-
ciencia y llegaron a tejer un imponente colchón social), mientras que los presos
de ETA (y en parte también los del GRAPO y algunos colectivos anarquistas)
contaban con colectivos de apoyo, los presos comunes apenas pudieron poner
en marcha unas pocas iniciativas de protesta e intentos de asociacionismo que
casi siempre fueron duramente reprimidos.
Asimismo, en la calle funcionaban algunas asociaciones de apoyo, entre
las que cabe destacar la asociación Salhaketa en las provincias vascas, los
colectivos aragoneses contra el plan de construcción de macro-cárceles, la
Asociación Pro-Derechos Humanos de Andalucía, las Madres contra la Droga
de Madrid, el colectivo PreSOS de Galicia, la Coordinadora contra la Margina-
ción de Cornellá y una experiencia de coordinación estatal: la Coordinadora
Estatal de Solidaridad con las Personas Presas.
Al entrar en el nuevo milenio, además del rosario de grupos cristianos
que aportan solidaridad y apoyo dentro y fuera de las prisiones, en el panorama
organizativo se han podido ver dos tendencias con idearios y estrategias muy
diferentes: por un lado, la Coordinadora Estatal de Solidaridad con la Personas
Presas (CESPP), y por otro, la Asamblea de Apoyo a las Personas Presas en
Lucha (AAPPEL), mucho más radicalizada y con evidentes relaciones con gru-
54
pos coordinados por la llamada Cruz Negra Anarquista .
54
P. Oliver Olmo, “El movimiento anticarcelario”, Libre Pensamiento, nº 37-38, 2001,
pp. 117-126.
458
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
459
Pedro Oliver Olmo
56
Muchos integrantes del Servicio Penitenciario Federal estuvieron encuadrados en los
Grupos de Tareas responsables de las torturas, violaciones, secuestros y asesinatos en los
campos de detención clandestinos. Pero, a diferencia de militares y policías que al establecer-
se un gobierno constitucional pasaron a retiro o se reintegraron a sus funciones naturales, los
funcionarios de prisiones permanecieron en las mismas actividades (“Informe de varias ONG
argentinas al Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas a propósito de la presen-
tación del Gobierno argentino por el art. 40 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políti-
cos”, Buenos Aires, febrero de 1995).
460
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
57
He tenido todo tipo de facilidades y atenciones por parte de la Subprocuración Peni-
tenciaria del Gobierno Federal.
461
Pedro Oliver Olmo
ria de vida con los referidos a la vida en las prisiones, las acciones colectivas y
los recuerdos de la década de los setenta.
Además de recabar datos sobre las características personales de las
personas presas (a través de una ficha biográfica y de los recuerdos sobre la
infancia, la historia familiar, la procedencia social, la cualificación laboral, el ba-
gaje cultural y escolar, la instrucción recibida en la cárcel, el arraigo y la vincu-
lación afectiva y familiar, etcétera), se les ha preguntado por su historial delicti-
vo y prisional y por la reincidencia en el delito desde los años setenta hasta hoy
(pues sobre todo hay sumarios internos que han sido abiertos precisamente por
haber protagonizado motines).
Con todo, lo que más nos interesaba conocer era la vivencia del régimen
carcelario por parte de los presos comunes, intentando que hicieran un comen-
tario acerca de los cambios, las permanencias e incluso las regresiones desde
la década de los setenta hasta hoy.
Encuesta oral sobre las características de las cárceles de los años se-
tenta y los cambios posteriores hasta la actualidad:
462
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
463
Pedro Oliver Olmo
o Motivos
o Reacción de los presos
o Reacción de las autoridades
o Ocultamiento, publicidad, opacidad o transpa-
rencia en la información
464
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466
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
Países Escandinavos
467
Pedro Oliver Olmo
setenta y ochenta, añadiendo a sus denuncias una inquietud real por el control
de la actuación del sistema jurídico-penal59. De hecho, estos grupos han conti-
nuado activos y, sin abandonar sus principios abolicionistas, han ido demos-
trando una mayor preocupación por la eficacia de su actuación en defensa de
los derechos de los presos así como para evitar la expansión del sistema puni-
tivo en general60.
Gran Bretaña
59
Ha mucha bibliografía sobre estos colectivos, pero sigue siendo útil la consulta de
Th. Mathiesen, The Politicics of Abolition, Oslo, 1974.
60
Una crítica desde el garantismo penológico hacia las propuestas abolicionistas de es-
tos movimientos y de autores como Mathiesen y Hulsman en: M. Pavarini, “Il sistema della gius-
tizia penale. Tra riduzionismo e abolizionismo”, Dei delitti e delle penne, nº 3, 1985; y L. Ferrajo-
li, Derecho y razón…
61
M. Fitzgerald Prisioners in Revolt, 1977.
62
P. Evans, Prison Crisis, London, 1980.
468
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
Holanda
Durante la segunda mitad de los años setenta y hasta los primeros años
ochenta también en Holanda existieron varios grupos de defensa de los dere-
chos de los presos: por un lado COORNHERT LIGA (que agrupaba a profeso-
res de las especialidades implicadas en los asuntos penal-penitenciarios), por
otro VOICES (empeñado en plantear alternativas a la prisión hasta el punto de
obviar su crítica), y como expresión de los movimientos organizados por los
propios presos estaban BWO y D&S.
Al primero de los movimientos, que nació en aquellos años de creencia
en la descarcelación y la descriminalización, el prestigio académico le permitía
acceder a los medios de comunicación (los cuales a su vez siguen tomando a
sus miembros como expertos y asesores). No obstante, sus miembros más
radicales criticaron los excesos de academicismo y acabaron promoviendo las
acciones que protagonizaron los presos de BWO.
Por su parte, el movimiento VOICES se limitó a ofrecer alternativas al
sistema prisional que no siempre cayeron en saco roto. De hecho han demos-
trado una gran capacidad de influencia a la hora de promover un buen clima
penal en Holanda, por ejemplo, con medidas de incentivación para que el em-
presariado contrate a los penados, y con nuevas formas de entender las visitas
63
R. van Swaaningen, “The Penal Lobby in Europe”, The Bulletin of the European
Group for the Study of Desviance and Social Control, Issue nº 2, Winter 1990-91, pp. 21-27.
469
Pedro Oliver Olmo
de los presos (medidas que si bien fueron muy bien acogidas por los directores
64
de prisiones, después han sido boicoteadas por el ministerio) .
Francia
Las prisiones francesas vivieron también una década de los `70 salpica-
da por los motines, las revueltas, los plantes y la violencia. Hasta su disolución
en 1980 funcionó con gran relevancia el Comité d´Action des Prisioners (CAP).
Al igual que veremos en el caso de Italia, aquellas protestas de los pre-
sos franceses se vieron muy influenciadas por las ideas radicales de algunos
grupos de izquierda revolucionaria (maoístas, gauche prolétarienne, etcétera) y
por las reflexiones teóricas de intelectuales como Foucault y plataformas de
discusión que (como el Groupe Multiprofessionel des Prisons y el Groupe In-
formation Prison) también difundían ideas abolicionistas y anticarcelarias.
Todo empezó a cambiar en 1981 con la llegada de los socialistas al go-
bierno de la nación. Se apagó la fuerza de los radicales y llegó el tiempo de los
reformistas. Los propios presos saludaron el triunfo electoral del PSF y decidie-
ron constituir “sindicatos de detenidos” que a partir de entonces se proponían
actuar a cara descubierta.
Así fue como los movimientos de presos franceses abandonaron la lucha
violenta y se centraron en conseguir mejoras y garantías: desde una mayor
limpieza a aparatos de TV, derecho al trabajo, etcétera. Prueba de todo ello fue
la creación de la COSYPE en 1983, un organismo encargado de coordinar las
reclamaciones de los colectivos de presos, las cuales, no obstante los nuevos
tiempos de reforma, tampoco renunciaban a unos principios garantistas bási-
cos, como demuestra el hecho de que junto al posibilismo de las reivindicacio-
nes ya mencionadas también reclamaran el derecho a crear colectivos de tra-
bajo, de estudio y de actividades, la legalización de los comités de reclusos en
64
Íbidem.
470
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
Italia
65
Cosype, “Mouvement des Prisonniers: une nouvelle donne”, Justice. Journal du Syn-
dicat de la Magistrature, 1983, pp. 3-5.
66
R. Bergalli, “Una Propuesta Radical Europea: el Grupo Europeo para el Estudio de la
Desviación y el Control Social”,: Bergalli, R.; Bustos; Miralles, (coords.), El pensamiento crimi-
nológico, Barcelona, 1983, pp. 189-198.
67
G. Lazagna, Carcere, repressione, lotta di classe, Milano, 1974.
471
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68
I. Rivera Beiras, “Cárcel y cultura de resistencia”, p. 85.
472
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
lucha”, eso sí, se trataba de grupos muy politizados, dirigidos por los líderes
encarcelados de las Brigadas Rojas, Potere Rosso, Squadre Armate Proletarie,
Organizazione Comunista Combattiente, etcétera. Los presos comunes esta-
69
ban menos organizados y no contaban con apoyo exterior .
Algunos hechos recuerdan el caso español. La influencia en España de
las protestas en Europa y más aún en Italia hubo de ser relativamente impor-
tante (al igual que lo fue el discurso anticarcelario de intelectuales y autores ya
muy conocidos como Foucault). Aunque no en la motivación desencadenante
(la amnistía de los presos políticos en España), y con menos presencia de or-
ganizaciones políticas y más protagonismo de los presos comunes, se obser-
van muchas similitudes y puntos de comparación entre España e Italia: por
ejemplo, también se fueron sofocando los ambientes de protesta cuando se
implantó el sistema progresivo premial-punitivo y se implementaron las medi-
das de aislamiento y dispersión (junto con la aparición de las cárceles de alta
seguridad).
Lo que acabamos de ver en este extenso capítulo sobre la década de los
setenta hace que nos planteemos un posible marco comparativo en el que en-
traríamos a cotejar e interpretar la información histórica de España, Argentina e
Italia, con posibles ampliaciones a un nuevo eje de similitudes entre Portugal,
Uruguay y Grecia.
69
Íbidem.
473
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475
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476
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71
Agencia EFE (Guatemala, 16/08/05).
72
Sin ir más lejos, en España son muy conocidas las formas de protestar de los presos
de ETA, GRAPO y algunos colectivos anarquistas. En el caso del autodenominado Colectivo
de Presos Políticos Vascos las acciones se suelen organizar para apoyar las campañas políti-
cas del MLNV o para protestar contra el régimen penitenciario al que se ven sometidos (ma-
yormente la dispersión y la calificación como presos FIES) y suelen consistir en “chapeos” vo-
luntarios –quedarse en la celda- y huelgas de hambre. Esta última modalidad de protesta es la
más utilizada por los presos políticos y de conciencia (últimamente la han utilizado incluso los
presos islamistas de Guantánamo para protestar contra el limbo jurídico en el que han sido
instalados por parte del gobierno de EEUU). Hay muchas noticias en Internet sobre huelgas de
hambre de presos políticos en muchas partes del mundo. Por ejemplo, los “presos políticos
chilenos y mapuches” han protagonizado una huelga de hambre durante el mes de julio de
2005 (más detalles en la página WEB: www.Valparaiso.Ydimedia.Org). Y en el mes de agosto
de 2005, según informa la Asociación Marroquí de Derechos Humanos, continúa la huelga de
hambre que están protagonizando “decenas de presos saharauis” encarcelados por motivos
políticos en las cárceles de Ukacha (Casablanca), Ait Mellur (Agadir) y El Aaiún (El País,
29/08/05).
477
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73
Página WEB de Radio Praga - Emisión de la Radiodifusión Checa para el Exterior
[15.07.2004 18:25 UTC]. Informa Andrea Fajkusová (mailito: cr@radio.cz). Según dicha en-
mienda, los reclusos que deben dinero al Estado pueden usar para fines privados sólo la mitad
de los recursos financieros que ganan en la prisión. El resto debe ser destinado para cubrir los
daños causados por el delito cometido, los gastos del servicio penitenciario y los costes del
procedimiento judicial.
74
La prensa on the Web (San José de Costa Rica, 12/04/2001).
478
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
479
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480
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
de bala en el pecho y en la cabeza, y que al menos dos de ellos tenían las ma-
nos juntas en la nuca. Por todo ello AI pedía el esclarecimiento de las circuns-
tancias en que se produjo “la muerte de al menos 111 presos en la prisión de
São Paulo conocida como Casa de Detenção (Casa de detención), el 2 de oc-
tubre de 1992. Las circunstancias en que se produjeron estos hechos hacen
79
pensar que se trató de ejecuciones extrajudiciales” .
De todas formas, la problemática continúa hasta hoy. La mil veces de-
nunciada situación de las cárceles brasileñas ha seguido posibilitando el esta-
llido de motines con cientos y miles de implicados, por ejemplo en 2001, cuan-
do en la misma cárcel de Sao Paulo estalló un nuevo motín aprovechando las
visitas de los familiares. Es la prisión más grande de Latinoamérica. En el mo-
mento de iniciarse la revuelta había 72 guardiacárceles y más de 7.900 visitan-
tes, incluyendo 1.700 niños. Sólo tenemos la versión oficial. Al parecer los re-
clusos “protestaron por la transferencia de 10 personas que se supone son
miembros de una banda de narcotráfico y tráfico de armas con sede en Río de
Janeiro. El grupo es influyente entre los 10.000 presos”. Lo cierto es que poco
después la protesta se extendió por muchas otras prisiones brasileñas, más de
una veintena, y se reprimió muy duramente según los familiares provocando
80
más de una docena de presos muertos .
No obstante la aparente falta de orientación de estas acciones colectivas
violentas sabemos que los motines de 2001 fueron los más multitudinarios de
la historia de Brasil, pues llegaron a amotinarse más de 25.000 reos en 29 pre-
sidios de Sao Paulo. Aunque con menor intensidad, los motines se repitieron
en 2002 también en el Estado de Sao Paulo. Al parecer, todos ellos estuvieron
coordinados por una organización que expresamente decía luchar contra las
funestas cárceles brasileñas. Ese colectivo dice llamarse “Primer Comando de
la Capital” (PCC) y fue creado en 1993 por reclusos de la prisión de Taubate.
En el transcurso de los motines de 2002 el PCC también se responsabilizó de
un ataque con una granada frente a las oficinas de la administración carcelaria
79
http://www.amnistiainternacional.org (5/10/1992).
80
Hechos, 19 de febrero de 2001, según la Agencia FIA (http://www. hechostvazte-
ca_com.htm).
481
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81
BBCMUNDO.com (América Latina, Martes, 19 de febrero de 2002 - 01:48 GMT).
82
Se trata de una información oficial difundida en su página WEB por el Consejo Na-
cional para el Control de Estupefacientes (CONACE), Ministerio del Interior de Chile.
482
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
dos y unos 130 rehenes, entre ellos, seis periodistas. De una parte se escu-
charon voces desesperadas de algunas mujeres encarceladas que avisaron al
gobierno de que estaban "decididas a morir" si no se atendían sus demandas; y
por otro lado el gobierno calificó como "positivos" los diálogos mantenidos con
83
delegados de presos .
A veces las oportunidades nunca llegan y, como en el caso de los san-
grientos hechos acaecidos este mismo mes agosto de 2005 en varias prisiones
de Guatemala, son crónicas de motines anunciados, porque ya tuvieron prece-
dentes similares que indicaban la necesidad urgente de unas reformas peniten-
84
ciarias que nunca se han llevado a cabo . En efecto, en la Navidad de 2002
(una fecha que puede potenciar la sensibilidad colectiva en el interior de las
prisiones), se produjo un violento motín en la prisión del "Pavoncito" que dejó al
menos 17 reos muertos. El motín comenzó “cuando un grupo de reos demandó
la renuncia del director de la cárcel, debido a las malas condiciones alimenti-
85
cias y a la carencia de tiempo para recibir visitas” .
El procurador de los Derechos Humanos de Guatemala, Sergio Morales,
denunció entonces la corrupción del sistema y la necesidad de reestructurar las
prisiones. Según un estudio realizado por la Misión de las Naciones Unidas
para Guatemala (MINUGUA), que verifica el cumplimiento de los acuerdos de
paz firmados en 1996, los penales del país no cuentan con la capacidad nece-
saria para albergar a los detenidos en condiciones de seguridad ni dignidad
humana. El estudio reveló que la violencia y la inseguridad se incrementa debi-
do a la corrupción y porque el poder disciplinario está en manos de los internos.
Ahora, en 2005, esa temible cadena de motines ha atemorizado a la po-
blación hasta el punto de incitar a los comerciantes de varias ciudades guate-
86
maltecas a no abrir sus establecimientos por miedo . Y una vez más, el mismo
83
Clarin.com (Jueves 8 de abril de 2004. Año VIII, N° 2928).
84
Agencia EFE (Guatemala, 16/08/2005).
85
BBCMUNDO.com (América Latina, Jueves, 26 de diciembre de 2002 - 04:29 GMT).
86
Finalmente se ha sabido que son 35 los presos muertos en las reyertas, la mayoría
perteneciente a la Mara 18, una organización que además de disputar a la Mara Salvatrucha y
483
Pedro Oliver Olmo
al propio poder formal de las instituciones carcelarias el auténtico control interno de las mis-
mas, extiende su capacidad de influencia a las ciudades sobre todo a través de la extorsión de
los comerciantes (lo cual explica su miedo, porque quizás teman ser acusados de implicación
en el conflicto). Según fuentes oficiales los integrantes de la Mara 18 podrían ser responsables
de la mayor parte de los 4.007 homicidios registrados en 2004 y los 3.597 que ya se han con-
tabilizado entre enero y junio de 2005 en Guatemala (El Mundo, 24/08/2005).
87
LA OPINIÓN DIGITAL (Los Ángeles,19/08/2005).
484
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
88
“Informe Preliminar Alternativo sobre la Masacre de El Porvenir”. Publicado el
04/05/05 por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights (http://www.derechos.org/esp.html).
En una de sus conclusiones se afirma: “El deterioro de los centros penales, la violencia intra
carcelaria, la escasa atención médica y la carencia de programas de capacitación y recreación
485
Pedro Oliver Olmo
constituyen la faceta principal de las cárceles en Honduras. Tal pareciera que es necesario que
ocurran motines, asesinatos, incendios, como lo ocurrido en la granja de El Porvenir para que
la sociedad y las autoridades den una mirada a los centros penitenciarios del país en donde
seres humanos viven en condiciones infrahumanas, indignas, en situaciones graves de haci-
namiento que condiciona el sistema penitenciario y la salud de esas personas, lo que se tradu-
ce en una forma cruel, inhumana y degradante de vivir”.
486
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hoy por hoy las tres grandes potencias mundiales del encarcelamiento, al me-
nos en número de presos.
De esta forma estaremos comparando experiencias españolas, euro-
peas y americanas, lo cual, si recordamos la reflexión que hacíamos en la pri-
mera parte de esta propuesta académica e investigadora, es una elección plau-
sible, que nos ayuda a conocer mejor la realidad española, y que se nos antoja
doblemente pertinente:
492
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
En este último sentido, más que nuestro propio trabajo de acopio de do-
cumentación sobre el cambio prisional, nos interesa relacionar la conflictividad
carcelaria actual con los indicadores básicos de los procesos de cambio social
que puedan ser claramente detectables en la historia del presente de distintas
sociedades.
Quizás, como dice J.L. Gaddis, podamos detectar regularidades signifi-
cativas en el aparente caos de determinados procesos sociales.
493
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494
Proyecto de Investigación de la Propuesta Académica e Investigadora
—— “El sistema penal español como ámbito menos conocido del control
social”: VV. AA., Control social del delito: críticas y alternativas, Salhaketa, Bil-
bao, 1991, pp. 107-132.
495
Pedro Oliver Olmo
496
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EVANS, P., Prison Crisis, George Allen & Unwin Ed., London, 1980.
497
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and society in eighteenth century England. Harmondsworth, 1975
http://www.ugr.es/~pwlac/G15_01MariaIsabel_Jociles_Rubio.html
498
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MELOSSI, D.; PAVARINI, M., Cárcel y fábrica. Los orígenes del sistema
penitenciario (siglos XVI-XIX), Siglo XXI, Madrid, 1980.
499
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ROTHMAN, D., The discovery of the asylum. Social order and disorder in
the New Republic. Boston, Mass, 1971
SERNA ALONSO, J., Presos y pobres en la España del siglo XIX. La de-
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TAYLOR, I.; WALTON, P.; YOUNG, J., Criminología crítica, Siglo XXI,
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Pedro Oliver Olmo
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WRIGHT, G., Between the guillotine and liberty. Two centuries of the
crime problem in France. London, Oxford University Press, 1983.
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