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Uruguay y la centralidad de la política

Alicia Lissidini

Publicado en: Marcelo Cavarozzi y Juan Manuel Abal Medina (2002) El


Asedio a la política. Los partidos latinoamericanos en la era liberal.
Editorial Homosapiens, Rosario.

Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento.


Montesquieu

¿Por qué la política sigue siendo central en el Uruguay? A diferencia de muchos


países latinoamericanos y algunos europeos, en donde la política (y sus actores)
genera indiferencia o incluso rechazo en sectores importantes de la ciudadanía,
en el Uruguay la política sigue despertando interés y los partidos políticos
constituyen todavía mecanismos de expresión y representación, al tiempo que
cumplen con las funciones de gobernar.

Se formulan dos hipótesis de trabajo para abordar esta pregunta. En primer


lugar, es en la configuración partidaria original y su relación con el Estado, donde
se encuentra una de las claves para comprender esta centralidad de la política.
Concretamente, la conformación en Uruguay de una versión —limitada y modesta
— de lo que llamamos “la fórmula de Offe” es lo que explica la centralidad
original de la política: una expansión del Estado de Bienestar vinculada
estrechamente al triunfo de la democracia representativa. En esta fórmula fue
central el sistema de partidos y la dinámica partidaria democrática que se
construyó entre el Partido Colorado y el Partido Nacional (que va mucho más allá
de las características y dinámicas internas de cada partido, que por cierto no
fueron necesariamente democráticas). Este modelo entró en crisis en la década
del cincuenta y terminó con el golpe de Estado del 73. Sin embargo, tanto los
partidos como el Estado sobrevivieron al régimen dictatorial.

Hasta la década del setenta, los partidos Colorado y Nacional fueron los
protagonistas de la historia política del Uruguay; a partir de la redemocratización
fue el Frente Amplio quien pasó a ocupar el centro de la escena. Aunque no logró
—al menos hasta 1999— alcanzar la presidencia, su presencia electoral y política
modificó sustancialmente las dinámicas partidarias, las decisiones “de política”,
la relación entre partidos y organizaciones sociales y, en general, el sentido de la
política. La segunda hipótesis de trabajo, entonces, postula que la presencia del
Frente Amplio y su defensa del Estado es lo que explica, en gran medida, la
persistencia de la centralidad de la política, al darle sentido a la política.

Para abordar esta problemática se propone la siguiente cronología: I) Fundación


partidaria del Uruguay, centralidad estatal y relevancia del diseño institucional
(1900-1950); II) crisis de los partidos, golpe de Estado y búsqueda de legitimidad
militar (1950-1982); III) Transición y democratización: la centralidad del Frente
Amplio (1982-2001), y IV) Frente Amplio, política y elecciones, donde se hace
referencia a los desafíos que el Frente Amplio enfrenta.
I) Fundación partidaria del Uruguay, centralidad estatal y relevancia del
diseño institucional (1900-1950)

Los partidos políticos “tradicionales”, Partido Colorado y Partido Nacional (o


Blanco), surgidos de los bandos que lucharon durante el ciclo independentista
(cuyos nombres provienen de los colores de las cintillas que identificaron a cada
grupo en las guerras civiles), fueron los que ordenaron y estructuraron la
sociedad uruguaya. Como ya ha sido señalado por varios analistas, los partidos
uruguayos son anteriores a la conformación del Estado y también a la Nación. 1

En otras palabras, el bipartidismo caracterizó políticamente al Uruguay desde


antes del funcionamiento regular del sistema electoral, e incluso puede decirse
que coincide con el surgimiento de nacionalidad. La sociedad uruguaya se
estructuró en torno a estas identidades que fueron simultáneamente políticas y
sociales. Esta característica —el fuerte bipartidismo histórico— y el multiclacismo
que definió a los partidos, fueron rasgos que compartieron con el sistema de
partidos colombiano. Sin embargo, en el caso uruguayo, la violencia y las luchas
entre los partidos —que estuvieron tan presente en las últimas décadas del siglo
XIX y que llevaran al novelista W.H. Hudson a hablar de la “Tierra purpúrea” en
alusión al saldo de las guerras civiles del Uruguay— se cerraron medio siglo antes
que en Colombia. Asimismo, el debilitamiento temprano de la oligarquía en
Uruguay —al igual que en México luego de la Revolución— contribuyó a
consolidar la estabilidad político-institucional que caracterizó al Uruguay
diferenciándolo de los casos de Argentina, Brasil, Chile y Colombia, en los cuales
la oligarquía mantuvo su poder político hasta bien entrado el siglo XX.

Al igual que la mayoría de los partidos latinoamericanos, los rasgos que


caracterizaron a cada organización fueron difusos y difíciles de ordenar en
términos de clivajes. ¿Cuáles fueron las divisiones sociales que llevaron a la
conformación de los partidos políticos uruguayos? El paradigma de Seymour M.
Lipset y Stein Rokkan (1967) distingue cuatro líneas de división críticas en las
sociedades que habrían dado origen a los partidos (al menos en los países de
Europa Occidental). Por un lado, aquellas divisiones que son producto de la
formación de la nacionalidad: 1) el conflicto entre la cultura central que construye
la nación y la resistencia creciente de las comunidades sometidas de las
provincias y las periferias; y 2) el conflicto entre el Estado-nación centralizante,
regularizador y movilizador, y los privilegios corporativos históricamente
establecidos, de la Iglesia. Por otro lado, identifica las divisiones que resultaron
de la revolución industrial: 3) el conflicto entre los intereses terratenientes y la
clase emergente de empresarios industriales; y 4) el conflicto entre propietarios y
patronos, por un lado, y arrendatarios, jornaleros y obreros, por el otro.

1
Aldo Solari, al analizar las lealtades partidarias, alude a las disposiciones contenidas en
los pactos que dieron fin a las guerras civiles de fin de siglo y señala que “dichas
disposiciones son prácticamente idénticas a las que pusieron término a las guerras de
religión en Europa [...]. Los uruguayos adoptaron la misma solución que terminó con una
guerra entre Estados para finalizar una guerra entre partidos. Esto significa que las
lealtades imperantes tenían como referencia a los Partidos Tradicionales y no a la nación,
o si se quiere, que la nación sólo era percibida a través de los partidos” (1988, página
130).

2
En el caso uruguayo si bien estas divisiones estuvieron presentes, no se
constituyeron en clivajes explicativos del origen y la permanencia de los partidos
tradicionales. Tal como lo ha señalado Carlos Real de Azúa, fue tan “azaroso” el
proceso independentista que torna difícil identificar las fuerzas a favor y en
contra de la construcción nacional.2 Respecto de la religión, si bien
históricamente los colorados se asociaron a un mayor anticlericalismo —y de
hecho los batllistas gestionaron exitosamente la separación de la Iglesia del
Estado—, la división religiosa no se tradujo en una variable explicativa relevante.
Por cierto, la escasa incidencia de la Iglesia sobre la política (en comparación al
resto de América latina) explica la debilidad relativa de las posiciones partidarias
más conservadoras en estos primeros años de construcción de la nación.

La dicotomía urbano-rural constituyó, en opinión de algunos politólogos, una


división que permitía distinguir a los “doctores” (colorados) de la ciudad y a los
“caudillos” (blancos) del campo. Sin embargo, un análisis más profundo revela
que existieron doctores y caudillos colorados y blancos, por lo tanto la centralidad
de esta variable es relativa. De cualquier manera, el Partido Nacional (en especial
durante la hegemonía del “herrerismo”), 3 asumió más claramente que su
adversario la defensa de “lo rural”, mientras que los colorados hicieron lo propio
con “lo urbano”. Como ya se mencionó, el relativo debilitamiento de la oligarquía
contribuyó a morigerar el potencial conflicto entre terratenientes e industriales
(aunque no lo anuló y el llamado “alto de Viera” es un ejemplo de ello). 4

En cuanto a la relación con los asalariados y obreros, el proceso de


democratización incorporó tempranamente a los trabajadores como ciudadanos
políticos y tuvo capacidad “anticipatoria”: se aprobaron leyes que defendían los
derechos de los trabajadores antes que se generaran las demandas, desactivando
de esta manera las movilizaciones que se dieron en Europa en los procesos de
industrialización. Por cierto, mientras que en el Uruguay el batllismo convocó e
incentivó la formación de organizaciones de trabajadores con carácter autónomo,
en Argentina la organización sindical preexistente se adhirió en su mayoría al
peronismo en términos de alianza y, en México, el Partido Revolucionario
2
Al respecto Carlos Real de Azua señala: “Mostraremos [...] cómo todo lo que ocurrió
entre 1823 y 1828 llevó casi invariablemente de la pluralidad de direcciones, de la
ambigüedad de las actitudes y los comportamientos, de la perplejidad que una cambiante
situación provocara en la inmensa mayoría de los actores, de la variabilidad de las
posiciones que las drásticas alternativas que la coyuntura promovía, de la casi
imposibilidad de establecer una postura mayoritaria, invariable, firme, que (en caso de
que haya existido) pudiera completarlos” (1991, página 161).
3
La denominación de herrerista proviene del nombre de su jefe y líder, Luis Alberto de
Herrera quien ejerció una influencia notable entre principios del siglo hasta su muerte en
1959. Durante este período la figura de Herrera polarizó a la sociedad uruguaya. Según
Carlos Quijano: “No fue un estadista, sin duda. No podía serlo por sus orígenes, por su
formación, y sobre todo por su propio temperamento. Fue un caudillo, el último gran
caudillo quizá [...]. Mezcla hirviente de intuición y de coraje, de probidad y autoritarismo,
de desconfianza en la razón y en el juego sutil de las ideas, de fe en la virtuosidad
creadora de la acción, pura y simple” (citado por Caetano y Rilla, 1996, página 154).
4
Con el “alto de Viera” se alude al freno impuesto a los proyectos batllistas de reformas
sociales y políticas por parte del nuevo presidente de la República electo en 1915,
Feliciano Viera. (Sobre la reacción conservadora Gerardo Caetano realizó una serie de
investigaciones Caetano, 1985).

3
Institucional cooptó y articuló autoritariamente a las organizaciones de
trabajadores.

Las dificultades para identificar claramente las diferencias partidarias a partir de


los clivajes propuestos por Lipset y Rokkan, nos sugiere pensar la participación
política desde las teorías simbólicas. Un primer aspecto que explica la
participación política es el de la solidaridad: “las solidaridades sociales existen
desde antes de la opción política, son expresiones de la estructura social (y
pueden por lo tanto referirse a identidades étnicas, lingüísticas, religiosas, de
clase, territoriales, vocacionales u otras), y el voto político es un suplemento
simbólico que puede reforzar la solidaridad existente” (página 19). Otro aspecto es
el de la ritualidad: “el rito es signo de persistencia y de acuerdo duradero y
colectivo, o sea seguro de identidad consigo misma de una colectividad en el
tiempo. La repetición de las fórmulas, de los términos, atribuye a esos términos
significados propios del lenguaje político de esa colectividad, en tanto distinto de
otros lenguajes especiales.5

A partir de la propuesta de Pizzorno, los partidos políticos uruguayos podrían ser


considerados como identidades políticas fuertes construidas desde “áreas de
igualdad” y “áreas de solidaridad”, que la ritualidad y la teatralidad reforzaron y
que el conflicto político renovó constantemente. La competencia política apareció
entonces como un conflicto entre identidades, no reductibles al plano ideológico
convencional.6

La institucionalización y la democratización política fueron procesos simultáneos,


productos de la acción de los dos partidos políticos, en particular durante el
gobierno de José Batlle y Ordóñez (Partido Colorado) quien ejerció gran influencia
entre 1904 y 1929. El saldo de este período fue una ampliación y consolidación
de la democracia política, junto con una política de bienestar que impidió grandes
marginaciones socioculturales o políticas.

Durante el período batllista se consolidó y se amplió la democracia. Bajo la figura


de José Batlle y Ordóñez se articularon liberalismo y centralidad estatal en un
discurso y una acción de reforma social. Los partidos políticos, artífices de esta
5
Pizzorno, 1985 y Pizzorno, 1966.
6
Entre las escasas explicaciones respecto de las diferencias entre los partidos merece
especial atención la propuesta de Carlos Pareja. Según este autor, mientras los colorados
siguieron un principio jacobino, los blancos tenían una concepción polifónica de la
asociación política. En el principio jacobino, la política era una esfera de identidades
particulares que se sublimaban en un nosotros neutralizado y legalizado. Este nosotros
se estructuraba en torno al Estado y se justifica en los principales elementos de
convocatoria dirigidos al cuerpo social: progreso, ascenso social, igualitarismo y
austeridad republicana. En esta concepción, el unitarismo y el cosmopolitismo eran
rasgos permanentes. El principio polifónico entiende que el nosotros debía legitimarse
ante las instancias particulares por su capacidad agregadora, por su poder de generar
reconocimiento de legitimidades entre los ámbitos particulares, y entre éstos y las
instancias generales. Mientras que en la vertiente jacobina la expresión unificada y
depurada de la ciudadanía operaba como un ente soberano, en la vertiente polifónica se
destacaba la apelación a un interés colectivo y supremo y a una expresión unificada de la
ciudadanía. Estos principios explicarían las diferentes racionalidades de cada partido
político (Pareja, 1989a y 1989b).

4
democracia, operaron en un sistema pluralista y tuvieron un alto grado de
existencia organizacional, implantación social y continuidad histórica. Fue la
dinámica interpartidaria (más que la organización partidaria en sí misma) lo que
propició una democratización del régimen. Es decir, los partidos uruguayos a
diferencia de los partidos argentinos, configuraron un patrón de competencia
política que contribuyó a democratizar el régimen. Respecto de la acción de cada
partido, si bien puede afirmarse que el Partido Colorado fue el principal promotor
de las reformas sociales que se aprobaron especialmente durante el primer
batllismo, es indiscutible que el Partido Nacional tuvo un papel central en la
democratización del régimen y, en particular, en el proceso orientado a propiciar
la transparencia del régimen y del sistema electoral.7

En cuanto a la relación entre los liderazgos y los partidos, si bien los líderes de
los partidos y de sus múltiples sectores fueron centrales en la dinámica
partidaria (en todas las actividades políticas y no sólo en períodos electorales), no
surgieron figuras políticas que pusieran en jaque al bipartidismo ni que llevaran a
la conformación de partidos “caudillistas” (como ocurrió en Ecuador). La figura de
José Batlle y Ordóñez, por ejemplo, fue fundamental, pero su poder surgió y
creció dentro del Partido Colorado y no fuera de él. Como contrapartida, el partido
no dependió totalmente de Batlle como un caudillo-jefe de Estado para realizar
las transformaciones sociales y políticas (como fueron los casos de Vargas en
Brasil, Perón en Argentina o Cárdenas en México). El carácter democrático que
tuvo el sistema de partidos uruguayo fue una nota original en el contexto
latinoamericano y un elemento fundamental que definió al Uruguay político.

La incorporación simultánea de los sectores populares a la ciudadanía civil y


política permitió la ampliación de la democracia sin sobresaltos ni desbordes
institucionales. Esto se debió en gran medida a que no hubo en el Uruguay un
paternalismo integrador de corte autoritario ni un predominio del carácter
movimientista de las organizaciones sociales como ocurrió en Argentina durante el
peronismo.

Las elecciones fueron el mecanismo de legitimación y de expresión política. Fue


así sobre todo en la canalización de las diferencias, que pasaron a manifestarse
en la competencia política legal, sustituyendo a las guerras civiles, entre partidos
que pronto se convirtieron en partidos de masas. La importancia que tuvo el
diseño institucional en la conformación del Uruguay, puede observarse y
justificarse —como señala Francisco Panizza— en las referencias discursivas
fundacionales. A medida que se descartaron las ideas provenientes del derecho
divino, fueron el progreso, la razón y la democracia los valores políticos y las
creencias que definieron la identidad nacional. Libertad, legalidad y laicidad se
constituyeron en los puntos nodales de los proyectos políticos que se
institucionalizaron.8 Como sucede en los Estados democráticos, el rito electoral
representó una reafirmación periódica de que todos los ciudadanos eran iguales

7
Al mismo tiempo, el análisis de las instancias plebiscitarias del siglo XX evidencia la
presencia de tensiones y actitudes autoritarias tanto en el Partido Colorado como en el
Partido Nacional (Lissidini, 1998).
8
Panizza, 1991.

5
frente a un acto fundamental del Estado; y además el acto tuvo otro significado
(amén de la elección): la confirmación de la solidaridad. 9

El diseño institucional, sus permanencias y cambios fueron producto de la acción


de estas dos agrupaciones políticas.10 Los partidos tradicionales intentaron crear,
lógicamente, una legislación electoral que les fuera favorable. La adopción en
1910 del doble voto simultáneo11 frente a la creciente fragmentación interna en
ambos partidos políticos, la representación proporcional en 1918 —demanda de
los blancos para asegurarse algunas bancas ante la mayoría colorada— y el voto
secreto en contra del fraude electoral, entre otras características de la legislación,
respondieron a las necesidades coyunturales de los partidos (Solari, 1991).

Este bipartidismo12 quedó reflejado en los resultados electorales de las elecciones


nacionales entre 192613 y 1971 (Cuadro 1).

9
Pizzorno, 1966.
10
Los debates sobre sistemas electorales surgieron a fines del 1800. Al respecto Dieter
Nohlen (1984) señala que “ya en 1878 fue presentado un proyecto de doble voto
simultáneo por un consejo consultivo, según un texto elaborado por el constitucionalista
Justino Jiménez de Aréchaga, que rechazó el dictador Lorenzo Latorre".
11
El doble voto simultáneo (DVS) permitió a los electores votar al mismo tiempo por un
partido y un subconjunto específico de candidatos dentro del partido. Es decir que una
vez que el ciudadano optaba por un partido tenía también que elegir una de las múltiples
listas presentadas por ese partido. El DVS habilitó, entonces, opciones intrapartidarias.
Una de las consecuencias de este sistema fue que el presidente electo no fuera
necesariamente el candidato más votado, sino el candidato más votado del partido
ganador.
12
Dado que en el interior de cada uno de los partidos políticos hubo una multiplicidad de
fracciones con posturas políticas diferentes, algunos politólogos entienden que este
bipartidismo era en realidad aparente. Uno de los sociólogos que apoyaron la teoría del
“multipartidismo disfrazado” fue Aldo Solari quien sostuvo que “el régimen uruguayo es
un bipartidismo aparente que funciona, en la práctica, como un sistema de partidos
múltiples, [...] cada uno de los grandes partidos es un espectro de partidos, en cada uno
de ellos se encuentra el mosaico más variado de ideologías políticas y de posiciones con
respecto a problemas concretos” (Solari, 1988, página 16). Esta caracterización es
compartida por Alfredo Errandonea: “El sistema de partidos de la sociedad uruguaya no
es ni fue nunca bipartidista puro en la acepción técnica del término. Fue y es un sistema
de multipartidismo asentado en un mecanismo electoral que lo intermedia, pero que debe
basar su aptitud de gobernar en alianzas electorales temporales y hasta circunstancias
que cruzan las fronteras de los lemas. Este mecanismo intermediador le dio un aspecto
aparente que pudo haberlo hecho aparecer como ´bipartidismo´” (Errandonea, 1989: 45).
No es éste el ámbito para entrar en esta polémica pero no compartimos esta visión; a
pesar de su heterogeneidad interna, los partidos Colorado y Nacional constituyeron
unidades partidarias con fuertes identidades políticas (de otra manera no se explican la
capacidad de representación y la permanencia en el tiempo).
13
Existe consenso en que, a partir de esta fecha, la información electoral se hace
confiable.

6
70

EL BIPARTIDISMO EN EL URUGUAY
1926-1971
60

50

40
VOTOS

30

20

10

0
1926 1930 1938 1942 1946 1950 1954 1958 1962 1966 1971
AÑO

PARTIDO COLORADO PARTIDO NACIONAL OTROS PARTIDOS

La sociedad uruguaya se caracterizó, entonces, por sus arraigadas


identidades políticas blanca/colorada (con una ausencia notable de
connotaciones de tipo “nacionalista”). Pero fue una identidad que no negó
al “otro” —en una lógica del tipo enemigo/amigo— sino que se fundó en
una lógica de adversarios políticos que se necesitaban mutuamente para
gobernar. Esta es una de las diferencias importantes del batllismo con
respecto al peronismo argentino. La adhesión al peronismo era definida, en
primer lugar, en oposición a las clases dominantes. El peronismo dio un
principio de identidad a la entidad “pueblo” bajo la
subordinación/sometimiento en la encarnación del líder (Perón).

Dicho de otro modo, Uruguay resolvió tempranamente el problema de la


participación política, que se vincula al modo de fundamentar la
legitimidad, y que no es otro que el problema del consenso y, al mismo
tiempo, de la igualdad. En palabras de Alessandro Pizzorno, la cuestión de
la participación política “es el problema de los modos en que se lleva a
cabo, en la práctica, el consenso consciente de una población dentro de las

7
instituciones estatales que la rigen y es el problema de los modos de
organización colectiva que permiten actuar sobre una estructura de
desigualdades cuestionando, positiva o negativamente, los valores que la
sustentan”14.

La modernización se construyó entonces, sobre la centralidad de las


instituciones políticas como garantes y medios de resolución de los
conflictos entre los partidos y sus fracciones. Legalidad y libertad electoral
fueron los puntos nodales de consenso entre todas las fuerzas políticas.
La importancia medular de las normas se convirtió, en el caso uruguayo,
casi en una manía reformista, en particular en lo que se refería a la
organización del Poder Ejecutivo. Frente a cualquier crisis o problema
político la reforma a la Constitución fue visualizada como “la solución”.

El sistema político se articuló en torno a las elecciones y por ello el sistema


electoral adquirió un papel central. Las reformas electorales y
constitucionales fueron consideradas como las vías principales para
introducir modificaciones en el sistema político y en torno a ellas se
realizaron los pactos políticos entre los diferentes sectores. El análisis de
las reformas electorales señala que de las dieciséis propuestas de reforma
constitucional que se presentaron entre 1917 y 1971, siete fueron
aprobadas como producto de pactos entre sectores políticos colorados y
blancos. Esto quiere decir que el conflicto político puesto en evidencia en
cada instancia electoral y también en cada reforma constitucional
propuesta renovó las identidades partidarias y reafirmó los mecanismos de
legitimación y consenso, resolviendo de este modo el problema de la
participación.

Los partidos tuvieron, además, la capacidad de politizar e incorporar a


todos los ciudadanos, incluso a los extranjeros —lo que significa que la
mayoría de los ciudadanos se identificó con uno u otro partido—, sin que
ninguna fuerza política o social compitiera seriamente con ellos. 15 Es decir,
que los partidos “tradicionales” tuvieron la capacidad de constituirse en
mecanismos de expresión y representación social, pero fueron también
capaces de ofrecer un gobierno eficaz. Ambos aspectos —representación
democrática y función gubernamental— se encontrarían en crisis en los
sistemas de partidos actuales.

Ahora bien, estas dos funciones básicas, cumplidas eficazmente por los
partidos políticos uruguayos, se dieron conjuntamente con un Estado de
Bienestar. En el caso uruguayo se configuró una versión —si bien
modesta y limitada— de lo que podríamos denominar “la fórmula de Claus
14
Pizzorno, 1966, página 28.
15
Es importante aclarar que existieron diversos grupos socialistas y anarquistas que
aunque no tuvieron un peso electoral destacable, ejercieron una importante influencia en
el plano cultural, social y político.

8
Offe”: una expansión del Estado de Bienestar vinculado estrechamente al
triunfo de la democracia representativa. Concretamente, este autor señala
que el Estado de Bienestar “ha servido como principal fórmula pacificadora
de las democracias capitalistas avanzadas para el período subsiguiente a
la Segunda Guerra Mundial. Esta fórmula de paz consiste básicamente
[....] en la obligación explícita que asume del aparato estatal al suministrar
asistencia y apoyo (en dinero o en especie) a los ciudadanos que sufren
necesidades y riesgos específicos característicos de la sociedad mercantil;
dicha asistencia se suministra en virtud de pretensiones legales otorgadas
a los ciudadanos”.16 Por otro lado, el Estado de Bienestar supone la
competencia entre los partidos y el pluralismo de los grupos de interés,
aunque en el marco de un limitado y mitigado conflicto de clases que de
este modo ayuda a superar la situación de luchas paralizantes y las
contradicciones que constituían el rasgo más ostensible del capitalismo
liberal, previo a este tipo de Estado; y un sindicalismo autónomo que
presiona especialmente sobre los partidos y poderes públicos para obtener
beneficios. Estos aspectos confluyeron en la construcción de un Estado de
Bienestar.17

Al hablar de racionalidad política, Offe señala que hasta los años sesenta
prevaleció una racionalidad de tipo liberal-pluralista, en la cual los
partidos políticos eran capaces de cumplir una función de reconciliación,
de tender puentes sobre los conflictos de intereses. Este tipo de
racionalidad se caracterizó por un intervencionismo político activo
destinado a dar satisfacción a los intereses manifiestos (así como de
anticipar algunas demandas). Uruguay es, en parte, asimilable a la
caracterización que hace Offe de los países europeos, cuando señala que el
énfasis estaba en la satisfacción de demandas (y no en la configuración y
canalización de demandas) y en la aplicación de una política de corte
coyuntural y no estructural.18 Es particularmente clara esta lógica en el
proyecto batllista original que procuró neutralizar y amortiguar las
demandas inhibiendo, fragmentando y subordinando políticamente desde
el Estado a los intereses corporativos. Para ello politizó la sociedad a
través del Estado, los partidos y el gobierno. Los problemas que provocó
esta racionalidad política surgieron de un modo democrático de
representación sobrecargado y sobrepolitizado, con consecuencias
negativas sobre la eficiencia y eficacia política, aunque con consecuencias
positivas sobre la distribución del ingreso y la ampliación de las políticas
sociales. Por cierto, Uruguay no escapó al fuerte clientelismo de los
partidos políticos; por el contrario constituyó un eje central de la acción
política.

16
Offe, 1990 página 136.
17
Una buena síntesis de las características del Estado de Bienestar y su crisis puede
leerse en Fernando Filgueira (1994).
18
Offe, 1988.

9
En definitiva, en el Uruguay se configuró, al igual que la mayoría de los
países latinoamericanos (y en particular Argentina, Brasil, Chile y México)
una “matriz estado-céntrica”.19 La metáfora de la matriz hace alusión a un
orden en el cual el Estado ocupó un lugar protagónico y se convirtió en el
eje de todo tipo de relaciones, subordinando al régimen político y al
mercado. La idea de matriz nos remite a un conjunto de relaciones
políticas y económicas, en la cual ninguna de ellas determina a la otra (es
decir, no se enfatiza la economía por sobre la política, ni viceversa),
aunque ambas giran en torno de la acción estatal. La nota diferente del
caso uruguayo —que creemos constituye una de las claves para entender
la centralidad que tiene aún la política en el este país— es que dicha
configuración no se dio a costa de los partidos políticos (como en
Argentina, Brasil o México), sino que por el contrario fueron ellos sus
artífices; tampoco se produjo por la vía de sacrificar un sindicalismo
autónomo.

Más allá de la centralidad de los partidos y la estabilidad política, en


Uruguay también se dieron quiebras institucionales, aunque los regímenes
autoritarios que se instauraron buscaron inmediatamente el respaldo
popular y hubo un relativo respeto a los derechos humanos. El presidente
colorado elegido en 1930, Gabriel Terra, 20 invocando la “soberanía
popular” (en contra de la soberanía nacional) y luego de dar un golpe de
Estado en 1933 convocó a un plebiscito mediante el cual se aprobó la
nueva Constitución de 1934. El régimen autoritario terrista sufrió una
rápida erosión y aunque los grupos opositores no encontraron una fórmula
eficaz para combatirla (su conducta varió entre la abstención electoral y el
intento de derrocamiento armado), la propia coalición oficialista se
desgastó y los sectores políticos que se habían mantenido en la abstención
volvieron a actuar en política. En 1942 hubo otro golpe de Estado, pero
esta vez de corte restauracionista. Se le llamó el “golpe bueno” porque
desarmó lo hecho por los “terristas” entre 1931 y 1934 (y porque no hubo
ni censuras, ni detenciones ni persecución política). Al igual que el golpe
anterior, se propuso otra reforma constitucional para deslegitimar las
introducidas por los golpistas anteriores y excluir a ciertos grupos políticos
(especialmente a la fracción herrerista del Partido Nacional).

II) Crisis de los partidos, golpe de Estado y búsqueda de legitimidad


militar (1950-1982)

19
Cavarozzi, 1997.
20
Gabriel Terra era un batllista heterodoxo, adscripto al ala derecha del reformismo y con
vinculaciones importantes con los grupos empresariales y los inversionistas extranjeros.
(Caetano y Rilla, 1996:149).

10
A partir de la década de 1970, América Latina comenzó a vivir una
profunda crisis sociopolítica y económica. México y Brasil la enmascararon
con una "fuga hacia adelante", pero todos los países ya sufrían los efectos
de la crisis fiscal —latente o manifiesta— y las crecientes presiones
inflacionarias. En particular, las dictaduras del Cono Sur pueden ser
leídas como un resultado de la desorganización sociopolítica que la crisis
de la “matriz estado-céntrica” estaba generando.

En lo que respecta al Uruguay, desde la década del cincuenta comenzó a


acentuarse una recesión económica que rápidamente se transformó en
una crisis profunda. De hecho, las propuestas de reforma constitucional
que se presentaron a partir de 1958 para modificar la ecuación política
predominante, en favor de un Poder Ejecutivo uninominal, y de una
concentración del poder en desmedro del Legislativo, se explican por los
problemas de gobernabilidad que se presentaron como consecuencia del
agotamiento de la matriz “estado- céntrica”. La crisis económica y el
agotamiento del modelo batllista estimularon los virajes ideológicos de los
partidos políticos hacia modelos de corte más neoliberal, menos estatistas
y más autoritarios.21

La búsqueda de soluciones por la vía constitucional llegó a su punto


máximo en diciembre de 1966 cuando se plebiscitaron cuatro proyectos de
reforma. La izquierda también presentó su propuesta denominada
“Reforma Popular” (por el mecanismo de “iniciativa popular”) apoyada por
algunos sindicatos y respaldada por el grupo FIDEL. A partir de 1966 los
partidos de izquierda irían aumentando su participación en el Parlamento:
en 1966 el grupo FIDEL (coalición de diversos partidos de izquierda)
obtuvo cinco bancas en la Cámara de Representantes y una en la Cámara
de Senadores; en 1971, bajo una coalición más amplia denominada Frente
Amplio, obtuvo 18 representantes y 5 senadores. Frente a la imposibilidad
de que algunos de los proyectos lograran los votos necesarios para su
aprobación se realizó un acuerdo interpartidario blanco-colorado del cual
surgió la llamada “reforma naranja” (la Constitución de 1967).

En el marco de la crisis económica, los partidos políticos no tuvieron la


capacidad de satisfacer las crecientes demandas de los diversos sectores
sociales, las que entraron cada vez más en conflicto con los requerimientos
21
La aprobación de un gobierno “colegiado” en 1952 como producto de un pacto de los
dos partidos tradicionales, esta vez, de los batllistas con el Partido Nacional puede
interpretarse como un primer indicio de la pérdida relativa de apoyo a los partidos
tradicionales. Aunque en ese momento no había una amenaza de parte de sectores de
izquierda, la incipiente crisis del Partido Nacional y el Partido Colorado, fue considerada
por algunos de sus proponentes como “el abrazo de tradiciones blanca y colorada para
atemperar, mediante acuerdos entre los partidos mayoritarios, las amenazas del conflicto
ideológico planetario de la Guerra Fría” (Lissidini, 1998).

11
sistémicos. Un indicador de la crisis de los partidos políticos fue la
decadencia de los clubes de los partidos y sectores políticos. Como
señalara Germán Rama, el club político consistía en un grupo social del
que, con diferentes grados de sociabilidad, formaban parte individuos
vinculados por su trabajo o por su residencia en una determinada área
urbana o rural. La función declarada era la adhesión a un determinado
partido y sector político, pero la función real era asegurar a sus
integrantes algún tipo de beneficio de los que otorgaba el poder estatal a
cambio de entregar el voto y de participar en las actividades del sector
partidario al que estaba vinculado el club.22

Las restricciones económicas afectaron sensiblemente la facultad de


respuesta de los partidos políticos, que dada la estrecha vinculación con el
Estado habían adoptado una relación clientelística con los ciudadanos y
una racionalidad fuertemente politizada (y escasamente técnica) respecto
a las decisiones de política. Un ejemplo notable de la sobredeterminación
política fue el sistema de seguridad social: las jubilaciones y pensiones se
transformaron en mecanismos clientelares por parte de los partidos,
profundizando la crisis del sistema de prestaciones sociales a los
jubilados.23

La deslegitimación creciente de los partidos tradicionales contribuyó al


surgimiento de nuevos actores políticos y a la aparición de discursos
contrarios a los partidos políticos, tanto desde la derecha como desde la
izquierda. Los gobiernos elegidos en 1966 (cuyo presidente fue desde 1967
Jorge Pacheco) y especialmente en 1971 (cuyo presidente fue Juan María
Bordaberry), fomentaron la intervención de las Fuerzas Armadas y la
deslegitimación del Poder Legislativo.

A partir de la década de 1960 se presentaron discursos y prácticas


rupturistas que cuestionaron la legitimidad y la representatividad de los
partidos políticos “tradicionales” y especialmente la capacidad de dar
respuestas a las demandas crecientes. Al entrar el imaginario social en
crisis, se intensificó la producción de imaginarios sociales competidores
que fueron presentados por nuevos actores sociales y políticos tanto de
izquierda —el Frente Amplio, la guerrilla, el sindicalismo y el movimiento
estudiantil— como de derecha (entre ellos el “ruralismo”). 24 En ambos
22
Rama, 1971.
23
Como señala Jorge Papadópulos, la búsqueda de maximizar los retornos políticos de los
recursos económicos escasos se procuró universalizando la legislación revaluatoria, para
lo cual el parlamento dictó dos leyes de revaluación automática, para mantener el valor
real de las pasividades (ambas en contexto preelectoral: una en 1961 y la otra en 1965)
(Papadópulos, 1992).
24
El ruralismo fue un movimiento de derecha que contribuyó al extremismo ideológico
creciente. Liderado por Benito Nardone, quien a partir de 1945 a través de la radio
predicó los problemas rurales de peones, jornaleros y propietarios rurales. A partir de
mediados del cincuenta convocó a sus adeptos con un discurso independiente de los

12
casos estuvo además presente la retórica intransigente y sus tesis
reaccionarias25 que alimentaron la crisis que hizo eclosión con el golpe de
Estado.

La presencia política y electoral del Frente Amplio fue un síntoma de la


creciente deslegitimación de los partidos Colorado y Nacional. En 1971
surgió la coalición frenteamplista26 con una propuesta de izquierda que
pretendió canalizar la insatisfacción ciudadana. Se conformó por grupos
escindidos de los partidos “tradicionales”, sectores marxistas,
democristianos y de izquierda, cuyo principal objetivo fue “la acción
política permanente y no la contienda electoral”. Este grupo político, se
presentó en las elecciones de noviembre de 1971 bajo la candidatura única
del Gral. Líber Seregni y obtuvo el 18.3% de los votos en todo el país y 30%
en Montevideo. La fundación de la coalición frenteamplista y presencia
electoral y política fue el principio del fin del bipartidismo en el Uruguay.

Respecto del movimiento guerrillero, éste surgió en 1965 inspirado en la


Revolución Cubana y en los movimientos guerrilleros de América Latina.
Convencidos de que la lucha armada era la única vía, 27 iniciaron primero
una etapa, entre 1968 y 1969, en el cual predominó el “bandolerismo
justiciero” 28 y posteriormente adoptaron las actitudes guerrilleras clásicas
inspiradas en el “foquismo”. El movimiento guerrillero tupamaro logró el
apoyo y la simpatía de muchos jóvenes y de algunos sectores de izquierda
al denunciar la corrupción y la incapacidad de los partidos para dar
respuestas a la crisis. Sin embargo, su forma de lucha fue rechazada por
la mayoría de la población 29 y en 1972 la organización fue desmantelada y

partidos políticos y de corte populista. En 1958, determinó el triunfo electoral del Partido
Nacional al aceptar formar parte de la fórmula presidencial con Herrera (como resultado,
tres herreristas y tres nardonistas ingresaron al Consejo de Gobierno). De las filas del
ruralismo surgiría el presidente colorado electo en 1971, Juan María Bordaberry. Sobre
Benito Nardone ver Raúl Jacob (1981)
25
Albert Hirschman (1995) en su libro Retóricas de la intransigencia identifica tres tesis
reactivo-reaccionarias: tesis de la perversidad, la tesis de la futilidad y la tesis del riesgo.
26
Originalmente estuvo integrado por: Movimiento por el Gobierno del Pueblo, lista 99;
Partido Demócrata Cristiano; Movimiento Blanco Popular y Progresista; Frente Izquierda
de Liberación; Partido Comunista; Partido Socialista; Movimiento Socialista; Movimiento
Herrerista, lista 58; Grupos de Acción Unificadora; Partido Obrero Revolucionario
(Trotskista); Movimiento Revolucionario Oriental (Declaración Constitutiva, 5 de febrero de
1971).
27
Y al decir de Carlos Real de Azúa: “convicción de la no-factibilidad de la revolución
formal y la esterilidad de la acción política convencional en lo que parece un juego de
cartas marcadas donde la banca siempre gana, de la percepción de la opacidad y
esterilidad de la actividad gremial tal como ésa se presentaba hacia fines de 1965 a los
elementos más inquietos, del impulso a ´hacer algo´ por la promoción de una nueva
imagen del país.” (Real de Azúa, 1988, página 94).
28
Del estilo tan brillantemente analizado por Eric Hobsbawm en sus Rebeldes Primitivos.
29
El MLN dio su “apoyo crítico” al Frente Amplio en 1971 pero era claro que su estrategia
no sólo no coincidía con la de la coalición sino que era opuesta. Como diría uno de los

13
sus dirigentes muertos o encarcelados. El discurso y las acciones de este
grupo político contribuyeron decididamente a alimentar el clima de
intransigencia y de violencia.

El movimiento sindical se consolidó entre 1955 y 1964, adquiriendo un


fuerte protagonismo en la sociedad, y con una clara hegemonía de los
sectores de izquierda (en particular del Partido Comunista pero también de
anarquistas). En los años sesenta y setenta, las reivindicaciones y
confrontaciones de los trabajadores organizados con los gobiernos
respectivos se agudizaron. Los paros, las huelgas y las manifestaciones se
hicieron constantes,30 al tiempo que aumentaba la represión y persecución
de sus dirigentes. La politización del movimiento obrero fue creciendo
frente a la incapacidad de respuesta de parte de los partidos políticos.
Enrique Rodríguez, importante dirigente sindical y miembro del Partido
Comunista desde 1931 y senador hasta 1973, evaluó ese momento con
estas palabras:

Para el obrero antes aislado y expectante, pasar a ser protagonista en


luchas de grandes magnitudes, ver que ante la fuerza unida puede hacerse
retroceder al gobierno y al capitalista a quienes había creído intocables e
invencibles, es un revulsivo que le hace cobrar estatura. Cuando, a la
inversa, ese enemigo golpea ferozmente, muestra su odio de clase, el obrero
comprende nítidamente la mentira propagada de generación en generación
sobre ese Estado protector o sobre el patrón benefactor. Todo eso, y el
interés del obrero adquiere -entonces con vibración de clase- por los
problemas internacionales, por la lucha de los obreros de otros países y
continentes, va sedimentando una auténtica conciencia de clase que es
más simple que una simple “politización”: es presencia y atributo de
dirigente (subrayado nuestro). 31

fundadores del Frente Amplio, Oscar Bruschera, “no hubo apoyo crítico sino
hostigamiento dentro del propio Frente, con lo que doblemente lo perjudicó, porque —y en
esto la dirigencia del Frente también estuvo omisa— dañó su imagen popular,
trasvasando falsamente las características de un movimiento a otro, y paralizándolo en
polémicas internas que se desarrollaron ante el estupor, la indiferencia o el rechazo de
multitud de sus posibles adherentes” (Bruschera, 1986, página 46). La misma
discrepancia se dio al interior de la CNT: “por ejemplo, la CNT alertaba contra las trampas
provocativas del gobierno, reclamando de las masas disciplinadas, cabeza clara, unidad
de acción y no dispersión de esfuerzos. El MLN comúnmente, cuando se enfrentaba a ese
mismo hecho social lo enjuiciaba al revés y con la consigna “golpe a golpe” realizaba
acciones directas que llevaban a una confrontación violenta y a la radicalización forzada
de movimientos. [...]. En algunos casos, como en abril de 1972, fueron retrocesos
notorios en la correlación de fuerzas y factor de alejamiento de grandes masas” (Dirigente
sindical Enrique Rodríguez, 1980, página 127).
30
Mientras que en el período 1959-1962 el número de huelgas fue de 642, entre 1967 y
1970 ascendió a 1.062 (Graceras, 1977).
31
Rodríguez, 1980, página 94.

14
Durante el gobierno de Pacheco Areco la escalada de represión contra las
organizaciones sociales y políticas identificadas con la izquierda fue en
aumento. En 1969 decretó las "medidas prontas de seguridad" 32 y la
suspensión de las garantías individuales. Durante esos años —
especialmente a partir de 1968— se vivieron una violencia y una agitación
no conocidas en el país. Se abandonó la búsqueda de consenso y apareció
la idea de una sociedad en guerra.

A partir de 1971, con el gobierno de Juan María Bordaberry, la presencia


de las Fuerzas Armadas se hizo más visible en la lucha contra la guerrilla
y la represión de las movilizaciones populares. En 1972, el Parlamento
aprobó la Ley de Seguridad del Estado y Orden Público, aceptando de
hecho la jurisdicción militar para combatir los supuestos subversivos.

Los aspectos dominantes de la situación política, que a partir de 1968


significaron una amenaza cierta a la democracia fueron sintéticamente: el
extremismo ideológico (tanto de izquierda como de derecha); la
inestabilidad económica; los conflictos laborales; la violencia en ascenso y
la expansión de la función militar. 33 La profunda crisis económica redujo
la capacidad de maniobra de los partidos políticos tradicionales y éstos
fueron incapaces de generar alternativas viables. Por el contrario, se
sumieron en conflictos internos que aumentaron el descreimiento y la
desconfianza por parte de los ciudadanos, en un contexto de constantes
denuncias de corrupción.

A grupos y movimientos que proponían una salida violenta se sumó una


escalada autoritaria que desde el Poder Ejecutivo convocó a las Fuerzas
Armadas. La respuesta de los militares y su politización fue consecuencia
de la debilidad de las organizaciones políticas tradicionales, del accionar
de los nuevos actores políticos y sociales y de las nuevas tareas que les
fueron encomendada a los militares. La polarización ideológica y la
violencia política fueron los efectos más notables de la crítica relación
entre partidos, Estado y sociedad, todo lo cual contribuyó primero a la
erosión del régimen y luego a la crisis del sistema político. Dicho de otra
manera: el agonismo (conflicto entre adversarios) se transformó en
antagonismo (lucha entre enemigos), poniendo en riesgo la democracia. En
este contexto, los partidos políticos no asumieron una postura mayoritaria
de rechazo al golpe de estado. Por el contrario, varios líderes políticos
tuvieron una posición dubitativa, rayana con la complicidad (en particular
dentro del Partido Colorado, aunque no exclusivamente). Asimismo,
organizaciones sociales opositoras (como la Central Nacional de
Trabajadores) apoyaron, aunque “críticamente”, los comunicados 4 y 7 de
32
Medidas prontas de seguridad: previsión constitucional que permite el arresto
administrativo o la expatriación voluntaria en casos de "conmoción interna". Versión
atenuada del estado de sitio.
33
Gillespie, 1995.

15
las Fuerzas Armadas (en los cuales los militares proponían la
nacionalización de la banca, la redistribución de la tierra y el combate a la
corrupción).

En definitiva, al igual que en el resto de los países del Cono Sur, en


Uruguay se acentuaron los peligros de la decadencia de los partidos que
favorecerían la participación política de las Fuerzas Armadas según
Huntington: la declinación del vigor partidista, la fragmentación de los
liderazgos, la pérdida de apoyo popular, el descaecimiento de la estructura
organizativa, el aumento del personalismo, el desplazamiento de los
dirigentes políticos hacia la burocracia.34

Al mismo tiempo, Uruguay arrastraba algunos conflictos —similares a los


de Chile— que contribuyeron a la crisis. Manuel Antonio Garretón señala
que en el caso chileno, el sistema político partidario absorbía al conjunto
de la sociedad civil, es decir, era una sociedad con un fuerte sistema
político pero con una sociedad civil débil. Esto quiere decir que los
conflictos políticos se trasladaban rápidamente al conjunto de la sociedad.
Al mismo tiempo, los actores principales eran los partidos políticos, lo que
hizo que el sistema de representación se convirtiera en un mundo cultural
cerrado.35

En el caso uruguayo, la crisis política y económica estalló, al igual que en


Chile, en el marco de una fuerte “partidización” de los ciudadanos, puesto
que fueron los partidos los que definieron las principales áreas del
conflicto político. El Frente Amplio, aunque no tuvo una base obrera
extendida, asumió como propia la defensa de los trabajadores. Por eso
adoptó un discurso de clase y su accionar político estuvo estrechamente
vinculado a las principales organizaciones de trabajadores y de
estudiantes, en muchos casos devaluando a la democracia “formal”. A su
vez, sectores importantes de los partidos tradicionales patrocinaron un
discurso reaccionario, que en coincidencia con el discurso más radical,
despreció las reglas de juego. En definitiva, es en los actores políticos y sus
respectivas acciones, discursos y gestos políticos donde debemos buscar
las causas profundas de la crisis final del sistema político. 36 Esto no debe
hacernos ignorar la influencia que tuvo sobre la Fuerzas Armadas la
34
1991
35
Garretón, 1995.
36
En este punto el comentario de Hirschman a propósito de la retórica intransigente
parece muy apropiado para el caso uruguayo: “De las exageraciones e ilusiones comunes
a la retórica reaccionaria y a la progresista es posible deducir, en contraste con ambas,
dos ingredientes de lo que puede llamarse una posición “madura”: i) hay peligros y riesgos
tanto en la acción como en la inacción [...]; y ii) las consecuencias benéficas tanto de la
acción como de la inacción no pueden conocerse nunca con la certidumbre que afectan
los dos tipos de alarma de Casandra a que estamos acostumbrados. Cuando se trata de
prevenir desgracias o desastres inminentes, vale la pena recordar el refrán Le pire n´est
toujours sûr (lo peor no siempre es seguro)” (Hirschman, 1995, página 171).

16
ideología de la seguridad nacional propia de la guerra fría, así como el
papel que jugó Estados Unidos en la promoción de los golpes militares en
América Latina.

La supervivencia partidaria y la ansiada legitimidad militar

Juan María Bordaberry, quien permaneció como presidente hasta 1976,


propuso la abolición permanente de todos los partidos y su sustitución por
un régimen dictatorial institucionalizado, pero los militares se opusieron.
Las Fuerzas Armadas explícitamente denigraron la propuesta de
Bordaberry de eliminar a los partidos tradicionales y aceptaron el
memorándum del entonces ministro de economía Vegh Villegas. Vegh
Villegas, una de las personalidades civiles más influyentes del régimen,
estuvo de acuerdo con el presidente en mantener a las Fuerzas Armadas
en la conducción de los asuntos públicos, prorrogar el mandato
presidencial y las elecciones, pero discrepó con respecto a la propuesta de
Bordaberry, pues según el ministro había que mantener a los partidos
políticos.

Asimismo, mantuvieron a civiles en el gobierno, tanto en la presidencia


como en los ministerios y las decisiones fueron tomadas en “cónclaves
cívico-militares”. El objetivo militar era reformar y controlar a los partidos
políticos tradicionales y modificar algunos elementos del sistema de
partidos (como el doble voto simultáneo y la ley de lemas, que por cierto
eran resistidos, en particular por la izquierda) y aquellos aspectos que
habrían motivado (según su percepción) el caos y la anarquía que se
vivieron en el Uruguay desde fines de la década del sesenta.

La centralidad de los partidos políticos tradicionales fue reconocida por los


actores políticos y militares e incluso se los consideró claves para derrotar
las opciones políticas “marxistas”. En tanto, las Fuerzas Armadas ya
habían vencido a la guerrilla (de hecho, los tupamaros fueron derrotados
en 1972), la lucha adquirió un carácter ideológico y en ella apelaron a las
tradiciones “blanca” y “colorada” y a la “orientalidad” para intentar seducir
a la ciudadanía.

En momentos en que el Uruguay obtenía el triste récord de mayor


cantidad de presos políticos per capita en América Latina (1 en 600), los
militares intentaban —como en el resto de las dictaduras latinoamericanas
— justificar la represión. Además, formalizaron su intervención mediante
Actos Institucionales, que constituyeron la expresión jurídica de las
intenciones militares y el cronograma fijado por las Fuerzas Armadas. 37
37
Sobre el discurso militar, el trabajo de Carina Perelli (CLADE- Ediciones Banda
Oriental. Montevideo, 1987) Someter o convencer. El discurso militar es de lectura
ineludible.

17
Aunque existieron diferencias ente los militares sobre el futuro de los
partidos tradicionales, la mayoría apoyaba una reforma constitucional que
permitiera la reincorporación de los partidos Colorado y Nacional bajo un
esquema de control por parte de las Fuerzas Armadas. Los militares
habían anunciado —más allá de las discrepancias internas— la intención
de un retorno a la democracia y sabían que la misma era imposible sin la
participación de, al menos, algunos sectores políticos tradicionales.

Hacia el plebiscito autoritario

De acuerdo con el Plan Político Básico elaborado por los militares en el


cónclave de Santa Teresa en agosto de 1977, se proponían iniciar una
apertura que incluía la aprobación de una reforma constitucional cuyas
bases eran los Actos Institucionales del proceso. Las Fuerzas Armadas se
disponían, en definitiva, a abrir una nueva etapa que institucionalizara un
gobierno autoritario con rostro democrático.

La propuesta institucionalizaba la asunción por parte de las Fuerzas


Armadas de todas las competencias referidas a la seguridad nacional y
reforzaba el Poder Ejecutivo en perjuicio del Legislativo. Respecto de los
partidos políticos, limitaba su funcionamiento y formación, disponía la
eliminación del doble voto simultáneo y establecía la candidatura única
por partido. Además, eliminaba jurídicamente la prohibición de
allanamientos nocturnos, otorgaba al Poder Ejecutivo la reglamentación
del derecho de huelga y se mantenía la vigilancia sobre la ciudadanía y la
persecución de los grupos políticos de izquierda.

Sin embargo, lo medular del plebiscito propuesto era la búsqueda de


legitimación del rol que los militares habían asumido de hecho y el voto
afirmativo significaba su institucionalización y aceptación. Al igual que en
otros gobiernos autoritarios (en Uruguay, Terra en 1933 y Baldomir en
1942, o en Francia con el degaullismo entre 1958 y 1962), o claramente
dictatoriales (como Hitler en 1933, 1934 y 1938), el plebiscito fue utilizado
como un mecanismo de legitimación popular.

Esta convocatoria se originó en una confianza desmesurada en el poder del


convencimiento y en la apelación al miedo. La coyuntura económica
favorable y la caída de la desocupación —producto básicamente de la
emigración a la Argentina— contribuyó a generar seguridad en las cúpulas
militares en la conquista de la ciudadanía. A ello se sumó la necesidad de
contrarrestar el progresivo deterioro de la imagen del Uruguay en el
exterior (que se reflejó en las manifestaciones de desacuerdo de la
administración Carter con el gobierno militar por la violación sistemática
de los derechos humanos).

18
A diferencia de otras dictaduras latinoamericanas, los militares uruguayos
no lograron un respaldo ciudadano mayoritario. Aunque varios líderes
tuvieron una actitud cómplice respecto al golpe de estado (y muchos
uruguayos apoyaron la ruptura institucional), posteriormente sólo el
sector del ex Presidente Jorge Pacheco Areco y algunos grupos
minoritarios del Partido Nacional se integraron activamente al proceso. Por
el contrario, sectores políticos y económicos en Chile —y en menor medida
en Argentina— participaron activamente en el intento refundacional del
régimen militar, con un cierto apoyo popular. Además, en Chile hubo una
consolidación del modelo económico privatista (aunque no exento de crisis
económica) que logró un alto crecimiento del producto bruto interno y el
control de la inflación, junto con la constitución de un empresariado
relativamente dinámico y modernizador. En Uruguay, más allá del cierto
auge coyuntural, no hubo un crecimiento del producto bruto ni una
disminución de la inflación; no existió un proceso de privatización de las
empresas estatales, ni la generación de un nuevo tipo de empresario
productivo. Augusto Pinochet, el dictador chileno, se consolidó como un
líder dentro de las Fuerzas Armadas y su poder se mantuvo después de la
democratización. En Uruguay, por el contrario, se produjo una alternancia
regulada y casi escalafonaria de la cúspide de gobierno y de las distintas
fuerzas o armas y, de hecho, hubo un gobierno “colegiado” de los oficiales
generales.

La convocatoria fue realizada en un contexto de rigurosa exclusión de los


opositores al régimen. La propaganda a favor de la reforma se hizo en
todos los medios, en escaso tiempo, pero intensivamente. La oposición no
tuvo posibilidades de argumentar en contra de la reforma, aunque se
abrieron algunos espacios o rendijas donde pudo filtrarse el rechazo a la
reforma constitucional.38

Los pronunciamientos partidarios en contra del proyecto jugaron un papel


importante, a pesar de las fuertes restricciones a la libertad de prensa y
los líderes proscritos, presos o exiliados. A partir de 1976 (año en que
debían realizarse las elecciones nacionales), los partidos políticos tuvieron
un cambio posicional. Frente a los propósitos militares de control y
38
No hubo una campaña política en contra del plebiscito aunque existieron expresiones
de rechazo a través de volantes y pegatinas. La campaña de oposición se hizo
especialmente desde el semanario Opinar, algunos editoriales con firma en el diario El
Día, los comentarios de Germán Araújo en CX 30 La Radio y unos pocos actos, en locales
cerrados, varios de los cuales terminaron con oradores y/o organizadores presos o
proscritos. El momento más recordado de rechazo fue el debate televisivo entre Néstor
Bolentini y Enrique Viana Reyes (ambos a favor de la reforma) y Enrique Tarigo y Eduardo
Pons Echeverry (por el NO). En ella los opositores al régimen militar derrotaron
verbalmente a sus antagonistas. El momento más recordado por la opinión pública fue
cuando Pons Echverry comparó a los civiles que apoyaban al gobierno militar con los
“rinocerontes”, en alusión a la obra de Ionesco en la cual asimila la nazificación con la
transformación de los humanos en rinocerontes.

19
restricción del margen de maniobra de los partidos tradicionales, diversos
sectores y líderes políticos comenzaron a proclamar su oposición. Estas
manifestaciones surgieron de aquellos grupos políticos tolerados por los
militares, que a partir de ese momento retomaron su lugar en la escena
política. Todos los sectores partidarios apoyaron el NO con la excepción del
grupo de Jorge Pacheco del Partido Colorado y de algunos herreristas y
sectores orientados por Alberto Gallinal del Partido Nacional. 39

Sin embargo, dado el contexto de fuerte censura, el factor decisivo en la


respuesta ciudadana puede encontrarse en la presencia de una cultura
política basada en la negociación y convivencia pacífica. Los uruguayos
votaron contra la represión y la persecución, contra un estilo de
imposición ajeno a las tradiciones, y a favor de la redemocratización. Como
afirma Luis Eduardo González:: “el resultado del plebiscito de 1980 no fue
decidido ni por la lealtad a los partidos políticos ni por la distribución del
electorado a lo largo del continuo derecha-izquierda [...]. La división entre
el sí y el no cruzó a través de todos los grandes grupos políticos excepto la
izquierda. La mayoría que rechazó el autoritarismo militar fue heterogénea
pese al denominador común —a favor de instituciones políticas más
liberales que las ofrecidas por el gobierno—, porque incluía electores
tradicionalistas y conservadores”.

Las consecuencias más inmediatas fueron la deslegitimación de los


militares y la conformación de un frente común opositor al régimen. El
resultado del plebiscito —los partidarios de la reforma lograron un 42% de
los votos frente a una negativa del 57,9%— provocó la crisis del régimen
militar y abrió el camino a una transición hacia la democratización. Este
proceso llevaría cuatro largos años, porque a pesar de la derrota en las
urnas, los militares continuaron teniendo el poder. El objetivo militar
seguía siendo reformar a los partidos tradicionales y oponerse al
resurgimiento de los grupos de izquierda. Para ello convocaron a
elecciones internas de los partidos tradicionales, en un nuevo gesto
autoritario.

En 1982 comenzaron las discusiones sobre el estatuto de los partidos


entre la COMASPO (Comisión de Asuntos Políticos de las Fuerzas
Armadas), el Partido Colorado y sectores del Partido Nacional. El acuerdo
entre las partes incluyó la convocatoria a elecciones internas el 28 de
noviembre de 1982 de los partidos Colorado, Nacional y Unión Cívica. 40

39
Respecto a la actividad de los partidos políticos durante la dictadura militar, ver Silvia
Dutrénit (1994 y 1996).
40
La Unión Cívica surgió en 1911 y se presentó con ese nombre hasta las elecciones de
1962. Las divergencias internas entre diferentes sectores llevó al cambio de nombre
(adoptó el de Partido Demócrata Cristiano) y a divisiones internas. Los resultados
electorales de 1966 confirmaron el predominio de los PDC sobre Movimiento Cívico
Cristiano. A las conversaciones con los militares se convocó al sector conservador de la

20
Los propósitos declarados de estas elecciones fueron: designar al
Directorio del Partido, que tendría 15 miembros y cuya presidencia sería
desempeñada por el titular que resultara más votado; establecer el
Programa de Principios del Partido; y designar a los candidatos a la
Presidencia y Vicepresidencia de la República, debiendo contar con el
respaldo del 25% de los convencionales.

Sin embargo, más allá de estos objetivos, es posible interpretar esta


elección popular como un plebiscito convocado por los militares con las
siguientes finalidades:

a. Fortalecer el bipartidismo y perjudicar a la izquierda. Los militares


esperaban que al estar proscrito el Frente Amplio, los ciudadanos
(especialmente aquellos que votaban por primera vez) socializados o
resocializados en el contexto dictatorial, apoyarían a los partidos políticos
tradicionales. Con el voto popular se intentaba deslegitimar las opciones
de izquierda.
b. En cuanto a los partidos políticos tradicionales, se esperaba el triunfo
de los grupos no opositores al régimen militar. Es decir, se apostaba a que
los sectores batllistas del Partido Colorado y los sectores Por la Patria-
Movimiento de Rocha (liderados por el dirigente exiliado Wilson Ferreira)
del Partido Nacional, fueran derrotados en las elecciones internas. Si el
resultado era el anhelado, los sectores autoritarios mantendrían su
influencia en los partidos.
c. Por último, esta apelación ciudadana puede ser interpretada como un
recurso impuesto por los militares a los partidos políticos con la intención
de restarles márgenes de maniobra. Desde el comienzo de la dictadura, los
militares pretendieron modificar a los partidos políticos tradicionales para
hacerlos más “funcionales”, pero fueron rechazados por la ciudadanía en el
plebiscito de 1980 y luego por los políticos en las conversaciones que se
sucedieron a lo largo del “proceso”. Ante los sucesivos fracasos, ensayaron
el último intento: modificar el equilibrio interno de los partidos a través de
una elección interna (con múltiples proscripciones: de partidos y de
líderes). Si el resultado correspondía a las expectativas de las Fuerzas
Armadas, los sectores más “autoritarios” de cada partido tendrían mayor
poder y serían quienes gobernarían a partir de noviembre de 1984.

Frente a las opciones impuestas, la izquierda propuso dos estrategias


posibles a sus militantes. La primera fue votar “en blanco”, como manera
de “marcar los votos” y obligar a que su existencia real fuera reconocida.
Esta posición fue promovida desde la cárcel por el líder histórico del Frente
Amplio, Líber Seregni. La segunda fue la de optar por aquellas
candidaturas que dentro de los partidos tradicionales representaran las

Unión Cívica.

21
posiciones más cercanas a la izquierda (esta postura sintonizaba con la
“tradición” uruguaya que tenía poca inclinación por el voto en blanco). De
esta forma, el voto de los frenteamplistas se transformaba en un voto “útil”
al dar el apoyo a los sectores más opositores. Ésta fue la postura del
Partido Comunista quien decidió sufragar por las listas del Partido
Nacional lideradas por Wilson Ferreira.

Los resultados de las elecciones internas significaron un rechazo mucho


mayor al régimen pues recibieron un mayor caudal de votos las opciones
más desfavorables al régimen (que habrían sumado un 65% frente a un
28% de sectores más favorable y un 7% de votos en blanco y anulados). En
definitiva, las elecciones de 1982 significaron el retorno legal al
bipartidismo y el respaldo ciudadano a los sectores más opositores a la
dictadura militar.41 Respecto al Frente Amplio, sus partidarios prefirieron
mayoritariamente votar por algún candidato opositor a sufragar en blanco.

Aunque continuaron las represiones, proscripciones y censuras, el camino


hacia la redemocratización se había inaugurado como consecuencia de
una cultura política francamente antidictatorial. 42

III) Transición y democratización: la centralidad del Frente Amplio


(1982-2001)

El Frente Amplio y en particular algunos de sus dirigentes, se


constituyeron en actores reconocidos por "los otros", a partir de las
negociaciones entre los militares y los partidos políticos. Después de
intentar destruir la organización partidaria mediante la ilegalización, la
represión y la cárcel, las Fuerzas Armadas, paradójicamente, tuvieron que
reconocerlos como interlocutores legítimos. Al negarse el Partido Nacional
a participar de un acuerdo que incluyera continuar la proscripción de su

41
Un fuerte apoyo recibieron los sectores wilsonistas, partidarios de Wilson Ferreira
Aldunate, quien a pesar de haber sido proscrito por los militares y estar exiliado mantuvo
su liderazgo dentro del Partido Nacional. En particular, la lista “ACF” ganó en todos los
distritos de Montevideo. Las listas blancas wilsonistas expresaron el rechazo más
absoluto al régimen militar y fueron apoyadas por la izquierda.
42
Cronologías de la dictadura y la transición a la democracia pueden leerse en Diego
Achard, La Transición en Uruguay (Instituto Wilson Ferreira Aldunate. Montevideo, 1992)
y en la Gran Enciclopedia del Uruguay-Tomo I (El Observador Económico. Montevideo,
2001).

22
líder político, Wilson Ferreira Aldunate, 43 la presencia del Frente se hizo
imprescindible.
Un conjunto de factores llevó a que el 23 de agosto de 1984 se firmara el
Pacto del Club Naval, entre ellos: la necesidad de la Fuerzas Armadas, del
Partido Colorado y de la Unión Cívica de contar con el apoyo del Frente
Amplio; la moderación del discurso intransigente de un sector importante
de la dirigencia frenteamplista; las movilizaciones sociales contra la
dictadura; el apoyo mayoritario de la ciudadanía a una salida negociada y
pacífica del gobierno dictatorial (dictadura que hasta 1984 continuó
reprimiendo y torturando). El Pacto fue un acuerdo entre partidos (con
excepción del Partido Nacional) y los militares que permitió una salida
“ordenada”.

En definitiva, el Frente Amplio adquirió relevancia política y sobre todo


reconocimiento y legitimación tanto de los partidos tradicionales como de
los militares que debieron recurrir a este grupo político para que se
concretara un acuerdo que habilitara la “salida” de la dictadura. Este
proceso de aceptación fue simultáneo al cambio interno de la coalición de
izquierda: los líderes frenteamplistas, y gran parte de sus militantes,
revalorizaron la democracia como régimen de gobierno y abandonaron
mayoritariamente los comportamientos antisistema. 44 A partir de este
43
Wilson Ferreira Aldunate fue diputado por el nacionalismo independiente entre 1954 y
1955 (al ocupar la banca dejada por Washington Beltrán). Cargo que vuelve a ocupar en
1959 y en 1962 por el sector no herrerista del Partido Nacional (es decir, por la UBD).
Ingresa al senado en 1967 (como suplente de Washington Beltrán), es electo senador en
1966 (por la UBD) y reelecto en 1971 (por el sector de Por la Patria). Entre 1963 y 1967
fue Ministro de Ganadería y Agricultura bajo el gobierno de la Unión Blanca Democrática
y en 1971 fue el candidato presidencial más votado pero por la legislación vigente —ley de
lemas— no accedió a la presidencia (Enciclopedia del Uruguay-Tomo II editado por El
Observador Económico. Montevideo, 2001). Wilson se exilió en Argentina de donde escapó
al intento de secuestro y asesinato por parte de los militares (acción militar que le costó la
vida a los senadores Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruíz) y más tarde en Londres. El
16 de junio de 1984 fue detenido cuando arribó al puerto de Montevideo y no pudo
participar como candidato a la presidencia. Fue liberado cinco días después de las
elecciones nacionales. En el primer gobierno democrático jugó un rol fundamental al
pactar la gobernabilidad con el gobierno de Julio María Sanguinetti. La aprobación de la
“Ley de caducidad de la pretensión punitiva del Estado”, que significó la amnistía a los
militares que habían cometido delitos contra los derechos humanos durante en el período
de la “lucha contra la subversión” y en el gobierno militar, fue el primer producto de
dicho pacto. Murió en marzo de 1988.
44
Sin embargo, la moderación del discurso y la actitud de búsqueda de consensos que
caracterizó a los frenteamplistas en esta etapa, no incluyó a todo los grupos que
integraron el Frente Amplio y ello tuvo sus costos políticos. La renovación fue
progresivamente adoptada los grupos “moderados”: Movimiento Popular Frenteamplista,
Partido por el Gobierno del Pueblo (lista 99), el Partido Comunista, Partido Socialista,
Partido Demócrata Cristiano y Movimiento Socialista. Estos grupos fueron los que
apoyaron el pacto del Club Naval y representaron la enorme mayoría de los votos
frenteamplistas en las elecciones de 1984 (90%). Como veremos, esta tensión fue y es
permanente en la coalición.

23
momento, el Frente Amplio fue adquiriendo las características de un
partido político más en el espectro partidario uruguayo, con capacidad de
generar consensos. El segundo gran paso fue en 1989, cuando Tabaré
Vázquez accede al gobierno de la capital. Esta victoria electoral significó el
reconocimiento del Frente Amplio como un partido de gobierno.

Como el resto de los partidos, el Frente Amplio es policlasista (recoge


adhesiones de todos los sectores sociales) y de la misma manera que el
Partido Colorado construyó su identidad por oposición al Partido Nacional
(y viceversa), el Frente surgió por antítesis a los blancos y colorados.

Junto con la moderación discursiva y la legitimidad otorgada, la


persecución a los militantes y simpatizantes de izquierda durante la
dictadura alimentó la “mística frenteamplista”, es decir, aquellos
componentes “irracionales” que forman parte de la identidad de los
partidos y los mantienen unidos: esas áreas de solidaridad y confianza que
mencionaba Pizzorno. Como ha señalado Líber Seregni, “tenemos nuestro
panteón de muertos y sacrificados, de heroicidades cumplidas, hemos
compartido intensamente triunfos y fracasos, pero sobre todas las cosas,
compartimos el orgullo tremendo de haber superado los intentos de
destrucción de la dictadura que se centró en el Frente Amplio y sus
integrantes”.45 Estos elementos simbólicos se recrean en un discurso de
izquierda moderna, que ha logrado sortear con mucho éxito la “caída del
muro”. Como señaló Tabaré Vázquez, el Frente Amplio es "una fuerza
progresista, pero no es una fuerza socialista ni una fuerza marxista en su
definición ni en su constitución. Si bien hay grupos políticos denominados
socialistas, el programa del Encuentro Progresista es un programa
moderado: no estamos planteando un proceso revolucionario de cambios
drásticos".46 Sin embargo, estos grupos moderados conviven con sectores
de la "vieja izquierda" que llevan en algunas ocasiones a la coalición
frenteamplista a ser “rehén” de las decisiones sindicales, restándole
capacidad de acción política.47 Asimismo, algunos sectores continúa
apostando a un Estado de Bienestar de escasa actualidad. 48
45
Entrevista personal realizada el 7 de noviembre de 1996.
46
Entrevista a Tabaré Vázquez, publicada en Revista Posdata, 13 de diciembre de 1996.
47
El ejemplo más claro fue el de 1989, en el cual las organizaciones de jubilados
impusieron la realización de un plebiscito, conjuntamente con las elecciones nacionales,
que proponía una reforma constitucional. A los sectores de izquierda y también al
sindicalismo les fue difícil negarse a apoyar un reclamo ciudadano que implicaba una
mejoría notoria de un sector rezagado económicamente de la sociedad (aunque la reforma
conllevaba también una mejoría para jubilados que tenían ingresos relativamente altos y
unos costos económicos que debía enfrentar toda la sociedad y asumir el gobierno a
elegirse en 1989). No convalidar el proyecto podía significar la pérdida de votos y además
renunciar a asumir la representatividad de un sector importante y de un tema central
para la sociedad. Por ello decimos que la izquierda (al igual que el resto del sistema de
partidos) no tuvo margen de acción y debió apoyar la reforma (Lissidini, 1998).
48
El Frente Amplio manifestó su oposición a casi todas las privatizaciones que se han
propuesto desde 1989. En muchos casos esto condujo a proponer el ejercicio de la

24
Las discusiones ideológicas, las rupturas (el alejamiento de sectores
políticos moderados como el Partido Demócrata Cristiana y el Partido por
el Gobierno del Pueblo) y las incorporaciones (el más relevante de ellos, el
del MLN- Tupamaros), continuaron dentro de la coalición de izquierda. La
coalición adoptó discursos y posturas en aras de la modernización del
partido, por ejemplo la búsqueda de una “actualización ideológica”. Al
mismo tiempo tuvo posiciones políticas que pueden ser calificadas de
ortodoxas o “antiguas”. 49 Es decir que las tensiones entre renovadores-
moderados y ortodoxos-radicales persistirán. La hegemonía de una u otra
tendencia fue variando, al igual que sus portavoces.

Sin embargo, el nuevo siglo encontró a una izquierda muy diferente a la de


1971:50 un partido de masas que apostó a ser gobierno y a gobernar
democráticamente. La evaluación positiva del gobierno del Frente Amplio
en la capital del país refuerza dicha percepción. Tabaré Vázquez fue el
único Intendente de Montevideo que logró una evaluación claramente
favorable al final de su gestión: un 42% de aceptación, según el Diario El
Observador del 6 de julio de 1994).51 El actual intendente de la capital,
Mariano Arana (EP-FA), recibía —a casi un año de su asunción— el
calificativo de “muy bueno” por parte de los capitalinos 52.

Las contradicciones e inconsistencias ideológicas de algunos de los


discursos y prácticas políticas de este partido, se dan simultáneamente
con tres fenómenos (interrelacionados) que son centrales para entender la
dinámica política uruguaya y los cambios dentro del Frente Amplio: a) el

democracia directa (plebiscito y referéndum), algunos de ellos se pusieron en práctica (al


cumplirse los requisitos exigidos por ley) y en otros no (Lissidini, 2001).
49
Esta expresión fue utilizada por el propio Tabaré Vázquez al afirmar que “el proceso de
actualización ideológica de esa fuerza política no puede detenerse en discusiones
bizantinas sobre enunciados supuestamente más a la derecha o más a la izquierda de un
centro virtual”, en un discurso dirigido implícitamente a los sectores radicales de la
izquierda (Diario El Observador, 17 de septiembre de 2001).
50
Congruente con la “modernización” que propugnaban, las propuestas electorales se
fueron alejando de las de 1971. En aquel momento la coalición propuso: la reforma
agraria; la nacionalización de la banca; la nacionalización de los principales rubros del
comercio exterior; y una enérgica acción industrial del Estado, incluyendo la
nacionalización de la industria frigorífica (30 Primeras Medidas del Gobierno, Frente
Amplio, 25 de agosto de 1971). Estas propuestas fueron removidas en las plataformas
electorales subsiguientes.
51
Vázquez tenía un espectro de aprobación que superaba a los electores de izquierda y
tuvo un saldo neto favorable entre los ciudadanos de centro y los que aún no habían
decidido su voto durante 1994. Asimismo, en ese mismo año dentro del Frente Amplio su
liderazgo era respaldado por 61% de los simpatizantes frenteamplistas (contra un 20% de
Danilo Astori y un 8% al General Líber Seregni). (Diario El Observador, 2 de marzo de
1994).
52
Diario El Observador, 28 de abril de 2002.

25
liderazgo de Tabaré Vázquez; b) la práctica de la democracia directa; y c)
el crecimiento electoral de la coalición.

Tabaré Vázquez,53 electo en 1989 como Intendente de Montevideo, fue


candidato a la presidencia en las elecciones de 1994 54 y de 1998, y es el
actual presidente del Frente Amplio. Este dirigente reforzó el discurso
“movimientista”, convocando desde su cargo de Intendente de Montevideo
a la participación de los vecinos o a la ciudadanía a ejercer la democracia
directa. Mate Amargo del 30 de noviembre de 1989, transcribe sus
palabras: “planteamos la participación popular como el pilar real, como la
herramienta fundamental para los cambios, las asambleas deliberantes, es
decir, los vecinos reunidos por zona en cada barrio, discutirán cuáles son
problemas que más le aquejan y las soluciones que ellos proponen [...] con
poder de controlar que la gestión se cumpla adecuadamente”. 55

Su gestión al frente del gobierno de Montevideo se caracterizó por la


búsqueda de la eficiencia y para ello usufructuó los beneficios que le
otorgaba tener la mayoría en el órgano parlamentario departamental. En
ese sentido, ejerció un gobierno de tipo “presidencial”, ignorando y
oponiéndose muchas veces a las posiciones del sindicato representante de
los trabajadores municipales (ADEOM) y a la opinión discrepante tanto de
los grupos de izquierda radical, así como de los partidos tradicionales. Al
mismo tiempo, apeló a la legitimidad directa de la ciudadanía expresada en
los Centros Comunales Zonales que se crearon durante esta gestión y se
apoyó en las encuestas que le dieron un respaldo total a su gobierno al
frente de la Intendencia Municipal de Montevideo.

53
Tabaré Vázquez “combina en su persona muchos de los deseos de las clases medias y
subalternas que resisten la desaparición del ´viejo Uruguay´. Sus padres pertenecieron a
los sectores populares de bajos ingresos. Él es médico, pero no abandonó su barrio
popular de origen y está profundamente comprometido con él y su gente a través del Club
Progreso, que no sólo compite en fútbol, sino que realiza una importante obra de
asistencia social en el barrio popular La Teja (Rial y Perelli, 1989, página 311).
54
El Frente Amplio se presentó a las elecciones nacionales de noviembre de 1994 bajo la
denominación de Encuentro Progresista, como producto de la alianza con el sector del
líder nacionalista Nin Novoa (escindido del Partido Nacional).
55
El énfasis en la democracia directa tuvo especial relevancia en la campaña presidencial
de 1994, en el marco de las movilizaciones por la puesta de marcha diversos plebiscitos.
Tabaré Vázquez expuso en un acto electoral: “El pueblo tiene que ser un actor
fundamental de un gobierno de fuerzas de izquierda, de fuerzas progresistas”, a través de
la puesta en práctica de la “democracia directa” que suponen los plebiscitos (Diario El
Observador, 7 de noviembre de 1994). Más adelante lo repetiría: "El sistema político y los
gobernantes tienen la responsabilidad que les da el pueblo, pero el pueblo tiene también
la responsabilidad y el derecho de participar de una acción de gobierno" (Semanario
Búsqueda, 18 de abril de 1996). En general apoyaría la puesta en práctica de los
mecanismos de democracia directa. En el 2002 se presentaron firmas para convocar a dos
referendos contra los normas que habilitan privatizaciones en la empresa estatales de
teléfonos (ANTEL) y en la empresa de combustibles (ANCAP)

26
En varias ocasiones discrepó radicalmente con las posturas de otros
líderes de la coalición partidaria, en particular con el líder histórico (y
presidente de la coalición hasta 1996) Líber Seregni, y con el líder
“moderno” de Danilo Astori (senador desde 1990), saliendo siempre
victorioso. Cabe mencionar al menos dos ejemplos “electorales” de la
hegemonía vazquista. Uno de ellos corresponde al año 1996, cuando el
Partido Colorado, el Partido Nacional y el Nuevo Espacio (sector político de
izquierda moderada que se escindió del Frente Amplio) propusieron una
reforma electoral que terminaba con la ley de lemas, obligaba a realizar
elecciones internas de los partidos, separaba las elecciones nacionales de
las elecciones departamentales e incluía el balotaje para la elección del
presidente. En esta circunstancia, Líber Seregni y Danilo Astori apoyaron
la reforma, a pesar de la decisión orgánica del Frente Amplio de oponerse a
la misma, y, aunque finalmente se aprobó la reforma, hubo casi un empate
entre los partidarios y los detractores, dejando en claro el triunfo de
Tabaré tanto dentro como fuera de la coalición.56

El 24 de abril de 1999 el Frente Amplio presentó dos candidatos a las


elecciones, luego de una ardua y profunda discusión interna, motivada en
el hecho de que históricamente la coalición había presentado un solo
candidato. Ellos fueron Danilo Astori y Tabaré Vázquez. El resultado fue
contundente, mientras que el primero obtuvo un apoyo del 17,6%, Vázquez
recibió el espaldarazo del 82,4%. de los frenteamplistas.

En el Cuadro 2 se muestran los resultados electorales entre 1971 y 1999:

56
Un análisis de este plebiscito y sus consecuencias en la interna frenteamplista puede
leerse en Marcelo Pereira: “La era del vazquismo”, Semanario Brecha, 13 de diciembre de
1996.

27
Cuadro 2: Evolución del voto en las elecciones legislativas (en
porcentaje)

45
40
35 P. COLORADO
30
P. NACIONAL
Votos

25
20 F. AMPLIO
15
N. ESPACIO
10
5 OTROS
0
1971 1984 1989 1994 1999
Años

En cuanto al ejercicio de la democracia directa, sus instrumentos —


plebiscito y referéndum— fueron efectivamente puestos en marcha a partir
de 1989 con efectos diversos sobre la coalición frenteamplista misma, las
decisiones de política —y en particular aquellas referidas a la reforma del
Estado— y el juego político-partidario. Según el eje de análisis que se
jerarquice, las consecuencias serán diferentes. Aquí mencionaremos sólo
dos.

Por un lado, movilizó a los ciudadanos alrededor de propuestas de


derogación de artículos que eran cuestionados por un porcentaje
importante de ciudadanos, obligando entonces a los partidos a rediscutir
la legislación aprobada. Los ejemplos más notorios fueron la amnistía a los
militares acusados de violación a los derechos humanos y la legislación
que habilitaba la derogación parcial de la ley que habilitaba la
privatización de las empresas públicas. En el primer caso, la ratificación
de la ley significó “saldar” el tema, al menos en una faceta: la que se refería
a los juicios a los culpables. La marcha atrás respecto de las
privatizaciones fue una decisión mucho más acorde con las opiniones de la
ciudadanía, que la expresada en el parlamento al momento de la
aprobación legislativa.

Por otro lado, el ejercicio de la democracia directa contribuyó —en algunas


instancias— a sumar más tensión entre los sectores políticos que
pretendían renovar el Frente Amplio, apelando al funcionamiento político

28
propio de la democracia representativa, y aquellos que apostaban a una
mayor participación de la ciudadanía, en este caso a través de la
movilización y del ejercicio directo que la Constitución establecía. El Frente
Amplio se enfrentaría, entonces, al riesgo de asumir el papel de
movilizador de demandas corporativas e instrumento de los grupos
sociales y políticos con mayor capacidad de organización y militancia. Los
plebiscitos sobre las jubilaciones (1989 y 1994), el presupuesto mínimo
para la educación (1994) y el presupuesto para el Poder Judicial (1996),
fueron ejemplos de ejercicios “corporativos”. Otras propuestas que no
lograron reunir las voluntades requeridas para transformarse en
referéndum, como los referidos a la promoción de inversiones (1998-1999)
y al marco regulatorio del sector energético (1998), y contra la ley de
urgencia (2000), fueron fracasos que debilitaron al Frente Amplio.

IV) Frente Amplio, política y elecciones57

Pero más allá de éstas y otras observaciones que puedan hacerse sobre el
ejercicio de la democracia directa, entendemos que su práctica o la
amenaza de su utilización tuvieron efectos sobre las decisiones de política
porque frenaron las políticas de privatización del estilo de las que se
llevaron a cabo en la mayoría de los países latinoamericanos en la década
del noventa.

El ejercicio de la democracia directa (o la amenaza de su puesta en


marcha) fueron efectivas por dos razones estrechamente conectadas, que
explican la persistencia de la política. Por un lado, como ya se analizó en el
primer ítem, la constitución política-partidaria del Estado uruguayo ha
sido central. El Estado no solo ocupa un rol protagónico en la economía,
sino también en la cultura política. Es por ello que la mayoría de los
ciudadanos sigue sosteniendo que debe ser el Estado quien suministre la
educación y salud y que resuelva problemas como el desempleo; apuesta a
que continúe siendo dueño de empresas de servicios como telefonía y luz,
y cree, además, que es al Estado a quien le debe caber la responsabilidad
de mitigar las desigualdades y proteger a los “débiles”. 58 Esto quiere decir
que persiste (más allá de los cambios) una cultura “estatalista”. A
diferencia de la mayoría de los países latinoamericanos, y en particular la
Argentina, donde hubo un cierto apoyo a las privatizaciones, en el
Uruguay los discursos más neoliberales han tenido escasa receptividad.

57
Los comentarios vertidos en este punto forman parte de una investigación en curso y
por tanto tienen el carácter de hipótesis de investigación más que de resultados.
58
Cabe aclarar además, que las denuncias de corrupción política en el Uruguay han sido
menores en comparación con países como la Argentina. De acuerdo con el Índice de
Percepción de la Corrupción del año 2001, Uruguay ocupa el lugar 35, con 5.5 puntos en
una escala que va de 0 —totalmente corrupto— a 10 —altamente limpio—. Argentina
tiene un puntaje de 3.5 y Brasil 4.4
http://www.transparency.org/cpi/2001/cpi2001.html

29
Por otro lado, el Frente Amplio, al igual que el resto de los partidos, surgió
de esta cultura “estatalista”. Desde la redemocratización fue el partido que
asumió más claramente la defensa del Estado en contra de la privatización
de las empresas públicas. Ello lo benefició electoral y políticamente al
encarar dicha “fidelidad” estatal como su principal bandera. La posición
política que ocupa este grupo político, por su peso electoral y su capacidad
de movilización social, hace imposible que el resto de los actores políticos
pueda ignorarlo.

Como ya mencionamos, estos elementos están íntimamente conectados:


cultura estatalista, supervivencia del Estado 59 y crecimiento del Encuentro
Progresista han repercutido positivamente sobre “la política”. ¿Por qué? En
las últimas dos décadas se trató en América Latina de presentar al
desmantelamiento del Estado como un problema estrictamente técnico y
económico. Esto condujo, con diferentes grados según los países, a que la
política perdiera su fuerza como eje ordenador de la sociedad, ocupando
las fuerzas del mercado un lugar central. Como se sabe, el mercado puede
ser un mecanismo generador de dinamismo y modernización, pero
difícilmente puede constituirse en fuerza integradora. 60 Con las
transformaciones “de mercado”, el lugar de la política se redujo y una
buena parte de los políticos se sumó, en un acto de carácter casi reflejo, a
una especie de “populismo antiestatista”, donde el Estado y el régimen
político resuelven demasiado poco. En el caso uruguayo, más allá de la
cuantificación de los ciudadanos interesados por la política, que
efectivamente son cada vez menos, o la disminución de las formas
tradicionales de hacer política, como actos públicos, “pegatinas”, clubes y
comités, lo cierto es que el debate político se ha recreado fundamental,
aunque no exclusivamente, con la presencia política y electoral del Frente.

En definitiva, es la perseverancia del conflicto lo que construye un eje


ordenador y que da sentido político. La vida política no puede prescindir
del antagonismo, como dice Chantal Mouffe (1999), pues atañe a la acción
pública y a la formación de identidades colectivas. La ausencia de conflicto
y discrepancia programáticas entre los partidos políticos plantea el riesgo
de deslegitimar a los partidos y a la política, y promover el surgimiento de
movimientos corporativistas o extremistas. En tanto las identidades
políticas se construyen sobre la base de la diferenciación, necesitan de
ésta, de la integración unitaria y de la permanencia en el tiempo para que
la política siga teniendo sentido.

59
En sentido estricto hubieron reformas al Estado pero no tuvieron la magnitud que
adquirió en la mayoría de los países latinoamericanos, y la mayoría de las empresas se
mantuvieron en manos estatales. Al respecto ver el libro "Uruguay: La reforma del Estado
y las políticas públicas en la democracia restaurada (1985-2000)." Publicado por el
Instituto de Ciencia Política (2001).
60
Al respecto Norbert Lechner “Tres formas de coordinación social. Un esquema. En:
Revista de la Cepal No. 61- Naciones Unidas. Abril 1997.

30
Ahora bien, aunque faltan dos años para las elecciones nacionales y el
contexto actual de aguda crisis nacional y regional (Argentina sumida en
una profunda crisis y Brasil con dificultades que la proximidad de las
elecciones nacionales acentúa) hace imposible realizar pronósticos
electorales serios, el persistente apoyo al Frente Amplio sugiere una
posible victoria en el 2004. Según las encuestas realizadas en abril de
2002, el 43% apoyaba el Encuentro Progresista-Frente Amplio frente al
22% de los colorados y 16% de los blancos (Diario El Observador, 6 de
mayo de 2002).

Ante esta posibilidad, el Frente Amplio enfrenta una serie de desafíos.


Algunos de ellos surgen de las últimas elecciones internas de mayo de
2002. Dada su relevancia, es oportuno hacer algunos comentarios a modo
de hipótesis.

Como señala Josep Colomer en este mismo libro, los procedimientos que
utilizan los partidos para seleccionar a sus candidatos a cargos públicos
tienen consecuencias sobre los resultados electorales. En el caso del
Frente Amplio, además de las elecciones internas previstas por la
Constitución, la coalición decidió hacer sus propias internas para elegir los
integrantes del Plenario Nacional y la Mesa Política. 61 El resultado de la
elección era clave para definir la política partidaria de aquí al 2004 y la
fórmula electoral que se presentará en las elecciones. En especial, estaba
en cuestión el equilibrio interno entre moderados y radicales, que en la
elección interna de 1997 había dado como resultado la victoria de los
primeros.

A las elecciones internas abiertas —el 26 de mayo de 2002— se


presentaron 12 listas que representaban diferentes corrientes internas,
moderadas y radicales. En el marco de un fuerte “desencanto político”,
aunque también de conflictividad y política y crisis económica, hubo una
alta concurrencia: 200 mil personas, lo cual significa un 23% de los
votantes frenteamplistas de 1999, un 30 % más que en las elecciones
internas obligatorias de 1997. 62 Esta importante afluencia se relaciona
justamente con la centralidad de la política en el Uruguay a la que hicimos
referencia.

61
Se eligieron las autoridades nacionales del FA a través de dos vías. Una vía es
proporcional, a partir de listas (que son las mismas que se presentan en las elecciones
nacionales): 72 de los 144 miembros del Plenario y 15 de los 27 de la Mesa Política se
eligieron de esta manera. La otra vía es la mayoritaria a partir de la elección de lo que se
llamaba antes delegados de base: 72 miembros del Plenario y 12 de la Mesa Política.
62
En las elecciones de noviembre 1999 los frenteamplistas recogieron aproximadamente
861.000 votos. Cabe aclarar que en las elecciones internas de 2002 pudieron participar
todos los adherentes mayores de 14 años.

31
Los resultados preliminares fueron los siguientes:63

63
En los medios aparecieron dos análisis interesantes sobre las elecciones. Oscar Botinelli
en el programa de radio EN PERSPECTIVA el 14 de junio de 2002 (disponible en Internet
www.espectador.com) y Luis Casal Beck en “Equilibrios delicados” el 22 de junio en el
Diario El Observador (suplemento Fin de Semana).

32
Cuadro Nº3- Elecciones internas del Frente Amplio 2002 (datos
prelimitares)

Número de Lista, Porcentaje Mesa Política Plenario Nacional


Sector político y líder (cargos) (cargos)
90 26.62 4 19
Partido Socialista y aliados
(Reinaldo Gargano)
77 8.28 1 5
Vertiente Artiguista
(Enrique Rubio)
2121 9.78 2 8
Asamblea Uruguay y
Movimiento Popular
Frenteamplista
(Danilo Astori)
738 5.10 1 3
Confluencia Frenteamplista
Víctor Rossi
609 28.78 4 20
Movimiento de Participación e
Izquierda Abierta Popular
(José Mujica)
1001 10.51 2 7
Democracia Avanzada – Partido
Comunista Uruguayo y FIDEL
(Marina Arismendi)
5271 2.65 - 1
Corriente de Izquierda
Helios Sarthou
1813 2.78 - 2
Liga Federal Frenteamplista
Julio Mattos
326 3.50 1 2
Movimiento 26 de marzo
Raúl Sendic
567 1.09 - 1
Unión Frenteamplista-Partido
Por la Victoria del Frente
Hugo Cores
871 .32 - 1
Partido Obrero Revolucionario
Raúl Campanella
9393 .31 - 1
Corriente de Unidad
Frenteamplista
Eduardo Méndez
Fuente: Elaborado en base a fuentes periodísticas (Diario La República
www.diariolarepublica.com.uy y Diario El Observador www.observa.com.uy )

El resultado confirmó en parte la hipótesis de Colomer: un nivel


relativamente alto de participación en las elecciones primarias tiende a
33
favorecer a candidatos relativamente impopulares para la presidencia. En
este caso, si bien no se decidían candidaturas, las elecciones internas
dieron como “triunfador” al Movimiento de Participación Popular (MPP),
sector radical del Frente (grupo fundando por los Tupamaros, el grupo
Partido por la Victoria del Pueblo y otros grupos y ciudadanos
independientes) y en particular, a su líder José Mujica.

Si se comparan estos resultados con los datos que surgen de las últimas
elecciones y de las encuestas de opinión pública, hay algunas diferencias:
los sectores más votados en las elecciones internas no son exactamente los
grupos que tienen más apoyo en la opinión pública. Son más bien los
sectores más politizados, con más militantes y mayor capacidad de
movilización los que arrastraron a los frenteamplistas a la votación.

El Partido Socialista aunque fue muy votado perdió un lugar en la mesa


política, lo mismo le sucedió al grupo liderado por Enrique Rubio y Alberto
Couriel (Vertiente Artiguista - lista 77). Por su parte el sector de Danilo
Astori mantuvo su participación en la Mesa Política con un representante,
pero los votos (casi el 10%) fueron la mitad de los obtenidos en las
elecciones de 1999. Estos dos últimos sectores– el de Astori y el de Rubio-
corresponden justamente a los votantes que participan menos activamente
en la política y son claramente los sectores más moderados dentro del
Frente. Los sectores radicales, que no han crecido electoralmente, ganan
un delgado y además cuatro de ellos se concentran en la figura de José
Mujica.

Esto último lleva a plantear una hipótesis complementaria a la anterior,


que se relaciona con los liderazgos: el clivaje ideológico (en un sentido vago
“moderado-radical”) está operando al mismo tiempo que los liderazgos,
concretamente con el liderazgo de Tabaré Vázquez y el de José Mujica. En
este sentido, asistimos al funcionamiento típico de los partidos políticos
modernos en los cuales los liderazgos son centrales en la estrategia
electoral y política.

El liderazgo de Tabaré Vázquez sigue siendo indiscutido y muy fuerte,


aunque plantea la interrogante: ¿se tata de un liderazgo moderado o
radical? Como ya se mencionó, Vázquez tuvo posiciones que pueden
atribuirse a una u otra tendencia política. Si bien es cierto en los últimos
años el Partido Socialista (al cual pertenece Tabaré Vázquez) modernizó su
discurso, también es cierto que el líder del Frente Amplio asumió posturas
personales radicales. Pero más allá de sus posiciones Vázquez, al igual que
José Mujica, impuso un liderazgo que promueve la relación directa con los
frenteamplistas. Tanto en su gestión como intendente, como en su
actividad política posterior, las negociaciones y apoyos políticos que logró
estuvieron más allá de las estructuras partidarias. En coyunturas políticas
conflictivas supo inclinar la balanza a su favor, ya fuera contra los
34
moderados o contra los radicales. Sus características personales atraen a
muchas personas y, como todo liderazgo, también provoca fuerte rechazo
en otras, tanto dentro del Frente Amplio como fuera de él.

Respecto del “fenómeno Mujica”, como lo llamaron los medios, es un


liderazgo mucho más reciente. Actualmente es senador por el MPP e
integró activamente el Movimiento de Liberación Tupamaros. Posee un
estilo muy particular de dirigirse a la ciudadanía que lo aleja del estilo
adusto del político uruguayo y lo acerca a la persona “común y corriente”.
Entre los que han escrito sobre “el fenómeno” hay coincidencia en cuanto
a la moderación de su discurso y a crecimiento como figura independiente
del MPP (y muy alejada del MLN-T). Es indiscutible que su peculiar estilo
de presentarse atrae a mucha gente, en especial a los jóvenes. 64

La referencia a las elecciones internas es relevante para volver a pensar en


“la política” y en los desafíos que al respecto se le presentan al Frente
Amplio. A continuación planteamos dos comentarios a modo de hipótesis.

Por un lado, el relativo aumento de poder de los radicales dentro del Frente
Amplio, en un contexto de agudización de la crisis, puede contribuir al
endurecimiento de las posiciones políticas del partido. A modo de ejemplo,
las posturas de José Mujica con relación a los organismos internacionales
de financiamiento son mucho más intransigentes que las de Tabaré
Vázquez y mucho más que las de los líderes moderados Danilo Astori,
Alberto Couriel y Líber Seregni. Si bien una postura contraria al Fondo
Monetario generaría la adhesión de un sector de la ciudadanía, puede
también tener consecuencias negativas en la competencia electoral y
producirse un caso similar al del candidato presidencial brasileño del PT,
Lula da Silva, con consecuencias negativas sobre la economía. Una
radicalización tendría impacto en la dinámica política, dificultando la
relación con los otros partidos políticos y eventualmente “constriñendo” las
acciones políticas a las decisiones sindicales. 65
64
En el semanario Brecha, Raúl Zibechi propone un análisis muy interesante sobre “El
fenómeno Mujica”: “Rastrear las razones del interés que suscita Mujica supone cruzar
hipótesis y análisis que van desde el contenido del discurso hasta los estilos personales,
materia en la que el ex guerrillero ha mostrado una notable capacidad de innovación en lo
que es el arsenal de comunicación que tradicionalmente ha manejado la izquierda”
(Semanario BRECHA, www.brecha.com.uy ). Por su parte, Leonardo Pereyra del
semanario Búsqueda (4 de julio de 2002), señala que Mujica se encuentra “hostigado por
sectores antagónicos como el Foro Batllista, que le reclama más seriedad en sus
denuncias sobre supuestas conspiraciones político-castrenses, y la Corriente de Izquierda
que le trató de `policía del pensamiento’, `arrepentido’ y ` botón’. Estos comentarios dan
cuenta de lo insuficiente que resulta un análisis puramente ideológico.
65
Este difícil equilibrio fue descrito muy bien por Luis Casal Beck a propósito de la
política económica y la posición del Frente Amplio: “Para los estrategas de la izquierda, si
bien la crisis puede engrosar su caudal electoral, una profundización seguida del caos
también puede perjudicarla” (en El Observador del 3 de agosto de 2002). El voto del
Frente Amplio en contra de la Ley que creó el Fondo de Estabilidad del Sistema Bancario

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Por otro lado, el crecimiento sostenido de los liderazgos contribuiría a una
mayor politización de los uruguayos a corto plazo, e incluso al aumento
electoral del Frente al atraer a la gente más joven, pero podría alimentar a
largo plazo un debilitamiento de la organización partidaria. Con más
razón, si además estos liderazgos están asociados a un estilo de hacer
política que valora la “acción directa”. Se podría pensar entonces, que
estamos frente al surgimiento de la personalización de la política, un
fenómeno común a los partidos latinoamericanos —y también a los
europeos— pero lejano al actual modo de funcionamiento político.

Finalmente, una victoria electoral del Frente Amplio obligaría a este sector
político a formar coaliciones de gobierno y por lo tanto a negociar su
agenda política. Probablemente ello conduzca a una moderación del
discurso y de la acción política (no sin conflictos y fracturas internas),
dadas las restricciones económicas imperantes. En un contexto de aguda
crisis económica, la tensión entre gobernar y representar pondrá entonces
a prueba la propia política, mientras se corre el riesgo de poner fin a la
centralidad de la política en el Uruguay.

Por lo pronto y más allá de estos riesgos, este sector político está
ejerciendo un rol político central en la actual crisis económica al canalizar
el descontento social por vías no violentas de manifestación. El rechazo
explícito de la izquierda a los “escraches”, a los saqueos y a otras formas
violentas de expresión, ha sido un factor moderador fundamental. La
capacidad política de articular la insatisfacción ciudadana en
manifestaciones políticas pacíficas y de formular propuestas de reformas,
aunque no exentas de radicalidad, refuerza significativamente la fortaleza
de las instituciones democráticas.

en agosto de 2002 puede interpretarse como una radicalización del Frente Amplio. El
único sector frenteamplista que se manifestó a favor de la Ley fue el liderado por Danilo
Astori lo cual promovió una nueva discusión entre los moderados y radicales. En esta
ocasión Tabaré Vázquez apoyó la opinión radical y fustigó a Astori.

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