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Coyuntura
Nuestro continente, fundamentalmente en las dos últimas décadas, experimentó cambios
políticos, modificando la correlación de fuerzas a partir del crecimiento de la izquierda en
América Latina y el Caribe. Paralelamente, el desarrollo de otras potencias en el mundo desafía
la hegemonía de Estados Unidos, consolidándose la tendencia a la multipolaridad.
El capitalismo experimenta una crisis estructural de escala mundial. Acorralado y por la propia
naturaleza del sistema, su solución a esta crisis es procurar ajustes a nivel global, que permitan
a sus transnacionales recuperar sus niveles de ganancia, recayendo el costo sobre nuestros
pueblos, el que redunda en aumento de la pobreza y miseria en el mundo.
En este escenario, como planteábamos el año pasado, en este mismo ámbito, América Latina y
el Caribe adquieren una relevancia significativa, desde el punto de vista geopolítico, financiero
y como fuente de recursos naturales, reserva de agua, recursos minerales y energéticos,
alimentos y otras materias primas.
Esto se expresa en una contraofensiva del imperialismo, con particular énfasis en nuestra región,
con el fin recuperar su dominio político y controlar los recursos disponibles, supeditándolos al
servicio de sus intereses de clase.
Las palabras de Noam Chomsky, resumen la perversidad del imperialismo como “la capacidad
de dirigir, controlar y salirte con la tuya, sin siquiera ser censurado y castigado”, tomando como
punto de partida la premisa que guía el accionar de los Estados Unidos “el mundo es nuestro”.
Consecuencia de esta contraofensiva – sin desconocer nuestros propios errores – hay un cambio
negativo en el mapa político regional, resultando que gobiernos de izquierda y progresistas de
varios países del continente, fueron desplazados, asumiendo la derecha más retrógada, en una
clara restauración neoliberal, cuyas medidas más notorias apuntaron a la reducción del gasto
público, reducción de las políticas públicas orientadas a la sociedad (gastos en educación, salud,
sistemas previsionales, así como precarización del trabajo, pérdida de derechos y libertades,
etc.).
Corresponde señalar que, solamente en un caso, este desplazamiento fue por derrota electoral.
Los casos de Paraguay, Brasil y Honduras, fueron mediante golpes de Estado.
Señalamos cinco situaciones (aunque existen otras) que se han agravado recientemente:
1) Brasil - la sentencia judicial ilegítima contra Lula, que no es otra cosa que proscripción
política; la persecución y represión a las organizaciones sociales y populares
(trabajadores organizados, estudiantes, Movimiento Sin Tierra); la militarización en Río
de Janeiro.
2) Argentina – la crudeza de las políticas llevadas adelante por el gobierno derechista de
Macri, el fortalecimiento de un aparato represivo para contrarrestar la valiente
resistencia del movimiento popular; la criminalización de la lucha y persecución de
líderes y luchadores sociales.
3) Honduras- el fraude electoral y la represión al pueblo que lo enfrenta, propiciado y
avalado por los EEUU.
4) Colombia – El incumplimiento de los acuerdos de paz por parte del gobierno, la escalada
de violencia política, expresada en 2017 en el asesinato de 106 líderes políticos y
sociales, y que continúa y se agrava en 2018.
5) Venezuela – La tensión generada por la administración Obama y su decreto donde la
declara “amenaza” para los intereses de EEUU, se agudiza con la política de la
administración Trump y sus visibles intenciones belicistas. Si bien destacados analistas
consideran que hoy EEUU no tiene las condiciones para una agresión militar en la región,
todas sus acciones perfilan en un sentido de intervención armada.
Si bien el foco principal de los últimos años ha estado puedo en Venezuela, las recientes
expresiones de Trump y de su funcionario Luis Almagro, muestran con absoluta claridad que la
Cuba socialista sigue siendo un objetivo político del imperio, y que debemos estar alerta.
No olvidemos que Cuba es, no solamente y como si fuera poco, la bandera del socialismo,
plantada en el continente por más de medio siglo, baluarte y esperanza para la izquierda. Es un
ejemplo de resistencia y de solidaridad, de construcción de los mejores valores para la
humanidad. Cuba fue y sigue siendo una pesadilla para el imperialismo, y su enemigo de primera
línea. Prueba de ello es la persistencia del bloqueo, y la permanente presencia en los discursos
del gobierno de EEUU y de sus siervos.
El Uruguay, no está exento de los embates del imperio norteamericano. La oligarquía local, que
nunca resignó sus aspiraciones – carente de un liderazgo político significativo, encontró a inicios
de 2018 una forma de expresión que representara sus intenciones políticas, en lo que ha
bautizado como “auto-convocados” o “El campo”, intentando jaquear al gobierno
legítimamente electo, con una variedad de reivindicaciones que buscan abarcar un espectro
social con genuinos reclamos y necesidades, pero que, finalmente, va decantando y desnudando
sus intereses clasistas que no se identifican con las políticas del gobierno.
Pero, es una advertencia que no podemos pasar por alto. El manejo mediático del tema, la
notoria adhesión e involucramiento de los partidos burgueses, la formulación de reclamos de
cambios en un sentido político y económico opuesto al programa de gobierno del Frente Amplio,
desnudan con absoluta claridad la intencionalidad política (político-partidaria, político-electoral,
y política de intereses de clase), tanto de presionar al gobierno para torcer su rumbo, como de
desestabilización institucional.
Sectores de la sociedad que han sido base fundamental para el cambio, alentados por el sueño
de construir una sociedad sin explotación, probablemente sientan, en muchos casos, sus
expectativas insatisfechas. Sectores que se han beneficiado con las políticas públicas, sin una
conciencia política o nuevas generaciones que no experimentaron en carne propia las
calamidades de los gobiernos de derecha, pueden tener mayor dificultad para distinguir lo
significativo de los cambios, o atribuir a los gobiernos de izquierda algunos males que persisten.
Para revertir esta situación, debemos ampliar las políticas sociales, con foco en el desarrollo
humano, más allá de las necesidades inmediatas o urgentes, identificando y atendiendo las
nuevas demandas de sectores cuya calidad de vida ha mejorado y hoy sus necesidades son otras.
El objetivo es asegurar lealtad y respaldo, tanto de los sectores que han sido impulsores del
cambio, como aquellos que se han beneficiado del mismo, ampliando el bloque social y político
para el cambio.
Antiimperialismo y Unidad
El imperialismo, por medio de las derechas de nuestros países, desplegó su contraofensiva para
desmantelar los procesos de cambios. Su estrategia no involucra exclusivamente a los países
que tienen o tenían gobiernos de izquierda. Involucra también a otros países de la región, por
ejemplo, Colombia. Ahí tenemos una cuestión geopolítica.
Además, esta ofensiva imperialista no tiene como únicos objetivos aquellos países donde se ha
delineado con mayor claridad un proyecto transformador inspirado en el socialismo. La ofensiva
imperialista también persigue barrer con toda expresión de izquierda o progresismo que
impulsó o impulsa políticas orientadas a combatir la pobreza, mejorar la calidad de vida de los
pueblos, la ampliación de derechos, el acceso a la educación, porque ellas se contraponen a sus
privilegios pero, y principalmente, porque sientan las bases para la construcción de modelos
contrapuestos al neoliberal.
Por tanto, la lucha de la izquierda, en una inteligente política de alianzas, debe ser
necesariamente antiimperialista. Ello implica defender la democracia, la institucionalidad, la
soberanía de nuestros pueblos, así como el rechazo a toda injerencia extranjera, provenga esta
de países (como el caso de EEUU), como de organizaciones que en el fondo siguen sus mandatos
e intereses (como la OEA o el Grupo de Lima).
Asimismo, la lucha por la Paz, es también estratégica, desde el punto de vista geopolítico.
Para ello, debemos tener la capacidad de reforzar la unidad de nuestras organizaciones en dos
niveles: a nivel de las fuerzas populares de cada país, y a nivel de la región. Esto supone manejar
con sabiduría y convivir aceptando nuestras diferencias, construyendo espacios políticos de
resistencia, basados en nuestras coincidencias.
Las circunstancias adversas o diferencias coyunturales, no deben servir para alejarnos unos de
otros. Por el contrario, debemos tender la mano, asumiendo nuestra condición común de
pueblos oprimidos por el imperialismo, y trabajar con amplitud para resolver cualquier
diferencia que surja, de modo de continuar juntos, sin exclusiones, en este camino que hemos
elegido, por la Paz, la Justicia Social y la liberación de Nuestra América.