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INTRODUCCIÓN

FUNDAMENTACIÓN FILOSÓFICA DE LAS GARANTÍAS INDIVIDUALES

Sumario: I.- La persona humana. II.- La libertad humana III.- El Individuo, la Sociedad y el
Derecho. IV.- Individualismo y Colectivismo. V.- El Marx-leninismo. VI.- El bien común. VII.-
La Justicia Social.
VIII.- Conclusión.

I. LA PERSONA HUMANA

Si analizamos sin ningún prejuicio ideológico los actos, las aspiraciones, las inquietudes, las
tendencias y, en general, la vida del hombre, podemos observar claramente que todo ello gira
alrededor de un solo fin, de un solo propósito, tan constante como insaciable: superarse a sí
mismo, obtener una perenne satisfacción subjetiva que pueda brindarle la felicidad anhelada. Si se
toma en consideración esta teleología, inherente a la naturaleza humana, se puede explicar y
hasta justificar cualquier actividad del hombre, quien, en cada caso concreto, pretende conseguirla
mediante la realización de los fines específicos que se ha propuesto y que se determinan,
particularmente, de acuerdo con una vasta serie de causas concurrentes que sería prolijo
mencionar.

De guisa, podemos decir, sin salirnos de la normalidad, que los seres humanos, por más diversos
que parezcan sus caracteres y sus temperamentos, por más disímiles sus fines particulares, por
más contrarias sus actitudes, coinciden en un punto fundamental: en una genérica aspiración de
obtener su felicidad, que se traduce en una situación subjetiva consciente de bienestar duradero,
que no es otra cosa que una satisfacción intima permanente. Así, para el egoísta, la felicidad
estribará en procurarse a sí mismo los mayores beneficios posibles, aun en perjuicio de sus
semejantes; para el altruista, para el filántropo, en cambio, la felicidad, que se revela, repetimos,
genérica y formalmente como una satisfacción vital subjetiva de carácter durable, consistiría en
hacer el bien a sus congéneres, a su pueblo, a la sociedad de que forma parte.-

Con toda intención hemos señalado estos dos ejemplos, cuya materia la constituyen precisamente
dos tipos opuestos de individuos, para subrayar la circunstancia indubitable y apodícta de que todo
hombre tiene un fin supremo, al cual están subordinados, normalmente, todos los demás fines
concretos y sucesivos que se forje: conseguir su propia felicidad, apreciada ésta en la forma ya
anotada. Esta finalidad última del ser humano, esta teleología genérica del individuo, se revela en
cada caso concreto mediante los propósitos privativos y particulares que cada quien conciba, y
cuya pretendida consecución determina los actos exteriores del sujeto, que en su conjunto
constituyen el desenvolvimiento de la personalidad humana.

Hemos dicho que todo hombre aspira a algo, que todo ser humano concibe determinados fines por
realizar y que implican la manera de conseguir su felicidad particular; que normalmente es
imposible siquiera representarse a un individuo que no tenga aspiraciones, propósitos y anhelos,
hacia cuya verificación encauza sus esfuerzos vitales, subjetivos y objetivos. Por por consiguiente
debe colegirse indubitablemente que la teleología de la vida del hombre normal es consubstancial
a su propia índole y condición naturales.

En otras palabras, la vida humana misma es, en esencia, la propensión de obtener la felicidad.
Nadie actúa consciente y deliberadamente para ser infeliz. En la conducta inmanente y
trascendente de todo hombre hay siempre un "querer" o violación hacia la consecución de
propósitos o fines que denoten la felicidad, aunque ésta no se logre. De ahí que vivir humano tiene
como causa determinante el deseo y como fin la realización de lo deseado.
Recaséns Siches, citando a Ortega y Gasset, afirma que "la vida es intimidad con nosotros
mismos", traduciéndose en "un hacer algo, determinado, positivo o negativo, un determinar qué voy
hacer, por consiguiente, en este sentido un hacer". Exponiendo el pensamiento del ilustre filósofo
Español, concluye dicho autor que "la esencia del hacer, de todos los humanos haceres, no está
en los instrumentos corporales y psíquicos que intervienen en la acción, sino en la decisión del
sujeto, en su determinación, en un puro querer previo al mismo mecanismo evolutivo". 1

Para Santo Tomas de Aquino: la finalidad que toda persona debe perseguir estriba en la
consecución del bien, el cual es substancial a su naturaleza de ser racional. En otras palabras,
parafraseando las ideas del doctor Angélico, se afirmar que el objetivo vital del hombre estriba en
desenvolver a sí mismo, en realizar su propia esencia y, por ende, en actuar conforme a la razón;
de ahí, la máxima del ilustre aquinatense que prescribe "Obra de acuerdo con los dictados de su
naturaleza racional".

Sin embargo, independientemente de cuál sea el desiderátum deontológico del hombre, tema que
corresponde a la axiología, lo cierto es que, según aseveramos con antelación, el individuo
humano propende hacia la felicidad, revelada ésta formalmente como una situación subjetiva de
satisfacción permanente originada por una serie de actos múltiples concatenados entre sí hacia el
logro de un propósito vital fundamental. El contenido de la mencionada situación subjetiva
de`pende de diversos factores de índole variada de caracteres eminentemente personales, los
cuales están predeterminados, a su vez, por la acción que sobre el hombre ejerce el medio
ambiental social en que se desenvuelve, por lo cual éste es el que legitima el aludido estado de
satisfacción cuando su substratum no pugna con las ideas morales, políticas y jurídicas
socialmente sustentadas en una época y en un lugar históricamente dados. Por ende, para que
una determinada "felicidad" individual sea socialmente permisible y consiguientemente, no
susceptible de impedición u obstrucción, debe incidir en un ámbito de normalidad humana que
autorice al sujeto a perseguir una finalidad que no sea exótica a las dimensiones morales de la
sociedad en que la persona se desarrolla.

Ahora bien hemos aseverado que cada ser humano se forja fines o ideales particulares, que
determinan subjetivamente su conducta moral o ética y dirigen objetivamente su actividad social.
Pues bien, en la generalidad de los casos, el hombre hace figurar como contenido de su teleología
privada la pretensa realización personal y objetiva de valores, esto es, cada sujeto, en la esfera de
su actividad individual interior y exterior, procura obtener la cristalización de su persona de
determinado valor, en el amplio y filosófico sentido de este concepto.
_______________
1 Filosofía del Derecho, págs. 70-71.

Así, verbigracia, habrá individuos a quienes seduzca notable y relevantemente el valor belleza,
cuya ansiada consecución engendraría su respectiva conducta; existirán otros a quienes les
preocupe realizar el valor justicia, y, por último, para no ser prolijos en la ejemplificación. no faltarán
sujetos cuya teleología consista en procurar la realización concreta de valores de menor jerarquía t
aun de valores negativos.

De todo y por todo lo expuesto, creemos haber demostrado otro supuesto que, como el contenido
en párrafos que anteceden, es inseparable de la naturaleza humana, enunciándolo de la siguiente
manera: al integrar su propia finalidad vital, el hombre pretende realizar valores,
independientemente de que sean positivos o negativos. 2

La circunstancia de que todo ser humano tenga o deba tener una teleología axiología, el hecho de
que el sujeto encauce su actividad externa e interna hacia la obtención concreta de un valor o
hacia su realización particular, ha provocado la consideración de la personalidad humana en su
sentido filosófico, esto es, ha suscitado la concepción del hombre como persona.
_________________
2 Al formular estas aseveraciones, hemos prescindido deliberadamente de toda consideración de tipo ideológico para concebir, en
cuanto a su contenido, la finalidad natural del hombre. Dicho de otra manera, no pretendemos adscribir a esta finalidad ningún
substratum eidético específico, o sea, es ajena a nuestra intención toda cuestión que se relacione con la justificación o legitimación
religiosa, moral o social de los fines a que la conducta humana debe estar vinculada, ya que simple- mente hemos reputado a la
felicidad del hombre como un objeto vital desde el estricto punto de vista formal, esto es, como un continente susceptible de
colmarse por variados contenidos.

En efecto, se ha dicho que el hombre es persona en cuanto que tiende a conseguir un valor, a
objetivarlo en actos y sucesos concretos e individuales, por lo que de esta guisa, el concepto de
personalidad resulta de la relación entre el hombre como ser real y biológico y su propia teleología
axiológica, esto es, del vínculo finalista que el ser humano, como tal, entable con el reino o esfera
valorativa o, como diría el doctor Recaséns Siches, "el criterio para determinar la personalidad es
el constituir una instancia individual de valores, el ser la persona misma una concreta estructura de
valor", agregando: "El hombre es algo real, participante de las leyes de la realidad; pero al mismo
tiempo es distinto de todos los demás seres reales, pues tiene una conexión metafísica con el
mundo de los valores, está en comunicación con su idealidad."

Como lo hace notar el mismo autor, "en Kant el concepto de persona surge a la luz de una idea
ética. Esto es, la persona se define no atendiendo sólo a la especial dimensión de su ser (v. gr la
racionalidad, la individualidad, la identidad, etc.), sino descubriendo en ella la proyección de otro
mundo distinto al de la realidad, subrayando que persona es aquel ente que tiene un fin propio que
cumplir por propia determinación, aquel que tiene su fin propio que cumplir por propia
determinación, aquel que tiene su fin en sí mismo y que cabalmente por eso, posee dignidad, a
diferencia de todos los demás, de las cosas, que tienen su fin fuera de sí, que sirven como mero
medio a fines ajenos y que, por tanto, tienen precio" 3

Comentando el pensamiento de Jacques Maritain. Recaséns Siches añade: "Cuando decimos que
el hombre es persona con esto significamos que no es solamente un pedazo de material, un
elemento individual en la naturaleza, como un átomo, una espiga de trigo, una mosca o un
elefante.

Cierto que el hombre es un animal y un individuo; pero no como los demás. El hombre es un
individuo que se caracteriza por la inteligencia y la voluntad. No existe sólo de un modo biológico,
antes bien, hay en él una existencia más rica y más elevada; súper existe igualmente en
conocimiento y en amor.” 4

II. LA LIBERTAD HUMANA

Una de las condiciones indispensables, sine qua non, para que el individuo realice sus propios
fines, desenvolviendo su personalidad y propendiendo a lograr su felicidad, es precisamente la
libertad, concebida no solamente como una mera potestad psicológica de elegir propósitos
determinados y excogitar los medios subjetivos de ejecución de los mismos, sino como una
actuación externa sin limitaciones o restricciones que hagan imposible o impracticable los
conductos necesarios para la actualización de la teleología humana. La existencia sine qua non de
la libertad, como elemento esencial del desarrollo de la propia individualidad, encuentra su sustrato
evidente en la misma naturaleza de la personalidad humana. Efectivamente, hemos hechos
hincapié en la circunstancia de que la persona tiende siempre a realizar su propia finalidad, que por
lo general se traduce en el anhelo de operar valores subjetivamente, según el caso. Ahora bien, la
calidad y cualidad de los fines particulares deben estar de acuerdo con la idiosincrasia y el
temperamento específicos del que los concibe. Por ende, los fines o propósitos deben ser forjados
por la propia persona interesada, pues sería un contra sentido que le fueran impuestos, ya que ello
implicaría no sólo un valladar insuperable para el desenvolvimiento de la individualidad humana,
sino que constituiría la negación misma de la personalidad, porque la noción de ésta “implica la de
totalidad y la de independencia”. 5
____________________
3 Filosofía del Derecho, Págs. 203 y 209.
4 Panorama del Pensamiento Jurídico en el Siglo XX. Tomo II, Pág. 833. Ed. 1963.

Los anteriores asertos se robustecen con la estimación kantiana acerca de la personalidad, en la


que se la aprecia como un auto-fin humano, esto es, que el hombre constituye un fin de sí mismo y
no un mero medio para realizar otros propósitos, que se suponen impuestos. Si el hombre, si la
persona humana estuvieran constreñidos a realizar ciertos fines determinados de antemano sin
intervención de su libre albedrío, se destruiría entonces la personalidad, ya que en tal hipótesis, el
sujeto sería empleado como un mero medio de verificación de los propósitos materia de la aludida
pre-determinación, no constituyendo, por ende, un fin en sí mismo (auto-fin), en que estriba su
propia evolución. Sobre el particular, Juan Manuel Terán Mata,

En un interesante estudio sobre los valores jurídicos, se expresa así: “En su valor positivo existiría
la libertad en cuanto no se tenga un medio como puro fin, porque en este caso, la conducta o el
acontecer libre se encadena, ya que lo condicionado, medio, se hace condicionante y a priori
desaparece la posibilidad de elegir fines que sólo se dan para el sujeto en cuanto no se subordina
a un motivo limitado, a lo que debe ser medio, sino que aspira a un infinito fin que es la idea de su
propia personalidad. En consecuencia, lo estimable de la libertad estriba en el orden de los medios
y los fines, esto es, de la voluntad misma. Pero cuando una voluntad determinada obliga a la
persona exclusivamente a un objeto limitado, por dulces que los lazos sean, el sujeto del querer
está en tránsito de no ser persona, de no ser libre, ya sea que la elección de fines le está vedada al
convertirse en mera cosa condicionada en esclavitud.”

De todo lo asentado con anterioridad se desprende que la libertad de elección de fines vitales es
una mera consecuencia no sólo lógica y natural del concepto de la personalidad humana, sino un
factor necesario e imprescindible de su desenvolvimiento. Por eso Kant ha dicho: “personalidad es
libertad e independencia del mecanismo de toda naturaleza”, 6 y Fichte se ha expresado: “mi ser
es mi querer, es mi libertad; sólo en mi determinación moral soy dado a mí mismo como
determinado”.
_______________
5 Op. Cit., la misma página.
6 Crítica de, la razón práctica, Pág. 105.

Por otra parte, la es cogitación de medios o conductos para realizar dichos fines debe obedecer al
juego del libre albedrío del hombre, en cuya práctica consiste la conducta humana, tanto interna
(moral) como externa (social). Se dice, entonces, que en este sentido la persona es “autónoma”,
puesto que tanto desde el punto de vista subjetivo, en la formulación de sus propias normas que
regulen su actividad externa dirigida a la cristalización de sus fines, su conducta respectiva siempre
es normada por disposiciones, reglas o ideas que ella misma se crea o forja o, como diría el doctor
Recaséns Siches, “la vida que tiene que hacerse, tiene que hacérsela el yo que cada uno de
nosotros es; y su estructura es futurición, es decir, en cada momento lo que se va a hacer en el
momento siguiente, es libertad. Pero una libertad no abstracta, como absoluta e ilimitada
determinación, sino libertad encajada en una circunstancia, entre cuyas posibilidades concretas
tiene que optar”, 7 agregando: “Por esencia, el hombre es independiente y no siervo.” 8

La libertad social o externa del hombre, es decir, aquella que trasciende de su objetividad, aquella
que no solamente consiste en un proceder moral o interno, se revela, pues, en una facultad
autónoma de elección de los medios más idóneos para la realización de la teleología humana, o,
como dice Jorge Xifra Heras: “En último término, la libertad no es otra cosa que la facultad de
elección frente a un número limitado de posibilidades.” 9 Esta libertad existe, subsiste y es
concebida como un elemento o condición sine qua non de la actividad del hombre, tendiente a
desenvolver su propia personalidad, como un factor inherente e inseparable de su naturaleza, por
las razones ya expuestas.

Esta libertad social o externa, conceptuada como una facultad genérica de selección de medios o
de es cogitación de fines, en los casos o hipótesis en que éstos sean objetivos y no simples
exigencias éticas. Se manifiesta circunstancialmente en diversas facultades o posibilidades de
actuación especiales y tiene como supuestos irreductibles otros elementos de que ya hablaremos.

Dichas posibilidades o libertades específicas, como las llamaremos, que en su conjunto


constituyen, repetimos, el medio general de realización de la teleología humana son, verbigracia, la
libertad de trabajo, de comercio de prensa, etc., contenidas a título de derechos públicos
individuales en la mayor parte de los ordenamientos jurídicos de los países civilizados y que,
dentro de nuestra Constitución, encontramos en los artículos 5, 7 y 28, bajo el nombre de garantías
individuales.
__________________
7 Filosofía del Derecho, Pág. 212.
8 Panorama del Pensamiento Jurídico en el Siglo XX. Tomo I I, Pág. 833.
9 Curso de Derecho Constitucional. Tomo I, Pág. 334.

En cuanto a los elementos o condiciones extrínsecas que mencionamos anteriormente necesarios


para el desarrollo de la supradicha libertad social, son aquellos sin los cuales esta sería
impracticable, o, al menos, muy difícil de desplegar. Así, verbigracia, tenemos ante todo los
factores de igualdad y propiedad, que también están estatuidos en nuestra Ley Fundamental a
título de garantías individuales (Arts. 1, 13, 29, y en general a través de todos los preceptos que
integran el capítulo respectivo, por lo que concierne a la igualdad, por ser esta un elemento de
esencia de toda disposición legislativa, y 14, 16 y 27, por lo que atañe a la propiedad, aunque los
dos últimos citados más bien se refieren a la seguridad), y que son los supuestos lógicos
indispensables para que exista una efectiva libertad con sus supradichas derivaciones especificas.
En efecto por lo que toca a la igualdad, ésta es absolutamente necesaria para que se opere una
auténtica libertas social humana, puesto que de no existir, esto es, en la hipótesis de que el
individuo no se encuentre en un rango o situación equivalentes a los de sus semejantes, la
actividad del que éste colocado en un estado desventajoso desde todos los puntos de vista con los
demás, estaría coaccionada precisamente por todas aquellas circunstancias que componen la
posición favorable o desfavorable, según el lado desde el cual se haga la consideración.

En cuanto a la propiedad y específicamente la privada, como condición extrínseca del ejercicio de


la libertad, también es un elemento o factor indispensable para tal efecto, puesto que faculta a su
titular para disfrutar de todo aquello que le proporcione un medio material o inmaterial para realizar
sus fines mediatos o inmediatos, concomitantes e inherentes a la naturaleza humana. Si no
existiera la propiedad privada, si en un régimen estatal imperara sólo un tipo de propiedad
colectiva, cuyo titular fuese el Estado o el pueblo, se destruiría el concepto de la personalidad
humana, tal como lo expusimos con antelación, puesto que en esa hipótesis, al individuo solo se
refutaría como un mero instrumento de trabajo para servir a una entidad distinta de él en la
detentación de los objetos de propiedad, y, por ende, se le colocaría en la categoría de simple
medio al servicio de fines que le son impuestos nada menos que por el propietario colectivo o
social. Cuando el individuo se ve despojado de su propiedad particular, cuando se excluye
absolutamente la idea de que pueda gozar de la pertenencia privativa de determinado bien, su
actividad económica desplegada en relación al objeto, materia de la propiedad se realiza ante algo
que corresponde a una estructura social que ésta sobre él, la que por consiguiente, lo emplea
como un mero medio de obtención de fines que ella misma forja, lo cual implica, evidentemente,
una negación de la libertad del hombre cuando menos en su aspecto económico. El individuo, ya lo
dimos, desempeña su conducta para lograr un objetivo que él mismo ha seleccionado y, dentro de
la esfera económica, la ejecuta para procurarse un bienestar correlativo. Cuando se le condena a
no ser titular de ningún bien, sino que se le constriñe a actuar en objetos que corresponden a la
colectividad, su actuación deja de ser libre, desde el momento en que no sólo es un servidor de los
fines de ésta, sino un trabajador de los bienes que ella tiene como medios. Para corroborar estas
afirmaciones no pretendemos referirnos a varias realidades sociales en las que el individuo no
pasa de ser un mero instrumento, no ya digamos de la colectividad o del pueblo sino de aquellos
audaces que se dicen sus genuinos representantes y paladines, abstención que adoptamos con la
convicción de que aquellas son bien conocidas. Tampoco pretendemos, al constatar que la
existencia de, la propiedad privada es una de las condiciones extrínsecas del ejercicio de la
verdadera y completa libertad humana, colocarnos en una postura individualista, pues estimamos
que ésta, como extremo contrario a aquella que criticamos, es también falsa y absurda, por
muchas causas que no son del caso anotar, ya que nosotros en muchas ocasiones, y ésta es una
de ellas, a menudo nos remitimos al célebre aforismo aristotélico que establece que la verdad está
en el justo medio, en la armonía ecléctica. Si aludimos al régimen de propiedad colectiva y lo
desechamos cuando se pretende que sea el único que exista en el Estado, con exclusión de
cualquier otro, ello obedeció a que procuráramos reafirmar más nuestra idea en el sentido de que
el hombre, para ser o querer ser libre, económicamente al menos, debe disponer de algo que le
sea propio y que lo destine a la consecución de sus fines particulares y siempre que éstos no sean
incompatibles con el interés social o no lo lesionen.

Creemos pertinente enfatizar la idea de que, al considerar a la propiedad privada como elemento
necesario para el ejercicio de la libertas, no nos referimos al concepto estrictamente individualista
de “propiedad”, ni por ende, al que esta asumía en el Derecho Romano, según el cual su titular
podía usar, disfrutar y abusar de la cosa. La propiedad particular, en este sentido, sería siempre la
causa que provocaría la prevalencia del interés individual del propietario sobre el interés colectivo,
lo que es inadmisible. Dicho tipo de propiedad del interés individual del propietario sobre el interés
colectivo, lo que es inadmisible. Dicho tipo de propiedad, para poder subsistir dentro de un orden
socio-económico legítimamente, debe implicar una función social, es decir, ser susceptible de
afectarse o, inclusive, de suprimirse en cada caso concreto, si constituye un obstáculo para el
bienestar de la sociedad, un impedimento para la satisfacción de las necesidades públicas o un
elemento de damnificación colectiva.
En resumen, fácilmente se comprende, de lo que llevamos expuesto, la relación inextricable de
identidad entre el concepto de hombre y de persona y entre éste y el de libertad. Si el hombre es
un ser esencialmente volitivo y si su voluntad se enfoca invariable y absolutamente hacia la
obtención de su felicidad, es evidente que constituye, como lo concibe Kant, un ente auto-
teleológico (persona). Por consiguiente, en función de la auto-teleología, el hombre es
naturalmente libre para concebir sus propios fines vitales y para seleccionar y poner en práctica los
medios tendientes a su realización. De ahí que, filosóficamente, sea un atributo consubstancial de
la naturaleza humana, es decir, que el hombre, en su íntima esencial de la naturaleza humana, es
decir, que el hombre, en su íntima esencia, es libre por necesidad ineludible de su personalidad, o
sea de su auto-teleología, como elemento substancial de su ser.

III. EL INDIVIDUO, LA SOCIEDAD Y EL DERECHO.

Expusimos que el ser humano es quien crea sus propias normas que se resuelven en juicios
lógicos, para poner en juego los medios tendientes a la cristalización de los fines que se proponga,
por lo que se dice que la libertad humana, en los términos genéricos en que la hemos concebido,
esto es, como facultad o posibilidad de forjación de fines y de es cogitación de los medios idóneos
respectivos, subjetivos, es eminentemente autónoma, puesto que ella misma crea sus propias
reglas. Este es, pues, el panorama, que se nos presenta a la observación aislada y singular de la
persona.

Sin embargo, el hombre es un ser esencialmente sociable, o, como dijera Aristóteles, un zoom
politicón, pues es imposible forjar siquiera su existencia fuera de la convivencia con sus
semejantes. La vida social del ser humano es siempre un constante contacto con los demás
individuos miembros de la sociedad, equivaliendo, por tanto, a relaciones de diversa índole,
sucesivas y de reaparición interminable. 10 Ahora bien, para que la vida en común sea posible y
pueda desarrollarse por un sendero de orden, para evitar el caso en la sociedad, es indispensable
que exista una regulación que encauce y dirija esa vida en común, que norme las relaciones
humanas sociales; en una palabra, es menester que exista un Derecho, concebido formalmente
como un conjunto dispositivo. No carece de validez y verdad universales el proverbio sociológico
que dice: ubi homines, sociales; ubi societas, jus, pues el Derecho es inseparable de toda
convivencia humana, que sin él sería imposible.

Pues bien, debiendo tener necesariamente toda sociedad humana un orden jurídico que haga
posible la vida en común y de la comunidad misma, y cuyas disposiciones estén colocadas sobre
la voluntad de los miembros de la sociedad, de tal manera que se imponga a éstos como normas
de conducta en las relaciones sociales, ¿cómo se hace compatible esta circunstancia con la
libertad de la personalidad del hombre? En otras palabras: frente a la autonomía de la persona,
¿cómo opera la heteronomía y la imperatividad del Derecho? Este, en su sentido objetivo, como
conjunto de normas legales o consuetudinarias, impuestas heterónomamente a la sociedad y a sus
miembros, inviolables (en la acepción que Stammler da a concepto), debe necesariamente
respetar la esfera de actividad del sujeto que concierne a su libertad, en los términos ya apuntados.
Puede el orden jurídico muy bien limitar o restringir ese radio de acción del hombre en interés de
los demás, del Estado o de la sociedad; pero nunca imposibilitar el ejercicio de esa facultas
inherente a la personalidad humana: es cogitación de fines vitales y de medios para realizarlos.
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10 Refiriéndose a las ideas de Jacques Maritan, Recaséns Siches asevera: La persona es un todo, pero no un todo cerrado, antes
bien, un todo abierto. Por naturaleza la persona tiende a la vida social y a la comunicación. Es así, no sólo a causa de las
necesidades y de las indigencias de la naturaleza humana, por razón de las cuales cada uno tiene necesidad de los otros para su
vida material, intelectual y moral; sino que es así también por razón de la generosidad radical inscrita en el ser mismo de la persona;
a causa de ese hallarse abierto a las comunicaciones de la inteligencia y del amor, rasgos propios del espíritu y que le exige entrar
en relación con otras personas. En términos absolutos, podemos decir que la personalidad no puede estar sola. Así pues. La
sociedad se forma como algo exigido por la naturaleza, precisamente por la naturaleza humana, como una obra realizada por un
trabajo de la razón y de la voluntad, y libremente concebida.” Panorama del Pensamiento Jurídico en el Siglo XX Tomo II, Pág. 833.
Edición 1963.

En relación con esta cuestión, se nos presenta nuevamente la oportunidad de citar los conceptos
de Terán Mata acerca de la libertas: “. . .se injuria notoriamente la libertas – cuando la organización
jurídica sanciona deberes o facultades según las cuales es válido que los hombres sirvan como
medios o cosas a otros hombres y nada más como medios en la cooperación social, pues solo se
es libre cuando antes que todo en las normas se es tratado como fin. Es decir, cuando la
constitución jurídica de la personalidad no subordina de antemano unos hombres a los fines de
otros exclusivamente.
Así, la libertad jurídica es la adecuación de los medios jurídicos a los fines jurídicos” 11

Dicho de otra manera, existen dos realidades sociológicas incontrovertibles: la potestad libertaria
de que cada sujeto es titular como factor indispensable para que consiga su finalidad vital y la
necesaria restricción, impuesta normativamente por el Derecho, como consecuencia de la
ineludible regulación de las relaciones sociales que cada miembro de la comunidad entable con
sus semejantes. En otras palabras, esas dos realidades suscitan el fenómeno de afrontación entre
la autonomía de la persona humana, revelada en su capacidad natural de forjar fines vitales y de
escogitar los medios para su realización, y la heteronomía o imperatividad del orden jurídico. En
consecuencia, ¡cómo pueden coexistir la potestad libertaria del hombre y el Derecho, que en
esencia es normación, es decir, limitación de la conducta humana?.

La causa final prístina del orden jurídico en una sociedad estriba en regular, como ya se dijo, las
muy variadas relaciones que se entablan en el seno de la convivencia humana. Tal regulación se
establece por modo imperativo, de tal suerte que las normas de conducta que la constituyen rigen
sobre o contra la voluntad de los sujetos a los cuales se aplican. Sin embargo, desde un punto de
vista deontológico, la capacidad normativa del Derecho no es absoluta, esto es, el orden jurídico no
está exento de barreras infranqueables al consignar las reglas de conducta humana que integran
sus diversos ámbitos de normación. 12

La regulación jurídica es indispensable para la existencia, subsistencia y dinámica de la sociedad


en todos sus aspectos. Sin el Derecho, que implanta el orden normativo necesario para la vida
social, ésta no podría desarrollarse. La normatividad jurídica es PATRA toda colectividad humana,
revelada en su capacidad natural de forjar fines vitales y de excogitar los medios para su
realización, y la heteronomía o imperatividad del orden jurídico. En consecuencia, ¿cómo pueden
coexistir la potestad libertaria del hombre y el Derecho, que en esencia es normación, es decir,
limitación de conducta humana?

La regulación jurídica es indispensable para la existencia, subsistencia dinámica de la sociedad en


todos sus aspectos. Sin el Derecho, que implanta el orden normativo necesario para la vida social,
ésta no podría desarrollarse. La normatividad jurídica es para toda colectividad humana lo que el
agua para los peces, o sea, que dichos elementos son imprescindibles para la vida en sus
respectivos casos. En toda comunidad, independientemente de sus condiciones tempo-espaciales,
siempre ha funcionado el Derecho cualesquiera que hayan sido sus modalidades orgánicas y
telefónicas, así como su fuente y su estimación axiológica.
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11 Op. Cit.
12 Sin embargo, tales barreras, pese a los jus-naturalistas, no son a su vez jurídicas ,sino que se traducen en exigencias éticas que
hacen que el Derecho Positivo no sea el injustum jus de los romanos.

Sin embargo, en la actualidad han surgido algunas corrientes, principalmente entre economistas,
sociólogos y “politólogos”, que consideran que el Derecho no solo está en crisis, sino que es un
obstáculo para los cambios sociales. Tales corrientes y sus propugnadores parten del
desconocimiento de lo que es el orden jurídico en sí mismo considerado, es decir, con
independencia de su múltiple y variable contenido. El Derecho en sí es una estructura normativa
susceptible de acoger dentro de la substancialidad de sus normas, principios, reglas o tendencias
de diferentes disciplinas tanto naturales como técnicas y científicas. Además, el Derecho, como
orden normativo, debe reflejar en sus prescripciones fundamentales las transformaciones sociales,
económicas, culturales y políticas que se registren dentro de la vida dinámica de las sociedades
humanas, con el objeto de consolidar los resultados de dichas transformaciones y de regular
imperativamente las relaciones comunitarias conforme a ellos. Sin esta normación jurídica, ningún
cambio que opere en los diversos ámbitos vitales de la sociedad podría tener vigencia,
respetabilidad ni operatividad reales, ya que los postulados de dicho cambio no podrían imponerse
válidamente para regir a la colectividad, toda vez que estarían apoyados exclusivamente en la
fuerza. No tienen, pues, justificación alguna para afirmaciones inconsultas contra el Derecho,
puesto que éste no solo es ningún óbice para el progreso social, sino el conducto por el que
necesariamente todas las transformaciones que experimente la sociedad deben canalizarse.

En resumen, el Derecho como orden normativo de carácter imperativo y coercitivo en sí mismo


considerado, es decir, con abstracción de su variado y variable contenido, no es ni infraestructura
de la sociedad, puesto que en su dimensión formal, no esta sujeto ni al tiempo ni al espacio. Lo
que cambia y debe cambiar constantemente en el Derecho es su contenido, que no debe expresar
sino los cambios sociales. Las críticas contra el Derecho se han dirigido, y muchas veces con toda
razón, contra el contenido de las normas jurídicas, sin que sea lógica ni realmente posible
enfocarlas contra ellas, en cuanto tales es decir, prescindiendo de su contenido. Es más, todas las
transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales tienen la tendencia natural de
plasmarse en un orden jurídico determinado, bien sustituyendo a uno anterior o modificando
esencialmente el existente. No se requiere cavilar mucho ni emprender enjundiosos ni complicados
estudios para evidenciar los anteriores asertos, pues la historia de todos los países del mundo es
el testigo fidedigno e inobjetable que los confirma. 13
Por otra parte y como ya se dijo, la ley o la costumbre, y principalmente la primera debe
necesariamente reconocer y respetar una esfera mínima de actividad individual, permitiendo al
sujeto el ejercicio de su potestad libertaria tendiente al logro de su felicidad. Sin esta restricción
ética-al impulso jurídico de regulación positiva, se eclipsaría totalmente la personalidad humana
como entidad auto-teleológica, para convertirla en un simple medio al servicio del poder legal
ejercitado por los órganos de autoridad en quienes esté depositaba la facultad de elaborar las
leyes. Si el Derecho, como puro conjunto normativo, no respetara la esfera mínima de actuación
individual a que nos hemos referido, se entronizaría en la sociedad la autocracia más execrable y
el régimen más odioso de a-individualismo. 14

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13 Según hemos aseverado, no han faltado deturpadores del Derecho, cuyas impugnaciones se explican por su ignorancia o
desconocimiento del fenómeno Jurídico. Sin embargo, lo que sorprende es que haya juristas o abogados que hagan causa común
con los enemigos de dicha disciplina cultural. Entre ellos figura Eduardo Novoa Monreal, quien, en su libro intitulado “El Derecho
como Obstáculo al Cambio Social”, aparecido en marzo de 1975, sustenta apreciaciones que denotan ligereza y falta de
fundamento y que contradicen consideraciones muy importantes que el mismo formula en su propia obra. Al criticar al Derecho
comete el mismo error metodológico en que incurren sus impugnadores, consistente e atacar el orden jurídico en sí mismo, tomando
exclusivamente como base el contenido variable de sistemas de derecho concretos históricamente dados. La contradicción a que
nos referimos resulta de las afirmaciones que Novoa Monreal hace en su mencionado libro, y que, en síntesis, son las siguientes:
“Este cada vez mayor alejamiento del Derecho de la realidad social y su renuencia a satisfacer lo que toda sociedad alerta a sus
propios fines espera de él, no es, sin embargo, su aspecto negativo más saliente.
A nuestro juicio la nota más deprimente reside en que los preceptos, esquemas y principios jurídicos en boga se van convirtiendo
gradualmente no solo en un pesado lastre que frena el progreso social, sino que llega, en muchas ocasiones,. A levantarse como un
verdadero obstáculo para éste.
“Desde hace años nos inquieta comprobar que el Derecho ha perdido la vitalidad que debía serle propia y que empieza a cargar
como un peso muerto sobre el desarrollo y avance de las estructuras sociales.
“En suma, a nuestro juicio, el Derecho se presenta y vale como un instrumento de organización social, que debe ser puesto al
servicio de la sociedad y de los hombres que integran, para facilitar y permitir una forma de estructura y de relaciones sociales que
asegure a todos los individuos su más pleno desenvolvimiento humano, dentro de una sociedad capaz de promoverlo y asegurarlo”
(Op. Cit. Págs. 11 y 14)
Posteriormente el mismo Novoa Monreal alude a las notas que caracterizan al Derecho, y con cuyo contexto estamos acordes
mutatis mutandis, permitiéndonos transcribir la forma como las presenta: “Las notas del Derecho que nos interesa destacar, tras el
examen realizado en los capítulo precedentes y que se desprenden de lo que en ellos expusimos son:
“a) el Derecho tiene por objeto esencial imponer en la sociedad un régimen determinado de ordenación; el Derecho es en sí mismo
un conjunto de reglas que fuerzan a un orden dado de la sociedad y de sus miembros.
“b) el conjunto sistemático de reglas jurídicas obligatorias que el Derecho aporta a la sociedad constituye solo el medio para que se
alcance un determinado orden social. El Derecho, por consiguiente, es puramente instrumental y, por sí mismo, no se integra con ni
comprende los fines o las ideas sustanciales que inspiran la ordenación que está encargado de sostener bajo amenaza de coacción.
“c) es la política, como ciencia y práctica del gobierno de la sociedad, que en esto obra auxiliada por la economía y la sociología, la
que señala las ideas directrices y lineamientos que aspiran a conformar de una manera dada a la sociedad; el Derecho solamente
opera como apoyo formal de esas ideas y cumple la función de obtener que los hombre observen una conducta que permita
hacerlas realidad.
“d) debido a lo anterior, al Derecho no le toca decidir sobre el sentido de las normas que la política le pide elaborar con el fin de
realizar una cierta concepción de lo que debe ser el gobierno, estructura y disposición interna de la sociedad y de sus miembros.
“e) siendo así, no puede decirse que el Derecho se rija por principios absolutos, como instrumento formal es eminentemente relativo
y por hallarse al servicio de directivas ajenas, su función la sirve obteniendo que esas directivas sean efectivamente cumplidas en la
vida social. Para ello puede utilizar variados mecanismos, que serán correctos en cuanto sean aptos para lograr ese obedecimiento.
“f) sobre esa base, no hay en el Derecho principios de fondo preestablecidos. Se opera en él considerando las posibilidades que
admite el ambiente social siempre cambiante y usando habilidad para lograr la mayor eficacia de las normas con el mínimo de
esfuerzo de los mecanismos sociales disponibles. Los criterios prácticos son de los decisivos en él.
“g) mucho menos hay preceptos o principios jurídicos inmutables. Las normas jurídicas deben adaptarse constantemente a la
evolución y cambios que experimenten las ideas políticas directrices y a las variaciones continuas del ambiente social, que exigen
alterarlas para mejor cumplir esas ideas, aun cuando estas mismas permanezcan inalterables por un tiempo. El jurista debe estar,
por ello, siempre alerta a la readaptación de las normas; las formulas jurídicas tienen que ser dinámicas y hallarse en reelaboración
permanente, porque la sociedad y sus concepciones políticas tienen la movilidad de los organismos vivos.” (Op. Cit. Págs. 80 y 81).
La contradicción que se advierte en la obra de Novoa Monreal radica en que, por una parte, considera al Derecho “como obstáculo
al cambio social” sin distingo ni salvedad, y, por la otra, estima, como nosotros en cierto modo, que el Derecho es indispensable
para la vida social y que las disposiciones que integran básicamente su orden normativo deben constantemente renovarse y
actualizarse conforme a las transformaciones que vaya experimentando la colectividad humana, lo que no sólo no implica el
“obstáculo” de que dicho autor chileno habla, sino la canalización jurídica de los postulados que resulten de los cambios sociales.
14 El liberticidio, o sea, la eliminación de la libertad humana dentro de un contexto político, social y económico, ha sido un fenómeno
que la historia registra con cierta frecuencia. Su causación ha obedecido paradójicamente a la tutela jurídica de la libertad del
hombre dentro de la sociedad, tutela que es uno de los atributos de todo régimen auténticamente democrático. Así, al amparo de
esa protección jurídica, los enemigos de la libertad se valen de ella para luchar por la entronización de sistemas autocráticos y
totalitarios. Con toda razón el pensamiento digno del hombre ha proclamado el principio de que no puede haber libertad contra la
libertad, condenando todas aquellas tendencias, de variada ideología y hasta a-ideológicas, que, aprovechando abusivamente las
libertades jurídicas dentro de los regímenes democráticos, se empeñan en destruirlas para implantar dictaduras de derecha o de
izquierda. Al respecto, el maestro Luis Recaséns Siches advierte que “no debe permitirse el ejercicio de la libertad encaminado a la
supresión de la libertad” y que “cualquier conducta externa que se proponga la supresión de las libertades básicas de la persona
individual debe ser definida como tipo de delito y castigada con severas penas, tiene una intrínseca calidez y una plenaria
justificación en todo lugar”, agregando que “tal principio se ha actualizado con máximo relieve, con perentoria urgencia en nuestros
días, lo mismo a modo de necesidad práctica inesquivable, como también en tanto que problema que requiere apremiantemente
una plena justificación teórica”. (Cfr. “El Delito de Ejercitar la Libertad para Destruir la Libertad”. Artículo publicado en la Revista
Mexicana de Derecho Penal, volumen correspondiente a noviembre de 1964.)

En síntesis, el contenido de la norma jurídica debe radicar precisamente en la regulación de las


relaciones entre los hombres, esto es, debe encauzar aquel aspecto de su actividad que implique
relaciones y juego de intereses recíprocos, bien de particulares entre sí, o entre éstos y los sociales
o viceversa, para establecer el orden correspondiente, respetando siempre un Mínimo de libertad
humana y haciendo invulnerables también los factores extrínsecos de su ejercicio: la igualdad y la
propiedad, sin los que aquélla sería nugatoria.

Cualquier régimen Jurídico, social o político debe tener siempre presente en su implantación y en
su funcionamiento ese mínimo de libertad y los mencionados factores de ejercicio de ésta, si no se
quiere degenerar en la autocracia y gestar pueblos serviles y abyectos, creando su orden jurídico
respectivo en atención a las condiciones historias de cada Estado en concreto. Así, cualquier
régimen estatal, liberal, socialista, etc., será respetable y respetado, pues estaría basado en la
dignidad y en la libertad de la persona humana. Y no se diga que sobre ésta en particular existen
entidades superiores, como el pueblo, el Estado, la sociedad la nación, etc., en aras de cuyo
beneficio el ser humano debe sacrificarse totalmente hasta el grado de renunciar a su propia
libertad mínima, puesto que esta aseveración sería no solo paradójica, sino contradictoria consigo
misma, ya que es imposible que un todo tenga bienestar y felicidad, cuando sus partes son
desdichadas y están postradas en la abyección u en el servilismo. Una cosa es armonizar intereses
sociales con particulares, establecer una adecuada relación jurídica y social entre ellos, dar
primacía a los primeros respecto de los segundos en ciertos aspectos, y otra cuestión totalmente
distinta es eclipsar a la persona humana en toda su integridad, para convertirla en un mero
engrane de una gran maquinaria manejada oligárquica o autocráticamente. En conclusión,
independientemente del régimen jurídico, social y político de que se trate, todo sistema estatal
debe respetar a la persona humana, absteniéndose de eliminar y hasta de vulnerar su mínimo de
libertad en los términos expuestos con antelación, si no se quiere incidir en la autocracia arbitraria
y despótica, de la que la historia es prolífica en ejemplos.

Para ilustrar las anteriores afirmaciones, recurramos a un ejemplo extraído de nuestra legislación
constitucional positiva, tomando como base una corriente política que, dada su índole, podría
suscitar la creencia de que el orden jurídico no debe respetar el mínimo de libertad a que hemos
aludido: el intervencionismo de Estado. Es evidente que nuestro artículo 123 fue la consecuencia
legislativa de una idea, de un propósito tendiente a procurar para la clase trabajadora un mínimo
de garantías sociales frente al otro factor de la producción: el capital. La amarga experiencia
histórica que se había adquirido con motivo de las consecuencias del liberalismo absoluto,
derivado de los postulados de la Revolución Francesa, en el sentido de que la tan decantada
igualdad entre los hombres frente a la ley solo tenía una existencia teórica, pues en la realidad
propiamente había una verdadera desigualdad y una notoria inequidad, debida a la diversidad de
condiciones de hecho en que los individuos se encontraban, hizo que el Estado se propusiera, una
veces obedeciendo a un espíritu gracioso, como en Alemania, y otras impelido por movimientos
obreristas, intervenir a favor de la clase social desvalida, de aquella que realmente era la débil en
las relaciones jurídicas y sociales. En esta virtud, no solo se consagraron garantías sociales a favor
de la clase trabajadora en general y del trabajador en particular frente a la parte fuerte de la
relación de trabajo, sino que por actos de fiscalización diversos, que no son del caso mencionar, se
procuró que las condiciones reales de la prestación del servicio implicaran la ejecución concreta de
los preceptos legales relativos, tal como sucede con nuestro artículo 123 y con la ley reglamentaria
correspondiente o Ley Federal del Trabajo.

Pues bien, ¡Cual es la causa final del supradicho precepto constitucional?


¿Qué es lo que en realidad vienen a establecer sus disposiciones diversas, en que se patentiza la
intervención del Estado en la relación de trabajo? Ante todo, el artículo 123 y la legislación sobre la
materia fueron los remedios normativos más idóneos para subsanar las condiciones de verdadera
desigualdad y desequilibrio que existían antes de la expedición de la Constitución de 1917 entre
los sujetos de la relación de trabajo. Los constituyentes de Querétaro, al formular el artículo 123,
quisieron sobre todo colocar a la parte débil, al trabajador, en una situación de igualdad frente al
patrón, mediante la consagración de un mínimo de garantías, de tal manera que aquél no se viera
ya coaccionado en la formación contractual por todas aquellas circunstancias que lo impelían a el
artículo 123 la igualdad de situaciones entre palabras, al pretender instituir el artículo 123 la
igualdad de situaciones entre patrones y trabajadores, al procurar establecer un equilibrio entre
esos dos factores de la producción en la creación de la relación de trabajo, propiamente quiso
garantizar al obrero su libertad, eliminando, o al menos suavizando, los escollos de hecho que lo
coartaban, sin suprimir totalmente, por lo demás, la libertad contractual entre ambas partes, por
razones que no son del caso indicar.

Hemos apelado a este ejemplo para demostrar que aun en regímenes de intervencionismo de
Estado como es el nuestro, cuando menos en materia de trabajo, no sólo se respeta el mínimo de
libertad tantas veces aludido sino que se procura garantizarlo mediante el establecimiento de uno
de los elementos indispensables para su ejercicio que también ya hemos mencionado: la igualdad.

IV. INDIVIDUALISMO Y COLECTIVISMO (TOTALITARISMO)

Las anteriores elucubraciones han tenido como materia central al elemento “persona humana” en
relación con la sociedad y frente al orden jurídico. Pero además de la entidad individual, existen en
el seno de la convivencia humana esferas de intereses que pudiéramos llamar colectivos, es decir,
intereses que no contraen a una sola persona o a un número limitado de sujetos, sino que afectan
a la sociedad en general o a una cierta mayoría social cuantitativamente indeterminada. Frente al
individuo, pues, se sitúa el grupo social; frente a los derechos de aquél existen los derechos
sociales. Estas dos realidades, estos dos tipos de intereses aparentemente opuestos reclaman, por
ende, una compatibilización, la cual debe realizarse por el propio orden jurídico de manera
atingente para no incidir en extremismos peligrosos como los que han registrado en la historia
humana contemporánea diversos regímenes estatales.

A título de reacción contra el sistema absolutista, que consideraba al monarca como el depositario
omnímodo de la soberanía del Estado, como réplica a la desigualdad social existente entre los
hombres desde un punto de vista estrictamente humano, los sociólogos y políticos del siglo XVIII
en Francia principalmente, tales como Rousseau. Voltaire. Diderot, etc. Etc., observando las
iniquidades de la realidad, elaboraron doctrinas que preconizaban la igualdad humana. Como
contestación a la insignificancia del individuo en un Estado absolutista, surgió la corriente jurídico-
filosófica del jus-naturalismo (aun cuando en épocas anteriores, desde el mismo Aristóteles, a
través de la filosofía escolástica, y hasta los pensadores del siglo XVIII, ya se había hablado de un
derecho natural) que proclamo la existencia de derechos congénitos al hombre superiores a la
sociedad. Tales derechos deberían ser respetados por el orden jurídico, y es más, deberían
constituir el objeto esencial de las instituciones sociales, idea que prohijaron entre nosotros los
Constituyentes de 1856-57. El jus-naturalismo, por ende, exaltó a la persona humana hasta el
grado de repujarla como la entidad suprema en la sociedad, en aras de cuyos intereses debería
sacrificarse todo aquello que implicara una merma o menoscabo para los mismos. De esta guisa,
los diversos regímenes jurídicos que se inspiraron en la famosa. Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano de 1789, eliminaron todo lo que pudiera obstaculizar la seguridad de los
derechos naturales del individuo, forjando una estructura normativa de las relaciones entre
gobernantes y gobernados con un contenido eminentemente individualista y liberal. Individualista
porque, como ya dijimos consideraron al individuo como la base y fin esencial de la organización
estatal; y liberal en virtud de que el Estado y sus autoridades deberían asumir una conducta de
abstención en las relaciones sociales, dejando a los sujetos en posibilidad de desarrollas
libremente su actividad, la cual solo se limitaba por el poder público cuando el libre juego de los
derechos de cada gobernado originaba conflictos personales. Fiel a la idea de no obstaculizar la
actuación de cada miembro de la comunidad, el liberal-individualismo proscribió todo fenómeno de
asociación, de gobernados para defender sus intereses comunes, pues se decía que entre el
Estado como suprema persona moral y política y el individuo no deberían existir entidades
intermedias. Es más, la tesis individualista pura, en su implicación estricta o rigurosa, ha tendido a
repudiar a la sociedad y al Estado como realidades distintas de las entidades individuales. Por
necesidad sociológica y jurídica el individualismo clásico no se atrevió a proclamarse anti-social o
anti-estatal, es decir, proscriptor de la sociedad y del Estado, aunque su natural inclinación lo
condujera al anarquismo, como expresión culminatoria de su postura. Según afirma Solages, 15 “la
sociedad no se le presenta (al individualismo), sino como una yuxtaposición de individuos, una
suma o un agregado. Nada hay en ella, por consiguiente, que sea fuente de unidad real”.
_____________________
15 Colección de Estudios Sociales. Persona y Sociedad. Traducción de Héctor González Uribe. “Editorial Jus”, 1947, Pág. 109.

Como toda postura extremista y radical, el liberal-individualismo incidió en errores tan ingentes, que
provocaron una reacción ideológica tendiente a concebir la finalidad del Estado en un sentido
claramente opuesto. Los regímenes liberal-individualistas proclamaron una igualdad teórica o legal
del individuo; asentaban que éste era igual ante la ley, pero dejaron de advertir que la desigualdad
real era el fenómeno inveterado que patentemente se ostentaba dentro del ambiente social. No
todos los hombres estaban colocados en una misma posición de hecho, habiéndose acentuado el
desequilibrio entre las capacidades reales de cada uno merced a la proclamación de la igualdad
legal y del abstencionismo estatal. El Estado, obedeciendo al principio liberal del Laissez faire,
Laissez passer; tout va de lui-meme, dejaba que los hombres actuaran libremente, teniendo su
conducta ninguna o casi ninguna barrera jurídica: las únicas limitaciones a la potestad libertaria
individual eran de naturaleza eminentemente fáctica. De esta manera, era más libre el sujeto que
gozaba de una posición real privilegiada, y menos libre la persona que no disfrutaba de
condiciones de hecho que le permitieran realizar sus actividades conforme a sus intenciones y
deseos. Al abstenerse el Estado de acudir en auxilio y defensa de los fácticamente débiles,
consolido la desigualdad social y permitió tácitamente que los poderosos aniquilaran a los que no
estaban en situación de combatirlos en las diversas relaciones sociales. Tratar igualmente a los
desiguales fue el gravísimo error en que incurrió el liberal-individualismo como sistema radical de
estructuración jurídica y social del Estado.

Las consecuencias de hecho que de tal régimen se derivaron fueron aprovechadas para la
proclamación de ideas colectivistas o totalitarias, al menos en el terreno económico,
manifestándose abiertamente opuesta a las teorías individualistas y liberales. El individuo, según el
colectivismo, no es ni la única ni mucho menos la suprema entidad social. Sobre los intereses del
hombre en particular existen intereses de grupo, que deben prevalecer sobre los primeros. En caso
de oposición entre la esfera individual y el ámbito colectivo, es preciso sacrificar al individuo, que
no es, para las ideas colectivistas, sino una parte del todo social cuya actividad debe realizarse en
beneficio de la sociedad. Como ésta persigue fines específicos, los objetivos individuales deben
ser medios para realizarlos, dejando de ser la persona humana, por tal motivo, un auto-fin, para
convertirse en un mero conducto de consecución de las finalidades sociales, variables según el
tiempo y el espacio y de hecho impuestas por gobiernos ocasionales. Al individuo, por ende, le
está prohibido desplegar cualquier actividad que no solo sea opuesta, sino diferente, de aquella
que se estime en el totalitarismo como idónea para lograr tales fines sociales específicos.

"Lo que caracteriza la forma sociológica de los regímenes totalitarios dice Solages. 16 es que la
colectividad anuncia la pretensión de regir toda la actividad de los individuos, a la que subordina
estrechamente en todos los dominios. El poder que la misma reivindica no es solamente
reglamentario, sino que quiere dirigir e inspirar hasta la actividad intelectual y moral de los
ciudadanos y obtener por la educación un conformismo general según el tiempo determinado de
antemano." "Los individuos --y las diversas sociedades particulares a las que pueden pertenecer y
de cuya trama se compone la sociedad entera -- son considerados, en estos sistemas, como las
partes de un todo y este todo es concebido como un organismo único en el que las cálulas no
gozan de una autonomía verdadera. Estos diversos elementos le están subordinados. Por
consecuencia, las personas son para la sociedad como las partes para el todo: están relegadas al
rango de medio al servicio del fin social."
_______________________
16 Op. cit. Págs. 119, 121 y 122

"Para el transpersonalismo (como suele denominarse en la filosofía jurídico-política al totalitarismo


estatal o colectivismo social), que se centra axiologicamente en la colectividad, el individuo
aparece como un producto efímero, de escasa o nula importancia: un sinnúmero de individuos
vienen y se van de la colectividad. En ella los individuos sólo están para ser soportes y agentes de
la vida superior de la "totalidad", para llevarla, promoverla y elevarla. Desde el punto de vista de los
valores, el individuo no viene en cuestión: es mera materia de formaciones superiores. Sólo tienen
importancia los fines de la colectividad y el proceso de esta. El individuo sólo adquiere valor en la
medida en que mueve ese proceso y sirve a esos fines de la "totalidad"; su relevancia axiologica
deriva únicamente del valor que represente para la colectividad y para el proceso de la historia.
Incluso las más grandes personalidades tienen valor solo por razón de la "totalidad" colectiva. Se
ha llegado a decir por la concepción transpersonalista, que la colectividad solo soporta a los
individuos cuya conducta se ajusta totalmente a los fines de ella, debiendo destruir a los inservibles
y a los disidentes" 17

V. EL MARX-LENINISMO

A. Su exposición sucinta

Es de vital importancia conocer las tesis básicas de la llamada ideología marx-leninista, que como
bandera demagógica se trémola contra los regímenes democráticos, para consolidar los principios
que hemos expuesto en torno a la persona humana y a sus relaciones con la sociedad, mediante
una sana y buena crítica de los postulados en que esa ideología se sustenta y los objetivos que
persigue. No está en nuestro ánimo formular una exposición exhaustiva del marx-leninismo, es
decir, abordar el tratamiento de todos y cada uno de sus aspectos, pues ello rebasaría los límites
del presente libro. Solo nos interesa, en función del tema introductorio de esta obra, estudiar la
situación que teóricamente ocupa la persona humana dentro de su marco idéntico y en la que se la
coloca en el supuesto de que el Marx leninismo se implantara cabalmente en la realidad social.
Aunque el marx-leninismo tenga una base eminentemente socio-económica y represente una
tendencia política, su repercusión en el campo del derecho es innegable, sin que, por ende, deba
pasar inadvertida para el jurista, máxime que, según lo constataremos, en las diferentes etapas del
desarrollo integral de dicha corriente, la proscripción de lo jurídico es su signo característico.
______________________
17 RECASÉNS SICHES, Filosofía del Derecho, Págs. 305 y 306.

Partiendo de la idea de que la sociedad burguesa, es decir, no comunista, está constituida por dos
clases: la de los explotadores o propietarios de los medios de producción y la de los explotados, o
sean, los obreros y campesinos, Marx u Engels conciben al Estado y al Derecho como la
"maquinaria coercitiva destinada a mantener la explotación de una clase por otra" 18 La aspiración
comunista, sostienen, consiste en destituir el Estado y el Derecho "burgues" y sustituirlos por la
"dictadura del proletariado", como etapa política de transición, para llegar finalmente a la "sociedad
comunista", "En el Manifiesto Comunista se lee, dice Kelsen, que el propósito inmediato de los
comunistas es derrocar el dominio de la burguesía, conquistar el poder político para el proletariado.
El proletariado utilizará su predominio político para arrancar paso a paso todo el capital a la
burguesía, para concentrar todos los medios de producción en manos del Estado, es decir, del
proletariado organizado como clase dominante" 19

Ahora bien, la dictadura del proletariado, o sea, la concentración del poder político del Estado en la
clase social de los "explotados", no es sino una situación transitoria para lograr la finalidad única o
definitiva de la revolución comunista, que consiste en la consecución de una sociedad "sin clases",
o sea, de "una asociación en la cual el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre
desarrollo de todos" 20 y cuyo establecimiento significará la extinción del Estado, pues como
afirmaba Engels: La sociedad que organice nuevamente la producción sobre la base de la
asociación libre e igualitaria de los productores, colocará toda la maquinaria del Estado en el lugar
que entonces le corresponderá: el museo de antigüedades, al lado de la rueca y de la hacha de
bronce." 21 E esa sociedad "sin clases", afirmaba Marx, "podrá ser sobrepasado por completo el
estrecho horizonte del derecho burgués, y solo entonces inscribirá la sociedad en su bandera: de
cada uno según sus necesidades." 22

La evolución gradual que, según Marx y Engels, experimentará necesariamente la sociedad


humana a través de las tres etapas a que nos hemos referido, se sustituye en el pensamiento de
Lenin por la revolución violenta. La clase social de los "explotados" (obreros y campesinos) debe
arrebatar cruentamente el poder político a los "explotadores" (dueños de los medios de producción
y de la tierra), para establecer la "dictadura del proletariado", dentro de cuyo régimen deben
adoptarse y practicarse medidas drásticas a efecto de consolidarla y de preparar el advenimiento
de la "sociedad perfecta", es decir, de la sociedad comunista, en la que, por la desaparición de las
clases, ya no habrá Estado, o sea, poder coactivo, pues la vida social se compondrá
espontáneamente mediante la observancia de "sus reglas elementales" surgidas de la costumbre.
______________________
18 HANS KELSEN, Teoría del Derecho y del Estado, Pág. 17
19 Op. cit., Págs. 49 y 50
20 KELSEN. Op, cit., Pág. 52
21 Ibíd. Pág. 57
22 Ibíd. Pág. 59

"La dictadura del proletariado, afirma Lenin, produce una serie de restricciones a la libertad en el
caso de los opresores, de los explotadores, de los capitalistas. Debemos aplastarlos a fin de liberar
a la humanidad de la esclavitud del salario; su resistencia debe ser quebrada mediante la fuerza.
Es claro que donde hay represión hay también violencia; no hay libertad, no has democracia."
"Bajo el capitalismo, agrega, tenemos un Estado en el sentido propio del vocablo, esto es, una
maquinaria especial para la presión de una clase por otra. . . Durante la transición del capitalismo
al comunismo la represión es aún necesaria; pero es la represión de la minoría de explotadores por
la mayoría de los explotados. Todavía es necesario un aparato especial, una maquinaria especial
de represión, el "Estado", pero se trata ahora de un Estado transicional, no ya de un Estado en el
sentido usual. . ." 23

Cuando la clase de los "explotados" haya conquistado violentamente el poder político, cuando los
"explotadores" hayan desaparecido completamente de la sociedad, la dictadura del proletariado, es
decir, el "Estado socialista de transición", ya no tendrá razón de subsistir, pues habrá sido
reemplazado por la "sociedad comunista", cuya vida no necesitará de ninguna organización
coactiva. "El proletariado, sostiene Lenin, arroja a un lado, considerándola una mentira burguesa,
la máquina llamada Estado.
Hemos quitado esa máquina a los capitalistas; la hemos tomado para nosotros. Con ella ---o con
un garrote--- haremos pedazos toda clase de explosión y ---cuando ya no quede ninguna
posibilidad de explotación en el mundo, cuando ya no queden dueños de tierras o de fábricas,
cuando ya no se harten unas mientras los muchos padecen hambre--- sólo entonces, cuando ya no
existan esas posibilidades, devolveremos esa máquina para que sea destruida. No habrá entonces
ni Estado ni explotación" 24 prediciendo que la extinción del Estado obedecerá a que "liberado de la
esclavitud capitalista, de los indecibles horrores, el salvajismo, los absurdos e infamias de la
explotación capitalista, el pueblo se acostumbrará gradualmente a observar las reglas elementales
de la vida social, conocidas durante siglos y repetidas durante miles de años en todos los textos
escolares; se acostumbrará a observarlas sin fuerza, sin compulsión, sin subordinación, sin el
aparato compulsivo especial que se llama Estado" 25
______________________
23 Ibíd. Págs. 81, 82 y 83.
24 KELSEN. Op. cit., Pág. 85

B. Su crítica

El marx-leninismo es una teoría que se auto-califica como revolucionaria y que firma preconizar
una política revolucionaria. Su móvil es la abolición de la propiedad privada de los medios de
producción, o sea su socialización. Por consiguiente, importa una ideología de contenido
esencialmente económico, para cuya implantación proclama dos objetivos: uno inmediato, a saber,
el establecimiento de la dictadura del proletariado como situación política transitoria y otro mediato,
es decir, la creación de la sociedad comunista como finalidad definitiva.

Para conseguir el primero de estos objetivos adopta como táctica de lucha de violencia, es decir, la
conquista cruenta del poder político para aniquilar a los dueños o detentadores de los medios de
producción; y para obtener el segundo, predice y fomenta la educación psicológica del pueblo para
vivir dentro de las "reglas elementales de vida de la sociedad" (se entiende bajo la concepción
comunista), y cuya observancia será "natural y espontánea" y no requerirá de poder coactivo
alguno para hacerlas cumplir, vaticinando, por este motivo, la desaparición del "Estado"
Consiguientemente, para el marx-leninismo la sociedad comunista o sociedad "perfecta", en que ya
no existirá ninguna "clase", ninguna explotación del hombre por el hombre, será una sociedad "sin
Estado" y quizá "sin Derecho", pues éste habrá sido reemplazado por esas "reglas elementales" de
la vida social.

El cuadro ideológico del marx-leninismo no puede ostentar mayores aberraciones que, proyectadas
a la realidad social, se convierten en tan monstruosas atrocidades, que no sólo aherrojan la libertas
del hombre y afectan su dignidad, sino que propenden a alterar su naturaleza como individuo y
como ente social. La concepción marx-leninista de la sociedad humana atenta contra su ser
esencial, predestinándola a la condición de grupo o masa gregaria que únicamente se da en el
reino animal.

Estas afirmaciones, que podrían antojarse apasionadas o fruto de una vehemente animosidad
contra el marx-leninismo, se deducen, sin embargo, el análisis jurídico-político y aun simplemente
lógico de las tesis que preconiza.

Es inconcluso que toda evolución se traduce en un movimiento violento que persigue la


destrucción de un determinado régimen para sustituirlo por otro en que se realicen política, jurídica
y socialmente los móviles que la inspiran y los motivos teleológicos que la impulsan. La revolución
es por ello formalmente al mismo tiempo destructiva y constructiva. Bajo el primer aspecto, la que
proclama el marx-leninismo no tiene nada de censurable, ya que su finalidad estriba en abolir el
régimen capitalista para reemplazarlo por un sistema económico en que los medios de producción
no se concentren en ciertos grupos o clases, sino que su detentación o posesión y utilización
correspondan al pueblo. Sin embargo, si éste es su objetivo económico definitivo o mediato, la
revolución marx-leninista persigue un fin inmediato, que a su vez es la manera sine qua non para
implantar la sociedad comunista, y que consiste en el establecimiento de la dictadura del
proletariado, la cual, organizada políticamente, es el "estado socialista" como aparato transitorio de
coacción para suprimir las "clases explotadoras", para impedir su resurgimiento y para "educa" al
pueblo en la vida social comunista que se desarrollará "espontáneamente" sin la maquinaria
estatal.
______________________
25 Ibíd. Pág. 86.

Ahora bien, es en la implantación de esa dictadura donde radica una de las más ingentes
aberraciones del marx-leninismo, pues bajo la ficción de que su ejercicio lo imputa al "proletariado",
en el fondo arrastra a los pueblos hacia el autocratismo o totalitarismo estatal absoluto. La sola
expresión "dictadura del proletariado" es un contrasentido y únicamente puede engañar con los
fuegos fatuos que de ella se desprenden a los ingenuos o ignorantes.

La dictadura, 26 por esencia, entraña un régimen en que el poder político se detenta por un sujeto o
un grupo de sujetos que concentra todas las funciones del estado y que actúa sin sujeción a
ninguna norma jurídica pre-establecida, sino conforme a su irrestricta e irrestringible voluntad. La
dictadura, por tanto, implica un gobierno unipersonal u oligárquico en los ejecutivo, legislativo y
judicial, y a-jurídico, pues aunque el dictador (individuo o grupo) suela expedir leyes, éstas, por una
parte, no serán sino expresiones de sus voliciones exclusivas, y, por la otra, siempre variables o
suprimirles a su arbitrio. Todo dictador puede, en consecuencia, atribuirse la frase célebre de Luis
XIV que condensa su poder omnímodo: "El Estado soy yo." 27

Frente a la implicación del concepto de "dictadura", ¡puede sostenerse con validez y sentido común
que haya "dictadura del proletariado"? Con el nombre de "proletariado" se ha designado a la masa
de "explotados", o sea, de obreros y campesinos principalmente y que sin duda constituyen los
sectores humanos mayoritarios de un conglomerado social. ¿Puede esa masa de hombres,
cuantitativamente enorme y cualitativamente heterogénea, diseminada en un vasto territorio, sin
conciencia uniforme sobre sus problemas, necesidades y conveniencias, ejercer un gobierno
dictatorial? ¿Es lógico aceptar que ese conjunto humano en su totalidad o los innumerables
individuos que lo componen, sean a la vez gobernantes y gobernados? ¿Es admisible que el
proletariado, o sea, la mayoría popular, ejerza la dictadura sobre sí mismo, en el supuesto,
preconizado por el marx-leninismo, de que ya hubiesen sido destruidas las otras clases sociales?
____________________
26 No nos referimos a la dictadura como institución jurídico-política que se proclamaba en Roma y en Grecia con motivo del
surgimiento de una situación de emergencia que obligaba a depositar las funciones del Estado en un gobierno unipersonal y que
subsistía transitoriamente mientras durara dicha situación.
27 El mismo Lenin sostenía que: "La dictadura es un Poder que se apoya directamente en la violencia y no esta sometido a la ley
alguna", agregando: "La dictadura revolucionaria (sic) del proletariado es un Poder conquistado y mantenido por la violencia
empleada por el proletariado contra la burguesía, un Poder no sujeto a ley alguna." (V. I. Lenin. Marx, Engels y el marxismo, pág.
297. Ediciones Palomar. México, 1960.)

La respuesta negativa a estos interrogantes está invívitas en su planteamiento. No puede haber ni


política ni realmente "dictadura del proletariado", locución que sólo ha servido de bandera
demagógica al marx-leninismo para atraer hacia la esclavitud y a la postración servil a los pueblos.
La mencionada dictadura es, de hecho, la de un hombre o de una oligarquía mantenida mediante
una maquinaria coercitiva que Marx. Engels y Lenin llamaban "Estado", y en la que el proletariado
no es sujeto sino objeto de gobierno, no es pastor sino rebaño.

Por otra parte, la dictadura equivale a la negación de la seguridad jurídica, sin la cual la persona
humana, independientemente de su condición social específica, no puede conservar su naturaleza
auto-teleológica ni, por ende, su libertad dentro de la vida social, pues se convierte en instrumento
al servicio ilimitado e ilimitable del gobernante dictatorial y en simple medio de realización de su
voluntad arbitraria, es decir, no sometida a ningún régimen de derecho. En una dictadura, o el
gobernado se resigna a esa condición servil e indigna para poder sobrevivir o es eliminado. Tal es
el pavoroso dilema que afronta el hombre dentro de un estado dictatorial, con independencia de la
ideología que éste sustente o conforme a la cual se haya organizado.

Además las decisiones de un gobierno dictatorial son dogmáticas, es decir, no susceptibles de


crítica valorativa alguna dentro del régimen respectivo. "Quod principii placuit, legis habet vigorem"
es la máxima que recoge el absolutismo político de los otrora Estados monárquicos y que se aplica
a cualquier dictadura de todos los tiempos como un alud que aplasta la libertad de expresión del
pensamiento. Censurar al dictador, aun con un propósito constructivo, equivale al suicidio, al
cautiverio o al destierro.

Ninguna revolución auténticamente popular ha tenido como aspiración el establecimiento de un


régimen dictatorial. Es más, las dictaduras de cualquier índole han provocado múltiples
movimientos revolucionarios. La historia político-social de la humanidad nos proporciona
innumerables ejemplos que seria ocioso señalar. Las aspiraciones de un pueblo, sus ideas, su
designio de mejorar sus condiciones de vida su querer, en una palabra, han tendido a estabilizarse
o institucionalizarse en un orden jurídico, implantable e implantado al triunfo de la revolución. Sería
negar la historia y desfigurar la teleología revolucionaria con el solo hecho de concebir a un pueblo
que quisiese vivir fuera de toda legalidad, es decir, que pretendiese abolir un régimen jurídico-
político sin sustituirlo por otro mejor, o sea, que tratase de entronizar la opresión renunciando a la
libertad y depositando su destino en un poder dictatorial. Sería francamente absurdo, ilógico y
contrario a la dinámica natural de los pueblos, que, mediante una revolución, abdicaran de su
condición de sociedades humanas para convertirse en masas serviles con el único "derecho" de
obedecer y callar ante la voz imperativa de sus amos. Un pueblo que quiera, por propia voluntad,
ser instrumento de una dictadura, ser esclavo de sus gobernantes, no merece sino el repudio de la
historia y su rechazamiento por la conciencia libertaria universal. Un pueblo soporta y padece la
dictadura, pero jamás la desea; nunca puede erigirla a la categoría de finalidad revolucionaria o
evolutiva, aunque sea con un carácter transitorio, pues hasta que así la acepte como objetivo, para
que así mismo se condene a sufrirla indefinidamente. Si revolución implica progreso en todos o en
cualquiera de los órdenes de la vida popular y si ese progreso aspira a institucionalizarse mediante
el Derecho para asegurar la respetabilidad y la observancia de sus resultados, toda tendencia que
se enfoque hacia la supresión de la normatividad jurídica significa necesariamente regresión, o lo
que es lo mismo, contra-revolución.

Por ello, el marx-leninismo, al proclamar la "dictadura del proletariado" como objetivo inmediato de
la revolución que preconiza, es una tesis contrarrevolucionaria y regresiva, pues lejos de perseguir
la liberación de los obreros y campesinos mediante un orden jurídico que garantice sus conquistas
en el campo socio-económico, los proyecta hacia la opresión gubernativa, es decir, los sujeta a un
poder político omnímodo y arbitrario. Ya hemos dicho que la expresión "dictadura del proletariado"
encierra un contrasentido desde el punto de vista conceptual o eidético e implica una falacia en el
terreno de la realidad política con que se pretende deslumbrar a la ingenuidad popular. El
proletariado, o sea, el conglomerado de obreros y campesinos no puede por sí mismo ejercer
dictadura alguna. Ante esta imposibilidad, el gobierno dictatorial debe desplegarse, en su nombre o
por su delegación en el mejor de los casos, por un individuo o por un número limitado de sujetos,
que serían sus autoridades. De ello se colige, conforme al pensamiento que animó a Marx y Lenini,
que el pueblo quiere que lo gobiernen dictatorialmente, es decir, fuera de toso orden jurídico y
según la sola voluntad de los que detentan el poder coactivo. Ese supuesto "querer" entraña
indiscutiblemente la abdicación popular de la libertad, la renuncia a su condición de sociedad
humana y su postración como masa ante una voluntad gubernativa suprema e incontrolable. Estas
implicaciones funestas de la tesis marx-leninista nos inducen a considerarla como ostensiblemente
anti-popular, pues no puede concebirse que un pueblo se traicione a sí mismo, desvirtuando su
esencia humana colectiva, al degradarse deliberadamente a la situación de masa-instrumento de
una dictadura o de campo de incidencia de un poder dictatorial. Si Marx tuvo la osada ocurrencia
de afirmar que "la religión es el opio de los pueblos", en réplica podríamos contestarle que su
"doctrina" sobre la dictadura del proletariado reiterada por Lenin en sus virulentas arengas
políticas, constituye la inducción al suicidio popular.

Podría objetarse a las consideraciones expuestas que la dictadura del proletariado es una situación
transitoria o de "transición" entre la "sociedad burguesa" y la "sociedad comunista", cuyo
advenimiento prepara. Sin embargo, se nos ocurre preguntar: ¿esa situación transitoria cuánto
tiempo dura? ¿Es posible, tomando en cuenta la naturaleza humana, establecer la sociedad
comunista como la concibe el marx-leninismo? 28

La sociedad comunista, meta ideal de esta tesis, se caracterizaría por lo siguiente: abolición de
"explotadores" y "explotados" (sociedad sin clases, o sea, comunidad indivisa e indivisible);
observancia de las "reglas elementales de la vida social" (según expresión de Lenin); cumplimiento
de estas reglas sin compulsión, sin subordinación, es decir, sin el aparato coactivo llamado
"Estado"; obligaciones sociales a cargo de cada individuo "según capacidad" y derechos de cada
quien "según sus necesidades"; y substitución del Derecho, como expresión normativa de la
voluntad estatal, por la acción espontánea del principio de justicia distributiva. Para lograr estos
objetivos que en conjunto configurarían la "sociedad comunista", el marx-leninismo preconiza una
especie de "psicoterapia social" tendiente a imbuir en las conciencias individuales las ideas que
entrañan. Este método "educativo" debe imponerse durante la etapa de la dictadura del
proletariado para que, una vez logrados sus resultados, se llegue al establecimiento del tipo de
sociedad mencionado.

Es obvio que la sola utilización de dicho método no únicamente coarta, sino elimina, la libertad de
expresión del pensamiento en todas sus manifestaciones, pues constriñe la mente humana a
aceptar las ideas predeterminadas que constituyen su finalidad y coacción al hombre a
comportarse de acuerdo con ellas sin posibilidad de apartarse del camino que señalan.
De esta guisa, el ser humano se vería despojado de su natural condición de ente auto-teleológico,
arrebatándosele la potestad esencial que tiene para concebir y realizar fines vitales y de escoger
los medios para su consecución, ya que dentro de la vida social no sería sino instrumento de una
ideología opresiva que lo convertiría en siervo de sus sostenedores.
_______________________
28 El mismo Lenin, al aludir a la "extinción" de la explotación de las masas, o sea, a la creación de la sociedad comunista, afirmaba
con notorio escepticismo que: "No sabemos con qué rapidez y graduación" se lograría ese resultado, agregando ". . .tenemos
derecho a hablar solo de la extinción inevitable del Estado, subrayando la prolongación de este proceso (la dictadura del
proletariado), su supeditación a la rapidez con que se desarrolle la fase superior del comunismo, y dejando completamente en pie la
cuestión de los plazos o las formas concretas de la extinción, pues no tenemos datos para poder resolver estas cuestiones". (Op.
cit., págs. 267 y 273.)

Por otra parte, la sociedad comunista supone necesariamente una igualdad absoluta entre todos
los miembros que la componen, pues sin ella no podía ni siquiera concebirse. No nos referimos a
la proporcionalidad económica que como mero ideal y a través de la formula marxista de "cada uno
según su capacidad y a cada quien según sus necesidades", sí sería deseable o, al menos no
censurable en términos generales. Aludimos a la igualdad o unificación de todos los seres
humanos desde el punto de vista sicológico, mental o moral. Así para que cada persona pudiese
actuar dentro de las "reglas elementales de la vida social" por modo espontáneo, o sea sin
compulsión alguna, sería indispensable que prescindiera de su individualidad, esto es, de todos
aquellos elementos naturales, inherentes a su ser e inseparables de él, que lo han conformado
desde que por primera vez sufrió en el mundo, a saber, instintivos, sentimentales, morales e
intelectuales y que condicionan ineludiblemente su conducta exterior. Borar de la conciencia del
hombre su individualidad, suprimir esos elementos que la integran, uniformar a todos los seres
humanos, equivaldría a transformar su naturaleza, lo que se antoja utópico, pueril y absurdo. El
hombre "ese microcosmos" de la Creación, como acertadamente lo concibió el pensamiento
griego, se comporta voluntariamente, sin compulsión heteronoma y en determinado sentido o hacia
cierta tendencia, cuidando su proyección actuante se conforma con una individualidad; y como ésta
varía en cada persona, no es posible imaginar conductas uniformes sin un poder o fuerza que
dentro de la vida social las obligue a desplegarse de tal manera que se haga viable la convivencia.

Es evidente la nobleza del propósito tendiente a suprimir la clase "explotadora" y la clase


"explotada" en la vida económica de las sociedades humanas; es muy loable el designio de lograr
una justa y proporcional distribución de la riqueza; es obvio que a estas finalidades deben
propender los gobiernos de todos los pueblos del mundo; es ineludible, además, que conforme a la
ideología Cristina, proyectada hacia el ámbito social, cada persona tiene el deber de esforzarse
subjetiva y objetivamente para que del seno de las comunidades desaparezcan las lacerantes
desigualdades económicas; pero también es incontestable que ninguno de estos objetivos puede
realizarse sin un poder jurídico-político que los establezca obligatoriamente, que los preservé y
fomente por modo coactivo y que constriña a los miembros integrantes de la colectividad a
actualizarlos o, al menos, a no entorpecer o embarazar su actualización. "Homo hominis lupus",
decía atinadamente Hobbes, y esta expresión, que refleja fielmente la naturaleza humana
inmodificable, se aplica puntualmente en cualquier tipo de sociedad, aun en la "comunista" utópica
con que soñaron Marx y Lenin. Por tanto, si el hombre, por su ambición natural de poder, por su
congénita inclinación de sojuzgar a los demás y ejercer sobre ellos una hegemonía, principalmente
en materia económica tiene la tendencia de sobreponerse a sus semejantes y sujetarlos a su
dominio, debe por necesidad existir en la sociedad un orden jurídico-político de carácter
compulsorio que, en beneficio de los intereses comunes, limite o refrene las conductas individuales
que los afecten o exploten, pero respetándolas en aquellos aspectos en que no produzcan este
resultado. La explotación del hombre por el hombre, causa prístina determinante del marx-
leninismo, y su definitiva proscripción, objetivo que esta tesis supone realizable en la "sociedad
comunista", sólo pueden abolirse y lograrse, respectivamente, por el poder estatal, encauzado
mediante un orden jurídico equilibrado y justo que no permita a ese poder provocar una explotación
quizá más grave: la del hombre por el Estado.

No solo es utópico sino absurdo, que pueda existir una sociedad "sin Estado", es decir, sin
gobierno, como ingenua o demagógicamente lo vaticinan Marx y Lenin, en cuyas opiniones se
confunden ambos conceptos. Gobierno y Estado son esencialmente distintos, pues en tanto que el
primero es el conjunto de órganos de autoridad, el segundo implica una persona moral en que se
organiza jurídica y políticamente un pueblo.

Ninguna sociedad humana puede subsistir sin gobierno, o sea, sin "Estado" en la acepción a que
esta idea adscribe el marx-leninismo, aunque su vida pueda desarrollarse sin ningún orden jurídico
legal o consuetudinario. En este último caso, el gobierno social quedará enmarcado dentro de un
régimen dictatorial. Por tanto, la suposición de que la "sociedad comunista" pueda vivir "sin
Derecho", es decir, sin normas jurídicas coercitivas de carácter legal o consuetudinario, entraña la
dictadura, abominada y repudiada por todos los pueblos de la Tierra. Bien se advierte, en
consecuencia, lo aberrativo de la pretensión de Marx y Lenin, la cual implica necesariamente, en el
fondo, que su decantada "sociedad comunista", sin el aparato coercitivo del Derecho estaría
encuadrada dentro del marco dictatorial.

Más aun, el conjunto de "reglas elementales de la vida social" que en el pensamiento de Lenin
serían las que el pueblo observara gradual y espontáneamente "sin compulsión", en esencia
equivaldría a verdaderas normas jurídicas, pues su violabilidad sería siempre sancionable por el
gobierno social (Estado), ya que es imposible imaginarse su libre y absoluto cumplimiento dentro
de la dinámica de la sociedad. Por tanto, esas "reglas", de cuyo sentido y valor no nos habla el
seguidor de Marx, siempre requerirían para su eficacia real de un poder político que las hiciera
respetar en el caso de que no se acataran individual o colectivamente. 29
______________________
29 Cegado por la pasión, Lenin afirmaba: ". . .solo el comunismo suprime en absoluto la necesidad del Estado, pues bajo el
comunismo no hay nadie a quien reprimir (?), nadie en el sentido de clase, en el sentido de una lucha sistemática contra
determinada parte de la población. Nosotros so somos utopistas (?) y no negamos, en modo alguno, que es posible e inevitable que
algunos individuos cometan excesos, como tampoco negamos la necesidad de reprimir tales excesos. Pero en primer lugar, para
esto no hace falta de una máquina especial (normas jurídicas y tribunales que las apliquen, decimos nosotros), un aparato especial
de represión, esto lo hará el mismo pueblo armado (linchamiento, agregamos) con la misma sencillez y facilidad con que un grupo
cualquiera de personas civilizadas (?), incluso en la sociedad actual, separa a los que están peleando o impide que se maltrate a
una mujer. . ." (Op. cit., págs. 269 y 270.)

Hay utopías que no por traducir las más sorprendentes fantasías que la imaginación humana
pueda concebir, carecen de cierta lógica en su estructura y desarrollo explicativo, en cuyo caso
merecen respecto o suscitan asombro; pero cuando una tesis como las marx-leninista, no solo es
incompatible con la naturaleza social e individual del hombre, sino contradictoria consigo misma y,
por ende, aberrativa, lo que menos debe provocar es su rechazamiento combativo para impedir
que, mediante sus nefastos espejismos, se apodere de los destinos de la humanidad.

VI. EL BIEN COMÚN

Las tesis extremistas que propugnan ideas orientadas de la finalidad del Estado y del orden
jurídico, como el liberal-individualismo y el colectivismo (transpersonalismo o totalitarismo),
basadas en la observación parcial de la realidad social, necesariamente incuban una ideología
sintética a la manera hegeliana que, admitiendo y rechazando respectivamente los aciertos y
errores radicales de la tesis y de la antítesis, se integra con un contenido ecléctico que
atingentemente explica y fundamenta la posición de las entidades individual y social como
elementos que deben coexistir y de ser respetados por el Derecho. Descartado el liberal-
individualismo clásico como ideología po´litico-jurídica, que erigía al gobernado particular en el
objeto esencial de tutela por parte de las instituciones de derecho y vedaba a la acción gubernativa
toda injerencia en las relaciones sociales que no tuviera como finalidad evitar pugnas o conflictos
entre las actividades libres de los individuos, desconociendo correlativamente otras esferas reales
que no se resumiesen en la personalidad humana específica; eliminado también el colectivismo
que, como tesis opuesta a la anteriormente mencionada, despojaba al sujeto de sus fundamentales
prerrogativas como ser humano para convertirlo en un conducto de realización de los fines sociales
o estatales generalmente impuestos por la inclinación política de gobiernos perecederos, en la
actualidad, dentro de los sistemas democráticos, se va perfilando la doctrina del Bien Común, que,
como veremos, no es sino la adecuada y debida síntesis entre la postura liberal-individualista y la
colectivista.

El concepto de Bien Común no es, sin embargo, de elaboración reciente.


Ya Aristóteles y Santo Tomas de Aquino lo empleaban en sus doctrinas políticas, estimándolo el
doctor Angélico como el fin a que debían tender todas las leyes humanas. No obstante, el Bien
Común se ha revelado como una idea inexplicada en el pensamiento político de todos los tiempos,
dándose por supuesto sin definirse o, al menos, sin explicarse. Es cierto que el ilustre estagirita
consideraba como "bien" aquello que apetece el hombre; pero esta consideración, más
propiamente formulada en el terreno moral que en el social, no nos resuelve el problema político
que estriba en fijar el alcance de dicho concepto y de su actualización como finalidad de la
convivencia humana.

El Bien Común, como idea lógica y como meta ética del orden jurídico estatal y de la política
gubernativa, puede ser ponderado partiendo de un doble punto de vista o adoptando un doble
criterio: el formal y el material, a los cuales nos referimos sucesivamente.

A. Criterio formal.

El Bien Común es, ante todo un concepto sintético, o sea, implica la aceptación epidémica
armoniosa de los aciertos de la tesis y de la antítesis ideológica del Estado. Por ello, no se
fundamenta ni en el individualismo ni en el colectivismo excluyentemente, y como fin verdadero de
la organización y funcionamiento estatales, debe atender a las dos esferas reales que
ineludiblemente se registran en la sociedad: la particular y la colectiva o de grupo. Con vista al
carácter sintético del Bien Común, tanto como ente de razón como bajo el aspecto ético-político,
aquél necesariamente debe abarcar, en una pretensión de tutela y fomentación, a las entidades
individuales a las sociales propiamente dichas, implicando una concordancia entre los desiderata
de ambas. Ahora bien, ¿Como se revela dicha síntesis?

a) Hemos afirmado anteriormente que el hombre está dotado de una capacidad natural para
procurar su felicidad, cuyo contenido se integra con fines vitales que él mismo se forja,
seleccionando libremente en consecuencia, los conductos que repute idóneos para la consecución
de éstos. Siendo la liberad bajo tales auspicios un factor consubstancial a la personalidad del
hombre, el orden jurídico debe reconocerla o, al menos, no afectarla esencialmente a través de sus
múltiples derivaciones específicas. Por tanto, para pretender realizar el Bien Común, el Derecho
debe garantizar una esfera mínima de acción en favor del gobernado individual. De esta guisa, el
Bien Común se traduce, frente al individuo, en la permisión que el orden jurídico de un Estado
debe establecer en el sentido de tolerar al gobernado el desempeño de su potestad libertaria a
través de variadas manifestaciones especiales que se consideran como medios indispensables
para la obtención de la felicidad personal: libertad de trabajo, de expresión del pensamiento, de
reunión y asociación, de comercio, etc. De esta suerte, las diferentes facetas de la libertad
individual natural, de simples fenómenos fácticos, se erigen por el Derecho Objetivo y en
acatamiento de principios éticos derivados de la naturaleza del ente humano, en derechos públicos
subjetivos.

b) Ahora bien, tal permisión no debe ser absoluta, ya que, según aseveremos con antelación, el
derecho, como esencialmente normativo, al regular las relaciones sociales, forzosamente limita la
actividad de los sujetos de dicho vínculo. Por ende, para mantener el orden dentro de la sociedad y
evitar que esta degenere en caos, la norma debe prohibir que la desenfrenada libertad individual
origine conflictos entre los miembros del todo social afecte valores o intereses que a éste
corresponden. Tal prohibición debe instituirse por el derecho atendido a diversos factores que
verdaderamente y de manera positiva la justifiquen. En consecuencia, todo régimen jurídico que
aspire a realizar el Bien Común, al consignar la permisión de un mínimo de actividad individual,
correlativamente tiene que establecer límites o prohibiciones al ejercicio absoluto de ésta para
mantener el orden dentro de la sociedad y preservar los intereses de la misma o de un grupo social
determinado. En este sentido, pues, el Bien Común se ostenta como la tendencia esencial del
derecho y de la actividad estatal a restringir el desempeño ilimitado de la potestad libertaria del
sujeto.

c) Pues bien, además de las esferas jurídicas individuales existen ámbitos sociales integrados por
los intereses de la colectividad, por lo que el sujeto no es ni debe ser el único y primordial pupilo
del orden jurídico. El individuo debe desempeñar su actividad, no solo enfocándola hacia el logro
de su felicidad personal, sino dirigiéndola al desempeño de funciones sociales. El hombre no debe
ser la persona egoísta que exclusivamente vele por sus propios intereses. Al miembro de la
sociedad como tal, se le impone el deber de actuar en beneficio de la comunidad bajo
determinados aspectos, imposición que no debe rebasar en detrimento del sujeto ese mínimo de
potestad libertaria que sea el factor indispensable para la obtención del bienestar individual. Es
inconcluso que el orden jurídico ha salido ya de los estrechos limites que le demarcaba el sistema
liberal-individualista, y ello se revela patentemente en el concepto y función de la propiedad
privada.
En efecto, ésta ya no es un derecho absoluto bajo la idea romana, según la cual el propietario
estaba facultado para usar, disfrutar y abusar de la cosa, sino un elemento que debe emplear el
dueño para desplegar una función social, cuyo no ejercicio o indebido uso origina la intervención
del Estado traducida en diferentes actos de imposición de modalidades o, inclusive en la
expropiación.

Por tanto, bajo este tercer aspecto, el orden jurídico que tienda a conseguir el Bien Común puede
válidamente imponer al gobernado obligaciones que Duguit denomina individuales públicas, puesto
que las contrae el sujeto en favor del Estado o de la sociedad a que pertenece. Es evidente que la
imposición de tales obligaciones debe tener como límite ético el respeto a la esfera para realizar su
propia finalidad vital, pues si la tendencia impositiva estatal fuese irrestricta, se despojaría a la
persona de la categoría de ente auto-teleológico y se gestarían regímenes autocráticos que
necesariamente generan las desgracia de los pueblos, al hacer incidir a sus componentes
individuales en la infelicidad.

d) Según aseveramos con antelación, la verdadera igualdad que debe establecer el Derecho se
basa en el principio que enuncia un tratamiento igual para los iguales y desigual para los
desiguales. El fracaso del liberal individualismo clásico, tal como se concibió en la ideología de la
Revolución francesa, obedeció a la circunstancia de que se pretendió instaurar una igualdad
teórica, desconociendo las desigualdades reales, lo que origino en la práctica el desequilibrio social
y económico, que incrementó a las corrientes colectivistas, conforme lo hemos expresado. Pues
bien, como el establecimiento de una igualdad real es un poco menos que imposible de lograr, la
norma jurídica debe facultar al poder estatal para intervenir en las relaciones sociales,
principalmente en las de orden económico a fin de proteger a la parte que esté colocada en una
situación de desvalimiento. Tal acontece, por ejemplo, en el ámbito obrero-patronal, en el que el
Estado tiene injerencia, a través de variados aspectos, para preservar a la parte débil en la relación
de trabajo, situación en una posición de verdadera igualdad real a través de las denominadas
garantías sociales.

El desiderátum consistente en implantar la igualdad real en la sociedad, no debe ser otra cosa que
uno de los fines del orden jurídico estatal y una de las metas de la actividad gubernamental. Por
ello, si se pretende lograr el Bien Común en un Estado, es menester que tal objetivo se consume
simultáneamente con los demás que hemos apuntado, de lo que se concluye que un régimen de
derecho que merezca ostentar positivamente el calificativo de verdadero conducto de realización
del Bien Común, no debe fundarse o inspirarse en una sola tendencia ideológica generalmente
parcial y, por ende errónea, sino tener como ideario director todos aquellos postulados o principios
que se derivan de la observación exhaustiva de la realidad social y que tienden a exaltar, en una
adecuada armonía, tanto a la entidades individuales como a los intereses y derechos colectivos.
e) De lo brevemente delineado con anterioridad, podemos inferir que Bien Común es una síntesis
teleológica del orden jurídico estatal y, por tanto, de la actividad gubernativa, condensándose en
varias posturas éticas en relación con diferentes realidades sociales. Así, frente al individuo, el
Bien Común se revela como el reconocimiento o permisión de las prerrogativas esenciales del
sujeto, indispensables para el desenvolvimiento de su personalidad humana, a la par que como la
prohibición o limitación de la actividad individual respecto de actos que perjudiquen a la sociedad o
a otros sujetos de la convivencia humana, imponiendo al gobernado determinadas obligaciones
cuyo cumplimiento redunde en beneficio social. Por otra parte, frente a los intereses colectivos, el
Bien Común debe autorizar la intención del poder publico en las relaciones sociales para preservar
los intereses de la comunidad o de los grupos desvalidos, con tendencia a procurar una igualdad
real, al menos en la esfera económica. Claro está que esta síntesis teleológica, que no implica sino
la necesaria armonía de diferentes y concurrentes imperativos éticos del orden jurídico estatal y de
la misma actividad del Estado, debe establecer siempre el justo equilibrio entre sus finalidades
parciales, de tal manera que no se menoscabe esencialmente ninguna de las esferas cuya
subsistencia y garantía se pretenda. Cuando dicha justa armonía no se logra, el régimen del
estado degenera en extremos absurdos e inicuos que envilecen y prosternan en la miseria a los
pueblos o, al menos, imposibilitan la realización del Bien Común en los términos ya anotados. Así,
verbigracia, si se desconocen los intereses colectivos, se considera, como lo hizo el liberal-
individualismo, que el hombre en particular es el objeto y apoyo de las instituciones sociales, se
sientan las bases para la gestación de una desigualdad portentosa, a la par que, por el contrario, si
se erige a la entidad social o a la nación en el factótum de la teleología jurídica, se consolida la
autocrática más tiránica por virtud de una supuesta y casi siempre fanática representación del
Estado en un solo individuo que recibe distintas denominaciones (totalitarismo autocrático).

De todo lo aseverado con antelación, la conclusión que se evidencia estriba en que el Bien Común
no consiste exclusivamente en la felicidad de los individuos como miembros de la sociedad, ni solo
en la protección y fomento de los intereses y derechos del grupo humano , sino en una equilibrada
armonía entre los desiderata del hombre como gobernado y las exigencias sociales o estatales. 30
__________________________
30 La implicación simplista del "bien común" en la equilibrada armonía a que acabamos de hacer alusión, plantea, sin embargo, la
interesante cuanto complicada cuestión filosófica-sociológica de si el individuo es para la sociedad o si ésta es para aquél. Abordar
el estudio de dicha cuestión rebasaría los límites del presente libro. No obstante, y atendiendo a que se trata de un problema en
cuya solución atingente estriba el destino político, jurídico y social de la Humanidad, no podemos aludir la formulación de algunas
someras consideraciones sobre el particular.

Así como no es posible concebir al hombre aislado, sin la convivencia entre sus semejantes, tampoco es dable imaginarse a la
sociedad sin hombres. E más, el "todo social"es, en esencia, un conjunto de individuos unidos por relaciones de diferente especie,
partícipes de análogas necesidades y aspirantes a los mismos objetivos generales. De ahí que la sociedad, como "totalidad
humana", sea el summum unitario de los individuos que la sociedad, como "totalidad humana", sea el summum unitario de los
individuos que la componen, en cuya virtud la teleología social se integra con el cúmulo de fines particulares de todos y de cada uno
de sus miembros. Ahora bien, si la tendencia natural del hombre consiste en obtener su felicidad, ésta debe constituir
evidentemente el objetivo mismo de la sociedad, es decir, para que una sociedad sea feliz, es menester que sus miembros
componentes lo sean, ya que denotaría una insalvable aberración la circunstancia de que el "todo" tuviera una teleología no sólo
diferente, sino opuesta a la de las partes que lo forman.

Precisamente por la imposibilidad de que el hombre aislado, sin nexos permanentes con sus semejantes, realice sus fines vitales, o
sea, se desenvuelva como persona a través de múltiplos aspectos, ha surgido la sociedad como expresión de solidaridad y
reprocidad entre los individuos. De esta guisa, los llamados "fines sociales" no son sino la convergencia de los fines particulares de
los miembros de la comunidad e implican, por ende, la propensión hacia el logro del bienestar colectivo, o sea, de todos y cada uno
de los individuos componentes de la sociedad. En otras palabras, no puede concebirse que la sociedad, como conjunto, persiga
fines diversos de los que importan los objetivos particulares de sus miembros integrantes. Por consiguiente, al hablarse de
"intereses" o "derechos" sociales, en esencia se alude a los intereses y derechos individuales conjuntivos de los miembros de la
sociedad. En estas condiciones, la oposición entre un interés o derecho individual y un interés o derecho social, en el fondo equivale
a la contraposición entre lo singular y lo natural o entre lo particular y lo general, es decir, entre lo minoritario y lo mayoritario, ya que
la sociedad, como una entidad ficticia, deshumanizada, no es concebible, ni tampoco imaginable con "derechos" o "intereses"
ajenos a los que corresponden a todos sus miembros o a la mayoría de ellos. De lo que brevemente hemos expuesto se infiere que
la equilibrada armonía" a que hicimos mención, en substancia denota la compatibilización entre los intereses o derechos de los
pocos con los intereses o derechos de los pocos con los intereses o derechos de los muchos, o sea, entre las singularidades y las
pluralidades o entre las minorías y las mayorías dentro de un conglomerado humano.

B. Criterio material

Como el bien común se presenta bajo diferentes aspectos concurrentes que denotan una síntesis
de diversas tendencias del orden jurídico y la de la política gubernativa de un Estado, se suscita la
cuestión consistente en determinar los límites de operatividad de cada una de aquellas, En otros
términos, surge el problema de precisar el alcance y contenido de las distintas exigencias en que
se condensa el Bien Común, con mira a las realidades sociales de que ya hablábamos.

Determinar hasta que punto debe el orden jurídico limitar la actividad y esfera de los particulares y
hacer prevalecer frente a éstos los intereses y derechos sociales, es un problema asaz complejo
que no es posible resolver a priori. Solo nos es dable afirmar, no a guisa de contestación, sino
como mera orientación para posibles soluciones a tal cuestión, que la demarcación de las fronteras
entre los diferentes objetivos del Bien Común, cuya realización produce una sinergia de factores
individuales y colectivos, nunca debe rebasar una órbita mínima de subsistencia y
desenvolvimiento atribuida a las realidades individuales y social. Dicho de otra manera, en el afán
de proteger auténticos intereses de la sociedad, bajo el deseo de establecer en el seno de la
misma una verdadera igualdad real mediante un intervencionismo estatal en favor de los grupos
desvalidos, no se debe restringir a tal grado el ámbito de actividad de la persona humana, que
impida a ésta realizar su propia felicidad individual.

Ahora bien, como los intereses sociales, como las exigencias privativas de cada Estado, como las
deficiencias, vicios y errores que se deben corregir en cada régimen históricamente dado para
procurar el bienestar y el progreso de un pueblo, varían por razones temporales y espaciales, es
evidente que no puede aducirse un contenido universal de Bien Común a través de cada uno de
los aspectos sintéticos que ése presenta. Por ende, para fijar dicho contenido hay que atender a
una multitud de factores propios de cada nación, tales como la idiosincrasia del pueblo, la tradición,
la raza, la problemática social, económica, cultural, etc. pero siempre respetando, sin embargo la
órbita mínima de desenvolvimiento libre en favor de las entidades individuales y colectivas a
efectos de no degenerar en extremismos que no conducen sino a la desgracia o infelicidad
individual y social.

de la exposición que acabamos de hacer acerca de lo que, en nuestro concepto, debe ser el Bien
Común, se infiere que el elemento central que debe ser tomado en cuenta por el orden jurídico
estatal a propósito de la organización o estructuración de la entidad política denominada "Estado" y
de la normación de las relaciones que dentro de ella se entablan, es nada menos que la persona
humana, el individuo que, en concurso con sus semejantes, forma la sociedad o los grupos
sociales. Es por ello por lo que cuando se tutela jurídicamente al sujeto particular, en las
proporciones anteriormente apuntadas, se preserva por igual a las entidades sociales, pues éstas
no están compuestas sino por personas individuales, de lo que se colige que, procurando la
felicidad de cada una de las partes --individuos-- se pretende obtener el bienestar del todo --
sociedad o pueblo. 31
Desgraciadamente, la historia nos ofrece múltiples ejemplos de regímenes políticos y sociales en
los que no sólo se respetó la libertad humana, sino que se escarneció vilmente al hombre,
tratándolo algunas veces como una verdadera bestia. Lejos de corresponder a su naturaleza
deontológica, que hemos delineado en párrafos anteriores, muchos estados históricamente dados
menospreciaron los derechos fundamentales del individuo, coartando considerablemente su
libertad, con especialidad en las monarquías absolutas, en las que la voluntad del rey era la
suprema ley y en las que imperaba la arbitrariedad más completa, que en la mayoría de las veces
no se desplegaba por senderos de equidad y justicia, sino teniendo como guías los caprichos más
depravados, fundado todo ello tal vez en el concepto erróneo del origen divino de la soberanía en
favor del monarca. Ejemplo sobre este particular abundan en la historia, en especial en las épocas
del absolutismo monárquico imperante en diferentes países y en diversas épocas.

Transcurrieron casi dieciocho siglos de la Era Cristiana sin que los pueblos exigieran al Estado o a
sus autoridades el reconocimiento de sus derechos fundamentales, dentro de los que descuella la
libertad humana. Bien es cierto como después veremos, que en Inglaterra se suscitaron algunos
incidentes tendientes a restringir la autoridad real mediante el reconocimiento de ciertos derechos
en favor de determinadas clases sociales y políticas; que en el sistema jurídico español existían
diversas limitaciones a la actividad del rey y sus autoridades delegadas y que en los Estados
Unidos se inició el constitucionalismo que ensalzó Tocqueville en su obra La Democracia en
América; mas fuerte menester que el suelo de Francia se ensangrentara con una revolución
cruenta y despiadada para que el hombre, el individuo, encontrara sus derechos fundamentales
cristalizados en preceptos legales, iniciándose así una nueva etapa política, social y jurídica en la
historia: el liberalismo e individualismo, cuyo postulados cundieron universalmente y se plasmaron
en la mayor parte de las leyes fundamentales de muchos países, principalmente del nuestro. Es a
partir del célebre año de 1789 cuando en los regímenes estatales se autolimitan la acción y el
poder de las autoridades por ellos creadas en el sentido de oponer un dique a la arbitrariedad y al
abuso: los derechos del hombre, en especial, la libertad del sujeto.
Históricamente, en forma clara y definida, surge de la Revolución francesa un orden jurídico estatal
que responde al deber-ser, a la deontología de todo orden jurídico estatal que responde al deber-
ser, a la deontología de todo orden de derecho, como ya habíamos indicado: respetar un mínimo
de libertad humana, erigiéndola en derecho público individual, tal como pasó después a muchas
legislaciones.
_________________
31 Véase la nota inmediata anterior.

El reconocimiento que el orden jurídico estatal hace respecto de ese mínimo de libertas humana y
de sus lógicas y naturales derivaciones, así como de otros factores o circunstancias
imprescindibles para el desenvolvimiento de la personalidad del hombre, es, pues, lo que
constituye los derechos públicos individuales, que en nuestro sistema constitucional reciben el
nombre de garantías individuales, contenidas en los veintinueve primeros artículos de nuestra
Constitución. Pero, además de que los derechos públicos individuales se consideran como un
reconocimiento en los términos ya anotados, expresado por el orden jurídico de un estado,
equivalen también a una autolimitación de la actividad de los órganos o autoridades de éste en
favor de los individuos o de sus miembros en general, o sea, que el Estado, en ejercicio de la
soberanía, como poder social supremo, se impone a sí mismo cortapisas o diques a su actuación,
que no son sino los derechos fundamentales del hombre. En nuestro régimen constitucional, el
reconocimiento de la libertad del individuo, de sus derivaciones específicas y de sus elementos de
ejercicio, está expresado por nuestra Ley Fundamental en la declaración contenida en el articulo
primero, que además encierra un principio general de igualdad, corroborado por el artículo 29, y
que, como ya dijimos es una condición sine qua non del desempeño efectivo de la libertad. Sin
embargo, dados los términos en que está redactado dicho artículo primero parece ser que las
disposiciones relativas a los derechos públicos individuales no son recognositivas de los mismos,
sino constitutivas, al preceptuarse que: "En los Estados Unidos Mexicanos todo individuo gozará
de las garantías que otorga esta Constitución. . ." El sentido de este primer proceso constitucional
contrasta evidentemente con la índole del correspondiente de la Constitución de 1857, en la que
las disposiciones concernientes a las garantías individuales se revelan no solo como un
reconocimiento que hace el Estado Mexicano de éstas, sino que además contienen como
teleología primordial la protección del individuo al estatuir que: "El pueblo mexicano reconoce que
los derechos del hombre son la base y el objeto de las instituciones sociales. . ." Y comentando
este artículo, el licenciado José María Lozano, dice: "Notemos que nuestro artículo constitucional
no dice que el pueblo mexicano declara o establece sino que reconoce.
Anterior, pues, a la Constitución e independiente de ella, es el hecho que se limita simplemente a
reconocer como tal. Los derechos del hombre son la base de las instituciones sociales y son al
mismo tiempo su objeto. Una institución en que se desconozca como base los derechos de la
humanidad, es decir, del hombre, será viciosa." 32

Sea lo que fuere, independientemente de la concepción y la forma en que se establezcan


constitucionalmente los derechos públicos individuales, lo cierto es que en nuestro régimen jurídico
estatal éstos se estatuyen con claridad y precisión, de tal suerte que en nuestro país se cumple,
aunque sólo sea teóricamente en muchos casos, desde un mero punto de vista normativo, con el
deber-ser de todo orden de derecho: respetar la personalidad humana, mediante la erección en
garantías individuales de los medios indispensables para su desenvolvimiento.

VII. LA JUSTICIA SOCIAL.

La justicia social, cuyo logro constituye el objeto primordial de la Revolución mexicana de 1910, no
equivale sino al mismo Bien Común del que hemos tratado en el parágrafo que antecede. Por
ende, comprendiéndose ambas ideas dentro de un solo concepto esencial, la justicia social no es
sino la síntesis deontólogica de todo orden jurídico y de la política gubernativa del Estado.
Etimológicamente, la expresión "justicia social" denota la "justicia para la sociedad"; y como ésta se
compone de individuos, su alcance se extiende a los miembros particulares de la comunidad y a la
comunidad misma como un todo humano unitario.

Ya hemos afirmado que los derechos e intereses sociales implican, en substancia los derechos e
intereses de todos y cada uno de los sujetos integrantes de la sociedad, pues suponer que ésta
tenga derechos e intereses per-sé, es decir, con independencia de sus miembros individuales
componentes, equivaldría a deshumanizarla, o sea, a considerarla como una mera ficción. No debe
olvidarse, además, que antes que el hombre fuese campesino, obrero, empresario, profesionista,
etc., es y sigue siendo un ser humano, cuya personalidad como tal no se altera por pertenecer a
determinada clase social o económica.

La justicia social entraña un concepto y una situación que consisten en una síntesis armónica y de
respetabilidad recíproca entre los intereses sociales y los intereses particulares del individuo. Sin
esa, esencia sintética no puede válidamente hablarse de justicia social, ya que al romperse el
equilibrio que supone, se incide fatalmente en cualquiera de estos dos extremos indeseables, que
son: el totalitarismo colectivista y el individualismo que sólo atiende a la esfera particular de cada
quien.
________________________
32 Los Derechos del Hombre, Pág. 586.

Si un régimen jurídico se estructura tomando exclusivamente en cuenta los intereses de los grupos
mayoritarios de la sociedad sin considerar los intereses individuales de todos y cada uno de sus
miembros componentes, la persona humana, en todos los aspectos de su entidad, se diluye dentro
de un contexto social sin tener más significación y valía que las de una simple pieza de una gran
maquinaria o las de un mero instrumento al servicio insoslayable de objetivos que se le imponen
coactivamente y se mantienen con la represión gubernativa. Por otra parte, si los intereses
sociales, públicos nacionales o generales se marginaban por el derecho y por el gobierno, se
entroniza y fomenta el individualismo que a su vez origina graves y desastrosos desequilibrios
socioeconómicos en detrimento de grandes mayorías humanas.

Fácilmente se comprende que ninguna de las dos posturas extremistas que se han esbozado
involucra la justicia social, pues el olvido y la desprotección de los intereses sociales o de los
intereses particulares, es decir, la marginación de grupos mayoritarios de la sociedad o la
degradación de la persona humana, en cuanto tal, a la situación de instrumento servil, implican
situaciones substancialmente injustas.

La libertad del hombre es uno de los valores sin los cuales el ser humano no se convierte en un
ente servil y abyecto, pero no hay que olvidas que el hombre vive en sociedad, que esta en
permanente contacto con los demás miembros de la colectividad a que pertenece, que es parte
integrante de grupos sociales de diferente índole que se encuentra en relaciones continuas con
ellos. La indudable existencia y la innegable actuación de los intereses particulares y de los
intereses sociales en toda colectividad humana, plantean la necesidad de establecer un criterio
para que unos y otros vivan en constante y dinámico equilibrio dentro de un régimen que asegure
su mutua respetabilidad y superación. Precisamente en la implantación de ese equilibrio y de esa
respetabilidad estriba la justicia social.

En muchas ocasiones, tanto en la cátedra, en la conferencia o en la obra escrita, hemos aseverado


que la libertad tiene sus imprescindibles limitaciones que la demarcan como un derecho dentro del
contexto social, y que sin tales limitaciones degeneraría en libertinaje que es suyo negativo y
perjudicial. Ahora bien, dichas limitaciones no deben extenderse a tal grado que se elimine la
libertad del hombre, o sea, que se establezca un régimen totalitario en que la persona humana no
significa sino un simple número. También debe considerarse, por otra parte, que las citadas
limitaciones no deben ser tan reducidas o leves que auspicien la marginación de importantes
intereses sociales de diferente contenido. Ante este dilema hemos procurado brindar algunos
criterios para lograr la ya mencionada síntesis en la que, según nuestra opinión, estriba la justicia
social. Los aludidos criterios los hemos condensado en las hipótesis restrictivas o demarcativas de
la libertad humana dentro de la vida social y que son las siguientes:
a) Todo acto que realice el individuo y que dañe los derechos e intereses de otra persona incide
fuera de la libertas y, por ende, de la justicia.

b) Es evidente que sobre los intereses particulares de cada quien están los intereses colectivos,
que se resumen dentro del concepto genérico de "Interés social", el cual, a su vez, presenta
diversas implicaciones demográficas, que se expresan en el "interés público", el "interés común", el
"interés nacional", el "interés general" o el "interese mayoritario". Atendiendo a la indiscutible
hegemonía del interés social sobre el interés particular, a nadie le debe estar permitido desplegar
su conducta mediante actos que lesionen o perjudiquen dicho interés en sus variadas
manifestaciones. Por ende, el ejercicio de la auténtica libertad excluye la realización de dichos
actos lesivos.

c) Si la prevalencia del interés social sobre el interés particular impone a todo miembro de la
sociedad la obligación negativa de no comportarse nocivamente en detrimento de la colectividad,
toda persona, merced al inobjetable principio de solidaridad humana, debe desempeñar su
conducta en beneficios de los grupos mayoritarios que forman la sociedad. Dicho principio impone
a yodos los individuos diversos deberes sociales que no entrañan meras abstenciones, sino actos,
funciones o conductas de beneficio colectivo.
Por consiguiente, si, a pretexto de desempeñar su libertas, el sujeto incumple los deberes sociales
a su cargo, la actuación seudo libertaria en que tal incumplimiento se traduzca caerá fuera de la
verdadera y auténtica libertad.
Las tres hipótesis limitativas que hemos esbozado, al preverse jurídicamente y al aplicarse con
toda atingencia en la realidad política, social, económica y cultural de un país, son las que
expresan lo que debe entenderse por justicia social que tiene como principal exigencia la
consideración del hombre como persona, con todos los atributos naturales y esenciales que a esta
calidad corresponden. Por consiguiente, despojar a la persona humana de estos atributos para
diluirla dentro del todo social y convertirla en instrumento servil del gobernante, importaría negar la
justicia social, ya que el más grave atentado que pueda cometerse contra la sociedad sería privarla
de su condición de comunidad de hombres para transformarla en un simple conjunto de siervos.

Por otra parte, si la justicia social es incompatible con la explotación degradación del hombre por el
Estado (en putidad conceptual debe decirse "por el gobierno del Estado"), una de sus más
importantes finalidades estriba además, en eliminar la explotación del hombre por el dentro de la
vida comunitaria. La abolición de ambos tipos de explotaciones, en cuya consecución radica la
esencia teleológica de la justicia social, se persigue, respectivamente, mediante la institución de
"garantías individuales o del gobernado" y de "garantías sociales", debiéndose ambas comprender
dentro de un ordenamiento jurídico unitario y coordinado y que en armoniosa síntesis autorice al
Estado, por una parte, para intervenir en la vida socio-económica del pueblo a efecto de impedir la
explotación del hombre por el hombre y obtener el mejoramiento de las mayorías humanas dentro
de la sociedad, y le prohíba por la otra, convertir a la persona en su instrumento servil.

Las anteriores ideas se corroboran tomando en consideración que el hombre, como ente social, se
encuentra colocado simultáneamente en dos posiciones diversas. Como miembro de la sociedad y
con independencia de la frente a cualquier autoridad del Estado. Dentro de esta situación, los
órganos estatales realizan frente a él múltiples actos de autoridad de diferente índole, las cuales,
en un régimen de derecho, deben estar sometidos a normas jurídicas fundamentales que
establecen las condiciones básicas e ineludibles para su validez y eficacia y demarcan su esfera
de operativas. El conjunto de estas normas jurídicas fundamentales, consignadas en el
ordenamiento constitucional, implica las garantías individuales o del gobernado y de las que goza
todo sujeto moral o físico cuyo ámbito particular sea materia de un acto de
autoridad. 33 Consiguientemente, si uno de los objetivos de la justicia social estriba en evitar la
explotación del hombre por el Estado, o mejor dicho, por el gobierno del Estado, el orden jurídico
que el ella se inspire y la política gubernativa que tienda a realizarla deben prever y observar,
respectivamente, las citadas garantías.

Sin perjuicio de su condición de gobernado, la persona humana puede pertenecer a cualquier clase
socio-económica que no sea la poseedora de los medios de producción, como sucede
principalmente con la clase obrera y campesina que constituye la mayoría de la población.
Atendiendo a su situación de desvalimiento, o sea, tomando en cuenta que el obrero o el
campesino por lo general solo disponen de su energía laboral como fuente económica de
subsistencia, en las relaciones que entablan con los sujetos que integran la clase social minoritaria
de los poseedores de los medios de producción, representan la parte débil, siempre en riesgo de
ser explotada. Ahora bien, para impedir esta posibilidad de explotación y sancionarla en los casos
en que se actualice, el orden jurídico debe establecer un conjunto de normas que consignen un
régimen de preservación a favor de la clase laborante y, por ende, de todos y cada uno de sus
elementos individuales componentes. Más aún, ese orden tiene como exigencia deontológica fijar
las bases conforme a las cuales los órganos del Estado puedan realizar una actividad tendiente a
elevar el nivel de vida de los sectores humanos mayoritarios de la población a efecto de conseguir
una existencia decorosa para sus miembros integrantes en todos sus aspectos. El conjunto
normativo que se estatuya bajo esos objetivos es lo que se denomina garantías sociales, 34 cuyo
establecimiento, protección y ampliación es otra de las finalidades inherentes a la justicia social,
radicando su esencia teleológica en las tendencias coordinadas siguientes: a) institución y
observancia de las "garantías del gobernado", y b) consagración, efectividad coactiva y ampliación
permanente de las "garantías sociales", Por ende ningún orden jurídico ni ninguna política del
Estado que no actualicen armónica y compatiblemente las tendencias apuntadas, pueden entrañar
un régimen de justicia social. 35
_______________________
33 Véase sobre esta cuestión el capítulo I I de esta obra.

VIII. CONCLUSIÓN

Aplicando las ideas anteriormente expuestas a nuestro régimen constitucional, y por lo que
concierne a las garantías individuales que expresamente se contienen en los veintinueve primeros
preceptos de la Ley Fundamental, se puede llegar sin duda a la conclusión de que ésta cumple con
la deontología de todo orden jurídico, la cual consiste, según dijimos, en armonizar, en conjugar o
hacer compatibles las diferentes tendencias del derecho positivo. En efecto, si analizamos
cualquier garantía en la forma en que ésta se concibe en nuestra Constitución, se puede constatar
no sólo la consagración de aquélla implica respecto de las potestades naturales de todo ser
humano, sino la limitación que al ejercicio de ellas debe consignarse para no dañar intereses
individuales o intereses sociales, pues el desempeño de cualquier actividad particular del
gobernado solo está permitido por la Ley Suprema en tanto que no afecte una esfera individual
ajena o no lesione a la sociedad o comunidad misma. Además, nuestro ordenamiento político
impone al gobernado obligaciones que Duguit llama "públicas individuales", es decir, servicios o
prestaciones que deben realizarse para beneficio común sin dejar de tomar en consideración que
nuestra misma Ley Fundamental consigna un régimen de intervencionismo de Estado cuya
finalidad primordial estriba en tutelar a la propia colectividad mediante la regulación, bajo múltiples
aspectos, de las conductas individuales.
________________________
34 El concepto respectivo lo tratamos en el capítulo I V de este libro.
35 El antiguo profesor de la Facultad de Derecho, don José Rivera Pérez Campos, sustenta un pensamiento análogo al que hemos
expresado, demarcando con toda precisión la situación que la persona humana, como ente social, ocupa dentro del Estado,
destacando la posición armónica y compatible que debe existirentre aquella y éste, posición que, según hemos aseverado, denota la
verdadera y auténtica justicia social. Dicho profesor afirma, en efecto que ". . .hasta dónde es legítimo el mando y hasta donde la
obediencia es virtud, antes de que el hombre caiga en la degradación, la servidumbre o la renuncia a su propio destino. Por ello
hablamos de libertad humana; la libertas del hombre-persona, no como fin del Estado, sino como condición que haga posible el fin
propio de este último; libertad del estado-entidad, tampoco fin del hombre, sino como condición que propicie a éste último la
captación o la realización de los valores a que propende; en resumen, libertad del hombre-hombre, que significa: su libertad como
individuo, en cuanto no dañe con su ejercicio la consecución del valor del Estado; su sumisión al estado, en cuanto contribuye a
realizar el valor de éste; la libertad de acción y mando del Estado, en cuanto no impide la realización de valores de la persona". La
Libertad Humana Valor del Estado. Artículo publicado en la revista de la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Volumen
correspondiente a enro-marzo de 1946.

Es más independientemente de las garantías individuales o del gobernado, de su demarcación con


vista a intereses o derechos particulares o colectivos y de la imposición de las mencionadas
obligaciones públicas a cargo del sujeto individual, nuestra Constitución vigente consagra garantías
sociales, cuya implicación general hemos expuesto con antelación. Por consiguiente, puede
afirmarse, sin falsos ni apasionados nacionalismos, que la Ley Suprema de 1917 es el
ordenamiento jurídico fundamental en que se recoge preceptivamente la justicia social o Bien
Común, sin que se le pueda adjudicar ningún calificativo exclusivo ni excluyente, pues no es ni
individualista o liberal ni estatista o colectiva, sino que expresa una verdadera síntesis armoniosa
de los primordiales imperativos de carácter filosófico, político, social y económico que deben
condicionar a todo derecho positivo básico para conseguir la felicidad de un pueblo mediante la
protección y desenvolvimiento progresivo de todos y cada uno de sus miembros integrantes como
hombres singularmente considerados y como sujetos pertenecientes a las clases mayoritarias de la
población.

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