PERSPECTIVA CRÍTICA reuniones con los padres de familia para nombrar comités,
diseñamos actividades para mejoras de la escuela, la actual
MTRO. JOSÉ MARÍA PELÁEZ VARGAS
Jose.maria_pv@hotmail.com
LA FUNCIÓN DE LA ESCUELA, LA FUNCIÓN DEL
MAESTRO.
Reflexiones acerca de nuestro trabajo cotidiano
Muchas veces me he preguntado; ¿cuál es mi función como
profesor, docente o educador? Y la primer respuesta que salta a mi
mente es la de “enseñar” y entonces aparece otra interrogante;
¿realmente enseño? Y ¿si enseño, qué enseño?, porque desde el
inicio del ciclo escolar se dan por inauguradas una serie de tareas
que tradicionalmente han sido designadas a los profesores, por
ejemplo: inscribir a los alumnos, entrega de una documentación de
inicio del ciclo escolar consistente en datos estadísticos, proyectos
de trabajo, plan anual de trabajo, inventarios, listas de asistencia,
reanudación de labores, planes de clases, exámenes de diagnóstico,
etc. Posteriormente nos preparamos para el 15 de septiembre,
organizar el grito de dolores, la América, el dialogo España-México,
un programa cívico, programa social, lo que implica preparar
escolta, uniformes, bailables, vestuarios, poesía, conducción del
programa etc.
Ya encaminados en la práctica docente, damos clases de educación
física, porque en la mayoría de las escuelas no existe un maestro
especializado, vendemos dulces o refrescos en la cooperativa
escolar para recabar fondos, cumplimos con comisiones asignadas
como difusión cultural, puntualidad y asistencia etc., hacemos
metodología para la enseñanza de la lectoescritura requiere la
elaboración de material especifico. Ya en el salón de clase, hacemos
el aseo, revisamos higiene, pasamos lista, recogemos ahorro escolar
(aunque ya no se exige esa práctica), revisamos la tarea etc. Sin
menoscabar la labor que realizan los maestros rurales que aparte
participan en actividades propias de la comunidad (fiestas
patronales, campañas de limpieza etc., )
Otras actividades de orden también pedagógicos serian la atención
de alumnos con necesidades educativas especiales, lento
aprendizaje, retraso escolar, bajo rendimiento escolar, niños
repetidores, resolución de problemas cotidianos que plantean los
niños; como desnutrición, abandono por migración, falta de
materiales etc., así también la preparación de la lección, el diseño de
materiales de apoyo, la selección de recursos para la enseñanza, la
interpretación de metodologías (pronalees), y otras que de pronto
escapan a mi razonamiento.
Y entonces conviene preguntarse; si hacemos todas estas
actividades cotidianas, ¿A qué hora enseñamos? ¿Nos sobrara
tiempo para enseñar? O ¿lo hacemos solo si nos sobra?
Estas reflexiones cotidianas quizá sean un poco triviales (sabido por
todos, o por muchos), sin embargo hacer énfasis en análisis y
reflexiones surgidos de una perspectiva critica de la educación nos
permite entender la basta teoría escrita al respecto, lo que deja de
ser trivial.
Creo, con todo respeto a mis lectores, que los maestros debemos
aprender a develar el curriculum oculto que configura nuestra
práctica y nuestra actuación docente. Un poco como para ir
sabiendo cual es la función de la escuela y otro poco para saber de
que manera participamos realmente en la enseñanza.
Todos pensamos, y a veces con cierta razón, que una de las
funciones de la escuela es la de promover el desarrollo intelectual
de los alumnos, pero realmente no es así. El desarrollo intelectual se
produce y desarrolla con independencia o al margen, incluso, de la
escuela. De allí aquello de que “el alumno aprende con maestro, sin
maestro y a pesar del maestro”, desde luego que no podemos negar
que cuando el alumno asiste a la escuela se pone en contacto con un
mundo extraordinario de conocimientos y al mismo tiempo adquiere
experiencias útiles. En la escuela realiza acciones que posiblemente
no haría fuera de ella y que lógicamente no adquieren quienes no
asisten a clase.
Sin embargo, estas acciones adquieren sentido de distinta forma en
diferentes situaciones sobre todo en contextos culturales definidos.
Por ejemplo, en algunas comunidades mazahuas (en “adaptaciones
escolares en una comunidad mazahua” Ruth Mercado, 1996), los
padres piensan que es mas útil para los niños el aprendizaje de
actividades propias del campo y que lo forman para la vida futura
(aprender los ciclos lunares para la siembra, cultivar la tierra,
pastorear el rebaño, etc.) que asistir a la escuela a aprender a leer y
escribir, algo que no les parece tan funcional, dada su condición de
indígenas. Se percibe entonces que hay un desarrollo del intelecto
por la relación y el contacto con el grupo social y cultural en el que
se socializa, al margen de la asistencia a la escuela. En conclusión; lo
que la escuela enseña no esta encaminado a favorecer ese
desarrollo intelectual, sino que este se produce tanto en la escuela
como fuera de ella; con independencia de lo que se enseña.
Para entender esto me remontaré a la función de la escuela desde
sus orígenes. Antiguamente, los conocimientos que debía adquirir
un individuo eran pocos además de ser comunes a todos los
individuos de su entorno social, en tanto que su proceso de
socialización se realizaba por el simple contacto con otros adultos.
Un ejemplo de esto lo encontramos en la sociedad primitiva en la
que los varones se dedicaban a la cacería y las mujeres a la
agricultura, los niños se socializaban con sus padres
acompañándolos a partir de cierta edad, mientras las niñas con sus
madres se iniciaban poco a poco en las actividades agrícolas.
Pero cuando en esa organización social, los conocimientos se
acumularon se produjo una división progresiva de las funciones de
los individuos, entonces se hace necesario una transmisión de
determinados saberes especiales, así surge la escuela.
Volviendo al tema. En la escuela, el alumno aprende contenidos
pocas veces significativos que pronto se le olvidan, pero que le dejan
una idea permanente: hay algo que debe saberse y una autoridad
quien controla el saber y el poder, representado por el maestro. Hay
que someterse a esa autoridad. Por otro lado la idea de que el
mundo social esta determinado y no cambia. Son las dos cosas que
se aprenden en la escuela. Encontramos aquí la función represora
de la escuela que menciona Iván Illich (1971, “la sociedad
desescolarizada”) y en la que hace una dura crítica a la escuela y su
función.
¿Cuál es entonces nuestra función? ¿Enseñar?, bueno, los maestros
planeamos la enseñanza, nos fijamos objetivos, buscamos recursos y
medios para la enseñanza, y…enseñamos. Pero ¿qué enseñamos?,
realmente reproducimos. Reproducimos un curriculum cuyos
contenidos están definidos por el modo de producción en este
momento histórico, es decir, el capitalismo y el modelo económico
vigente. Ellos definen lo que debe aprenderse y por lógica, lo que
debe enseñarse. En la elaboración de los contenidos no participa el
secretario de educación (y menos doña Josefina, que de esto no sabe
nada), ni el sindicato, ni la clase política y económica del país, ni la
sociedad civil y mucho menos los maestros.

Y ¿qué podemos hacer? Mucho, mucho más de lo que nos

imaginamos. Los maestros tenemos márgenes de independencia
que no sabemos aprovechar. Dejamos que el curriculum configure
nuestra práctica docente, es decir, se nos dice qué hacer, en lugar de
que nosotros lo configuremos y decidamos que hacer a partir de
esos espacios de autonomía. Para ello se necesita una actitud crítica
para reconocernos como agentes sociales y de transformación. Pero
no para transformar lo que ya esta hecho, sino para transformar la
consciencia de nuestros alumnos y de la sociedad. Esa es nuestra
función.

Reconocemos un curriculum que debemos reproducir, pero es

nuestra responsabilidad decidir críticamente la forma de hacerlo.
Entonces, la función de la escuela también va a cambiar.