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Una Aproximación sobre la Valorización del Capital Intelectual como parte de los

Activos Intangibles

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Los sistemas de información financiera proveen información relevante, oportuna y

confiable para la elaboración de información gerencial y financiera; orientada a usuarios

internos y externos. En este contexto, las organizaciones encuentran gran diversidad de

casuísticas y limitantes propias de su gestión y rubro las cuales deben analizarse con los

principios contables generalmente aceptados para elaborar los estados financieros. En los

últimos años, la partida Activos Intangibles generó diversas controversias y posturas en su

tratamiento al no considerarse directamente el valor del capital intelectual (desempeño,

cultura organizacional, etc.) como activo sino como gasto; a pesar que en las últimas

revisiones de las normas contables se trató de precisar dicha partida. Adicionalmente, las

nuevas tendencias de la administración revaloraron al capital intelectual como un activo

crítico que impacta en la generación de valor organizacional. Por tanto, el presente ensayo

propone evidenciar un modelo de valorización del capital intelectual en la partida activo

intangible en el ámbito empresarial. Bajo esta óptica, se revisarán los conceptos y su

problemática que permitirán comprender la temática planteada, luego se revisarán las

clasificaciones de los activos intangibles y se propondrán modelos valorativos del capital

humano.

Se iniciará por la definición de Activo, Strickney, Avolio, Weil, Schipper, y Francis

(2012) consideraron como un recurso económico controlado por una entidad cuyo costo debe

ser medible objetivamente al momento de su adquisición. Bajo esto, podemos identificar una

corriente legal donde se garantizan los derechos de los acreedores y la propiedad de la

empresa. Para Canning, J. (1929) lo definió como cualquier servicio futuro en dinero o
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convertible en dinero y que este posea una garantía legal para la persona o empresa, desde un

punto de vista económico podemos inferir que la propiedad de las inversiones no es lo

primordial sino la capacidad de generar beneficios económicos a futuro. Criticando los

postulados anteriores, Solomons, D. (1989) planteó que un activo presente no puede

considerarse un generador de beneficio a sí mismo en esencia, sino que es el derecho al

futuro beneficio o el recurso que se espera obtener que lo defina como activo. Por lo

expuesto, se considera que un activo es un recurso material e inmaterial controlado por una

entidad con las siguientes características primordiales: (a) Potencialidad de beneficios

económicos; (b) Control de los bienes; (c) Consecuencia de transacciones pasadas.

Conceptualizando el Activo Intangible, Stickney, C. et al (2012) resaltaron que no

posee la presencia física del bien pero constituye inversión y es promesa de beneficio a futuro

organizacionalmente, entre los más regulares son las concesiones, derechos, patentes y

marcas; consideraron al equipo gerencial que vendría a ser el personal de alto rendimiento

que agrega valor actual y futuro a la organización. Por otro lado, la Norma Internacional de

Contabilidad N° 38 (IFRS Foundation, 2013) lo definió como un activo identificable, no

monetario y sin sustancia física; y se reconocerá como tal siempre que genere beneficio

futuro y su costo pueda ser medido de forma fiable. Aquellos productos generados de la

investigación interna se reconocerán como gasto en el periodo que se incurra y no como

inversión; salvo que se cumplan las siguientes intenciones: (a) Completarlo para su uso o

venta; (b) Capacidad de venta o uso; (c) Demostrar el beneficio futuro externo o interno. Así,

un Activo Intangible mantiene características de valor futuro, costo, propiedad y considera al

trabajador como fuente de valor y fue respaldado por Cañibano, García–Yuso, y Sánchez

(1999) consideraron a los intangibles como el conjunto de conocimientos, aptitudes y

actitudes de los trabajadores.


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De lo anterior, Kaplan, R. y Norton, D. (2004), plantearon que los intangibles se han

revalorado e insertado con mayor preponderancia en los procesos organizacionales por su

impacto en la cadena de valor. Encontraron que los activos intangibles entre las décadas del

80 y 90 representaron el 80% o más del valor del mercado empresarial permitiendo una mejor

transición de la era industrial hacia la informática; se cuestionaron los activos tangibles como

único factor preponderante para generar la ventaja competitiva sobre el mercado y agregar

valor a la empresa. Por ejemplo, Semana Económica (2016) citó la investigación del Fondo

Monetario Internacional sobre el rol de la diversidad de género en puestos gerenciales y su

impacto ascendente entre el 3% y 8% del ROA, sosteniendo que una empresa con un 30% de

líderes femeninas incrementa su margen neto hasta en 15%; y también el Goodwill (buena

reputación empresarial) como la diferencia del precio de adquisición de una empresa y el

valor neto contable de sus activos tangibles; siendo la contraparte los activos intangibles

como valor residual que no es atribuido al activo tangible (Cañibano et al., 1999). Así, ese

valor residual se denomina capital intelectual, término que será ampliado a continuación.

Al Capital Intelectual, Azúa, S. (1999) lo consideró como una herramienta para

valorar los elementos de naturaleza inmaterial (activos intangibles) que generan beneficios

económicos futuros y son controlados por la empresa. En ese sentido, Magioglio, Carazay,

Suardi, Bertolino, Díaz, Fernández y Mancini (2001) citaron a la empresa sueca Skandia que

en 1995 definió al capital intelectual como la posesión de conocimientos, experiencia

aplicada, tecnología organizacional, relaciones con los clientes y destrezas profesionales que

da a la empresa una ventaja competitiva; Skandia desarrolló su propia metodología para

medir los activos intangibles. Contablemente, Bontis, N. (1998) lo definió como la diferencia

entre el valor de mercado de la empresa y el coste de reposición de sus activos; mientras que

Mantilla (citado por Ortega y Martínez, 2013) resaltó las características como la vida

indeterminada del recurso y que su valor aumenta con su uso (no hay depreciación, sino más
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bien apreciación). Drucker (citado por Ortega y Martínez, 2013) consideró al conocimiento

en la nueva economía como el principal factor de producción y genera mayor dependencia en

comparación a los recursos de capital o la fuerza de trabajo; y estás competencias distintivas

e intangibles permiten crear y sostener la ventaja competitiva (Bueno, E. 1998).

Así, el capital intelectual se desarrolla a través de la interacción de los trabajadores en

equipos interfuncionales o departamentales que integran un conocimiento asociado (sinergia)

convirtiéndolo en una capacidad estratégica como lo planteó Downey, Kates, y Galbraith

(2001) en el modelo estrella que integra la estrategia, capacidad, personas, estructura,

procesos y recompensas. Finalmente, el capital intelectual es todo aquello que sabe y aplica

oportunamente una organización inteligente impactando en su competitividad sobre la

interacción de componentes intangibles (conocimiento, licencia, experiencia, etc.) utilizadas

para crear riqueza (Stewart, T. 1998). Cabe mencionar que las organizaciones inteligentes son

producto de la toma de decisiones, la percepción, la creación de conocimiento y el uso de la

información (Choo, citado por Ortega y Martínez, 2013). A continuación revisaremos la

clasificación del capital intelectual para mayor divisibilidad de dicho constructo con los

activos materiales.

Diversos autores propusieron clasificaciones del Capital Intelectual, la más integral

fue desarrollada por Mantilla (citado en García-Delgado, 2014) que lo englobó como un

conjunto de sistemas y procesos orientados a la producción y participación de conocimientos,

respondiendo a los objetivos estratégicos; la tipología es: (a) capital humano, conjunto de

capacidades, conocimiento, destrezas y experiencias de los trabajadores; para Roos (citado

por Ortega y Martínez, 2013) consideró una sub-clasificación: Competencias; Actitud;

Agilidad intelectual, innovación, etc.; (b) capital estructural, Edvinsson y Malone (1999)

plantearon una sub–clasificación: el capital organizacional (sostiene el capital humano y son:

procesos de trabajo, técnicas, cultura–valores, investigación-desarrollo, sistemas


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informáticos, etc.) y el capital innovación (derechos comerciales, propiedad intelectual, etc.).;

(c) capital relacional o externo, donde se valorizan las relaciones con los clientes y

regularmente se contabiliza ya que está compuesto por las marcas, licencias, franquicias, etc.

Finalmente, esta tipología permite diferenciar si un recurso es material o inmaterial para su

posterior valorización; y para ello se recurre a la definición y los criterios que caracterizan al

activo intangible indicado en párrafos anteriores. A continuación, se discutirá sobre los

criterios contables y la valorización de los activos intangibles; y se propondrán modelos de

valorización.

Los recursos intangibles son de carácter abstracto, por ende no poseen un referente

palpable; sin embargo, el capital humano intangible en su forma básica y operacional sería el

desempeño que se relaciona al factor productividad y conlleva a la rentabilidad. Una limitante

a la valorización serían aquellos recursos potenciales y poco evidentes porque se manifiestan

en un contexto y/o a largo plazo como son la investigación, canales de comunicación, etc. y

no podrían ser valorados en su real magnitud. Lev, B. (2001) ahondó sobre la valorización,

considerando el costo como base de la proyección de su rentabilidad; pero existe la limitación

de la favorabilidad de los proyectos y su incertidumbre de los resultados. Cabe considerar el

efecto valor sobre los intangibles críticos para la organización y que puede devenir de una

apreciación subjetiva; en el tiempo estos recursos deben materializarse en capital aunque

exista la probabilidad que se convierta en gasto. Rubio, F. (2016) planteó dos problemas

sobre la valorización del capital intelectual: (a) la contabilización de la partida doble; (b) la

definición de capital intelectual que deberá redefinirse si se encuentra un método de

valoración ad hoc.

Los métodos de valorización del capital intelectual consolidados por Ortega y

Martínez (2013) son: (a) Modelo de Skandia, propuesto por Edvinson midió los activos

intangibles y determinó el desarrollo del capital intelectual evitando considerar factores


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financieros, utilizó la relación del capital humano y el capital estructural; relacionando la

sumatoria valores de los índices de eficiencia y valor monetario del capital intelectual sobre

el número de indicadores. (b) Modelo Economic Value Added planteado por Stewart, T.

(1998) calculó parte del beneficio generado por los intangibles por sobre el costo del capital

utilizado. Los cambios de EVA indican en qué medida es productivo del capital intelectual.;

(c) Modelo Q de Tobin, planteado por Tobin dividió el valor actual de la empresa en función

a su rentabilidad esperada entre el costo de reposición de sus activos tangibles. Se espera un

índice mayor o igual a 1; indica que la empresa está valorada igual o por encima de su valor

material donde la rentabilidad de sus activos es igual o mayor a la exigida por el mercado.

Una limitante es el costo de reposición de los activos que depende de la tecnología, el

mercado y el evaluador.

Existen otros tipos de indicadores financieros que por diferencia se puede deducir el

valor del activo intangible, son: (a) Factor de Capitalización de mercado, se obtiene de la

diferencia entre la capitalización del mercado de una empresa y el valor de sus activos

tangibles, la diferencia será valor de los activos intangibles.; (b) Factor Retorno sobre

Activos, el promedio de los ingresos antes de impuestos sobre la media de activos tangibles,

dicho factor se compara con el estándar del sector y la diferencia porcentual es generado por

los activos intangibles. Finalmente, encontramos gran diversidad de modelos de evaluación

de los activos intangibles que permiten a las organizaciones tomar el modelo más adecuado

para explicar su situación actual, dentro de esto el modelo Q de Tobin y Skandia tienen base

teórica más sólida e indicadores más desarrollados que permiten evaluar con mayor exactitud

el valor del Capital intelectual, no obstante los demás modelos apuntan hacia una perspectiva

estratégica, y muy pocos hacia lo contable o el intento de justificar la diferencia existente

entre el valor de mercado y el valor en libros.


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En conclusión, se afirma que el Capital Intelectual tiene cabida dentro del concepto

activo intangible; los cuales deben estar clara y objetivamente definidos desde sus objetivos,

metodología, valor futuro y valor mercado esperado. Dicho sustento lógico servirá ante las

normas contables que actualmente generan restricciones en su reconocimiento como activo

intangible. Dichas controversias están también en la óptica conservadora del evaluador de los

activos o las áreas contables - financieras, ello nos conlleva a tener mayor apertura y analizar

el potencial de la innovación, creatividad y el desarrollo en el capital humano, en general el

capital intelectual. Los empresarios actualmente buscan mayor rentabilidad en el negocio, así

uno de los grandes retos de las ciencias financieras alrededor del Activo Intangible es

valorizarlo apropiadamente, ya que no se puede gerenciar lo que no se puede medir. Por lo

expuesto no hay un consenso sobre una metodología idónea para medir el valor del capital

intelectual, está en función a cada organización, su contexto y rubro. Finalmente, el capital

intelectual en su máxima expresión – capital humano – no es un gasto sino un activo que toda

organización inteligente debe valorarlo y potencializarlo de tal forma incrementará su

desempeño y el valor de la misma.


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Referencias

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Cengage Learning CENTRUM Católica.

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