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Pena de Muerte: Desarrollo Económico Necesario

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La pena de muerte es una de las sanciones más graves y antiguas de la historia, su

aplicación aún genera debate en diversos tópicos como legales, sociales y religiosos

primordialmente; sin embargo, la decisión final de su implementación proviene de una

decisión política y con ello un poder sobre la ciudadanía. A su vez, se relaciona con

elementos emocionales en la población producto de la interacción de fuerzas políticas,

valores culturales, y actitudes sociales que plantean la causalidad, la razonabilidad, la

intimidación y/o el control social en la población y permiten a la pena de muerte un

mecanismo de control social y enfocar a la sociedad a otras problemáticas que le permitan

desarrollarse. Por lo tanto, el presente ensayo propone evidenciar que la pena de muerte es

apropiada en países que buscan un desarrollo económico sostenible. Bajo esta óptica, y con el

objetivo de brindar un mayor entendimiento a la polémica propuesta, se desarrollarán los

argumentos de índole religioso judeocristiano, jurídico, social y económico.

En primer lugar, se propone el argumento de carácter religioso judeocristiano a través

del sexto mandamiento: “No matarás” (Ex. 20:13 Versión Latinoamericana) pero Zeller

(2016) indicó que dicho en su idioma original – el hebreo – la traducción fue “No

Asesinaras” debido a la diferencia semántica de las palabras: (a) Matar (ratsash o ‫ הרג‬en

hebreo); (b) Asesinar (shachat o ‫ רצח‬en hebreo). Así, la diferencia entre ambos vocablos es

sustancial, ya que matar conllevó a estas acepciones: (a) Quitar una vida humana o animal en

defensa propia o por un bien mayor; (b) Quitar una vida humana por accidente; por otro lado,

el asesinar en su traducción y en concordancia a Diccionario de la Real Academia Española

(DRAE, 2014) se consideró asesinar a quitar la vida de vida humana ilegal y/u inmoralmente;

esto generó que la traducción castellana tenga históricamente diversos significados (Cotarelo,
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2015). De ello se desprende que el Sexto Mandamiento no implica “No matar” sino “No

asesinar”, así la sociedad debe aplicar la Pena de Muerte a un criminal y no a un inocente.

De lo anterior, la pena de muerte se planteó también en el diluvio cuando Dios castigó

en respuesta a los crímenes violentos del pueblo pagano (Gn. 9:6) y dispuso que el hombre es

tan valioso que al derramar su sangre debe pagarse con la muerte del homicida; planteándose

el subjetivismo de la moralidad legal como prerrogativa ejecutoria (Ex. 21:12 y Lv. 24:17) así

Dios facultó al hombre la autoridad, el derecho y la obligación de ejecutar la pena muerte al

asesino aplicando la regla de equivalencia de falta: “alma por alma, ojo por ojo, diente por

diente” (Ex. 21:23-24). Todo ello le permitió al hombre, en la época del nuevo testamento,

analizar y ejecutar de manera justa y equiparable la pena de muerte para reprimir el delito y

generar temor en el hombre a la muerte (Heb. 2:14-15) y que este sopese el acto delictivo

antes de cometerlo por la pena a recibir. Así, cuando el castigo se cumple con prontitud,

objetividad y justicia en los criminales, aquellas personas que sean conscientes y racionalicen

los hechos y consecuencias, no efectuarán un delito y transmitirán a los demás sobre el temor

de la muerte (Dt. 19:20 y Ec.8:11).

En ese sentido, al delincuente se le consideró como un enfermo incurable que

amenaza al cuerpo social (Platón, citado por Giudice, 2011) y eso fue refrendado por

Cipriano (citado por Giudice, 2011) quién promovió que la pena de muerte sea ejecutada por

el estado en virtud rectora de la sociedad y no se ejecute privadamente. Esto conllevó a

Crisóstomo (citado por Giudice, 2011) a plantear que la autoridad no sólo está circunscrita a

erradicar al pecado sino también velar y promover el concepto de orden social y temor a Dios

en los ciudadanos. A ello, se debe considerar que el fin primario de una ley penal es reformar

al delincuente, y de fallar el estado en ese objetivo, el delincuente se vuelve irreformable, esto

justificó la pena de muerte como liberación de futuros males para la sociedad y erradicar la

violencia en la sociedad (Clemente, citado por Giudice, 2011).


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En segundo lugar, se propone el argumento de carácter jurídico, para ello Stucchi

(2015) planteó que la función de la pena de muerte es intimidar a los individuos a no efectuar

determinados crímenes, esto desde una óptica supraindividual del derecho penal que sopesa

la no autodefensa de la sociedad y al estado como un organismo encargado de asegurar el

bien mayor, la existencia, desarrollo y armonía del mismo. Esta postura fue respalda por

Ugaz, Yamamoto y Zegarra (2015) quienes propusieron que la pena de muerte es un

elemento disuasivo que tiene la función de prevención general negativa sobre aquel conjunto

de normas jurídicas que permiten la coerción y amenaza que conllevan al cumplimiento de la

ley, y esto permite alinear el comportamiento de cada ciudadano a través de las

consecuencias negativas. De mismo modo, Stucchi (2015) circunscribió la pena de muerte en

la no posibilidad de re – sociabilización del recluso o la incapacidad del estado en generar la

reforma actitudinal de mismo. Por tanto, la pena de muerte se consideró una necesidad

política que protege primordialmente al estado y mantiene el orden social, y que conlleva a

aplicarla en aquellos delincuentes cuya peligrosidad, delito y no re – sociabilización hacen de

esta medida, la más pertinente.

Para Bascuñán (2016) la pena de muerte fue una herramienta de dominación para

asegurar la estabilidad política y la seguridad del estado; de tal forma que se imprime un

juicio inconsciente del estado sobre la ciudadanía porque deviene de un juzgamiento

necesario y pertinente de la destrucción de la delincuencia para salvaguardar a las personas.

A lo que Garland (citado por Bascuñan, 2016) lo conceptualizó como la pedagogía del terror

donde la pena de muerte funcionó como elemento educativo del estado hacia la población en

general sobre determinados delitos con los objetivos supremos de dominación, intimidación y

restauración del orden ultrajado. A favor de lo citado, Tilly (citado por Bascuñan, 2016)

planteó que un estado donde la debilidad de acción en momentos críticos y el poder soberano

es cuestionado, se tiende a dañar la autoridad y alentar a las fuerzas opositoras; esto faculta al
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estado aplicar la pena de muerte para re alinear lo propuesto anteriormente. Así, la pena de

muerte se convirtió en una ceremonia de poder pensada para exhibirse públicamente, exponer

el sufrimiento del delincuente, que permita intimidar y aterrorizar al público asistente y este

evento fue un instrumento educativo social y de la justicia penal.

Del mismo modo, López (citado por Bascuñan, 2016) consideró a la pena de muerte

una medida de control ineludible por ser un reclamo social y son los legisladores los

receptores permanentes del pueblo, por tanto su deber es articular sus necesidades de forma

responsable y correcta. Bajo este enfoque, Arvizú y Cerda (2009) propusieron que la

sociedad – en general – no esperan de sus políticos explicaciones teóricas o discusiones

retóricas sobre una problemática social palpable y crítica, sino propuestas concretas para el

desarrollo económico, político y social; entonces, la autoridad deberá de promover, conservar

y restaurar el orden público inmediatamente a través de las facultades atribuidas; por ejemplo,

para articular la pena de muerte debe estar exenta de discusiones baldías, prejuicios, y

oportunismos políticos. Por tanto, la utilización de la pena de muerte puede generarse como

medida del estado pero también como requerimiento de la sociedad ante situaciones críticas

que solicitan ser atendidas oportunamente, esto le atribuyó al estado un recurso político que

le permite extender su capacidad de respuesta y dar a conocer deliberadamente su poder

contra el desorden, anarquía, violencia, etc.

En tercer lugar, se propone el argumento de carácter social, así López (citado por

Bascuñan, 2016) propuso que el nivel de peligrosidad en determinados reclusos permiten con

cierto fundamento declarar que es poco o nada probable su regeneración y reinserción a la

sociedad de forma constructiva, sumado al excesivo costo que representa mantener un recluso

casi perpetuamente en la cárcel para la sociedad y sus contribuyentes, sin posibilidad de

rehabilitación y sobre todo el costo/oportunidad de utilizar dichos recursos en actividades

preventivas de la delincuencia o en otros tipos de reclusos. A ello, se agrega lo propuesto por


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Stucchi (2015) que en épocas de crisis sociales debido al incremento exponencial de la

delincuencia, la opinión pública tiende a olvidar o sopesar ciertos prejuicios humanitarios o

religiosos para exigir al estado que se aplique la pena de muerte. Reforzando lo anterior,

Arvizú y Cerda (2009) investigaron en el 2008 que una parte de la sociedad mexicana solicitó

la pena de muerte para los secuestradores que asesinen a sus víctimas, más allá de la pena de

muerte en sí fue las diversas formas requeridas de castigo: (a) Fusilamiento; (b)

Degollamiento; (c) Ahorcamiento; (d) Inyección Letal; concluyó que el 70% de los

encuestados estaban a favor de la pena de muerte y el 65% consideró que dicha pena

reduciría la inseguridad. De esta forma, aplicar la pena de muerte evitaría costos al estado y al

contribuyente para mantener a los reclusos que no aportarían valor a largo plazo en la

sociedad y/o a ellos mismos, y se evitan reacciones populares contra los delincuentes.

Del mismo modo Ugaz, Yamamoto y Zegarra (2015) se mostraron escépticos a la

resocialización de un recluso debido a que de niño y adolescente las experiencias, el contexto

social y los factores de riesgos intervinientes han desarrollado en la persona una determinada

personalidad desadaptada o disonante que para modificarse a edad adulta se torna dificultoso,

estando varias veces en función de los niveles de agresividad, resentimiento hacia el estado

y/o la sociedad, voluntad de cambio; ello resulta que los sistemas carcelarios poco o nada

rehabilitan al recluso. Bajo esta óptica, Bascuñán (2016) propuso que si el recluso se

encuentra adoctrinado o ideológicamente comprometido, estos no mostraron apertura para la

re – educación y la muestra de estos penales no cumplen dicha función reformativa por

problemas presupuestales, infraestructura y personal idóneo. Esto planteó, que si de niños o

adolescentes no se puede establecer determinadas estructuras psicológicas y mecanismos de

defensas consistentes y/o resilientes para determinados estratos que ha futuro permitan al

ciudadano ser una persona de bien; esto no implica una limpieza social, sino más bien

establecer reglas y penas claras para la sociedad y con un poder judicial transparente y menos
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corrupto para ser consecuente con las penas de tal forma que se asegure la propia subsistencia

de la sociedad.

En cuarto lugar, se propone el argumento de carácter económico, según Amnistía

Internacional (2017) mencionó los países que aplicaron la pena de muerte según la pena: (a)

Afganistán, por asesinato; (b) Corea del Norte, por contrabando de drogas y traición al

estado; (c) Indonesia, por tráfico de drogas y terrorismo; (d) Bielorrusia, por crímenes con la

seguridad de la humanidad. Adicionalmente, Falvy (2016) explicó que Singapur – con un

promedio de 5.5 millones de habitantes – posterior a su independencia en 1965 tuvo la más

alta tasa de delincuencia y tráfico de drogas, también fue frecuente la impunidad de ciertos

delitos y hubieron malos manejos de gobierno que afectaron el desarrollo del país. Así, en la

década del 2000 apareció el terrorismo agravando dicha problemática, pero bajo el mandato

del primer ministro singapurense Lee Hsien Loong redujo los índices de criminalidad

adoptando la pena de muerte en los siguientes delitos: (a) criminales confesos; (b) Corrupción

a todo nivel; (c) Narcotraficante; (d) Violadores; y otros castigos menores que tuvieron

exposición social como trabajos comunitarios forzados. Esto permitió que desde hace más de

12 años, la tasa de reclusos disminuyó más del 30% (de 13,791 a menos de 9,000 reclusos) y

que lo situó como el país con el índice per cápita de ejecuciones más elevado del mundo

(Cembrero, 1995).

Por otro lado, Oppenheimer (2009) analizó los sucesos en Singapur y como afectaron

positivamente a la economía de dicho país convirtiéndolo en el noveno más rico del mundo

en ingreso per cápita, comparativamente con Estados Unidos que ocupó el décimo lugar,

Argentina el 81, México el 82, Jamaica el 123. A nivel educativo, ocupó el primer puesto en

los exámenes internacionales TIMSS que evaluaron la capacidad de los estudiantes de cuarto

y octavo grado en materias como matemática y ciencias; así también exigieron a sus

estudiantes que finalicen sus estudios con el manejo de tres idiomas adicionales. Del mismo
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modo, la aplicación de la pena de muerte favoreció el índice de desarrollo, permitió armonía

social, un orden jurídico, mayor conciencia cívica, seguridad ciudadana y por tanto,

disminución en la criminalidad. Así, estas fórmulas aplicadas y otras de índole administrativo

permitieron mejorar un país que pasó por una crisis social, económica y educativa; y si bien,

es un modelo restrictivo y autoritario, estas medidas cumplieron el objetivo de re – alinear al

ciudadano y crear valores entre la población que le dan seguridad para desarrollarse.

En conclusión, la pena muerte es justificada en países del tercer mundo – como el

caso de Singapur – que buscan un desarrollo económico social y educativo a partir de una re

alineación de determinadas delitos. Esto implica una mayor apertura a los enfoques

tradicionales como el filosófico, religioso, social, y económico; y otros como la coyuntura

particular de cada país y su cultura que lo circunscriba. De esta forma la aplicación de la pena

de muerte es imprescindible y apremiante para la administración de la justicia y orden social

donde se enfatice primero el funcionamiento del estado por encima de la sociedad que debe

ser educada, intimidada y reprimida en determinados sectores. Entonces, una solución sería

reformular las acciones penales y el sistema jurídico contra determinados delitos contra la

sociedad como: (a) Narcotráfico; (b) Delincuencia; (c) Asesinatos; (d) Corrupción. Como

resultante, se mantendrá una cantidad apropiada de reclusos bajo sistemas de seguridad y su

re – educación más efectiva, lo cual implica un costo social y publico más racional para el

estado y los contribuyentes. Finalmente, se apreció como en determinadas sociedades

verticales, restrictivas y autoritarias se puede aplicar la pena de muerte y ello resulte en

mejoras de algunos indicadores de competitividad que le permita diferenciarse de otros países

significativamente.
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Referencias

Amnistía Internacional (2017): Archivos de investigación. Extraído de: https://goo.gl/L9xgeZ

Arvizu, A., & Cerda, A. (2009). ¿Debe aplicarse la pena de MUERTE? Contenido, (549),

24-32.

Bascuñan, O. (2016). La pena de muerte en la restauración: una historia del cambio social.

(1). Historia Y Política: Ideas, Procesos Y Movimientos Sociales, (35), 203-230.

Doi:10.18042/hp.35.09

Cembrero, I. (1995) Singapur humilla a los delincuentes sexuales mostrándoles en televisión.

Extraído de: Http://elpais.com/diario/1995/04/06/sociedad/797119212_850215.html

Cotarelo (2015). Judaísmo Consentido. Extraído de: https://goo.gl/5bGXiS

López, E. (2009). La pena de muerte. Archivos De Criminología, Seguridad Privada Y

Criminalística, Vol 2, Iss 1, Pp 1-5 (2009), (1), 1.

Falvy, D. (2016) Entre la falsa matanza en Singapur. Extraído de: https://goo.gl/zBDujj

Giudice, H. (2011). Argumentos racionales y bíblicos sobre la pena de muerte en la

patrística. Teologia Y Vida, 52307-322.

La Biblia. (n.d). Madrid: Ediciones Paulinas, 1979.

Oppenheimer, A. (2009).El secreto de Singapur: la educación. Extraído de:

https://goo.gl/Xj6TBU

Real Academia Española. (2014). Asesinar. En diccionario de la lengua española (23a ed).

Recuperado de http://dle.rae.es/srv/fetch?id=3yfqtFV

Stucchi Díaz, L. (2015). Sobre la Pena de Muerte. THĒMIS-Revista de Derecho.

Ugaz, J., Yamamoto, J., & Zegarra, F. (2015). La pena de muerte. THĒMIS-Revista de

Derecho.

Zeller, G. (2016). La Pena Capital. Extraído de: https://goo.gl/h2QeX4

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