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LA VIDA ETERNA

Este tema trata de profundizar en el futuro escatológico; reflexionar sobre los elementos
que, según la revelación y la fe de la Iglesia, constituyen el fin señalado por Dios a la historia de
la salvación. Y para ello, en un primer momento nos adentraremos en la doctrina de la Sagrada
Escritura: en el Antiguo y Nuevo Testamento y nos detendremos especialmente en tres
categorías, sobre todo del NT, en las que se resalta la dimensión singular del reino: visión de
Dios, vida eterna y ser con Cristo.
En un segundo momento analizaremos la tradición, la doctrina de los Santos Padres y la fe
de la Iglesia sobre nuestro tema y principalmente nos detendremos en ver tres declaraciones
magisteriales: la constitución dogmática Benedictus Deus; el Concilio de Florencia y la
Constitución dogmática Lumen Gentium del Vaticano II.
En un tercer momento nos adentraremos en una serie de reflexiones teológicas: la función
de Cristo en la vida eterna; Visión-divinización; la eternidad; Socialidad y mundanidad.
¿Cuál es el fin señalado por Dios a la historia de la salvación? Si hablamos en términos de
estado o situación el fin es la resurrección a la vida eterna; si hablamos en términos de lugar o
espacio el fin es el cielo. Independientemente del lenguaje utilizado, lo importante es ver el
contenido, los elementos de ese fin.
Si nos acercamos a la Sagrada escritura, en el AT, analizando la promesa de Dios al pueblo
en donde dice Dios que él será su recompensa, ni la descendencia ni la tierra agotan las ansias
del israelita de buscar algo que colme sus aspiraciones… sólo Dios es el único bien capaz de dar
sentido a la aspiración del creyente. Sólo Dios es capaz de colmar de vida al creyente. Pero si
analizamos el concepto de vida en el AT, vida es algo más que simple existencia, es algo más
que biología; VIDA, es la existencia colmada por las bendiciones de Dios; una vida que se
disfrutará en plenitud comulgando íntima y constantemente con Él pero no en la existencia
terrena sino más allá de la muerte.
Se constata, por tanto, un desajuste entre lo prometido y lo alcanzado; y en este desajuste
se descubre, la intención de identificar al Dios que promete con la propia promesa.
Es en el NT, de manera firme y concreta, en donde se describe el contenido último de la
promesa pues es el mismo Cristo la promesa cumplida en el cual se hace presente el Reino de
Dios en sus palabras y obras.
Pero… ¿Cómo expresar en palabras humanas el contenido de esa vida con Dios?
Recurriendo a las imágenes suministradas por el lenguaje analógico, figurativo o mítico.
Jesús utiliza muchas y ricas imágenes que evocan en los destinatarios de su palabra, el
gozo de una vida consumada: Reino, reino de Dios, reino de los cielos, paraíso, gloria, visión de
Dios…
Especial importancia tienen las imágenes del banquete mesiánico o convite nupcial: boda y
banquete tipifican dos instintos prioritarios: conservación de la especie y la propia conservación;
ambas se asocian con la idea de la vida consolidada y a salvo. Pero también, y sobre todo, son
importantes por el carácter comunitario que reflejan: sugieren el gozo de los individuos en la
comunión de un grupo congregado. (Este carácter comunitario también se subrayará en el
símbolo de la ciudad celestial o la nueva Jerusalén).
Pero es la imagen o categoría de reino de Dios la que pone en evidencia que el fin de la
historia ha de ser teocéntrico y no antropocéntrico, es decir, que se trata más de la gloria de Dios
que llena toda la creación más que nuestra propia gloria; de ahí que la consumación es la de una
sociedad humana (un reino) que alcanza su fin en la participación de la gloria de Dios, y no la de
unos destinos singulares llegados a la felicidad individual.
Pero el fin de la historia de la salvación no se agota en estas imágenes; en el NT
encontramos muchas más: visión de Dios, vida eterna, ser con Cristo, en donde resalta, sin negar
su carácter comunitario, el aspecto personal-singular del reino anunciado. Vamos a acercarnos a
tres de estas categorías del NT:

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b) La visión de Dios.
La visión de Dios es prometida por Jesús a los limpios de corazón: “dichosos los limpios
de corazón porque ellos verán a Dios”. Este anhelo, que aparece repetidas veces también en el
AT, será objeto de dos textos clásicos del NT: 1Cor 13, 12 (pero cuando me hice hombre, dejé a
un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara
a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí) y
1 Jn 3, 2 (“ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que,
cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es”). En los textos
bíblicos, la visión de Dios se ha de comprender no sólo como un camino cognoscitivo-intelectivo
sino ante todo, como un participar de su vida, vivir en su presencia. O dicho de otro modo, ver a
Dios apunta menos a una relación noética que a una comunión existencial; apunta a la mutua
compenetración del cognoscente y el conocido en la esfera de un intercambio vital. En definitiva:
Alcanzar esa comunión existencial, alcanzar la divinización es alcanzar la forma perfecta de
filiación; y es Cristo el que nos hace ahora hijos de Dios y el que nos hará entrar en la perfecta
filiación divina.
Por tanto ver a Dios es entendido bíblicamente en clave de comunión de vida. Lo cual nos
conduce a la designación del estadio escatológico como “vida eterna”.
c) La vida eterna.
Vida eterna es otra de las categorías del NT que resalta la dimensión singular del reino
anunciado. Esta categoría se utiliza en los sinópticos como sinónimo de la fase final del reino;
significa el futuro escatológico.
En Juan, que también profundiza en esta categoría, hace referencia no al futuro
escatológico sino que (la vida eterna) es ya poseída actualmente por la fe: quien cree en Cristo
“tiene la vida” o “la vida eterna”; vida que puede perderse por desaparición de la fe o por
atentado contra el amor fraterno. De ahí que la vida eterna no alcance su consumada perfección
sino en el futuro, cuando el creyente sea sumido en la gloria del Cristo resucitado y esté donde él
mismo está; en definitiva para Juan, la vida eterna también es contemplada como comunión,
comunión en el amor.
En Pablo se encuentra también el concepto de vida, con un significado próximo al de
Juan, aunque la expresión “vida eterna” parece reservada en exclusiva (como en los sinópticos)
para la consumación escatológica. Dicha vida es participación en la vida de Cristo resucitado y
se manifestará en su plenitud con la parusía.
d) ser con Cristo.
La última categoría a analizar es Ser con Cristo.
Tanto la categoría “visión de Dios” como la de “vida (eterna)” están animadas, por un
vigoroso cristocentrismo: ver-conocer a Dios es ver a Cristo tal cual es o estar presentes en el
Señor. Tener la vida es creer en Cristo, escuchar su palabra o comer su carne.
Por tanto ver a Dios o poseer la vida eterna, que constituye participar del ser de Dios, se
nos da en la participación del ser de Cristo. Es esta categoría cristológica una de las más
comunes en el NT, y hace resonar una nota específica en la expectación bíblica del éschaton.
“Estar en el paraíso” o gozar del reino equivale a “ser con Cristo”.
Por tanto, como conclusión podemos apuntar que a la vista del número y la importancia
de los textos, repartidos a lo largo del NT, se impone en él, (NT) un cristocentrismo absoluto del
estado de consumación. Lo que se denomina reino de Dios, paraíso, visión de Dios, vida eterna,
no es sino esto: ser con Cristo, en la forma de existencia definitiva. Allí donde está Cristo, allí
está el reino. Él es (Cristo), en el más riguroso y preciso de los sentidos, nuestro éschaton. La
promesa hecha a los patriarcas se ha personalizado en la figura del Hijo y en el consorcio de su
vida gloriosa.

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2.- La tradición y la fe de la Iglesia.
a) En los Santos Padres descubrimos la vida eterna como visión de Dios pero también
encontramos un elemento que la tradición ha insistido sostenidamente y es concebir el cielo
como sociedad. O dicho de otro modo: en los padres ha calado hondamente el carácter social de
la vida eterna. Por tanto, la bienaventuranza consiste no sólo en la visión de Dios, sino en “el
disfrute de la inmortalidad con los justos y los amigos de Dios”. En realidad, el sujeto primero de
la gloria celeste es la Iglesia; en ella y por ella llega a las personas singulares el gozo eterno.
b) En cuanto a la fe de la Iglesia hay que decir que además de que los primeros símbolos
de fe y diversos documentos del magisterio recogen la esperanza cristiana en la vida eterna… La
más importante de las declaraciones magisteriales en torno a nuestro tema, es la constitución
dogmática de Benedicto XII Benedictus Deus (DS 1000); también fue importante el Concilio de
Florencia y finalmente el Vaticano II en la Constitución Lumen Gentium.
La constitución dogmática “Benedictus Deus” surge como respuesta a la tesis de Juan XXII,
el cual dilataba la visión de Dios hasta el día del juicio (al final se retractará).
La atención se dirige a la visión de Dios como constitutivo esencial de la vida eterna de la
cual se hacen una serie de precisiones:
a) El hecho de la visión: los bienaventurados... vieron y ven la esencia divina.
b) El modo de la visión: Se trata de una visión intuitiva, “facial”, “no mediando ninguna
criatura en razón del objeto visto” sino mostrándose inmediato, claro y abiertamente la esencia
divina.
c) Las consecuencias de la visión: el gozo; la bienaventuranza y la vida eterna.
d) La duración de la visión: una vez comenzada permanece “sin interrupción... hasta la
eternidad”.
El problemas o las valoraciones críticas hacia la Benedictus deus son el carácter
marcadamente intelectual de la vida eterna; que no se menciona explícitamente el amor y en cambio
se insiste en el conocimiento y se asigna como término del mismo la “esencia divina”; la alusión al
elemento cristológico se hace muy de pasada; no reconoce todos los aspectos bíblicos de la “vida
eterna”; la visión de Dios es entendida en sentido cognoscitivo y la dimensión social no juega
ningún papel. Pero sí que es cierto que es notable por su rigor y precisión conceptual.
En una línea muy semejante se mueve el Concilio de Florencia que afirma que en el
cielo “se ve intuitivamente al mismo Dios, trino y uno, como es” (DS 1305).
La constitución Lumen Gentium ha aportado a la doctrina del magisterio sustanciales
complementos; incorpora enseñanzas precedentes, ensancha el horizonte de la temática y
recupera con una recia documentación bíblica aspectos de la vida eterna muy destacados en el
NT. Así, recoge el dato “visión de Dios”: “en la gloria… seremos semejantes a Dios, porque lo
veremos tal como es” y recoge y recalca el carácter o dimensión cristológica: ser con Cristo,
participar con él; y recoge y recalca la dimensión social de la Vida eterna: la Iglesia se
consumará en la gloria celeste.

Como vemos, las declaraciones del magisterio antes del concilio vaticano II, se centran
en la visión en un tono teocéntrico: es Dios el objeto de la visión dificultando así la comprensión
cristológica de la vida eterna, mientras que con Lumen gentium se centra en el aspecto
cristocéntrico.

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3.- Reflexiones teológicas.
La función de Cristo en la vida eterna:
¿Qué papel juega Cristo en la visión de Dios? Una comprensión intelectualista de la
categoría (visión) hace insoluble el problema. Si la visión de Dios es la contemplación o el
conocimiento de su esencia, no hay espacio disponible para la humanidad de Cristo en el acto
mismo de la visión. Si entendemos la visión en sentido existencial (comunión interpersonal) no
podemos llegar a la visión de Dios sino por el hombre Jesús. Y el hombre, por tanto comulgando
con Cristo, siendo con Cristo, participa de la divinidad pero eso sucede en su estructura puramente
humana; por tanto, la realidad humana del Hijo de Dios, de Jesús es el único lugar de encuentro
entre Dios y el hombre. Sólo siendo con Cristo podemos ver a Dios.
Así, la gracia es participación de la vida de Cristo resucitado y la gloria no es otra cosa que
la consumación de la gracia.
“Jesús hombre no sólo fue por una vez de decisiva importancia para nuestra salvación…,
sino que es ahora y por toda la eternidad… la permanente apertura de nuestra finitud al Dios vivo
de la vida eterna e infinita… En la eternidad sólo se puede contemplar al Padre a través del Hijo;
y se le contempla inmediatamente precisamente de ese modo, pues la inmediatez de la visión de
Dios no niega la eterna mediación de Cristo-hombre”.
Visión-divinización:
Sólo el hombre que participa del ser de Dios puede ser admitido en la intimidad de su
vida; sólo el hombre que participa existencialmente con Dios, lo ve. Y esto sólo sucede a través
de Jesús (nadie conoce al Padre sino el Hijo).
De nuevo hemos de subrayar el elemento cristológico: es el ser-con-Cristo (el ser uno con
el Hijo) lo que nos otorga la filiación divina, que es autentica divinización. Lo mismo sucede
cuando hablamos de configurarnos con Cristo. Al apropiarnos de su ser, lo vemos y nos
asemejamos a Él.
Pero todo esto, no supone la aniquilación del yo (yo absorbido por la divinidad) sino que
supone para el yo humano su plena realización; su plena autoposesión como persona.
La eternidad:
La visión de Dios es la vida eterna. Una real participación en el modo de ser propio de
Dios implica, como es lógico, participar paralelamente en su modo de persistir en el ser. Así
pues, la duración al que es con Cristo, es la eternidad participada. Una eternidad no idéntica a la
de Dios sino que la eternidad participada atañe sólo al bienaventurado.
Esta eternidad participada la entiende la fe de la Iglesia como aparece en la Benedictus
Deus: como duración sin interrupción ni término; como situación definitiva e irrevocable.
Pero, quizá, hay todavía una cuestión importante que dilucidar: ¿La visión de Dios
entraña inmovilidad o un progreso constante en el bienaventurado?
Quienes se inclinan por la primera opción (entraña inmovilidad) lo hacen desde una
inteligencia de la visión dominada por la categoría “contemplación” (asociada a la idea de
“quietud”). Los que defienden la posibilidad de un progreso hacen valer la categoría “comunión
existencial”.
Pero hay que aclarar que en la noción misma de la vida eterna se incluye un permanente
dinamismo pues si no, no sería vida y además, no puede extenderse a lo largo de una duración
idéntica a nuestro tiempo pues de lo contrario no sería eterna.
Así, hay que concluir, por tanto, que la vida eterna representa la divinización del hombre;
que entraña un constate progreso porque el cielo no es mera contemplación pasiva, sino continuo
gozo fruto de la comunión existencial con Dios; y su duración es la eternidad participada pues
nunca conocerá el término.

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Socialidad y mundanidad.

La experiencia nos habla de un doble anhelo del hombre: por un lado la vocación a una
solidaridad realmente universal; y el señorío ilimitado del hombre sobre el cosmos.
Pues en la vida eterna se consuma la índole social y mundana del hombre.
En un primer momento, la vida eterna no puede darse en el hombre al margen de la
consumación de la humanidad; y viceversa: la consumación de la humanidad no puede darse sin
la consumación del hombre. Por de pronto, el sujeto primero de la bienaventuranza es el pueblo
de Dios, la Iglesia en su estado escatológico. La vida eterna, comunión con Cristo, es además
sanctorum communio, comunión de los santos en cuyo seno se experimentará la verdad –ahora
escondida- de que todos somos hermanos de todos.
La relación al mundo (a la creación transfigurada) es más difícilmente tematizable. Y, sin
embargo, no podemos prescindir de ella: el mundo no es únicamente infraestructura o soporte de
la existencia humana; es además el espacio abierto a su creatividad y el entorno natural a su
corporeidad. Si Dios destina al hombre entero a la vida eterna, si hay no sólo resurrección, sino
nueva creación, habrá igualmente una conexión hombre-tierra, y la bienaventuranza no se
reducirá a “recibir en pura pasividad un influjo beatificante redundante del alma”; importará
también “una verdadera actividad de todo hombre, actividad totalitaria y unitaria del espíritu y
del cuerpo”.

La vida eterna, por tanto, consuma la triple dimensión del hombre: su ser personal, que es
divinizado; su humanidad que deviene en la comunión de los santos y su mundanidad que se
torna en nueva creación.

Como conclusión del tema podemos apuntar lo siguiente:

El final de la historia de la salvación, según la Sagrada Escritura y la fe de la Iglesia a


lo largo de los siglos, apunta a la visión de Dios, a la vida eterna; categorías, éstas cargadas
de un cristocentrismo absoluto en donde ser con Cristo es la existencia definitiva.
“Cristo-hombre no sólo fue por una vez de decisiva importancia para nuestra
salvación…, sino que es ahora y por toda la eternidad… la permanente apertura de nuestra
finitud al Dios vivo de la vida eterna e infinita… Sólo podemos ver a Dios a través del Hijo;
esta comunión, que nos diviniza, que deviene en la comunión de los santos, que se torna en
nueva creación y entraña un constante progreso, tiene de duración la eternidad pues nunca
llegaremos al conocimiento de su término.
En definitiva, la vida, en su núcleo esencial y en cualquiera de sus manifestaciones, es
el misterio, porque es el don que Dios hace de sí mismo.

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