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Título: El trabajo precario y las deconstrucciones de lo masculino.

Autora: Sandra Estrada Maldonado.

Eje temático: Género y Sociología del Trabajo.

Mesa de trabajo: 11 Género y uso del tiempo

“Segundo Congreso Latinoamericano de Ciencias Sociales: Las crisis en América

Latina, diferentes perspectivas y posibles soluciones”, organizado por la Unidad

Académica de Ciencias Sociales, UAZ 12, 13 y 14 de Junio de 2013.

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Resumen

En la convergencia de las crisis de masculinidad con un mercado laboral dominado por


la creciente ausencia de prestaciones y bajos niveles de ingreso de la mayor parte de los
trabajadores mexicanos; nos proponemos situar las características y realidades del
trabajo precario en México, retomando los procesos de flexibilización y desregulación
El trabajo precario se analizará a la luz de los estudios de género y específicamente en
relación a la construcción de nuevas masculinidades que reformulan el tradicional rol de
proveedor ante las nuevas circunstancias de fragilidad laboral y desafiliación social.

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I. Lo que hace al trabajo precario


Hablar de trabajo precario implica adjudicar este adjetivo y crear con ello una condición
que no sólo refiere a una situación pasajera sino que está volviéndose una constante
cada vez más cristalizada en nuestras sociedades. La precarización es entonces un
proceso que si bien guarda características diferentes de acuerdo a cada país, conserva
como elemento fundamental a la incertidumbre e inestabilidad laboral.
Para iniciar haremos un breve recorrido por las definiciones que algunos autores han
dado a dicho término.
En este recuento que de ninguna manera es exhaustivo tenemos conceptos que
describen las condiciones de precariedad y que por lo tanto podrían ubicarse como una
perspectiva de análisis micro; pero también los hay que tratan de explicar el proceso de
precarización y que por lo tanto recurren a elementos macro que trascienden la mera
descripción para abonar a la comprensión de la intrincada relación que guardan aspectos
como la desregulación, tercerización y la misma flexibilización laboral.
Dentro del primer grupo y para hacernos una imagen de lo que significa hablar de
trabajo precario tenemos por ejemplo el desarrollo de Rodgers y Rodgers quienes
sugieren que los componentes que identifican a la precariedad laboral son: percepción
de inestabilidad e incertidumbre en la continuidad del trabajo, inseguridad en el control
de las condiciones laborales (salarios, ritmos de trabajo), así como la desprotección en
el empleo e insuficiencia de los ingresos generados (Citado por Burín, 2011).
En este sentido también podríamos sumar a esta lista, el deterioro en la calidad del
empleo, trabajos en malas condiciones, la tercerización y el incremento de actividades
no asalariadas (Ferrari, Maza, 2007). Para estas autoras los contratos parciales son
también una estrategia que abona a la precarización puesto que en primera instancia
restringen los derechos laborales que se tenían en los trabajos de jornada completa. En
términos concretos las características principales del trabajo precario son: incertidumbre
respecto a la duración de la relación laboral, tendencia a que las condiciones de trabajo
se vean degradadas, reducción de los ingresos y tendencia a extinguir la protección
social.
Dentro de dichas prestaciones, la afiliación a la seguridad social es un ícono que casi
por si mismo puede tornarse indicador de precarización, pues crea Hogares Asalariados
Protegidos o bien Hogares Asalariados Precarios (Salvia, Tissera, 2007), distinción que
evidentemente lleva la precariedad más allá del trabajador/a ubicándose como

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condición de las personas que en primera instancia dependen no sólo del salario sino de
las seguridades que solía proveer un trabajo.
Hasta ahora podríamos convenir en que la precariedad no es una condición absoluta,
sino que admite cierta gradualidad y para algunos autores, se pueden incluso manejar
formas de precarización, por ejemplo: formas de contratación atípica, trabajadores no
registrados, condiciones de trabajo (Roca y Martín Moreno, 2007)

En esta misma línea Agulló (2007) señala tres características de la precariedad:


1. La discontinuidad del trabajo
2. La incapacidad del control sobre el trabajo, la deficiente o nula capacidad
negociadora ante el mercado laboral
3. La desprotección del trabajador
4. La baja remuneración del trabajador.

Sara María Lara Flores (2008) al partir del trabajo agrícola también propone ciertas
características que hacen a la precarización: ingresos insuficientes, jornada laboral
excesiva, trabajo infantil e inequidad de género, inseguridad en el empleo y
desprotección social, así como bajo nivel de sindicalización. Después de todo, de
acuerdo a Neffa (2010), el trabajo precario suele definirse por lo que no es, pues se
ubica en las antípodas de lo que antes era contemplado como trabajo decente o formal.
Entre las modalidades de precarización están:
El trabajo contratado por tiempo determinado, el personal de planta transitoria
(…), los empleos de carácter temporario contratados por medio de empresas de
servicios eventuales, los largos períodos de prueba que no siempre concluyen en
un empleo estable, las pasantías para jóvenes que se renuevan muchas veces de
manera sucesiva siempre por un tiempo determinado (Neffa, 2010: 48)

Vendrán ahora aquellos autores que aluden a la dimensión macro de la precarización,


hemos decidido llamarle dimensión macro porque no definen rasgos concretos en los
trabajadores precarizados sino que aluden a las características en todo caso de los
procesos de precarización.
Para Sotelo (2012) la precariedad es una condición inherente del trabajo asalariado, en
cambio la precarización corresponde al proceso de reposición y actualización del
mismo, de manera que la actual precarización del trabajo se asocia con las nuevas

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tendencias económicas entre las que se ubican la ruptura entre sociedad del mercado y
Estado de Bienestar, a partir de que este último fuera debilitando sus funciones de
proveedor de seguridad social. Según él, la esencia de la precariedad es una “creciente
pérdida de derechos sociales y laborales de los trabajadores que terminan por afectar a
la sociedad”(2012:24). Es interesante que haga extensiva la precariedad hacia los
derechos sociales y la sociedad en su conjunto, pues le da una dimensión abarcativa, lo
cual permite entender a la precarización como un fenómeno más complejo y que incluye
el derecho a tener derechos.
En esta misma línea, para Blancas Martínez (2011) el valor del trabajo es precario y
tiende a la precarización pues el capital en su tendencia a aumentar la tasa de ganancia,
reduce el valor de la fuerza de trabajo. Hay una tendencia del trabajo a la precarización
porque su precio que es el salario también se precariza
Encontramos aquí un primer debate en cuanto a ubicar a la precariedad como un
resultado del declive de los Estados de Bienestar, como una consecuencia de las
políticas de desregulación, o si en última instancia sería más que un efecto “un
mecanismo central del ciclo disciplinario posfordista” en términos de Laparra (citado
por Santamaría, 2009:37). Este debate no es en torno a las características de la
precarización sino respecto a su ubicación en la lógica del modo de producción
capitalista, la discusión en este sentido es entonces más bien teórica e implica más que
una diferencia en el checklist de lo que es trabajo precario, pues nos lleva a
cuestionarnos si las condiciones actuales de precarización son producto de una falla o si
por el contrario no son más que el devenir esperado en un sistema que en tanto
capitalista busca siempre aumentar la tasa de ganancia y lo logra a partir de la reducción
del valor de la fuerza de trabajo, actualmente por las vías de lo que llamamos
precarización laboral.

No decimos entonces que sea estéril la identificación de causas más concretas, como los
cambios en las legislaciones laborales, las debilidades en las formas de intervención
estatal y en las representaciones sindicales (Salvia, Tissera 2007); o bien el
reconocimiento de las formas cada vez más dúctiles de contratación que se acompañan
del debilitamiento de los derechos e instituciones protectoras (Barattini, 2009). En cada
contexto (nacional y regional) estas características tomarán formas diferentes que
ameritan ubicar aquellas condiciones que favorecen la precarización, pero es importante
no perder de vista el alcance de la discusión, pues ubicar al trabajo precario como

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condición inherente del modo capitalista o como accidente propio de un modelo de


producción (posfordismo) lleva aparejadas grandes diferencias desde la concepción del
problema. Finalmente, para Castel la precarización del empleo “es un proceso central,
regido por las nuevas exigencias tecnológico-económicas de la evolución del
capitalismo moderno” (Citado por Agulló, 2007). Pasaremos entonces a revisar estos
procesos tecnológicos: fordismo y taylorismo en relación a la flexibilidad laboral.

II. Taylorismo y fordismo, matices locales.


Si bien no hemos planteado un acuerdo absoluto respecto a las causas de la
precarización laboral, es innegable que los modelos de producción y en general las
formas de organización del trabajo requieren ser analizados a la luz obviamente de las
características históricas y contextuales propias de nuestra realidad ya que son muchas
veces los escenarios los que dan el acento particular a los diferentes modelos. Es
innegable por ejemplo, la influencia en los países latinoamericanos del modelo de
desarrollo basado en la sustitución de importaciones (ISI) que a partir de negociaciones
colectivas, relaciones salariales amarradas con el Estado, entre otros, fue modificando
la organización laboral yendo de los cambios tecnológicos ‘duros’ a las tecnologías de
gestión (Novick, 2000). Este modelo buscaba promover la producción nacional de
bienes poco sofisticados de consumo, desarrollando así una fuerte dependencia de la
importación de tecnología, insumos estratégicos y bienes modernos (Neffa, De la Garza,
2010)
Hablaremos entonces de los modos de organización del trabajo que fueron preparando
el terreno para la precarización, y que se definen como “el conjunto de aspectos técnicos
y sociales que intervienen en la producción de determinado objeto” (Novick, 2000: 126)
se trata de una construcción social e histórica en la que se incluye la división del trabajo
entre personas, y entre personas y máquinas.
Destacan entre estos modos de organización el taylorismo y el fordismo que aunque no
son aquí nuestro objeto de análisis se vuelven piezas indispensables. Es por ello que
brevemente hablaremos de sus características tratando de enfocarnos siempre en el
contexto latinoamericano.
Partiremos con el taylorismo que aunque suele ser nombrado, para evitar caer en
confusiones definiremos como un sistema de “hiperracionalización del quehacer
individual del obrero, basado en la descomposición-recomposición de los gestos y
movimientos particulares que componen su tarea específica”(Aguirre Rojas, 2008:25)

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En este sistema se interviene en el modo de trabajo pero más bien del obrero individual
que del colectivo, supone más que una distinta organización del trabajo, la
incorporación de formas de supervisión y control, reglas de trabajo, jerarquías, formas
de ejercicio de la autoridad para convertirse en última instancia en “la base
microeconómica del régimen de acumulación en su conjunto” (Novick, 2000:127)
Estas modificaciones permiten aumentar la intensidad del trabajo y acrecentar la
plusvalía extraída a los trabajadores razón por la cual se pone extremo cuidado en
replicar el Taylorismo, que de hecho parte de reconocer que “sólo un aumento de la
productividad del trabajo puede favorecer el desarrollo de la acumulación del capital”
(Coriat, 1982:34)
Me parece importante destacar este aspecto puesto que como se puede suponer un
proceso con las características del taylorismo ni se aplica ni se lleva a cabo de la misma
manera en todos lados. En América Latina por ejemplo destaca la aplicación de este
modelo en “plantas mucho más pequeñas que las equivalentes en países desarrollados”
(Novick, 2000: 128) lo cual entre otras cosas llevó a acentuar la integración vertical y la
protección en el mercado mediante subsidios estatales además de generar fuertes
mecanismos de control y disciplina sobre los trabajadores; a diferencia de los modelos
norteamericanos y europeos en los que se incidía en mayor medida en la disminución de
tiempos muertos y el aumento de la productividad (Ibídem)
Este énfasis sobre el trabajo individual implicó para el mantenimiento de esta
hiperracionalización del trabajo un despliegue de mecanismos de control y supervisión
que iban desde los premios en forma de primas salariales hasta castigos que tenían como
fin obreros taylorizados (Aguirre Rojas, 2008), resultado de una concentración en el
factor subjetivo del proceso de trabajo que más que transformaciones técnicas creaba un
nuevo tipo de obrero colectivo recompuesto y readecuado a partir de las nuevas tareas
de sus miembros individuales produciendo más allá del disciplinamiento, cambios en las
relaciones sociales y fuerzas productivas lo que llega a reducir la autonomía obrera
fortaleciendo el control sobre el colectivo trabajador que aunque efectivamente
estandariza instrumentos y momentos de la producción, no se constituye como una
nueva etapa ,sino solamente como un perfeccionamiento y adecuación subjetivos de
dicha gran industria capitalista (Op.Cit.). Insistir en esto resulta pertinente si volvemos a
nuestro problema que es el trabajo precarizado y su caracterización en México y
América Latina. De qué otra manera se puede entender, la aceptación y sumisión de los
trabajadores/as ante las actuales condiciones de precarización si no es contemplando la

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previa domesticación de la que fueron objeto taylorismo y fordismo mediante. Esto no


niega de ninguna manera la transformación de condiciones objetivas del proceso
productivo que efectivamente ocurrieron, avances tecnológicos y científicos por
ejemplo; simplemente destaca, el aspecto subjetivo que dicho sea de paso suele quedar
al margen .
Respecto al fordismo que también es un sistema de hiperracionalización, diremos que a
diferencia del taylorismo sí actúa a través de máquinas, específicamente mediante la
cadena de montaje y las formas de transporte interno para los objetos de trabajo, todo
ello para “imponer al obrero el ritmo y modo individual de su trabajo, eliminando
nuevamente los poros de tiempo improductivo (…) y predeterminando de modo regular
y minucioso la forma específica de su quehacer cotidiano individual” (Aguirre Rojas,
2008 :29), más que a través de premios y castigos mediante la imposición de la cadena
de montaje que de manera tal vez mucho más arbitraria y constante marca tiempos y
exigencias en la producción. Esto es: el fordismo también incide en el aspecto subjetivo
del modelo de producción pero lo hace a través de herramientas objetivas.
Ahora, en relación a nuestro país y la instauración del fordismo, De la Garza propone un
análisis basado en tres aspectos: las políticas laborales referías al salario, el empleo y el
conflicto; las relaciones corporativo-sindicales y el salario indirecto; en estos tres
ámbitos fue pieza clave la actuación del Estado por lo que considerar las políticas
laborales en cada país resulta indispensable. Para efectos de nuestro análisis retomamos
los aspectos que menciona Novick (2000) y que son particulares para América Latina:
la definición por parte del Estado de criterios de distribución y niveles salariales, la
representación sindical en la empresa circunscrita a tareas de control y vigilancia;
además de la pérdida o ruptura de derechos laborales y debilitamiento de sindicatos en
varios casos apadrinados por los gobiernos autoritarios de turno (hablamos de los
setentas en los que la mayoría de los países del cono sur estaban gobernados por
dictaduras militares).Posteriormente, ya para la década de los ochentas comenzaron a
adoptarse técnicas del “modelo japonés” que procuraban la aplicación de círculos de
calidad o del just in time de los procesos de trabajo. Más allá de la discusión sobre la
legitimidad de un modelo japonés en América Latina, nos parece importante mencionar
que hubo cambios en la organización del trabajo, algunos superficiales y otros con la
intención de una mayor sistematización que en todo caso abrieron paso a un escenario
posfordista con múltiples matices, sin modelos únicos ni tendencias universales
(Novick, 2000).

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III. Flexibilización laboral, el rumbo hacia lo precario


Para muchos, la precarización del trabajo tiene una relación causal directa con la
instauración de políticas de flexibilización laboral que para el caso del trabajo precario
suelen enfocarse a la desregulación, la pérdida de seguridad en el empleo, en el salario y
en las condiciones de trabajo (De la Garza, 2000)
Sin duda no es la flexibilización la única causa pero tampoco podemos dejarla de lado;
para entender su importancia, es necesario ubicarla como parte de las estrategias del
neoliberalismo en tanto formación socioeconómica y forma de estado que va dejando
cada vez más huecos en relación al anterior Estado de Bienestar. Pero el neoliberalismo
de acuerdo a De la Garza es también “una forma de restructuración productiva,
consecuente con la apertura y globalización de las economías, así como con la ruptura
de aquellos pactos corporativos” (2000:148). En tanto política económica, el
neoliberalismo incluye políticas de ajuste, control de inflación, eliminación del
proteccionismo interno, desregulación y privatizaciones que para el caso del trabajo
precario resultan fundamentales pues han inducido la flexibilidad en el mercado de
trabajo, flexibilidad que a su vez ha abierto la puerta en muchos casos a condiciones
cada vez más frágiles y precarias de empleo.
Para el caso de México, siguiendo a este autor, la flexibilidad se instaló entre 1984 y
1992 generalmente a través de cambios en los contratos colectivos de trabajo de las
grandes empresas, muchas veces las mismas que fueron privatizadas; de esta manera el
modelo flexible de relaciones laborales era claramente impulsado por las empresas y
apoyado por el aparato de estado buscando no perder el corporativismo. Bajo este
modelo, el sindicato resultaba sólo un agente de modernización preocupado
generalmente por incrementar la productividad. De la misma manera, en el resto de los
países desarrollados de América Latina la flexibilidad laboral se manifestó en “el
cambio en las leyes laborales, la transformación en la contratación colectiva y la ruptura
o debilitamiento de los pactos corporativos entre sindicatos” (De la Garza, 2000:176).
Por supuesto que estos sucesos han impactado de manera distinta en las y los
trabajadores, pero de acuerdo a éste autor podríamos afirmar que “la flexibilidad en el
trabajo ha sido positiva (…) para una minoría; para la mayoría se ha traducido en
pérdida de seguridades, en incertidumbre y reducción de salarios y prestaciones” (De la
Garza, 2000: 27) es decir en condiciones de precarización laboral.

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IV. Género y masculinidades


Hasta ahora hemos desarrollado uno de los ejes comprometidos en esta reflexión, la
contraparte es la construcción de masculinidades en los varones que tienen trabajos
precarios. Para ello haremos un muy breve recuento desde el enfoque de género para
mostrar cuál es nuestro abordaje.
El género como categoría surge dentro de las ciencias sociales para designar aquellos
aspectos construidos socialmente, aspectos simbólicos y que están asociados a las
diferencias sexuales entre hombres y mujeres. Más que un concepto en sí mismo, se
trata de una categoría de análisis que permite complejizar los fenómenos sociales
incorporando cuestiones ligadas a mujeres y hombres problematizando su origen y
cuestionando aquellas normas sociales que se presentaban como “naturales” y que rigen
desde los roles familiares hasta la división sexual del trabajo.
El género “es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las
diferencias que distinguen los sexos y el género es una forma primaria de relaciones
significantes de poder” (Scott, 1996:289). Esta misma autora menciona que existen
cuatro componentes fundamentales del género, que se interrelacionan entre sí y que son:
símbolos culturalmente disponibles que evocan representaciones múltiples, conceptos
normativos que manifiestan las interpretaciones de los significados de los símbolos,
relaciones de parentesco e identidad subjetiva. Todos estos elementos interactúan en
diferentes ámbitos que van desde lo puramente doméstico hasta las relaciones y
espacios laborales abordados en este trabajo.
Se construyen entonces sistemas binarios manteniendo la oposición y jerarquía
entre hombres y mujeres (Conway, Bourque y Scott, 1996) y que entre otras cosas han
servido para acentuar la división entre lo público y lo privado creando roles de género
masculinos y femeninos que terminan siendo estrechos y fuertemente estereotipados,
pues dichos sistemas “no representan la asignación funcional de papeles sociales
biológicamente prescritos sino un medio de conceptualización cultural y de
organización social” (Op Cit:32). Es por ello que nos interesa incorporar la perspectiva
de género y a partir de ella entender qué efectos tiene la precarización laboral en la
construcción de masculinidades.
Sin pretender que sea la única, tomamos aquí la definición de masculinidad que
a partir de Butler desarrollan Amuchástegui y Szasz: “Masculinidad, no es sinónimo de
hombres sino de proceso social, estructura, cultura y subjetividad” (2007:16), hablamos
entonces de una lógica relacional en la que sin embargo las estructuras sociales tales

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como el trabajo resultan fundamentales. No pretendemos unificar los criterios de lo


masculino, sino que tomamos la aportación de Nancy Chodorow respecto a la
construcción de los significados personales de la pertenencia a uno u otro sexo, ella
afirma que
El sentido que cada persona le da al género es una creación individual, de modo
tal que hay muchas masculinidades y muchas femineidades. La identidad de
género de cada persona es un entramado inextricable, virtualmente una fusión de
la significación personal y cultural (Citada por Meler, 2011, p.123)
Ahora, tratando de ligar el tipo y condiciones de trabajo con las construcciones y
significados de la identidad de género, Meler apunta que existe una asociación directa
entre la masculinidad subjetiva y el desarrollo laboral satisfactorio. Ella afirma que:
Cuanto más se asemeja la subjetividad de un varón a lo esperado para su género,
en cuanto al desarrollo de rasgos de carácter vinculados con el dominio, tales
como el liderazgo, la audacia, la exposición a situaciones que implican riesgos,
la tenacidad, el apego al cumplimiento de metas, etcétera, mayores son sus
logros en el ámbito laboral (2011:125)
Siguiendo esta relación podemos entonces suponer que a pesar de que los esquemas y
formas actuales del trabajo precario pueden parecer flexibles e incluso sean vistos como
“oportunidades” para varones desocupados; en muchos casos no se trata de una
preferencia o elección sino que son forzados por las circunstancias a incluirse en estas
estructuras cuya cara negativa es la incertidumbre tanto por el volumen y calidad de
producción como por los horarios y condiciones de trabajo, lo cual evidentemente lleva
a también a la inestabilidad en cuanto a la permanencia y el ingreso. Al respecto,
sabemos que los varones han sido especialmente vulnerables a las transformaciones del
mercado de trabajo, pues “la masculinidad se ha construido, a partir de los comienzos de
la modernidad, sobre la base de la función social de provisión económica de las
necesidades familiares”. (Meler, 2011:26) En este mismo sentido menciona Montesinos
(2007) que a partir de la división sexual del trabajo, al hombre se le ha asignado la
característica de proveedor exclusivo: “el agente de la pareja y la familia que
garantizara el acceso al dinero, fuente elemental del poder masculino sobre la mujer”
(p.25), situación que se ha visto modificada recientemente tanto por el ingreso de las
mujeres al mercado laboral como por las modificaciones en las relaciones laborales;
todo lo cual lleva a una crisis de la masculinidad entendiéndola como una serie de
replanteos tanto sociales como subjetivos, acerca de las funciones públicas y privadas

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de los sujetos varones. Es en estos períodos críticos cuando se cuestionan los papeles
tradicionales asignados a los hombres, que han dado lugar a estereotipos sobre la
masculinidad (Badinter, citada por Burín, 2011)
Además, recordemos que muchos varones se encuentran expuestos a los estereotipos
de género tradicionales que para el caso de lo masculino y en palabras de Mabel Burín
(2011) “resultan particularmente penosos en una época en la que el ser proveedor no
depende exclusivamente de las capacidades y de la formación profesional de los
varones, sino también de las mutaciones del mercado laboral” (p.13). Mutaciones que
van insertándose en procesos de precarización y desafiliación.
Finalmente, es necesario considerar que el “éxito económico” se ha constituido como
factor de masculinización, como fuente de autoestima y como eje de su subjetividad. La
precariedad laboral subsiguiente, que los coloca en posición de “fracaso económico”,
derrumba entonces aquellas posiciones anteriores (Jiménez, Tena, 2011)
En este trabajo pretendemos explorar los efectos de las formas de trabajo precarizadas
que por definición resultan inestables, inciertas y desgastantes para el trabajador, todo
ello bajo la lógica de que los cambios generan miedo pues por lo regular los hombres
que trabajan han sido subjetivados en una cultura productiva que valora principalmente
el trabajo fijo, regulado y en relación de dependencia pues es ése el que proporciona
estabilidad, prestaciones sociales, etc. Sin embargo el nuevo mercado laboral pareciera
promover la mentalidad emprendedora, el trabajo free lance, en un mercado libre,
desregulado, con mínimas prestaciones y mínimas garantías para el futuro
(Burín,2011:15).
Estos cambios de contexto tienen profundas consecuencias para quienes han sentido
con intensidad los vínculos que se establecían en las empresas, cuando prevalecía en
ellas el modelo arraigado en la dependencia y a partir del cual forjaban importantes
significados sociales, económicos y psicológicos para sus vidas (Sennett, 2000).
Cuando el trabajo se vuelve precario, incierto e inestable, se fracturan los sentidos de
pertenencia, de solidaridad social y se torna confusa y plena de conflictos la identidad
de los individuos (Burin, 2011). Al respecto, existen antecedentes de estudios en nuestro
país que mencionan que:
El hombre, al quedar desempleado o empleado en trabajos precarizados, inicia
con el cuestionamiento de su seguridad ontológica laboral que puede observarse
con su vinculación, integración y convivencia en la familia y la sociedad,
proceso que puede, aunado a otras causas – como la competencia laboral y la

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mujer– derivar en una crisis de identidad masculina (Leyva Piña, Rodríguez


Lagunas, 2007:278)
Hemos hecho hasta ahora un recorrido por los ejes que articulan nuestra
problematización: trabajo precario, modelos de producción y masculinidades. Este es
apenas el inicio de un camino que transita por la sociología del trabajo y los estudios de
género tratando de fungir como puente que permita el análisis de las subjetividades
conformadas a partir de la vida laboral de los varones. Planteamos una serie de
interrogantes respecto a los impactos en la identidad de género que pueden tener las
condiciones actuales de precarización, con el objetivo de identificar en sujetos concretos
las huellas de estas nuevas formas de trabajo y de recoger información que permita
ampliar el análisis de las relaciones de género y las fuerzas sociales productivas.
En un escenario cambiante que va dejando cada vez más desventajas para
trabajadores/as, es necesario indagar y abrir campos nuevos que articulen
entrecruzamientos de las esferas pública y privada para aportar a la disminución de la
brecha de desigualdades entre hombres y mujeres, no sólo por las zonas vedadas a las
mujeres sino también por la fuerte carga que como hombres deben llevar quienes
instalan en sí mismos la exigencia de ser proveedores y que en esa medida se sienten
plenos como varones.

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