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Resumen
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condición de las personas que en primera instancia dependen no sólo del salario sino de
las seguridades que solía proveer un trabajo.
Hasta ahora podríamos convenir en que la precariedad no es una condición absoluta,
sino que admite cierta gradualidad y para algunos autores, se pueden incluso manejar
formas de precarización, por ejemplo: formas de contratación atípica, trabajadores no
registrados, condiciones de trabajo (Roca y Martín Moreno, 2007)
Sara María Lara Flores (2008) al partir del trabajo agrícola también propone ciertas
características que hacen a la precarización: ingresos insuficientes, jornada laboral
excesiva, trabajo infantil e inequidad de género, inseguridad en el empleo y
desprotección social, así como bajo nivel de sindicalización. Después de todo, de
acuerdo a Neffa (2010), el trabajo precario suele definirse por lo que no es, pues se
ubica en las antípodas de lo que antes era contemplado como trabajo decente o formal.
Entre las modalidades de precarización están:
El trabajo contratado por tiempo determinado, el personal de planta transitoria
(…), los empleos de carácter temporario contratados por medio de empresas de
servicios eventuales, los largos períodos de prueba que no siempre concluyen en
un empleo estable, las pasantías para jóvenes que se renuevan muchas veces de
manera sucesiva siempre por un tiempo determinado (Neffa, 2010: 48)
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tendencias económicas entre las que se ubican la ruptura entre sociedad del mercado y
Estado de Bienestar, a partir de que este último fuera debilitando sus funciones de
proveedor de seguridad social. Según él, la esencia de la precariedad es una “creciente
pérdida de derechos sociales y laborales de los trabajadores que terminan por afectar a
la sociedad”(2012:24). Es interesante que haga extensiva la precariedad hacia los
derechos sociales y la sociedad en su conjunto, pues le da una dimensión abarcativa, lo
cual permite entender a la precarización como un fenómeno más complejo y que incluye
el derecho a tener derechos.
En esta misma línea, para Blancas Martínez (2011) el valor del trabajo es precario y
tiende a la precarización pues el capital en su tendencia a aumentar la tasa de ganancia,
reduce el valor de la fuerza de trabajo. Hay una tendencia del trabajo a la precarización
porque su precio que es el salario también se precariza
Encontramos aquí un primer debate en cuanto a ubicar a la precariedad como un
resultado del declive de los Estados de Bienestar, como una consecuencia de las
políticas de desregulación, o si en última instancia sería más que un efecto “un
mecanismo central del ciclo disciplinario posfordista” en términos de Laparra (citado
por Santamaría, 2009:37). Este debate no es en torno a las características de la
precarización sino respecto a su ubicación en la lógica del modo de producción
capitalista, la discusión en este sentido es entonces más bien teórica e implica más que
una diferencia en el checklist de lo que es trabajo precario, pues nos lleva a
cuestionarnos si las condiciones actuales de precarización son producto de una falla o si
por el contrario no son más que el devenir esperado en un sistema que en tanto
capitalista busca siempre aumentar la tasa de ganancia y lo logra a partir de la reducción
del valor de la fuerza de trabajo, actualmente por las vías de lo que llamamos
precarización laboral.
No decimos entonces que sea estéril la identificación de causas más concretas, como los
cambios en las legislaciones laborales, las debilidades en las formas de intervención
estatal y en las representaciones sindicales (Salvia, Tissera 2007); o bien el
reconocimiento de las formas cada vez más dúctiles de contratación que se acompañan
del debilitamiento de los derechos e instituciones protectoras (Barattini, 2009). En cada
contexto (nacional y regional) estas características tomarán formas diferentes que
ameritan ubicar aquellas condiciones que favorecen la precarización, pero es importante
no perder de vista el alcance de la discusión, pues ubicar al trabajo precario como
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En este sistema se interviene en el modo de trabajo pero más bien del obrero individual
que del colectivo, supone más que una distinta organización del trabajo, la
incorporación de formas de supervisión y control, reglas de trabajo, jerarquías, formas
de ejercicio de la autoridad para convertirse en última instancia en “la base
microeconómica del régimen de acumulación en su conjunto” (Novick, 2000:127)
Estas modificaciones permiten aumentar la intensidad del trabajo y acrecentar la
plusvalía extraída a los trabajadores razón por la cual se pone extremo cuidado en
replicar el Taylorismo, que de hecho parte de reconocer que “sólo un aumento de la
productividad del trabajo puede favorecer el desarrollo de la acumulación del capital”
(Coriat, 1982:34)
Me parece importante destacar este aspecto puesto que como se puede suponer un
proceso con las características del taylorismo ni se aplica ni se lleva a cabo de la misma
manera en todos lados. En América Latina por ejemplo destaca la aplicación de este
modelo en “plantas mucho más pequeñas que las equivalentes en países desarrollados”
(Novick, 2000: 128) lo cual entre otras cosas llevó a acentuar la integración vertical y la
protección en el mercado mediante subsidios estatales además de generar fuertes
mecanismos de control y disciplina sobre los trabajadores; a diferencia de los modelos
norteamericanos y europeos en los que se incidía en mayor medida en la disminución de
tiempos muertos y el aumento de la productividad (Ibídem)
Este énfasis sobre el trabajo individual implicó para el mantenimiento de esta
hiperracionalización del trabajo un despliegue de mecanismos de control y supervisión
que iban desde los premios en forma de primas salariales hasta castigos que tenían como
fin obreros taylorizados (Aguirre Rojas, 2008), resultado de una concentración en el
factor subjetivo del proceso de trabajo que más que transformaciones técnicas creaba un
nuevo tipo de obrero colectivo recompuesto y readecuado a partir de las nuevas tareas
de sus miembros individuales produciendo más allá del disciplinamiento, cambios en las
relaciones sociales y fuerzas productivas lo que llega a reducir la autonomía obrera
fortaleciendo el control sobre el colectivo trabajador que aunque efectivamente
estandariza instrumentos y momentos de la producción, no se constituye como una
nueva etapa ,sino solamente como un perfeccionamiento y adecuación subjetivos de
dicha gran industria capitalista (Op.Cit.). Insistir en esto resulta pertinente si volvemos a
nuestro problema que es el trabajo precarizado y su caracterización en México y
América Latina. De qué otra manera se puede entender, la aceptación y sumisión de los
trabajadores/as ante las actuales condiciones de precarización si no es contemplando la
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de los sujetos varones. Es en estos períodos críticos cuando se cuestionan los papeles
tradicionales asignados a los hombres, que han dado lugar a estereotipos sobre la
masculinidad (Badinter, citada por Burín, 2011)
Además, recordemos que muchos varones se encuentran expuestos a los estereotipos
de género tradicionales que para el caso de lo masculino y en palabras de Mabel Burín
(2011) “resultan particularmente penosos en una época en la que el ser proveedor no
depende exclusivamente de las capacidades y de la formación profesional de los
varones, sino también de las mutaciones del mercado laboral” (p.13). Mutaciones que
van insertándose en procesos de precarización y desafiliación.
Finalmente, es necesario considerar que el “éxito económico” se ha constituido como
factor de masculinización, como fuente de autoestima y como eje de su subjetividad. La
precariedad laboral subsiguiente, que los coloca en posición de “fracaso económico”,
derrumba entonces aquellas posiciones anteriores (Jiménez, Tena, 2011)
En este trabajo pretendemos explorar los efectos de las formas de trabajo precarizadas
que por definición resultan inestables, inciertas y desgastantes para el trabajador, todo
ello bajo la lógica de que los cambios generan miedo pues por lo regular los hombres
que trabajan han sido subjetivados en una cultura productiva que valora principalmente
el trabajo fijo, regulado y en relación de dependencia pues es ése el que proporciona
estabilidad, prestaciones sociales, etc. Sin embargo el nuevo mercado laboral pareciera
promover la mentalidad emprendedora, el trabajo free lance, en un mercado libre,
desregulado, con mínimas prestaciones y mínimas garantías para el futuro
(Burín,2011:15).
Estos cambios de contexto tienen profundas consecuencias para quienes han sentido
con intensidad los vínculos que se establecían en las empresas, cuando prevalecía en
ellas el modelo arraigado en la dependencia y a partir del cual forjaban importantes
significados sociales, económicos y psicológicos para sus vidas (Sennett, 2000).
Cuando el trabajo se vuelve precario, incierto e inestable, se fracturan los sentidos de
pertenencia, de solidaridad social y se torna confusa y plena de conflictos la identidad
de los individuos (Burin, 2011). Al respecto, existen antecedentes de estudios en nuestro
país que mencionan que:
El hombre, al quedar desempleado o empleado en trabajos precarizados, inicia
con el cuestionamiento de su seguridad ontológica laboral que puede observarse
con su vinculación, integración y convivencia en la familia y la sociedad,
proceso que puede, aunado a otras causas – como la competencia laboral y la
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Referencias
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