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Añade también qué se entiende por Orden Sagrado. El término Orden tiene su origen en la
antigüedad romana y hace referencia a un grupo social determinado. Usa como sinónimo la
palabra cuerpo. El ingreso a este orden se hace a través de la “ordenación”. Si bien la ordenación
es una elección, una designación, una delegación y una institución, es sobre todo una
consagración, un “hacer sagrado algo”, un “poner aparte”. Esto se hace a través de la imposición de
manos del obispo y de la oración consecratoria.
Sin embargo, en los últimos tiempos, ha habido una revisión de la teología del Orden. Sobre todo
del ministerio sacerdotal.
El primer libro “Ser sacerdote” es de 1981. La comprensión del ministerio se hallaba en crisis por el
desarrollo posconciliar y por los cambios en el entorno social.
Entre 1981 y el presente (2003, fecha de edición de “Ser sacerdote hoy”), esta situación se fue
agravando. Se suman además otras cuestiones: ¿puede un cura estar a cargo de varias
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Cfr. GRESHAKE, Gisbert. Ser sacerdote hoy. Ed. Sígueme (Salamanca, 2003), p. 9-24
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comunidades? ¿Siguen siendo válidas las condiciones para acceder al ministerio, sobre todo las
que se refieren al celibato? ¿Se puede seguir sosteniendo que la mujer no puede acceder al
ministerio ordenado? Y más todavía: ¿cuál es el futuro de la Iglesia en occidente? Todo esto nos
plantea la pregunta sobre la fisonomía del ministerio.
Obispos que se quejan de los sacerdotes, sacerdotes que se quejan de lo que le piden los obispos.
Opinión pública cada vez más desfavorable que atenta contra la autoestima. Sumado a esto, un
ministerio que se experimenta como frustrante en muchos casos.
Hay razones diversas. En primer lugar el “giro hacia el mundo” dado por la Iglesia a partir del
Vaticano II. De esta manera lo “sagrado” deja de estar reservado a una interioridad sino que está
en el mundo. Cuando ahora el mundo vuelve a buscar lo sagrado no lo busca en el seno de la
Iglesia. Los actos de culto de la Iglesia siguen sin ser atractivos para muchos. Se exigirá que el
sacerdote sea un asistente social, un gestor comunitario y el representante de una institución que
presta servicios religiosos y no precisamente un “sacerdos”.
En segundo lugar, el mundo moderno, eficientista, busca que el “input” corresponda con el
“output”. Nunca jamás había habido en la Iglesia semejante despliegue de actividades de
formación y perfeccionamiento pastoral y a la vez el resultado ha sido más pobre y deprimente.
Todo o mucho de lo que hace el sacerdote parece inútil. Parece que vende una mercancía que ya
nadie quiere comprar.
En tercer lugar, la democratización de todos los ámbitos de la vida hace que la autoridad sacerdotal
deba legitimarse. Un ministerio jerárquico es sospechoso. Si antes el sacerdote se sentía
legitimado “desde arriba” por su ordenación y misión recibida de Cristo, hoy los más jóvenes
quieren ser legitimados por los demás cristianos, “desde abajo”, por el servicio que prestan. De
esta forma se distancian una comprensión “vertical” de una comprensión “horizontal”, naciendo
también una desconfianza de unos hacia otros.
En cuarto lugar, los crecientes servicios pastorales de los laicos originan inseguridades y conflictos
en torno a las funciones. Kasper hace notar que la tesis de que la comunidad total es el sujeto de la
actividad pastoral ha creado una profunda inquietud en muchos sacerdotes. ¿Cuál será su tarea
específica si todo el pueblo de Dios es el sujeto de la actividad eclesial?
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Si antes se definía al laico en contraposición al clero (laico era más o menos no ser clérigo), hoy
sucede todo lo contrario. Tenemos claro qué es ser laico y debemos profundizar en lo que significa
ser sacerdote. ¿Qué es lo que diferencia a un sacerdote de un laico comprometido? ¿Sólo algunas
potestades sacras? ¿O será que pertenece a la Iglesia institución? ¿Será que hace con plena
dedicación lo que corresponde a todos? ¿Será que le corresponde dirigir? (Y si lo es, ¿en qué
consiste específicamente?) ¿Será su vocación personal especial? (¿cuál es?) o su estilo de vida (¿el
celibato?).
Todo esto apunta a una crisis de identidad. Cuándo todo se tambalea, ¿dónde está el punto de
apoyo? ¿Qué es lo esencial?