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Doctrina filosófica según la cual todo fenómeno está prefijado de una manera necesaria por las circunstancias

o condiciones en que se produce, y, por consiguiente, ninguno de los actos de nuestra voluntad es libre, sino
necesariamente preestablecido.
El futuro es potencialmente predecible a partir del presente.
El pasado también podría ser "predecible" si conocemos perfectamente una situación puntual de la cadena
de causalidad.

DETERMINISMO
Todas las acciones, para el determinismo, obedecen a estados anteriores que causan esas acciones
necesariamente, por lo que la libertad es sólo una creencia y nada más.
El determinismo sostiene entonces que todo acontecimiento es una consecuencia necesaria de un
acontecimiento anterior o de una serie de acontecimientos anteriores.

El acto que realizo estaba determinado totalmente por mis estados psíquicos anteriores, y quien
conociera perfectamente en todo detalle la situación psíquica de una persona, podría prever su acción como se
prevé un eclipse de sol o de luna.
Cuando el humano elige es porque hay un motivo, una causa que lo empuja necesariamente por ese camino
y no por el otro. De este modo, podríamos prever los actos futuros si conociéramos todas las condiciones del
problema.
Un filósofo llamado Boecio (480-525) abordó el tema de la providencia divina: si Dios es omnisciente, sabe
también lo que va a suceder en el futuro, y, por tanto, este conocimiento implica una necesidad en el verificarse
de los acontecimientos, quedando de este modo sin lugar el libre albedrío en el hombre.
Una manera de pensar el tema es la cuestión de si es posible el azar. Si por azar se entiende lo que sucede sin
causa alguna, o fuera de una cadena de causas, es imposible que exista. Todo acontecimiento necesita emanar
de una causa. Y si los hechos se dan sólo después de una cadena de causas que los provocaron, podríamos
inferir que posiblemente los actos del hombre también están sujetos a la necesidad. Se deduciría de esto que
el libre albedrío del hombre no podría existir, ya que éste no obraría libremente sino sujeto a la fatalidad. Pero
como el hombre está dotado de razón, dice Boecio, no puede carecer de libertad. Sólo podemos hablar de
necesidad cuando se trata de hechos naturales. Cuando se trata de actos voluntarios, dice, existe libertad. Pero,
¿cómo conciliar esta libertad con la presciencia divina, es decir, con el conocimiento que Dios posee, desde toda
la eternidad, de todos los hechos que han de suceder en el universo?
“Porque si Dios todo lo prevé sin que pueda equivocarse, necesariamente ha de verificarse lo que la Providencia
ha previsto”.
Y no soluciona el problema pensar que los hechos no suceden porque hayan sido previstos, sino que son
previstos porque han de suceder, pues una vez previstos, necesariamente deben verificarse. Y si es así, afirma
Boecio, las consecuencias son que no tendría sentido hablar de premio o castigo, ya que nuestras virtudes así
como nuestros vicios tendrán su causa en Dios; el ruego de nuestras oraciones sería vano, pues todo estaría
fatalmente previsto; nuestras esperanzas inútiles.
(En esta sección, no nos vamos a detener en el modo, muy cuestionado, con el que Boecio pretende demostrar
la libertad del hombre; “Dios prevé de manera infalible los actos libres, pero los prevé libres”, pues esto
correspondería al apartado libertad).
Según otro filósofo, Baruch Spinoza (1632-1677), si una piedra lanzada, en medio de su movimiento,
adquiriese conciencia de sí misma moviéndose, pensaría que es ella la causa de su movimiento. Esto, para
nosotros, sería un engaño de la misma piedra acerca de su libertad, y de esta forma, los deterministas
sostienen que nosotros también nos engañamos con respecto a la nuestra: en realidad, ignoramos que
estamos manejados por causas que no dependen de nosotros. En su libro la Ética Spinoza escribió:
"Las decisiones de la mente no son nada salvo deseos, que varían según varias disposiciones puntuales… la
mente es determinada por el desear esto o aquello, por una causa determinada a su vez por otra causa, y ésta
a su vez por otra causa, y así hasta el infinito."
y
"Los hombres se creen libres porque ellos son conscientes de sus voluntades y deseos, pero son ignorantes de
las causas por las cuales ellos son llevados al deseo y a la esperanza."
El filósofo Arthur Schopenhauer (1788-1860), estando de acuerdo con Spinoza, escribió:
"Todos creen a priori que son perfectamente libres, aun en sus acciones individuales, y piensan que a cada
instante pueden comenzar otro capítulo de su vida... Pero a posteriori, por la experiencia, se dan cuenta —a su
asombro— de que no son libres, sino sujetos a la necesidad; su conducta no cambia a pesar de todas las
resoluciones y reflexiones que puedan llegar a tener. Desde el principio de sus vidas al final de ellas, deben
soportar el mismo carácter...”
Puedo hacer lo que deseo: puedo, si lo deseo, dar todo lo que tengo a los pobres y por lo tanto hacerme pobre
yo mismo. Pero yo no puedo desear esto, porque los motivos opuestos tienen demasiado poder sobre mí para
poder hacerlo. Por otro lado, si tuviera un carácter distinto, al extremo de que yo fuera un santo, podría
desearlo…Pero entonces no podría dejar de desearlo por lo que tendría que hacerlo...
“Un hombre puede hacer lo que desee pero no puede desear lo que quiera” expresó.
Como una bola en una mesa de billar no se puede mover antes de recibir un impacto, tampoco puede un
hombre levantarse de su silla antes de ser empujado o impulsado por un motivo. El pararse es tan necesario e
inevitable como el rodar de una bola después del golpe, y esperar que alguien haga algo a lo que absolutamente
ningún interés lo impulsa es lo mismo que esperar que un trozo de madera se mueva hacia mí sin ser tirado por
una cuerda.
Siguiendo con el determinismo, nos encontramos con el científico Albert Einstein (1879-1955). La manera en la
que entiende a Dios y a la religión está marcada por su determinismo radical. Para el determinista el universo
es un mecanismo que funciona de acuerdo a unas leyes inmutables. Una vez que el universo se pone a marchar
no hay nada que pueda alterar este mecanismo. Todo está predeterminado. No hay nada que pueda interferir
o violar las leyes de la naturaleza. Para Einstein todo el universo, incluso los seres humanos, siguen unas leyes
y principios ya preestablecidos. Ni la voluntad de Dios ni la de los hombres puede modificar el curso natural de
los acontecimientos.
“Todo está determinado, tanto el principio como el fin, por fuerzas sobre las cuales no tenemos ningún control.
Está determinado para los insectos así como para las estrellas. Seres humanos, vegetales, o polvo cósmico,
todos bailamos al son de una tonada misteriosa entonada en la distancia por un intérprete invisible”, escribió.
El determinismo de Einstein trae como consecuencia la negación del libre albedrío. Una concepción
determinista del mundo no puede corresponderse con la idea de que el hombre es libre de escoger su destino.
Para Einstein los seres humanos están tan causalmente determinados como el movimiento de las estrellas. El
hombre no tiene libertad para escoger cómo va a sentir, pensar, cómo va a actuar. Su decisión ya está
determinada de antemano por su constitución física y psicológica. No hay nada que pueda hacer para modificar
su destino.
Por último, mencionamos someramente la teoría del médico neurólogo padre del psicoanálisis Sigmund Freud
(1856-1939), quien sostiene que todo fenómeno psíquico tiene una causa y, por lo mismo, también la libre
elección o decisión humana. En ella, la causa es la fuerza del motivo más potente, o bien la situación interna
psicológica determinada por todos los condicionamientos procedentes de la herencia, la biología, la educación,
el temperamento y el carácter de la persona que decide o el inconsciente.
Freud inicia su concepción teórica suponiendo que nada sucede al azar; ni aun en el menor de los procesos
mentales. Hay una causa para cada pensamiento.
Al respecto señala que "...el psicoanalista se distingue por una creencia particularmente rigurosa en el
determinismo de la vida anímica. Para él no hay en las exteriorizaciones psíquicas nada insignificante, nada
caprichoso ni contingente”

Vemos con respecto al determinismo cómo se limitan las elecciones del hombre a causas previas, por lo cual no
habría una real elección y, por tanto, tampoco podríamos hablar de voluntad ni de responsabilidad. Pero surgen
ciertas preguntas que parecen muy difíciles de responder si aceptamos esta teoría: ¿nos enojaríamos con
alguien que nos hace daño si supiéramos que no hubo una elección de su parte para realizar esta acción?;
¿estaríamos agradecidos con alguna persona si descubrimos que lo que hizo lo hizo de modo necesario y no por
su propia voluntad?; ¿tiene sentido hablar de moralidad?; ¿tiene sentido hablar de castigo? Parece que
constantemente evaluamos los actos de los demás y los propios en base a presuponer la libertad, esto es, la
elección de una acción y su ejecución mediante la voluntad.

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