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Gracias por la oportunidad que me brindan de unirme a ustedes. La elección del tema
Globalización y Salud para esta mesa redonda demuestra ciertamente una visión de futuro.
La función del cuerpo diplomático es fundamental en muchos de los aspectos clave de la
salud mundial.
Nos hemos reunido en un momento de crisis. Afrontamos una crisis energética, una crisis
alimentaria, una crisis financiera grave y un clima que ha empezado a cambiar de manera
ominosa.
Todas estas crisis tienen causas mundiales y consecuencias mundiales. Todas tienen
consecuencias profundas, y profundamente injustas, para la salud.
Voy a decírselo con toda franqueza. El sector de la salud no tenía ni voz ni voto cuando se
formularon las políticas que han causado estas crisis, pero la salud está sufriendo la mayor
parte de las consecuencias.
En lo referente al cambio climático, todos los expertos nos advierten que los países en
desarrollo serán los primeros y más afectados. El calentamiento del planeta será gradual,
pero los efectos de unos fenómenos meteorológicos extremos y más frecuentes serán
abruptos y se manifestarán de forma aguda.
Podemos calibrar ya los costos para la salud que conllevan las inundaciones, las tormentas
tropicales, las sequías, la escasez de agua, las olas de calor y la contaminación del aire en
las ciudades. Podemos calibrar ya los costos de la respuesta a los llamamientos dirigidos a
la comunidad internacional para que proporcione asistencia humanitaria.
Imagínense lo que la crisis actual de aumento vertiginoso de los precios de los alimentos
supone para los países en desarrollo, donde una familia media dedica hasta el 80% de su
renta disponible a adquirir alimentos. Una vez más, no hay excedente alguno, ninguna
capacidad para hacer frente a situaciones críticas.
Pero las consecuencias son más amplias. Las elecciones de alimentos son muy sensibles a
los aumentos de precio.
Lo primero que desaparece de la dieta son los alimentos saludables, que son casi siempre
los más costosos, como las frutas y verduras y las fuentes de proteína de alta calidad.
¿Se han fijado en que en algunas reportajes sobre la malnutrición esos bebés y niños con
mirada ausente y barriga hinchada son atendidos a menudo por adultos con sobrepeso?
La clave de esta paradoja es que los mismos alimentos baratos que engordan a los adultos
dejan a esos niños desprovistos de nutrientes absolutamente esenciales. Los niños que no
reciben proteínas ni otros nutrientes necesarios durante sus primeros años de desarrollo
sufren daños durante el resto de su vida.
Cuando los precios de algo tan fundamental para la vida como son los alimentos que
quedan fuera del alcance de los pobres, tenemos que reconocer que algo se ha hecho mal,
muy mal.
Señoras y señores:
Las diferencias de esperanza de vida entre los países más ricos y los más pobres superan
hoy día los 40 años.
De los 136 millones de mujeres que se estima que darán a luz este año, unos 58 millones no
recibirán ningún tipo de asistencia médica durante el parto y el puerperio, lo que hará
peligrar su vida y la de sus lactantes.
A nivel mundial, el gasto público anual en salud oscila entre sólo US$ 20 por persona y
muy por encima de US$ 6000.
Para 5600 millones de habitantes de países de ingresos bajos y medios, más de la mitad de
todo el gasto sanitario se cubre con pagos directos. Esta fórmula es muy ineficiente en el
terreno de la atención sanitaria.
Cuando se ve obligada a pagar para recibir atención, la gente tiende a esperar hasta que el
problema está tan avanzado que el tratamiento resulta difícil, si no imposible, y los costos
son mucho mayores.
Con una atención de salud cada vez más cara y unos sistemas de protección financiera
desorganizados, los gastos personales en salud hunden cada año a más de 100 millones de
personas por debajo del umbral de pobreza.
Al igual que las crisis mundiales que estamos viviendo, esta realidad se desentiende de los
continuos progresos y las prometedoras tendencias perfiladas desde el comienzo del
presente siglo. Estas tendencias y realidades nos muestran las dos caras de la globalización:
una parte positiva y una parte negativa.
Señoras y señores:
En agosto de este año, la Comisión OMS sobre Determinantes Sociales de la Salud publicó
su informe final. Su principal preocupación son las llamativas carencias en materia de
resultados sanitarios, y el objetivo es una mayor equidad.
El informe reta a los gobiernos a que hagan de la equidad un objetivo político explícito en
todos los sectores gubernamentales. Son las decisiones políticas las que determinan en
última instancia cómo se gestiona la economía, cómo se estructura la sociedad y si los
grupos vulnerables y desvalidos reciben protección social.
Las diferencias en materia de resultados sanitarios no son una fatalidad, sino marcadores
del fracaso de las políticas.
El informe contiene una afirmación particularmente llamativa que en agosto hizo que se
fruncieran algunos ceños y causó cierto escepticismo.
¿Desde cuándo ha tenido el sector de la salud poder para cambiar la economía mundial?
Antes bien, la salud ha estado tradicionalmente a merced de la economía mundial, siendo
un sector cuyos presupuestos se han recortado cuando ha escaseado el dinero.
Poco después de que la Comisión diera a luz su informe, la revista The Economist, publicó
una reseña en la que elogiaba la importancia de sus argumentos y recomendaciones.
Permítanme que les pregunte ¿cómo suena esta afirmación ahora que el sistema financiero
mundial se encuentra al borde del colapso? ¿No es lícito que el sector de la salud y muchos
otros sectores pidan algunos cambios en el funcionamiento de la economía mundial?
Pero he aquí el problema: la globalización carece de reglas que garanticen una distribución
justa o equilibrada de los beneficios.
Señoras y señores:
Creo que el mundo está más desequilibrado que nunca en materia de salud. Y no debería
ser así.
La salud constituye el fundamento mismo de la productividad y la prosperidad económica.
El equilibrio del estado de salud de una población contribuye a su cohesión y estabilidad
social. Una población próspera y estable es un activo para cualquier país.
Los sistemas de atención de salud no evolucionarán de forma automática hacia una mayor
equidad y eficacia. En los acuerdos comerciales y económicos internacionales no siempre
se considerarán sus repercusiones en la salud.
Creo que no hay ningún sector mejor situado que el de la salud para subrayar la necesidad
de equidad y justicia social. Permítanme darles un ejemplo.
Señoras y señores:
Seamos claros. Las políticas que rigen los sistemas internacionales que tan estrechamente
nos unen han de ser más previsoras.
¿Favorecen una distribución más justa de los beneficios? ¿O llevan al mundo a una
situación de mayor desequilibrio, especialmente en materia de salud?
Hace 30 años, la Declaración de Alma-Ata presentó la atención primaria de salud como la
vía hacia una mayor equidad sanitaria. En el Informe sobre la salud en el mundo de este año
se aboga por la renovación de la atención primaria de salud.
En 1978, los visionarios del momento no podían prever los acontecimientos mundiales que
deparaba el futuro: una crisis petrolífera, una recesión mundial y la aparición de una
enfermedad que cambiaría el mundo, el VIH/SIDA.
Si la historia tiende a repetirse, ¿no podemos, como mínimo, aprender del pasado y evitar
repetir los mismos errores?
Ahora mismo, hay muchas cosas en juego, en este mundo que se tambalea, para que
cometamos los mismos errores otra vez.
Muchas gracias.
La OMS procura conseguir una mayor coherencia entre las políticas de salud pública y las
políticas comerciales para que el comercio international y que los acuerdos comerciales
optimicen los beneficios sanitarios y reduzcan los riesgos de salud especialmente en las
poblaciones pobres y vulnerables.
https://www.youtube.com/watch?v=DHXQsLzWn4M
video globaliación