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Mujeres en tiempos de revolución

Tras los pasos de algunas revolucionarias de inicios del siglo XX


alejandra ciriza
“En el año 1917, el gran océano de la humanidad empuja y se
balancea, y una gran parte de ese océano está hecho de mujeres”
Alexandra Kollontai
Mujeres combatientes en los días de la Gran Revolución de Octubre

Este escrito busca recuperar las trayectorias de algunas revolucionarias de inicios del siglo XX, mujeres que
compartieron el agitado escenario de movilización proletaria y lucha política que marcara el ascenso del ciclo
revolucionario que culminó, en octubre de 2017, en la revolución Rusa.
Rosa Luxemburg (1871-1919) y Alexandra Kollontai (1972-1952) nacieron en tiempos del alzamiento de la
Comuna de Paris. Sus vidas, como las de muchas y muchos de sus contemporáneos, como la de Lenin
(1870 – 1924) y la de Krupskaya (1869 -1939), como la de Inessa Armand (1874-1920) y la de Clara Zetkin
(1857-1933), como la de Liebknecht (1871-1919) y la de Trostky (1879-1940), transcurrieron en un tiempo en
que los condenados de la tierra soñaron con tomar el cielo por asalto y, en ese impulso, condujeron sus
pasos, sus reflexiones y sus vidas más allá del horizonte de lo inmediatamente posible.
Ese tiempo urgente les obligó a pensar asuntos que aun hoy nos desvelan: las vías para hacer la revolución;
las relaciones entre economía y política; las transformaciones del capitalismo en una coyuntura en la cual era
preciso analizar la cuestión del colonialismo y de la expansión imperialista como respuesta al desarrollo de
las fuerzas productivas y a la expansión mundial del capitalismo; el asunto de las estrategias de los/las
trabajadores y sus organizaciones ante el conflicto en momentos en que la primera guerra inter-imperialista
conmovía los cimientos de la Segunda Internacional; el lugar de las mujeres en los procesos de
transformación política.
Ligadas por la pertenencia a la tradición marxista, Luxemburg, Kollontai, Krúpskaya, Armand, Zetkin, se
ubicaron de muy diversas maneras en estos debates. Sin embargo dos asuntos trazaron entre ellas
profundas afinidades: la defensa del internacionalismo y de una posición crítica ante la conversión de la
mayor parte de los integrantes de los partidos social demócratas en furgón de cola de las burguesías de sus
propios países, tal como ocurriera en la Conferencia de Zimmerwald, ocurrida en Suiza entre el 8 y el 15 de
septiembre de 1915, y la defensa de la idea de que la emancipación de las mujeres no ocurriría sin una
radical transformación en las condiciones materiales de existencia.
Alexandra Kollontai, una comunista sexualmente emancipada
Entre los escritos e intervenciones que Alexandra Kollontai destinó a la cuestión de las mujeres, me interesa
traer a colación sus ideas respecto de la articulación entre la lucha de clases y las relaciones entre los sexos.
Nacidas al calor de su incorporación al partido socialdemócrata ruso en 1898, y de acontecimientos que,
como el domingo sangriento de 1905, irían marcando la organización de obreros y obreras, campesinos y
campesinas y mujeres rusas en contra de la autocracia zarista, las reflexiones de Kollontai buscan precisar
las relaciones entre cuerpo sexuado y sociedad inscribiendo las relaciones sexuales en la lucha de clases y
en la historia (Kollontai, 1926).
Debemos a Engels (1884) y Kollontai la afirmación de que las relaciones entre los sexos no son ajenas al
conjunto de las relaciones sociales, que se hallan determinadas históricamente y obedecen a procesos y
arreglos que exceden con mucho la sola individualidad, la nuda genitalidad, e incluso el mundo (que siempre
imaginamos sólo interpersonal) de los afectos.
En un texto de 1911 titulado “Las relaciones sexuales y la lucha de clases” la autora interpreta lo que
denomina la “crisis sexual actual” como la más profunda de la humanidad. La crisis comenzó con la
migración del campo a las ciudades ocurrida en tiempos de la transición del feudalismo al capitalismo. Sin
embargo, a diferencia de la actual, la crisis renacentista sólo afectó a unos pocos, pues la mayor parte de los
y las sujetos, campesinos de la gleba, continuaron viviendo en comunidad. El avance del capitalismo en
cambio la extendió a la mayoría de las personas sumiéndolas en la más profunda soledad, una soledad
individual que busca compensación en el amor sexual y se alimenta de la idea burguesa de propiedad
(Kollontai, 1911).
La crisis contemporánea de las relaciones sexuales es la más profunda de la historia de la humanidad,
porque está marcada por la impronta que la sociedad capitalista deja en la subjetividad singular: el
individualismo y la idea de propiedad, que se sobreimprime, por así decir, en el terreno fértil de la dominación
ejercida durante siglos sobre las mujeres.
Desde la perspectiva de Kollontai el aislamiento a que conduce una sociedad que considera al sujeto como
un individuo desligado de toda relación, genera tal soledad espiritual que éste se ve impulsado a la tentativa
constante de apropiarse del alma del otro/a en la desesperada búsqueda de una salida.
En un mundo en que el capital chorreaba “sangre y lodo”, utilizando la expresión de Marx, la idea del amor
romántico se presentaba como una tabla de salvación. La aparente desconexión entre amor romántico y
condiciones de existencia, tan difícil de descifrar, se revela como efecto del individualismo y el aislamiento
que la sociedad capitalista produce debido a la forma del lazo social, que desliga al sujeto de todo vínculo
comunitario. Individualismo y extensión sobre los seres humanos de la idea de propiedad generan
pretensión de exclusividad, formas inéditas de control, vigilancia y cosificación, pues el otro (la otra en
realidad) es poseída a la manera de la una cosa de un modo tan profundo como no lo ha sido en otros
momentos de la historia. Es por esto que en las sociedades individualistas la única expectativa de
emancipación, felicidad y consuelo procede de la ilusión amorosa. La pareja aparece como el exorcismo para
todas las desdichas, como el consuelo ante la hostilidad del mundo social. Dice Kollontai:
Dos seres que ayer eran extraños el uno para el otro, hoy, únicamente porque les unen
sensaciones eróticas comunes, se apresuran a poner la mano sobre el alma del otro, a
disponer del alma desconocida y misteriosa sobre la cual ha grabado el pasado
imágenes imborrables y a instalarse en su interior como si estuvieran en su propia casa
(Kollontai, 1911).
La idea de fidelidad que nace con la burguesía no se limita a la posesión física, sino que avanza sobre la
psiquis hasta el punto de pretender controlar los pensamientos del otro/a, e incluso no sólo su presente sino
su pasado.
El terreno sobre el que se asienta la moderna crisis sexual se halla abonado por una asimetría histórica entre
varones y mujeres que ha posibilitado la minusvaloración de la experiencia, la vida y los cuerpos de las
mujeres. La doble moral sexual que habilita a los varones para la libertad y restringe a las mujeres,
consideradas como accesorio, “ha envenenado durante siglos la psicología de hombres y mujeres” (Kollontai,
1911:8). Esas actitudes y creencias, con su “penetrante ponzoña” legitiman el control y expolio de los
cuerpos, la sexualidad, e incluso la mente de las mujeres, sobre las cuales es preciso asentar las
pretensiones de propiedad. Es sobre ellas que se descarga el control de la particular forma de organización
familiar nacida con la burguesía, la explotación en nombre del amor, la vigilancia y represión sexual en
nombre del cariño, los celos, los afectos en fin. Esto sólo cesará a través de la colectivización de la crianza y
la reproducción de la vida, transformaciones que sólo la revolución socialista y el proletariado consciente
pueden asegurar (Kollontai, 1907). Sólo esa igualdad garantizará la libertad de las mujeres.
En el contexto del combate con las feministas burguesas, que bregaban entonces por los derechos posibles
(derechos civiles y sufragio) en el horizonte de la sociedad de clases, Kollontai considera que nada se
transformará en realidad para las proletarias en las sociedades capitalistas, pues en ella es imposible
rebasar los estrechos márgenes del individualismo y la propiedad que la familia reproduce y la sociedad
burguesa sanciona. Sólo en el marco de un proceso de transformación radical de las relaciones sociales
será posible el nacimiento de relaciones interpersonales nuevas.
La transformación revolucionaria de las relaciones sociales era la puerta de ingreso para la construcción de
un nuevo código de moral sexual: el proletariado, para la edificación de un mundo nuevo, requiere de la
acumulación de sentimientos de solidaridad y de libertad, en lugar del concepto de propiedad, una
acumulación de compañerismo en vez de los conceptos de desigualdad y subordinación. Igualdad absoluta y
libertad se proponen como las bases de la nueva moral proletaria. En ese marco la nueva moral sexual
abriría las compuertas del disfrute de la vida para mujeres y varones.
En esa tenaz lucha por el derecho a tener la vida sexual y afectiva que le pareciera más adecuada, Kollontai
señala en sus Memorias que nunca había ocultado sus amores ni hecho de su vida amorosa un asunto
clandestino. Ella misma era la pruebas viviente del combate por la libertad y la dignidad sexual de las
mujeres (Kollontai, 1926).
De acuerdo con la interpretación elaborada por Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el
estado (1884), Kollontai leía la familia monogámica como una forma de organización del parentesco
determinada por la propiedad privada, cuya transmisión exige el control de la sexualidad de las mujeres. El
control de la sexualidad de las mujeres es necesario pues, como ha indicado Adrienne Rich (1986), la vida
humana viene a este planeta de los cuerpos de las mujeres. Este hecho hace del control de nuestros cuerpos
y de nuestras vidas un punto nodal en la perpetuación de la dominación capitalista y patriarcal: si el
sometimiento de las mujeres no se puede asegurar la filiación de la descendencia y la transmisión “legítima
de la propiedad”. Sin su trabajo gratuito transformado en amor y esclavitud voluntaria no se puede asegurar
la reproducción de la fuerza de trabajo.
Cuando Kollontai planteaba este programa político-amoroso, lo hacía asumiendo que la modificación de las
relaciones afectivas y familiares, la transformación y colectivización de la vida cotidiana que liberaría las
energías de las mujeres, eran aspectos fundamentales para la construcción de la sociedad socialista. Los
decretos publicados por Lenin entre el 19 y el 20 de diciembre de 1917, apenas ocurrida la Revolución, dan
cuenta de la importancia asignada a la transformación de la vida sexual: se abolió el casamiento, se habilitó
el divorcio, se autorizó el aborto y se suprimió la ley que penaba la homosexualidad (Lénine, 28 juin, 1919).
Kollontai formó parte de una generación de mujeres que tuvo la oportunidad de pensar colectivamente la
transformación de la sociedad al calor de los acontecimientos de la Revolución: no sólo la formación de los
soviets, la administración obrera de las fábricas, sino la vida entera de los seres humanos Con Nadia
Krúpskaya e Inessa Armand trabajó intensamente en el Programa de Educación de Niños y Niñas y en el
Programa de Transformación de la Vida Cotidiana de las Mujeres.
En tiempos de ascenso de la revolución fue posible plantear enormes desafíos: la eliminación de la doble
moral, la reivindicación de igualdad y libertad para las mujeres, la colectivización de las tareas domésticas, la
educación sexual, e incluso el derecho de abortar. Sin embargo, como alguna vez señalara Trotsky, fue
mucho más fácil para los soviéticos tomar por asalto el Palacio de Invierno que transformar las relaciones
interpersonales, que poner en cuestión la doble moral sexual, que admitir la igualdad plena de las mujeres,
que respetar su libertad.
Otro rumbo tomó la Revolución a partir de la muerte de Lenin. Kollontai ya había sido desplazada del Soviet
de Petrogrado tras el debate por el control obrero de los soviets y había partido de la Unión Soviética, en
1922, a hacerse cargo de la embajada de su país en Noruega. Kollontai continuaría comprometida con la
causa de las mujeres y se desempeñaría, hasta el final de sus días, como embajadora de la Unión Soviética.
El terreno de la “middle Europa”. La posición de Rosa la roja
Tal como había anunciado en 1848 Marx, un fantasma recorría Europa. Si bien ese fantasma, como supieron
ver los socialistas del siglo XIX, crecía al ritmo del desarrollo de las fuerzas productivas sobre un terreno
internacional, las determinaciones del lugar y las experiencias políticas establecieron especificidades.
Si en 1905 tuvo lugar la primera intentona de Revolución en Rusia, un vasto país mayoritariamente
campesino, gobernado por la autocracia zarista, las condiciones sociales y las formas de organización del
proletariado eran, en Alemania, un tanto diferentes.
Hacia inicios del siglo XX la clase obrera alemana había logrado un alto nivel de organización política y
sindical. La dirigencia socialdemócrata había obtenido logros incluso en el plano político electoral. Su
dirección, integrada por August Bebel (1840-1913), Eduard Bernstein (1850-1932) y Karl Kautsky (1954-
1938) que a su vez formaban parte de la dirección de la Segunda Internacional, se hallaba empeñada en la
construcción de un “mundo paralelo”1.
Ningún otro partido socialdemócrata en Europa había logrado el grado de organización política y sindical de
la clase obrera que había alcanzado la socialdemocracia alemana. En 1878 Bismarck tomó una serie de
medidas en contra la actividad de los socialdemócratas promulgando la Ley de Excepción contra los
Socialistas, aprobada en octubre de ese año, que colocó al Partido Socialdemócrata fuera de la ley y
prohibió su periódico principal, Vorwärts. Si bien la proscripción contra los socialistas duró hasta 1890,
durante el período el partido no dejó de crecer y de obtener nuevas bancas en el Reichstag. En ese
contexto es que Bernstein fue desarrollando sus tesis reformistas, según las cuales no era necesaria la
revolución pues el antagonismo entre burguesía y proletariado iría desapareciendo a través de la introducción
de reformas paulatinas y sistemáticas que permitirían la construcción de un mundo mejor a través de la
representación parlamentaria y de la organización sindical de la clase obrera (Bernstein, 1982).
En el horizonte compartido de la expectativa revolucionaria generada por la insurrección rusa de 1905, y tras
la abrupta salida de Polonia en 1906, Rosa se vio envuelta en los debates teóricos y políticos a propósito de
las vías hacia la revolución y de la necesidad de enfrentar la línea dominante en la socialdemocracia
alemana. A partir de 1907 Rosa fue convocada como profesora de Economía política en la Escuela Central
del Partido.
Sobre la base del estudio de las características de la acumulación capitalista, Luxemburg elaboró una tesis
que, a partir del reconocimiento de la articulación entre política y economía, permitía sostener con
argumentos científicos basados en el análisis de las relaciones sociales capitalistas, la relación entre
proletariado y revolución.
No se trata sólo de la participación política en el marco de las reglas de juego establecidas por la burguesía,
sino de la ruptura con las relaciones de producción propias del capitalismo. El capitalismo, sujeto a crisis
cíclicas que reeditan los períodos de acumulación originaria, la brutalidad de la explotación y la crueldad de la
que había hablado Marx: “el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los
pies hasta la cabeza” (Marx y Engels, 1974), es irreformable.

1
La Segunda Internacional se conformó en 1889 con el objetivo de establecer una instancia de coordinación entre
partidos laboristas y socialistas.
A la vez que ponía en cuestión el revisionismo de la dirección socialdemócrata, Luxemburg se negaba a
ocupar el lugar que los varones del partido, Bebel en particular, le habían asignado: encargarse de la
cuestión “femenina”, un asunto considerado menor, particular, un ghetto, por así decir, que alejaba a una
adversaria peligrosa del escenario de debate central por la línea del partido.
La alianza con Clara Zetkin, base de una particular “división del trabajo” entre ellas, se había establecido a
partir del mutuo afecto, la camaradería, la complicidad y una perspectiva política compartida acerca de la
necesidad de una transformación revolucionaria de la sociedad. En esa división fue Clara la encargada de la
construcción de la organización de las mujeres socialdemócratas.
La negativa a obedecer la asignación de un lugar en la división sexual del trabajo establecida por los jerarcas
del partido no era óbice para que compartieran la preocupación por el lugar de las mujeres en la construcción
del socialismo. En pugna con el feminismo burgués y con la idea de una emancipación a medida para las
mujeres burguesas, tanto Zetkin como Luxemburg priorizaban la solidaridad interna de la clase obrera
batiéndose por el derecho al sufragio de las mujeres proletarias (Luxemburg, 1912)
Para Zetkin la incorporación de las mujeres a la lucha en cuanto compañeras, madres y esposas fortalecería
la solidaridad interna de la clase. Son las mujeres quienes crían a las generaciones futuras de
proletarios para hacer la revolución, del mismo modo que su inclusión las afirma en su papel de
iguales, compañeras de sus compañeros, unidas a ellos por la suerte de la clase.
Entre 1914 y 1919 se desarrolló la 1°Guerra interimperialista. La socialdemocracia alemana, que tenía
representación parlamentaria, votó los créditos para la guerra. Las principales opositoras en Alemania fueron
Karl Liebknecht, Rosa Luxemburg (que escribió ese maravilloso texto que es Junius) y Clara Zetkin. Con
enorme lucidez Rosa articulaba en el conocido escrito una explicación económica y política que permitía
visualizar la articulación entre el desarrollo capitalista, la industria bélica y la necesidad de avance sobre el
globo entero al ritmo de la insaciable sed de expansión del capital devenido imperialista. Nada, sino mutuo
exterminio, podían esperar de la aventura guerrera los proletarios europeos.
En el combate contra la defección de la socialdemocracia y el giro social nacionalista de los partidos
socialdemócratas en Europa, Clara concebía el lugar de las mujeres como última barrera que detendría el
militarismo que recorría Europa. Si los proletarios no se niegan a tomar las armas serán las mujeres, las
socialistas, las trabajadoras las que tendrán que enfrentarlos recordándoles los ideales abandonados en
nombre del chauvinismo, desnudando el carácter imperial y capitalista de la guerra ( Zetkin,
Ellas, “los dos últimos hombres de la socialdemocracia alemana”, por parafrasear a Rosa, fueron capaces de
criticar a la dirección de su partido, un partido cuyos dirigentes habían logrado hacer construcciones
sumamente complejas y gozaban de un enorme prestigio entre los trabajadores alemanes. Kautsky,
Bernstein, Bebel, aunque ahora parezcan nombres de gentes cuya memoria, por así decir, casi se ha
extinguido, eran personas sumamente poderosas. Rosa y Clara resistieron el encolumnamiento de la
socialdemocracia alemana a favor de la guerra. Hubo muy pocos dirigentes que se opusieran a la
incorporación de los proletarios al proceso de la guerra. La mayor parte de la socialdemocracia cantó loas a
la guerra interimperialista incitando al proletariado a participar en ella y a convertirse en carne de cañón. No
fue el caso de los rusos porque aprovecharon esa coyuntura para tomar por asalto el Palacio de Invierno y
para firmar, en 1918, la famosa Paz de Brest-Litovsk que les permitió consolidar el proceso revolucionario
iniciado en 1917.
Básicamente lo que les quería mostrar es cómo bajo estas condiciones históricas estas mujeres pensaban en
la conquista de derechos para las mujeres; derechos que hoy pueden parecer mínimos como el derecho a
igual salario por igual trabajo, a la sindicalización, a la organización propia, a una serie de reivindicaciones
que fueron tomadas tanto por Clara como Rosa y Alexandra y que van a ser las reivindicaciones que se
consolidarán cuando se organice, en 1910, en el II Encuentro Internacional de Mujeres Socialistas en el cual
se consagra el 8 de marzo como Día Internacional de las Mujeres. También me parece que es importante
señalar que tanto Clara como Rosa se opusieron sistemáticamente a la política reformista y conciliadora
llevada a cabo por la socialdemocracia y que en 1918 formaron el Partido Comunista de Alemania y
organizaron el levantamiento de la Liga Espartaquista, llevado a cabo en 1919, que le costó la vida a Rosa
Luxemburg.
Por su parte, Alexandra escapó a los procesos stalinistas convirtiéndose en diplomática en Noruega y Suecia
y gracias a eso fue una de las pocas sobrevivientes del grupo bolchevique original. Clara Zetkin
atravesó distintos procesos y en 1933 fue una de las pocas que fue capaz de oponerse a la dirigencia
del nazismo.
Estas revolucionarias, que pensaban que las mujeres teníamos que tener derechos, eran capaces de
distinguir entre las reivindicaciones burguesas y proletarias. Un tema del mayor interés hoy, cuando parece
que el feminismo/las feministas tenemos dificultades para ver los efectos de las desigualdades de clase e las
vidas de las mujeres, aunque por una especie de causalidad permanente las que mueren por abortos
clandestinos son las mujeres de sectores populares. Aquellas mujeres tuvieron una vida activa, que vale la
pena que recordemos porque forman parte de nuestra genealogía y porque se preguntaron cosas que siguen
contando para quienes vivimos en el presente, forman parte a la vez de nuestro pasado y de nuestra
identidad política actual. Es fundamental no perder este pasado rico, colectivo y con subjetividades densas
como las de estas mujeres pues de ello depende que podamos erguirnos hoy. Para leer, para discutir, para
pensar.

BIBLIOGRAFÍA
Bernstein, Eduard (1982) “Tesis sobre la parte teórica de un programa partidario socialdemócrata”, en: Las
premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia. Problemas del socialismo. El revisionismo en la
socialdemocracia. México: Siglo XXI.
Coledesky, Dora, “La larga marcha de las mujeres por su libertad y su autonomía”, Revista Reunión, 2000
Engels, Friedrich (2007) El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), Buenos Aires:
Luxemburg.
Gramsci, Antonio. “Apuntes sobre la historia de las clases subalternas. Criterios metodológicos”(1932-1935),
en Antología, Selección, traducción y notas de Manuel Sacristán, México, Siglo XXI, 1986.
Kollontai, Alexandra (1911) Las relaciones sexuales y la lucha de clases” (MIA, mayo de 2011) Tomado de la
edición digital de Alexandra Kollontai: Los fundamentos sociales de la cuestión femenina y otros escritos,
Tamara Ruiz (ed.). En Lucha: España, 2011. http://www.enlucha.org/site/?q=node/15895
Kollontai, Alexandra (1926) The Autobiography of a Sexually Emancipated Communist Woman. Source: The
Autobiography of a Sexually Emancipated Communist Woman, Translated by Salvator Attansio, Herder and
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https://www.marxists.org/archive/kollonta/1926/autobiography.htm
Kollontai, Alexandra (1927) Mujeres combatientes en los días de la Gran Revolución de Octubre. Primera
publicación: en Zhensky zhurnal (El Diario de las Mujeres), no. 11, noviembre de 1927, pp. 2-3.
Lénine (Vladimir Ilich) 28 juin 1919. La grande initiative. L'héroïsme des ouvriers de l'arrière. A propos des
"Samedis Communistes". Œuvres t. 29, pp. 413-438, Paris-Moscou. Disponible en:
https://www.marxists.org/francais/lenin/works/1919/06/vil19190628.htm
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https://www.marxists.org/archive/luxemburg/1915/junius/index.htm. Translated from the German: Dave Hollis.
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