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En gran parte de esos ambientes de competencia median procesos de evaluación en los que
unos académicos han impuesto los criterios, las tablas y los instrumentos de evaluación,
que en conjunto suponen formas siempre cuestionables de concebir la actividad académica
y de clasificación de los propios académicos, por lo regular no consensadas entre ellos, o
desfavorables para algunos de ellos. Acompañan frecuentemente esos ambientes de
evaluación, el secreto sobre los archivos, la indefensión de los solicitantes, la simulación en
la presentación de los méritos, los favoritismos en la valoración o en el otorgamiento de
constancias, y otras formas de fraude, plagio, engaño y dolo. En estos procesos, los
diversos actores, tanto autoridades como académicos, tienen oportunidad de ganar o perder
los capitales en juego. No es entonces de extrañar que aparezca entre ellos el conflicto, una
vez que se evalúa con más frecuencia y fluye la información sobre la arbitrariedad de
mecanismos de evaluación empleados, su discrecionalidad y su falta de correspondencia
con los objetivos que supuestamente persiguen.
La preocupación por la cada vez más encarnizada competencia por los escasos recursos
para investigación o por los estímulos, nos debiera llevar a aprender de quienes han vivido
desde antes ese ambiente de competencia, a veces feroz, entre académicos. Por eso resumo
el reporte de E.J. Mohanan sobre lo sucedido en la Universidad Concordia, en 1992 (The
Fabrikant Case.... Minerva 33: 129-148, 1995).
Poder, prestigio y recursos económicos estuvieron en disputa detrás del caso que más
apropiada y contradictoriamente debiéramos llamar "Discordia", para ser fieles al análisis
que de fondo hicieron otros académicos externos, despersonalizándolo y asumiéndolo como
un problema colectivo. Este problema es potencial en nuestras universidades, y real en
varias de ellas. Con el advenimiento del contratismo en la investigación, los pagos al mérito
respaldados por procesos de evaluación tipo caja negra y las relaciones de autoritarismo
mantenidas en las universidades, son de esperar nuevos y más delicados conflictos entre
académicos. Conflictos evitables si actuamos oportuna y colectivamente para prevenirlos.
Para ello tenemos que revisar colectivamente todo proceso de evaluación y dictaminación,
todo proceso de distribución de oportunidades de trabajo, recursos, reconocimiento y poder,
toda clasificación en la que se otorgan lugares del primero al último a los académicos,
pretendiendo hacerlo científicamente.
Desde 1990 en que se impusieron los estímulos al desempeño académico hay conflictos
soterrados o abiertos entre académicos en varias universidades públicas que los operan.
Desde 1994 y hasta este año reciben los académicos del IIE amenazas anónimas. En 1992
ocurrió la tragedia de Condordia, tras años de tener a las publicaciones como moneda de
cambio. ƑSerá que los nexos entre estos tres "casos" consisten en procesos de evaluación
injustos, secretos u oscuros que acompañan a la actual "cultura" de la evaluación y de la
investigación?