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Violencia entre académicos y ética

Miguel A. Izquierdo Sánchez

Cuando apareció en La Jornada el segundo comunicado del Instituto de Investigaciones


Estéticas de la UNAM sobre las amenazas anónimas que desde 1994 reciben sus
académicos, ligué ese hecho con los varios brotes de violencia física y simbólica que se han
dado en mi propia universidad entre académicos, originados en disputas por plazas a
concurso, por becas o estímulos al desempeño, así como con el Caso Fabrikant, ocurrido en
la Universidad Concordia de Canadá en 1992.

Una tesis consolidada de la sociología de las universidades es que en el campo universitario


participan una serie de actores, entre ellos los académicos, que se disputan, entre otros
capitales, el económico, el social, el político y el educativo. Efectivamente, es común
encontrar relaciones de competencia entre los académicos por ocupar una plaza, conseguir
una promoción, obtener un estímulo; también compiten por ganar en prestigio o estatus, lo
que les acarrea más posibilidades de obtener mejoras económicas; compiten también por
mejorar su capital político, dirigir instituciones y programas, con posibilidades de controlar
la distribución de recursos y la dictaminación de actividades académicas.

Tras la competencia, el conflicto

En gran parte de esos ambientes de competencia median procesos de evaluación en los que
unos académicos han impuesto los criterios, las tablas y los instrumentos de evaluación,
que en conjunto suponen formas siempre cuestionables de concebir la actividad académica
y de clasificación de los propios académicos, por lo regular no consensadas entre ellos, o
desfavorables para algunos de ellos. Acompañan frecuentemente esos ambientes de
evaluación, el secreto sobre los archivos, la indefensión de los solicitantes, la simulación en
la presentación de los méritos, los favoritismos en la valoración o en el otorgamiento de
constancias, y otras formas de fraude, plagio, engaño y dolo. En estos procesos, los
diversos actores, tanto autoridades como académicos, tienen oportunidad de ganar o perder
los capitales en juego. No es entonces de extrañar que aparezca entre ellos el conflicto, una
vez que se evalúa con más frecuencia y fluye la información sobre la arbitrariedad de
mecanismos de evaluación empleados, su discrecionalidad y su falta de correspondencia
con los objetivos que supuestamente persiguen.

Contratismo, plagio y asesinatos en la academia

La preocupación por la cada vez más encarnizada competencia por los escasos recursos
para investigación o por los estímulos, nos debiera llevar a aprender de quienes han vivido
desde antes ese ambiente de competencia, a veces feroz, entre académicos. Por eso resumo
el reporte de E.J. Mohanan sobre lo sucedido en la Universidad Concordia, en 1992 (The
Fabrikant Case.... Minerva 33: 129-148, 1995).

El doctor V. Fabrikant, productivo investigador de la Facultad de Ingeniería en dicha


universidad, durante diez años solicitó diversas mejoras laborales, y siempre recibió
respuestas negativas o tardías, que dieron lugar a sucesivas quejas, escritas y verbales, cada
vez más violentas. El 24 de agosto de 1992, el doctor Fabrikant, alterado por varios reveses
a sus peticiones, disparó a cuatro profesores y a una secretaria de la universidad, muriendo
los cuatro profesores. Ninguno de los cinco tenía que ver con sus querellas.

Ocurrida la tragedia se formaron tres comisiones para investigar las responsabilidades de


autoridades y profesores en los hechos. Dice Mohanan: "Los tres reportes fueron críticos de
la universidad, de su cuerpo de profesores y de la administración". Un reporte "criticaba a
la universidad por fallas en el tratamiento de los comportamientos agresivos del doctor
Fabrikant, y por las debilidades de las políticas y los procedimientos de contratación y de
promoción". Había un historial de comportamientos agresivos del doctor Fabrikant que
fueron ignorados al momento de contratarlo por primera vez y en sucesivas oportunidades
de promoción. Otra comisión "encontró que algunos cargos que había formulado el doctor
Fabrikant sobre conductas antiéticas (de sus colegas y de la administración) estaban
justificados, y que la universidad había fallado en sus políticas y procedimientos relativos a
la investigación". Las preferencias dadas por jefes de investigación a ciertos investigadores,
restaban ingresos y oportunidades de trabajo y prestigio a otros colegas de las que gozó
algún tiempo el propio doctor Fabrikant. El reporte de la auditoría señalaba "manejo
inapropiado por la administración universitaria de los fondos de investigación", actos de
fraude y peculado.

Las recomendaciones de la Comisión sobre Integridad Académica y Científica

El reporte de esta comisión que investigó el caso caracterizó a la


Facultad de Ingeniería como agresiva y débil en estructuras
colegiadas; también que había desarrollado una "economía política"
que sobreenfatizaba un "sistema productor de investigación", en el
cual las publicaciones funcionaban como moneda de intercambio.
Decía la comisión que este problema no era exclusivo de la
Universidad de Concordia, sino que era una de las consecuencias de las "patologías
inevitables de la cultura de la investigación reinante, con sus sistemas científicos de
evaluación, con investigación patrocinada y con un sistema de cooperación universidad-
industria-gobierno" que ha sido desarrollado y ampliamente difundido en los últimos 25
años.

Poder, prestigio y recursos económicos estuvieron en disputa detrás del caso que más
apropiada y contradictoriamente debiéramos llamar "Discordia", para ser fieles al análisis
que de fondo hicieron otros académicos externos, despersonalizándolo y asumiéndolo como
un problema colectivo. Este problema es potencial en nuestras universidades, y real en
varias de ellas. Con el advenimiento del contratismo en la investigación, los pagos al mérito
respaldados por procesos de evaluación tipo caja negra y las relaciones de autoritarismo
mantenidas en las universidades, son de esperar nuevos y más delicados conflictos entre
académicos. Conflictos evitables si actuamos oportuna y colectivamente para prevenirlos.
Para ello tenemos que revisar colectivamente todo proceso de evaluación y dictaminación,
todo proceso de distribución de oportunidades de trabajo, recursos, reconocimiento y poder,
toda clasificación en la que se otorgan lugares del primero al último a los académicos,
pretendiendo hacerlo científicamente.
Desde 1990 en que se impusieron los estímulos al desempeño académico hay conflictos
soterrados o abiertos entre académicos en varias universidades públicas que los operan.
Desde 1994 y hasta este año reciben los académicos del IIE amenazas anónimas. En 1992
ocurrió la tragedia de Condordia, tras años de tener a las publicaciones como moneda de
cambio. ƑSerá que los nexos entre estos tres "casos" consisten en procesos de evaluación
injustos, secretos u oscuros que acompañan a la actual "cultura" de la evaluación y de la
investigación?

El autor es profesor de posgrado de la Universidad Pedagógica


Nacional, campus Morelos, y de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos

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