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Ya hemos señalado que la Ley N°. 20.

480, de 18 de diciembre de
2010 agregó, como inciso segundo del Art. 390 la figura del femicidio,
en principio como un caso especial de parricidio sin que ello
aparentemente tuviese otra significación más que la denominación, tal
como reza la disposición señalada al disponer: "Si la víctima del delito
descrito en el inciso precedente es o ha sido la cónyuge o la
conviviente de su autor, el delito tendrá el nombre de femicidio". Como
ya se ha dicho, al introducirse el concepto de femicidio se ha
introducido también, aunque no de forma explícita, el concepto de
violencia de género~ lo que permite afirmar ciertas restricciones a su
interpretación, provenientes de las obligaciones contraídas por el
Estado en orden a prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la
mujer, como reza el título de la respectiva Convención Interamericana,
promulgada por 0.5. N°. 1.640, de 11 de noviembre de 1998, también
conocida como Convención de Belem do Pará. Dicha Convención
establece la obligación de los Estados Parte en orden a "adoptar, por
todos los medios apropiados y sin dilaciones, políticas orientadas a
prevenir, sancionar y erradicar" la "violencia contra la mujer" (Art. 7°),
entendida como "cualquier acción o conducta basada en su género,
que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la
mujer" (Art. 1°). Y, específicamente, señala la letra e) de su Art. 7, que
entre tales medidas se encuentra la de "incluir en su legislación interna
normas penales, civiles y administrativas, así como las de otra
naturaleza que sean necesarias para prevenir, sancionar y erradicar la
violencia contra la mujer" . En consecuencia, habiéndose introducido la
figura del femicidio en cumplimiento a de estas obligaciones
internacionales, es necesario precisar de qué manera el concepto de
violencia de género implícito en el nomen iuris afecta la interpretación
del sentido y alcance del tipo penal a que hace referencia. A nuestro
juicio, como ya hemos señalado, ello supone principalmente que
tratándose de la violencia ejercida contra la mujer en cuanto tal, no es
posible restringir la interpretación del parricidio a supuestos donde el
fundamento de la incriminación radique en relaciones de parentesco o
maritales o en la confianza que genera la vida en común, actual o
pretérita. Esto significa, en concreto, que no puede admitirse la
defensa basada en la prueba de falta de confianza de la agredida
frente al agresor, aun cuando ello efectivamente se pruebe en el caso
concreto. De este modo, tratándose de un femicidio, sería irrelevante
la existencia o no de tales relaciones de confianza, no pudiéndose
degradar el hecho de dar muerte a una ex cónyuge o conviviente a
una figura común de homicidio simple o calificado, según las
circunstancias, pues la violencia de género es en sí también objeto de
protección y sanción penal autónomo, a través de la figura del
femicidio. Por lo tanto, siempre que se dé muerte a una mujer que sea
o haya sido cónyuge o conviviente del autor, bastará probar ese solo
hecho para configurar el femicidio, sin necesidad de probar la
existencia de un aprovechamiento de las relaciones de confianza que
pudiesen o no existir al momento de cometerse el delito. Lo mismo
cabría decir de la violencia que se ejerce por los hombres contra sus
hijas, descendientes o ascendientes mujeres, también incluidas de la
protección de la Convención de Belem do Pará, aunque en este caso,
la figura aplicable sea la del parricidio. En cambio, tratándose de
violencia entre varones o entre mujeres, la transformación del delito de
parricidio en la forma más grave de violencia intrafamiliar permite
postular que, en casos de probarse la falta absoluta de la relación de
confianza base que permite y facilita esta violencia, parece perder
sentido la agravación del parricidio, pudiendo aceptarse la defensa de
falta de lesividad, degradándose el delito a la figura de homicidio
simple o calificado que corresponda.

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