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Christian G. Appy
¿Dónde estaban los hijos de los peces gordos que apoyaban la guerra? En mi pelotón, no.
Las familias de nuestros hombres eran obreras... Si la guerra era tan importante, ¿por qué
nuestros líderes no ponían a los hijos de todos ahí? ¿Por qué sólo a nosotros?
Steve Harper (1971)
4
Kovic, Born on the Fourth of July, pp. 99-100.
5
La cita de Newsday fue encontrada en Useem, Conscription, Protest, and Social Conflict, p. 83.
6
Estos pueblos fueron tomados al azar de páginas del Vietnam Veterans Memorial: Directory of names, pp. 18, 77,
163, 754. Las cantidades de habitantes fueron tomadas del censo de 1970. La figura del 8 por ciento se basa en un
ejemplo al azar de 1.200 hombres listados en el directorio.
7
La información de Talladega y de Mountain Brook fue tomada del censo de 1970.
jóvenes más ricos de esas ciudades, como los jóvenes de comunidades más ricas, tenían mucho
menos posibilidades de enrolarse o de ir a Vietnam.
Por ejemplo, Mike Clodfelter creció en Plainville, Kansas. En 1964, se enroló en el
ejército y al año siguiente, fue a Vietnam. En sus memorias de 1967, Clodfelter recordaba:
“Desde mi ciudad natal, una ciudad chica... todo el mundo menos dos de una docena de amigos
de la escuela terminaron sirviendo en Vietnam y todos eran de familias de clase obrera, y
mientras tanto, yo no conocí ni siquiera a un hijo de una familia de clase media, de una familia de
los empresarios, abogados, médicos o rancheros de mi secundaria que experimentara el
Armagedón de nuestra generación.”8
Pero si se desea hacer un mapa aunque fuera esquemático de las bajas estadounidenses,
hay que ir más allá de los límites convencionales de los Estados Unidos. Aunque esto no es muy
conocido, las fuerzas armadas tomaron voluntarios y enrolaron hombres en los territorios
estadounidenses: Puerto Rico, Guam, las Islas Vírgenes estadounidenses, la Samoa
estadounidense, y la Zona del Canal. Estos territorios perdieron 436 hombres en Vietnam, varias
docenas más que el estado de Nebraska. En Vietnam, sirvieron unos 48.000 portorriqueños,
muchos de los cuales hablaban muy poco inglés. De esos, murieron 345. El número no incluye a
los hombres que nacieron en Puerto Rico y emigraron a los Estados Unidos (o cuyos padres
nacieron en Puerto Rico). No sabemos esos números porque las fuerzas armadas no hicieron una
cuenta separada de las bajas de hispano estadounidenses ni como categoría incluyente ni por país
de origen9.
Durante la guerra, Guam llamó poco la atención de la parte principal de los Estados
Unidos. Sólo se supo algo sobre ese lugar porque los B-52 partían de allí para bombardear
Vietnam (un vuelo de veinticuatro horas ida y vuelta que requería una carga de combustible en
vuelo) y por una conferencia entre el Presidente Johnson y algunos de los líderes más
importantes de las fuerzas armadas se llevó a cabo ahí en 1967. Sin embargo, los Estados Unidos
enviaron varios miles de habitantes de Guam a pelear con las fuerzas estadounidenses en
Vietnam. Murieron setenta. De una población de apenas 111.000, la tasa de mortalidad de Guam
fue todavía más alta que la de Dorchester, Massachussetts.
Sin embargo, esto tampoco agota el rango de lugares en los que se pueden buscar bajas
“estadounidenses”. Hubo también, “fuerzas del Mundo Libre”, reclutadas y, en general, también
financiadas por los Estados Unidos. Estas “fuerzas de países de tercera” provenían de Corea del
Sur, Australia, Nueva Zelanda, Tailandia y las Filipinas. En su momento de mayor importancia
tuvieron 60.000 hombres (las fuerzas de los Estados Unidos llegaron a tener 550.000). El
gobierno de los Estados Unidos afirmó que eran la evidencia de un esfuerzo unido, multinacional,
del mundo libre en contra de la agresión comunista. Pero sólo Australia y Nueva Zelanda pagaron
para mandar sus tropas a Vietnam. Tenían una fuerza de 7.000 hombres y perdieron 469 en
combate. Las otras naciones recibieron tanto dinero a cambio de su intervención militar que
puede decirse que sus fuerzas eran esencialmente mercenarias. Por ejemplo, el gobierno de
Ferdinand Marcos en Filipinas recibió el equivalente de 26.000 dólares por cada uno de los 2000
hombres que se enviaron a Vietnam para llevar a cabo programas de acción civil y programas
para hombres que no entraban en combate. La participación de Corea del Sur fue de lejos la más
grande de los países del tercer mundo pagados por los Estados Unidos. Tuvo 50.000 hombres. A
cambio, el gobierno de Corea disfrutó de aumentos sustanciales en ayuda, y sus soldados
recibieron un sueldo más o menos 20 veces mayor que el que tenían en su casa. Perdieron la vida
más de 4.00010.
Las fuerzas armadas de Vietnam del Sur también fueron producto de la intervención
estadounidense. Durante veintiún años, los Estados Unidos dedicaron miles de millones de
dólares a la creación del gobierno anticomunista en Vietnam del Sur y al reclutamiento,
8
Clodfelter, Pawns of Dishonor, p. 109.
9
Bajas Norteamericanas en el Sudeste Asiático, p. 9.
10
La discusión sobre las “fuerzas de los países del tercer mundo” fue elaborada (DRAWN PRIMARILY)
originalmente por Kahin, Intervention, pp. 332-36.
entrenamiento y armamento de las fuerzas armadas necesarias para sostenerlo. En la larga guerra
contra las guerrillas del sur y los regulares de Vietnam del Norte, murieron 250.000 soldados de
Vietnam del Sur. La responsabilidad por esas vidas es de los Estados Unidos y lo mismo puede
decirse de las vidas de los hombres de otros países cuya participación militar dependió casi
totalmente de las iniciativas estadounidenses.
En ese sentido, tal vez hay que dar un paso más. Tal vez, todas las muertes de Vietnam, las
muertes de los enemigos y los aliados, de los civiles y los combatientes, deberían ser
consideradas bajas estadounidenses además de bajas vietnamitas. Eso sería sólo una forma de
reconocer que la intervención estadounidense también marcó esos destinos. Después de todo, sin
la intervención estadounidense (según todos los informes de inteligencia de esa época y todos los
informes de los historiadores desde entonces), la unificación de Vietnam bajo Ho Chi Minh
habría ocurrido con muy poca resistencia11.
Como quiera que uno mida la responsabilidad estadounidense por las bajas en Indochina,
deberían hacerse todos los esfuerzos posibles para entender la enormidad de las pérdidas. Desde
1961 hasta 1975, murieron 1,5 a 2 millones de vietnamitas. Las estimaciones de las muertes en
Camboya y Laos son todavía menos precisas pero ciertamente el número llega a cientos de miles.
Imagínense un monumento a las bajas de los indochinos que murieron en lo que ellos llaman la
guerra de los “Americanos”, no la Guerra de Vietnam. Si este monumento se pareciera al que se
levantó en honor a los caídos en Vietnam, con todos los nombres grabados en granito, tendría que
ser cuarenta veces más grande que la pared de Washington. E incluso esa lista enorme de
nombres no pondría en perspectiva la escala de las pérdidas en Indochina. Se trata de países
pequeños que, en el momento de la guerra, tenían una población combinada de 50 millones de
personas. Si los Estados Unidos hubieran perdido la misma proporción de su población, el
monumento a los caídos en Vietnam tendría los nombres de 8 millones de estadounidenses.
Insistir en que reconozcamos la diferencia en bajas entre los Estados Unidos e Indochina
no es disminuir la tragedia o la significación de las pérdidas estadounidenses, y tampoco es una
forma de desviar la atención de nuestro esfuerzo para entender a los soldados estadounidenses. Si
no tenemos algún tipo de conciencia de la destrucción general que causó la guerra, no podemos ni
siquiera empezar a entender la experiencia de esos soldados. Como expresa un veterano: “Eso es
lo que no puedo sacarme de la cabeza: los cuerpos... todos esos cuerpos. En ese entonces, nos
importaban una mierda los vietnamitas muertos. Era como: “Ey, son todos unos chinos de mierda,
no significan nada.” Uno se ponía tan frío que ni siquiera parpadeaba. Hasta podíamos hacer
bromas al respecto, divertirnos con los cadáveres como si fueran muñecas de trapo. Y después de
un tiempo hasta podíamos apilar a nuestros propios Muertos en Acción sin sentir mucho. Ahora
no es así. Ahora uno no se lo puede sacar de la cabeza. Yo llevo esos cuerpos conmigo todos los
días, carajo. Es un peso enorme, hombre, un peso horrible, carajo.”12
19
Lewy, America in Vietnam, pp. 154-55; Gettleman et al., Vietnam and America, p. 320; New York Times, 29 de
abril de 1968, p. 16. El esfuerzo conciente por reducir las bajas negras pudo haber sido efectuado únicamente en el
Ejército. En la Infantería de Marina, las muertes de combatientes negros resultaron de alrededor del 13 por ciento a
lo largo de la guerra. [THE CONSCIOUS EFFORT TO REDUCE BLACK CASUALTIES MAY HAVE BEEN
UNIQUE TO THE ARMY. IN THE MARINES, BLACK COMBAT DEATHS WERE ABOUT 13 PERCENT
THROUGHOUT THE WAR]
20
Young, “When the Negroes in Vietnam Come Home”, p. 63; Thomas A. Johnson, “Negroes in ‘the Nam’ “, p. 38.
alta que la de los soldados blancos. Estos puntos sugieren con seguridad que muchos negros
estaban altamente motivados y eran hombres entusiastas en las tropas21.
En sí mismo, ese entusiasmo no prueba que las fuerzas armadas dieran iguales
oportunidades a los negros o que hubiera en ellas ausencia de discriminación. Después de todo, es
presumible que los mismos negros que se ofrecieron como voluntarios para los servicios en la
Fuerza Aérea (por los cuales se les ofrecían una paga adicional) se hubieran ofrecido con el
mismo entusiasmo a entrar en la escuela de oficiales si se les hubiera dado la oportunidad. Sólo el
2 por ciento de los oficiales de Vietnam era negro. Los negros podrían haber sacado ventajas de
las oportunidades que significaban los puestos superiores de mayor paga y lejos de la línea de
combate, si eso les hubiera estado permitido. La respuesta de las fuerzas armadas frente a esta
crítica fue que los negros se enrolaron en grandes números como soldados de combate por una
razón muy simple: no estaban calificados para cubrir otros puestos. Por supuesto, las
calificaciones estaban determinadas por medidas totalmente crudas –pruebas estandarizadas—y
los soldados negros obtenían mucho menos puntaje que los blancos. En 1965, por ejemplo, el 41
por ciento de los soldados negros tuvo el menor de los puntajes en las Pruebas de Calificación de
las Fuerzas Armadas (categorías IV y V), comparados con el 10 por ciento de los soldados
blancos22.
Estos puntajes explican gran parte de la desproporción. En ese mismo sentido, reflejan
también la relación entre raza y clase en la sociedad civil. Los soldados pobres y de clase obrera,
fueran blancos o negros, tenían más posibilidades de recibir entrenamiento para combate que los
soldados con mayores privilegios económicos y educativos. Aunque los hombres enrolados de
ambas razas pertenecían primariamente a la mitad inferior de la estructura social, los negros eran
considerablemente más pobres. Un estudio descubrió que el 90 por ciento de los soldados de
Vietnam eran de la clase obrera o de familias pobres. Ésa es parte de la razón por la cual hubo
más hombres negros que se volvieron a enrolar para un segundo año. Los hombres que se
volvieron a enrolar recibieron bonos de 900 a 1400 dólares, equivalentes a un tercio del ingreso
medio familiar de las familias negras en la mitad de la década de 1960. Sin embargo, la
asignación de los negros a posiciones de bajo rango no fue sólo un reflejo de las desigualdades
económicas y raciales de la sociedad civil. Las fuerzas armadas contribuyeron con su propia
discriminación. En los primeros años de la escalada estadounidense, incluso los negros que
recibieron la mayor categoría en el puntaje de las pruebas, terminaron en unidades de combate en
un nivel 75 por ciento mayor que el de los blancos de la misma categoría23.
Aunque la discriminación racial y las actitudes racistas persistieron en las fuerzas
armadas, la clase fue mucho más importante que la raza en la determinación de la composición
social general de las tropas estadounidenses. Precisamente cuando los hombres enrolados se
estaban integrando cada vez más en cuanto a la raza, se volvían más y más segregados en cuanto
a la clase. Las fuerzas armadas tal vez nunca hayan representado verdaderamente a la población
general masculina pero en la década de 1960, fueron sobre todo dominio de la clase obrera.
No hay ningún estudio estadístico serio sobre los orígenes de clase de los hombres que
sirvieron en Vietnam. Aunque las fuerzas armadas hicieron esfuerzos constantes, obsesivos para
cuantificar virtualmente todos los aspectos de su aventura en Vietnam, no hicieron un solo
estudio sobre el origen de clase de sus hombres en combate (por lo menos no se ha descubierto
ninguno). La evidencia cuantitativa debe reunirse a partir de una variedad de estudios diferentes.
Probablemente el esfuerzo más ambicioso para reunir información estadística sobre los orígenes
de los soldados de la era de Vietnam se llevó a cabo justo antes de la escalada de la intervención
21
Young, “When the Negroes in Vietnam Come Home”, p. 63. Las estimaciones de re-enrolamiento están en Moskos,
“The American Dilemma in Uniform”, p. 103.
22
Estimaciones gráficas de oficiales negros pueden encontrarse en Glick, Soldiers, Scholars, and Society, pp.18-20;
resultados de los tests de los negros están en Moskos, American Enlisted Man, pp. 116, 216.
23
El estudio que encontró que el 90 por ciento de veteranos de Vietnam eran negros de clase obrera o pobres es de
Egendorf et al., Legacies of Vietnam, pp. 106-9; las bonificaciones [monetarias] en Glick, Soldiers, Scholars, and
Society; asignaciones desproporcionadas de combatientes negros que resultaron en altas categorías se encuentran en
Moskos, American Enlisted Man.
estadounidense en Indochina. En 1964, el National Opinion Research Center (NORC, Centro
Nacional de Investigación sobre Opinión) examinó a un cinco por ciento de todos los hombres
enrolados en el servicio activo.
Tabla 1. Ocupaciones de los padres de los enrolados, por servicio, 1964 (%)
Ocupación del padre Ejército Armada Fuerza Aérea Marines
Empleado administrativo 17.0 19.0 20.9 20.4
Obrero 52.8 54.5 52.0 57.2
Granjero 14.8 10.7 13.3 9.1
Militar 1.8 2.1 1.8 2.0
Padre ausente 13.6 12.9 12.0 11.3
Aproximadamente (28.000) (17.500) (28.000) (5.000)
FUENTE: Encuesta del NORC de 1964, en Moskos, American Enlisted Man, p. 195.
Según la tabla ocupacional del NORC (tabla 1), más o menos un 20 por ciento de los
hombres enrolados tenía padres con trabajos administrativos *. En la población masculina total
más de dos veces esa proporción –44 por ciento- tenía padres con ese tipo de trabajo. Claro está
que no todos los trabajadores administrativos pertenecen necesariamente a la clase media en
cuanto a poder, medios económicos y el estatus. Muchos trabajos de bajo rango en ventas y en
oficinas –que generalmente, se consideran trabajos administrativos—se comprenden mejor como
ocupaciones de clase obrera. Aunque la etiqueta de “trabajador administrativo” exagera el tamaño
de la clase media, abarca a casi todos los estadounidenses más privilegiados de la fuerza de
trabajo. Por lo tanto, el hecho de que sólo el 20 por ciento de los soldados estadounidenses
proviniera de familias de este tipo representa una diferencia brutal en cuanto a la clase entre lo
que sucedía en la población general y lo que sucedía entre los hombres de las tropas de
Vietnam24.
La alta proporción de granjeros en la muestra es una indicación más del número
desproporcionado de soldados que provenía de pequeñas ciudades rurales. En la década de 1960,
sólo el 5 por ciento de la fuerza de trabajo de los Estados Unidos tenía que ver con la agricultura.
En la encuesta del NORC, más del doble de los hombres, el 12 por ciento, provenía de familias
granjeras. Aunque la encuesta no revela el nivel económico de ese grupo, deberíamos evitar la
tendencia estadounidense a pensar que todos los granjeros son propietarios independientes. En el
momento de la encuesta, unos dos tercios de los trabajadores relacionados con la agricultura eran
asalariados (peones o peones golondrina) con ingresos familiares de menos de 1.000 dólares por
año25.
También hay una buena razón para creer que la mayoría de los hombres con padres
ausentes crecieron en circunstancias de mucha presión. En 1965, casi dos tercios de los chicos
que venían de familias cuya cabeza era una mujer vivían por debajo del nivel de ingresos más
bajo, catalogado por la Oficina del Censo (US Bureau of the Census)26. Así, con el análisis
completo, la encuesta del NORC sugiere que, en el momento del comienzo de la escalada de la
intervención estadounidense en Vietnam, por lo menos tres cuartos de los hombres
estadounidenses enrolados pertenecían a la clase baja o eran pobres.
Aunque este libro pone el foco en los hombres enrolados, la inclusión de los oficiales no
elevaría dramáticamente el nivel de clase de los militares de Vietnam. Los oficiales eran el 11 por
ciento del número total de hombres en Vietnam, así que aunque muchos de ellos hubieran
provenido de familias privilegiadas, el impacto estadístico seguiría siendo limitado. Además,
aunque necesitamos más estudios sobre la clase social de los cuerpos de oficiales de la era de
Vietnam, tal vez hayan sido los cuerpos de oficiales menos privilegiados del siglo XX. Por
24
Para saber cuántos trabajos de clase obrera han sido mal definidos como white collar, véase Braverman, Labor and
Monopoly Capital, pp. 283-411; también véase Levison, Working-Class Majority, pp. 21-29.
* En el original, white-collar jobs, trabajadores de cuello blanco [N del T].
25
Kolko, Wealth and Power in America, pp. 72, 76.
26
Bane, Here to Stay, p. 119.
ejemplo, en su estudio sobre la clase de West Point de 1966, Rick Atkinson encontró una
sorprendente declinación histórica en la clase social de los cadetes. “Antes de la Primera Guerra
Mundial, cerca de un tercio de los cuerpos de la Academia provenía de familias de médicos,
abogados y otros profesionales. Pero para mediados de la década de 1950, los hijos de los
profesionales eran sólo el 10 por ciento de los cadetes y los lazos con la clase superior casi se
habían quebrado. West Point empezó a atraer cada vez más a mocosos de militares y a hijos de la
clase obrera.”27
Además, a medida que la guerra se alargaba, el cuerpo de oficiales dejó de provenir de la
escuela de servicios y graduados de ROTC y tuvo que confiar cada vez más en hombres
enrolados a los que se entregaban comisiones de campo o se enviaba a la escuela de oficiales. Es
probable que estos oficiales también bajaran el promedio de origen de clase del cuerpo de
oficiales28.
La desigualdad de clase también se reveló con mucha fuerza en el estudio estadístico
importante de los veteranos vietnamitas, Legacies of Vietnam (Legados de Vietnam). En este
estudio, encargado por la Administración de Veteranos en 1978, casi dos tercios de la muestra de
veteranos de Vietnam provenía de la clase obrera o de alguna clase inferior. Esa cifra es notable
porque la encuesta usó técnicas de muestreo diseñadas para producir el espectro de clase más
amplio posible; es decir, cuando se elegía sujetos para el estudio, se trataba de buscar una
“máxima variación en cuanto al contexto socioeconómico”. Incluso así, el muestreo de los
veteranos de Vietnam estaba mucho más abajo que la población general desde el punto de vista
de la clase. Cuando se los mide en contraposición con los no veteranos de la misma generación,
los veteranos de Vietnam aparecen abajo en cuanto a ingresos económicos, ocupación y
educación29.
La clave aquí es la desproporción. El punto no es que todos los hombres de la clase obrera
fueran a Vietnam mientras los más privilegiados se quedaban en casa. Dado el tamaño enorme de
la generación, millones de hombres de la clase obrera quedaron afuera de las fuerzas armadas,
que no los necesitaron. Muchos no entraron al servicio porque no tenían los niveles mínimos
físicos y mentales necesarios para las fuerzas armadas. Sin embargo, la posibilidad de que un
hombre de la clase obrera entrara a las fuerzas armadas y luego fuera a Vietnam era mucho mayor
que la que tenía un hombre de clase media o privilegiada.
El estudio Legados también sugiere una distinción importante entre los soldados negros y
los blancos. Los veteranos negros, por lo menos en ese muestreo, fueron significativamente más
representativos de la población negra en su totalidad que los veteranos blancos de la población
blanca. Esto refleja el hecho de que los blancos y los negros tienen diferentes distribuciones en
cuanto a la clase: la población negra tiene mucha mayor proporción de pobres y obreros y las
clases media y de élite mucho más chicas. En el muestreo Legados, el 82 por ciento de los no
veteranos negros eran de clase obrera o inferior, comparado con el 47 por ciento de los no
veteranos blancos. Ésta es, creo yo, una razón por la cual los veteranos negros parecen tener
menos resentimiento de clase que los blancos en cuanto a los hombres de su raza que no sirvieron
en Vietnam30.
La educación, junto con la ocupación y los ingresos es una medida clave en la
determinación de la posición de clase. El 80 por ciento de los hombres que fueron a Vietnam
tenía sólo educación de secundaria (tabla 2). Esta cifra se compara bien con las estadísticas de
guerras anteriores. Después de todo, en tiempos de la Guerra Civil y hasta bien entrado en el siglo
XX, sólo una minoría de estadounidenses llegaba a la escuela secundaria. Sin embargo, si
consideramos el contexto histórico, la baja proporción de universitarios entre los soldados
estadounidenses en Vietnam es una nueva indicación del número desproporcionado de hombres
de la clase obrera que entró a las fuerzas armadas en esa guerra. La década de 1960 fue la década
27
Atkinson, The Long Gray Line, p. 29.
28
Gabriel and Savage, Crisis in Command, pp. 51-96.
29
Egendorf et al., Legacies of Vietnam, p. 142.
30
Ibid., pp. 105-9.
en que la educación estadounidense creció enormemente, un momento en el que las
oportunidades de tener una educación superior estaban más extendidas que nunca antes en la
historia. Para 1965, el 45 por ciento de los estadounidenses entre los dieciocho y los veintiún
años tenía algún tipo de educación universitaria. Para 1970, esa cifra era más cercana al 50 por
ciento. Si comparamos a las fuerzas armadas con las cifras nacionales, las fuerzas
estadounidenses estaban bien por debajo del promedio en cuanto a educación formal. Los
estudios que comparan a las personas anotadas en distintas escuelas y universidades con la edad y
la clase de cada una muestran que los niveles educacionales de los soldados estadounidenses en
Vietnam se corresponden más o menos con los de los habitantes masculinos de clase obrera en
edad de reclutamiento (tabla 3). Por supuesto, hubo muchos veteranos que tomaron cursos
universitarios después del servicio militar. Sin embargo, el Legados descubrió que para 1981,
sólo el 22 por ciento de los veteranos había completado los primeros niveles universitarios,
comparado con el 46 por ciento de los no veteranos31.
31
Bell, The Coming of the Post-Industrial Society, pp. 216-17; Egendorf et al., Legacies of Vietnam, p. 13.
32
Sobre el enrolamiento de los TWO-YEAR COLLEGE, véase Bowles y Gintes, Schooling in Capitalist America, p.
209, y Levison, Working-Class Majority, p. 119. Para HARVARD SURVEY ver Fallows, “What Did Yoy Do in the
Class War, Daddy”. Para una comparación de valores RATE entre combatientes con origen en estudiantes que han
abandonado la secundaria con los graduados de Colleges, ver Administración de Veteranos, Myths and Realities, p.
10.
Tabla 3. Porcentajes de Hombres Enrolados en la Secundaria (PERCENTAGE OF
MALES ENROLLED IN SCHOOL), 1965-1970
Edad Obreros Empleados administrativos
16-17 80 92
18-19 49 73
20-24 20 43
FUENTE: Levison, Working-Class Majority, pág. 121.
Los jóvenes han peleado en todas las guerras pero las fuerzas estadounidenses en Vietnam
fueron, probablemente, los más jóvenes de la historia de nuestro país. En guerras anteriores,
muchos hombres de alrededor de veinte años tuvieron que ir al servicio militar y hombres de esa
edad y mayores se presentaron como voluntarios. En la Guerra de Vietnam, la mayoría de los
voluntarios y los enrolados tenía menos de veinte años; la edad promedio era diecinueve. En la
Segunda Guerra Mundial, en cambio, el soldado estadounidense medio tenía veintiséis años. A la
edad de dieciocho, los jóvenes podían ofrecerse como voluntarios y también ser llamados a las
armas. A los diecisiete, con consentimiento del tutor, los chicos podían enrolarse en el Cuerpo de
Marina. Muy temprano en la guerra, cientos de hombres de diecisiete años sirvieron en Vietnam.
En noviembre de 1965, el Pentágono ordenó que todas las tropas estadounidenses tuvieran
hombres de dieciocho años o más antes de entrar en la zona de guerra. Aún así, la edad promedio
siguió siendo baja. Los soldados de veintidós años recibían burlas por su avanzada edad (“ey,
viejo”, les decían los hombres más jóvenes de las unidades). La mayor parte de los
estadounidenses no tenía siquiera edad suficiente como para votar. La edad de voto no cayó de
veintiuno a dieciocho hasta 1971. Por lo tanto, la mayor parte de los estadounidenses que
pelearon en Vietnam eran adolescentes de la clase obrera, sin poder, que terminaron luchando en
una guerra no declarada por órdenes de presidentes a quienes ni siquiera habían podido votar33.
No hay perfil estadístico que pueda hacer justicia a la complejidad de la experiencia
individual, pero sin estos esquemas amplios nuestra comprensión sería tan fragmentaria que no
tendría ninguna utilidad. No puede hacerse un estudio totalmente preciso de las clases sociales en
las fuerzas estadounidenses, pero yo creo que lo que sigue es una estimación razonable: los
hombres enrolados en Vietnam eran pobres en un 25 por ciento, de clase obrera en un 55 por
ciento, y en un 20 por ciento de clase media, con un número estadísticamente insignificante de
clase alta. La mayor parte de los estadounidenses en Vietnam eran graduados de la secundaria con
diecinueve años de edad. Habían crecido en los enclaves de clase obrera blanca del Sur de Boston
y el lado Oeste de Cleveland; en los guetos negros de Detroit y Birmingham; en las pequeñas
ciudades rurales de Oklahoma y Iowa; y en los barrios de departamentos de los suburbios de
clase obrera. Cada estado, cada territorio estadounidense dio miles de estos hombres a las fuerzas
armadas pero sólo muy pocos vinieron de lugares de riqueza y privilegio.
33
Brende y Parson, Vietnam Veterans, pp. 19-20; New York Times, 10 de noviembre de 1965, p. 5.
Esta presión se convirtió en la causa más importante de los actos de los voluntarios que se
enrolaron cuando la guerra se fue alargando.
Los soldados enviados a Vietnam pueden dividirse en tres categorías de tamaño más o
menos parecido: un tercio de conscriptos, un tercio de voluntarios que se presentaron por la
presión de la conscripción y un tercio de verdaderos voluntarios. En los primeros años de la
escalada estadounidense la mayor parte de la lucha de la guerra estuvo en manos de voluntarios al
servicio en las fuerzas armadas. Eso no significa que se ofrecieran como voluntarios para pelear
en Vietnam. Pocos lo hicieron. Incluso en la de West Point de 1966 sólo un sexto se presentó
como voluntario para servicio en Vietnam (aunque muchos terminaron allí de todos modos). A
medida que la guerra continuaba, el número de voluntarios bajó cada vez más. Entre 1966 y
1969, el porcentaje de conscriptos que murieron en la guerra se duplicó del 21 al 40 por ciento
(tabla 5). Casi la mitad de las tropas del ejército estaba formada por conscriptos, y en las unidades
de combate el porcentaje era generalmente alto, hasta dos tercios; más tarde en la guerra fue
incluso mayor. El número total de conscriptos fue más bajo porque el Cuerpo de Marines –la otra
rama de servicios que hizo la mayor parte de la lucha en Vietnam—estaba en general limitado a
voluntarios (aunque, durante la Guerra de Vietnam, llegó a tener 20.000 conscriptos)34.
La conscripción determinó el carácter social de las fuerzas armadas en dos sentidos: tanto
entre los hombres que se eximían del servicio como entre los que recibían el llamado a filas o
eran inducidos a enrolarse. Dado el tamaño de la generación que llegó a la edad de reclutamiento
durante la década de 1960, el Servicio Selectivo eximió a muchos más hombres de los que recibió
como conscriptos. Desde el año 1964 al año 1973, se llamó a filas a 2.2 millones de hombres, se
enrolaron 8.7 millones y 16 millones no formaron parte del servicio. Por supuesto que los
millones de exenciones del servicio podrían haberse otorgado de una forma que produjera fuerzas
armadas que reflejaran la composición social de la sociedad en general. Se dio un paso en esa
dirección cuando se instituyó el sorteo de los números de conscripción a fines de 1969, método
que podría producir una sección cruzada de conscriptos. Sin embargo, esa reforma hizo muy poco
para democratizar las fuerzas que lucharon en Vietnam porque las prórrogas estudiantiles
siguieron teniendo vigencia hasta 1971, las retiradas de las tropas a fines de la guerra redujeron la
conscripción y las exenciones físicas siguieron siendo fáciles de conseguir para los privilegiados.
34
Sobre la Clase de West Point de 1966, ver Atkinson, The Long Gray Line; Glass, “Draftees Shoulder Burden”, pp.
1747-55.
FUENTE: Columnas 1 y 2 del U.S. Bureau of the Census, 1971, 253; columna 3 de U.S. House Committee on Armed Services, 1971, 172. Citado
en Useem, Conscription, Protest and Social Conflict, p. 107.
Antes del sorteo, el Servicio Selectivo ni siquiera profesó como ideal conseguir unas
fuerzas armadas social y económicamente equilibradas. En lugar de eso, buscó una forma de
“planificación de recursos humanos” diseñada para servir al “interés nacional” mediante el envío
de algunos hombres a las fuerzas armadas y el intento de que otros se quedaran en la universidad
y consiguieran prórrogas. En el corazón de este esfuerzo consciente de ingeniería social estaba el
concepto de “canalización”. La idea básica era usar la amenaza de la conscripción y la atracción
de las prórrogas educacionales y profesionales para canalizar a ciertos hombres hacia
ocupaciones no militares que el Servicio Selectivo creía vitales para “los intereses, la salud y la
seguridad nacionales”. El arquitecto primario de este sistema fue el General Lewis B. Hershey,
director del Servicio Selectivo desde 1941 a 1968. Según su biógrafo, George Flynn, en un
principio, Hershey fue ambivalente, si no directamente hostil con respecto a las prórrogas
estudiantiles. Se sentía inseguro de su valor y no lograba decidir si esos privilegios eran justos o
no. Sin embargo, este burócrata importante, decidido a construir y mantener una conscripción
permanente, pronto recibió influencias que lo convencieron de lo contrario. Los seis comités de
asesores que nombró él mismo en 1948, durante la creación de la primera conscripción en la paz
que siguió a la Segunda Guerra Mundial, estaban todos a favor de las prórrogas estudiantiles.
Afirmaban que casi todos los campos académicos habían contribuido a la victoria de la Segunda
Guerra Mundial y que la conscripción debía proteger al menos a los estudiantes universitarios y
de doctorado o licenciatura que tuvieran más éxito en sus estudios. Muchos asesores querían
proteger especialmente a futuros potenciales científicos. A medida que avanzaba la era nuclear,
las personas que tenían a su cargo el diseño de políticas se sentían cada vez más persuadidos de
que el resultado de las guerras futuras –fueran calientes o frías— estaría determinado no por
masas de soldados combatientes cubiertos de barro sino por equipos de científicos e ingenieros
con mucho poder y delantales blancos. Hershey se decidió rápidamente a favor de las prórrogas
estudiantiles y para mediados de la década de 1950, se había convertido en su defensor más
importante35.
La mayor parte de las políticas de conscripción influenciadas por la clase social estaba ya
en su lugar para comienzos de esa década. Sin embargo, la Guerra de Corea no discriminó tanto
por clase como la de Vietnam, por dos razones. Primero, aunque hubo prórrogas estudiantiles
durante la Guerra de Corea, los graduados de las carreras cortas se enrolaron en una proporción
semejante a sus números en la población general (no fue de este modo durante la Guerra de
Vietnam). Segundo, a diferencia de lo que sucedió en Vietnam, en Corea se movilizó a los
reservistas. Generalmente, las unidades de reservistas tienen una composición de clase más
equilibrada que el ejército regular. Durante el período entre Corea y Vietnam, las llamadas a filas
fueron tan bajas que las fuerzas armadas pudieron elevar sus niveles de admisión y colocar a más
conscriptos en los campos electrónicos y técnicos. Esos factores elevaron el nivel de clase de los
hombres inducidos a enrolarse. En realidad, a fines de la década de 1950 y al principio de la de
1960, el Sistema de Servicio Selectivo recibió críticas no porque ofrecía demasiadas prórrogas a
los privilegiados sino porque “los que no tienen privilegios quedaban fuera de los beneficios del
servicio militar porque se utilizaban pruebas para niveles físicos e intelectuales que tenían una
exigencia poco realista”36.
En 1963, Daniel P. Moynihan, secretario asistente de trabajo para la planificación de
políticas, averiguó que la mitad de los hombres llamados a filas para exámenes físicos y mentales
fallaba en una o en ambas pruebas y por lo tanto quedaba descalificado para el servicio militar.
Moynihan se sintió particularmente perturbado por el hecho de que los que quedaban afuera más
frecuentemente eran los chicos pobres, que no pasaban el test de inteligencia, del Test de
Calificación de las Fuerzas Armadas. A principios de 1960, la mitad de los hombres que quedaron
fuera por ese test venía de familias con seis o más hijos e ingresos anuales de menos de 4000
35
Flynn, Lewis B. Hershey, pp. 195-96; Baskir y Strauss, Chance and Circunstance, pp. 14-17.
36
Baskir y Strauss, Chance and Circunstance, pp. 20-21.
dólares. Moynihan describió esa alta tasa de rechazo como una forma de “discriminación de
facto” contra “los jóvenes con menos movilidad social, menos educados”37.
Moynihan organizó a la fuerza de tareas presidencial para que examinara las políticas de
conscripción y explorara propuestas por las cuales las fuerzas armadas pudieran hacerse
responsables por el entrenamiento de hombres que inicialmente fracasaran en los tests de
habilidades mentales de las fuerzas armadas. El estudio de la fuerza de tareas, Un tercio de una
nación (1964), pedía a las fuerzas armadas que bajaran sus requerimientos de entrada y
proveyeran entrenamiento especial para los hombres con desventajas sociales o mentales. Para
Moynihan, las fuerzas armadas podían convertirse en un agente vasto y sin explotar con
capacidad de promover el avance social y el potencial para entrenar a los que no tenían
habilidades, poner a trabajar a jóvenes sin trabajo y dar confianza y orgullo a los derrotados
psicológicamente. Más que eso, él creía que las fuerzas armadas podían ayudar a resolver el
problema que para él era el corazón de la pobreza negra: familias rotas, sin padre. Las fuerzas
armadas, afirmaba Moynihan, servirían a los chicos negros como familias sustitutas: “Dadas las
tensiones de la vida familiar desorganizada en las familias cuyo centro es una madre, familias en
las cuales llegan a la adolescencia muchos jóvenes negros, las fuerzas armadas son un cambio
dramático y desesperadamente necesario; un mundo lejos de las mujeres, un mundo que manejan
hombres fuertes con una autoridad que no se cuestiona”38.
En respuesta a la propuesta de Moynihan, las fuerzas armadas empezaron 1964 una serie
de programas piloto para admitir a un pequeño número de conscriptos rechazados que aceptaran
la rehabilitación voluntaria como parte de su entrenamiento militar, pero esos programas tuvieron
muy poco impacto en la composición social de las fuerzas armadas. Sin embargo, en 1965,
cuando los números de conscriptos saltaron hacia arriba para llegar así a la cantidad de hombres
necesarios en las tropas de Vietnam del Sur, las fuerzas armadas empezaron a bajar de una forma
bastante radical los estándares de admisión. Sin ninguna intención de lograr avance social, las
fuerzas armadas se limitaron a aceptar más y más hombres que habían logrado números
increíblemente bajos en los tests mentales. Durante la década de 1950 y el principio de la
siguiente, los hombres que quedaban en las dos categorías más bajas (la IV y la V), casi nunca
podían entrar a las fuerzas armadas. En 1965, en cambio, se aceptó como conscriptos a cientos de
miles de hombres de la categoría IV. La mayoría provenía de familias pobres y rotas, 80 por
ciento había dejado sin terminar la escuela secundaria y la mitad tenía Coeficientes de
Inteligencia de menos de ochenta y cinco. Antes de la escalada de las tropas estadounidenses en
Vietnam, se rechazaba a esos hombres pero con la guerra en proceso, bruscamente se consideró
que esos hombres de “niveles nuevos” eran aptos para la pelea. La tasa de rechazos descendió en
picada. Entre 1965 y 1966, la tasa total de rechazos cayó del 50 al 34 por ciento y para 1967, se
habían cortado a la mitad los rechazos por resultados en el test de capacidades mentales39.
Los hombres de “niveles nuevos” no recibieron ningún entrenamiento especial que
elevara un poco sus habilidades intelectuales. La mayoría recibió un simple entrenamiento para la
guerra. Sin embargo, en 1966, Moynihan seguía pidiendo que se bajaran los niveles de exigencia.
En ese año, el Secretario de Defensa, Robert McNamara instituyó un programa que prometía
llevar a cabo la mayor parte de las propuestas de Moynihan. El programa de McNamara, llamado
Proyecto 100.000, estaba diseñado para admitir anualmente en las fuerzas armadas a 100.000
hombres que fracasaran en el examen de calificación en niveles incluso más bajos que los de
1965. Este programa, afirmaba McNamara, ofrecería valioso entrenamiento y oportunidades a los
“pobres subterráneos” de los Estados Unidos. Según McNamara, “los pobres de los Estados
Unidos... no tuvieron la oportunidad de ganarse su cuota justa de la abundancia de esta nación,
pero puede dárseles una oportunidad para servir en defensa de su país y volver a la vida civil con
aptitudes y habilidades con las cuales ellos y sus familias podrán revertir la espiral descendente
37
Las posiciones de Moynihan son tomadas de The New Republic 5 de noviembre de 1966, p. 20; Davis y Dolbeare,
Little Groups of Neighbors, p. 134.
38
Baskir y Strauss, Chance and Circunstance, pp. 125-26.
39
Ibid., pp. 124, 129; Davis y Dolbeare, Little Groups of Neighbors, p. 136.
de la decadencia”40. Nunca conocido, el Proyecto 100.000 ha desaparecido virtualmente de las
historias de la presidencia Johnson. En realidad, fue concebido como un componente
significativo de la “guerra contra la pobreza” de esa administración, parte de la Gran Sociedad,
un esfuerzo liberal para hacer que los pobres avanzaran en la sociedad y se instituyó con una
retórica pomposa sobre la idea de ofrecer a los pobres una oportunidad de servir. El resultado, sin
embargo, fue enviar a muchos chicos pobres, terriblemente confundidos y con una base educativa
lamentable, a arriesgar sus vidas en Vietnam. Hay una analogía importante con la forma en que
los oficiales estadounidenses explicaban la guerra. No fue, dijeron, una intervención militar
unilateral para apoyar a un gobierno corrupto, débil, impopular de Vietnam del Sur contra el
nacionalismo revolucionario, sino un esfuerzo generoso para ayudar a la gente de Vietnam del
Sur a elegir su propio destino. Pero si se juzgara a los gobiernos sólo por sus intenciones y no por
las consecuencias de sus actos, todos los estados estarían hundidos en gloria. Sobre el Proyecto
100.000, Graham Greene habría dicho lo mismo que dijo sobre el bien intencionado Alden Pyle
en su novela The Quiet American: “Nunca conocí a un hombre con mejores motivos para todo el
problema que ha causado.”41
El efecto del Proyecto 100.000 fue terrible. Nunca se llevó a cabo el entrenamiento
prometido. De los 240.000 hombres que tocó el Proyecto 100.000 desde 1966 a 1968, sólo el 6
por ciento recibió entrenamiento adicional y esto significó poco más que un esfuerzo para
aumentar las habilidades de lectura hasta hacerlas alcanzar un nivel de quinto grado. Cuarenta por
ciento recibieron entrenamiento de combate, comparado con el 25 por ciento de todos los
hombres enrolados. Además, aunque los negros eran el 10 por ciento de todas las fuerzas
armadas, representaron el 40 por ciento de los soldados del Proyecto 100.000. Un estudio del
Departamento de Defensa en 1970 estima que más o menos la mitad de los 400.000 hombres que
entraron a las fuerzas armadas bajo el Proyecto 100.00 terminaron en Vietnam. Estos hombres
tuvieron una tasa de mortalidad dos veces más alta que las fuerzas estadounidenses en general. Y
ése fue el programa de la Gran Sociedad literalmente asesinado a balazos en los campos de
batalla de Vietnam42.
El Proyecto 100.000 y el abandono de todos los requerimientos mentales excepto los
absolutamente mínimos para el servicio militar fueron mecanismos institucionales cruciales para
bajar la composición de clase de las fuerzas armadas estadounidenses. Si se hubieran seguido
pidiendo los niveles anteriores de habilidades mentales, casi 3 millones de hombres habrían
recibido exenciones al servicio militar sobre esa base. Con los niveles tal como quedaron después
del Proyecto 100.000, sólo 1,36 millones quedaron descalificados por cuestiones intelectuales y
mentales.
Casi tres veces esa cifra, 3,5 millones de hombres, recibieron exenciones por condiciones
físicas. Sería lógico esperar que la mayoría de los hombres que las recibieron provinieran de
familias con grandes desventajas en su nutrición y menos acceso a un cuidado decente de la
salud. En la práctica, sin embargo, la mayor parte de las exenciones físicas fue para hombres que
tenían el conocimiento y los recursos necesarios para pedir una exención. Los hombres pobres y
de clase obrera permitieron que los médicos militares determinaran su condición física. Muchas
veces, los exámenes de los centros de reclutamiento eran ejercicios superficiales en los cuales se
pasaban por alto todos los problemas excepto los más gruesos y obvios. De acuerdo con el mejor
estudio sobre el tema, Chance and Circumstance (Casualidad y circunstancia) de Baskir y
Strauss, los hombres que llegaban a esos centros con documentación profesional sobre un
problema físico tenían mejores oportunidades de conseguir una exención médica. Los centros de
reclutamiento no tenían ni el tiempo ni el deseo de buscar una opinión externa. El caso de un
centro de reclutamiento en Seattle, Washington, puede ser un ejemplo extremo pero subraya la
importancia de este punto. En ese centro, se dividía a los que llegaban en dos grupos: “Los que
40
Helmer, Bringing the War Home, p. 9.
41
Graham Greene, The Quiet American, p. 60.
42
Barnes, Pawns, p. 68; Baskir y Strauss, Chance and Circunstance, pp. 126-30.
tenían cartas de doctores y psiquiatras y los que no. Todos los que tenían una carta, recibían una
exención, y el texto exacto de la carta no tenía ninguna importancia.”43
Hubo problemas muy menores que también fueron causa de exenciones médicas. Prurito,
pies planos, asma, rodillas torcidas. Los médicos militares generalmente pasaban por alto o
ignoraban estos problemas, pero eran exenciones legales que se concedían cuando las avalaba un
médico familiar. Hasta los aparatos de ortodoncia proveían un medio para evitar las fuerzas
armadas. “Sólo en el área de Los Ángeles, diez dentistas hacían trabajo de ortodoncia a
cualquiera que pudiera pagar 1000, 2000 dólares. Tener aparatos de ortodoncia era una táctica de
último minuto muy común para los hombres que se enfrentaban a una llamada a filas
inmediata”44.
Según Baskir y Strauss, los hombres que conocían bien el sistema y tenían los medios
para presionar por un pedido de exención tenían un 90 por ciento de posibilidades de recibir una
exención física o psicológica aunque tuvieran buena salud. El folclore de la conscripción, por
ejemplo en “Alice’s Restaurant” de Arlo Guthrie ha hecho famosos algunos de los esfuerzos más
extraños para evitar la conscripción: cargarse de drogas antes del examen físico, ayunar o comer
de todo para quedar fuera de los requerimientos de peso, fingir locura u homosexualidad, o
agravar una vieja herida en la rodilla. No se sabe cuántos hombres intentaron esos trucos, pero la
mayoría de los que recibieron exenciones médicas a través de sus propios esfuerzos lo hizo
probablemente de una forma mucho menos dramática: buscando un profesional que los avalara45.
No es sorprendente que los hombres más capaces de buscar ayuda profesional para evitar
la conscripción y con más posibilidades de hacerlo fueran blancos y de clase media. En muchos
campus universitarios, los estudiantes podían buscar apoyo político y psicológico para resistirse a
la conscripción junto con consejos concretos sobre cómo conseguir una exención. En los barrios
de clase obrera, la miríada de formas para evitar la conscripción no fue sólo menos conocida sino
que tuvo también muy poco apoyo comunitario, si es que hubo alguno. En ese medio, evitar la
conscripción era algo que se consideraba un acto de cobardía y no una falta de voluntad para
participar en una guerra inmoral, es decir, una actitud basada en principios.
La responsabilidad por pedir exenciones caía en el hombre al que se había llamado a filas,
excepto en casos obvios. Incluso las exenciones que estuvieron especialmente dirigidas a los
pobres, como las que tenían que ver con “dureza en las condiciones de vida”, fueron poco
eficientes para hombres que no conocían su existencia o carecían del conocimiento necesario para
demostrar que las tenían. Gran parte de las exenciones dependía de la discreción de las juntas de
reclutamiento locales. Aunque el cuartel general del Servicio Selectivo proveía el esquema
general de líneas y reglamentos, el sistema estaba diseñado para ser altamente descentralizado, y
la autoridad residía en las 4.000 juntas locales distribuidas por todo el país.
Las juntas estaban formadas por voluntarios que se reunían, en general, una vez por mes.
Con cientos de casos por decidir, los miembros de la junta podían prestar atención sólo a los más
difíciles. El resto sólo sufría la revisión de un empleado de servicio civil, que trabajaba tiempo
completo en ese puesto y cuyas decisiones eran casi siempre aprobadas por la junta. Un estudio
descubrió que el empleado civil determinaba la resolución del 85 por ciento de los casos. Bajo
ese sistema, la ventaja era para los hombres que eran capaces de documentar sus afirmaciones
claramente y con convicción. Sin embargo, lo que era persuasivo para una junta, tal vez no lo
fuera para otra. Había variaciones significativas en la forma en que operaban las diferentes juntas.
Las exenciones ocupacionales, por ejemplo, dependían muchas veces de lo que determinaran las
juntas locales para “la salud, la seguridad o el interés nacionales”46.
43
Baskir y Strauss, Chance and Circunstance, p. 47.
44
Ibid., pp. 36-48.
45
Ibid.
46
Davis y Dolbeare, Little Groups of Neighbors, pp. 78-83; Baskir y Strauss, Chance and Circumstance, pp. 24-25.
Aunque este poder discrecional local produjo un número de anomalías47, la forma en que
administraba el sistema la mayoría de las juntas reforzaba las desigualdades de clase que eran la
base del sistema nacional general de canalización de hombres. En realidad, probablemente el
sistema descentralizado dio una ventaja extra a los hombres con conexiones sociales y poder
económico. En su enorme mayoría, las juntas de reclutamiento estuvieron controladas por
hombres conservadores, blancos, prósperos de entre cincuenta y sesenta años. Un estudio de 1966
sobre los 16.638 miembros de las juntas de reclutamiento en la nación descubrió que sólo el 9 por
ciento tenía ocupaciones de clase obrera, y en cambio el 70 por ciento pertenecía a las clases de
los profesionales, gerentes, propietarios, empleados públicos, o empleados administrativos de
más de cincuenta años. Sólo el 1,3 por ciento era negro48. Hasta 1967, cuando el Congreso revocó
la prohibición, las mujeres tenían prohibido servir en las juntas de reclutamiento locales porque el
General Hershey “tenía miedo de que se sintieran avergonzadas cuando surgiera una cuestión
física.”49
Las prórrogas estudiantiles fueron el rasgo más abiertamente discriminatorio con respecto
a la clase en el sistema de reclutamiento de la era de Vietnam. Los informes del censo muestran
que los jóvenes de familias cuyos ingresos iban desde los 7000 a los 10000 dólares tenían casi
dos veces y media más de oportunidades de ir a la universidad que los que pertenecían a familias
que ganaban por debajo de 5000 dólares50. Además, los muchachos de la clase obrera que iban a
la universidad tenían más posibilidades de ir sólo durante la mitad del día. Esa distinción es
crucial porque las prórrogas eran sólo para los estudiantes de tiempo completo, y por lo tanto
excluían a los trataban de ganarse un título en la universidad, haciendo unos pocos cursos por año
y trabajando en algo al mismo tiempo. Esos estudiantes recibían la cédula de reclutamiento y no
podían pedir prórroga.
Además, los estudiantes que no tenían éxito y tenían bajos niveles en las clases podían
perder la prórroga. Las notas que se requerían para mantener la prórroga variaban según las
prácticas de las juntas de reclutamiento locales, pero en 1966 y 1967, el Servicio Selectivo buscó
extraer de la universidad a los estudiantes pobres: exigió que un millón de estudiantes pasaran el
Test de Calificación para el Servicio Selectivo. Muchos de los que tuvieron mala nota recibieron
una nueva clasificación y tuvieron que ir a filas. La ironía, por supuesto, es que el reclutamiento
tomó solamente a los estudiantes que tenían las peores calificaciones dentro de sus propias
pruebas51.
Mientras los estudiantes de tiempo parcial y los estudiantes con poco éxito fueron “carne
de reclutamiento”, los estudiantes de tiempo completo podían preservar su inmunidad frente al
reclutamiento si seguían estudiando en niveles universitarios superiores. Los que recibían
entrenamiento como ingenieros, científicos o profesores y maestros podían pedir prórrogas
ocupacionales. Aunque los estudiantes de los primeros niveles de todos los campos recibieron
prórrogas, la intención primaria de las técnicas de inducción, según el General Hershey, era
reforzar los rangos con científicos y técnicos, muchos de los cuales servirían en industrias
relacionadas con la defensa. En 1965, Hershey escribió: “El proceso de canalizar recursos
humanos mediante las prórrogas tiene mucho crédito por el alto número de estudiantes graduados
en campos técnicos y por el hecho de que no hay escasez grave de profesores, ingenieros y
científicos en el país, hombres que trabajan en actividades esenciales para el interés nacional”52.
47
En algunos condados rurales de Wisconsin, por ejemplo, las juntas locales brindaron postergaciones ocupacionales
a los conductores de camiones tanques de leche o a queseros, aunque dichos trabajos no se encontraran dentro de las
listas de ocupaciones – oficios distribuidas por los cuarteles generales nacionales. IN SOME RURAL COUNTIES
OF WISCONSIN, FOR EXAMPLE, THE LOCAL BOARDS GAVE OCCUPATIONAL DEFERMENTS TO MILK
TANK TRUCK DRIVERS AND CHEESEMAKERS EVEN THOUGH THESE JOBS WERE NOT ON THE
CRITICAL SKILLS LIST DISTRIBUTED BY THE NATIONAL HEAD-QUARTERS.
48
Davis y Dolbeare, Little Groups of Neighbors, pp. 57-59, 82.
49
Flynn, Lewis B.Hershey, p. 254.
50
Davis y Dolbeare, Little Groups of Neighbors, p. 137.
51
Baskir y Strauss, Chance and Circumstance, p. 23.
52
Helmer, Bringing the War Home, p. 6.
Los movimientos de resistencia contra el reclutamiento y la guerra basados en los campus
merecen gran parte del crédito por haber puesto frente a la opinión pública el sistema
discriminatorio y clasista del reclutamiento. Muchas veces, los que acusan sin pensar a los
participantes del movimiento de esconderse detrás de sus prórrogas estudiantiles están olvidando
la crítica que hizo el movimiento contra la canalización. Como dice un manifiesto de la
resistencia contra el reclutamiento: “La mayoría de nosotros tenemos prórrogas... Pero estos
casos individuales de gente que queda afuera y se salva no tienen ningún efecto sobre el
reclutamiento en general, la guerra o la conciencia de este país... Cooperar con la conscripción es
perpetuar su existencia... Renunciaremos a todas las prórrogas.” Aunque la mayoría de los
jóvenes del movimiento contra la guerra mantuvo las prórrogas o encontró otras formas de evadir
la conscripción (un pequeño grupo sí aceptó la prisión por resistirse al reclutamiento), lo que
querían lograr con su esfuerzo era que ningún estadounidense luchara en Vietnam. Hicieron que
la opinión pública prestara atención a las desigualdades del sistema y así ayudaron a generar
apoyo para las reformas del reclutamiento en 1967 y finalmente para el sorteo en 1969. Las
reformas de 1967 incluyeron la eliminación de las prórrogas para la universidad superior.
(Aunque, en general, los que ya habían empezado este nivel universitario pudieron mantener sus
prórrogas.) Esta reducción de las prórrogas fue un factor clave para elevar la proporción de
graduados de carreras cortas y primeros años de la universidad que sirvieron en Vietnam de un 6
por ciento en 1966 a un 10 por ciento en 197053.
Sin embargo, una vez que un estudiante se graduaba en los primeros años, había muchas
formas de evitar Vietnam. Además de conseguir una exención médica, una de las más comunes
era enrolarse en la Guardia Nacional o en los reservistas. En 1968, el 80 por ciento de los
reservistas estadounidenses se describió a sí mismo como enrolado por miedo al reclutamiento
(ver tabla 4). Las reservas requerían seis años de servicio de tiempo parcial pero muchos hombres
que se unieron a ellas creían –correctamente—que había pocas posibilidades de que se las
movilizara para luchar en Vietnam. El presidente Johnson rechazó el pedido frecuente de las
fuerzas armadas que le pedían una mayor movilización de los reservistas y la Guardia Nacional.
Tenía miedo de que la activación de esas unidades llamara demasiado la atención sobre la guerra
y exacerbara el sentimiento contra la guerra. Como los hombres de esas fuerzas pertenecían a
ciudades específicas y barrios urbanos determinados, su movilización hubiera tenido un impacto
dramático en poblaciones concentradas. Johnson también se daba cuenta de que los reservistas y
los guardias eran generalmente mayores que las tropas de las fuerzas armadas regulares y de que,
como grupo, eran social y económicamente más importantes. Johnson esperaba que su confianza
en el reclutamiento y en las fuerzas armadas activas para la lucha en la guerra hiciera que se
diluyera el impacto de las heridas y las bajas y que de ese modo, el impacto del conflicto cayera
sólo sobre individuos muy dispersos, jóvenes y sin poder. Quería, como ha dicho David
Halberstam, “una guerra silenciosa, políticamente invisible”54.
Durante la guerra, más de un millón de hombres sirvió en las reservas y en la Guardia
Nacional. De ellos, se movilizaron 37.000 y 15.000 fueron a Vietnam. A medida que la guerra se
alargaba, miles de hombres trataron de enrolarse en esa forma relativamente más segura de
servicio militar. Para 1968, la Guardia Nacional tenía una lista de espera de 100.000 hombres. En
todo el país, los reservistas y los guardias fueron notorios por sus políticas de admisión
restrictivas, llenas de amiguismo y conexiones “**old-boys”. En muchos lugares, lo único que
tenía que hacer alguien para entrar era tener las conexiones indicadas. Para los hombres pobres o
de clase obrera, era particularmente difícil conseguir el acceso a estos cuerpos. En las reservas del
ejército, por ejemplo, el porcentaje de graduados universitarios entre los enrolados era tres veces
más alto que en el ejército regular55.
Para los negros, fuera cual fuere su nivel económico, ser guardia o reservista era
prácticamente imposible. En 1964, sólo 1,45 por ciento de la Guardia Nacional del Ejército era
53
Teodori, The New Left, p. 297.
54
Halberstam, The Best and the Brightest, p. 593.
55
Baskir y Strauss, Chance and Circumstance, pp. 48-52.
negro. Para 1968, este pequeño porcentaje había disminuido a 1,26. La exclusión de los negros
fue especialmente fuerte en el Sur. En Mississippi, por ejemplo, donde los negros eran el 42 por
ciento de la población, sólo se admitió a 1 hombre negro en la Guardia Nacional de 10.365
hombres. En el Norte, la Guardia fue levemente más abierta. En Michigan, por ejemplo, sólo el
1,34 de la Guardia Nacional era negro, comparado con el 9,2 por ciento de la población. Así, la
forma más segura de servicio militar excluía casi por completo a los negros y estaba abierta sobre
todo para los blancos de clase media56.
La canalización discriminatoria y clasista del Sistema de Servicio Selectivo, la baja de los
niveles de admisión de las fuerzas armadas en tiempos de guerra, el Proyecto 100.000, las
exenciones médicas que funcionaban a favor de los bien informados y los privilegiados, las
prórrogas estudiantiles, el refugio seguro de la Guardia Nacional y las reservas: esos fueron los
factores institucionales claves en la creación de las fuerzas armadas de clase obrera. Pero no
fueron los únicos factores que alentaron a los chicos de la clase obrera a servir en números tan
desproporcionados. En muchos sentidos, nuestra cultura entera sirvió para canalizar a la clase
obrera hacia las fuerzas armadas y llevar a las clases media y alta hacia las universidades. Es
posible entender algunas de las influencias más complejas explorando la conciencia de los
jóvenes que lucharon en Vietnam, específicamente, la comprensión que tenían antes de la guerra
sobre su lugar y propósito en la sociedad estadounidense y también la forma en que percibían la
idea del servicio militar y la guerra. De eso trata el capítulo 2 de este libro. Sin embargo, antes de
eso, necesitamos un examen breve de las ideas comunes de la clase media sobre la forma en que
la clase obrera pensaba a Vietnam, porque esas imágenes y estereotipos siguen distorsionando
gran parte de nuestro pensamiento acerca de ese tema.
Que la Guerra de Vietnam fue una guerra de la clase obrera tal vez no sea una noticia
sorprendente, pero nunca se reconoció esto en público y nunca se lo discutió tampoco. En
realidad, en la vida pública estadounidense los temas de clase han sido muy pocas veces el foco
de debates explícitos y comunes. Las instituciones más responsables del establecimiento de los
términos del discurso público han negado, disminuido o distorsionado la existencia misma de las
clases sociales: las grandes corporaciones (incluyendo, por supuesto, a los medios de
comunicación más grandes), las escuelas y los dos partidos políticos más importantes.
Durante la guerra, los medios masivos de comunicación prestaron muy poca atención a la
relación de la clase obrera con Vietnam. En realidad, el tema se presentaba de una forma indirecta
y distorsionada que reducía a los trabajadores a un estereotipo confuso. En lugar de documentar
las desigualdades de clase en el servicio militar y los sentimientos complejos que los soldados y
sus familias tenían sobre su sociedad y sobre la guerra misma, los medios contribuyeron a la
construcción de una imagen de los trabajadores como la clase que apoyaba la guerra con mayor
fuerza. En ese estereotipo, los obreros aparecían como halcones superpatrióticos cuyas opiniones
políticas se podían entender con sólo leer las calcomanías de algunos de sus autos y camionetas:
“América, ámela o déjela”. Estos obreros “conservetas”, “halcones”, estos “sombreros duros” se
retrataban generalmente como gente que agitaba la bandera, obreros anti intelectuales que,
además, eran racistas y chauvinistas.
Esta caricatura empezó a cristalizarse en 1968 durante la campaña presidencial de George
Wallace. El gobernador de Alabama, que apoyaba la guerra y la segregación, sorprendió a los
expertos ganando 8 millones de votos para su tercer partido, muchos de ellos no sólo de los
sureños blancos sino también de votantes de clase obrera blanca en el Norte. Sin embargo, este
apoyo se tomó con demasiada facilidad como evidencia de la idea según la cual la clase obrera
era el segmento más racista, y el que más apoyaba la guerra en la sociedad estadounidense.
Aunque estas características llevaron a los votantes a votar a Wallace, su éxito reflejaba también
una rabia y una desilusión profundamente sentidas que tenía tanto que ver con la posición de la
56
Glick, Soldiers, Scholars, and Society, pp. 27-28.
clase, como con la raza y la guerra. Wallace hizo un llamado al miedo que tenían muchas familias
de clase obrera. Esas familias sentían que sus valores –el amor al país, el respeto a la ley y el
orden, la fe religiosa y el trabajo duro—se estaban ridiculizando desde arriba y desde abajo.
Sentían que estaban amenazadas por jóvenes que protestaban en los campus, por los que se
levantaban en los guetos, y también por los liberales de la Gran Sociedad, que hablaban todo el
tiempo de ayudar a los pobres sin siquiera nombrar a los millones de personas de la clase obrera
que estaban apenas un escalón más arriba de ellos en la escalera económica.
Tanto en 1968 como en 1972, Wallace movilizó esta rabia, castigando en sus discursos a
“los liberales de limusina”, “los intelectuales cabeza huecas **pointy-headed”, y los “sucios
hippies y jóvenes que protestan”. Esa gente, decía Wallace, era la que dominaba Estados Unidos,
y siempre “miraba desde arriba al hombre de la calle, al hombre promedio, a los obreros del
vidrio, a los obreros del acero, a los obreros de las automotrices, a los obreros textiles, a los
peones en las granjas, a los policías, a los barberos y las peluqueras y a los pequeños
empresarios.”57
El presidente Nixon cortejó a estos mismos estadounidenses “promedio” cuando pidió que
los “Estados Unidos olvidados” salieran a apoyar sus políticas en Vietnam. Esa gente, según él,
incluía a “la gran mayoría silenciosa”. La idea de que los obreros formaban la vanguardia de esa
supuesta mayoría y romperían el silencio para apoyar a Nixon se convirtió en un lugar común en
los medios durante el tumultuoso mes de mayo de 1970. El mes empezó cuando Nixon anunció la
decisión de que las tropas de los Estados Unidos invadieran Camboya. En un momento en el que
se acababa de decir que las tropas iban a retirarse, que la guerra se estaba terminando para los
Estados Unidos y que los hombres de Vietnam del Sur serían los que continuarían la lucha, esta
súbita expansión de la guerra generó una enorme ola de protestas. Los estudiantes de más de 500
campus universitarios fueron a la huelga. En uno de esos campus, en la universidad estatal de
Kent, cuatro estudiantes murieron a manos de guardias nacionales. Para los oficiales del
Pentágono, Nixon describió a los estudiantes que protestaban como vagos.
Unos pocos días más tarde, el 8 de mayo, los que protestaban contra la guerra –la mayoría
estudiantes de la universidad de Nueva York y del Hunter College—hicieron una marcha por el
distrito comercial de la ciudad de Nueva York. Los obreros de la construcción de varios edificios
grandes en la baja Manhattan habían oído hablar de la marcha un día o dos antes y pensaron,
como dijo uno de ellos, en hacer una contra protesta y “romper algunas cabezas”. El mediodía del
día de la marcha, unos 200 obreros de la construcción, con los cascos amarillos puestos y
banderas estadounidenses, avanzaron cantando “All the Way USA” (USA para siempre), se
metieron entre las líneas de los policías y empezaron a golpear a los que protestaban contra la
guerra con puños y cascos. Algunos usaron herramientas. Hubo testigos que dijeron que por lo
menos unos cuantos policías se quedaron parados a un costado mientras se llevaba a cabo el
ataque58.
Desde Wall Street, los obreros, que ahora eran 500, marcharon hacia la intendencia, donde
la bandera estadounidense, por órdenes del alcalde John Lindsay, flameaba a media asta en honor
de los estudiantes muertos en Kent. Los obreros exigieron que se levantara la bandera. Cuando lo
lograron, cantaron “The Star-Spangled Banner” (La bandera de las estrellas y las bandas), otra
canción patriótica. Luego, vieron una bandera anti guerra en la universidad de Pace, que queda
cerca y rompieron los vidrios del edificio además de golpear a otros estudiantes. El resultado de
ese día, que los medios bautizaron con el nombre de “Viernes sangriento”, fue setenta víctimas
muy golpeadas, lo suficiente como para necesitar tratamiento médico.
Algunos obreros dijeron que el ataque no fue espontáneo y que lo orquestaron los líderes
sindicales del Consejo de Construcción y Comercio de la Gran Nueva York. Pero incluso si esto
es verdad, los líderes no tuvieron muchas dificultades en encontrar voluntarios. Dos semanas más
tarde, el Consejo, tal vez con la esperanza de borrar la imagen violenta del Viernes sangriento,
57
La cita de Wallace se encuentra en Levison, Working-Class Majority, p. 164.
58
Cook, “Hard-Hats”, pp. 712-19; se puede ver también Andy Logan, The New Yorker, 6 de junio de 1970, pp. 104-
8.
organizó una marcha pacífica para demostrar su “amor por el país y su amor y respeto por la
bandera de nuestro país”. La revista Time describió la marcha de esta forma: “Manos callosas que
aferraban pequeñas banderas. Caras quemadas por el sol que brillaban de sudor... Durante tres
horas, 100.000 miembros de los sindicatos más musculosos de Nueva York gritaron y cantaron...
en una muestra masiva de patriotismo alegre y orgullo de músculos... una especie de Woodstock
obrero”59. Esos hechos fueron cruciales para dar forma a una idea que llegó a dominar el
pensamiento de la clase media sobre la guerra: la idea de que los “halcones” eran los obreros y
las “palomas” eran los privilegiados. Como dijo el New York Times, “El obrero típico –desde los
albañiles hasta los zapateros—se ha convertido probablemente en la fuerza política más
reaccionaria del país.” 60
Tal vez la más significativa dramatización de este estereotipo llegó unos meses más tarde
en la forma de Archie Bunker, héroe de la comedia de situación (sit coms) “All in the Family”
(Todo en la familia). Archie era famoso por hacer cientos de bromas verbales contra los negros,
los judíos, las feministas y los pacifistas (“rojos”, “judíos de mierda”, “lesbis”, y “rosados”**).
Pero a pesar de lo que decía contra su larga lista de enemigos, a pesar de protestar contra los
puntos de vista liberales de su yerno “cabeza hueca”, la hostilidad de Archie estaba ablandada por
una gran devoción familiar. Mientras la nación se abría por las costuras, los Bunker seguían con
sus conflictos siempre “en familia”. Parte de la condescendencia liberal del programa era la
sugerencia de que la clase obrera, aunque eran retrógada en cuanto a su manera de mirar el
mundo, no actuaba en base a sus hostilidades y por lo tanto era esencialmente inofensiva.
Por supuesto que, para mucha gente, la imagen del obrero halcón (fuera Archie Bunker o
los hombres de cascos amarillos del Viernes Sangriento) era lo suficientemente familiar en la
superficie como para ser modelo de toda una clase. Después de todo, era cierto mucha gente de la
clase obrera apoyaba la guerra. Pero, ¿la clase obrera como un todo tenía realmente una posición
más a favor de la guerra que el resto de la sociedad? (¿Era más racista?)
No. En realidad, casi todas las encuestas de opinión pública encontraron muy poca
diferencia (o ninguna) entre las respuestas de la clase obrera y las de las clases alta y media. En
otras palabras, había por lo menos tantos halcones en los edificios de oficinas de las
corporaciones como en las fábricas. Parte del problema con el estereotipo de los obreros es que
hacía que los hombres cristianos y blancos fueran símbolo de toda la clase obrera. La clase obrera
incluye a mujeres, negros, hispanos, judíos; tiene una variedad enorme. Las encuestas sugieren
que los tres grupos que se opusieron con más coherencia a la guerra en el tiempo fueron los
negros, las mujeres y los muy pobres. Sin embargo, hasta los hombres blancos de la clase obrera
fueron mucho menos conservadores que Archie Bunker como grupo. Una encuesta del mismo
año en el que los medios inventaron el término “hard-hats” (sombreros duros, por los cascos)
(1970), descubrió que el 48 por ciento de los obreros blancos norteños estaba a favor de la
retirada inmediata de las tropas estadounidenses de Vietnam, y solo el 40 por ciento de los
blancos de clase media tomó esa posición (típica de las palomas). Todavía más, aunque los
sindicatos de la construcción de Nueva York siguieron estando a favor de la guerra, los miembros
de los Teamsters* y los Obreros Unidos de las Automotrices se pusieron en contra. En 1972, hubo
mayor porcentaje de obreros que de profesionales y empleados administrativos que dieron su
voto al candidato de la paz, George McGovern61.
Sin embargo, hubo una diferencia muy evidente entre las actitudes relacionadas con la
guerra que tenían los trabajadores y las de la clase media. Los obreros estuvieron más
59
Time, 1 de junio de 1970, p. 12.
60
Citado en Levison, Working-Class Majority, p. 136.
* Sindicato de los Camioneros [N del T]
61
Ehrenreich, Fear of Falling, pp. 107, 124.Sin embargo pude virtualmente terminar esta sección luego de leer el
libro de Ehrenreich. Estoy agradecido por su análisis fino del “descubrimiento de la clase obrera” en los tardíos
1960.
THOUGH I HAD VIRTUALLY FINISHED THIS SECTION BEFORE READING EHRENREICH’S BOOK, I AM
GRATEFUL FOR HER FINE ANALYSIS OF THE “DISCOVERY OF THE WORKING-CLASS” IN THE LATE
1960S.
abiertamente en contra de las protestas contra la guerra. Un estudio descubrió que la mitad de los
mismos obreros que estaban a favor de la retirada inmediata y total de las tropas de Vietnam se
oponía a las protestas contra la guerra. Esto, creo yo, indica que la rabia de la clase obrera contra
el movimiento pacifista –un movimiento que era sobre todo de clase media-- representaba
muchas veces un conflicto de clase, no un conflicto en cuanto a la legitimidad de la guerra. Los
sindicalistas que marchaban en Nueva York llevaban carteles que decían “Apoyen a nuestros
chicos en Vietnam”. El cartel puede leerse bastante literalmente. Muchos de los hijos de esos
hombres estaban en Vietnam. La gente de la clase obrera se oponía a las protestas contra la guerra
en las universidades sobre todo porque veían el movimiento estudiantil contra la guerra como un
ataque elitista contra las tropas estadounidenses, un ataque en manos de gente que había podido
evitar la guerra. En su mejor momento, el movimiento contra la guerra trató de corregir esta
percepción poniendo el foco de su crítica en la gente de Washington, la gente que había
planificado la guerra y hacía que siguiera adelante. Pero la división de clase –inflada por los
políticos e instituciones que llevaban la guerra adelante—siguió embarrando las aguas
ideológicas. Un segmento significativo del movimiento estudiantil contra la guerra denunciaba
explícitamente la distribución desigual del poder y el privilegio en la sociedad estadounidense,
pero para muchos obreros, los estudiantes que protestaban negaban sus propios privilegios y al
mismo tiempo, alardeaban porque los tenían. ¿Cómo era posible, se preguntaban, que los
estudiantes dijeran que eran víctimas (de la brutalidad policial, de los administradores
burocráticos de la universidad, de una raza de ratas inhumanas en las corporaciones que les daba
trabajo sin sentido) cuando estaban obviamente mejor que los obreros que toleraban mucha más
indignidad y trabajo sin sentido todos los días? Un bombero que perdió a su hijo Ralph en
Vietnam le dijo a Robert Coles:
“Estoy amargado. Puede apostar lo que tenga a que estoy muy amargado y resentido. Nosotros
somos los que damos nuestros hijos al país. La gente de los negocios, esos manejan el país y
hacen dinero con él. Los tipos de la universidad, los profesores, van a Washington y le dicen al
gobierno lo que tiene que hacer... Pero sus hijos, ellos no terminan en pantanos allá, en Vietnam,
ah, no, señor. Les dan prórroga, porque están en la universidad. O los mandan a lugares seguros.
O se salvan con esas cartas que tienen de sus médicos. Ralph me lo contó. Me contó lo que
pasaba en su examen médico. Me contó que la mayoría de los chicos venía de casas comunes,
promedio y que los pocos ricos que había tenían cartas diciendo que no podían... Hay que decir la
verdad: el que tiene mucho dinero, el que tiene los contactos que hacen falta, no termina en la
línea de fuego, en la jungla, allá, no a menos que quiera ir. A Ralph no lo dejaron elegir. Él no
quería morir. Quería vivir. Se lo llevaron, así no más, para “defender la democracia”, eso es lo
que me dicen todo el tiempo, todo el tiempo. Mierda. Y yo me pregunto...
Creo que deberíamos ganar esa guerra o retirarnos de una vez. ¿Qué otra cosa hay que
hacer..., sentarse y desangrarnos año tras año hasta la muerte? Yo odio a esos que marchan por la
paz. ¿Por qué no van a Vietnam y marchan frente a los de Vietnam del Norte?... Todo esto es un
desastre. Cuanto antes nos vayamos de allá, mejor. Pero lo que me molesta de esos tipos de la paz
es que uno se da cuenta por su actitud, por el aspecto que tienen y por lo que dicen que no aman
realmente a este país. Algunos de ellos parecen hasta contentos de tener la oportunidad de
criticar... ¡A la mierda con ellos! ¡Qué se vayan, que se vayan si no les gusta estar acá! Mi hijo no
murió para que ellos sean sucios y hablen sucio e insulten todo lo que nosotros queremos, las
cosas en las que creemos y a todos en el país: a mí y a mi esposa y a la gente que está acá en esta
calle y en la siguiente y en la otra...”
Este hombre no es un halcón según ninguna definición cuidadosa. Él quiere que la guerra
termine: si no en victoria, entonces con una retirada inmediata. Tiene serias dudas en cuanto al
propósito de la guerra. Como dice su esposa: “Creo que mi esposo y yo no podemos dejar de
pensar que nuestro hijo dio su vida por nada, por nada...” Pero no puede tolerar a “esos tipos de la
paz”. El esposo cree que los que protestan están más preocupados por los vietnamitas que por los
estadounidenses comunes. Su esposa contesta:
“Le dije que yo creía que ellos querían que la guerra terminara para que no murieran más como
Ralph pero él dice que no, que esa gente nunca se pone a pensar en Ralph y en ese tipo de gente y
yo me siento tentada a estar de acuerdo. Ellos dicen que se preocupan pero yo los escucho, los
miro bien; desde que Ralph murió, escucho y miro con todo el cuidado que puedo. Sus corazones
están con otra gente, no con su propia gente, no con los estadounidenses, el tipo de persona
común de este país... Esa gente, muchos de ellos, son mujeres ricas de los suburbios, los
suburbios ricos. Esos chicos... están en la universidad... Yo estoy contra la guerra también: como
están las madres, las madres cuyos hijos están en el ejército, una madre que perdió a su hijo
peleando ahí. El mundo escucha a esos que protestan haciendo ruido. El mundo no me oye a mí y
no oye a una persona que yo conozco, una persona sola.”62
Desde la Guerra de Vietnam, el mundo sigue oyendo muy poco a esas mujeres. En la era
Reagan, sin embargo, el mundo dejó de oír sobre las experiencias de la gente de cualquier clase
social que estuviera contra la guerra. Perdida en ese silencio estaba la conciencia de que un
número significativo de hombres de las tropas estadounidenses también estuvo contra la guerra
en los últimos años. Para fines de la década de 1960, algunos soldados de Vietnam empezaron a
escribir UUUU sobre sus cascos: estaban diciendo en inglés que ellos eran los que no querían
(unwilling), a las órdenes de los que no tenían calificaciones para mandar (unqualified), haciendo
lo que no era necesario (unnecessary) para los que no lo agradecían (ungrateful)63.
62
Coles, The Middle Americans, pp. 131-34.
63
Cincinnatus, Self-Destruction, p. 27.