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La peor forma de gobierno… exceptuando

todas las demas.


Mauricio Márquez Murrieta

La lógica específica del mundo social,


es la de una “realidad”
que es el lugar de una lucha permanente
por definir la realidad.

Pierre Bourdieu

El 11 de noviembre de 1947 Winston Churchill emitió ante la Casa de los Comunes del Parlamento del
Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, aparentemente citando a algún predecesor
desconocido, la famosa declaración:
Se han probado muchas formas de gobierno, y muchas se probarán en este mundo de pecado y aflicción. Nadie
pretende que la democracia sea perfecta u omnisciente. De hecho, ha sido dicho que la democracia es la peor
forma de gobierno con excepción de todas las otras formas que se han probado de tiempo en tiempo1.
Es decir, a pesar de todas sus deficiencias, a pesar de todos los defectos que por momentos nos pueden
hacer dudar de si la democracia funciona, que nos pueden hacer pensar “que la democracia es la peor
forma de gobierno”, aun así sigue siendo la mejor posible, puesto que todas las otras formas de gobierno
“que se han probado de tiempo en tiempo” han mostrado ser aún peores. No olvidemos que esto lo dijo a
escasos dos años del final de la Segunda Guerra Mundial, después de haber librado la peor amenaza que
hasta entonces se hubiera cernido sobre los regímenes democráticos.
Aunque resulta pertinente traer a colación esto hoy en día en que la democracia está viéndose sometida a
dura prueba por todos lados, empezando por uno de los países que la vio nacer, Estados Unidos, inicio el
texto con dicha frase para señalar que en México, como en muchos otros países de Latinoamérica y el
mundo, ni siquiera hemos llegado a experimentar esa forma imperfecta de democracia de la que
podríamos estar desilusionados: para estar desilusionados primero tendríamos que haber alcanzado
aquello que nos hace ilusión, lo que desgraciadamente en México aún no ha sucedido.
Si bien por democracia se han entendido muchas cosas y se han dado infinidad de definiciones, como
mínimo se acepta que se trata de una forma de gobierno en la que los gobernados además de elegir
libremente a sus gobernantes participan activamente en las decisiones que los afectan, y que determinan
tanto el rumbo de su país como el proyecto de nación que consideran mejor expresa sus intereses,
necesidades y aspiraciones. En una democracia son los ciudadanos quienes eligen a través de una
mayoría al candidato que consideran representa la mejor opción para gobernar durante un periodo de
tiempo determinado, en el entendido de que lo hará bajo la vigilancia de otros poderes y con arreglo a un
conjunto de reglas, pesos y contrapesos orientados a evitar abusos y exigir la rendición de cuentas por
sus acciones y omisiones. En una democracia efectiva cualquiera de los contendientes puede llegar a

1
Traducción propia, Langworth, Richard M. 26 de junio 2009, https://richardlangworth.com/worst-form-of-government).

1
gobernar si logra alcanzar una mayoría y, si lo hace, se obliga a responder al mandato no sólo de esa
mayoría sino al del conjunto de la sociedad para la que ha de gobernar.
En México, sin embargo, desde que “gozamos” de la democracia por demás imperfecta que hoy
tenemos, el supuesto básico que acabo de describir con excesiva simpleza simplemente no se ha
cumplido nunca; nuestras elecciones han asumido siempre –al menos cuando de la presidencia se trata –
la forma de una elección forzada: la libre elección por parte del pueblo o la ciudadanía lleva como
suplemento obsceno la consigna de elegir correcta y responsablemente y, en caso de no ser así, los
poderes fácticos, que sí se consideran a sí mismos responsables, se reservan el derecho, e incluso el
deber, de evitar el peligro que las irresponsables decisiones del pueblo pueden significar para el país e,
incluso, para sí mismo.
Y es que la democracia contemporánea mexicana se asemeja más a lo que Boaventura de Sousa Santos
bautizó muy acertadamente como “nuevo fascismo social”.
No se trata, como entonces, de un régimen político sino de un régimen social y de civilización. El fascismo
social no sacrifica la democracia ante las exigencias del capitalismo sino que la fomenta hasta el punto en que
ya no resulta necesario, ni siquiera conveniente, sacrificarla para promover el capitalismo. Se trata, por lo tanto,
de un fascismo pluralista y, por ello, de una nueva forma de fascismo 2.
Es decir que el régimen social al que Boaventura de Sousa Santos bautiza como fascismo social utiliza
la forma de la democracia pero vaciada de todo contenido, como un instrumento mucho más eficaz que
el fascismo tradicional para imponer el proyecto político económico neoliberal, conservar el poder para
las élites nacionales alineadas con el gran capital nacional e internacional y mantener convenientemente
a raya a las clases desposeídas con el fin de utilizarlas como carne de cañón electoral y ejército de
reserva laboral para la reproducción de las ganancias en un etapa de crisis sistémica global.
La lógica de la elección forzada brevemente caracterizada más arriba, supone la concepción de un
pueblo inmaduro, irresponsable e inconsciente, democráticamente infantil, incapaz de distinguir lo que
le conviene a sí mismo, mucho menos lo que le conviene al país, un pueblo que por tanto requiere de la
tutela de una élite ilustrada que conduzca en su nombre su destino y el de la nación, hasta el momento –
que por cierto nunca llega – en que haya alcanzado la madurez y la sabiduría necesarias para asumir la
soberanía de la nación de la que es legítimo depositario. Situación que muy poco ha cambiado desde la
época en la que Porfirio Díaz justificaba las restricciones democráticas en la falta de madurez del pueblo
de México para decidir su destino y el del país, incapaz, por ello, de prescindir de la paternal y beatífica
tutela de un gobierno autoritario aunque benevolente.
La desvergüenza que subyace a esta lógica tal vez tenga su más cínica expresión en la abierta
complicidad y respaldo de Estados Unidos al golpe de Estado perpetrado en Chile el 11 de septiembre
de 1973 por Augusto Pinochet, en el que resultó cobardemente asesinado su presidente democrática y
legítimamente electo, Salvador Allende3; poco antes de que ocurriera, el entonces Secretario de Estado
de EUA, Henry Kissinger, declaró para justificar la postura de su país ante el derrocamiento de un
gobierno democrático: “No veo por qué tengamos que esperar y permitir que un país se vuelva
comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo. Los temas son demasiado importantes para
los votantes chilenos como para que decidan por sí mismos”.
Si se piensa que tal visión es anacrónica por pertenecer a la época de la Guerra Fría que terminó en 1989
con la caída del Muro de Berlín, basta con recordar la declaración que al momento de escribir este
2
De Sousa Santos, Boaventura (2007). Conocer desde el Sur. Para una cultura política emancipatoria. La Paz, CLACSO,
CIDES-UMSA, Plural editores, pág. 311.

2
artículo realizó el actual Secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, en forma ominosamente
similar; en un discurso pronunciado en la Universidad de Texas, en Austin, antes de emprender una gira
por América Latina en la que después de México, visitaría Argentina, Perú, Colombia y Jamaica, dijo:
“En la historia de Venezuela y América del Sur, muchas veces los militares son agentes de cambio
cuando las cosas están muy mal y los líderes ya no pueden servir al pueblo”.
Una declaración que no sólo tendría que ponernos sobre alerta sino que debería de levantar una ola de
indignación y repudio a lo largo y ancho de toda Latinoamérica, dada la ignominiosa, infame y negra
historia a la que con semejante descaro hace referencia.
Ambas declaraciones, la de Kissinger y la Tillerson, tienen mensajes claros que no dan lugar a
ambigüedades: si el pueblo de un país cualquiera no sabe elegir correctamente, hay que ayudarlo a
hacerlo, así sea mediante el uso de la fuerza. ¿Democracia? ¡Sí, claro, evidentemente! Pero hasta un
cierto límite. ¿Cuál? El que fijen las élites nacionales, el gran capital corporativo y las grandes potencias
mundiales.
En México, la lógica de la elección forzada no ha estado ausente: cuando, por ejemplo, Cuauhtémoc
Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador han contendido por la presidencia lo han hecho bajo una
especia de consenso tácito de que no ganarán, con todo el aparato del Estado y la ideología dominante
presentándolos, desde el inicio, como inelegibles, construyendo a su alrededor el mito de que son un
“peligro para México” –mito que, como cualquier otro, es irrebatible en tanto que se trata y se construye
precisamente como un mito, y no, por ejemplo, en la forma de un argumento susceptible de ser
impugnado, corregido o refutado haciendo uso de las reglas del discurso racional. Y claro, cuando la
lógica de la elección forzada no es suficiente – como claramente ocurrió al menos en las elecciones de
1988 y 2006 – el poder en turno no duda ni por un momento en recurrir al fraude descarado y su
imposición por todos los medios legales y extralegales al alcance del Estado.
No deja de sorprender, no obstante, el extraordinario éxito de esta lógica a lo largo de tanto tiempo (30
años) y nada menos que 5 elecciones – sin contar la actual. No olvidemos que con matices distintos,
también el posible triunfo de Cárdenas se tachó de un peligro para el país mediante consignas apenas
diferentes a las esgrimidas contra AMLO –aunque tal vez menos viscerales –; consignas que se han
reducido a repetir hasta la saciedad, por distintos medios y en diversas formas, la misma fórmula de la
elección forzada: “eres libre de elegir siempre que elijas lo correcto”.Y claro, elegir lo correcto no era
entonces – como no lo es hoy – otra cosa que elegir la vía que el grupo en el poder afirmaba que era no
sólo la mejor sino la única.
¿De dónde extrae esta lógica su extraordinario éxito a pesar de las sobradas evidencias del daño que en
los hechos el modelo impuesto desde hace 36 años le ha infligido a México y a su población; y a pesar
del flagrante atropello a los procesos electorales democráticos dignos de tal nombre?
Primero que nada debemos reconocer algo que por obvio se suele pasar por alto: no obstante su enorme
efectividad ideológica para hacer “aceptables” los resultados de cada elección a pesar de las groseras y
más que evidentes transgresiones, manipulaciones, coacciones y fraudes cometidos una y otra vez, tal
estrategia siempre ha estado respaldada por el velado uso de la violencia directa e indirecta a través de
todos los medios al alcance del poder en turno y los aparatos de Estado bajo su control. Una parte
fundamental del éxito propagandístico contra los intentos democráticos e institucionales de cambiar el
rumbo de acuerdo con modelos y proyectos de país distintos, radica, sin lugar a dudas, en el despliegue
“institucionalizado” –que no institucional – de la violencia en todas sus formas.

3
Valga decir que el propósito aquí no es pronunciarse ciegamente a favor de uno u otro proyecto de
nación, de ignorar sus respectivas contradicciones ni de cegarse frente a los contrasentidos y hasta
aberraciones en los que incurren sus candidatos; no se trata tampoco de dejar de ponderar las ventajas y
desventajas de las diversas propuestas político-económicas que se presentan, ni sus implicaciones y
consecuencias para el país y su población – eso es algo que en cualquier forma democrática de gobierno
se hace abierta, libre y críticamente, está sancionado legalmente y garantizado consistentemente. Se trata
sobre todo y antes que nada, de cuestionar la vigencia y legitimidad de un régimen como el nuestro que
se dice democrático pese a que rompe una y otra vez, de todas las formas posibles, todas y cada una de
las reglas propias de cualquier régimen político digno de ser llamado democrático, y defender el derecho
inalienable que tenemos los ciudadanos a elegir y participar con total libertad en las decisiones
orientadas a definir, diseñar e implementar la forma de gobierno que nos demos a nosotros mismos.
Así pues, ¿por qué funciona y funciona tan bien esta lógica de la elección forzada?
Sin pecar de reduccionista, quisiera aventurar la conjetura de que en una parte importante se debe a que
explota y manipula de manera extraordinariamente eficaz la fantasía ideológica subyacente al discurso
hegemónico de lo que son México y los mexicanos.
Siguiendo al filósofo esloveno Slavoj Zizek4, en toda sociedad subyace una fantasía ideológica cuya
función reside en ocultar o metamorfosear el antagonismo radical irreductible que impide su cierre en
un todo armónico completo, sin resto, que simultáneamente permite a sus individuos integrarse a una
realidad que la fantasía ideológica dota de una consistencia mínima mediante la exclusión trascendental
de dicho antagonismo5 –es decir, una exclusión que siempre-ya sucedió y que, sin embargo, pese a su
insistencia en tanto que el antagonismo es irreductible, aparece como inexistente, como nunca habiendo
tenido lugar.
Este antagonismo radical no es otra cosa que la insuperable diferencia estructural inherente a toda
formación social y que se manifiesta incesantemente en la serie de contradicciones que enfrenta entre sí
a los distintos grupos y agentes sociales que la constituyen. Por ejemplo, a propósito de la fantasía
ideológica del fascismo, Zizek escribe:
El sueño fascista es simplemente tener el capitalismo sin sus “excesos”, sin el antagonismo que causa su
desequilibrio estructural. Este es el motivo por el cual tenemos en el fascismo, por un lado, el regreso a la
figura del Amo –el líder– que garantiza la estabilidad y el equilibrio de la estructura social, es decir, quien nos
protege del desequilibrio estructural de la sociedad; mientras que por el otro lado, la causa de ese desequilibrio
se le atribuye a la figura del judío, cuya codicia y acumulación excesivas causan el antagonismo social. Así,
puesto que el exceso es introducido desde fuera, es decir, es la obra de un invasor extraño, su eliminación nos
permitirá recuperar un organismo social estable, cuyas partes formen un cuerpo corporativo armonioso, donde
a diferencia del desplazamiento social constante del capitalismo, cada uno ocuparía nuevamente su lugar 6.
Es decir, toda fantasía ideológica funciona a priori (siempre-ya) como una formación sustitutiva que
“excluye originariamente” la oclusión misma de aquel vacío, falta o abismo fundamental, su
antagonismo radical, que constantemente le impide a la sociedad devenir aquello que por “naturaleza” le
correspondería ser. Es decir, que le impide convertirse en la imagen perfecta de sí misma.
Tal exclusión se lleva a cabo mediante un doble registro de la fantasía inherente a la ley manifiesta con
respecto a la cual se regulan las relaciones en cualquier sistema social, de tal forma que dicha ley se ve
4
Si bien es un tema recurrente a lo largo de su obra, aquí nos basaremos principal aunque no exclusivamente de lo planteado
en dos de sus obras tempranas: Zizek, S. (1992). El sublime objeto de la ideología. México, siglo XXI; y (1999) El acoso de
las fantasías. México, siglo XXI.
5
Para una elaboración más detallada de cómo la fantasía está del lado de la realidad, ver Zizek, 1992.
6
Zizek, 1999: 56-57.

4
siempre duplicada y suplementada por una ley superyóica velada que constituye su sostén fantasmático.
En otras palabras, para que la ley pública y abiertamente asumida funcione requiere de un suplemento
“obsceno” no reconocido que la sostenga simultáneamente más allá y más acá de su contenido visible.
Hay que distinguir entre la historia simbólica [la ley abiertamente asumida] (el conjunto de narraciones míticas
explícitas y las prescripciones ético-ideológicas que constituyen la tradición de una comunidad, es decir, lo que
Hegel hubiera denominado su “sustancia ética”) y su Otro obsceno, la incognoscible historia fantasmática,
“espectral”, que sirve de sostén efectivo a la tradición simbólica explícita, pero que debe permanecer forcluida
si pretende conservar su operatividad7.
Lo que mantiene unida a una comunidad en su nivel más profundo no es tanto la identificación con la ley que
regula el circuito “normal” cotidiano de la comunidad, sino más bien la identificación con una forma específica
de transgresión de la ley (en términos psicoanalíticos, con una forma de goce específica)”. Cualquier individuo
de una comunidad “...sería efectivamente excomulgado, percibido como “no uno de nosotros” en el momento
en que abandone la forma específica de trasgresión que caracteriza a esta comunidad”8.
En un artículo que escribí hace tiempo con respecto a los Estados Unidos de George W. Bush, me
preguntaba, basándome en las mismas ideas y nociones, si, al igual que había pasado en la Alemania
Nazi y, para el caso, que está volviendo a pasar en forma redoblada actualmente en nuestro vecino país
del norte con Donald Trump:
¿No resulta claro que los antagonismos sociales que se intenta “suturar” (para emplear el concepto lacaniano
utilizado por Zizek) a través de la construcción fantasmática del Mal en el discurso Bushiano, son los del
resquebrajamiento social y la contradicción económica ocasionados por el capitalismo financiero? ¿No se está
utilizando el fundamentalismo árabe –dependiendo de las circunstancias, también el wet back
mexicano/centroamericano, el coreano, la mafia china, el narcotraficante (siempre colombiano, mexicano,
cubano o negro) –como “el otro” culpable de los males que aquejan Norteamérica, convirtiéndolo en aquel que
le impide alcanzar la “armónica” sociedad ideal (idéntica a sí misma) a la que está “destinada”?9
Es decir, el “lado oculto de la ley” funciona al nivel de una identificación imaginaria con el goce
obsceno transgresivo común (des-conocido y re-conocido a la vez10), es decir, “con una forma de goce
específico” cuya eficacia depende precisamente de su exclusión-oclusión, de que insiste como no
habiendo tenido lugar (si no se reconociera a nivel inconsciente no insistiría como forma de goce, pero
si se reconociera directa y conscientemente se disolvería de inmediato y perdería toda eficacia
simbólica). Así se explica la identificación no reconocida que ocurre a nivel de la fantasía ideológica y
que sostiene el funcionamiento de aquello que a primera vista se antoja transgresivo, inaceptable,
negativo.
Lo anterior se puede ejemplificar magistralmente en casos como los exabruptos y arranques de ira
aparentemente incontrolados de Hitler, las pérdidas de compostura de Trump y sus gestualidades
narcisistas e infantiles, o las interminables idioteces cometidas por Enrique Peña Nieto: del lado
abiertamente admitido del discurso, todos estos casos demuestran la incompetencia de estos personajes y
se esperaría, por ello, su rechazo universal, sin embargo, del lado del goce obsceno que acompaña a la
ley abiertamente asumida generan una identificación imaginaria, no a pesar de, sino precisamente por,

7
Zizek, S. (2002). El frágil absoluto. Valencia, Pre-textos, pág. 86.
8
Zizek, 1999: 76.
9
Márquez, M. (2004) Entre la democracia y el imperio. La suspensión de la ética y el goce obsceno de Bush. Buenos Aires,
Antroposmoderno, http://www.antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=656 .
10
Aquí, además de la teoría lacaniana en la que Zizek – y nosotros, obviamente – se respalda principalmente, resulta
fundamental remitir al par méconnaissance-reconaissance (desconocimiento-reconocimiento) y su función esencial para la
eficacia de la violencia simbólica en la teoría de Pierre Bourdieu. Bourdieu, P. (1989). La nobless d’etat. Grandes écoles et
esprit de corps. Paris, Les Éditions de Minuit, Col. Le Sens Commun; y, (1991) El Sentido Práctico. Madrid, Taurus
Ediciones, Col. Taurus humanidades; El Sentido Práctico. Madrid, Taurus Ediciones, Taurus humanidades.

5
tales arranques de ira, incompetencia, narcisismo y estupidez, justamente por estar del lado
fantasmático no reconocido, oculto y prohibido de la ley.
Así, por ejemplo, cuando en los debates con Hillary Clinton veíamos a Trump descomponerse en
gestualidades narcisistas e infantiles, perder la compostura ante las cámaras al decir “nasty woman” o
caminar impaciente y visiblemente colérico en el fondo mientras Hillary hablaba, lo primero que
pensamos fue que tras tal despliegue no sólo había perdido el debate sino, incluso, toda oportunidad de
ganar la presidencia. Pasó lo mismo con Peña Nieto cuando en la FIL de Guadalajara, previo a las
elecciones, evidenció no sólo su ignorancia sino, más grave aún, su incapacidad para responder con
inteligencia a la simple pregunta de cuáles habían sido los 3 libros que lo habían marcado justo en el
momento en que ¡estaba presentando un libro suyo! O las múltiples ocasiones en que evidenció no ya su
ignorancia sino su total incapacidad para hablar en forma coherente en su propio idioma, no se diga ya
en inglés; la primera reacción que vino a la mente de casi todos fue la de la incredulidad de que alguien
así pudiera llegar a ser presidente. Sin embargo, en ambos casos, se pasó por alto la identificación con el
lado oculto de la ley y su goce obsceno, ya que a nivel de “la identificación con [la] forma específica de
transgresión de la ley” inherente a la fantasía ideológica hegemónica, sucede lo contrario de lo que
esperamos: los norteamericanos vieron en los despliegues de Trump la manifestación del enojo,
frustración y prejuicios que el discurso políticamente correcto les impedía expresar abiertamente; y en
México, la gente se identificó en forma denegada precisamente con la imagen cantinflesca y fallida de
Peña Nieto: “no lee, ni habla bien el español y mucho menos el inglés…, ¿Y qué? Tampoco la mayoría
de los mexicanos”.
Estos líderes fascistas, Hitler, Trump, EPN, con todo y sus grandes diferencias, funcionan, a nivel de la
fantasía ideológica, exactamente mediante la misma lógica del goce obsceno: con sus acting outs
impulsivos, violentos o estúpidos escenifican y canalizan las frustraciones y deseos denegados de la
gente común y corriente, agobiada, frustrada e impotente ante la devastación de sus vidas cotidianas a
causa de las políticas económicas capitalistas depredadoras, explotadoras y expoliadoras, al tiempo que
las orientan hacia figuras fantasmáticas que en la forma de significantes vacíos rellenan la falta del
antagonismo irreductible, que una verdadera democracia radical asume y enfrenta a través de su
reconocimiento mismo.
Como dice, Zizek,
La lección fundamental de los llamados “totalitarismos” [y fascismos] es que los poderes sociales que están
presentes en las exigencias del superyó manipulan directamente las pulsiones obscenas del sujeto, eludiendo la
instancia racional autónoma del yo11.
Para volver a México, ¿cuál sería la fantasía ideológica – con su goce obsceno – que se halla en
funcionamiento en el caso que nos ocupa? ¿Qué es aquello que nos impide alcanzar “la armónica
sociedad ideal (idéntica a sí misma)”? ¿Quién ocupa el lugar y cumple en la fantasía ideológica del
México de hoy, el lugar y la función que en el caso de la Alemania nazi y los Estados Unidos de Bush y
Trump ocupan y cumplen el judío, el árabe-musulmán y el migrante mexicano, respectivamente?
¿No resulta verosímil que en la fantasía ideológica sostenida por los grupos hegemónicos en el México
neoliberal12 este lugar y esta función la ocupa y cumple nada menos que ¡el mexicano mismo!? ¿No es

11
Zizek, 2002: 81-82.
12
Aunque ciertamente en otro registro, el del México nacionalista, no es otro que el gringo explotador o, antes que él, el
arrogante y déspota gachupín, los personajes externos que a través su explotación y opresión ha impedido florecer en todo su
esplendor el México de Bronce que estamos destinados a convertirnos.

6
el mexicano, para la fantasía ideológica en cuestión, en toda la ambigüedad del término, quien aparece
siempre como su propio enemigo y su más grande obstáculo?
Si bien la comedia mexicana se caracteriza por un humor único plagado de ironía en el que se muestra la
capacidad de reírnos de nuestras adversidades y defectos, ¿no reflejan acaso también nuestros chistes en
forma denegada la visión negativa que nos presenta como la causa última de nuestros propios males?
Como en el caso de los innumerables chistes que empiezan “había una vez un gringo, un francés y un
mexicano…en los que los mexicanos la mayoría de las veces salimos triunfantes y nos destacamos sobre
todo mediante una muestra satírica de nuestras “cualidades negativas”, como en el chiste en el que al
final de un concurso de quién aguanta más latigazos sin gritar en el que gana un mexicano, el público
mexicano comienza a vitorear, “arriba el mudo, arriba el mudo…”. O los chistes que apuntan, por
ejemplo, a mostrar cómo los mexicanos no necesitamos invocar ningún enemigo externo puesto que nos
bastamos a nosotros mismos para mantenernos en el atraso. Como el del recipiente lleno de cangrejos
mexicanos que no necesita taparse porque ellos mismos se impiden mutuamente escapar; el del infierno
donde millones de almas de todos las nacionalidades hacen fila frente al suplicio mexicano, el cual es
exactamente el mismo que el de todos los otros países (hervir las almas en aceite hirviendo por toda la
eternidad) salvo en el hecho de que en el mexicano el diablo estaba borracho, se había agotado el
suministro de aceite, alguien había robado la leña para el fuego, etcétera; en el que unos caníbales
atrapan a un gringo, un francés y un mexicano, les dicen que van matarlos, comérselos y hacer con sus
pieles unas canoas, pero que no lo harán sino hasta después de concederles un último deseo: el gringo y
el francés piden como deseo lo más difícil de conseguir para así postergar el momento de su muerte,
pero el mexicano, a diferencia de los otros dos, pide en cambio un picahielos con el que se perfora la
piel diciendo, “ahí tienen su pinche canoa hijos de la…”; o, por último, el chiste en el que las
delegaciones de los demás países del mundo se quejan de la injusticia de que a todos Dios les hubiera
incluido alguna falla, carencia o defecto, en tanto que a México le había dado todo; ante lo cual, Dios
responde, “ah, pero olvidan ustedes que a México le di a los mexicanos”.
Es de llamar la atención, que a diferencia de los chistes que se cuentan en la mayoría de los países, en
los que el sujeto del que se hace burla es por lo general extranjero, en México el objeto recurrente –
aunque no exclusivo – de nuestros chistes es el mexicano mismo en quien se aceptan con sarcasmo e
ironía las cualidades negativas que se le atribuyen por parte del discurso dominante13. Lo cual también
puede verse reflejado en algunas manifestaciones de la cultura popular, como la canción A qué le tiras
cuando sueñas mexicano, de Chava Flores.
En tonos menos ocurrentes, lo dicho también se refleja cuando desde las clases hegemónicas,
sobreentendiendo lo mexicano como lo propio de las clases subalternas, se identifica su carácter como la
principal causa de los males del país: desde su proverbial pereza, su fatalismo milenario, su naturaleza
taimada y gandalla, su consustancial conformismo, apatía y desidia o su malinchismo ingénito, hasta su
supuesta innata incapacidad para apoyarse mutuamente, unirse para alcanzar logros colectivos o
cooperar entre sí y sin conflictos (a pesar de la abundancia de ejemplos y evidencias en contrario que día
con día podemos constatar en el marco de las luchas que los más desfavorecidos llevan a cabo
solidariamente para proteger sus derechos ultrajados o para contribuir al mantenimiento y reconstrucción
de sus comunidades de origen tras años de vivir en un exilio obligado por la injusta emigración a la que
las políticas económicas llevadas a cabo sexenio tras sexenio los fueron empujando). Esto sucede,

13
Sin lugar a dudas, la riqueza de los chistes mexicanos no se limita a los que estoy haciendo referencia ni en ellos se observa
exclusivamente lo que aquí refiero, el tipo de chistes escogidos son aquellos que sirven para respaldar lo dicho sin con ello
ignorar la enorme variedad y complejidad que de los chistes puede extraerse para hablar de los rasgos característicos de una
cultura.

7
incluso, a nivel de las versiones ilustradas, como es el caso de El perfil del hombre y la cultura en
México de Samuel Ramos, El laberinto de la soledad de Octavio Paz o La jaula de la melancolía y
Anatomía del mexicano de Roger Bartra, por sólo mencionar algunas de las obras más famosas de este
tipo en la que se atribuye a lo mexicano rasgos que lo caracterizan como ambiguo, inauténtico,
fantasioso, contradictorio, melancólico, escindido, etcétera.
Si queremos captar en toda su extensión el funcionamiento de la fantasía ideológica, es crucial entender
que las características que se le imputan al mexicano son en realidad el resultado del poder
performativo14 del propio discurso ideológico, el cual las confiere en forma retroactiva mediante una
operación de sutura similar a la utilizada con el significante judío por el nazismo, con el que se
transustancian las señas de identidad realmente visibles en los sujetos, de tal forma que incluso las
evidencias que lo contradicen, o se invisibilizan, o en lugar de suspender su efecto lo fortalecen. Como
dice Zizek15, “una ideología en realidad triunfa cuando incluso los hechos que a primera vista la
contradicen comienzan a funcionar como argumentaciones a su favor”.
En todo esto no debemos pasar por alto cómo aquellas cualidades negativas que se le atribuyen al
mexicano desde el lado obsceno del discurso (perezoso, fantasioso, fatalista, ladino, tramposo, taimado,
etcétera), señalándolo como causa de sus propios males a pesar de las múltiples evidencias que
demuestran lo contrario (la gente en México trabaja de sol a sol por salarios de miseria, es solidaria,
positiva, derecha, franca, etcétera), en realidad son no sólo efecto de la dominación y las desigualdades,
así como parte fundamental de un discurso orientado a mantenerlas y fortalecerlas en forma más o
menos velada, sino que también son el producto directo del discurso mismo. Es otras palabras, las
confirmamos en la realidad porque ya las creemos, y no, como tendría que ser, que las creamos después
de haberlas confirmado, tal y como lo muestra agudamente Pierre Bourdieu a través de los conceptos de
violencia simbólica y complicidad ontológica.16
Para que lo dicho no parezca una simple ocurrencia sin mayor contenido, antes de seguir examinaremos
cómo funciona el proceso de acolchado que Zizek retoma de Lacan para explicar la forma como la
introducción de un significante vacío, es decir, un significante sin significado fijo propio, en nuestro
caso lo mexicano, confiere unidad de sentido a la cadena de significantes que mediante su introducción
se suturan en una totalidad significativa17.
El ejemplo magistralmente utilizado por Zizek18 para ilustrar lo anterior es el del significante judío como
elemento clave del discurso ideológico del nazismo que contribuyó a totalizar en una narrativa
“coherente” una situación que inmediatamente antes de su introducción era percibida con desaliento
como confusa y caótica. ¿Qué fue lo que hizo el nazismo? Ante la situación crítica que vivía Alemania
después de la Primera Guerra Mundial y en el contexto de la crisis del capitalismo de aquellos años, en
particular después del crack de 1929 y la Gran Depresión que le siguió, la reformulación nazi del

14
En la lingüística y en teoría del discurso, lo performativo hace referencia a aquellos actos de habla en los que en la
enunciación se realiza la acción significada en el enunciado (ej. “prometo”, en donde al enunciarlo estamos haciendo lo
enunciado). En esta línea de sentido, para Zizek los actos performativos son aquellos que generan de manera retroactiva lo
que enuncian, como cuando al decir de alguien que es flojo más que hacer una descripción se está fijando una identidad de tal
forma que las características que la confirman siguen y no anteceden al acto performativo.
15
Zizek, 1992:80.
16
Ver en especial Bourdieu, 1989; y, Bourdieu, P. y L. Wacquant. (1995). Respuestas. Por una antropología reflexiva.
México, Grijalbo.
17
Para una excelente explicación del proceso de “acolchado”, ver: Zizek, 1992: 125-175.
18
Zizek, 1992:78-80.

8
significante judío19 se utilizó como referencia causal – que no casual – de todos los males que aquejaban
en aquel entonces al pueblo alemán: se perdió la guerra pese a la grandeza y superioridad de la nación
alemana, ello se debió a la puñalada en la espalda orquestada por los judíos; se tiene una economía
deshecha y caótica, ello se debe a la especulación financiera controlada por los judíos; Alemania
permaneció durante años “atrasada” frente a otros países como Inglaterra y Francia, es a causa del
complot judío; etcétera. Judío se convierte en un significante vacío cuyo sentido remite al conjunto de
significados que se le atribuyen sin que realmente podamos aislar en el término mismo un significado
consistente, es decir, fuera de la red de significantes que el significante articula en el discurso nazi, judío
realmente no tiene significado alguno. Y al revés, sin el significante vacío judío la red de significantes
carece del elemento de sutura que la totalice en un todo “coherente” que le otorgue legibilidad.
¿Cómo funciona esta lógica en el caso de lo mexicano en el discurso ideológico del México neoliberal?
Antes de seguir, resulta fundamental advertir que uno de los efectos que apuntalan la eficacia simbólica
de cualquier ideología es que las primeras reacciones que provocan los intentos por desentrañar su
funcionamiento son las de la desestimación, la denegación, la descalificación y el rechazo que responden
con la sencilla fórmula: “eso no es”. Sin duda, hoy nos resulta claro cómo funcionó en la ideología nazi
el término judío, pero si hubiéramos tratado de señalarlo en la Alemania de aquellos años no sólo
seguramente nos habrían tachados de locos, sino incluso y más grave aún, habríamos corrido el riesgo de
ser señalados parte del complot judío cuya fantasía ideológica misma estábamos tratando de evidenciar,
con las consecuencias que, hoy sabemos, ello significaba.
En el caso del significante mexicano pasa algo similar: la primer reacción adopta la forma de “es cierto
que en México se manejan todos los prejuicios que señalas del mexicano, pero, aun así, las cosas no son
como dices que son, estás exagerando”. Esta forma de denegación fetichista es parte fundamental de la
fantasía ideológica, sin ella simplemente no funcionaría.
Sin embargo, retomemos, para ilustrar la analogía que estamos planteando, un breve pasaje en el que
Zizek, expone la forma como se construye “la figura antisemita del judío” en el nazismo:
“judío” es la explicación que ofrece el antisemitismo a los diversos miedos experimentados por el “hombre
común” en una época de disolución de los vínculos sociales (la inflación, el desempleo, la corrupción, la
degradación moral); detrás de todos estos fenómenos se encuentra [para el antisemitismo] la mano invisible del
“complot judío”. El punto crucial aquí es, otra vez, que la designación “judío” no agrega ningún contenido
nuevo: todo el contenido ya está presente en las condiciones externas (la crisis, la degradación moral, etcétera);
el nombre “judío” es sólo la característica complementaria que logra una especie de transustanciación, que
reconfigura todos estos elementos en diversas manifestaciones del mismo fundamento, el “complot judío”20.
Cambiemos en este texto judío por lo mexicano y antisemitismo por ideología dominante y observemos
el efecto de lo que resulta:
Lo mexicano es la explicación que ofrece la ideología dominante a los diversos miedos experimentados por el
“hombre común” en una época de disolución de los vínculos sociales (la inflación, el desempleo, la corrupción,
la degradación moral); detrás de todos estos fenómenos se encuentra [para la ideología dominante] la presencia
invisible de la naturaleza del mexicano El punto crucial aquí es, otra vez, que la designación lo mexicano no
agrega ningún contenido nuevo: todo el contenido ya está presente en las condiciones externas (la crisis, la
degradación moral, etcétera); el nombre mexicano es sólo la característica complementaria que logra una
especie de transustanciación, que reconfigura todos estos elementos en diversas manifestaciones del mismo
fundamento, lo mexicano.

19
Ciertamente el judío había jugado el papel de chivo expiatorio en Europa desde al menos la edad media, sin embargo, si
bien el nazismo recupera este prejuicio ancestral lo reformula dentro de un nuevo discurso radicalmente diferente.
20
Zizek, S. (2016). La permanencia en lo negativo. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Ediciones Godot Argentina, pág.
244.

9
¿No muestra esto de manera extraordinaria el funcionamiento de la fantasía ideológica? El efecto
performativo de un término (“judío”, “lo mexicano”) genera en forma retroactiva, como lo señala Zizek,
un efecto de transustanciación que modifica por completo las coordenadas con respecto a las cuales una
situación determinada (la crisis alemana de entre guerras o la crisis actual en México) es interpretada.
La clave que no debemos pasar por alto en este proceso ideológico de inversión dialéctica, es la manera
como la postulación vacía de una X inexistente (judío, lo mexicano) una X que aislada de las
características sensibles que le atribuimos no podemos encontrar por ningún lado en la realidad,
comienza a funcionar como aquello que constituye a la realidad misma; con lo que pasamos a fórmulas
tales como: no es que lo mexicano designe una serie de características realmente existentes en los
mexicanos, con lo que lo mexicano tan sólo sería una palabra que las articula, sino que los mexicanos
tienen esas características que vemos en ellos porque son mexicanos, porque detrás de los mexicanos de
carne y hueso está lo mexicano. Como ya lo decía Marx:
Si yo digo que el derecho romano y el alemán son ambos derechos, digo algo evidente. Pero si digo que el
derecho, este concepto abstracto, se realiza en el derecho romano y en el alemán, en estos derechos concretos,
entonces la relación se vuelve mística21.
Hemos de poner mucha atención si no queremos perder de vista la sutileza ideológica que está en
funcionamiento aquí. Al pasar de decir los “mexicanos son así y asá” a decir “son así y asá porque son
mexicanos”, “la relación se vuelve mística”, pues se transustancia y esencializa por completo el
significante vacío que no es más que “la postulación pura de una X indeterminada”, un significante que
jamás podremos hallar como un elemento positivo de la realidad, lo mexicano, por el simple y sencillo
hecho de que no está en “la realidad” más allá de su pura postulación ideológica.
Como dice Zizek,
Este “gesto sintético vacío”(…), la “postulación pura de una X indeterminada, (…) – que no agrega a la cosa
nada positivo, ninguna característica sensible nueva y, aun así, en su capacidad misma de gesto vacío, la
constituye, hace de ella un objeto – es el acto de la simbolización en su forma más elemental, en su nivel cero22
No podemos dejar de puntualizar la relación dialéctica en operación aquí: un elemento que se presenta
como el fundamento o causa que explica el conjunto de condiciones existentes en una situación
determinada y que fundamenta tales condiciones sólo de manera retroactiva, es decir, sólo después de
que ha sido postulado como su fundamento, es él mismo fundamentado por las condiciones que
fundamenta, es decir, se encuentra sobredeterminado por las condiciones que están sobredeterminadas
por él mismo23.
La “unicidad” de una cosa no está basada en sus propiedades, sino en la síntesis negativa de un puro “uno” que
excluye (se refiere negativamente a) todas las propiedades positivas: este “uno” que garantiza la unidad de una
cosa no reside en sus propiedades, ya que [no]es [más que] en último término su significante24.
Como el mismo Zizek lo señala en su ya citado libro, El sublime objeto de la ideología, las batallas
ideológicas se pierden o se ganan dependiendo de qué significante hegemónico se logra imponer para
dar legibilidad a las situaciones vividas por el “hombre común”. En este sentido, nada más lejano a la
intención de este texto que la de afirma que lo mexicano tal y como lo estamos caracterizando sea la
única forma de hegemonizar la narrativa interpretativa de lo que México y lo mexicano son. Por sólo dar
un ejemplo, existe también la fantasía ideológica contraria a la que aquí hemos expuesto en donde el

21
Marx en Zizek, 1992: 60.
22
Zizek, 2016: 229.
23
Para una inmejorable explicación de esta lógica, ver el capítulo 4., “La lógica de la esencia”, en: Zizek, 2016: 206-263).
24
Zizek, 2002: 70.

10
significante vacío mexicano juega un papel exactamente opuesto. Un caso emblemático de esto lo
hallamos en el famoso libro del antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla, México profundo, en el
que el México profundo25, el de las clases subalternas, el “verdadero México”, expresa lo auténtico, lo
fundamental, lo original, lo que, al fin, mantiene la verdadera manifestación de lo que somos; y, en
contraposición, el México imaginario, el de las clases hegemónicas, representa lo inauténtico, lo
superficial, lo artificial, lo que falsea y se interpone en el logro del verdadero ser del mexicano.
Esto no significa que ambas fantasías ideológicas sean equivalentes, puesto que una manifiesta, desde la
situación dominada de los grupos subalternos, una aspiración reivindicatoria, emancipatoria e igualitaria,
mientras la otra, que se construye desde la dominación de los grupos hegemónicos, expresa
precisamente estrategias orientadas a mantener la opresión, la desigualdad, la explotación, la
dominación y el poder a favor de dichos grupos.
Así pues, después de este rodeo, volvamos a la pregunta: ¿Cómo funciona esta lógica en el caso de lo
mexicano en el discurso ideológico del México neoliberal? Al conferirle al mexicano todas las
características negativas señaladas más arriba, aquellas circunstancias que analizadas críticamente son el
claro resultado de las condiciones producidas por el modelo económico, las relaciones desiguales de
poder y por la inequidad estructural concomitante, se atribuyen al carácter del mexicano. Pongamos el
caso de la indolencia y la pereza, cuando la gente en México no encuentra trabajo ello se le imputa a su
falta de iniciativa, a su desidia, a su conformismo o a su pasividad, pero no al desempleo estructural que
año con año fue destruyendo puestos de trabajo en la economía formal o precarizando los existentes,
haciéndolo no sólo escaso sino extremadamente inestable. O, para poner otro ejemplo, en el caso de los
campesinos, si se niegan a abandonar sus comunidades y a cambiar su condición campesina, se les acusa
de estar anclados a sus costumbres y tradiciones, de ser atrasados, retrógradas, timoratos, testarudos, sin
espíritu emprendedor ni la mentalidad empresarial requerida para “modernizarse”, y no al arraigo a sus
formas de vida, a la experiencia adquirida, al sentido de pertenencia e identidad y a la conciencia clara
de que la alternativa que se les ofrece no sólo no es mejor sino que es inexistente. Como cuando, con su
proverbial descaro, cinismo y falta de vergüenza, Vicente Fox contestó a la pregunta respecto a qué iba a
pasar con las más de 5 millones de familias campesinas mexicanas cuyas formas de vida estaban siendo
amenazadas por la política neoliberal en el campo: “Si no pueden competir, que se busquen otro
trabajo”.
No sorprende que durante su sexenio emigraran más de 450 mil personas cada año, es decir, cerca de 3
millones de mexicanos literalmente expulsados de sus lugares de origen y obligados a buscar sustento en
el vecino país del norte (ello sin contar los que se quedaron en el camino para engrosar las filas del
ejército de reserva laboral en el centro y norte del país). ¡Y nos escandalizamos cuando se nos dice que
Obama deportó en 8 años casi la misma cantidad de personas! Las cifras de deportados alcanzadas por
George W. Bush, Obama y Trump juntos, palidecen frente a la cantidad de mexicanos expulsados de su
propio país durante los sexenios de Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto26.
Lo mexicano es entonces un significante vacío que en el discurso ideológico del México neoliberal
funciona como significante amo, como punto-de-acolchado, que sutura en una narrativa coherente la

25
Bonfil Batalla, Guillermo (1990). México profundo, una civilización negada. México, Grijalbo.
26
Según lo dicho por Rodolfo García Zamora de la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma de Zacatecas en la
ponencia presentada en el marco de la III Conferencia Internacional de la Red de Estudios sobre el Desarrollo Celso
Furtado, “[aumentó] de 300 mil a 400 mil el número de emigrantes que cada año se establecen en aquel [Estados Unidos]
entre 1990 y el año 2000”. Si a esta cifra le sumamos los 450 mil que cada año emigraron durante el sexenio de Vicente Fox
resulta que en 16 años, emigraron casi 7 millones de mexicanos, es decir, México expulsó en 8 años 700 mil mexicanos más
que Obama en sus dos periodos presidenciales, quien alcanzó la cifra de 2 millones 800 mil personas deportadas.

11
visión hegemónica de los grupos dominantes, de tal forma que juega un papel estratégico esencial para,
precisamente, hegemonizar tal visión.
Al fin y al cabo, la hegemonía no es otra cosa que la capacidad de una clase, una facción de clase o un
grupo dominante al interior de una formación social determinada para hacer pasar sus visiones del
mundo y de la realidad social como las visiones del mundo y de la realidad social legítimas e, incluso,
únicas; lo cual queda nítidamente expresado en la frase de Pierre Bourdieu que utilizamos como
epígrafe del presente artículo: “La lógica específica del mundo social, es el de una “realidad” que es el
lugar de una lucha permanente por definir la “realidad””.
Ello significa que en toda sociedad existe una lucha permanente por imponer el significante hegemónico
constitutivo de la fantasía ideológica que confiere a una realidad social siempre e inevitablemente
atravesada por un antagonismo radical irreductible, la legibilidad que mejor responde a los intereses de
cada una de las clases, facciones de clase o grupos sociales
¿Cómo se relaciona esto con la lógica de la elección forzada esbozada al inicio? ¿Cómo se articulan
estas dos instancias del discurso ideológico, la de la elección forzada y la del suplemento obsceno de la
fantasía ideológica?
Me parece que esto se da por medio de un doble registro, primero, en la forma velada que hemos
descrito, al señalar lo mexicano como aquello que impide al mexicano mismo superar sus males y
alcanzar los logros a los que podría aspirar de no existir este “impedimento interno”; y, después, al
articular esto con la demagogia populista que se le atribuye a la izquierda y que se supone explota y
canaliza tales defectos del pueblo mexicano en contra del mismo pueblo y del país, ¿cómo?
Precisamente haciendo referencia a la inmadurez y la incapacidad para gobernarse a sí mismo propias
del mexicano que, dejado a sus anchas y sin el tutelaje de los sectores ilustrados, simplemente padece un
tendencia irremediable hacia tomar decisiones contrarias a sus propios intereses y contrarias también,
claro está, al bien de México. ¡Al pueblo mexicano, pues, hay que cuidarlo de sí mismo por su propio
bien!
El peligro de dejar que el pueblo mexicano elija democráticamente radica, entonces, precisamente en
que con ello se corre el riesgo de que no sepa elegir, de que elija mal, de que elija a gobiernos populistas
(noción vacía de sentido si las hay) e irresponsables que nos devolverían al gasto desmedido, al
endeudamiento sin controles, al “bienestar” ficticio de los grandes masas y, a la postre, a la bancarrota y
el desfondamiento absoluto del país27. Sin presentar para ello más argumento que el del fantasma
espectral a que se evoca con la simple y llana frase: “son un peligro para México”.
Es aquí donde la lógica de la elección forzada y la fantasía ideológica de lo mexicano confluyen y se
articulan. La elección es forzada porque en el fondo se muestra como lo que no es, como una elección
libre, y lo que subyace como justificación para que así sea, para que bajo la forma de una elección libre
se anule la libre elección misma es que el mexicano no es confiable, que es inmaduro, que no ha
alcanzado la mayoría de edad democrática, que no se puede dejar en sus manos su propio destino porque
simplemente no hará un buen uso de su libertad.
Esto ha sido el caso desde que en 1808 un grupo encabezado por Gabriel de Yermo dio un golpe de
Estado contra Iturrigaray y el “Primer Congreso de México”, liderado por Primo Verdad, Azcárate y el
Ayuntamiento de la Ciudad de México, pasando por las consignas mediante las que los Científicos

27
Ocultando, claro está, que todos estos indicadores macroeconómicos estaban mejor antes de la imposición de los
programas estructurales y el modelo neoliberal, salvo el del gasto desmedido, lo cual no es de extrañar cuando la restricción
del gasto es una de los dogmas incuestionables de la política económica neoliberal.

12
porfiristas advertían sobre la inmadurez y la incapacidad del mexicano para gobernarse a sí mismo como
justificación para mantenerse indefinidamente en el poder, hasta las más recientes proclamas
neoliberales que predican incansables contra el peligro que representa cualquier opción que no sea la
suya, a las que invariablemente tachan de populista e irresponsables, de llevar de nuevo al país por el
camino de la inflación, el endeudamiento28 o el autoritarismo populista a la Maduro.
Las narrativas varían, pero el argumento y los personajes siempre son los mismos: los mexicanos no
estamos listos para elegir libremente, si han de dejarnos elegir, ya que vivimos en una “democracia”, ha
de ser siempre bajo la forma de la elección forzada, es decir, siempre que elijamos correctamente bajo la
supervisión y guía de nuestros omniscientes e ilustrados tecnócratas. Y si con todo rechazáramos la
elección forzada y nos decidiéramos por verdaderamente elegir con libertad, inclinados por nuestras
ancestrales disposiciones, dejados a nuestras anchas, y no quedara duda de que optaríamos por elegir lo
inelegible, los apparatchiks se reservan el derecho y hasta el heroico deber, por el bien de la nación, de
utilizar todos los medios a su alcance para evitar las peligrosas consecuencias a que nos llevarían las
insensatas decisiones de un pueblo inmaduro, aunque con ello se tuviera que sacrificar la democracia
misma; ejemplo, si los hay, de la proverbial y perversa suspensión política de la ética a la que los
gobiernos de derecha han recurrido siempre que sienten sus intereses amenazados.
No se trata, pues, de cegarse a las diferencias y contradicciones entre las distintas opciones sólo porque
nos consideremos de izquierda o porque sin mayor autocrítica pensemos que son mejores por el sólo
hecho de que pensamos que lo son (con lo que incurrimos exactamente en el mismo sesgo que le
imputamos a la derecha), pregonar ciegamente por el voto a favor de la opción que se dice de izquierda
sólo porque se dice de izquierda y no se vea en el panorama ninguna que parezca realmente serlo, ni
dejar de someter a la más férrea crítica todas y cada una de las propuestas, programas y proyectos
sostenidos por las diversas fuerzas políticas en contienda.
Se trata, por un lado, de no olvidar que las elecciones específicas siempre suponen la previa elección
denegada de la fantasía ideológica misma con respecto a la cual se toman, de tal forma que se excluyen
inadvertidamente no sólo otras opciones sino otros marcos de referencia dentro de los que se justifican o
respaldan tales opciones; es en este nivel donde la fantasía ideológica opera realmente y donde adquiere
su de otra forma incomprensible extraordinaria eficacia simbólica.
Si la elección forzada se mantiene mediante el suplemento obsceno de la “elección correcta”, que como
lo hemos repetido, se presenta como aquella que el poder disimuladamente pretende imponer como la
única válida, la mejor manera de evidenciar la farsa que supone es hacer efectiva la libre elección sin
esperar contar con la supuesta garantía que veladamente exige. Reconocer el antagonismo radical
irreductible significa aceptar que no existen certezas en nuestras decisiones, que debemos asumir
plenamente la responsabilidad por las elecciones que realizamos a conciencia y de acuerdo con nuestro
mejor saber y entender; no otra cosa significa vivir en una democracia. Lo cual se traduce en un rechazo
al suplemento obsceno de la fantasía ideológica, en su des-anudamiento, a través del acto ético-político
que cambia retroactivamente las coordenadas de la lucha política al rechazar la elección forzada. Se
trata, pues, de optar por lo imposible, por la elección libre y, con ella, por el advenimiento y asunción de
una verdadera democracia radical, es decir, en una democracia tout court, sin adjetivos.
Para lograrlo, antes que nada hemos de desentrañar y visibilizar los mecanismos ideológicos que, como
la fantasía ideológica, pretenden ocultar tal antagonismo mediante la imposición de significantes vacíos

28
Lo que es muestra del más descarado cinismo cuando Peña Nieto nos está dejando la deuda pública más grande de la
historia, la cual asciende, según Enrique Galván Ochoa de La Jornada (Dinero, La Jornada, jueves 1 de febrero de 2018, pág.
6), a 10 billones 203 mil pesos, que es el doble de la que nos dejó Calderón y casi 10 veces mayor que la de Fox y Zedillo.

13
cuya función reside en desplazarlo hacia enemigos o chivos expiatorios convenientes: el judío en el
nazismo alemán, el fundamentalismo árabe en el fundamentalismo bushiano, el migrante mexicano en el
fascismo de Trump o el mexicano en el discurso neoliberal. Todo ello con el fin de pugnar por el
establecimiento de una democracia radical que acepta la irreductibilidad del antagonismo y, con ello, se
compromete, no a invisibilizarlo o pretender su superación definitiva –lo cual es el camino seguro hacia
alguna forma de totalitarismo o fascismo –, sino a mantenerlo abierto, es decir, diseñar formas
verdaderamente democráticas de gobierno en las que se reconozcan las controversias, se acepten y
respeten las diferencias y se superen los desacuerdos a través del diálogo abierto mediante una
racionalidad práctico-argumentativa basada en el reconocimiento mutuo, la equidad, la igualdad y la
solidaridad entre los diversos agentes sociales involucrados.
Se trata, finalmente, de dejar atrás el simulacro de democracia y la lógica de la elección forzada que le
es inherente, en la que se le permite al ciudadano elegir libremente siempre que elija lo correcto, es
decir, siempre que elija lo que quienes tienen el poder consideran que debe elegir; y acceder finalmente
a una democracia real, plural y participativa en la que, declarando y defendiendo su mayoría de edad, su
derecho a la autodeterminación, y rechazando activamente la fantasía ideológica que ubica en lo
mexicano la causa de todos los males, sea el ciudadano quién decida con autonomía, efectiva y
libremente, el gobierno que considere mejor representa sus intereses y aspiraciones, y los de México;
que siguiendo su leal saber y entender –to the best of his knowledge, como se dice en inglés – con
información accesible y contando con el conocimiento adecuado, se dé a sí mismo, como en toda
democracia digna de tal nombre, el gobierno que desea; reconociendo que en una democracia efectiva
nadie debe gozar nunca del poder absoluto, nadie lo ejerce impune y despóticamente, nadie lo detenta
indefinidamente ni nadie se ve excluido de su ejercicio de manera sistemática y permanente. De lo
contrario, México seguirá sumergido en un fascismo social que se vale de la forma democrática vaciada
de todo contenido para perseguir, por otros medios, los mismos objetivos que el fascismo tradicional.
Debemos dejar de simular que vivimos una democracia en la que nadie cree que vivimos pero en la que
todo mundo hace como que cree que vive. Si no podemos ni debemos olvidar que ninguna forma de
gobierno es perfecta, que nadie puede pretender, por lo mismo, que alguna democracia lo sea, ni que
toda sociedad está atravesada irremediablemente por un antagonismo radical – donde radical remite a su
sentido original, es decir, de raíz – que impide para siempre su cierre en un todo armonioso y sin
conflictos, ello no significa negar que, como en toda democracia, no podemos renunciar a la creencia
constitutiva de que siempre existen formas a través de las cuales construir una sociedad en la que, sin
dejar de aceptar tal antagonismo irreductible, no se deja nunca de luchar por encontrar mecanismos y
diseñar fórmulas – necesariamente siempre falibles, temporales y transitorias –, para superar los
desacuerdos, convertir los conflictos entre enemigos en controversias entre contrincantes y adversarios,
y construir espacios de convivencia justos, equitativos y satisfactorios para todos, en los que la política
sea lo que siempre se ha esperado de ella, el arte de lo posible, y alcancemos por fin una democracia que
sea efectivamente, como dijera Churchill, “la peor de las formas de gobierno…con excepción de todas
las demás”.

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