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Argentina?
En busca de un estilo propio y modos de circulación en el mercado compatibles con la "literatura
comercial", autores diversos persisten en la experimentación
Martín Lojo
La Nación, 22 de mayo de 2016
En sus seminarios de 1990, publicados recientemente por Eterna Cadencia, Ricardo Piglia rescataba
un término entonces caído en desuso para pensar el arte y la literatura: la vanguardia. El concepto,
asociado a las corrientes estéticas de principios del siglo XX, remite a la actitud beligerante con la
que el artista busca romper con las convenciones establecidas en el mercado de su momento, para
aventurarse en terrenos desconocidos. Piglia postulaba a Juan José Saer, Rodolfo Walsh y Manuel
Puig como los creadores de las tres corrientes renovadoras de la novela argentina en la segunda
mitad del siglo XX: veía en Saer al representante de la vanguardia "clásica", para la cual la
literatura es un resguardo de la verdad del lenguaje frente al sentido inaprensible de la realidad; en
Walsh, al ejemplo de las "vanguardias históricas", que reunían el arte y la vida, y la vanguardia
estética con la política, y en Puig, un caso de la posvanguardia, que se apropiaba críticamente de la
industria cultural. La intervención del autor de Respiración artificial no escondía su intención
polémica: pensar la literatura como un discurso crítico de las convenciones artísticas y sociales
dominantes. En pleno neoliberalismo menemista, Piglia oponía las narrativas alternativas de la
novela no sólo al mercado sino también al discurso político, que describió como "narración
menemista", mucho antes de que se popularizara el término "relato" para referirse a las
racionalizaciones ideológicas del poder.
Veinticinco años después, cuando es casi imposible pensar una diferencia entre alta cultura y
cultura de masas, y la cultura digital crea la ilusión de una totalidad donde los discursos circulan
homogéneamente: ¿puede pensarse todavía en una novela de vanguardia argentina?
Aníbal Jarkowski, profesor de literatura argentina en la UBA y autor de las novelas Rojo Amor,
Tres y El trabajo, rescata ese concepto de "vanguardia" empleado por Piglia, como una forma en
que el escritor toma distancia de la tradición y construye su propia versión de la literatura: "Se
puede pensar que la vanguardia es no sólo un momento de la historia del arte sino también, y sobre
todo, una actitud frente a la tradición y el estado del arte. Para Piglia, las obras de Saer, Puig y
Walsh deben ser pensadas como peculiares manifestaciones de la vanguardia. En el marco teórico
desde el cual las lee, la asignación es inobjetable porque consigue algo maravilloso en estos
tiempos: hacer pensar. En ese sentido, la deuda de la cultura argentina con Piglia será imposible de
cancelar. Ahora bien, cuando revisa esas obras, ya tiene una perspectiva temporal que me parece
primordial para no banalizar la idea misma de vanguardia. Yo diría que las obras de vanguardia son
invisibles -como son ilegibles- para su tiempo. El presente no advierte lo que es nuevo y se
entretiene con lo que nada más es actual".
La búsqueda de nuevas formas se vuelve así una definición de la novela y de su valor como obra
literaria. "La experimentación -continúa Jarkowski- es todo en la literatura; a partir de ella se
percibe la presencia o la ausencia de valor. Y la novela es un género ideal para la experimentación
porque nadie sabe exactamente qué es. Se tiene una idea vaga, pero al momento de escribir existe
una especie de fatalidad: alguien se abandona a repetir lo que cree que podrá salirle bien y con eso
queda más o menos satisfecho, o se resigna a experimentar y, tal vez, alcance a escribir algo que los
demás terminarán llamando 'novela'. Cuando Rubén Darío escribió 'Yo persigo una forma que no
encuentra mi estilo' enunció el que debería ser el lema del sindicato único de los escritores del
mundo." Desde esta perspectiva, el fin de las "vanguardias históricas", el dadaísmo o el surrealismo,
por ejemplo, no implicaría el fin del criterio de "valor" que dejaron en el arte como herencia: la
novedad. Un modo de pensar la literatura que separa la escritura de relatos para el puro
entretenimiento de la búsqueda de una forma nueva capaz de captar el presente.
"Quien más a fondo pensó este tema entre nosotros -acota Tabarovsky- fue Héctor Libertella, en
términos de 'vanguardia como Caballo de Troya'. Ya no la vanguardia que avanza de manifiesto en
manifiesto, en la ilusión de una historia que progresa, sino una vanguardia que ?talla en las cuevas'
e irrumpe 'utilizando los métodos convencionales'. Tal vez publicar en editoriales establecidas, tal
vez escribir en suplementos culturales, pero de repente, una vez introducido en la ciudad letrada, de
ese texto sale algo nuevo, que subvierte el orden desde adentro."
De recombinaciones e híbridos
La diversidad de autores en busca de una escritura propia, los nuevos modos de circulación y el
cambio cultural que produjo Internet implican diferencias cruciales en la literatura, pasadas ya dos
décadas. La ensayista Graciela Speranza señala los rasgos que pondrían en cuestión hoy las
hipótesis de Piglia: "Su lectura crítica fue muy lúcida y oportuna: describió con extraordinaria
precisión tres caminos señeros de la renovación de la literatura argentina. Pero la utopía de una
vanguardia estética fundida con una vanguardia política, que está en el centro de su lectura de
Walsh, se disolvió en las últimas décadas del siglo XX junto con la idea misma de vanguardia,
como se disolvieron las oposiciones tajantes de los debates estéticos de la modernidad. Como nunca
antes, no hay descripción que abarque la diversidad creciente de la literatura y el arte de hoy, ni
obras que puedan hablar en nombre de sus contemporáneas. La literatura y el arte contemporáneos
escapan a la generalización". La oposición sin matices entre literatura de vanguardia y literatura
comercial ya no puede ser sostenida de modo absoluto, pero esa imposibilidad amplía los posibles
abordajes. "Diluidas las fronteras entre lo alto y lo bajo, la lógica dialéctica de los 'neos' y los 'post'
y las definiciones esencialistas de los medios -dice Speranza-, no hay ya una oposición franca a la
cultura, los géneros y los lenguajes masivos, sino más bien recombinaciones, apropiaciones,
recodificaciones, híbridos, una búsqueda más o menos crítica de fisuras fértiles."
Aun así, según Speranza, existe una diferencia básica entre la búsqueda de nuevos lenguajes y la
repetición de los ya conocidos: "Frente a estas transformaciones se abren dos caminos claros: los
escritores que actualizan tradiciones y géneros, o producen nuevas mezclas (reescrituras más o
menos felices de Saer, de Walsh, de Puig, del realismo, del policial, el fantástico), y los que buscan
crear nuevos dispositivos narrativos en diálogo con otros medios, reinventar las formas, los
lenguajes y los géneros. El arte y la literatura aún aspiran a crear algo que no habíamos visto ni
leído, promover el disenso frente al consenso generalizado, oponerse a la mercantilización de la
cultura." Se conserva así un aspecto de la creación literaria donde puede pensarse aún una
perspectiva "de vanguardia", al menos como "tanteo fantasmático" de un horizonte, según las
definiciones de Tabarovsky: la búsqueda de una poética propia, el desafío de encontrar "lo no visto
ni leído".
Miguel Vitagliano, profesor de teoría literaria en la UBA y autor, entre otras novelas, de Los ojos
así y Tratado sobre las manos, piensa la poética del novelista a partir de la capacidad de crear un
nuevo tipo de lector. "Hay escritores que van al encuentro de los lectores que están allí, que son el
público probado por otros libros y conforman el 'lector estándar' de lo que 'se publica'. Otros
escritores deciden correr el riesgo de que sean sus libros los que construyan sus lectores, y en
algunos casos lo consiguen. Algunos incluso llegan a definir a los lectores de una época en una
sociedad determinada. Piglia puede considerarse parte de ese grupo de pocos, y Las tres
vanguardias es un testimonio de cómo definió los problemas que debían ponerse en juego al leer la
literatura argentina. A 25 años de ese seminario los cambios han sido rotundos, tanto en la literatura
y el arte como en la política, las ideas, la tecnología y la formación de una nueva sensibilidad, pero
se mantiene el desafío de enfrentar la homogeneización y al 'lector estándar'. Ahí, en ese corazón,
sigue latiendo la literatura." Mientras que en el siglo XX el desafío vanguardista se tradujo en la
competencia entre estéticas diversas para imponer su valor ante las demás -plantea Vitagliano-, en
el presente tal lucha es reemplazada por "una pluralidad de poéticas atomizadas que coexisten".
"Vivimos un tiempo en que todos son ?amigos' pero sin amistad, un mundo de religiosos sin
religión, un mundo en el que todos somos artistas pero sin arte."
Ante ese panorama de apertura y aislamiento a la vez, la práctica de una literatura experimental no
garantiza un desafío al lector: "Dos de cada cinco 'libros de temporada' proponen algún recurso
experimental para atraer la atención. La experimentación ya no implica discutir la tradición, es
apenas una contraseña para sentirse partícipe del presente. Sin embargo, la literatura exige
experimentación: escribir es salirse de lugar. No es sólo hacer salir humo de un tubo de ensayo
como un genio loco, es el trabajo sutil que se coloca allí para ser leído y no consumido a primera a
vista. Como la puntual precisión sintáctica de Jarkowski en El Trabajo, los desbordes de las
narraciones de Guebel, las frases látigo de Jorge Consiglio, las esquirlas en las que estalla el
lenguaje en Gustavo Ferreyra y el fraseo ondulante de José María Brindisi en Frenesí, la intensidad
rítmica en Gabriela Cabezón Cámara y el irónico desconcierto de Martín Kohan en Fuera de
lugar."
El escritor experimental hoy se ajustaría más al "proyecto cavernícola" que definió Libertella en
Nueva escritura latinoamericana: más que discutir una tradición, se abandona a la compulsión de
tejer, asociar y reescribir "productos de cualquier época". La vanguardia sería así menos lo que está
"más adelante" que lo que está " más íntimo": la "zona donde los gustos quedan como exterioridad
de la lengua". Absorto en su cueva, desobediente a las portadas de la moda, el escritor talla en la
piedra sus propias preguntas.