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Muy pocas, según parece a primera vista. También sus pueblos se han cansado de la cultura.
En el fuego de la alta forma y en la lucha por la perfección interior se ha consumido la
sustancia espiritual. En muchos casos sólo queda ya el rescoldo y con frecuencia sólo cenizas,
pero hay casos en que esto no es así. Cuanto menos ha sido un pueblo arrastrado al torbellino
de la historia pasada para desempeñar un papel dirigente, tanto más ha conservado un caos
que puede llegar a convertirse en forma. Y cuando la tempestad de las grandes decisiones se
desata sobre él, como en 1914, las chispas ocultas se alzan de pronto en llamas. Precisamente
en la raza germánica, la de más fuerte voluntad que jamás haya existido, duermen todavía
grandes posibilidades.
Pero cuando aquí hablamos de raza no es en el sentido que hoy está de moda entre los
antisemitas de Europa y América, esto es, en un sentido darwinista, materialista. Pureza
racial es un término grotesco considerando el hecho que desde hace milenios todas las
estirpes y especies se han mezclado, y que precisamente las estirpes guerreras, es decir: sanas
y promisorias, han incorporado favorablemente extranjero cuando éste era «de raza»,
cualquiera fuese la raza a la que haya pertenecido. El que habla demasiado de raza es porque
ya no tiene ninguna. Lo que importa no es la raza pura, sino la raza fuerte que un pueblo
posee.
Esto se hace visible ante todo algo evidente y elemental como es la fertilidad, la proliferación
de hijos que la vida histórica puede gastar sin agotarla jamás. Según la conocida frase de
Federico el Grande, Dios está siempre con los batallones más fuertes, y eso es lo que se
verifica justamente en este caso. Las millones de víctimas de la guerra mundial fueron,
racialmente, lo mejor de los pueblos blancos; pero la raza se demuestra por la rapidez con la