Luis Jiménez Reporte etnográfico: “El rebozo en las mujeres de Zacán” Desde el autobús se puede percibir, el sábado 18 de octubre es un día de fiesta, los visitantes y los locales parecen felices. Zacán, un poblado ubicado en la meseta purépecha del estado mexicano de Michoacán, provincia conocida por su ambiente “tenso” e “inseguro”, esconde bajo su mala fama una gran fiesta. Las mujeres son las menos discretas en torno al evento, parecen estar más arregladas, más vestidas, más llenas de color que el resto de los que concurren. Observarlas es sin duda develar su figura como madres, hijas y niñas. Más allá de sus atractivos atuendos que rechinan de limpios, está un conjunto de signos que corresponden a una realidad social, cultural y temporal concreta. La fiesta es el marco donde estudio y aprendo de las mujeres p’urepecha, la finalidad es comprender que simboliza su rebozo, que de manera evidente es más que una simple pieza del vestido, no sólo cubre el frio, ni tampoco es sólo un aditamento estético. La fiesta de Zacán tiene como eje la bendición, es un ritual masivo donde los creyentes católicos, en su mayoría de origen étnico p’urepecha, bendicen y transforman animalitos de cerámica en objetos tótem, firman un pacto espiritual con el santo local, el objetivo es atraer abundancia en materia pecuaria. La población, que en su mayoría depende de la agricultura y de la ganadería, se reúne en la parroquia donde conde se venera a san Lucas, patrón de los animales. Las mujeres son las más atractivas, llevan puestos vestidos coloridos. Las niñas acompañan a sus madres, las mujeres jóvenes van reunidas en pequeños grupos de dos hasta cinco, no puedo determinar si son amigas o familiares, aunque la familia como institución parece representar una constitución social de gran importancia. Al observar a una familia joven que visitaba la capilla fue donde encontré la importancia del rebozo. constituida por individuos que parecían oscilar entre los 30 y 40 años,-un matrimonio joven, supongo estaban casados-. La madre lo llevaba puesto, cubría sus hombros, parecía orgullosa de vestirlo, su pequeña hija de unos aproximados cinco años se lo acomodó, fue aquí donde relacione que el rebozo estaba íntimamente ligado a la feminidad. La mujer rodeada de sus dos hijos y su esposo se reacomodó el rebozo, como si este también adquiriese una postura diferente en un lugar sagrado. Los niños observaban los murales en la pequeña capilla, la madre rezaba, el esposo parecía un hijo más. Me pregunte: ¿es sin duda la devoción mariana una tradición que sobrevive por su transmisión? Más que la fe y la omnipotencia de dios, las tradiciones son las que mantienen vivo a Dios en las sociedades y la cultura. La oración no da una respuesta social, las tradiciones si. Al salir de la capilla había un puesto lleno de coloridos textiles, el objeto más atrayente a mis ojos fue la variedad de rebozos, los había de muchos colores. Pregunté sus precios, oscilaban entre los 400 y 800 pesos. La mujer a mi lado sacó de su monedero 600 pesos, pagó uno. Confirme su alto valor simbólico y monetario. La principal recomendación de nuestra mentora, Rosa María, era observar el proceso de bendición de las figuras, pero el rebozo ya había captado mi atención como objeto de estudio. Aún así, caminé hacia la parroquia principal, compré dos figurillas de unos perritos de barro, y me dispuse a bendecirlos. En torno a la construcción se arma una feria. El patio se llena de puestos, principalmente se venden figuras de cerámica y textiles artesanales, pero también hay venta de remedios naturistas. Si bien, los visitantes van decididos a adquirir una figurilla. La voz de los merolicos los distrae -¿y a quién no?-, promete arrancar la molestia de todos los males, su voz parece bien entrenada; el objetivo es vender, y para esto, todo recurso es valido, exponen animales: una iguana negra que observa como el pueblo entero ha detenido el tiempo, y es en este tiempo congelado donde la gente parece feliz, en sus miradas parece resplandecer el inicio de un nuevo ciclo; uno, ahora, lleno de abundancia y bendiciones. Había una fila de aproximadamente 70 personas. Algunas de las mujeres jóvenes llevaban reboso, pero este era más estrecho en comparación con el de las mujeres adultas. Así también, lo vestían de manera diferente, las jóvenes lo sujetaban con sus muñecas, rodeaba su cintura, no estaba ceñido al cuerpo, era – a mi parecer- un accesorio de la vestimenta. Al contrario, las mujeres adultas llevaban el reboso extendido cubriendo su torso, servía o para ocultar su cuerpo o para denotar un status diferente; supuse que estas mujeres estaban casadas. En contraposición, las adultas mayores lo llevaban cubriendo sus cabezas, cierta solemnidad se dejaba ver tras estos rebosos que eran de colores más sobrios. Entre la multitud, la fila, que se acercaba al santo a consagrar las figuras de cerámica, pude observar más de cerca a las mujeres de rebozo. Estas también tenían una característica particular: la disposición del cabello. Las más jóvenes lo tenían suelto, algunas con un pequeño prendedor de piedras de fantasía. Las adultas –que supongo estaban casadas- lo llevaban recogido, las más mayores con una trenza que recorría de oreja a oreja. Después de la bendición de mis figurillas, me acerqué a un puesto de ropa, trate de observar de manera naturalista el significado del rebozo. Pregunté: –Se venden mucho los rebozos, ¿verdad? –; la respuesta fue un si, pero hubo cierta barrera para continuar la conversación. La interacción naturalista no es alcanzada de manera inmediata, requiere – supongo– de ganarse la confianza del otro. Eliminar el status de investigador se consigue a través de la empatía social. La participación no intrusiva es un ejercicio en construcción constante. Al final de la tarde, en compañía de dos compañeros, caminé por algunas calles de Zacán. Llegamos sin buscarlo a una pila de agua, esta se ubicaba a la orilla del inicio del bosque. La pila, labrada en ladrillos de cantera, parecía vieja. Había niños que jugaban alrededor, y poco a poco mientras el tiempo pasaba, llegaban algunas familias. Mujeres con reboso alimentaban a sus hijos, las mayores con su cabello recogido, y su reboso cubriendo el torso, las niñas sin reboso alguno. Las dudas conforme al rebozo seguían, dejé Zacán con algunas preguntas. Sin embargo, días después, Rosa María llevó a tres estudiantes de la Universidad Intercultural, tres mujeres jóvenes que en una platica amena respondieron preguntas. Por fortuna, estas chicas sabían más del rebozo, con su sentido común, anudado a su formación intelectual, ordenaron, clasificaron y discriminaron la información que obtuve de las mujeres y sus rebozos en Zacán. El asunto que observé es más complejo de lo que parece. El reboso si es un símbolo de la feminidad, así también es un símbolo de unión entre madres e hijas. Pero, mi relato etnográfico no es más que una manifestación de la teoría interpretativa, una interpretación construida, que si bien fue ayudada por la charla de las jóvenes universitarias. La estructura y la lógica de la realidad esta modulada por mi percepción como investigador. Sería fabuloso entender cada detalle de la realidad femenina estética en las mujeres que visitan y viven Zacán ese día en que el tiempo se paraliza. Estudiar la historia y naturaleza del rebozo es algo más allá de su constitución material, es un signo de la vida en las mujeres p’urepecha. Un texto que cuenta las historias de donde vienen y a donde van las mujeres de una sociedad.