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Agustín Cueva
piedad en los sectores económicos de punta, desde luego, y con ello, del
sistema mismo de producción; pero igualmente transnacionalización
del consumo ("consumismo" desatado en ciertos niveles) ; transnaciona-
lización de los precios de las mercancías (libre juego de la oferta y la
demanda monopólicas, salvo en lo que al precio de la fuerza de trabajo
concierne) ; transnacionalización de esferas de la ideología y la cultura
a través del control de los medios masivos de comunicación.
Si la lógica de la contrarrevolución había llevado a la configuración
de un Estado dictatorial terrorista, que extendía sus tentáculos mili-
tares por toda la sociedad civil, la lógica de la nueva modalidad de
acumulación exigía, a su turno, no sólo el mantenimiento de tal forma
de dominación, sino además el que ésta tratara de institucionalizarse
mediante una remodelación del cuerpo social en una dirección corpo-
rativa destinada a encuadrar el regimentar la actividad ciudadana en
función de los intereses y expectativas del gran capital. Que este pro-
yecto no acabe de cuajar hasta hov, er aci as a la resistencia popular, es
ya otro asunto, que remite a las debilidades que aun en sus momen-
tos de mayor autoritarismo caracteriza a las sociedades dependientes.
Sea esto lo que fuere, es un hecho que el Estado latinoamericano
sufrió en este proceso una significativa transformación: se despojó de
su aspecto "arbitral", populista y en cierta medida "benefactor" y pa-
ternalista, redefinió sus formas de intervención en la economía, canceló
su dimensión de capitalismo de Estado a secas para convertirla en ca-
pitalismo monopolista de Estado. Transformaciones, todas éstas, que
mal podían realizarse por una vía democrático parlamentaria o similar.
Se podía pensar, a estas alturas de nuestra exposición, que tal vez
estamos extrapolando arbitrariamente la situación del Cono Sur a 'todo
el contexto latinoamericano; pero, sin desconocer las significativas di-
ferencias existentes entre los distintos países de la región, conviene Se-
ñalar que, si tomamos como punto de referencia el año 1976, por
ejemplo, las situaciones de dictadura reaccionaria eran casi la regla
en América Latina. Las había en Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay,
Chile, Paraguay, Perú, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Guatemala,
Haití y Granada; en buena medida en la República Dominicana y
Honduras y, bajo una fachada civilista, en Colombia. Al mismo tiem-
po, y no por azar, se desarrollaban procesos de desestabilización en Ja-
maica, Trinidad Tobago, Guayana e incluso México, amén de la situa-
ción ambigua por la que atravesaba Panamá. La crisis del capitalismo
había sacudido profundamente las sociedades latinoamericanas, cuyos
Estados vivían un momento también crítico, de redefinición, caracteri-