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Facultad de Economia, Universidad Nacional Autonoma de Mexico (UNAM)

EL ESTADO LATINOAMERICANO EN LA CRISIS DEL CAPITALISMO


Author(s): Agustín Cueva
Source: Investigación Económica, Vol. 40, No. 157, CRISIS, NOEI Y TERCER MUNDO-II (JULIO-
SEPT. 1981), pp. 257-271
Published by: Facultad de Economia, Universidad Nacional Autonoma de Mexico (UNAM)
Stable URL: http://www.jstor.org/stable/42778677 .
Accessed: 06/01/2015 19:38

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de 1981, pp. 257-271
InvestigaciónEconómica 157, julio-septiembre

EL ESTADO LATINOAMERICANO EN LA CRISIS


DEL CAPITALISMO

Agustín Cueva

1. Consideraciones de orden teórico

No es un azar el que en esta fase de crisis del sistema capitalista en ge-


neral y del capitalismo de América Latina en particular, se haya desa-
rrollado entre nosotros un marcado interés por todo cuanto concierne
a la problemática del Estado. Después de todo, es ésta la instancia
donde parecieran haberse condensado las principales contradicciones
de la sociedad latinoamericana; cosa en cierto sentido "normal", en
razón de la propia crisis, pero que no por ello deja de actualizar una
pregunta de mayor alcance: ¿Es que el Estado capitalista de nuestros
países no ha adolecido siempre de una especie de crisis, que la presente
coyuntura no ha hecho más que agudizar y replantear?
La pregunta no es, desde luego, inocente, ya que apunta a un asun-
to crucial: saber si la problemática del Estado capitalista latinoame-
ricano puede o no ser dilucidada, como algunos lo pretenden, a partir
de una teoría del Estado capitalista en general en el supuesto de que
tal teoría exista. Y hablamos de un simple supuesto, para subrayar que
es este mismo punto de partida el que encontramos controvertible. En
efecto, ¿qué puede significar tal teoría más allá de la afirmación, tan
cierta como genérica, de que a determinado modo de producción co-
rresponde necesariamente determinado tipo de Estado; vale decir, para
el caso que aquí interesa, que el Estado de nuestros países capitalistas
es un Estado de tipo capitalista?
Es verdad que en los últimos tiempos ha habido intentos de desarro-
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llar dicha teoría en el sentido llamado "deductivista", tendiente a de-
mostrar que al modo de producción capitalista corresponde no sólo
determinado tipo de Estado, sino además determinada forma, en la
medida en que en la configuración misma de aquel modo de produc-
ción estaría inscrita, de manera "lógica", una forma democrático par-
lamentaria de Estado. Mas lo que cabe preguntarse a este respecto es
si se trata realmente de una necesidad o de una simple posibilidad.
A nuestro juicio la historia demuestra hasta la saciedad que la pri-
mera hipótesis resulta insostenible, dado que tal forma de Estado ha
sidos siempre la excepción, y no la regla, para el conjunto del sistema
capitalista. Hasta hoy es el "privilegio" de un puñado de países que ni
siquiera llegan a representar la quinta parte de cuantos integran la
cadena capitalista imperialista, hecho que mal puede ser la expresión
de una necesidad estructural que supone va en sentido estrictamente
inverso. Y si de la segunda hipótesis se trata, esto es, de la de una mera
posibilidad estructural, queda por averiguar en qué condiciones his-
tóricas concretas dicha posibilidad se realiza. En cuyo caso ya no nos
encontramos ante una teoría del Estado capitalista en general, sino
de la forma que éste tiende a asumir en determinadas condiciones
históricas.
Con lo cual queremos decir que, para comprender la problemática
del Estado capitalista latinoamericano, de poco sirve partir de un
sesgo conceptual que, a la postre, no conduce más que a la elaboración
de una especie de tipología ideal del Estado denominado "occiden-
tal". Incluso las apasionantes y tan en boga reflexiones de Gramsci
sobre la diferenciada relación entre sociedad civil y sociedad política
en "Occidente" y "Oriente" corren el riesgo de tornarse estériles si
no se les despoja de los términos geográfico-culturalistas, de textura
meramente descriptiva, que el pensador italiano utilizó para eludir la
censura fascista. Esto es, si no se "retraduce" dichos términos a un
lenguaje explicativo que confiera un sentido teórico a ese "Occidente"
y ese "Oriente", ubicándolos como puntos diferenciados del sistema
capitalista imperialista.
Como ya lo sugerimos, el Estado capitalista en general no posee
forma alguna que le sea necesaria: lo único que lo define como tal
es la necesidad, ella sí estructural, de reproducir en escala ampliada
el modo de producción al que está integrado como superestructura.
Pero, revistiendo qué forma concreta el Estado capitalista ha de cum-
plir tal función, esto ya no es posible predecir ni "deducir" en un nivel
tan alto de abstracción. Como escribiera Marx en su momento:

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La "sociedad actual" es la sociedad capitalista, que existe en todos


los países civilizados, más o menos libre de aditamentos medie-
vales, más o menos modificada por las particularidades del desa-
rrollo histórico de cada país, más o menos desarrollada. Por el
contrario, el "Estado actual" cambia con las fronteras de cada
país.1

Y es que el Estado capitalista sólo existe en cuanto forma ya con-


creta, como Estado capitalista de determinada formación económico
social, con todas las determinaciones histórico-estructurales allí presen-
tes, resultado tanto de un específico desarrollo interno como del lugar
que cada formación ocupa en el seno del sistema imperialista. Y es
precisamente la configuración de cada formación la que determina en
última instancia la forma del Estado capitalista, de acuerdo con el
grado de intensidad y desarrollo de las contradicciones acumuladas
en su interior, de la posibilidad objetiva de atenuación o acentuación
de las mismas, y de las tareas ( funciones concretas ) que de allí se des-
prenden para la instancia estatal. En este sentido, parece evidente que
las tareas que tiene que cumplir el Estado capitalista en formaciones
tan disímiles como son las de Estados Unidos y Bolivia, por ejemplo,
mal pueden ser idénticas, ni hacia dentro ni hacia fuera de las respec-
tivas formaciones económico-sociales; siendo por lo tanto imposible que
el Estado capitalista asuma en ambos casos idéntica forma. Si esto
último ocurriese, sencillamente peligraría la reproducción ampliada del
sistema capitalista imperialista en su conjunto.
Y valga este ejemplo para señalar, aunque sea de manera tangen-
cial, la invalidez de aquella tesis según la cual la forma, democrático
parlamentaria o no, que asume el Estado capitalista es el resultado
indeterminado de la intensidad y orientación de la lucha de clases : de
ser así, es probable que el Estado boliviano tuviese una forma mucho
más democrática burguesa que el de los Estados Unidos . . La inciden-
cia de la lucha de clases sobre la forma del Estado burgués jamás es
mecánica ni indeterminada, sino que se inscribe necesariamente en los
parámetros estructurales de cada formación social y del sistema capi-
talista todo.
Ahora bien, resulta que en el interior de este sistema y haciendo
abstracción de las singularidades más concretas de cada país, la forma
del Estado capitalista tiende a ser marcadamente distinta (aunque a
1 Karl Marx: "Glosasmarginales del PartidoObreroAlemán",en Obras
al programa
, Moscú1966,t. II, p. 24.
escogidas

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la vez complementaria) según se trate del Estado correspondiente
a las formaciones imperialistas o del Estado correspondiente a las for-
maciones dependientes. Y ello, no porque estas últimas no hayan alcan-
zado todavía la suficiente "madurez" política, sino en virtud de la
propia ley de desarrollo desigual del capitalismo, que no puede dejar
de traducirse por un desarrollo formalmente desigual del Estado bur-
gués. Tesis que parte de la idea leninista de que el sistema capitalista
imperialista es, metafóricamente hablando, una especie de "cadena"
compuesta por eslabones de distinto espesor (eslabones "fuertes" y es-
labones "débiles") ; lo cual equivale a decir, en términos teóricos, que
el propio desarrollo del capitalismo, sobre todo en su fase imperialista,
lejos de tender a la homogenización del vasto espacio por él domina-
do, registra un movimiento más bien inverso, que al mismo tiempo que
va creando áreas de "descongestionamiento", o sea de atenuación de
sus contradicciones, crea también áreas, más amplias aún, de acumu-
lación de las mismas, con todas las situaciones intermedias que en el
límite de estos dos campos pueda haber.
De todos modos parece claro que, en una aproximación de orden
global, las áreas de mayor acumulación de contradicciones ("eslabo-
nes débiles") coinciden con el espacio de los países llamados subdesa-
rrollados o dependientes. Lo que es más, creemos legítimo sostener que
es aquella acumulación la que define el carácter de estos países, no
sólo en lo que a su base económica concierne sino también y correla-
tivamente en lo que atañe a su instancia estatal. En efecto, ésta se
constituye como una superestructura sobrecargada de "tareas" en la
medida en que: a) tiene que asegurar la reproducción ampliada del
capital en condiciones de una gran heterogeneidad estructural, que
comprende desde la presencia de varios modos y formas de producción
hasta la propia "malformación" del aparato productivo capitalista; b)
tiene que llevar adelante ese proceso de reproducción en medio de
un constante drenaje de excedente económico hacia el exterior, con
todo lo que ello implica en términos de acumulación y de la consiguien-
te necesidad de establecer determinadas modalidades de extracción de
tal excedente; y c) tiene que imponer cierta "coherencia" a un desa-
rrollo económico-social inserto en la lógica general de funcionamiento
del sistema capitalista imperialista, cuando a veces ni siquiera está
concluida la tarea de integración de un espacio económico nacional y
de la nación misma.
Con sólo mencionar estos grandes nudos problemáticos, que por su-
puesto no agotan la cuestión, uno está ya en capacidad de forjarse

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una idea más precisa de la sobrecarga de funciones que le toca asumir
al Estado burgués de la "periferia", y de las correspondientes formas
"anómalas" que éste tiene que adoptar para garantizar la reproduc-
ción capitalista. No es un azar, entonces, que el llamado "Estado de
excepción" tienda a convertirse aquí en la regla; que la sociedad civil
y hasta las propias clases parezcan configurarse a partir del Estado y
no a la inversa; o que ese Estado adquiera una contextura ambigua, de
casi simultánea debilidad y fortaleza, balanceándose entre tales extre-
mos dialécticos en una suerte de crisis permanente.
Obviamente, el contexto histórico estructural señalado no constitu-
ye el terreno más propicio para el florecimiento de formas democrá-
ticas de dominación burguesa, ni para la edificación de esa serie de
"trincheras" y "fortificaciones" en el tejido institucional de la socie-
dad civil, de que hablaba Gramsci. En los países dependientes, dichos
bastiones no son simples metáforas, sino a menudo realidades tangi-
bles, cuando la siempre protuberante instancia política penetra con
sus tentáculos militares por todos los poros de la sociedad civil, sea por
medio de los aparatos represivos locales o sea con todo el peso de la
maquinaria represiva imperial.
De todos modos el Estado de los "eslabones débiles" tiende a adqui-
rir formas dictatoriales, o en el mejor de los casos despóticas, en razón
misma del cúmulo de contradicciones que la sociedad civil no está en
capacidad de atenuar y que, por lo tanto, a él le corresponde "regu-
lar". La "hegemonía", o sea esa capacidad de "dirección intelectual
y moral" que el mismo Gramsci descubrió como una dimensión im-
portante de la dominación burguesa en "Occidente" (léase: en los
países imperialistas), no es precisamente el rasgo más destacado de la
dominación burguesa imperialista en los países dependientes. Lo que
es más, todo parece contribuir a que tal "hegemonía" sea siempre insu-
ficiente y precaria: escasez de un excedente económico que permita
"suavizar" las contradicciones más agudas; desarrollo extremadamen-
te desigual y "a saltos", que constantemente conspira contra la propia
unidad de la clase dominante; brechas culturales, en el sentido cua-
litativo del término, que muchas veces aisla a la cultura burguesa de
la del grueso de la nación; en el límite, y sobre todo en las coyunturas
críticas, incluso dificultad de recuperar lo nacional y popular desde
"arriba", por temor a que por allí "salte la liebre" bajo la forma de
sentimientos antimperialistas.
Los tropiezos en la construcción de una hegemonía burguesa (en
el sentido gramsciano del término) en la "periferia" no obedecen por

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lo tanto a razones meramente coyunturales, y menos todavía a simples
"fallas" ideológicas, sino que están inscritos en la propia configura-
ción estructural de nuestras formaciones sociales y, más allá de ellas,
en la estructura misma de la cadena imperialista que, en cuanto tota-
lidad de desigual desarrollo, implica no sólo desniveles y discontinui-
dades infraestructurales, sino también desniveles y discontinuidades
superestructurales. Por eso, si admitimos como válida aquella fórmula
según la cual la dominación burguesa está compuesta de coerción y
hegemonía, habrá que admitir también que esos componentes no están
"equitativamente" repartidos en el mundo capitalista. La dominación
burguesa imperialista en los países "periféricos" no se mantiene preci-
samente gracias al "consenso activo de los gobernados".
Contrariamente a lo que a veces se piensa, la forma democrático-
parlamentaria del Estado capitalista, como modalidad relativamente
sólida y estable de dominación (y no sólo como punto precpjio de un
movimiento pendular), no es en modo alguno la superestructura "na-
tural" del capitalismo, sino más bien la forma histórica que dicha
dominación tiende a asumir, salvo casos y situaciones de excepción, en
los eslabones fuertes del sistema, gracias a la relativa homogeneidad
estructural de los mismos y, sobre todo, al flujo favorable del exceden-
te económico de que se han beneficiado y siguen beneficiándose sus
burguesías por su posición dominante en el conjunto del sistema. En
los países dominados, en cambio, la forma democrático parlamentaria
de Estado es una flor un tanto exótica, en todo caso esporádica, y no
por casualidad sino en razón de las propias modalidades que aquí asu-
me la acumulación de capital. En este sentido, no deja de ser alta-
mente significativo el que Raúl Prebisch, fundador de la cepal y gran
teórico del desarrollismo, haya tenido el valor de reconocer, con enco-
miable lucidez, que "el capitalismo aplicado en los países periféricos
es incompatible con la democracia", dado su "modelo concentrador"
que crea un abismo, según sus palabras, entre la minoría que controla
los medios de producción y la clase trabajadora. Situación ante la cual
Prebisch ve una sola salida: "la utilización de los excedentes como un
instrumento de corrección de las desigualdades sociales";2 cosa que
desde luego no nos parece muy compatible con el proceso de acumula-
ción de capital en escala mundial, salvo casos de verdadera excepción.
Por lo demás, no hay que olvidar que también el nivel político en el
sistema capitalista imperialista funciona como un todo articulado. La
2 Cf.,diarioEl Dia, seccióninternacional, de 1980,p. 14.
México,21 de diciembre

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El Estado latinoamericano 263

preservación de un espacio democrático más o menos "impoluto" en el


interior de los centros imperiales, se basa indudablemente en el man-
tenimiento de situaciones bastante menos idílicas en el exterior. Guando
las burguesías imperialistas envían cuerpos expedicionarios hacia suš
"zonas de interés", o cuando valiéndose de los cuerpos represivos loca-
les promueven la implantación de dictaduras como las latinoamerica-
nas, en el fondo no están realizando otra cosa que una constante dis-
tribución internacional de cuotas de violencia y "hegemonía". Esas
intervenciones directas o indirectas en el exterior, tienen la función de
mantener las condiciones estructurales de su "hegemonía" interior.

2. Reflexiones sobre la crisis actual

La última fase de crisis del Estado latinoamericano, ubicable sobre


todo en los años setenta, arrancó precisamente de un intento de utili-
zación del excedente económico "como instrumento de corrección de
las desigualdades sociales", para utilizar la expresión de Prebisch. Pero
lo característico del caso fue que tal proyecto no provino de una bur-
guesía modernizante y reformista, que a estas alturas de nuestra historia
era ya raquítica, si es que no inexistente, sino de las fuerzas populares
que irrumpieron en el escenario político de Chile, Uruguay, Argentina,
Bolivia y otros países, a raíz de la bancarrota de las experiencias nacio-
nal populistas y reformistas, así como de las configuraciones estatales
a que ellas habían dado lugar.
Muchas de las tareas que aquellas fuerzas populares impulsaron o
trataron de impulsar, según los casos, en rigor no eran tareas socia-
listas: eran medidas de corte democrático, como la reforma agraria,
o medidas de corte patriótico, como la nacionalización de los sectores
económicos en manos del capital extranjero. Pero, dada la debilidad
de la burguesía nacional propiamente dicha, el enorme peso histórico
de los burgueses agrarios ("oligarquía") y la importancia cada vez
mayor del capital monopólico transnacional, así como la íntima liga-
zón entre todas estas fracciones del capital y su expresión estatal, fue
la propia existencia del capitalismo "periférico" y su Estado la que
se vio cuestionada, hecho que configuró una polarización de fuerzas
entre un campo revolucionario y otro contrarrevolucionario. Y es que
la propia crisis del modelo de acumulación llamado de "posguerra",
patente ya en los años sesenta, no dejaba mayor margen para fórmulas
intermedias: o bien se emprendían transformaciones estructurales pro-

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fundas que tendiesen a la homogenización de la matriz económico social


y a la contención del drenaje del excedente económico hacia el exte-
rior; o bien se implantaba una nueva modalidad de acumulación de
capital por la vía reaccionaria, basada en la acentuación de las desi-
gualdades de todo orden y, fundamentalmente, de la originada en la
relación entre el trabajo asalariado y el capital. Y esto, no porque
la burguesía local fuese ideológicamente incapaz de superar sus inte-
reses "estrechamente corporativos" y realizar algunas "concesiones",
sino porque ella misma se encontraba atrapada en la red de un con-
junto de contradicciones históricamente acumuladas, dentro de la cual
cualquier tipo de "concesiones" ponía en peligro el proceso de acu-
mulación de capital. En efecto, la crisis aparentemente coyuntural
derivada del agotamiento del modelo previo de acumulación no había
hecho más que poner al descubierto una crisis estructural más pro-
funda,3 imposible de superar mediante el mero diálogo en torno a una
mesa de negociaciones. No se trataba de un simple regateo sobre la
distribución del excedente económico, sino de un replanteamiento de
las condiciones estructurales de generación del mismo.
Las luchas sociales tendieron pues a radicalizarse, apuntando, como
es lógico, a significativas transformaciones de la instancia estatal. Rí-
gidas a la vez que débiles, en razón de la siempre tensa relación entre
"sociedad civil" y "sociedad política", las instituciones de esta última
eran poco aptas para "absorber" y regular el agudo conflicto. La con-
frontación que se venía desarrollando en el seno de la sociedad civil
sólo podía conducir por lo tanto a situaciones de ruptura, que a la pos-
tre llevarían a una transformación de las formas estatales.
El triunfo de la contrarrevolución en el Cono Sur, que hacia me-
diados de la década de los setenta era un hecho general y consumado,
produjo una drástica alteración en la correlación de fuerzas que a su
turno allanó el camino para substanciales cambios en el Estado capi-
talista de América Latina. Como resultado del propio proceso contra-
rrevolucionario armado (guerra abierta de clases) surgió un Estado
altamente militarizado que expresaba una forma de dominación terro-
rista por parte de la burguesía; lo cual equivalía a una violenta acu-
mulación de poder, antesala de una no menos violenta acumulación
8 Crisisde una estructuraagrariaproductode la vía reaccionaria
de desarrollodel capi-
y de la inserción
talismo subordinadaen la divisióninternacional
capitalista del
imperialista
trabajo;crisisde un sectorsecundariocompuesto sobretodo de industrialivianay depen-
diente,para la adquisiciónde maquinaria, por el sectorprimario
de las divisasgeneradas
exportador,e incapaz,por lo mismo,de realizaruna adecuadaacumulación de tecnología,
etcétera.

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de capital. La derrota del movimiento popular, con la consiguiente
desarticulación de sus organizaciones partidarias y gremiales, permi-
tió, en efecto, una brusca redefinición de la relación previamente es-
tablecida entre el capital y el trabajo asalariado: el drástico proceso
de pauperización de la clase obrera que siguió, dice todo a este respec-
to. La conversión de una buena parte del fondo de consumo obrero
en fondo de acumulación de capital se convirtió en el rasgo distintivo
del nuevo modelo. Incapaz de reactivar el proceso de acumulación a
través de innovaciones tecnológicas y/o de una reorganización empre-
sarial, por ejemplo, a la burguesía en el poder no le quedaba otro re-
curso que el de reactivarlo y a través de un ajuste de cuentas con el
trabajo asalariado. Y en el agro, la respuesta tampoco podía ser demo-
crática: la vía reformista fue cancelada, en beneficio de una política
que favorecía el desarrollo del gran capital.
Pero la forma terrorista que asumió el Estado no sólo sirvió para esto,
sino también y simultáneamente para una redefinición de las relaciones
entre las distintas fracciones del capital, tanto a nivel económico como
a nivel político. Era obvio, en primer lugar, que a estas alturas de la
historia latinoamericana la fracción burguesa nacional (relativamente
autonomista) ya no tenía ningún proyecto coherente de desarrollo
que ofrecer. Es 'más: la crisis del modelo de acumulación llamado de
"posguerra", que culminó en los años cincuenta y declinó en la década
siguiente, no fue otra cosa que la expresión del fracaso de dicha frac-
ción burguesa. En segundo lugar, parece igualmente evidente que en
el decenio de los setenta la fracción oligárquica ya no poseía ninguna
perspectiva histórica: el capitalismo latinoamericano mal podía salir
de su crisis retornando hacia formas primitivas y caducas de acumu-
lación de capital. La única fracción burguesa que podía ofrecer una
alternativa y dirigir el proceso imponiendo su proyecto histórico era,
pues, la fracción monopólica. Ésta representaba, por lo demás, el punto
exacto de confluencia entre el proceso de acumulación 'en escala na-
cional y el proceso de acumulación en escala mundial. Así, la redefini-
ción de la relación entre el trabajo asalariado y el capital en el plano
interno expresaba no sólo un cambio en la modalidad de acumulación
en este ámbito, sino al mismo tiempo la creación de la posibilidad de
una nueva forma de inserción en la división internacional del trabajo,
tal como ahora lo requería el sistema imperialista. Era además la frac-
ción monopólica, transnacionalizada ella misma, la que mejor podía
concebir e impulsar una brusca transnacionalización de los puntos me-
dulares de la sociedad latinoamericana : transnacionálización de la pro-

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piedad en los sectores económicos de punta, desde luego, y con ello, del
sistema mismo de producción; pero igualmente transnacionalización
del consumo ("consumismo" desatado en ciertos niveles) ; transnaciona-
lización de los precios de las mercancías (libre juego de la oferta y la
demanda monopólicas, salvo en lo que al precio de la fuerza de trabajo
concierne) ; transnacionalización de esferas de la ideología y la cultura
a través del control de los medios masivos de comunicación.
Si la lógica de la contrarrevolución había llevado a la configuración
de un Estado dictatorial terrorista, que extendía sus tentáculos mili-
tares por toda la sociedad civil, la lógica de la nueva modalidad de
acumulación exigía, a su turno, no sólo el mantenimiento de tal forma
de dominación, sino además el que ésta tratara de institucionalizarse
mediante una remodelación del cuerpo social en una dirección corpo-
rativa destinada a encuadrar el regimentar la actividad ciudadana en
función de los intereses y expectativas del gran capital. Que este pro-
yecto no acabe de cuajar hasta hov, er aci as a la resistencia popular, es
ya otro asunto, que remite a las debilidades que aun en sus momen-
tos de mayor autoritarismo caracteriza a las sociedades dependientes.
Sea esto lo que fuere, es un hecho que el Estado latinoamericano
sufrió en este proceso una significativa transformación: se despojó de
su aspecto "arbitral", populista y en cierta medida "benefactor" y pa-
ternalista, redefinió sus formas de intervención en la economía, canceló
su dimensión de capitalismo de Estado a secas para convertirla en ca-
pitalismo monopolista de Estado. Transformaciones, todas éstas, que
mal podían realizarse por una vía democrático parlamentaria o similar.
Se podía pensar, a estas alturas de nuestra exposición, que tal vez
estamos extrapolando arbitrariamente la situación del Cono Sur a 'todo
el contexto latinoamericano; pero, sin desconocer las significativas di-
ferencias existentes entre los distintos países de la región, conviene Se-
ñalar que, si tomamos como punto de referencia el año 1976, por
ejemplo, las situaciones de dictadura reaccionaria eran casi la regla
en América Latina. Las había en Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay,
Chile, Paraguay, Perú, Ecuador, Nicaragua, El Salvador, Guatemala,
Haití y Granada; en buena medida en la República Dominicana y
Honduras y, bajo una fachada civilista, en Colombia. Al mismo tiem-
po, y no por azar, se desarrollaban procesos de desestabilización en Ja-
maica, Trinidad Tobago, Guayana e incluso México, amén de la situa-
ción ambigua por la que atravesaba Panamá. La crisis del capitalismo
había sacudido profundamente las sociedades latinoamericanas, cuyos
Estados vivían un momento también crítico, de redefinición, caracteri-

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zado por una serie de procesos de desarticulación y rearticulación que


por lo general hallaron su punto de "equilibrio" en las fórmulas dicta-
toriales reaccionarias.
Sin embargo, el proceso todo estaba cargado de una ambivalencia
y una precariedad tales, que no podían dejar de expresarse aún en el
momento en que el Estado burgués parecía haber adquirido su mayor
robustez. Y es que la respuesta reaccionaria a la crisis del capitalismo,
que por un lado era la única capaz de dar una salida a la crisis desde
la perspectiva del gran capital, por otro lado implicaba una acentua-
ción de las contradicciones y desigualdades de todo orden, que no un
principio siquiera de atenuación ("descongestionamiento") de 'las mis-
mas. No es una casualidad que el citado Prebisch, perplejo ante el
curso, que finalmente tomó el desarrollo del capitalismo en América
Latina, haya llegado a descubrir en éste una especie de verdadera
"corrupción" :
Además de ser significativamente "concentrador", el capitalismo
periférico, especialmente el que existe en países de América del Sur,
viene presentando una suerte de corrupción que, en opinión de Pre-
bisch, "es inconcebible". Una forma de corrupción es la tendencia a
imitar el consumismo de los grandes centros. Otra, es la penetración
incontrolable de las transnacionales, al mismo tiempo que los sindica-
tos prácticamente han sido anulados. Sin embargo, lo que más impre-
siona al economista argentino es la expropiación de sectores dentro
del propio capitalismo. "La situación llega a tal extremo", dice Pre-
bisch, "que los capitalistas financieros comienzan a usurpar a los ca-
pitalistas productivos. En otras palabras, los bancos comienzan a en-
gordar y las industrias a enflaquecer".4
¿Corrupción de la historia o devenir previsible de formaciones regi-
das por un modo de producción que necesariamente implica procesos
de concentración, centralización, monopolización y transnacionalización
del capital, bajo la égida del sector financiero, y cuya única lógica de
desarrollo es la determinada por las posibilidades de obtención de su-
perganancias para dicho sector? Nos inclinamos a pensar que más
bien se trata de un proceso "natural", pero que produce efectos tanto
más aberrantes cuanto más débil es el eslabón de la cadena capitalista
imperialista en que tal "desarrollo" ocurre.
En semejantes condiciones, este mismo desarrollo tropieza, inevita-
blemente, con una nueva forma o nivel de contradicción, que en cierta
4 Loe. cit.

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medida viene a obstaculizar la reproducción ampliada del sistema. Nos
referimos a un problema de orden superestructural que consiste en la
dificultad, la casi imposibilidad de conformar una hegemonía burguesa
(siempre en el sentido gramsciano del término), en un área del mundo
que ahora más que nunca necesitaría, en la perspectiva del sistema
imperialista, ser "estabilizada", convertida en zona de "consenso", aun-
que sólo fuese por estas dos razones: el notable cambio en la correla-
ción de fuerzas entre "Occidente" y "Oriente", que para el caso son
sinónimos del sistema capitalista y sistema socialista; y la gran exten-
sión de las "situaciones críticas" a nivel mundial, es decir, la multipli-
cación de los puntos de ruptura y desmoronamiento de la dominación
imperial. Mas ¿cómo construir esta capa de "consenso", de ideal "he-
gemonía", en una región donde el desarrollo del capitalismo requiere,
estructuralmente, implantar modalidades de acumulación, y por ende
de extracción del excedente económico, que demandan las más férreas
formas de dominación?
La administración Carter trata de resolver esta contradicción me-
diante un acto de voluntarismo que desde arriba pretendía alterar la
relación entre violencia y "hegemonía". Mas esta relación, ya lo diji-
mos, no se establece de manera indeterminada, sino que se desarrolla
como correlato político del desarrollo desigual del capitalismo en escala
mundial, hecho que, desde luego, mal podía ni quería subvertir la ad-
ministración Carter. Hacerlo hubiera equivalido, por lo demás, a sub-
vertir la estructura misma de la cadena imperialista, forma inherente
al desarrollo del capitalismo en su fase superior.
Por esto, la política de "democratización" preconizada por Carter
terminó en un rotundo fracaso, salvo en casos excepcionales y que tam-
poco obedecieron a una lógica sencillamente político-ideológica. Tal
es el caso del Ecuador, por ejemplo, en donde el "retorno" al régimen
constitucional en 1979 (bastante precario por lo demás) tuvo por base
las posibilidades abiertas por siete años de participación burguesa rela-
tivamente ventajosa en el reparto mundial del excedente económico
capitalista, como país "petrolero", antes que las prédicas del gobierno
de Washington.
En efecto, el propio cambio en la correlación mundial de fuerzas
creó, en la década pasada, la posibilidad de que las burguesías de al-
gunos países del Tercer Mundo modificaran su cuota de participación
de aquel excedente, en un movimiento de efectos plurivalentes para
el conjunto del sistema. De una parte, la alteración del precio de los
energéticos no hizo más que agravar la crisis de los países capitalistas

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El Estado latinoamericano 269

"avanzados" (por más que sus corporaciones petroleras, pescando a


río revuelto, obtuvieran jugosas superganancias) y desde luego preci-
pitar las contradicciones en los países "periféricos" carentes de energé-
ticos. De otra parte, abrió la posibilidad de que en el Tercer Mundo
se robustecieran, en términos relativos, algunos eslabones: sería, en
América Latina, sobre todo el caso de México (por razones concretas
que no es del caso entrar a analizar aquí), en menor medida de Vene-
zuela y, en un nivel menor aún, del Ecuador. Pero el reforzamiento
relativo de estos eslabones, que en determinada perspectiva constituía
y constituye un factor estabilizador (atenuación de ciertas contradic-
ciones internas, posibilidades de afianzamiento aunque sea temporal
de la democracia burguesa), en otra perspectiva introdujo una "va-
riable" que implicaba una nueva contradicción en el plano regional.
Al desarrollarse en algunos países del área una modalidad de acumu-
lación que real o potencialmente dejaba de gravitar sobre el eje de
una drástica redefinición de la relación entre el capital y el trabajo
asalariado (en el sentido ya señalado), para apoyarse más bien en una
mejor participación en la distribución mundial del excedente econó-
mico capitalista, tales países tendieron a diseñar políticas con grados
variables de autonomía, que en última instancia terminaron por res-
quebrajar al bloque proimperialista de América Latina. La crisis que
sobrevino a la oea quizá sea la expresión más clara de este fenómeno.
Dentro de este contexto se produjo el fin del reflujo coyuntural de
las luchas de las clases populares de la región, que a partir de 1978
volvieron a estremecer la superestructura política impuesta por el gran
capital, rebasando naturalmente los proyectos de "democratización"
desde arriba, elaborados por la administración Carter. La "apertura
democrática" de la dictadura brasileña tuvo que ir, en cierto nivel,
más allá de lo que la cúspide burguesa había previsto, gracias a los
espacios abiertos por un impetuoso movimiento de masas, mientras que
en otro plano dicha "apertura" tendía a cerrarse. En Bolivia, la crisis
del Estado burgués se expresó en bruscas oscilaciones que culminaron
con el golpe contrarrevolucionario de García Meza. En Colombia y
Perú el Estado no termina por salir de su crisis, enmarañado en formas
ambiguas en las que los lulos de la democracia burguesa, agonizante
en el primer caso y extraída con "forceps" en el segundo, se ven cons-
tantemente en peligro de ser cortados por las bayonetas.
Pero, a partir de 1978, en ninguna área la crisis del Estado capita-
lista latinoamericana ha sido tan aguda como en el eslabón relativa-
mente más débil constituido por Centroamérica y el Caribe. Y hay

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270 Investigación Económica

razones históricas estructurales para elio, ya que en ninguna otra región


de América Latina el capitalismo ha acumulado tantas contradiccio-
nes simultáneas: presencia del imperialismo bajo sus formas más abier-
tamente colonialistas, que incluso ha truncado la formación de nacio-
nalidades autónomas; contraste extremo entre zonas de atraso aberrante
y puntos de denso desarrollo capitalista monopólico, en una especie de
"enclave"; problema agrario ni mínimamente resuelto; capas medias
paupérrimas y marginadas; opresión cultural y racial; existencia de
múltiples tiranías semicoloniales, etcétera. En este caso, la crisis del
capitalismo no ha hecho más que precipitar el estallido de aquel cúmu-
lo de contradicciones que, en las situaciones de mayor maduración de
las condiciones subjetivas, se han expresado por el desarrollo de proce-
sos armados de liberación. En la situación de Nicaragua y, bajo otras
condiciones en la de Granada, el Estado burgués dependiente ha sal-
tado en pedazos, dando paso al establecimiento de Estados democrá-
tico populares que de hecho implican puntos de ruptura en la cadena
de explotación y dominación imperialista. El imperialismo está, por
lo demás, consciente de ello, como lo demostró el viraje de la propia
administración Carter que, desde mediados de 1979, sustituyó su po-
lítica de "defensa de los derechos humanos" por una política de mano
dura hacia esta área. Es más, fue virtualmente a partir del cambio en
la correlación de fuerzas ocurrido en la zona de Centroamérica y el
Caribe cuando se desencadenó la etapa de la llamada "segunda guerra
fría", que tomó como uno de sus principales pretextos la supuesta pre-
sencia de una brigada soviética de combate en Cuba, poco antes de
que se realizara la Sexta Reunión Cumbre de los Países No Alineados,
en La Habana.
Lo cual no fue suficiente, desde luego, para detener el creciente
"deterioro" de la situación centroamericana. El caso salvadoreño es
elocuente a este respecto ya que muestra, precisamente en la profun-
didad de su crisis, la real contextura del Estado burgués de la "perife-
ria" que, ante el embate decidido de las fuerzas populares, queda lite-
ralmente pendiente de un hilo: con mayor precisión, del cordón um-
bilical que lo liga con la metrópoli. En esta metrópoli no se ignora, por
lo demás, que la debilidad de tal Estado no es un fenómeno simple-
mente superestructural, sino que ella tiene sus raíces en una base in-
fraestructural que de alguna manera necesita ser "reformada"; sólo
que esa reforma no puede efectuarse realmente sin cuestionar al mis-
mo tiempo la propia contextura del sistema imperialista, que no por
casualidad es lo que es.

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El Estado latinoamericano 271
Si la primera fase, al menos, de la administración Garter se carac-
terizó por ese voluntarismo al que nos hemos referido, que intentó re-
vestir a la dominación imperial toda con un ropaje "intelectual y mo-
ral" democratizante, la administración Reagan está marcada en cam-
bio por el designio contrario, de una dominación pura y dura. Como
afirmó Roger Fontaine, uno de los principales asesores de Reagan para
asuntos latinoamericanos, lo que convendría en el mejor de los casos
para nuestros países es una democracia con "d" minúscula, lo que bien
podría significar, más allá del eufemismo, que se proyecta sobre noso-
tros una etapa caracterizada por el predominio de dictaduras con "D"
mayúscula. En este sentido hasta resulta cruelmente sarcástico el que,
al mismo tiempo en que en algunos esquemas teóricos, que no han
dejado de ejercer cierta influencia en el pensamiento latinoamericano,
se llegaba a la conclusión de que la burguesía "reina" sobre todo gra-
cias a su "hegemonía" ideológica, la burguesía del mayor centro "he-
gemónico" imperialista haya arribado a una conclusión práctica es-
trictamente inversa.
Una cosa, claro está, son los proyectos del imperialismo, y otra, se-
guramente muy distinta, los resultados de un proceso histórico en el
que cuentan cada vez más las grandes luchas populares. Dentro de
este proceso no está descartado en absoluto el que se abran espacios
democráticos: lo que es más, pensamos que es indispensable luchar por
su desarrollo. Pero imprimiéndoles nuevos contenidos y con la clara
conciencia de que no tendrán como fin la consolidación del Estado
burgués, sino que serán espacios de lucha en pro de las futuras trans-
formaciones revolucionarias de nuestras sociedades.

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