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Alabado sea Jesucristo.

“Hijos: No se esmeren en ser perfectos…”


¡Qué cuidadoso y delicado consejo! No niega el ideal de perfección; mucho menos se interpone en la
aspiración Divina: “Me basta con que sean como el Maestro”.
Pone, en consecuencia, en su exacto lugar lo perfecto; y el esmero, es decir el cuidado y atención, lo centra,
como condición, en las conductas primordiales que seguramente habrán de acercarnos a la perfección:
“Sean obedientes y escuchen Mis consejos; yo he venido a enseñarles cosas del Señor…”
Esta enseñanza salida de la boca de Mamá, en presencia de Su Hijo, se origina en una actitud del profeta: está
sentado, meditando, y tiene en sus manos el rosario celeste y rosa bendecido por Ella. De pronto el rosario se
ilumina, una suave brisa le acaricia todo el cuerpo.
Es el amor de Dios que se desparrama por la totalidad de la imperfección, porque nos ama como somos, y
quiere para nosotros lo perfecto, ¡la salvación!
Él, que nos hizo sin nosotros, no puede salvarnos sin nosotros.
Sólo nos pide para ello, obediencia y escucha. Sabe que aún sus instrumentos elegidos, no están ajenos a las
tribulaciones de este mundo.

“No busquen culpas en el interior de sus almas; los necesito fuertes para cumplir con la
misión…”
En el cumplimiento de la misión, por la obediencia y escucha, es donde el hombre corrige sus defectos y sus
errores (por eso la misión también es arrepentimiento, penitencia y perdón).
No es adelantándose a Dios, sumergiéndose “por las propias” en su misma interioridad o la de los demás,
como podrá realizarlo el hombre.
Por lo general, esta forma sutil de soberbia sólo consigue el debilitamiento y no la fortaleza.
Es Él quien puede guiarnos, paso a paso, hasta lo más profundo y sagrado de nosotros mismos. Y nosotros,
con Él y los otros.
Pues corrección no es sólo subsanar y enmendar, también es ¡regir con! Vencedor de mí mismo, conducta
regia por excelencia, porque acepto y me subordino a mi Señor, mi Rey.
Pero caminando, siguiéndoLo, en el cumplimiento de la misión: A partir de hoy empezamos a caminar juntos.
¡Obediencia y escucha para derrotar las tribulaciones del mundo!

No olviden: son los soldados del Señor. Dadlo a conocer”


No dice: son los partisanos del Señor, aquellos que ocultan su condición.
Indica que se debe mostrar y profesar esta condición -soldado, combatiente-, de partícipe y miembro del
ejército del Señor de los Ejércitos. Por eso esta enseñanza se inicia desde el arma iluminada de éste ejército.
Soldado implica obediencia, subordinación, disciplina, profesión. Mando y ejercicio.
Este ejército está signado por el camino rosado de bordes azul-celestes.
La misión de este ejército está signada por la Cruz, con esos mismos colores.
Ejército y misión; camino y Cruz, signan al soldado eucarístico de Jesús Eucaristía.
Es en la misión, libertad de la Patria y salvación de todo un pueblo, que cada soldado puede co-regir sus
propias imperfecciones, y fraternalmente, las de los otros, sus hermanos.
Porque la primera y más importante de las imperfecciones, no es la culpa, sino la de no substraerse a las
tribulaciones del mundo, es decir, la falta de libertad porque nos dejamos arrastrar por las asechanzas y
tentaciones malévolas.
La libertad de los soldados del Señor, a semejanza con la de la naturaleza, es en el ejército que camina éste
camino –no cualquier otro, sino el marcado-; cuya Cruz es la grandeza de la Patria y la felicidad de su pueblo.
Pero sobre el camino y su plan, viene otra enseñanza…
Hasta entonces, me despido con un abrazo en Cristo con Su bendición desde el Corazón Inmaculado de María,
Madre de la Eucaristía.

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